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Información biográfica
Arriba- Información biográfica
- Mater alma
- Me besaba mucho
- Metafisiqueos
- Mi secreto
- Nadie conoce el bien
- Nihil novum
- No lo sé
- Obsesión
- ¡Oh Cristo!
- ¡Oh muerte!
- Oremus
- Pasas por el abismo de mis tristezas
- Perlas negras V
- Perlas negras VI
- Perlas negras VIII
- Perlas negras XXII
- Perlas negras XXIX
- Perlas negras XXXIII
- Perlas negras XLII
- Pero te amo
- Piedad
- Pobrecita mía
- Poetas místicos
- Por miedo
- Predestinación
- Puella mea
- Qué bien están los muertos
- Qué importa
- Qué más me da
- Quedamente
- Quién sabe por qué
- Regnum tuum
- Renunciación
- Reparación
- Réquiem
- Restitución
- Ródeuse
- Ruptura tardía
- Seis meses
- Señuelo
- Si tú me dices ven
- Si una espina me hiere
- Sin rumbo
- Sólo tú
- Soneto
- Sosiego
- Su trenza
- Tal vez
- Tanatofilia
- Tanto amor
- Todo inútil
- Tres meses
- Una flor en el camino
- Unidad
- Uno con Él
- Via, veritas et vita
- Viejo estribillo
- Y el Buda de basalto sonreía
- Ya todo es imposible
- Yo vengo de un brumoso país lejano
Amado Nervo - Parte I (poemas 1-99)
Amado Nervo - Parte II (poemas 100-159)
Información biográfica
- Nombre: Juan Crisóstomo Ruiz de Nervo y Ordaz
Lugar y fecha nacimiento: Jalisco -ahora Tepic-, Nayarit, México, 27 de agosto de 1870
Lugar y fecha defunción: Montevideo, Uruguay, 24 de mayo de 1919 (48 años) Nacionalidad: Mexicana
Ocupación: Diplomático, periodista, director de fotografía, escritor, poeta; miembro de la Academia Mexicana de la Lengua
Movimiento: Modernismo
Fuente: [Amado Nervo] en Wikipedia.org
- Mater alma
- Que tus ojos radien sobre mi destino,
Que tu veste nívea, que la luz orló,
Ampare mis culpas del torvo Dios Trino:
¡Señora, te amo! ¡Ni el grande Agustino
Ni el tierno Bernardo te amaron cual yo!
Que la luna, octante de bruñida plata,
Escabel de plata de tu piel real,
Por mi noche bogue, por mi noche ingrata,
Y en su sombra sea místico fanal.
Que los albos lises de tu vestidura
El erial perfumen de mi senda dura,
Y por ti mi vida brillará tan pura
Cual los lises albos de tu vestidura.
Te daré mis versos: floración tardía;
Mi piedad de niño: floración de abril;
E irán a tu solio, dulce madre mía,
Mis castos amores en blanca theoría,
Con cirio en las manos y toca monjil.
Me besaba mucho
- Me besaba mucho; como si temiera
Irse muy temprano... Su cariño era
Inquieto, nervioso.
Yo no comprendía
Tan febril premura. Mi intención grosera
Nunca vio muy lejos...
¡Ella presentía!
Ella presentía que era corto el plazo,
Que la vela herida por el latigazo
Del viento, aguardaba ya... y en su ansiedad
Quería dejarme su alma en cada abrazo,
Poner en sus besos una eternidad.
Metafisiqueos
- ¡De qué sirve al triste la filosofía!
Kant o Schopenhauer o Nietzche o Bergson...
¡Metafisiqueos!
En tanto, Ana mía,
Te me has muerto, y yo no sé todavía
Dónde ha de buscarte mi pobre razón.
¡Metafisiqueos, pura teoría!
¡Nadie sabe nada de nada: mejor
Que esa pobre ciencia confusa y vacía,
Nos alumbra el alma, como luz del día,
El secreto instinto del eterno amor!
No ha de haber abismo que ese amor no ahonde,
Y he de hallarte. ¿Dónde? ¡No me importa dónde!
¿Cuándo? No me importa... ¡pero te hallaré!
Si pregunto a un sabio, "¡Qué sé yo!", responde.
Si pregunto a mi alma, me dice: "¡Yo sé!"
Mi secreto
- ¿Mi secreto? ¡Es tan triste! ¿Estoy perdido
De amores por un ser desaparecido,
Por un alma liberta,
Que diez años fue mía, y que se ha ido...
¿ Mi secreto? Te lo diré al oído:
¡Estoy enamorado de una muerta!
¿Comprendes —tú que buscas los visibles
Transportes, las reales, las tangibles
Caricias de la hembra, que se plasma
A todos tus deseos invencibles—
Ese imposible de los imposibles
De adorar a un fantasma?
¡Pues tal mi vida es y tal ha sido
Y será!
Si por mí solo ha latido
Su noble corazón, hoy mundo y yerto,
¿He de mostrarme desagradecido
Y olvidarla, no más porque ha partido,
Y dejarla, no más porque se ha muerto?
Nadie conoce el bien
- Había un ángel cerca de mí,
Mas no le vi...
Posó las plantas maravillosas
Entre las zarzas de mi erial, y
Yo, en tanto, estaba viendo otras cosas.
Cuando, callado, tendió su vuelo
Y quedó al irse torvo mi cielo,
Mi vida huérfana, mi alma vacía,
Comprendí todo lo que perdía.
Alcé los ojos despavorido,
Llamé al ausente con un gemido,
Plegó mis labios convulso gesto...
Mas pronto el ángel dejó traspuesto,
Con vuelo de ímpetu soberano,
Las lindes negras del mundo arcano,
Y todo vano fue... ¡todo vano!
¡Quién del espacio devuelve un ave!
¡Qué imán atrae a un dios ya ido!
Dice el proloquio que nadie sabe
El bien que tiene... ¡sino perdido!
Nihil novum
- ¡Cuántos, pues, habrán amado
Como mi alma triste amó...
Y cuántos habrán llorado
Como yo!
¡Cuántos habrán padecido
Lo que padecí,
Y cuántos habrán perdido
Lo que perdí!
Canté con el mismo canto,
Lloro con el mismo llanto
De los demás,
Y esta angustia y este tedio
Ya los tendrán sin remedio
Los que caminan detrás.
Mi libro sólo es, en suma,
Gotícula entre la bruma,
Molécula en el crisol
Del común sufrir, renuevo
Del Gran Dolor: ¡Nada nuevo
Bajo el sol!
Mas tiene cada berilo
Su manera de brillar,
Y cada llanto su estilo
Peculiar.
No lo sé
- Crepitan ya las velas en la ría;
Tú, ¿por qué no te embarcas, alma mía?
—Porque Dios no lo quiere todavía.
—Mira: piadosamente las estrellas
Nos envían sus trémulas centellas...
—¡Bien quisiera vestirme toda de ellas!
—Tu amiga, la más tierna, ya se fue.
Los que te aman se van tras ella; ¿qué
Vas a hacer tú tan sola?
—No lo sé.
Obsesión
- Hay un fantasma que siempre viste
Luctuosos paños, y con acento
Cruel de Hamlet a Ofelia triste,
Me dice: ¡Mira, vete a un convento!
Y me horroriza prestarle oídos,
Pues al conjuro de su palabra
Pueblan mi mente descoloridos
Y enjutos frailes de faz macabra;
Y dicen salmos penitenciales
Y se flagelan con cadenillas,
Y los repliegues de sus sayales
Semejan antros de pesadillas...
En vano aquella visión resiste
El alma, loca de sufrimiento;
Los frailes rondan, la voz persiste,
Y como Hamlet a Ofelia triste,
Me dice: ¡Mira, vete a un convento!
¡Oh Cristo!
- Ya no hay un dolor humano que no sea mi dolor;
Ya ningunos ojos lloran, ya ningún alma se angustia
Sin que yo me angustie y llore;
Ya mi corazón es lámpara fiel de todas las vigilias,
¡Oh Cristo!
En vano busco en los hondos escondrijos de mi ser
Para encontrar algún odio: nadie puede herirme ya
Sino de piedad y amor. Todos son yo, yo soy todos,
¡Oh Cristo!
¡Qué importan males o bienes! Para mí todos son bienes.
El rosal no tiene espinas: para mí sólo da rosas.
¿Rosas de pasión? ¡Qué importa! Rosas de celeste esencia,
Purpúreas como la sangre que vertiste por nosotros,
¡Oh Cristo!
¡Oh muerte!
- Muerte, ¡cómo te he deseado!,
¡Con qué fervores te he invocado!,
¡Con qué anhelares he pedido
A tu boca su beso helado!
¡Pero tú, ingrata, no has oído!
¡Vendrás, quizá, con paso quedo
Cuando de partir tenga miedo,
Cuando la tarde me sonría
Y algún ángel, con rostro ledo,
Serene mi melancolía!
Vendrás, quizá, cuando la vida
Me muestre una veta escondida
Y encienda para mí una estrella.
¡Qué importa! Llega, ¡oh Prometida!
¡Siempre has de ser la bien venida,
Pues que me juntarás con Ella!
Oremus
- (Para Bernardo Couto Castillo)
Oremos por las nuevas generaciones,
Abrumadas de tedios y decepciones;
Con ellas en la noche nos hundiremos.
Oremos por los seres desventurados,
De moral impotencia contaminados...
¡Oremos!
Oremos por la turba que a cruel prueba
Sometida, se abate sobre la gleba;
Galeote que agita siempre los remos
En el mar de la vida revuelto y hondo,
Danaide que sustenta tonel sin fondo...
¡Oremos!
Oremos por los místicos, por los neuróticos
Nostálgicos de sombra, de templos góticos
Y de cristos llagados, que con supremos
Desconsuelos recorren su ruta fiera,
Levantando sus cruces como bandera.
¡Oremos!
Oremos por los que odian los ideales,
Por los que van cegando los manantiales
De amor y de esperanza de que bebemos,
Y derrocan al Cristo con saña impía,
Y después lloran, viendo l'ara vacía.
¡Oremos!
Oremos por los sabios, por el enjambre
De artistas exquisitos que mueren de hambre.
¡Ay!, el pan del espíritu les debemos,
Aprendimos por ellos a alzar las frentes,
Y helos pobres, escuálidos, tristes, dolientes...
¡Oremos!
Oremos por las células de donde brotan
Ideas-resplandores, y que se agotan
Prodigando su savia: no las burlemos.
¿Qué fuera de nosotros sin su energía?
Oremos por el siglo, por su agonía
Del Suicidio en las negras fauces...
¡Oremos!
Pasas por el abismo de mis tristezas
- Pasas por el abismo de mis tristezas
Como un rayo de luna sobre los mares,
Ungiendo lo infinito de mis pesares
Con el nardo y la mina de tus ternezas.
Ya tramonta mi vida; la tuya empiezas;
Mas, salvando del tiempo los valladares,
Como un rayo de luna sobre los mares
Pasas por el abismo de mis tristezas.
No más en la tersura de mis cantares
Dejará el desencanto sus asperezas;
Pues Dios, que dio a los cielos sus luminares,
Quiso que atravesaras por mis tristezas
Como un rayo de luna sobre los mares.
Perlas negras V
- ¿Ves el sol, apagando su luz pura
En las ondas del piélago ambarino?
Así hundió sus fulgores mi ventura
Para no renacer en mi camino.
Mira la luna: desgarrando el velo
De las tinieblas, a brillar empieza.
Así se levantó sobre mi cielo
El astro funeral de la tristeza.
¿Ves el faro en la peña carcomida
Que el mar inquieto con su espuma alfombra?
Así radia la fe sobre mi vida,
Solitaria, purísima, escondida:
¡Como el rostro de un ángel en la sombra!
Perlas negras VI
- Rindióme al fin el batallar continuo
De la vida social; en la contienda,
Envidiaba la dicha del beduino
Que mora en libertad bajo su tienda.
Huí del mundo a mi dolor extraño,
Llevaba el corazón triste y enfermo,
Y busqué, como Pablo el Ermitaño,
La inalterable soledad del yermo. Allí moro, allí canto, de la vista
Del hombre huyendo, para el goce muerto,
Y bien puedo decir, como el Bautista:
¡Soy la voz del que clama en el desierto!
Perlas negras VIII
- Al oír tu dulce acento
Me subyuga la emoción,
Y en un mudo arrobamiento
Se arrodilla el pensamiento
Y palpita el corazón
Al oír tu dulce acento.
Canta, virgen, yo lo imploro;
Que tu voz angelical
Semeja el rumor sonoro
De leve lluvia de oro
Sobre campo de cristal.
Canta, virgen, yo lo imploro:
Es de alondra tu garganta,
¡Canta!
¡Qué vagas melancolías
Hay en tu voz! Bien se ve
Que son amargos tus días.
Huyeron las alegrías,
Tu corazón presa fue
De vagas melancolías.
¡Por piedad! ¡No cantes ya,
Que tu voz al alma hiere!
Nuestro amor, ¿en dónde está?
Ya se fue, todo se va
Ya murió, todo se muere
Por piedad, no cantes ya,
Que la pena me avasalla
¡Calla!
Perlas negras XXII
- Sol esplendente de primavera,
A cuyo beso, fresca y lozana,
La flor se yergue, la mariposa
Viola el capullo, la yema estalla;
Sol esplendente de primavera:
¡Yo te aborrezco! porque desgarras
Las brumas leves, que me circundan
Como rizado crespón de plata.
A mí me gustan las tardes grises,
Las melancolías, las heladas,
En que las rosas tiemblan de frío,
En que los cierzos gimiendo pasan,
En que las aves, entre las hojas,
El pico esconden bajo del ala.
A mí me gustan esas penumbras
Indefinibles de la enramada,
A cuyo amparo corren las fuentes,
Surgen los gnomos, las hojas charlan...
Sol esplendente de primavera,
Cede tu gloria, declina, pasa:
Deja las brumas que me rodean
Como rizado crespón de plata.
Bellas mujeres de ardientes ojos,
De vivos labios, de tez rosada,
¡Os aborrezco! Vuestros encantos
Ni me seducen ni me arrebatan.
A mí me gustan las niñas tristes,
A mí me gustan las niñas pálidas,
Las de apacibles ojos obscuros
Donde perenne misterio irradia;
Las de miradas que me acarician
Bajo el alero de las pestañas...
Más que las rosas, amo los lirios
Y las gardenias inmaculadas;
Más que claveles de sangre y fuego,
La sensitiva mi vista encanta...
Bellas mujeres de ardientes ojos,
De vivos labios, de tez rosada:
Pasad en ronda vertiginosa;
Vuestros encantos no me arrebatan...
Himnos vibrantes de las victorias,
Notas triunfales, bélicas marchas,
¡Os aborrezco! porque, al oíros,
Trémulas huyen mis musas blancas.
A mí me gustan las notas leves...
Las notas leves... las notas lánguidas,
Las que parecen suspiros hondos...
Suspiros hondos de almas que pasan...
Chopin: delirio por tus nocturnos;
Beethoven: sueño con tus sonatas:
Weber: adoro tu Pensamiento
Schubert: me arroba tu Serenata.
¡Oh! Cuántas veces, bajo el imperio
De vuestra música apasionada,
Ella me dice: ¿Me quieres mucho?
Y yo respondo: ¡Con toda el alma!
Himnos vibrantes de las victorias,
Notas triunfales, bélicas marchas:
¡Chit! porque huyen al escucharos,
Trémulas todas, mis musas blancas...
Sol esplendente de primavera,
Lindas mujeres de faz rosada,
Himnos triunfales... ¡dejadme a solas
Con mis ensueños y mis nostalgias!
Pálidas brumas que me rodean
Como rizado crespón de plata,
Vagas penumbras, niñas enfermas
De ojos obscuros y tez de nácar,
Notas dolientes: ¡venid, que os amo!
¡Venid, que os amo! ¡Tended las alas!
Perlas negras XXIX
- Yo amaba lo azul con ardimiento:
Las montañas excelsas, los sutiles
Crespones de zafir del firmamento,
El piélago sin fin, cuyo lamento
Arrulló mis ensueños juveniles.
Callaba mi laúd cuando despliega
Cada estrella purísima su broche,
El universo en la quietud navega,
Y la luna, hoz de plata, surge y siega
El haz de espesas sombras de la noche.
Cantaba, si la aurora descorría
En el Oriente sus rosados velos,
Si el aljófar al campo descendía,
Y el sol, urna de oro que se abría,
Inundaba de luz todos los cielos.
Mas hoy amo la noche, la galana,
De dulce majestad, horas tranquilas
Y solemnes, la nubia soberana,
La de espléndida pompa americana:
¡La noche tropical de tus pupilas!
Hoy esquivo del alba los sonrojos,
Su saeta de oro me maltrata,
Y el corazón, sin pena y sin enojos,
Tan sólo ante lo negro de tus ojos
Como el iris del búho se dilata.
¿Qué encanto hubiera semejante al tuyo,
Oh, noche mía? ¡Tu beldad me asombra!
Yo, que esplendores matutinos huyo,
¡Dejo el alma que agite, cual cocuyo,
Sus alas coruscantes en tu sombra!
Si siempre he de sentir esa mirada
Fija en mi rostro, poderosa y tierna,
¡Adiós, por siempre adiós, rubia alborada!
Doncella de la veste sonrosada:
¡Que reine en mi rededor la noche eterna!
¡Oh, noche! Ven a mí llena de encanto;
Mientras con vuelo misterioso avanzas,
Nada más para ti será mi canto,
Y en los brunos repliegues de tu manto,
Su cáliz abrirán mis esperanzas.
Perlas negras XXXIII
- Amiga, mi larario esta vacío:
Desde que el fuego del hogar no arde,
Nuestros dioses huyeron ante el frío;
Hoy preside en sus tronos el hastío
Las nupcias del silencio y de la tarde.
El tiempo destructor no en vano pasa;
Los aleros del patio están en ruinas;
Ya no forman allí su leve casa,
Con paredes convexas de argamasa
Y tapiz del plumón, las golondrinas.
¡Qué silencio el del piano! Su gemido
Ya no vibra en los ámbitos desiertos;
Los nocturnos y scherzos han huido
¡Pobre jaula sin aves! ¡Pobre nido!
¡Misterioso ataúd de trinos muertos!
¡Ah, si vieras tu huerto! Ya no hay rosas,
Ni lirios, ni libélulas de seda,
Ni cocuyos de luz, ni mariposas
Tiemblan las ramas del rosal, medrosas;
El viento sopla, la hojarasca rueda.
Amiga, tu mansión está desierta;
El musgo verdinegro que decora
Los dinteles ruinosos de la puerta,
Parece una inscripción que dice: ¡Muerta!
El cierzo pasa, y suspirando, ¡llora!
Perlas negras XLII
- Yo también, cual los héroes medievales
Que viven con la vida de la fama,
Luché por tres divinos ideales:
¡Por mi Dios, por mi patria y por mi dama!
Hoy que Dios ante mí su faz esconde,
Que la patria me niega su ternura
De madre, y que a mi acento no responde
La voz angelical de la hermosura,
Rendido bajo el peso del destino
Esquivando el combate, siempre rudo,
Heme puesto a la vera del camino,
Resuelto a descansar sobre mi escudo.
Quizá mañana, con afán contrario,
Ajustándome el casco y la loriga,
De nuevo iré tras el combate diario,
Exclamando: ¡Quien me ame, que me siga!
Mas hoy dejadme, aunque a la gloria pese,
Dormir en paz sobre mi escudo roto;
Dejad que en mi redor el ruido cese,
Que la brisa noctívaga me bese
Y el olvido me dé su flor de loto.
Pero te amo
- Yo no sé nada de la vida,
Yo no sé nada del destino,
Yo no sé nada de la muerte;
¡Pero te amo!
Según la buena lógica, tú eres luz extinguida;
Mi devoción es loca, mi culto, desatino,
Y hay una insensatez infinita en quererte;
¡Pero te amo!
Piedad
- ¡No porque está callada
Y ya no te responde, la motejes;
No porque yace helada,
Severa, inmóvil, rígida, la huyas;
No porque está tendida
Y no puede seguirte ya, la dejes;
No porque está perdida
Para siempre jamás, la sustituyas!
Pobrecita mía
- Bien sé que no puedes,
Pobrecita mía,
Venir a buscarme.
¡Si pudieras, vendrías!
Acaso te causan
Dolor mis fatigas,
Mis ansias de verte,
Mis quejas baldías,
Mi tedio implacable,
Mi horror por la vida.
¡No puedes traerme consuelo!
¡Si pudieras, vendrías!
¿Qué honda, qué honda
Debe ser la sima
Donde caen los muertos,
Pobrecita mía!
¡Qué mares sin playas
Qué noche infinita
Qué pozos danaideos,
Qué fieras estigias
Deben separarnos de los que se mueren
Desgajando en dos
Almas una misma,
Para que no puedas venir a buscarme!
Si pudieras, vendrías...
Poetas místicos
- Bardos de frente sombría
Y de perfil desprendido
De alguna vieja medalla;
Los de la gran señoría,
Los de mirar distraído,
Los de la voz que avasalla.
Teólogos graves e intensos,
Vasos de amor desprovistos,
Vasos henchidos de penas;
Los de los ojos inmensos,
Los de las caras de cristos,
Los de las grandes melenas:
Mi musa, la virgen fría
Que vuela en pos del olvido,
Tan sólo embelesos halla
En vuestra gran señoría,
Vuestro mirar distraído
Y vuestra voz que avasalla.
Mi alma que os busca entrevistos
Tras de los leves inciensos,
Bajo las naves serenas,
Ama esas caras de cristos,
Ama esos ojos inmensos
Ama esas grandes melenas.
Por miedo
- La dejé marcharse sola...
Y, sin embargo, tenía
Para evitar mi agonía
La piedad de una pistola.
"¿Por qué no morir? —pensé—.
¿Por qué no librarme desta
Tortura? ¿Ya qué me resta
Despúés que ella se me fue?"
Pero el resabio cristiano
Me insinuó con voces graves:
"¡Pobre necio, tú que sabes!"
Y paralizó mi mano.
Tuve miedo... es la verdad;
Miedo, sí, de ya no verla,
Miedo inmenso de perderla
Por toda una eternidad.
Y preferí, no vivir,
Que no es vida la presente,
Sino acabar lentamente,
Lentamente, de morir.
Predestinación
- Grabó sobre mi faz descolorida
Su Mane Thecel Phares el Dios fuerte,
Y me agobian dos penas sin medida:
Un disgusto infinito de la vida,
Y un temor infinito de la muerte.
¿Ves cómo tiendo en rededor los ojos?
¡Ay, busco abrigo con esfuerzos vanos...!
¡En medio de mi ruta, sólo abrojos!
¡Al final de mi ruta, sólo arcanos!
¿Qué hacer cuando la vida me repela
Si la pálida muerte me acobarda?
Digo a la vida: ¡sé piadosa, vuela...!
Digo a la muerte: ¡sé piadosa, tarda...!
¡Estaba escrito así! No más te afanes
Por borrar de mi faz el torvo estigma;
Impelenme furiosos huracanes,
Y voy, entre los brazos de Abrimanes,
A las fauces hambrientas del Enigma.
Puella mea
- Muchachita mía,
Gloria y ufanía
De mi atardecer,
Yo sólo tenía
La santa alegría
De mi poesía
Y de tu querer.
¿Por qué te partiste?
¿Por qué te me fuiste?
Mira que estoy triste,
Triste, triste, triste,
Con tristeza tal
Que mi cara mustia
Deja ver mi angustia
Como si fuera de cristal.
Muchachita mía,
¡Qué sola, qué fría
Te fuiste aquel día!
¿En qué estrella estás?
¿En qué espacio vuelas?
¿En qué mar rielas?
¿Cuándo volverás?
—¡Nunca, nunca más.
Qué bien están los muertos
- ¡Qué bien están los muertos,
Ya sin calor ni frío,
Ya sin tedio ni hastío!
Por la tierra cubiertos,
En su caja extendidos,
Blandamente dormidos...
¡Qué bien están los muertos
Con las manos cruzadas,
Con las bocas cerradas!
¡Con los ojos abiertos,
Para ver el arcano
Que yo persigo en vano!
¡Qué bien estás, mi amor,
Ya por siempre exceptuada
De la vejez odiada,
Del verdugo dolor...
Inmortalmente joven,
Dejando que te troven
Su trova cotidiana
Los pájaros poetas
Que moran en las quietas
Tumbas, y en la mañana,
Donde la Muerte anida,
Saludan a la vida!
Qué importa
- ¡Qué importa que no sepas cómo te sigo amando
Más allá del sepulcro, si lo sé yo con creces!
¡Qué importa que no escuches cómo estoy sollozando
Si escucho mi sollozo yo, que soy tú dos veces!
Qué más me da
- ¡Con ella, todo; sin ella, nada!
Para qué viajes,
Cielos, paisajes,
¡Qué importan soles en la jornada!
Qué más me da
La ciudad loca, la mar rizada,
El valle plácido, la cima helada,
¡Si ya conmigo mi amor no está!
Que más me da...
Venecias, Romas, Vienas, Parises:
Bellos sin duda; pero copiados
En sus celestes pupilas grises,
¡En sus divinos ojos rasgados!
Venecias, Romas, Vienas, Parises,
Qué más me da
Vuestra balumba febril y vana,
Si de mi brazo no va mi Ana,
¡Si ya conmigo mi amor no está!
Qué más me da...
Un rinconcito que en cualquier parte me
Preste abrigo;
Un apartado refugio amigo
Donde pensar;
Un libro austero que me conforte;
Una esperanza que sea norte
De mi penar,
Y un apacible morir sereno,
Mientras más pronto más dulce y bueno:
¡Qué mejor cosa puedo anhelar!
Quedamente
- Me la trajo quedo, muy quedo, el Destino,
Y un día, en silencio me la arrebató;
Llegó sonriendo; se fue sonriente;
Quedamente vino;
Vivió quedamente;
¡Queda... quedamente desapareció!
Quién sabe por qué
- Perdí tu presencia,
Pero la hallaré;
Pues oculta ciencia
Dice a mi conciencia
Que en otra existencia
Te recobraré.
Tú fuiste en mi senda
La única prenda
Que nunca busqué;
Llegaste a mi tienda
Con tu noble ofrenda,
¡Quién sabe por qué!
¡Ay!, por cuánta y cuánta
Quimera he anhelado
Que jamás logré...
Y en cambio, a ti, santa,
Dulce bien amado,
Te encontré a mi lado,
¡Quién sabe por qué!
Viniste, me amaste;
Diez años me amaste;
Diez años llenaste
Mi vida de fe,
De luz y de aroma;
En mi alma arrullaste
Como una paloma,
¡Quién sabe por qué!
Y un día te fuiste:
¡Ay triste!, ¡ay triste!;
Pero te hallaré;
Pues oculta ciencia
Dice a mi conciencia
Que en otra existencia
Te recobraré.
Regnum tuum
- Fuera, sonrisas y saludos,
Vals, esnobismo de los clubs,
Mundanidad oropelesca.
Pero al volver a casa, tú.
En el balcón, en la penumbra,
Vueltos a los ojos al azul,
Te voy buscando en cada estrella
Del misterioso cielo augur.
¿Desde qué mundo me contemplas?
¿De qué callada excelsitud
Baja tu espíritu a besarme?
¿Cuál el astro cuya luz
Viene a traerme tus miradas?
¡Oh qué divina es la virtud
Con que la noche penetra
Bajo su maternal capuz!
Hasta mañana, salas frívolas,
Trajín, ruidos, inquietud,
Mundanidad oropelesca,
Poligononales fracs, abur.
Y tú, mi muerta, ¡buenas noches!
¿Cómo te va? ¿Me amas aún?
Vuelvo al encanto misterioso,
A la inefable beatitud
De tus lejanos besos místicos.
¡Aquí no reinas más que tú!
Renunciación
- ¡Oh, Siddharta Gautama!, tú tenías razón:
Las angustias nos vienen del deseo; el edén
Consiste en no anhelar, en la renunciación
Completa, irrevocable, de toda posesión;
Quien no desea nada, dondequiera está bien.
El deseo es un vaso de infinita amargura,
Un pulpo de tentáculos insaciables, que al par
Que se cortan, renacen para nuestra tortura.
El deseo es el padre del esplín, de la hartura,
¡Y hay en él más perfidias que en las olas del mar!
Quien bebe como el Cínico el agua con la mano,
Quien de volver la espalda al dinero es capaz,
Quien ama sobre todas las cosas al Arcano,
¡Ése es el victorioso, el fuerte, el soberano...
Y no hay paz comparable con su perenne paz!
Reparación
- ¡En esta vida no la supe amar!
Dame otra vida para reparar,
¡Oh Dios!, mis omisiones,
Para amarla con tantos corazones
Como tuve en mis cuerpos anteriores;
Para colmar de flores,
De risas y de gloria sus instantes;
Para cuajar su pecho de diamantes
Y en la red de sus labios dejar presos
Los enjambres de besos
Que no le di en las horas ya perdidas...
Si es cierto que vivimos muchas vidas
(Conforme a la creencia
Teosófica), Señor, otra existencia
De limosna te pido
Para quererla más que la he querido,
Para que en ella nuestras almas sean
Tan una, que las gentes que nos vean
En éxtasis perenne ir hacia Dios
Digan: "¡Como se quieren esos dos!"
A la vez que nosotros murmuramos
Con un instinto lúcido y profundo
(Mientras que nos besamos
Como locos): "¡Quizá ya nos amamos
Con este mismo amor en otro mundo!"
Réquiem
- Oh Señor, Dios de los ejércitos,
Eterno Padre, eterno Rey,
Por este mundo que creaste
Con la virtud de tu poder;
Porque dijiste: la luz sea,
Y a tu palabra la luz fue;
Porque coexistes con el Verbo,
Porque contigo el Verbo es
Desde los siglos de los siglos
Y sin mañana y sin ayer,
¡Requiem aeternam dona eis, Domine,
El lux perpetua luceat eis!
Oh Jesucristo, por el frío
De tu pesebre de Belén,
Por tus angustias en el huerto,
Por el vinagre y por la hiel,
Por las espinas y las varas
Con que tus carnes desgarré,
Y por la cruz en que borraste
Todas las culpas de Israel;
Hijo del hombre, desolado,
Trágico Dios, tremendo juez:
¡Requiem aeternam dona eis, Domine,
El lux perpetua luceat eis!
Divino Espíritu, Paráclito,
Aspiración del gran Iavéh,
Que unes al Padre con el Hijo,
Y siendo El Uno sois los Tres;
Por la paloma de alas níveas,
Por la inviolada doncellez
De aquella Virgen que en su vientre
Llevó al Mesías Emmanuel;
Por las ardientes lenguas rojas
Con que inspiraste ciencia y fe
A los discípulos amados
De Jesucristo, nuestro bien:
¡Requiem aeternam dona eis, Domine,
El lux perpetua luceat eis!
Restitución
- ¿Encontrará la ciencia las almas de los muertos
Un día, y a la angustia y el llanto que los van
Buscando, del Enigma por los limbos inciertos,
Responderá la boca del abismo: "Aquí están"?
¿Descubriremos ondas etéreas que transmitan
A los desaparecidos la voz de nuestro amor,
Y habrá para lo que ellos decirnos necesitan
Algún maravilloso y oculto receptor?
¡Oh milagro, tu sola perspectiva nos pasma!
Pero, ¿qué hay imposible para la voluntad
Del hombre, que a su antojo tenaz todo lo plasma?
¡Ante el imperativo del genio, mi fantasma
Tendrás que devolverme por fuerza, Eternidad!
Ródeuse
- Si te toman pensativa los desastres de las hojas
Que revuelan crepitando por el amplio bulevar;
Si los cierzos te insinúan no sé qué vagas congojas
Y nostalgias imprecisas y deseos de llorar;
Si el latido luminoso de los astros te da frío;
Si incurablemente triste ves al Sena resbalar,
Y el reflejo de los focos escarlatas sobre el río
Se te antoja que es la estela de algún trágico navío
Donde llevan los ahogados de la Morgue a sepultar;
¡Pobrecita! Ven conmigo: deja ya las puentes yermas.
Hay un alma en estas noches a las tísicas hostil,
Y un vampiro disfrazado de galón que busca enfermas,
Que corteja a las que tosen y que, a poco que te duermas,
Chupará con trompa inmunda tus pezones de marfil.
Ruptura tardía
- Ya no más en las noches, en las noches glaciales
Que agitaban los rizos de azabache en tu nuca,
Soñaremos unidos en los viejos sitiales;
Ya no más en las tardes frías, quietas y grises,
Pediremos mercedes a la Virgen caduca,
La de manto de plata salpicado de lises.
¡Ay!, es fuerza que ocultes ese rostro marmóreo:
Vida y luz, en un claustro de penumbras austeras
Donde pesa en las almas todo el hielo hiperbóreo.
Nos amábamos mucho; mas tu amor me perdía;
¡Nos queríamos tanto...! Mas así me perdieras,
Y rompimos el lazo que al placer nos unía.
¡Es preciso! Muramos a las dichas humanas;
¡Seguiré mi camino, muy penoso y muy tardo,
Sin besar tus pupilas, tus pupilas arcanas!
Plegue a Dios cuando menos que algún día, señora,
Muerto ya, te visite, como Pedro Abelardo
Visitó, ya cadáver, a Eloísa la Priora.
Seis meses
- ¡Seis meses ya de muerta! Y en vano he pretendido
Un beso, una palabra, un hálito, un sonido...
Y, a pesar de mi fe, cada día evidencio
Que detrás de la tumba ya no hay más que silencio...
Si yo me hubiese muerto, ¡qué mar, qué cataclismos,
Qué vórtices, qué nieblas, qué cimas ni qué abismos
Burlaran mi deseo febril y omnipotente
De venir por las noches a besarte en la frente,
De bajar, con la luz de un astro zahorí,
A decirte al oído: "¡No te olvides de mí!"
Y tú, que me querías tal vez más que te amé,
Callas inexorable, de suerte que no sé
Sino dudar de todo, del alma, del destino,
¡Y ponerme a llorar en medio del camino!
Pues con desolación infinita evidencio
Que detrás de la tumba ya no hay más que silencio...
Señuelo
- La muerte nada quiere con los tristes.
Subrepticia y astuta,
Aguarda a que riamos
Para abrirnos la tumba
Y, con su dedo trágico, de pronto
Señalarnos la húmeda
Oquedad, y empujarnos brutalmente
Hacia su infecta hondura.
Mas yo tengo tal gana de que venga,
Que voy a ser feliz para que acuda,
Para que sea mi reír señuelo,
Y ella caiga en la trampa de venturas
Ruidosas, que en el fondo son tristezas...
¿La engañaré? ¡Quizá, si tú me ayudas
Desde la eternidad, oh inmarcesible
Amada, oh novia única,
Cuyos besos de sombra
He de reconquistar, pese a la Enjuta
Que te mató a mansalva hace once meses,
Dejando a un infeliz por siempre a obscuras!
Si tú me dices ven
- Si tú me dices ven, lo dejo todo
No volveré siquiera la mirada
Para mirar a la mujer amada
Pero dímelo fuerte, de tal modo
Que tu voz como toque de llamada,
Vibre hasta el más íntimo recodo del ser,
Levante el alma de su lodo
Y hiera el corazón como una espada.
Si tú me dices ven, todo lo dejo
Llegaré a tu santuario casi viejo,
Y al fulgor de la luz crepuscular,
Mas he de compensarte mi retardo,
Difundiéndome, ¡oh Cristo!, como un nardo
De perfume sutil, ante tu altar.
Si una espina me hiere
- Si una espina me hiere, me aparto de la espina,
¡Pero no la aborrezco! Cuando la mezquindad
Envidiosa en mí clava los dardos de su inquina,
Esquívase en silencio mi planta, y se encamina hacia más puro
Ambiente de amor y caridad.
¿Rencores? ¡De qué sirven! ¿Qué logran los rencores?
Ni restañan heridas, ni corrigen el mal.
Mi rosal tiene apenas tiempo para dar flores,
Y no prodiga savias en pinchos punzadores:
Si pasa mi enemigo cerca de mi rosal,
Se llevará las rosas de más sutil esencia;
Y, si notare en ellas algún rojo vivaz,
Será el de aquella sangre que su malevolencia
De ayer vertió, al herirme con encono y violencia,
Y que el rosal devuelve, trocado en flor de paz.
Sin rumbo
- Por diez años su diáfana existencia fue mía.
Diez años en mi mano su mano se apoyó,
¡Y en sólo unos instantes se me puso tan fría,
Que por siempre mis besos congeló!
¡A dónde iréis ahora, pobre nidada loca
De mis huérfanos besos, si sus labios están
Cerrados, si hay un sello glacial sobre su boca,
Si su frente divina se heló bajo su toca,
Si sus ojos ya nunca se abrirán!
Sólo tú
- Cuando lloro con todos los que lloran,
Cuando ayudo a los tristes con su cruz,
Cuando parto mi pan con los que imploran,
Eres tú quien me inspira, sólo tú,
Cuando marcho sin brújula ni tino,
Perdiendo de mis alas el albor
En tantos barrizales del camino,
Soy yo el culpable, solamente yo.
Cuando miro al que sufre como hermano;
Cuando elevo mi espíritu al azul;
Cuando me acuerdo de que soy cristiano,
Eres tú quien me inspira, sólo tú.
Pobres a quienes haya socorrido,
Almas obscuras a las que di luz:
¡No me lo agradezcáis, que yo no he sido!
Fuiste tú, muerta mía, fuiste tú...
Soneto
- ¡Qué son diez años para la vida de una estrella!
Mas para el triste amante que encontró la mitad
De su alma en el camino, y se enamoró della,
Diez años de connubio son una eternidad.
Diez años, cuatro meses y siete días quiso
El Arcano, que encauza las vidas paralelas,
Juntarnos no en meloso y estulto paraíso,
Sino en la comunión de las almas gemelas.
Conducidos marchamos
Por un amor experto;
Del brazo siempre fuimos,
Y tal nos adoramos,
Que... ¡no sé quién ha muerto,
O si los dos morimos!
Sosiego
- Más allá de la impaciencia
De los mares enojados la tranquila
Indiferencia de los limbos irisados
Y la plácida existencia
De los monstruos no soñados...
Más allá de la violencia
De ciclones y tornados,
La inmutable transparencia
De los cielos estrellados...
Más allá del río insano
De la vida, del bullir
Pasional, el Océano
Pacífico del morir,
Con su gris onda severa,
Con su inmensa espalda inerte
Que no azota volandera
Brisa alguna...
¡Y mi galera
De ébano y plata, se advierte
Sola, en el mar sin ribera
De la Muerte!
Su trenza
- Bien venga, cuando viniere,
La Muerte: su helada mano
Bendeciré si hiere...
He de morir como muere
Un caballero cristiano.
Humilde, sin murmurar,
¡Oh Muerte!, me he de inclinar
Cuando tu golpe me venza;
¡Pero déjame besar,
Mientras expiro, su trenza!
¡La trenza que le corté
Y que piadoso guardé
(Impregnada todavía
Del sudor de su agonía)
La tarde en que se me fue!
Su noble trenza de oro:
Amuleto ante quien oro,
Ídolo de locas preces,
Empapado por mi lloro
Tantas veces... tantas veces...
Deja que, muriendo, pueda
Acariciar esa seda
En que vive aún su olor:
¡Es todo lo que me queda
De aquel infinito amor!
Cristo me ha de perdonar
Mi locura, al recordar
Otra trenza, en nardo llena,
Con que se dejó enjugar
Los pies por la Magdalena...
Tal vez
- Tal vez ya no le importa mi gemido
En el indiferente edén callado
En que el espíritu desencarnado
Vive como dormido...
Tal vez ni sabe ya cómo he llorado
Ni cómo he padecido.
En profundo quietismo,
Su alma, que antes me amara de tal modo,
Se desliza glacial por ese abismo
Del eterno mutismo,
Olvidada de sí, de mí, de todo...
Tanatofilia
- ¡Oh muerte, en otros días, que recordar no puedo
Sin emoción profunda, te tenía yo miedo!
En medio de la noche, incapaz de dormir,
Clamaba congojado: "Yo tengo que morir...
¡Yo tengo que morir irremisiblemente!"
Y sudores glaciales empapaban mi frente.
¿A quién tender la mano ni de quién esperar?
Estaba solo, solo de la vida en el mar...
Tenía un formidable aislador: la pobreza,
Y ningún seno de hembra brindaba a mi cabeza
Febril una almohada.
Estaba solo, solo; ¿de quién esperar nada?
Mas pasaron los años, y un día, una chiquilla
Bondadosa me quiso. ¡Era noble, sencilla;
La fortuna la había tratado con rigor:
Nos unimos... y, juntos, nos hallamos mejor!
Entonces, si la muerte volvía , con su quedo
Andar, yo le tenía ya mucho menos miedo.
Buscaba, despertando, la diestra tan leal
De mi amiga, y con ímpetu resuelto, fraternal,
La estrechaba, pensando: "¡Con ella nada temo!
Con tal de marchar juntos, ¿qué importan tu supremo
Horror y tus supremos abismos, oh, callada
Eternidad? Con ella no temo nada, nada.
¿El infierno? —¡El infierno será donde ella falte!
¿Y el cielo? —Pues donde ella se encuentre... Que me exalte
O me deprima tanto como quiera mi estrella:
¿Qué importa, si desciendo y asciendo yo con ella?
¿Que más me dan las hondas negruras del Arcano,
Si voy por los abismos cogido de su mano?"
¡Pero tanta ventura enojó no sé a quién
En las tinieblas, y una hoz me segó mi bien!
Una garra de sombra solapando su dolo,
Me la mató... ¡y entonces me volví a quedar solo!
Solo, pero con una soledad más terrible
Que antes.
Sollozando, buscaba a la Invisible
Y pedía piedad a lo desconocido;
Abriendo bien los ojos y aguzando el oído,
En un mutismo trágico, pretendía escuchar
Siquiera una palabra que me hiciese esperar...
Mas no plugo a la Esfinge responder a mi grito,
Y ante el inexorable callar del Infinito
(Tal vez indiferente, tal vez hosco y fatal)
Escondí en lo más hondo del corazón mi mal,
Y apático y ayuno de deseo y de amor,
Entré resueltamente dentro de mi Dolor
Como dentro de una gran torre silenciosa...
Mis pobres rimas fieles me decían: "Reposa,
Y luego, con nosotras, canta el mal que sufriste;
Ven, duerme en nuestro dulce regazo, no estés triste.
¡Aún hay muchas cosas que cantar... cobra fe!"
Y yo les respondía: "¡Para qué! ¡Para qué!..."
Mas ellas insistían; en mi redor volaban,
Y como eran las únicas que no me abandonaban,
Acabé por oírlas...
Un libro, gota a gota,
Se rezumó, con lágrimas y sangre, de la rota
Entraña; un haz de rimas brotó para el Lucero
Inaccesible, un libro de tal suerte sincero,
Tan íntimo, tan hondo, que si desde su fría
Quietud ella lo viese... me lo agradecería.
Después de haber escrito, quede más resignado,
Como si en su fiel ánfora hubiese yo vaciado
Todo lo crespo y turbio de mi dolor presente,
Dejando en la alma sólo la linfa transparente,
El caudal cristalino, diáfano, de mi pena,
Profundo cual la noche, cual la noche serena.
Y aquel fantasma negro, que miraba temblando
Yo antes, blandamente se fue transfigurando...
En la pálida faz del espectro, indecisa
Como un albor naciente, brotaba una sonrisa;
Brotaba una sonrisa tan cordial, de tal suerte
Hospitalaria, que me pareció la Muerte
Más madre que las madres; su boca, ayer horrible,
Más que todas las bocas de hembra apetecible;
Sus brazos, más seguros que todos los regazos...
¡Y acabé por echarme, como un niño, en sus brazos!
Hoy, ella es la divina barquera en quien me fío;
Con ella, nada temo; con ella, nada ansío.
En su gran barca de ébano, llena de majestad,
Me embarcaré tranquilo para la Eternidad.
Tanto amor
- Hay tanto amor en mi alma que no queda
Ni el rincón más estrecho para el odio.
¿Dónde quieres que ponga los rencores
Que tus vilezas engendrar podrían?
Impasible no soy: todo lo siento,
Lo sufro todo... Pero como el niño
A quien hacen llorar, en cuanto mira
Un juguete delante de sus ojos
Se consuela, sonríe,
Y las ávidas manos
Tiende hacia él sin recordar la pena,
Así yo, ante el divino panorama
De mi idea, ante lo inenarrable
De mi amor infinito,
No siento ni el maligno alfilerazo
Ni la cruel afilada
Ironía, ni escucho la sarcástica
Risa. Todo lo olvido,
Porque soy sólo corazón, soy ojos
No más, para asomarme a la ventana
Y ver pasar el inefable Ensueño,
Vestido de violeta,
Y con toda la luz de la mañana,
De sus ojos divinos en la quieta
Limpidez de la fontana...
Todo inútil
- Inútil es tu gemido:
No la mueve tu dolor.
La muerte cerró su oído
A todo vano rumor.
En balde tu boca loca,
La suya quiere buscar:
Dios ha sellado su boca:
¡Ya no te puede besar!
Nunca volverás a ver
Sus amorosas pupilas
En tus veladas arder
Como lámparas tranquilas.
Ya sus miradas tan bellas
En ti no se posarán:
Dios puso la noche en ellas
Y llenas de noche están...
Las manos inmaculadas
Le cruzaste en su ataúd,
Y estarán siempre cruzadas:
¡Ya es eterna su actitud!
Al noble corazón tierno
Que sólo por ti latió,
Como a pájaro en invierno
La noche lo congeló.
—¿Y su alma? ¿Por qué no viene?
¡Fue tan mía...! ¿Dónde está?
—Dios la tiene, Dios la tiene:
¡Él te la devolverá
Quizá!
Tres meses
- Mi amada se fue a la Muerte,
Partió al Misterio mi amada;
Se fue una tarde de invierno;
Iba pálida, muy pálida.
Ella que, por su color,
Gloriosamente rosada,
Parecía un ser translúcido
Iluminado por llama
Interna...
¡Qué lividez
Aquella, la de mi Ana,
Y qué frialdad! ¡Si tenía
Hasta las trenzas heladas!
¡Se fue a la Muerte, que es
Nuestra Madre, nuestra Patria
Y nuestra sola heredad
Tras este valle de lágrimas!
Hoy hace tres meses justos
Que se la llevaron trágicamente
Inmóvil, y recuerdo
Con qué expresión desolada
Se plañía entre los árboles
El viento del Guadarrama.
¡Tres meses de viaje! ¡Nunca
Fue nuestra ausencia tan larga!
Noventa días sin verla,
Y sin una sola carta...
Abismo de los abismos,
Distancias de las distancias,
Hondura de las honduras,
Muralla de las murallas,
¿Dónde tienes a mi muerta?
¡Dámela! ¡Dámela! ¡Dámela!
¡En vano en la noche lóbrega
Suena y resuena la aldaba
Con que llamo a la gran puerta
Del castillo que se alza
En la cima misteriosa
De la fúnebre montaña!
Cierto, detrás de esa hostil
Fortaleza, alguien se halla...
Se adivina no sé qué,
Un confuso rumor de almas...
De fijo nos oyen, pero
Nadie nos responde nada,
Y resuena solamente,
Con vibraciones metálicas,
En los ámbitos inmensos
El golpazo de la aldaba.
Hoy hace tres meses justos
Que se la llevaron, trágicamente
Inmóvil, y recuerdo
Con qué expresión desolada
Se plañía entre los árboles
El viento del Guadarrama;
Y recuerdo también que
Al cruzar por las barriadas
De Madrid me sollozó
Una tétrica gitana:
"Señorito, una limosna
Por la difunta de su arma!"
Una flor en el camino
- La muerta resucita cuando a tu amor me asomo,
La encuentro en tus miradas inmensas y tranquilas,
Y en toda tú... Sois ambas tan parecidas como
Tu rostro, que dos veces se copia en mis pupilas.
Es cierto: aquélla amaba la noche radiosa,
Y tú siempre en las albas tu ensueño complaciste.
(Por eso era más lirio, por eso eres más rosa).
Es cierto, aquélla hablaba; tú vives silenciosa,
Y aquélla era más pálida; pero tú eres más triste...
Unidad
- No, madre, no te olvido;
Mas apenas ayer ella se ha ido,
Y es natural que mi dolor presente
Cubra tu dulce imagen en mi mente
Con la imagen del otro bien perdido.
Ya juntas viviréis en mi memoria
Como oriente y ocaso de mi historia,
Como principio y fin de mi sendero,
Como nido y sepulcro de mi gloria;
¡Pues contigo nací, con ella muero!
Ya viviréis las dos en mis amores
Sin jamás separaros;
Pues, como en un matiz hay dos colores
Y en un tallo dos flores,
¡En una misma pena he de juntaros!
Uno con Él
- Eres uno con Dios, porque le amas,
Tu pequeñez qué importa, y tu miseria;
Eres uno con Dios, porque le amas.
Le buscaste en los libros,
Le buscaste en los templos,
Le buscaste en los astros,
Y un día el corazón te dijo, trémulo:
"Aquí está", y desde entonces ya sois uno,
Ya sois uno los dos, porque le amas.
No podrán separaros
Ni el placer de la vida
Ni el dolor de la muerte.
En el placer has de mirar su rostro,
En el valor has de mirar su rostro
En vida y muerte has de mirar su rostro.
"¡Dios!" dirás en los besos,
Dirás "Dios" en los cantos,
Dirás "Dios" en los ayes.
Y comprendiendo al fin que es ilusorio
Todo pecado (como toda vida),
Y que nada de Él puede separarte,
Uno con Dios te sentirás por siempre:
Uno solo con Dios porque le amas.
Via, veritas et vita
- Ver en todas las cosas
Del Espíritu incógnito las huellas;
Contemplar
Sin cesar,
En las diáfanas noches misteriosas,
La santa desnudez de las estrellas
¡Esperar!
¡Esperar!
¿Qué? ¡Quién sabe! Tal vez una futura
Y no soñada paz serena y fuerte,
Correr esa aventura
Sublime y portentosa de la muerte.
Mientras, amarlo todo y no amar nada,
Sonreír cuando hay sol y cuando hay brumas;
Cuidar de que en la áspera jornada
No se atrofien las alas, ni oleada
De cieno vil ensucie nuestras plumas.
Alma: tal es la orientación mejor,
Tal es el instintivo derrotero
Que nos muestra un lucero
Interior.
Aunque nada sepamos del destino,
La noche a no temerlo nos convida.
Su alfabeto de luz, claro y divino,
Nos dice: "Ven a mí: soy el Camino,
La Verdad y la Vida".
Viejo estribillo
- ¿Quién es esa sirena de la voz tan doliente,
De las carnes tan blancas, de la trenza tan bruna?
-Es un rayo de luna que se baña en la fuente,
Es un rayo de luna.
¿Quién, gritando mi nombre, la morada recorre?
¿Quién me llama en las noches con tan trémulo acento?
-Es un soplo de viento que solloza en la torre,
Es un soplo de viento.
Di, ¿quién eres, arcángel cuyas alas se abrasan
En el fuego divino de la tarde y que subes
Por la gloria del éter? -Son las nubes que pasan;
Mira bien, son las nubes.
¿Quién regó sus collares en el agua, Dios mío?
Lluvia son de diamantes en azul terciopelo
-Es la imagen del cielo que palpita en el río,
Es la imagen del cielo.
¡Oh Señor! La belleza sólo es, pues, espejismo;
Nada más Tú eres cierto: ¡Se Tú mi último dueño!
¿Dónde hallarte, en el éter, en la tierra, en mí mismo?
-Un poquito de ensueño te guiará en cada abismo,
Un poquito de ensueño.
Y el Buda de basalto sonreía
- Aquella tarde, en la Alameda, loca
De amor, la dulce idolatrada mía
Me ofreció la eglantina de su boca.
Y el Buda de basalto sonreía...
Otro vino después, y sus hechizos
Me robó; dile cita, y en la umbría
Nos trocamos epístolas y rizos.
Y el Buda de basalto sonreía...
Hoy hace un año del amor perdido.
Al sitio vuelvo y, como estoy rendido
Tras largo caminar, trepo a lo alto
Del zócalo en que el símbolo reposa.
Derrotado y sangriento muere el día,
Y en los brazos del Buda de basalto
Me sorprende la luna misteriosa.
Y el Buda de basalto sonreía...
Ya todo es imposible
- ¡Dios no ha de devolvértela porque llores!
Mientras tú vas y vienes por la casa
Vacía; mientras gimes,
La pobre está pudriéndose en su agujero.
¡Ya todo es imposible!
Así llenaras veinte lacrimatorias
Con la sal de tus ojos; así suspires
Hasta luchar en ímpetu
Con el viento que pasa, destrozando
Las flores de tus jardines;
Así solloces hasta herir la entraña
De la noche sublime,
Nada obtendrás: la Muerte no devuelve
Sino cenizas a los tristes...
La pobre está pudriéndose en su agujero,
¡Ya todo es imposible!
Dios lo ha querido... Inclina la cabeza,
Humíllate, humíllate
Y aguarda, recogido, en las tinieblas,
¡El beso de la Esfinge!
Yo vengo de un brumoso país lejano
- Yo vengo de un brumoso país lejano
Regido por un viejo monarca triste
Mi numen sólo busca lo que es arcano,
Mi numen sólo adora lo que no existe;
Tú lloras por un sueño que está lejano,
Tú aguardas un cariño que ya no existe,
Se pierden tus pupilas en el arcano
Como dos alas negras, y estás muy triste.
Eres mía: nacimos de un mismo arcano
Y vamos, desdeñosos de cuanto existe,
En pos de ese brumoso país lejano,
Regido por un viejo monarca triste.