Juan Bautista Aguirre

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    Información biográfica

  1. A una dama imaginaria
  2. A una rosa
  3. A unos ojos hermosos
  4. Carta a Lizardo
  5. Décimas a Guayaquil
  6. Soneto moral


Información biográfica
    Nombre: Juan Bautista Aguirre
    Lugar y fecha nacimiento: Daule, Ecuador, 11 de abril de 1725
    Lugar y fecha defunción: Tívoli, Italia, 15 de junio de 1786 (61 años)
    Nacionalidad: Ecuatoriana
    Ocupación: Sacerdote, escritor, poeta
Es considerado uno de los precursores de la poesía hispanoamericana y ecuatoriana.

Fuente: [Juan Bautista Aguirre] en Wikipedia.org

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    A una dama imaginaria
      Qué linda cara que tienes,
      Válgate Dios por muchacha,
      Que si te miro, me rindes
      Y si me miras, me matas.

      Esos tus hermosos ojos
      Son en ti, divina ingrata,
      Arpones cuando los flechas,
      Puñales cuando los clavas.

      Esa tu boca traviesa,
      Brinda entre coral y nácar,
      Un veneno que da vida
      Y una dulzura que mata.

      En ella las gracias viven;
      Novedad privilegiada,
      Que haya en tu boca hermosura
      Sin que haya en ella desgracia.

      Primores y agrados hay
      En tu talle y en tu cara
      Todo tu cuerpo es aliento,
      Y todo tu aliento es alma.

      El licencioso cabello
      Airosamente declara,
      Que hay en lo negro hermosura,
      Y en lo desairado hay gala.

      Arco de amor son tus cejas,
      De cuyas flechas tiranas,
      Ni quien se defiende es cuerdo,
      Ni dichoso quien se escapa.

      ¡Qué desdeñosa te burlas!
      ¡Y qué traidora te ufanas,
      A tantas fatigas firme,
      Y a tantas finezas falsa!

      ¡Qué mal imitas al cielo
      Pródigo contigo en gracias,
      Pues no sabes hacer una
      Cuando sabes tener tantas!
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    A una rosa
      En catre de esmeraldas nace altiva
      La bella rosa, vanidad de Flora,
      Y cuanto en perlas le bebió a la aurora
      Cobra en rubíes del sol la luz altiva.

      De nacarado incendio es llama viva
      Que al prado ilustra en fe de que la adora;
      La luz la enciende, el sol sus hojas dora
      Con bello nácar de que al fin la priva.

      Rosas, escarmentad: no presurosas
      Anheléis a este ardor, que si autoriza,
      Aniquila también el sol, ¡oh rosas!

      Naced y vivid lentas; no en la prisa
      Os confundáis, floridas mariposas,
      Que es anhelar arder, buscar ceniza.

      II

      De púrpura vestida ha madrugado
      Con presunción de sol la rosa bella,
      Siendo sólo una luz, purpúrea huella
      Del matutino pie de astro nevado.

      Más y más se enrojece con cuidado
      De brillar más que la encendió su estrella,
      Y esto la eclipsa, sin ser ya centella
      Que golfo de la luz inundó al prado.

      ¿No te bastaba, oh rosa, tu hermosura?
      Pague eclipsada, pues, tu gentileza
      El mendigarle al sol la llama pura;

      Y escarmienta la humana en tu belleza,
      Que si el nativo resplandor se apura,
      La que luz deslumbró para en pavesa.
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    A unos ojos hermosos
      Ojos cuyas niñas bellas
      Esmaltan mil arreboles,
      Muchos sois para ser soles,
      Pocos para ser estrellas.

      No sois sol, aunque abrasáis
      Al que por veros se encumbra,
      Que el sol todo el mundo alumbra
      Y vosotros le cegáis.

      No estrellas, aunque serena
      Luz mostráis en tanta copia,
      Que en vosotros hay luz propia
      Y en las estrellas, ajena.

      No sois lunas a mi ver,
      Que belleza tan sin par
      Ni es posible en sí menguar,
      Ni de otras luces crecer.

      No sois ricos donde estáis,
      Ni pobres donde yo os canto;
      Pobres no, pues podéis tanto,
      Ricos no, pues que robáis.

      No sois muerte, rigorosos,
      Ni vida cuando alegráis;
      Vida no, pues que matáis,
      Muerte no, que sois hermosos.

      No sois fuego, aunque os adula
      La bella luz que gozáis,
      Pues con rayos no abrasáis
      A la nieve que os circula.

      No sois agua, ojos traidores,
      Que me robáis el sosiego,
      Pues nunca apagáis mi fuego
      Y me causáis siempre ardores.

      No sois cielos, ojos raros,
      Ni infierno de desconsuelos,
      Pues sois negros para cielos
      Y para infierno sois claros.

      Y aunque ángeles parecéis,
      No merecéis tales nombres,
      Que ellos guardan a los hombres
      Y vosotros los perdéis.

      No sois diablos, aunque andáis
      Dando pena a los que vieron,
      Que ellos del cielo cayeron,
      Vosotros en él estáis.

      No sois dioses, aunque os deben
      Adoración mil dichosos,
      Pues en nada sois piadosos
      Ni justos ruegos os mueven.

      Y en haceros de este modo
      Naturaleza echó el resto,
      Que, no siendo nada de esto,
      Parece que lo sois todo.
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    Carta a Lizardo
      ¡Ay, Lizardo querido!
      Si feliz muerte conseguir esperas,
      Es justo que advertido,
      Pues naciste una vez,
      Dos veces mueras.
      Así las plantas, frutos y aves lo hacen:
      Dos veces mueren y una sola nacen.

      Entre catres de armiño
      Tarde y mañana la azucena yace,
      Si una vez al cariño
      Del aura suave su verdor renace:
      ¡Ay flor marchita!, ¡ay azucena triste!
      Dos veces muerta si una vez naciste.

      Pálida a la mañana,
      Antes que el sol su bello nácar rompa,
      Muere la rosa, vana
      Estrella de carmín, fragante pompa;
      Y a la noche otra vez: ¡dos veces muerta!
      ¡Oh incierta vida en tanta muerte cierta!

      En poca agua muriendo
      Nace el arroyo, y ya soberbio río
      Corre al mar con estruendo,
      En el cual pierde vida, nombre y brío
      ¡Oh cristal triste, arroyo sin fortuna!
      Muerto dos veces porque vivas una.

      En sepulcro suave,
      Que el nido forma con vistoso halago,
      Nace difunta el ave,
      Que del plomo es después fatal estrago:
      Vive una vez y muere dos: ¡Oh suerte!
      Para una vida, duplicada muerte.

      Pálida y sin colores
      La fruta, de temor, difunta nace,
      Temiendo los rigores
      Del noto que después vil la deshace.
      ¡Ay fruta hermosa, qué infeliz eres!
      Una vez naces y dos veces mueres.

      Muerto nace el valiente
      Oso que vientos calza y sombras viste,
      A quien despierta ardiente
      La madre, y otra vez no se resiste
      A morir; y entre muertes dos naciendo,
      Vive una vez y dos se ve muriendo.

      Muerto en el monte el pino
      Surca el ponto con alas, bajel o ave,
      Y la vela de lino
      Con que vuela el batel altivo y grave
      Es vela de morir: dos veces yace
      Quien monte alado muere y pino nace.

      De la ballena altiva
      Salió Jonás, y del sepulcro sale
      Lázaro, imagen viva
      Que al desengaño humano vela y vale;
      Cuando en su imagen muerta y viva viere
      Que quien nace una vez, dos veces muere.

      Así el pino, montaña
      Con alas, que del mar al cielo sube;
      El río que el mar baña;
      El ave que es con plumas vital nube;
      La que marchita nace flor del campo,

      Todo clama, ¡oh Lízardo!
      Que quien nace una vez dos veces muera;
      Y así, joven gallardo,
      En río, en flor, en ave, considera,
      Que, dudando quizá de su fortuna,
      Mueren dos veces porque acierten una.

      Y pues tan importante
      Es acertar en la última partida,
      Pues penden de este instante
      Perpetua muerte o sempiterna vida,
      Ahora, ¡oh Lizardo!, que el peligro adviertes,
      Muere dos veces porque alguna aciertes.
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    Décimas a Guayaquil
      Guayaquil, ciudad hermosa
      De la América guirnalda
      De tierra bella esmeralda
      Y del mar perla preciosa,
      Cuya costa poderosa
      Abriga tesoro tanto,
      Que con suavísimo encanto
      Entre nácares divisa
      Congelado en gracia y risa
      Lo que el alba vierte en llanto.

      Ciudad que por su esplendor,
      Entre las que dora Febo,
      La mejor del mundo nuevo
      Y hoy del orbe la mejor,
      Abunda en todo primor
      En toda riqueza abunda
      Pues es mucho más fecunda
      En ingenios, de manera
      Que, siendo en todo primavera,
      Es en todo sin segunda.

      Tributanle con desvelo
      Entre singulares modos
      La tierra sus frutos todos,
      Y su influencia el cielo;
      Hasta el mar que con anhelo
      Soberbiamente levanta
      Su cristalina garganta
      Para tragarse esta perla,
      Deponiendo su ira al verla
      Le besa humilde la planta.

      Los elementos de intento
      Le miran con tal agrado,
      Que parece se ha formado
      De todos un elemento;
      Ni en ráfagas brama el viento,
      Ni son fuegos sus calores,
      Ni en agua y tierra hay rigores,
      Y así llega a dominar
      En tierra, fuego, aire y mar,
      Peces, aves, frutos, flores.

      Los rayos que al sol repasan
      Allí sus ardores frustran,
      Pues son luces que la ilustran
      Y no incendios que la abrasan;
      Las lluvias nunca propasan
      De un rocío que deprisa
      Al terreno fertiliza,
      Y que equivale en su tanto
      De la aurora al tierno llanto,
      Del alba a la bella risa.

      Templados de esta manera
      Calor y fresco entre sí,
      Hacen que florezca allí
      Una eterna primavera;
      Por lo cual si la alta esfera
      Fuera capaz de desvelos,
      Tuviera sin dudas celos
      De ver que en blasón fecundo
      Abriga en su seno el mundo
      Ese trozo de los cielos.

      Tanta hermosura hay en ella
      Que dudo, al ver su primor,
      Si acaso es del cielo flor,
      Si acaso es del mundo estrella;
      Es en fin ciudad tan bella
      Que parece en tal hechizo,
      Que la omnipotencia quiso
      Dar una señal patente
      De que está en el Occidente
      El terrenal paraíso.

      Esta ciudad primorosa,
      Manantial de gente amable
      Cortés, discreta y afable,
      Advertida e ingeniosa
      Es mi patria venturosa;
      Pero la siempre importuna
      Crueldad de mi fortuna,
      Rompiendo a mi dicha el lazo,
      Me arrebató del regazo
      De esa mi adorada cuna.
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    Soneto moral
      No tienes ya del tiempo malogrado
      En el prolijo afán de tus pasiones,
      Sino una sombra, envuelta en confusiones,
      Que imprime en tu memoria tu pecado.

      Pasó el deleite, el tiempo arrebatado
      Aún su imagen borró; las desazones
      De tu inquieta conciencia son pensiones
      Que has de pagar perpetuas al cuidado.

      Mas si al tiempo dejó para tu daño
      Su huella errante, y sombras al olvido
      Del que fue gusto y hoy te sobresalta,

      Para el futuro estudia el desengaño
      En la imagen del tiempo que has vivido,
      Que ella dirá lo poco que te falta.
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