Clemente Althaus

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    Información biográfica

  1. A Dios
  2. A Elena
  3. A Elena
  4. A Flérida
  5. A Jesucristo
  6. A la quina
  7. A la tarde
  8. A la Virgen
  9. A la Virgen
  10. A Lima
  11. A mi hermana Grimanesa (Con motivo de la muerte de su hija Eufemia, de tres años)
  12. A mi hermana Grimanesa (En la súbita muerte de su esposo)
  13. A mi padre
  14. A París
  15. A un niño
  16. A un viajero
  17. A una espada
  18. Adela a Carlos
  19. Adioses
  20. Canción de Coralay
  21. Castigo
  22. Deseo
  23. El desgraciado
  24. El juicio final
  25. El picaflor y la florecilla
  26. El temblor
  27. En Nápoles
  28. L. a E.
  29. La cautiva
  30. La tarde a orillas del mar
  31. Las aves de la tarde
  32. Las cautivas de Israel
  33. Mis sueños
  34. Noticias de la patria
  35. Querellas
  36. Recuerdos (Fragmento)
  37. Reto al destino
  38. Rosaura
  39. Visión
  40. Yaraví

  41. Traducción de poemas de Dante Alighieri [3]
  42. Traducción de poemas de Ludovico Ariosto [2]
  43. Traducción de poemas de Miguel Ángel Buonarroti [2]
  44. Traducción de poemas de Torquato Tasso [1]
  45. Traducción de poemas de Ugo Foscolo [2]
  46. Traducción de poemas de Vincenzo Monti [2]
  47. Traducción de poemas de Vittoria Colonna [2]


Información biográfica
    Nombre: Francisco Clemente de Althaus Flores del Campo
    Lugar y fecha nacimiento: Lima, Perú, 4 de octubre de 1835
    Lugar y fecha defunción: París, 22 de julio de 1881 (45 años)
    Nacionalidad: Peruana
    Ocupación: Traductor, periodista, profesor, escritor, dramaturgo, poeta
    Movimiento: Romanticismo
Su contacto con la cultura de Europa, en especial con la del Renacimiento, hizo que se inclinara hacia la perfección de las formas poéticas, constituyendo el clasicismo su inspiración predilecta. No destaca a gran altura, pero al menos sobresale por su pericia entre los poetas de su tiempo. Ello concede a su arte un estilo excepcional, pero a la vez sacrifica frecuentemente la intensidad de su sentimiento romántico a la convencional estrechez de las formas clásicas.

Fuente: [Clemente Althaus] en Wikipedia.org

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    A Dios
      Tal vez a celebrarte
      Me arrastra ardiente irresistible afecto:
      Mas, vanos numen y arte,
      Remeda mi imperfecto
      Canto el zumbido de volante insecto.
      En corto labio humano
      Mal el loor de tus grandezas cabe;
      En Sión y a ti cercano,
      El serafín te alabe;
      Mas ni él loarte dignamente sabe.
      Loores y armonías
      Dignas de ti no tiene lo creado;
      Sólo de ti podrías
      En suficiente grado,
      Pues en él te conoces, ser loado.
      Mas de tu criatura,
      Que en destierro que alivia la esperanza,
      De tu santa luz pura
      Tenue vislumbre alcanza,
      Sea humilde silencio la alabanza.
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    A Elena
      Labios tienes cual púrpura rojos,
      Tez de rosa y de fresco azahar,
      Y rasgados dulcísimos ojos
      Del color de los cielos y el mar.
      Oro es fino la riza madeja
      Que hollar puede el brevísimo pie,
      Y flor tierna tu talle semeja
      Que temblar al favonio se ve.
      La hija bella del Cisne y de Leda,
      Te pudiera envidiar cuerpo tal;
      Pero en él más bella alma se hospeda,
      Que no empaña ni sombra de mal.
      Prole augusta tal vez me pareces
      De himeneo entre dios y mujer:
      ¡Ah!, ¡dichoso, dichoso mil veces
      Quien amado de ti logre ser!
      No yo, indigno de tanta ventura,
      A cuya alma pesó, cada vez
      Que te viera, no ser ya tan pura
      Cual lo fue en su primera niñez.
    Arriba

    A Elena
      Dulcísima virgen, eres
      Bella entre cuantas mujeres
      De rara belleza vi;
      Ni en el bajo suelo hay cosas
      Dignas, por puras y hermosas,
      De que las compare a ti.
      Jamás estrellas rivales
      De tus ojos celestiales
      En la tierra contemplé,
      Ni les hallo semejantes
      Entre los ojos distantes
      Con que la Noche nos ve.
      Más blanca eres que la luna,
      Y no es dado en flor ninguna
      Tan fresca púrpura ver,
      Que de tu lozana cara,
      Que la Salud envidiara,
      No la venza el rosicler.
      Si sonríe tu bermeja
      Boca, que engañada abeja
      Por flor pudiera picar,
      Enseñas entre corales
      Perlas más blancas e iguales
      Que las de rico collar.
      Tu dorada cabellera
      Que te cubre toda entera,
      Suelta al céfiro feliz,
      Ya es diadema de tu frente,
      Ya te viste un manto ardiente
      De gloriosa emperatriz.
      De frente en igual decoro,
      No parte y destrenza el oro
      Marfil dentado o carey;
      Ni tal ser pudo el cabello
      Del tan vano cuanto bello
      Hijo del profeta rey.
      No a Venus formas envidias,
      Ni las ideó tales Fidias;
      Ni tanto el gran Rafael
      Voló con su ingenio y arte,
      Que presuman igualarte
      Las hijas de su pincel.
      La tierra toca tan blando
      Tu breve pie, cual si hollando
      Frágil piso de cristal
      Con timidez estuvieras,
      O como si a volar fueras
      A tu patria celestial.
      Tal, antes de darse al vuelo,
      Por sobre el herboso suelo
      Andando un pájaro va
      Con tan airosa manera,
      Que a cada instante se espera
      Verle que se encumbre ya.
      Si de beldad tan subida
      Es tu cuerpo, en él se anida
      Hermosura superior:
      Una alma tan noble y pura,
      Que recrearse en su hechura
      Debió el divino Hacedor.
      Luce en ti tan manifiesto
      Tu virtuoso ánimo honesto,
      Que el mismo impío Don Juan
      Hubiera dicho a tu vista:
      "Es imposible conquista
      Al más obstinado afán."
      Si a loarte alguien comienza,
      Tu faz modesta vergüenza
      Tiñe en más vivo carmín;
      Y, bajando la mirada,
      Muda ruegas y turbada
      De tus loores el fin.
      Cuando bordas, sobrepuja
      A diestro pincel tu aguja,
      Y en su tarea menor
      Representas a Minerva,
      Cuando de la gente sierva
      Presides a la labor.
      Tus músicas y canciones
      Aquietan de las pasiones
      El tumulto y fiera lid,
      Como de Saúl la ira
      Apaciguaban la lira
      Y los cantos de David.
      Nada dices, no haces cosa
      Que no te muestre graciosa,
      Y tenga secreto imán;
      La Gracia misma te enseña
      Hasta la acción más pequeña
      Y descuidado ademán.
      No hay matrona que no quiera
      Y solicite tal nuera,
      Ni tierno noble garzón
      Que su esperanza y empeño
      No ponga todo en ser dueño
      De tu mano y corazón.
      Por ti el extranjero olvida
      Su dulce patria querida,
      Y alarga su estancia aquí;
      Y en vano de allá le llama
      O madre, o amante dama
      Que echó en olvido por ti.
      ¡Ah!, ¡feliz tu noble padre!
      Y tu envanecida madre
      ¡Feliz cien veces y cien!
      Y ¡felices tus hermanos,
      Y cuantos te están cercanos
      Y siempre te oyen y ven!
      ¡Y tus amigos y amigas,
      Y aquellos a quienes digas,
      Adiós, al pasar, siquier!
      Y ¡más que todos dichoso
      Quien ser el amado esposo
      Alcance de tal mujer!
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    A Flérida
      ¿Qué has hecho, ingrata Flérida, que has hecho?
      ¡Así a tu amante dejas, y a un anciano
      Por un vil interés vendes tu mano
      A que sólo el amor tiene derecho!

      ¡Ay!, ¡qué vida te aguarda!, en mesa, en lecho,
      Do quier al lado de ese espectro humano,
      Tu dulce amante extrañarás en vano,
      Que no se vende con la mano el pecho.

      No marmóreo palacio, áurea carroza,
      Claros diamantes, ni real boato
      La pena aliviarán que te destroza:

      Más que tal vida y el continuo trato
      De tu odiado consorte, en pobre choza
      Con tu amante vivir te fuera grato.
    Arriba

    A Jesucristo
      ¿A quién acudiré, cuando estoy triste,
      En busca de remedio y de consuelo,
      Sino a ti, que comprendes nuestro duelo,
      Del que experiencia tan cruel hiciste,

      Cuando la mortal carne que nos viste,
      Te vio vestir el asombrado cielo,
      Y las miserias del mezquino suelo
      Todas por larga prueba conociste?

      Me espanta de tu Padre soberano
      La majestad tremenda; más contigo,
      Que te muestras tan dulce y tan humano,

      Me es dado hablar cual con estrecho amigo,
      O cual pudiera hermano con hermano,
      Y mis dolores íntimos te digo.
    Arriba

    A la quina
      Febrífuga corteza, de la humana
      Enferma gente celestial tesoro,
      Por el que más que por su plata y oro
      El mundo debe a la región peruana:

      ¡Cuántas gracias te rinde el alma ufana!
      Por ti se enjuga mi encendido lloro;
      Tú vuelves la salud a la que adoro,
      Y a su semblante la nativa grana.

      Por ti de nuevo blancos velos viste,
      Y sus divinas perfecciones muestra
      A Lima, con sil ausencia sola y triste;

      Por ti en el baile alegre con su diestra
      Mi diestra junto, y venturoso enlazo
      Su talle estrecho con mi amante brazo.
    Arriba

    A la tarde
      ¡Yo te saludo, dulce encantadora
      Indefinible hora,
      Donde se unen y mezclan noche y día!
      ¡Hora de suave calma
      Y de vaga inefable poesía!
      ¡Oh romántica virgen sonadora!
      A tu triste beldad ceda la palma
      La rozagante Aurora:
      Que su faz leda y su mirada viva
      Menos al tierno corazón agrada
      Que tu faz pensativa
      Y dulce melancólica mirada.
      ¡Qué bella eres, qué bella,
      Ostentando en la frente
      Como un diamante, la amorosa estrella,
      Mientras el sol que brilla
      Con moribunda luz en occidente
      Arrebola tu pálida mejilla!
      ¡Qué bella, cuando a veces sol y luna
      En ti el sereno firmamento aduna,
      Cual de un palacio la mansión gloriosa
      Junta a un monarca y a su excelsa esposa!
      ¡Cuánto me plugo siempre en tu reposo,
      De la ciudad huyendo
      La confusión y estruendo,
      Irme poetizando silencioso
      A los campos más tristes y desiertos,
      Do sólo llega el son de la lejana
      Plañidera campana
      Que habla de los ausentes y los muertos!
      Y lejos de los hombres y del vano
      Conversar ciudadano,
      Las más altas verdades,
      Moradoras de augustas soledades,
      Allí, vate filósofo, medito,
      Y el destino del hombre y lo infinito,
      ¡Y en silencio converso
      Con el alma que llena el universo!
    Arriba

    A la Virgen
      I

      ¿Qué loor hay que te cuadre,
      Reina de la empírea corte,
      Hija del eterno Padre,
      Del Paráclito consorte,
      Y del Verbo virgen madre?
      Tú a quien, aunque hija de Adán,
      De emperatriz nombre te dan
      Los nobles hijos del cielo,
      Y atentos en santo celo
      A tus preceptos están;
      Tú que eres ¡en tal manera
      De Dios la gracia en ti abunda!
      La criatura primera
      De la creación entera,
      Y a Dios tan sólo segunda;
      Sublime María, nueva
      Mayor mejorada Eva,
      Segunda madre del hombre,
      ¿Qué honores hay que a tu nombre
      Agradecido no deba?
      Rompiendo antiguo contraste,
      Tú con Dios emparentaste
      Al hombre abatido y siervo,
      Hermano por ti del Verbo
      A que fue tu seno engaste.
      Por especial gracia y acto
      De la paloma celeste,
      Entra el Verbo a tomar veste
      Humana en tu vientre intacto,
      Sin que tu candor te cueste;
      Como, dejándola entera,
      Y sin teñirla siquiera,
      El puro rayo solar
      Entra a cerrado lugar
      Por transparente vidriera.
      De la tartárea serpiente
      La dura soberbia frente
      En triunfo glorioso fue
      Quebrantada eternamente
      Por tu delicado pie;
      Pagando así el fiero mal
      Que irreparable en Edén
      Hacernos quiso, y del cual
      Supo sacar mayor bien
      La clemencia celestial.
      De ti la mujer se alaba
      Que del hombre vil esclava
      Y de sus antojos era,
      Y por ti de compañera
      Derechos recuperaba.
      Con Dios piadosa nos vales,
      Si justamente se aíra:
      ¡Por tantas gracias y tales,
      Toda boca, toda lira,
      Te celebren perennales!

      II

      De los hombres abogada,
      Clementísima Señora,
      Hasta nuestra postrer hora,
      A la Trinidad sagrada
      Por todos nosotros ora.
      Nunca a ti se alzan en vano
      Nuestras afligidas voces,
      Que los más duros y atroces
      Modos del dolor humano
      Por larga prueba conoces.
      Tu ruego, madre, socorra
      A los que, lejos del grato
      Humano consorcio y trato,
      En negra húmeda mazmorra,
      Del hondo Averno retrato,
      Viven años prisioneros;
      A los nocturnos viajeros
      Que no dan con su camino,
      Y del ladrón o asesino
      Temen los asaltos fieros;
      A los huéspedes del mar
      Que, a punto de naufragar,
      Al cielo trémulas manos
      Y agudos clamores vanos
      Alzan todos a la par;
      Al que desde playa ajena
      Mira llorando la nave
      Que zarpa a la patria arena,
      A donde destierro grave
      A no volver le condena;
      A los pacientes soldados
      Que, alegres y denodados,
      En defensa de su tierra,
      Van a morir a la guerra
      A millares y olvidados;
      Al que en su instante final
      Teme del Juez inmortal
      La pavorosa presencia,
      Y escucha ya la sentencia
      Del último tribunal;
      Al alma que, acrisolada
      Del purificante fuego,
      Espera allí que la entrada
      A la celestial morada
      Le abrevie el humano ruego.
      No te olvides de la viuda,
      De crecida prole ayuda,
      Que, en medio a pobreza acerba,
      Casto su lecho conserva
      Y el antiguo amor no muda;
      Ni del padre a quien están,
      Con voz y ansioso ademán,
      La consorte y el enjambre
      De hijuelos, pálidos de hambre,
      Pidiendo un trozo de pan.
      Ruega por el ternezuelo
      Infante que aún por el suelo
      Con manos y pies se arrastra,
      Y por rigor de madrastra
      Trueca materno desvelo;
      Por la simple niña hermosa,
      Burlada de amante aleve,
      Y que madre, más no esposa,
      Ante el mundo no se atreve
      A mostrarse vergonzosa;
      Por el triste a quien condena
      Un delito, tal vez falso,
      A la irreparable pena,
      Y que ya sube al cadalso
      En plaza de gente llena;
      Por el pueblo donde impera
      La voluntad altanera
      De coronado verdugo,
      Y por el que oprime el yugo
      De una nación extranjera.
      Débante preces constantes
      Las repúblicas infantes,
      De que mi patria ¡ay! es una,
      Víctimas desde la cuna
      De discordias incesantes.
      Pues todos tus hijos son,
      Ruega por los de nación,
      Color y culto diversos,
      Por los justos y perversos,
      Por todos sin excepción.
      Todos en igual empleo
      Merecen tu ruego pío:
      El inocente y el reo
      El cristiano y el judío,
      El apóstol y el ateo.

      III

      Puerta de los cielos ancha,
      De toda virtud dechado,
      A quien el Terno increado
      Sola exentó de la mancha
      Del original pecado;
      Pura fuente cristalina
      De nuestra vida en los yermos,
      Santa alegría divina
      De los tristes, medicina
      Y salud de los enfermos:
      Mi viciosa juventud
      Enmienda, y haz que me inflame
      El amor de la virtud;
      Contento y paciencia dame,
      Y vuélveme la salud.
      Mas tu piadosa oración,
      Si muero en edad tan tierna,
      Me dé el divino perdón,
      Y dulce morada eterna
      En los palacios de Sión.
    Arriba

    A la Virgen
      Virgen, ¿por qué, cuando el divino infante
      A la tuya su faz junta risueño,
      O goza entre tus brazos blando sueño,
      Cubre grave tristeza tu semblante?

      ¡Ay!, que ya de tu mente está delante
      De sus verdugos el airado ceño,
      Y ya pendiente del infame leño
      Le ve morir tu corazón amante.

      Que es de tu claridad nube sombría
      Y a tus placeres todos mezcla duelo
      De Simeón la triste profecía;

      Mas mirarle te dé justo consuelo
      Resucitar en el tercero día,
      Y en gloria excelsa remontarse al cielo.
    Arriba

    A Lima
      ¡Cuánto tus días serenos,
      Dulce Lima, echo de menos!
      ¡Cuánto extraño
      De tu clima la blandura,
      Tu primavera que dura
      Todo el año!
      En esta región do eterno
      Durar anuncia el invierno,
      Donde va
      Uno de otro día en pos,
      Ni asoma el astro que dios
      Te fue ya;
      Y envuelto en oscuro manto,
      Derrama el cielo su llanto
      Sin cesar,
      Y del frío el rigor ciego
      Me encadena junto al fuego,
      Del hogar;
      Y en el silencio y la calma
      De mi estancia siento el alma
      Siempre triste,
      Que de la naturaleza
      La contagiosa tristeza
      Me la viste.
      Jamás la lluvia iracunda
      En sus piélagos te inunda
      Resonantes;
      Sólo la Noche o la Aurora
      Líquidas perlas te llora
      Y diamantes.
      Nunca brilló a tu mirada
      Del relámpago la espada,
      Ni a tu oído,
      De blandas músicas lleno,
      Sonó del hórrido trueno
      El rugido.
      Muy más claras que los días
      De estas regiones sombrías
      Son tus tardes:
      Tiempo en que vuelva de Lima
      Al templado elíseo clima,
      Ven, no tardes.
    Arriba

    A mi hermana Grimanesa (Con motivo de la muerte de su hija Eufemia, de tres años)
      No desesperada, llores,
      Así de tu hija la muerte,
      Ni maldigas de la suerte
      Los aparentes rigores;
      Que, siempre que deja un niño
      La dura región del suelo,
      Es porque le lleva al cielo
      De Dios piadoso el cariño.
      Y en vez de la veste negra,
      Indicio del alma triste,
      De blancas galas te viste,
      Y en santas fiestas te alegra.
      Pues, por merced especial,
      Ha sido admitida Eufemia
      A la gloria en que Dios premia
      A los que evitan el mal:
      A cuantos aquí en la tierra,
      Con heroicos corazones,
      Vencieron de las pasiones
      La dura constante guerra.
      El hondo dolor pues calma,
      Y no pongas en olvido
      Que, sin haber combatido,
      Tu hija ha logrado la palma.
      Vela en Sión soberana
      Lograr feliz acogida,
      Por ángeles recibida
      Como una esperada hermana.
      Allí suplica al Señor,
      Pues ni el cielo te olvida,
      Que de la madre afligida
      Temple el agudo dolor.
      ¡Ah!, ¡quién tu felicidad
      Gozando, Eufemia, estuviera!
      ¡Por qué no morí, cuando era
      Niño de tu misma edad!
      Que no aguardan la enemiga
      Tristeza y los desengaños
      Al número de los años:
      Mi triste pecho lo diga.
      Pues desde mi hora primera
      Diez giros y diez tan solo
      En torno al dorado Apolo
      Cumplió la terrestre esfera,
      Y tan breve vida ya
      Es a mis desdichas larga;
      Como a quien pesada carga
      En hombros llevando va;
      Que, como llegar ansía,
      Por verse libre del peso,
      Larga y penosa en exceso
      Se le hace la corta vía.
    Arriba

    A mi hermana Grimanesa (En la súbita muerte de su esposo)
      ¡Ah!, nunca vienen las desdichas solas:
      Siempre la pena sucedió a la pena,
      Como del mar las incesantes olas,
      Cual los anillos de una gran cadena.
      Flecha tras flecha la Desgracia vibra,
      Lazo ninguno su furor respeta,
      Y en el sensible corazón no hay fibra
      Donde no clave su mortal saeta.
      Y si con pecho de sufrir rendido,
      Grita tal vez la víctima: ¿hasta cuándo?
      Cierra la cruda el contumaz oído,
      Sus golpes y su saña redoblando.
      Y ha dos años, dos años, Grimanesa,
      Que su implacable encarnizada diestra
      En partes mil de traspasar no cesa
      El corazón de la familia nuestra.
      Y en tanto tiempo la mudable luna
      No acabó una vez sola su carrera,
      Sin que al doliente corazón alguna
      Nueva desdicha a lacerar viniera.
      Y vino la más fiera, y los despojos
      Guardó de nuestra madre el Camposanto,
      Y derramaron nuestros tristes ojos
      Su más amargo doloroso llanto.
      Y hoy es la nueva víctima tu esposo
      Que la Parca feroz escoger quiso:
      Sin anunciarte el golpe doloroso,
      Le dispara su flecha de improviso.
      Y cae el triste entre tus brazos yerto,
      Y en vano de su muerte tu amor duda:
      ¡Ah!, tu infortunio, tu infortunio es cierto,
      ¡Pobre hermana, ayer huérfana y hoy viuda!
      ¡Oh terrible dolor que todavía
      Hace más fiero la crueldad del hado,
      Con la vasta invencible lejanía
      Que nos separa de tu dulce lado!
      ¡Ah!, ¡quién alas prestara al impaciente
      Insano ardor que nuestro pecho encierra,
      Para volar, más raudos que la mente,
      A las lejanas playas de Inglaterra!
      ¡Quién pudiera volar a la potente
      Ciudad soberbia, de la mar señora,
      Que no contiene entre su inmensa gente
      Más triste desdichada moradora!
      Sí; no hay, hermana, entre los tres millones
      Que hinchen de Londres el gigante seno,
      Uno solo, de tantos corazones,
      Hoy más que el tuyo de amargura lleno.
      ¡Ah!, ¡si aliviar pudiéramos la pena,
      Que hace tu tierno corazón pedazos!
      Si en torno de tu cuello fina cadena
      De amor formaran nuestros fieles brazos!
      Si, ya que nada en este trance fuera
      Capaz de mitigar tu atroz quebranto,
      ¡El consuelo quedáranos siquiera
      De mezclar con tu llanto nuestro llanto!
      Mas quiso el hado en su crudeza rara,
      Con ausencia del mal acrecedora,
      Que antes al nuestro tu dolor faltara
      Cual falta al tuyo nuestro llanto ahora.
      Deja, deja por fin la tierra extraña:
      No más moremos tan lejanos puntos:
      Del hado temple nuestra unión la saña,
      Y las desgracias nos encuentren juntos.
      Hijos sin madre, esposa sin marido,
      Más y más nuestros lazos estrechemos,
      Y del fiero destino embravecido
      Los futuros asaltos esperemos:
      Hasta que, exhaustas del dolor las heces
      Y abandonando este mortal desierto,
      Al fin muramos los que tantas veces
      En los seres queridos hemos muerto.
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    A mi padre
      Si justo elogio sincero
      Escucho en ajeno labio,
      Que alaba en ti al caballero,
      Al padre, al esposo, al sabio,
      Al amigo y al guerrero;
      Con justa causa me aflijo,
      Viendo que a extraños la suerte
      Dio la dicha y regocijo
      De tratarte y conocerte,
      Y no a mí, que soy tu hijo.
      No, no hay desdicha ninguna
      Como que la Parca aleve
      Del tierno padre desuna
      A niño que aún duerme en cuna
      Y humano alimento bebe.
      Dígalo yo, pues aún no
      Hube el mes cuarto cumplido,
      Cuando mi padre murió:
      Todos le habéis conocido,
      ¡Oh hermanos, excepto yo!
      Al dolor que el pecho siente
      Creces el recuerdo da
      De que, al nacer tu Clemente,
      Estabas en viaje ausente
      De que no volviste ya.
      Y así jamás tierno beso
      En mi faz, oh padre, fue
      Por tu amante labio impreso,
      Ni en ser nunca me alegré
      De tus brazos dulce peso.
      Y agonizaste, lejano
      De tus hijos y tu esposa;
      Ni cerrarte amiga mano
      Los ojos, pudo amorosa,
      Que nos buscaban en vano.
      Moriste entre extraña gente,
      A tu muerte indiferente:
      ¡Ah! ¡Cuánto mas te valiera
      Lidiando en batalla fiera,
      Sucumbir gloriosamente!
      Si para consuelo nuestro
      Existieras todavía,
      Fuérasme en la vida diestro,
      Amoroso, experto guía,
      Y dulcísimo maestro.
      ¿Qué reprensión blanda y pía
      No me sonara en tu labio?
      Justo exceso, demasía
      Del mismo amor, que no agravio,
      Tu castigo me sería.
      ¡Con qué atención y placer
      Las inmortales hazañas
      Con que el antiguo poder
      Y yugo de las Españas
      Pudo América romper,
      Fuérame dado escucharte!
      Hazañas de que testigo
      Mereciste ser, y parte
      (Con noble orgullo lo digo)
      Por el denuedo, y el arte.
      Mas, ¡ay de mí!, que en lugar
      De tan feliz y suave
      Vida que pude gozar,
      Odiada orfandad me cabe:
      ¡Desdicha inmensa y sin par!
      Que hizo más extraña y fuerte
      El que entonces no pudiera
      Llorar, oh padre, tu muerte,
      Que ni ese alivio siquiera
      Quiso dejarme la suerte.
      Pues tan tierno simple infante
      Preciar ni entender podía
      Desventura semejante;
      Y ¡acaso entonces reía
      Mi ledo infantil semblante!
      ¡Ah!, por qué la muerte en mí
      No se cebó, y el desierto
      De la vida huyendo así,
      ¡Ah!, por qué no te seguí,
      ¡Apenas nacido, muerto!
      Por desgracia tan impía,
      Sirve sólo de consuelo
      Pensar, oh padre, que un día
      Te conoceré en el cielo.
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    A París
      Nada presta tu ruido a mi contento,
      París, de gente y de placeres lleno:
      ¡Vasta y altiva capital! No cuento
      Ni un solo amigo en tu gigante seno.
      Gozan en ti los ojos y la mente
      Con lo grandioso y opulento y vario:
      Mas siempre gime el corazón doliente,
      En ti sin alimento y solitario.
      Con tus fiestas y pompas y placeres
      Y vasta agitación que nunca calma,
      Babel segunda a mis sentidos eres,
      Pero eres un desierto para mi alma.
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    A un niño
      En el puro azul de cielo
      De esos ojos que en mí fijas,
      En las doradas sortijas
      De tu finísimo pelo,
      Y de tu corpóreo velo
      En las otras ricas galas,
      Hermoso niño, te igualas
      Con los ángeles de modo,
      Que para serlo del todo
      Sólo te faltan las alas.
      ¡Cuan dulce descanso son;
      De mis pensamientos graves
      Tus palabras que aún no sabes
      Decir con entero son;
      Tu infantil conversación,
      Tu preguntar inocente,
      Tu labio que nunca miente,
      Y la consonante fe
      Que a cuanto dicho te fue
      Concede fácil tu mente!
      ¡Goza, goza, rubio infante,
      De tu ventura presente:
      Ríe, corre, juega, aumente
      Tus contentos cada instante;
      Nunca de noche te espante
      Medroso duende, y tus sueños
      De ángeles cual tú pequeños
      Te ofrezcan la grata imagen,
      Que a jugar contigo bajen
      Cariñosos y risueños!
      Pero, ¿por qué de repente,
      Y cuando más me recrea
      Tu vista, importuna idea
      Viene a entristecer mi mente?
      Como tú, feliz, riente,
      Era yo en aquellos años
      Al mal y al dolor extraños;
      Mas sueño los juzga ahora
      Mi alma que sin cuento llora
      Dolores y desengaños.
      ¿Con que te habrán de afligir
      Los que a mí me afligen hoy?
      Temblando, al pensarlo, estoy,
      Niño, por tu porvenir.
      Y ¿habrá de ser tu vivir como mi vivir? 
      ¡Ah! ¡no!
      Y, si ya Dios decretó
      Días negarte serenos,
      ¡Nunca te veas al menos
      Tan infeliz como yo!
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    A un viajero
      Tu existir agitado y vagabundo
      Recuerda nuestro frágil existir:
      Todos somos viajeros en el mundo,
      Todos andamos por llegar al fin.
      Pero a veces retorna el marinero
      Al dulce puerto que le vio pasar;
      Mas ¡ay! el hombre, mísero viajero,
      A las playas que amó no volverá.
      Nadie puede pararse en el camino,
      Porque es preciso eternamente andar:
      Nos obliga a seguir nuestro destino
      El ciego impulso de la ley fatal.
      Si algo encontramos que la vista encante
      Y que halague y deleite el corazón,
      Al querer detenernos -"¡Adelante!"-
      Nos grita fiera irresistible voz.
      También en mi alma soñadora existe
      Una sed misteriosa de viajar,
      Y al mirarte partir, quédome triste:
      Yo también te quisiera acompañar.
      Quisiera visitar esas regiones
      Donde las ruinas que ama el trovador
      Se levantan pobladas de visiones
      Que nos hablan del tiempo que pasó.
      ¡Ah!, ¡quién contigo visitar pudiera
      Aquella Roma que tan grande fue,
      Y esa Grecia tan bella y hechicera,
      Maestra de las artes y el saber!
      ¡Quién pudiera en tu nave voladora
      Pasear de sus deseos la inquietud,
      Del Occidente a la brillante Aurora
      Y del helado Septentrión al Sur!
      Mas ya movidas del propicio viento,
      Se ven las blancas velas desplegar:
      Este es, amigo, el último momento:
      ¡Adiós!, es fuerza separarnos ya.
      Cuando interponga la distancia un velo
      Que las costas te vede distinguir,
      Y cuando solo mires mar y cielo,
      Entonces ¡ay!, acuérdate de mí:
      De mí que quedo en este triste mundo,
      Negro e inquieto y borrascoso mar,
      Mar más embravecido y más profundo
      Que el que tú te preparas a surcar. 
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    A una espada
      Un tiempo, oh insigne espada,
      En defensa del honor
      Y la libertad sagrada,
      Te esgrimió el mismo Valor
      Con mano jamás domada.
      Desde tu primer ensayo,
      Fuiste por siniestra lumbre
      Relámpago que desmayo
      Dio a la opuesta muchedumbre,
      Y al herir certero rayo.
      Desde el ocaso a la aurora
      Celebrada por do quiera,
      Iberia tus daños llora,
      Y la Fama pregonera
      Te llamó la Vencedora.
      Diga su eterno clarín
      Cuánta portentosa hazaña
      Ejecutaste en Junin,
      Y allí do el poder de España
      Tuvo para siempre fin.
      Cual degüella inermes reses
      De ayuno león la saña,
      Como en los ardientes meses
      Del segador la guadaña
      Corta las espesas mieses;
      Regida por mano fuerte,
      Asimismo tú veloz
      Cuellos segabas de suerte,
      Que la misma fatal hoz
      Pareciste de la Muerte:
      Y de tu sedienta hoja
      Era la sangre enemiga
      Una nueva vaina roja,
      Sin que sintiera fatiga
      La diestra que así te moja.
      ¿Ni esto, espada, ni el ser hija
      De las fraguas de Toledo
      Bastar pudo a que te aflija,
      Dando ya pena y no miedo,
      Fortuna menos prolija?
      De tu heroico dueño el fin
      Te condena a olvido oscuro,
      Y en ocio torpe y ruin,
      Pendiente de servil muro,
      Te envuelven polvo y orín.
      Y la ingrata incuria deja
      Que en tus embotados filos
      Y dorado pomo teja
      Te extienda Aracne sus hilos;
      Mas quien tan poco semeja
      A su padre esclarecido
      Y más que al virtuoso Marte
      Sigue a Baco y a Cupido,
      Es bien que de sí te aparte
      Y te condene al olvido;
      Y que de verte se ofenda
      Quien sólo de fácil juego
      Lidia en infame contienda,
      En donde, demente y ciego,
      Pierde la heredada hacienda.
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    Adela a Carlos
      Apenas el billete
      Recibas, Carlos, de tu amante Adela,
      Incansable jinete,
      Clava la aguda espuela
      A tu caballo y a mis brazos vuela.
      Siglos me son las horas,
      De tu lado distante; considera
      Que, si venir demoras,
      De congoja tan fiera
      Es fuerza, es fuerza que tu Adela muera.
      Que enferma estoy de muerte,
      Y mi remedio el físico no sabe;
      Mi remedio es el verte,
      Y tu beso suave
      Será el elixir que mi mal acabe.
      Ni un punto a tu violento
      Curso descanso des, brutos desboca;
      Sus alas roba al viento;
      A mi impaciencia loca
      Mira que toda rapidez es poca.
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    Adioses
      ¡Qué dulces pasan los días
      A tu lado, Magdalena!
      ¿Quién consolará mi pena,
      Cuando tú no estés aquí?
      Prométeme no olvidarme
      En tierra alguna lejana,
      Que yo te prometo, hermana,
      Nunca olvidarme de ti.
      Si alguna vez me olvidaras,
      El dolor me mataría,
      Y sin tu amor, alma mía,
      No podría vivir, no:
      En tu amor está mi vida,
      Tu olvido será mi muerte;
      Donde te lleve la suerte,
      ¿Quién te amará como yo?
      Cuando pienso que mañana,
      Al asomar en oriente
      La aurora su blanca frente,
      En vario te he de buscar,
      Y que, si alguien me pregunta
      Por mi dulce compañera,
      Le diré: la suerte fiera
      Hoy la arrastra por el mar;
      A tan triste perspectiva,
      A tan crudo pensamiento,
      Desmayar la vida siento,
      Cual si fuera ya a morir;
      Y en contraste con los días
      Que pasé a tu dulce lado,
      Se me ofrece el enlutado
      Solitario porvenir.
      Adiós pues: cuando la tarde
      Comience a esparcir sus sombras,
      Mis pies las verdes alfombras
      De la playa pisarán;
      Y anegados en el llanto,
      Del sol a la luz viajera
      Por mi dulce compañera
      Mis ojos preguntarán.
      Y recorrerá las ondas
      Después mi vista anhelante,
      Por si una vela distante
      Consiguen mis ojos ver,
      Que de la nave en que vengas
      Anuncie la cercanía;
      Porque, ¿no es verdad que un día,
      Magdalena, has de volver?
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    Canción de Coralay
      Tendió la noche su manto
      Sobre el mundo silencioso,
      Y el deseado reposo
      Suspende penas y llanto.
      La clara luna se mira
      Del mar en la linfa pura,
      Y apenas la onda murmura
      Y el aura apenas suspira:
      Todo en paz yace sumido,
      Y del universo dueño,
      Vierte su bálsamo el sueño
      Y su benéfico olvido.

      En el monte misterioso,
      Y en la floresta sombría,
      Y en la verde pradería,
      Y en el azulado mar,
      Todo calla, todo olvida
      Su fatiga y su quebranto,
      Y mi solo triste canto
      Hace el eco resonar.
      Depone el león su saña,
      Y en la quieta selva muda
      Hasta la tórtola viuda
      Al sueño da su dolor:
      Sólo yo, al placer extraña,
      Solitaria gimo y vello,
      Y en vano demando al cielo
      Tregua un instante a mi amor.
      Luna, del amor testigo
      Con que al extranjero adoro,
      Duélate mi amargo lloro
      Y mitiga mi pasión:
      No te pido, casta diosa,
      Que cese la llama mía:
      Sin ese amor moriría
      Mi desierto corazón.
      Tampoco que, más dichosa
      Que la que reina en su pecho,
      Consiga yo ver deshecho
      El juramento nupcial:
      Goce la virgen hermosa
      De su amor puro y entero,
      Que ninguna dicha quiero
      Que se compre con su mal.
      Sólo quiero una sonrisa
      Ver vagar en su semblante
      Y sólo por un instante
      Su puro aliento aspirar;
      Y cuando lleve la brisa
      Mi triste queja a su oído,
      Su corazón condolido
      Sienta por mí palpitar.
      Más no, que en su altivo pecho
      La tímida queja mía
      Acaso sólo hallaría
      Un injurioso desdén;
      Y no merece esta humilde
      India, en su amor tan osada,
      Que una piadosa mirada
      Sus bellos ojos lo den.
      Orgulloso castellano,
      Para las dichas nacido,
      No hiera nunca tu oído
      De mis pesares el ay:
      Y mientras consuelo en vano
      Pido a la luna serena,
      Ignora siempre la pena
      De la triste Coralay.
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    Castigo
      "¿No oyes?, la aguda cántiga temprana
      Del ave conocida en la ventana,
      Oh amado, nos avisa
      Que torna la mañana
      Con importuna desusada prisa.
      "¡Ay!, ya de tu partir llegó la hora:
      ¡Cuán presurosa fue de la traidora
      Breve noche la fuga!
      La diligente aurora
      Hoy ¡qué temprano en nuestro mal madruga!
      "Mas deja el lecho, y tus disfraces viste;
      Y, aunque me miras congojada y triste,
      Parte ya, dulce amigo,
      Secreto cual viniste:
      Nadie de tu salir sea testigo.
      "Mas ni hablas, ni respiras". ¡Ay!, que nada,
      Nada responde el joven; espantada,
      Ella le toca y mueve,
      E inmoble inanimada
      Masa siente, más fría que la nieve.
      ¡Ay! ¡qué gritos arroja de hondo espanto!
      ¡Qué alaridos!, ¡qué voces!, ¡y qué llanto!
      La familia despierta
      Y acude a rumor tanto,
      Y es de todos su infamia descubierta.
      Y la culpada que a sus padres mira
      Llenos de asombro y de vergüenza y de ira,
      Y al que amaba difunto,
      Sólo a morir aspira,
      Que honra, dicha y amor perdió en un punto.
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    Deseo
      Pláceme contemplar desde la playa
      El infinito mar que me convida
      A que del patrio suelo me despida
      Y a otras riberas venturosas vaya.

      Del lejano horizonte tras la raya,
      Al umbral de otro mundo parecida,
      Tal vez más dulce placentera vida
      Y más felices moradores haya.

      Oh naves, que a la aurora al occidente,
      Al sur partís y al septentrión, ¡quién fuera
      Con vosotras! Mas ¡ay!, que solamente

      Me es dado vuestra rápida carrera
      Seguir con la mirada y con la mente:
      ¡Y la dicha tal vez allá me espera!
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    El desgraciado
      "Sólo me miro en la tierra;
      Cual con tenaz enemigo,
      Están las cosas en guerra,
      Desde que nací, conmigo;
      Y un espíritu a mí adverso
      Reside en el universo.
      "No consiente el mar turbado
      Que a surcarle yo me atreva,
      Y la tierra mal su grado
      En sus espaldas me lleva,
      Y me tienen odio ciego
      Aire, tierra, mar y fuego.
      "Mujer ninguna me ama,
      Ni me es ningún hombre amigo,
      Y es emblema de la llama
      A que da mi pecho abrigo,
      Volcán que arde triste solo
      Entre las nieves del polo.
      "Cual vasta ciudad desierta
      O en el sueño sumergida,
      Donde el paso no despierta
      Señal ninguna de vida,
      Se me ofrece el mundo, donde
      Nadie a mi clamor responde.
      "Y en vano me agito y ando
      Peregrino por la tierra,
      Los portentos visitando
      Que la vieja Europa encierra,
      Y que allí en la patria mía
      Por mirar me desvivía.
      "Cuando me mezclo en la calle
      Con la multitud festiva,
      ¿Será -me digo-, que no halle
      Tal vez uno, mientras viva,
      Uno entre tantos millares,
      Que comprenda mis pesares?"
      "No pude en ninguna parte
      Del ancho poblado mundo,
      Oh mitad de mi alma, hallarte,
      Hallarte, oh mi yo segundo;
      Y de hallarte, ¡oh dolor fiero!
      En la tierra desespero.
      "Cual si me hubiera hecho reo
      De algún tremendo delito
      Antes de nacer, me veo
      Por cielo y hado maldito,
      Y de herirme no se sacia
      Con sus flechas la Desgracia.
      "¡Si en este colmado abismo
      De desventuras, siquiera
      En paz yo conmigo mismo
      Interiormente estuviera!
      Pero de mí propio siento
      Un profundo descontento.
      "¡No, no pose el infierno
      Más espantoso suplicio
      Que este descontento eterno!
      Quisiera perder el juicio
      Y beber de mi amargura
      El olvido en la locura.
      "Cuando esta máquina enferma
      En polvo se haya deshecho,
      Y mi último sueño duerma
      En hondo y oscuro lecho,
      Nadie a llorar irá junto
      A la losa del difunto.
      "Ni plantará pía mano
      Ciprés que mi tumba asombre,
      Ni pasajero en humano
      Labio sonará mi nombre,
      Ni se hará jamás presente
      Mi recuerdo a humana mente.
      "Y en su ancho seno profundo
      Me esconderá tanto olvido,
      Como si yo en este mundo
      No hubiera nunca existido;
      Y no resarcirá nada
      Vida tan desventurada".
      Así una noche sin luna,
      En mudo ancho despoblado,
      Del rigor de su fortuna
      Se quejaba un desdichado,
      Haciendo a sus quejas dúo
      El triste canto del búho.
    Arriba

    El juicio final
      Ya en el postrero universal juicio
      Del Juez supremo a la presencia me hallo,
      Y aguardo el justo inapelable fallo
      Que eterno espera a la virtud y al vicio.

      Mas ¡ay!, ¿adverso me será o propicio?
      ¿De Cristo o de Satán seré vasallo?
      En duda tan cruel, temblando callo,
      Más digno que de premio, de suplicio.

      Ya las turbas el Juez ha separado,
      Y el rostro favorable o enemigo
      Al diestro vuelve y al siniestro lado:

      Pero yo, justo Dios, ¿a quiénes sigo,
      Cuando a la Virtud abras y al Pecado
      Los palacios del premio y del castigo?
    Arriba

    El picaflor y la florecilla
      De un pintado picaflor,
      De los campos maravilla,
      Una incauta florecilla
      Se prendó con loco amor.
      Mas, como es aquel al par
      De mariposa inconstante,
      No tardó la flor amante
      Su esquivez en lamentar.
      Y al verle pasar a veces,
      En tristes voces así
      Se le quejaba: "¡Ay de mí!
      ¿Por qué, mi bien, me aborreces?
      ¿Qué te hice? ¿Estos desdenes
      Te ha merecido mi fe?
      ¿Por qué en mis hojas, por qué
      A columpiarte no vienes?
      ¿Has olvidado que apenas
      Abrí mi tierno capullo
      De las auras al arrullo
      Que me halagaban serenas,
      Viniste a posar en él,
      Y a besarme, de amor lleno,
      Hasta apurar de mi seno
      La sustentadora miel?
      ¡Ay!, no supe qué inconstante
      Eras, y mudable y leve
      Como el aura que me mueve
      Y que cambia en cada instante.
      No supe que tus amores
      Multiplicabas sin cuento,
      Y que, más falso que el viento,
      Engañabas a las flores.
      Hoy de tu odio en el exceso,
      A todas besando vas,
      Y a mí, triste, a mí no más
      Me exceptúas de tu beso.
      Deja ya tanto desdén,
      No me des pena tan fuerte,
      Y aunque hubieres de volverte
      Luego al punto, al menos ven.
      Pero desoyes cruel
      Mis quejas y vivo anhelo,
      Siguiendo tu raudo vuelo
      Por el florido vergel.
      ¡Ah!, ¡quién de hojas en lugar
      Alas como tú tuviera
      Para seguirte doquiera
      Que te pluguiera volar!
      ¡Mas ay!, que tengo infeliz
      Inmóvil clavado el pie,
      Y aprisionada se ve
      Del suelo mi honda raíz.
      Cuando me maten congojas,
      ¡Lleve el viento noche y día
      Haciéndote compañía
      Mis enamoradas hojas!"
      Así la flor se querella
      Con modo tierno y sencillo,
      Mas el cruel pajarillo
      No tornó a acordarse de ella.
      Doncella incauta en amor,
      Bella y simple cual las flores,
      Cuenta, con que te enamores
      De algún galán picaflor,
      Que, volando sin cesar
      De flor en flor con fortuna,
      Sin detenerse en ninguna,
      Burla de todas al par.
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    El temblor
      "Temblor" sonó; con subterráneo ruido
      Velocísimo llega de repente;
      Moverse el suelo, cual bajel, se siente,
      Y crujir techo y muro sacudido.

      Con voladora planta sin sentido
      La calle ocupa la espantada gente,
      Que se humilla confusa y se arrepiente
      Y a Dios clama en altísimo alarido.

      Pasa el peligro y rápido se olvida;
      Al saludable espanto reemplaza
      La viciosa costumbre de la vida.

      Mas teme, oh Lima, teme a tu enemigo
      Que, si hoy sólo pasó cual amenaza,
      Vendrá tal vez mañana cual castigo.
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    En Nápoles
      Entre cien luces y ciento,
      Tan clara del firmamento
      Resplandece en la mitad
      La blanca hermana de Febo,
      Que es la noche día nuevo,
      De más suave claridad.
      Tiempo ha que la hermosa fiesta
      No vi de noches como esta:
      Las noches de mi país,
      Rivales del día ufanas,
      Oh noches napolitanas,
      A mi recuerdo mentís.
      De las brisas al halago,
      ¿No semeja el mar un lago,
      De tormentas incapaz,
      En cuyas aguas serenas
      Moran hermosas sirenas,
      Amigas de calma y paz?
      Se está dormida quedando
      Parténope bella, al blando
      Vago arrullo de la mar:
      ¡Qué quietud!, vosotras solas
      Murmuráis, continuas olas,
      Apenas, al expirar.
      No; que la brisa sonora
      La canción me trae ahora
      De fino amador que al pie
      Del usado balcón vela,
      Y al son de blanda vihuela
      Canta su amorosa fe,
      El fresco nocturno ambiente
      Todo empapado ¡se siente
      En el aroma sutil,
      Que hurta a vecinos jardines,
      De azahar, mirto, jazmines,
      Y olorosas flores mil.
      Cuanto siento, escucho y veo
      Es deleites; el deseo
      Anhelar no puede más;
      ¿Por qué pues, dime, alma mía,
      Llena de melancolía
      Aquí y en tal noche estás?
      ¡Ah!, porque ningún amigo
      O amada goza conmigo
      De tal noche la beldad,
      Y aún en sitios tan amenos
      Mi corazón echa menos
      Su otra no hallada mitad.
    Arriba

    L. a E.
      No siempre triste al contemplarme y serio
      En los verdores de mi edad florida,
      Intentes, bella joven, de mi vida
      Penetrar el tristísimo misterio.

      De horrendos males cuyo antiguo imperio
      Padece un alma que jamás olvida
      Sólo me ha de librar la apetecida
      Profunda eterna paz del cementerio.

      Sí, soy bien desgraciado; mas no quieras
      Tan extraños pesares roedores
      Y desventuras conocer tan fieras:

      Es bien que para siempre las ignores,
      Ni de ellas consolarme tú pudieras,
      Que consuelo no admiten mis dolores.
    Arriba

    La cautiva
      "En vano a mis plantas veo
      Desparramado un tesoro,
      En vano de piedras y oro
      Resplandece mi prisión:
      El recuerdo de otros tiempos
      Entristece el alma mía,
      Y tenaz melancolía
      Me consume el corazón.
      Aves que cruzáis el cielo
      Al oscurecerse el día,
      Y que en anheloso vuelo
      A otras regiones partís,
      Descended a la ribera
      Desde las etéreas salas,
      Y llevadme en vuestras alas
      Al lugar donde nací.
      Y vosotras, oh viajeras
      Rápidas olas sonantes,
      Que a ignotas playas distantes
      Miro partir sin cesar,
      Reventad en la ribera
      De los lugares amados
      Donde mi madre me espera,
      Presa de inmenso pesar.
      Decidle que siempre lloro
      Tan larga prolija ausencia,
      Y que al cielo siempre imploro
      Que me devuelva a su amor;
      Contadle que con vosotras
      Se mezcló mi triste llanto,
      Y decidle mi quebranto
      Y mi infinito dolor.
      Cuando salí de mi patria,
      Sólo diez años tenía:
      ¡Oh triste y amargo día
      De eterna recordación!
      Los piratas me arrancaron
      De los brazos de mi madre,
      Y mataron a mi padre
      Que me defendió cual león.
      Recuerdo que cuando el buque
      De la orilla se alejaba,
      A mi madre oí que enviaba
      Su despedida postrer:
      Corrí a la popa, y entonces
      La vi ondear su pañuelo,
      Y luego mirar el cielo,
      Y desmayarse, y caer.
      ¡Cuán en vano pedí entonces
      Que hicieran parar la nave,
      Y por los aires, cual ave,
      Hasta mi madre volar!
      Mirando estuve la costa
      Con ojos húmedos, hasta
      Que no vi sino la vasta
      Circunferencia del mar.
      A un príncipe de estas tierras
      Por los piratas vendida,
      Doliente paso mi vida
      Llorando el tiempo que fue:
      ¡Ah!, ¡quién pudiera gozarte
      Otra vez, tiempo dichoso!
      ¡Quién tus montes, pueblo hermoso,
      Trepar con ligero pie!
      ¡Quién pudiera allá en la tarde,
      De la solitaria estrella
      Reflejada la luz bella
      En tu puro lago ver!
      Y cruzando la pradera,
      Cuando la noche llegara,
      Madre mía, ¡quién pudiera
      A tu regazo volver!
      En lágrimas me deshacen
      Mis dulces memorias tristes:
      Tiempo feliz, ya no existes
      Y no volverás jamás:
      Al menos, aunque pasado,
      Nunca pierdas tus encantos,
      Nunca tus recuerdos santos,
      Me permitas olvidar.
      Un dulce presentimiento
      Que nunca en el alma muere
      Me dice que espere, espere
      Volver a mi patria al fin:
      Pise yo la tierra amada,
      Bese el rostro de mi madre
      Y el sepulcro de mi padre,
      Y podré después morir.
      Como un ángel, acompáñame
      Oh esperanza, mientras viva".
      Y de la triste cautiva
      Aquí el acento expiró;
      A una roca su cabeza
      Apoyó en su mano fría,
      Y la inmensa mar sombría
      Contemplando se quedó.
    Arriba

    La tarde a orillas del mar
      ¡Oh melancólica virgen!
      Cuando el sol se hunde en las olas,
      Ve con paso lento a solas
      A la playa a meditar:
      Que siempre al incierto rayo
      Del agonizante día,
      Está la Melancolía
      Sentada orillas del mar.
      Hela allí -el ebúrneo codo
      Apoyado en la rodilla,
      Y en la palma la mejilla,
      En pensativa actitud;
      Suelto el dorado cabello,
      Grave el rostro, la mirada
      En el vasto mar clavada,
      Y toda en muda quietud.
      Allí soledad, oh virgen,
      Allí el sosiego y la calma
      Que son tan gratos al alma,
      Allí silencio hallarás:
      Silencio que sólo turba
      De la onda el lento murmullo,
      Y al alma aduerme su arrullo
      Y monótono compás.
      Cruza las ondas tranquilas,
      Que parecen otro cielo,
      El rápido barquichuelo
      Del nocturno pescador;
      Y al son del pausado remo,
      Por aliviar su faena,
      Alza en la tarde serena
      Un canto consolador.
      Más allí donde se juntan
      El cielo y el océano,
      Ya busca la vista en vano
      Del sol el rayo postrer;
      Un crepúsculo dudoso
      De luz y sombra formado,
      Como un velo delicado,
      Se difunde por doquier.
      Goza esta hora indefinible,
      En que con vago lamento
      La tierra y el mar y el viento
      Parecen de amor gemir;
      Y en que en abrazo amoroso,
      Que tan presto ¡ay! se deshace,
      Se dan la Noche que nace
      Y el Día que va a morir.
      Y muere al fin, y se apaga
      Su indecisa luz postrera,
      Y sola en el orbe impera
      La callada Noche ya;
      Y como reina africana,
      En la vasta negra frente
      Su corona refulgente
      De estrellas llevando va.
    Arriba

    Las aves de la tarde
      ¿A dónde partís tan lejos,
      Tristes aves de la tarde,
      Que a los cansados reflejos
      Del día que va a expirar,
      Atravesáis en bandadas
      El firmamento sombrío,
      Y atrayendo mis miradas,
      Me hacéis de pena llorar?
      ¿Por qué en contemplaros hallo
      Una dulzura secreta
      Y agitan mi mente inquieta
      Mil recuerdos en tropel?
      ¿Por qué de deseos vagos
      El corazón siento lleno,
      Y estremecido, mi seno,
      Gimo sin saber por qué?
      Cuando se pierde en las nubes
      Vuestro plañidero canto,
      Siento un misterioso encanto
      De placer y de dolor:
      ¿Por qué así vuestro gemido
      Me entristece y me consuela?
      ¿Quién hace que así se duela
      Y se alegre el corazón?
      Decid, ¿qué secreto instinto
      Os mantuvo siempre errantes,
      Siempre inquietas y anhelantes
      De otro más bello lugar?
      ¿Nada amáis tal vez vosotras
      Que detenga vuestro vuelo?
      ¿En el anchuroso suelo
      No tenéis patria ni hogar?
      En mi alma también existe
      Un instinto misterioso
      Que me tiene siempre ansioso
      De otro mundo, otra región:
      Cual huracán prisionero,
      Dentro del pecho se agita
      Esta ansiedad infinita
      Que me llena el corazón.
      Cuando en occidente muere,
      El sol en su lecho de ondas,
      Y nuestros oídos hiere
      De la campana el clamor;
      Cuando la noche se acerca
      Con sus sombras silenciosas,
      Y mil voces misteriosas
      Forman un vago rumor;
      Entonces yo me entristezco
      Y gimo profundamente,
      Y empiezan mi triste mente
      Mil recuerdos a agitar,
      Y mi alma intenta lanzarse
      Hacia un bien desconocido
      Cuyo instinto habrá nacido
      En otro mundo quizá.
      ¡Ah!, yo soy tan desgraciado
      Como el triste prisionero
      Que, a su alta torre asomado,
      Ve el suspirado país
      Donde nació, dibujarse
      En la vasta lejanía,
      Y mira el distante día
      En sus montañas morir.
      Sin cesar, do quiera pienso
      En ese lugar dichoso
      Donde el ansiado reposo
      Encontrar al fin podré.
      Este mundo no es mi patria;
      De esas nubes tras el velo
      Está; mi patria es el cielo:
      ¡Cuándo allá podré volver!
      Peregrinas del espacio,
      Detenéos un momento:
      ¿No me oís?, el raudo viento
      Muy lejos os arrastró.
      Si escuchasteis mis gemidos,
      Tristes aves plañideras,
      Sed vosotras mensajeras
      De mis votos al Señor.
    Arriba

    Las cautivas de Israel
      I

      Junto a los ríos de Babel sentadas,
      Fijos los tristes ojos en el cielo,
      Al acordarse de su patrio suelo,
      Lloraban las cautivas de Israel;
      Y al ver volar en el azul espacio
      Las aves de la tarde plañideras,
      "Id, les decían, dulces mensajeras,
      Y llevad nuestros votos a Salen:
      Saludad por nosotras esos campos
      Donde natura prodigó sus galas,
      ¡Ah!, quién tuviera vuestras libres alas,
      Para partir de vuestro vuelo en pos
      Felices las que van, como vosotras,
      A ver de nuestra infancia los hogares!
      Nunca se calmarán nuestros pesares
      Hasta pisar la tierra del Señor."
      Y así diciendo, las cautivas míseras
      Las seguían con lánguida mirada,
      Y mil recuerdos de la patria amada
      Agitaban sus mentes en tropel;
      Y cuando las veían alejarse
      Del moribundo sol a los reflejos,
      Y entre las negras nubes, a lo lejos,
      Las miraban al fin desparecer,
      Bajaban silenciosas la cabeza,
      Se cubrían el rostro con las manos,
      Y después exclamaban: "Señor, danos
      Volver a nuestra patria alguna vez."
      Y como si el dolor más las uniera,
      Se abrazaban llorando con ternura;
      ¡Quién librará la turba prisionera!
      ¡Cuándo a sus campos volverá Israel!
      Y se quedaron luego anonadadas
      En el silencio triste del recuerdo,
      Fijas las melancólicas miradas
      Del sordo río en el raudal veloz:
      Pero se levantaron de repente,
      De vértigo divino poseídas,
      E irguiendo al cielo la inspirada frente,
      Alzaron este canto de dolor:

      II

      "Nos sentamos orillas de estos ríos,
      Y lloramos pensando en nuestro suelo
      Y en ese verde campo, en ese cielo
      Llenos del esplendor de Jehová:
      Y hemos colgado nuestras dulces harpas
      De los sauces que cubren la ribera,
      Que la mano cautiva no pudiera
      Sino sones dolientes arrancar.
      Cuando los que cautivas nos trajeron
      Quisieron recrearse con sus sones,
      Diciéndonos: cantadnos las canciones
      Que en un tiempo solíais entonar,
      Respondimos: los cantos de la patria
      ¿Cómo cantar en extranjera orilla?
      Y donde el sol de libertad no brilla,
      ¿Cómo cantar la dulce libertad?
      ¿Cómo entonar cantares de ventura
      En medio del dolor que nos abisma?
      Olvídese mi diestra de sí misma,
      Si me olvido de ti, Jerusalén:
      Péguese al paladar mi lengua muda,
      Si no hablo siempre de la patria amada,
      Y si a su santa maternal morada
      No anhelo siempre en mi dolor volver.
      Desde que vine de Sión cautiva,
      Su memoria es mi solo pensamiento,
      Y a cada hora, en todas partes siento
      De los recuerdos el cruel pesar:
      Cuando cierra mis párpados el sueño,
      Volver creo a los campos de mi infancia,
      Y estar venciendo la postrer distancia
      Que me separa de mi dulce hogar;
      Y llegar creo y reposar al cabo
      Cubierta por las ramas de una palma,
      A cuya sombra en otro tiempo el alma
      Soñaba en un sereno porvenir:
      ¡Cuan venturosa soy!, pero mi sueño
      Pasa, y con él se aleja mi ventura;
      De nuevo me hallo en servidumbre dura
      Y soy, al despertar, más infeliz.
      Señor, Señor, que en extranjera tierra
      No abra el destino mi sepulcro helado;
      Que repose mi cuerpo ya cansado
      En el bello país donde nací:
      Allá donde los huesos de mis padres
      Reposan ya, donde mi madre un día
      Con canciones de amor me adormecía,
      Allá, gran Dios, allá quiero morir."

      III

      Y aquí cesó la voz de las cautivas
      Y el eco triste repitió su canto,
      Y sus mejillas el amargo llanto
      De los recuerdos a regar volvió;
      Mas un presentimiento misterioso
      Se hizo oír en sus almas desoladas,
      Y se vio relucir en sus miradas
      De la esperanza el dulce resplandor.
    Arriba

    Mis sueños
      Cuando abrumado me siento
      Con los males de la vida,
      Y mi dolor la medida
      Excede del sufrimiento;
      Tú, dulce sueño profundo,
      Ser mi único alivio sueles,
      Pues traspaso los dinteles
      Contigo de aqueste mundo.
      ¡Cuán dichoso soy, si duermo!
      ¡Cuán diverso el paraíso
      Que mis dulces sueños piso
      De este tristísimo yermo!
      Y sus altos moradores,
      ¡Cuánto más bellos y buenos
      Y afables que los terrenos,
      Y en mente y saber mayores!
      Luz que vista y alma alegra
      Brilla, allí tan pura y clara,
      Que con ella semejara
      Triste nuestra luz y negra.
      ¡Donde quiera sin cesar
      Blanda música se siente,
      Que envuelve, cual nuevo ambiente,
      Aquel sagrado lugar!
      Flores mil veces más bellas
      Que las de nuestros jardines,
      Lirios de luz y jazmines
      Que vencen a las estrellas
      Cría ese eterno pensil,
      Y libres corren por él
      De dulce fragante miel
      Y néctar arroyos mil.
      Si os sucede vez alguna
      Hallarme al sueño rendido,
      No me despertéis, os pido,
      Porque el vivir me importuna.
      Y me acomete un pesar
      Tan hondo, cuando despierto,
      Que quisiera haberme muerto
      Para nunca despertar;
      Y por templar mi aflicción,
      En convencerme me empeño
      De que es la verdad el sueño
      Y la vida la ilusión.
    Arriba

    Noticias de la patria
      Es dulce a quien habita tierra ajena
      Nuevas sabe su país nativo,
      Que engaña de la ausencia la gran pena;
      Mas yo, que ausente de mi patria vivo,
      Consuelo ni alegría sentir suelo
      Con lo que a todos es grato y festivo.
      Antes me oprime grave desconsuelo;
      Llanto vierten los ojos, hechos fuente,
      Y me lamento al poderoso cielo.
      Pero, ¿cómo alegrarme?, ¿cómo ardiente
      No derramar inconsolable lloro?
      Si es fuerza siempre que la fama cuente
      Que el dulce patrio suelo a quien adoro,
      Y de quien sus miradas Dios aparta,
      Hijos pierde, virtud, honra y tesoro;
      Sin que jamás un punto de él se parta
      La atroz Discordia, como siempre ayuna,
      Nunca de presas y de estragos harta.
      Tal vez, por excusar tan importuna
      Pena, estar anhelé do no pudiera
      De mi patria saber nueva ninguna.
      ¡Dichoso el hombre que la luz primera
      Ver alcanzó de la bondad divina
      En tierra que en sosiego y paz prospera,
      Ni a sí propia se labra la ruina!
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    Querellas
      Aún estoy en la aurora de mi día
      Y de mi año en la dulce primavera;
      Mas la luz no veré del mediodía
      Ni a mi verano llegaré siquiera.
      ¡Un siglo viven otros, y yo muero,
      Cual flor nacida apenas, y marchita!
      ¡Y a otras vidas añade el hado fiero
      Tal vez los años que mi vida quita!
      Flor que se abre a la risa de la aurora
      Prolongar a lo menos debería
      Su frágil existencia voladora
      La corta edad de un fugitivo día.
      Más ¡ay!, tal vez la cortador reja
      O mordedura de reptil aleve
      Cumplir siquiera a la infeliz no deja
      Ni el curso entero de vivir tan breve.
      Pedí a Europa el alivio para el grave
      Oculto mal que lento me devora:
      ¡Ay!, que remedio para mí no sabe
      Su ciencia, para tantos salvadora.
      ¡Oh amores y placeres de la vida!
      Otro os goce y apure largamente,
      Que la borde yo de vuestra copa henchida
      Apenas puse el de mi labio ardiente.
      ¡Mágicos sueños de mi infancia leda!
      ¡Cuánto me habéis, cuánto me habéis mentido!
      Sólo al desierto corazón le queda
      Dolor y llanto, soledad y olvido,
      Dichas, amores, lauros inmortales,
      ¡Ay!, me pintó vuestra falaz promesa:
      ¡Y en vez de glorias y venturas tales
      Me aguarda el seno de temprana huesa!
      Y es mi dolencia cada vez más fuerte,
      Y me siento fallecer de modo,
      Que poco esfuerzo costará a la Muerte
      Para acabarme de vencer del todo.
      No te pido vivir, tan sólo espera
      Que al seno torne de mi madre amada,
      Y descarga después, oh Muerte fiera,
      El golpe postrimero de tu espada.
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    Recuerdos (Fragmento)
      Me acuerdo siempre: era una tarde triste
      El sol se hundía entre las olas ya:
      ¿Y tú ya no te acuerdas?, me dijiste
      Que nunca te podrías olvidar.
      La brisa suspiraba tristemente
      Sobre las aguas del dormido mar,
      Y las sombras confusas de la tarde
      Sobre ellas se apiñaban más y más.
      ¡Cuánto amor se leía en tu semblante!
      ¡Cuánta tristeza en tu pupila azul!
      ¡Y no te acuerdas ya de aquella tarde!
      Nunca creí que la olvidaras tú.
      Dime, tu pecho, tan ardiente un día,
      Tanto la vida con su soplo heló,
      ¿Que no escuchas jamás en tus ensueños
      De lo pasado la doliente voz?
      Al expirar el sol en occidente,
      Mientras las nubes siguen en tropel
      Su lúgubre carera por el cielo,
      ¿No te entristeces, como yo, mujer?
      ¿No piensas ver en la expirante hoguera
      La imagen moribunda de tu amor?
      ¿No recuerdas que así también moría
      Entre las nubes esa tarde el sol?
      ¿No piensas ver las sombras de otros tiempos
      Riendo tristes acercarse a ti?
      ¿No escuchas sordas y dolientes músicas
      Vagar por los espacios y morir?
      ¿Se agotaron tus lágrimas acaso,
      De nada te entristeces, y jamás
      En lo pasado? ¡Ah!, ¡quién pudiera!
      ¡Ah!, ¡quién pudiera, como tú, olvidar!
      No te amo ya; mas la profunda herida
      Que me hizo tu amor siempre está aquí;
      Y aunque quiero olvidarte, noche y día
      Miro do quier tu aparición gentil.
      ¡Ah!, ¡cuando pienso que de aquellas horas
      Ni una tan solo volverá jamás,
      Que ya no habré de verte enamorada
      Mirarme largamente y suspirar;
      Entonces siento inmensas amarguras
      Y mi alma se estremece de dolor,
      Y en el desierto porvenir no encuentra
      Ni un consuelo mi triste corazón!
      Te amo como eras en aquellos días,
      Dulce, tierna, purísima, ideal,
      ¡Ángel hermoso que bajó del cielo
      Para venir mi vida a consolar!
      Es tu imagen en mi bello retrato
      Que, aunque el modelo envejecer se ve,
      Siempre lozano y juvenil se muestra,
      Que eterna juventud le dio el pincel.
      Y ahora te aborrezco: con sus brazos
      Ciñeron tu beldad amantes mil;
      Aún es bello tu rostro, mas el alma...
      Y el alma fue lo que yo amaba en ti...

      (...)

      No, ya no más acuérdate del cielo
      Y a él levanta tus alas, corazón:
      Sólo allá, sólo allá podrá apagarse
      La sed que sientes de infinito amor.
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    Reto al destino
      No más supliques, corazón, ni llores:
      ¿De qué tu llanto te valdrá?, de nada;
      De nada humildes ruegos: tus dolores
      Sufre de hoy, mas con altivez callada:
      ¿No sabes, di, que el Hado sus rigores
      Nunca remite ni jamás se apiada,
      Y cuan en vano su nobleza humilla
      Quien dobla ante sus aras la rodilla?
      De la dura paciencia los diamantes
      Te abroquelen el pecho, que no pudo
      Quebrantar en sus golpes incesantes
      La clava del destino tal escudo:
      Su saña y su tesón se rindan antes
      Que tu orgulloso sufrimiento mudo,
      Que halle más firme sin cesar y grande
      Cada mayor desdicha que te mande.
      Del añoso, arraigado, excelso roble
      Que crece de una sierra en la alta cumbre
      Emblema fiel de la Constancia noble,
      Imita la magnánima costumbre;
      Al cual nunca hace que la frente doble
      De los vientos la airada muchedumbre
      Que nunca aplaca su tremenda guerra
      Contra el monarca altivo de la sierra.
      Sé como firme escollo cuya planta
      Azota el océano eternamente,
      Mientras el huracán, si se levanta
      Hiere tronando su desnuda frente
      Con saetas de fuego; y él aguanta,
      Sin parecer siquiera que la siente,
      Del mar y el cielo la batalla doble,
      Eternamente tácito e inmoble.
      Sí, que de hoy mas sin las cobardes preces
      Y llantos de la humana criatura,
      Que tú siempre o desoyes o escarneces,
      Ah Destino cruel, de la amargura
      Apuraré la copa hasta las heces:
      Tu saña pues en mi constancia apura,
      Y contra mí asestándolas, acaba
      De agotar las saetas de tu aljaba.
      Dispuesto a todo estoy; desde este día
      Entra en combate singular conmigo:
      Haz tan extrema la miseria mía,
      Que envidia sienta del más vil mendigo;
      Me devore en larguísima agonía,
      Sin que me dé la caridad abrigo,
      Horrible mal, espanto de la gente,
      Que aún a la misma Compasión ahuyente.
      De mí se aleje la Amistad esquiva
      Y me nieguen sus labios desleales;
      Como a extraño, mi patria me reciba,
      Y ciérreme sus brazos maternales;
      De mí afrentada, mi familia altiva
      Me arroje con baldón de sus umbrales,
      Y en pos corriendo de mi huella, impía
      La plebe vil de mi infortunio ría.
      De la Calumnia pérfida me acierte
      Cada tiro traidor; todos estimen
      Que por maldad, no por adversa suerte,
      Desgracias tantas mi existencia oprimen;
      Pena parezcan corta, aunque tan fuerte,
      A tanto horrendo nunca oído crimen,
      Merecedor de justiciera llama,
      Con que mancille mi virtud la fama.
      Haz por fin que me ponga la Fortuna
      En la parte más baja de su rueda;
      Sobre mi frente miserable aduna
      Cuanta desdicha imaginar se pueda;
      De ellas no falte a mi aflicción ninguna;
      Aún del bien de esperar me deshereda:
      Y males para mí tu saña invente
      Cuales no puede adivinar la mente.
      Ya verás, oh Destino, que mi alma,
      Más sufrida que el justo de Idumea,
      De su constancia te opondrá la calma,
      Que nunca esperes que domada sea;
      Y, aunque no pueda merecer la palma
      En tan tremenda desigual pelea,
      Me quedará el consuelo todavía
      De la invencible resistencia mía.
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    Rosaura
      Luce del alba el resplandor primero,
      Y ya ante el claro tocador se aliña
      Rosaura, hermosa, presumida niña
      Que el día en ataviarse gasta entero;
      Y, como enamorada de sí propia,
      En su beldad se ufana y se recrea,
      Y en el cristal luciente que la copia
      Atenta ve el peinado y la presea
      Que más el blanco rostro le hermosea:
      De frente ora contempla su hermosura,
      Ora entre dos espejos
      Su espalda o su perfil mirar procura,
      De cerca ya se mira, ya de lejos;
      Y cuanta airosa artística postura
      Y ademán elegante
      La Trinidad enseña de las Gracias
      Su vanidad ensaya y los apura
      Ante el amigo espejo
      Adulación pidiéndole y consejo.
      Al verla así creyeras,
      Lector, que enamorada está de veras
      De la hermosa que dentro
      Habita del espejo y al encuentro
      Le sale alegre y presta
      Siempre que a verse llega, y la saluda,
      Y con amor y con lisonja muda
      Sus miradas y risas le contesta.
      La Elegante voz pública la llama,
      Pues no hay en Lima dama,
      O casada o soltera,
      Que le usurpe la fama
      De ser en el vestirse la primera.
      Y como entre aves de pintada pluma
      El pavón altanero
      Despliega de su falda la ancha rueda
      De piedras salpicada, que remeda
      Deslumbrante vidriera de joyero;
      Como entre flores mil que del verano
      Pintó la rica mano
      Se mece al soplo de la plácida aura,
      La presumida rosa, o entre estrellas
      Su luz ostenta la serena luna;
      Tal descuella Rosaura
      Entre mil y mil bellas
      Que iluminado ancho salón aduna.
      ¡Oh doncella feliz, cuyo cariño
      Único son las cintas, los encajes,
      Las joyas y los trajes
      Y los demás ministros de su aliño;
      Su afán estar al cabo de las modas
      Que nuevas cada día
      Al sexo encantador París envía,
      Y en Lima ser quien las estrene todas;
      Y que, cuando se case, su desvelo
      Mayor será el vestido y blanco velo
      Que ha de ponerse el día de sus bodas!
      Nunca mayor desgracia la molesta
      Que dejar de asistir al baile ansiado,
      Por no haber acabado el prometido
      Esperado vestido
      La modista traidora;
      Pero lo que más lágrimas le cuesta
      Es que esa noche su rival Aurora
      Haya de ser la reina de la fiesta.
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    Visión
      I

      Iba la más oscura taciturna
      Y triste Hora nocturna
      Moviendo el tardo soñoliento vuelo
      Por el dormido cielo,
      Cuando, dejando mi alma
      En brazos del hermano de la Muerte
      A su cansado compañero inerte,
      Libre de su cadena,
      Voló a su patria desde el turbio Sena.
      Y toda en breve punto recorriola,
      Desde el postrero linde Ecuatoriano
      Hasta la gran laguna,
      De los hijos del sol sagrada cuna,
      Y desde el océano
      Hasta el inmenso río
      Que entre todos merece el señorío:
      Así en el breve Mapa retratada,
      La recorre la rápida mirada.
      Mas ¡ay!, que por do quiera
      Que el vuelo dirigiera,
      De pasadas contiendas las señales
      Y aprestos encontraba
      De futuras contiendas fraternales,
      Y de discordia que jamás acaba.
      Al fin rendido me senté y doliente
      En un profundo valle que, a la falda
      De los Andes tendido, en noche doble
      Se envolvía a la sombra de su espalda:
      De aquel salvaje natural retiro
      Era el silencio dueño,
      Y sólo de mi pecho algún suspiro
      Tal vez interrumpía con son blando
      De la naturaleza el hondo sueño.
      En tal estado ignoro
      Cuanto tiempo pasé, mi faz regando
      Con encendido lloro,
      Cuando llegó a mi oído
      Desde el confín del cielo
      Como el rumor que alzara de distante
      Ejército de cóndores el vuelo:
      Los ojos alzo, y miro tan radiante
      Blanca figura descender ligera,
      Cual si astro rutilante
      Despeñado bajase a nuestra esfera;
      Las débiles pupilas, deslumbrado,
      Fuerza cerrar me fue, y cuando las hube
      De nuevo abierto, ya encontré a mi lado
      A celestial querube.
      Tan alta remontaba su estatura,
      Que ni cerca del Ande
      Se olvidaban los ojos de su altura;
      No de la Tierra la soberbia prole
      Que al magno Jove pudo dar asombros
      Alzaba al cielo tan gigante mole;
      Aún tremolaban en sus altos hombros
      Sonantes alas, en grandeza tales,
      Que con alas rivales
      Nunca los ojos míos
      Volar miraron sobre el mar navíos.
      Era su cuerpo deslumbrante nieve,
      Y de su rostro la beldad tan rara,
      Que mi estro no se atreve
      De su pintura a acometer ensayos;
      Y cual del Sol la rutilante cara
      En la mitad del día,
      Derramaba ancho círculo de rayos,
      Sol portentoso de la noche umbría.
      A vista tal, lleno de asombro y miedo,
      Con las manos cubriéndome los ojos,
      Caí sin voz, helado, fiel remedo
      De mortales despejos;
      Entonces a mi oído aquestas voces
      Llegan, cual si del cielo descendieran:
      "Yo soy el genio del Perú, el arcángel
      A quien el sumo rey del Universo
      Encargó de esta tierra la custodia;
      Yo, a pesar del perverso
      Ángel que la verdad y la luz odia,
      Ciego rey de las indias muchedumbres,
      A los míseros Incas
      De la fe verdadera di vislumbres:
      Yo vi, como falange del Averno,
      Inundar las riberas peruanas
      Negra nube de iberos asesinos,
      Y mis ojos divinos
      Verter pudieron lágrimas humanas;
      Yo acompañaba al mísero Atahualpa,
      Al último suplicio,
      Donde, a la luz que le mostré propicio,
      La vanidad de sus creencias palpa;
      Yo, desatando de su error la venda,
      El agua santa que las culpas lava
      Y del glorioso cielo abre la senda,
      Hice que recibiera, y consolaba
      Del imperio perdido la amargura
      Con la promesa del que nunca acaba;
      Yo en las heroicas vengadoras lides
      De Junin y Ayacucho
      Estuve con los libres, y delante
      De los dos inmortales adalides,
      Iba sus nobles pechos resguardando
      Con el escudo de tenaz diamante
      Que en los combates embrazaba, cuando
      En los campos celestes
      Desbaratamos de Luzbel las huestes.
      Mas tú, ¿por qué a estas horas
      En tan desiertas soledades lloras?
      Desata el labio, y sin tardanza dime
      Qué congoja te oprime".
      Alcé a estas voces la abatida frente,
      Y, mirando al arcángel cara a cara,
      Que el fulgor igualó que despedía
      Con la flaqueza de la vista mía,
      Respondí de esta suerte,
      Que, al solo nombre de la patria cara,
      Se despejó mi corazón de miedo:
      "Celeste ciudadano, ¿cómo puedo
      No penar y gemir constantemente,
      Cuando el hado consiente
      Tantos desastres a la patria mía,
      De la Discordia y Ambición teatro?
      Como el inquieto imperio en que a los cuatro
      Elementos indómitos gobierna
      La Discordia beoda,
      Mírala en honda confusión eterna,
      Segundo caos, agitarse toda.
      Cual se disputan en porfiada riña,
      Con pico agudo y garra carnicera,
      Hambrienta turba de aves de rapiña
      El gran cadáver de enemiga fiera,
      Así un puñado de ávidos caudillos
      Por los despejos de la patria triste
      Esgrimen los sacrílegos cuchillos.
      "Mas ¿qué digo un puñado?
      Si ya no hay ruin soldado,
      Ni vil cabeza de más vil pandilla,
      Que a la suprema silla
      No ambicione subir, y al más indigno
      Tal vez da el triunfo nuestro adverso signo;
      Y en vano de la insignia blanca y roja
      El uno al otro sin cesar despoja;
      Que nunca, por cambiar eternamente,
      Fue mejor nuestro estado;
      Antes siempre nos hizo lo presento
      Extrañar, cual dichoso, lo pasado;
      Ni porvenir aguardo diferente;
      Que entre cuantos la atenta
      Mirada en torno a divisar alcanza,
      Ni uno, ni uno tan solo se presenta
      En quien ponga la patria su esperanza.
      "¿Cuándo el Señor nos enviará piadoso
      El heroico varón, digno del Tibre,
      Amador de la patria verdadero,
      Que por solo su amor el noble acero
      Do quier triunfante vibre,
      Y cuando de famélicos millares
      De pretendientes nuestro suelo libre,
      Volver anhele a sus modestos lares?
      Mas, ¿qué profiero insano?
      ¡Hechos espero de valor romano
      Adonde sombra no hay de patriotismo,
      Sino abyecto interés, duro egoísmo!
      Bailes, palacios, coches, pingüe mesa,
      Esa, de cada cual la patria es esa;
      La patria, el bien primero,
      El dios universal es el dinero,
      Que aún por infames modos
      Alcanzan muchos y codician todos.
      La Justicia comprada
      Deja dormir la vengadora espada,
      Sin que supla siquiera
      Su venganza, con oro adormecida,
      El castigo del público desprecio;
      Antes a aquel que el robo no enriquece,
      Y a quien en vano la ocasión convida
      Con risa infame lo apellidan necio:
      Y lo que escapa a tan rapaces manos
      De mar y tierra la milicia sorbe,
      Y hambriento enjambre de empleados vanos.
      Y en tanto, ¡cuánta aldea,
      Sumergida en tinieblas de ignorancia,
      La luz primera del saber anhela,
      Sin que a su tierna infancia
      Abra sus puertas solitaria escuela!
      Y en tanto, ¡entre las penas del camino,
      Por montañas y selvas y el desierto,
      Para el viajero, de su senda incierto,
      O del bruto a merced vaga sin tino!
      Y echando menos el seguro puente,
      ¡Tienta el difícil peligroso vado,
      Do perece tal vez, arrebatado
      Del ímpetu veloz de la corriente!
      Y en tanto ancho arenal, cuya encendida
      Sed no alivia ni el llanto del rocío,
      ¡Espera en vano que distante río
      Venga a llenarle de verdor y vida!
      "De los jueces la hidrópica codicia
      Convierte en compra y venta la justicia;
      No Jesucristo, Satanás modela
      El vivir del indigno sacerdote;
      Y es la milicia de traición escuela
      Y de la patria el más cruel azote;
      El tierno joven en la mente abriga
      Torpes sofismas, y en el pecho bajo
      El ardiente deseo,
      (Pues el paterno ejemplo es bien que siga,)
      No de honroso trabajo,
      Sino del sueldo y del ocioso empleo;
      Y ansiando todos del Estado oficios,
      La industria nacional yace desierta,
      Y a objetos que fomentan lujo y vicios
      Abre solo el Comercio fácil puerta;
      Las ciencias y las nobles liberales
      Artes que el mundo acata, aquí de franco
      Menosprecio son blanco;
      Y a los hijos de Apolo,
      Que la presencia de tamaños males
      A sacrosanta indignación provoca,
      Torpe escarnio y baldón les cabe solo.
      "Por eso ¡ay Dios!, con arrogante boca,
      Bien como a gente bárbara o inculta,
      Nos befa el extranjero y nos insulta;
      Y los Peruanos defender no pueden
      En ajenas orillas
      A su patria afrentada, y sus mejillas,
      (Pues fuerza es siempre que verdad tan clara
      Sus amorosos argumentos venza),
      Se tiñen del color de la vergüenza;
      Y así de nuestras armas la divisa
      Que a mísera, discorde, débil gente
      Feliz y firme por la unión declara
      Es un sarcasmo que provoca a risa...
      Pero de nuestros males ¿quién contarte
      Podrá jamás más que una breve parte?
      En turba tan crecida,
      Por uno que relata, cien olvida
      El labio, y aún mil bocas
      Con que hablarte pudiese fueran pocas.
      "Y a tal estado, celestial mancebo,
      Dime, ¿hasta cuándo nos condena el hado?
      ¿O es maldito de Dios nuestro linaje,
      Que en él castiga sin piedad, cual nuevo
      Original pecado,
      La inaudita traición que cometieron
      Esos que un día al crédulo hospedaje
      Del Inca generoso respondieron
      Con robo, estupro, llamas y matanza
      Y cuanto daño a imaginar se alcanza?
      ¿Y nosotros, remotos descendientes
      De tan bárbaras gentes,
      De sus delitos fieros
      Y del castigo somos herederos?
      "¡Con que no hay de esperanza luz alguna
      Y, sin vivir, perecerá mi patria,
      Niña a quien sirve de ataúd la cuna!
      Naciones mil la Fama nos recuerda
      Que sepultó en su ocaso la Fortuna;
      Mas murieron decrépitas ancianas,
      De más lauros cubiertas que de canas:
      Mas, ¿cuál hubo jamás como la nuestra
      Que, ayer no más nacida,
      Dando está clara muestra
      Que se le acaba la doliente vida?
      Y, como muchos de sus propios hijos,
      Niños de edad y en corrupción ancianos,
      Ningunos vicios ya le son extraños
      De cuantos manchan en crecida tropa
      De Asia las sociedades y de Europa,
      Ya mayores en siglos que ella en años.
      "¿Y a quién pues que esto mira
      Del hondo corazón lágrimas rojas
      No exprimen sus fierísimas congojas,
      Su generosa cuanto inútil ira?
      Dadme, dadme la lira
      Con que el triste profeta Jeremías
      De Sión cantaba los postreros días,
      Y vierta en cantos de tristeza suma
      El duelo inmenso que mi pecho abruma,
      Viendo a fatal inevitable ruina
      Mi infortunada patria ya vecina!"

      II

      Así dije, y el llanto y los sollozos
      Mi discurso acabaron, mas el hijo
      Del cielo esto me dijo:
      "Hombre de poca fe, bien sé que es cierto
      Cuanto con voces de dolor me dices;
      Mas no por eso es bien que llores muerto
      El último consuelo de infelices;
      Que, aunque el mal, en tan hondo desconcierto,
      Echara profundísimas raíces,
      Para la fuerte voluntad sagrada
      Es el mayor impedimento nada.
      "Dios del abismo de la negra pena
      Sacar la dicha y el contento sabe,
      Y el mal más fiero, si morir le ordena,
      Antes fenece que su voz acabe;
      Corta de su ira y su furor la vena,
      Y ya en la palma de un infante cabe
      El mar que, derramado y furibundo,
      Bajo sus ondas sepultaba el mundo,
      "Aquel en cuyo pecho halla cabida
      La desesperación cobarde y ciega,
      Mientras aún dura la mudable vida,
      No merece la dicha, que al fin llega:
      La merece tan sólo quien anida
      La fe en el suyo, y siempre espejea y ruega;
      Que todo, todo del Señor se alcanza
      Con oración, con fe, con esperanza.
      "Abrigad firme fe; ved que sin ella
      Todo falta, con ella todo sobra;
      Y quien la abriga, mientras más le huella
      El hado, más aliento y fuerzas cobra;
      Vence el influjo de contraria estrella
      Y maravillas o imposibles obra;
      Manda al sol que al ocaso no descienda,
      Y abre en el océano enjuta senda.
      "De esperanzas, oh jóvenes, colmaos,
      Que como al huracán cuya pujanza
      Hunde o estrella las endebles naos
      Sucede placidísima bonanza,
      Como al confuso alborotado caos
      Siguió la creación, tened confianza
      Que, madre de mil bienes, la paz leda
      A la discordia bárbara suceda.
      "Concordia tal, de la del cielo emblema,
      Ha de enlazar a todos los Peruanos,
      Que de sus armas ya no mienta el lema,
      Y sean todos con verdad hermanos
      Firme estado fundando que no tema
      Extranjeros audaces ni tiranos,
      Cuya amistad y alianza Europa pida,
      Hoy con él tan injusta y engreída.
      "Del negro Averno a los profundos senos
      Volverá de los vicios la cohorte
      Que a cada estado, y a ninguno menos,
      Visiblemente hoy amancilla el porte;
      De esa feliz república de buenos
      Será la santa ley único norte,
      Y la Justicia romperá su espada,
      En sola su balanza confiada.
      "Las que hoy son espantosas soledades,
      Océano de plantas o de arenas,
      Serán grandes magníficas ciudades
      De población y de bullicio llenas;
      Y el que desierto fue tantas edades
      Podrá en sus senos abrigar apenas
      La gente innumerable pobladora
      Que abunde entonces cual arenas hora.
      "Los monstruos, del espacio vencedores,
      Que del vapor el alma inquieta mueve,
      Escalarán del Ande las mayores
      Cumbres que ciñe sempiterna nieve;
      Recorrida de carros voladores,
      Tan inmensa región ya será breve,
      Y rival el vapor del pensamiento,
      Difundirá sus luces al momento.
      "El mar, hoy de bajeles tan escaso,
      De tantas naves se verá cubierto
      Que manden Norte, Sur, Este y Ocaso,
      Que ostente dos ciudades cada puerto;
      Y abriéndose en las ondas libre paso
      Vuestros bajeles hasta el polo yerto,
      Sin que su hielo perennal lo estorbe,
      Descubrirán los límites del orbe.
      "De Europa abandonando las orillas,
      Donde siglos su luz resplandeciera,
      Las Artes nobles sus doradas sillas
      Trasladarán a esta feliz ribera:
      Y pródigas, aquí de maravillas,
      Audaces moles hasta en alta esfera
      Verán erguirse los nocturnos soles
      Que venzan griegas o italianas moles.
      "Las ornará la pródiga Escultura
      De estatuas que parezcan animadas,
      Y de frescos y telas la Pintura
      Que persuadan vivir a las miradas;
      Y se verán do quier con tal hartura
      Estatuas y pinturas derramadas,
      Que parezcan artísticos museos
      Palacios, templos, plazas y paseos.
      "De tan sublimes vuelos Poesía,
      Digno amor tuyo, entonces hará muestra,
      Que igualar mi logre su osadía
      El alto numen de la estirpe nuestra;
      No se disputen ya la primacía
      Roma, Florencia y quien les fue, maestra,
      Y a la Atenas mayor del Mundo Nuevo
      Concordes rindan el laurel de Febo.
      "Y con artistas sumos y poetas
      Florecerán filósofos y sabios,
      Que ahonden las verdades más secretas
      Y eternos hagan al error agravios;
      Y en espaciosas academias quietas
      Verás colgada de sus doctos labios
      Inmensa juventud, cuya impaciente
      Sed de saber con el saber aumente.
      "Ni en extranjero labio ya el idioma
      Molestará, Peruanos, vuestro oído,
      Por el que ardiente a vuestro rostro asoma
      De la amarga vergüenza e1colorido;
      Y, como el hijo de la antigua Roma
      Con patria tan magnánima engreído,
      Así vosotros donde quier ufanos
      Ya podréis exclamar: somos Peruanos.
      "Y, como hoy vais, llevados del deseo,
      De Europa a visitar las capitales,
      Os vendrá a visitar el Europeo
      A quien la sed hoy trae de caudales.
      Vencer en fin por todas partes veo
      Futuros bienes a pasados males,
      Y ser tu patria, en hado tan diverso,
      Modelo, asombro, luz del Universo".

      Así decía el celestial gigante,
      Y de extraña alegría
      Que renueva el recuerdo a cada instante,
      Me colmaba la dulce profecía
      De tiempo tan glorioso y tan risueño;
      Y mientras nuevamente hablarle fío,
      En menos que lo dice el labio mío,
      Se van juntos el ángel y mi sueño.
    Arriba

    Yaraví
      Cuando doblen las campanas,
      No preguntes quién murió:
      Quién, de tus brazos distante,
      ¿Quién puede ser sino yo?

      Harto tiempo, bellísima ingrata,
      Sin deberte ni en sombra favores,
      Padecí tus crueles rigores
      Y lloré como débil mujer;
      Ya me rinde el dolor y me mata,
      Acabárseme siento la vida;
      Ya te doy mi final despedida,
      Y ya escuchas mi queja postrer.
      ¡Cuántas veces riendo me has dicho
      Que en el mundo de amor nadie ha muerto!
      ¡Ya verás, ya verás si no es cierto
      Que hay quien muere de pena y amor!
      Ya verás que tu duro capricho
      ¡Oh tirana, la vida me cuesta!,
      Y bien pronto la queja molesta
      Cesará de tu odiado amador.
      Cuando el doble de lenta campana
      Vibrar oigas en son plañidero,
      No preguntes qué humano viajero
      De la vida las playas dejó:
      Quién, esclavo de suerte tirana,
      Blanco triste de tu odio y tu tedio,
      ¿Quién, enfermo de mal sin remedio,
      Quién ser puede, mi bien, sino yo?
      Mas si el largo rigor de tu fiera
      Esquivez llega un día a dolerte,
      Si al pensar en mi trágica muerte
      Y en mi amor y mi inútil afán,
      Compasivos derraman siquiera
      Una gota de llanto tus ojos,
      En la tumba mis yertos despojos
      De placer y de amor temblarán.
    Arriba