Ricardo Palma

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    Información biográfica

  1. Farewell
  2. La poesía
  3. No hay trampa con el demonio
  4. Torpedo


Información biográfica
    Nombre: Ricardo Palma y Carrillo
    Seudónimo: El Bibliotecario Mendigo
    Lugar y fecha nacimiento: Lima, Perú, 7 de febrero de 1833
    Lugar y fecha defunción: Miraflores, Lima, Perú, 6 de octubre de 1919 (86 años)
    Ocupación: Político, periodista, escritor, poeta
    Movimientos: Romanticismo, Costumbrismo
    Destacan: Tradiciones Peruanas

Puedes leer varios poemas traducidos de Víctor Hugo traducidos por Ricardo Palma -aquí-.

Fuente: [Ricardo Palma] en Wikipedia.org

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    Farewell
      La curva de los mares
      Dilata el horizonte,
      Y mi nativo monte
      No alcanzo a contemplar
      ¡En él queda mi alma!
      De muerte herida el alma
      ¡Oh patria! te abandono a mi pesar.

      Los malos se alborozan
      Cuando los buenos gimen;
      Arriba se halla el crimen
      Ceñido de laurel,
      Y un César se levanta
      Que, con inmunda planta,
      Holló de la República el dosel.

      Me arroja al extranjero
      Mi fe en la Democracia;
      Allí de la desgracia
      Me espera amargo pan;
      Mas ¡patria que amo tanto!
      Tu nombre sacrosanto
      Mis labios sin cesar bendecirán.

      Amiga cariñosa
      Del pobre peregrino,
      No llores... El destino
      Nos juntará a los dos
      La noche por el cielo
      Extiende ya su velo...
      ¡Patria, amores... adiós, adiós, adiós!
    Arriba

    La poesía
      ¿Es arte del demonio o brujería
      Esto de escribir versos? – le decía,
      No sé si a Campomar o a Víctor Hugo
      Un mozo de chirumen muy sin jugo.

      Enséñame maestro, a hacer siquiera
      Una oda chapucera.

      "Es preciso no estar en sus cabales,
      Para que un hombre aspire a ser poeta,
      Pero en fin, es sencilla la receta.

      Forme usted líneas de medidas iguales
      Luego en fila las junta
      Poniendo consonantes en la punta".

      -¿Y en el medio?- "¿En el medio?
      ¡Ese es el cuento!
      Hay que poner talento”.
    Arriba

    No hay trampa con el demonio
      Dedicatoria a Clorinda

      Ello al fin no es más que un cuento
      De aquellos que oí en la infancia
      Esa edad cuya fragancia
      Se ha evaporado en el viento.

      Óyelo, niña gentil,
      Tú, por cuya frente pura
      Aún no de la desventura
      Cruza la nube sutil.

      Te acaricia con sus alas
      El ángel de la inocencia
      Y es aurora tu existencia
      Rica de esplendor y galas;

      Y por eso tu candor
      Despierta mi poesía
      Y busca nueva armonía
      El harpa del trovador.

      Si con lo raro se arroba
      Paloma, tu pensamiento
      Y una bruja por el viento
      Montada en caña de escoba;

      Y el diablo que con sus pues
      San Miguel hace tortilla,
      Causan a tu alma sencilla
      Un misterioso interés;

      Sé de cierto, vida mía,
      Que gozarás doblemente
      Con la historia que hoy te cuente
      Humilde mi fantasía.

      Y pues no te es importuna
      Mi voz, serafín bendito,
      Vas a escuchar la que he escrito
      En una noche de luna.

      I

      Promedia el siglo dieciocho
      Y de la orgullosa España
      El escudo soberano
      En Lima espléndido se alma.
      Refieren que era de octubre
      Una lluviosa mañana
      Cuando un hombre recatándose
      En una modesta capa,
      Atravesó la Alameda,
      Llegó al cerro de las Ramas,
      Y bajándose el embozo,
      Con misteriosas palabras
      Y entrecortado el acento
      Tres veces al diablo llama.

      Ya que el embozo ha arrojado
      El que por los cerros anda,
      Lector, sin ser importunos
      Podemos verle la cara;
      Aunque hay caras en el mundo
      Tan repugnantes y extrañas,
      Que estar debieran cubiertas
      Eternamente con máscara.
      Y a fe, que entre tales rostros
      El de nuestro héroe se halla
      Mostrando por corto apéndice
      Que en los ocho lustros raya.

      El diablo debió andar listo
      Allá en los tiempos de marras,
      Porque acudió presuroso
      Ante tan torpe demanda;
      Y hoy vemos todos los días
      Que abundan hombres tan mandrias
      Que llaman una legión
      De diablos y ni uno de alza,
      Cuando en los tiempos antiguos
      Con llamar uno bastaba.

      Presente ya Satanás
      Según lo narra la fama,
      Entre él y el desesperado
      La conversación se entabla
      -¿Qué me quieres? -Un contrato
      -Ya te escucho y... ¡vamos!... habla
      Que me urge el tiempo y no quiero
      Desperdiciarlo en palabras
      -Amo una mujer; mas ella
      Constante mi amor desaira
      -Será tuya, ¿y qué me ofreces
      De mi ayuda soberana
      En cambio? -Si a amarme llega,
      Satanás, son tuyos mi alma
      Y mi cuerpo... ¡Oh! Sí... protege
      A quien tu poder acata.

      Lo miró el diablo sonriendo
      Mas luego tras breve pausa
      Le dijo, fingiendo el aire
      De aquel que de otro se apiada.
      -El trato es trato: aquí firma
      Y en mi protección aguarda;
      Aunque alma como la tuya
      No es para mí mucha ganga.

      II

      Sacó el diablo un pergamino,
      Escribió en él el contrato
      Con las fórmulas precisas
      Para semejantes casos;
      Y al acabar el escrito
      Estampó su garabato,
      Que al fin el diablo es jefe
      De todos los escribanos
      Y documento que él fragua
      No hay medio de desatarlo.
      El otro firmó-Se dieron
      Los contratantes la mano.
      Convirtióse el diablo en humo,
      Y el otro paso entre paso
      Volvió a la ciudad, y cuentan
      Que se le miró con pasmo
      Tornado desde ese día
      En un mancebo gallardo,
      Rico, elegante, travieso
      Y de las damas mimado,
      Sólo continuó tan bestia
      Como antes de su contrato,
      Que al cabo genio y talento
      No son cosas que da el diablo.

      III

      -Madre, ¿qué será que ayer
      Cuando de misa salí,
      Se fijó un joven en mí
      Mirándome con placer
      Y yo... yo me sonreí?

      Y me llamó entonces flor,
      Dulce espíritu de amor,
      Perla luciente y estrella,
      Y dijo que era más bella
      Que un querubín del Señor.

      Y has de saber, ¡ay de mí!
      Que al escuchar esas cosas
      Yo no sé lo que sentí...
      Y en mis manos temblorosas
      Puso un clavel carmesí.

      Después la noche llegó
      Y el infeliz la pasó
      Parado al pie de mis rejas
      Diciendo sentidas quejas...
      Y abrí la ventana yo.

      Me contó un cuento de amores
      Con tan hermosos colores
      Que... ¿lo creerás, madre mía?
      Toda yo me estremecía
      A sus ecos seductores.

      Después, a la luz incierta
      Del alba se fue el doncel.
      Y... ¡madre!, fuerza es te advierta
      Dormida soñé con él.

      Luego al resplandor del día
      Alcé mi plegaria pía...
      Pronuncié el nombre de Dios...
      Y otro nombre dijo en pos
      Fascinada el alma mía.

      ¿Qué será, di la impresión
      Que por vez primera siento?
      ¿Por qué es que en todo momento
      Él está en mi corazón,
      Él está en mi pensamiento?

      Una hermosa mañana
      De aquella perfumadas y tranquilas
      Que tiene Lima, espléndida sultana
      De la costa del Sur, una doncella
      Más que los sueños de la infancia bella
      Reflejando en la luz de sus pupilas
      La sencillez de su alma enamorada,
      Así a la madre de su amor decía:
      -Perdóname si lo amo, madre mía,
      Y el corazón me exalta su mirada.

      ¡Pobre niña inocente!
      ¿Por qué no has aprendido
      A sofocar el íntimo latido
      Del corazón ardiente?
      ¡Triste de ti! que ignoras
      En tus febriles horas
      Que es la vida la farsa más completa;
      Que a todo hombre un papel el Increado
      En ella ha señalado
      Y que abundan los rostros con careta.

      IV

      Corrieron días y la hermosa Elena
      Abandonó su hogar. Vomo el infante
      Con un juguete su ambición ve llena,
      Para ella el mundo se encerró en su amante.

      Madre, homor, cuento existe de querido
      Al corazón de la mujer aún pura,
      Sacrificó al amor de un fementido
      Soñando un cielo en su infantil ternura.

      Todo tiene un mangnífico destello
      Si por el prisma del amor se mira...
      El cielo es más azul... ¡Ay, es tan bello
      Sentir otra alma que de amor suspira!

      ¡Es tan bello el amor! No hay armonía
      Más dulce que la voz del ser amado!
      ¡La vida es un raudal de poesía!
      ¡Sublime el porvenir! ¡Grato el pasado!

      V

      ¡Pobre Elena! Era tu espíritu
      Como solitaria flor
      Cuyo cáliz perfumaba
      El tibio acento de Dios.
      A los embates del mundo
      Te abandonó un seductor,
      Como hoja que de su tallo
      Arrancara el aquilón.
      Él destruyó tu pureza,
      Él destruyó tu candor,
      Y las fibras en pedazos
      Te rompió del corazón.
      ¡Mujeres! En vuestras almas
      Hay todo un mundo de amor,
      De entusiasmo y de ternura,
      Y de fe y abnegación.
      Vosotras, las que aprendisteis
      En la escuela del dolor,
      Las que apurais el veneno
      Que deja la seducción,
      ¡Llorad, llorad por Elena
      Pobre mártir del amor!

      Murió Elena al encontrarse
      Perdida y sin compasión
      Abandonada del hombre
      Que el sosiego la robó.
      ¿Acaso será un delito
      En la mujer el amor?
      Para qué la puso el cielo
      Dentro del pecho un corazón?
      ¡Murió! como muere el lirio
      Agostado en su verdor
      Cuando le falta el rocío
      La brisa y el arrebol.
      Era el amor para el alma
      De la niña, un bien mayor
      Que el agua para el sediento
      Y que para el ciego el sol.
      ¡Mujeres! Si habéis sentido
      La tristísima emoción
      Que siempre trae el recuerdo
      De un amor que os burló
      ¡Llorad, llorad por Elena
      Pobre mártir del amor!

      Niña gentil a quien cuento
      El misterio tentador,
      Cuando sientas en tu pecho
      El fuego de la pasión;
      Cuando la edad te permita
      Apreciar lo que escribo hoy;
      Ten compasión por Elena
      Que si en falta cayó
      Lloró tanto, que su falta
      La purificó el dolor.
      Murió de pena, alma mía,
      Que hay tan profunda aflicción
      En ver huir la ventura
      Que el llano pierde su voz,
      Y el alma tiene dolores
      Que sólo consuela Dios.
      ¡Tortolilla de ojos dulces!
      Huye de la seducción
      Y cuando estés en los días
      De la juventud veloz
      ¡Llora, llora por Elena
      Pobre mártir del amor!

      VI

      Lector, si algún paseo
      Que imposible no creo
      En los Descalzos diste, habrás notado
      Que cerca de la huerta
      Hay tapiada una puerta
      Con una cruz. Yo siempre fui tentado
      Del diablo aquel que llaman curioso,
      Y echeme a averiguar como un ocioso
      El cómo y el por qué la enseña santa
      Allí del cristianismo se levanta.

      Cuenta el pueblo muy formal
      Que un hombre llegó al Convento
      Habló al guardián un momento
      Y a poco vistió el sayal.

      Tanta era su contricción
      Y tanta su caridad
      Que conquistó en la ciudad
      Del santo reputación.

      Y aunque no faltó tunante
      Que exclamase a boca llena
      -Ese hombre sedujo a Elena-
      Dijo al mundo -¡Calumniante!

      Si ha usado de seducción
      Hoy es monje y eso basta-
      Y el santo hábito que gasta
      Mata la murmuración.

      Mas cada noche entretanto
      Que nuestro monje pasaba,
      El claustro se alborotaba
      Con sus quejas y su llanto

      Y por la celda corría
      Hasta perder el sentido
      Diciendo a grito tendido
      Que el malo lo perseguía.

      Lo cierto es que al fin un día
      Fue al guardián el penitente
      Y díjole francamente
      Que a consultarle venía.

      No anduvo el guardián reacio
      Y, según dice la crónica,
      No fue consulta lacónica
      Que hablaron un largo espacio.

      Y sin muchos requilorios
      Te diré, caro lector,
      Que él contó los que en rigor
      Ya te son hechos notorios.

      El pacto con Lucifer
      Y la seducción cobarde,
      Y que abandonó más tarde
      Deshonrada a una mujer.

      Y dijo, anegado en lloro,
      Que una mano negra, humeante
      Iba siempre de él delante
      Ya en la celda, ya en el coro.

      VII

      A la mañana siguiente
      Los frailes todos salieron
      En procesión por el claustro
      Del espacioso convento,
      Y el ceremonial sagrado
      Iba triste precediendo
      El penitente, a quien guía
      Invisible para el resto
      De acompañantes la mano
      De aquel arcángel protervo.

      Pasaron un claustro y otro
      Y se detuvo el cortejo
      Ante una puerta que abriose
      Como por raro misterio
      De alguna mano invisible
      Bajo el impulso violento.
      Pero su dintel apenas
      Traspuso con paso incierto
      El penitente, la puerta
      A cerrar volviose luego
      Filtrando por ella extraño
      Olor de azufre y de infierno.

      Esparciose la noticia
      La misma tarde en el pueblo
      De que se llevó el demonio
      Un deudor en alma y cuerpo;
      Porque es acreedor el diablo
      Tan inflexible y devero
      Que cuando cobra no admite
      Ni dilación ni tropiezo.
    Arriba

    Torpedo
      Hablaba un diputado en el Congreso
      De Lima, Quito, Bogotá o Santiago
      Pues fiel memoria de lugares no hago
      Y nada importa el sitio del suceso.

      -Si queréis gloria, libertad, progreso,
      A Roma contemplad. Mirad que estrago
      Causa el puñal de un Bruto dando en pago
      De tiranía vil muerte a un obseso.

      ¡Y Roma se salvó! Mas un tunante
      De aquellos que en la barra echan venablos
      Gritó, del aguardiente en los eructos:

      Esa es grilla, señor preopinante
      Si un bruto salvó a Roma, ¿cómo diablos
      No salvan a esta patria tantos brutos?
    Arriba