Vincenzo Monti

.
    Información biográfica

  1. A la muerte de Judas (Trad. de Marcelino Menéndez Pelayo)
  2. El día que en tu faz la gloria entera (Trad. de Clemente Althaus)
  3. En otra profesión (Trad. de Clemente Althaus)


Información biográfica
    Nombre: Vincenzo Monti
    Lugar y fecha nacimiento: Alfonsine, Rávena, Italia, 19 de febrero de 1754
    Lugar y fecha defunción: Milán, Italia, 13 de octubre de 1828 (74 años)
    Ocupación: Traductor, escritor, dramaturgo, poeta
    Movimiento: Neoclasicismo
Es considerado el mejor representante del Neoclasicismo italiano.

Fuente: [Vincenzo Monti] en Wikipedia.org

Arriba

    A la muerte de Judas
      (Traducción de Marcelino Menéndez Pelayo)

      I

      Arroja el precio vil; desesperado
      El vendedor de Cristo al tronco asciende;
      El lazo estrecha, y pronto abandonado
      El yerto cuerpo de las ramas pende.

      Rechinaba el espíritu encerrado
      En son rabioso que los aires hiende;
      De Jesús blasfemaba, y su pecado
      Que el poder del Averno tanto extiende.

      Salió de vado, al fin, con un rugido;
      Aferrole Justicia, y con potente
      Dedo en la sangre de Jesús teñido,

      La sentencia escribió sobre su frente:
      Sentencia de inmortal llanto infinito,
      Y lanzó su alma al Aquerón hirviente.

      II

      Descendió el alma a la infernal ribera,
      Y oyose gran rumor, ronco lamento;
      El monte vacilaba, ondeaba al viento,
      La carga en alto estrangulada y fiera.

      El ángel que la seca calavera
      Del Gólgota dejaba, en vuelo lento,
      A lo lejos le vio, y en el momento
      Con las alas veló su faz severa.

      Los demonios el cuerpo conducían
      Por el aire, y sus hombros encendidos
      Al pecador de féretro servían.

      Así, con estridores y alaridos,
      El vagabundo espectro sumergían
      De la Estigia en los valles maldecidos.

      III

      Después que recobrado el alma había
      La carne y huesos que en la muerte arroja,
      La gran sentencia apareció en la impía
      Frente, en arruga transparente y roja.

      A aquella vista, como débil hoja
      La multitud infiel se estremecía:
      Cual en las plantas que el Cocito moja,
      Cual en el hondo lago se escondía.

      Vergonzoso intentaba aquel precito
      Arañando su rostro con la mano
      Borrar la tersa marca del delito,

      Más y más la aclaraba su afán vano:
      Que Dios entre sus sienes la había escrito;
      Ni sílaba de Dios borra el humano.

      IV

      Un estrépito en tanto resonaba
      Que a Dite atruena en son alto y profundo;
      Era Jesús que, redimido el mundo,
      De Averno el reino a debelar bajaba.

      El torvo pecador que le miraba,
      Ni aun osó articular leve sonido;
      El llanto de sus ojos descendido
      Como lava de fuego le quemaba.

      Fulguró sobre el negro cuerpo obsceno
      La etérea lumbre y torva llamarada
      Humeó al sonar el pavoroso trueno.

      Puso entre el humo su fulmínea espada
      La justicia: alejose el Nazareno,
      Apartando de Judas la mirada.
    Arriba

    El día que en tu faz la gloria entera
      (Traducción de Clemente Althaus)

      El día que en tu faz la gloria entera
      Del grande sacrificio fulguraba
      Y una luz de los cielos hechicera
      En tus ojos extática brillaba.

      A tu oído la queja lastimera
      De tu doliente Juventud sonaba
      Y sobre tu cortada cabellera
      La despreciada Libertad lloraba.

      El placer lisonjero te ofrecía
      Sus deleites funestos y a la entrada
      Con mano audaz tu veste removía;

      ¡Mas tú las puertas, invencible y fuerte,
      Cerraste de tu mística morada
      Y le diste las llaves a la Muerte!
    Arriba

    En otra profesión
      (Traducción de Clemente Althaus)

      ¡Oh Libertad! ¡Oh de héroes madre santa,
      Y de los hombres principal derecho
      Que está grabado en todo noble pecho
      Y nuestra parte superior levanta!

      ¿Pues cómo así con atrevida planta
      Te deja incauta virgen y su techo
      Nativo trueca por el claustro estrecho
      Y eterno cautiverio no la espanta?

      Mas no; que, aunque parece que te huella
      Al hierro dando su dorado pelo,
      Quien más te busca, Libertad, es ella;

      Más libre la hace su ceñido velo,
      Porque la misma servidumbre es bella
      Si eterna Libertad nos da en el cielo.
    Arriba