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Información biográfica
Arriba
- Información biográfica
- A Dios
- A Elena
- A Elena
- A Flérida
- A Jesucristo
- A la quina
- A la tarde
- A la Virgen
- A la Virgen
- A Lima
- A mi hermana Grimanesa (Con motivo de la muerte de su hija Eufemia, de tres años)
- A mi hermana Grimanesa (En la súbita muerte de su esposo)
- A mi padre
- A París
- A un niño
- A un viajero
- A una espada
- Adela a Carlos
- Adioses
- Canción de Coralay
- Castigo
- Deseo
- El desgraciado
- El juicio final
- El picaflor y la florecilla
- El temblor
- En Nápoles
- L. a E.
- La cautiva
- La tarde a orillas del mar
- Las aves de la tarde
- Las cautivas de Israel
- Mis sueños
- Noticias de la patria
- Querellas
- Recuerdos (Fragmento)
- Reto al destino
- Rosaura
- Visión
- Yaraví
- Traducción de poemas de Dante Alighieri [3]
- Traducción de poemas de Ludovico Ariosto [2]
- Traducción de poemas de Miguel Ángel Buonarroti [2]
- Traducción de poemas de Torquato Tasso [1]
- Traducción de poemas de Ugo Foscolo [2]
- Traducción de poemas de Vincenzo Monti [2]
- Traducción de poemas de Vittoria Colonna [2]
Información biográfica
- Nombre: Francisco Clemente de Althaus Flores del Campo
Lugar y fecha nacimiento: Lima, Perú, 4 de octubre de 1835
Lugar y fecha defunción: París, 22 de julio de 1881 (45 años)
Nacionalidad: Peruana
Ocupación: Traductor, periodista, profesor, escritor, dramaturgo, poeta
Movimiento: Romanticismo
Su contacto con la cultura de Europa, en especial con la del Renacimiento, hizo que se inclinara hacia la perfección de las formas poéticas, constituyendo el clasicismo su inspiración predilecta. No destaca a gran altura, pero al menos sobresale por su pericia entre los poetas de su tiempo. Ello concede a su arte un estilo excepcional, pero a la vez sacrifica frecuentemente la intensidad de su sentimiento romántico a la convencional estrechez de las formas clásicas.
Fuente: [Clemente Althaus] en Wikipedia.org
Fuente: [Clemente Althaus] en Wikipedia.org
Arriba
- A Dios
- Tal vez a celebrarte
Me arrastra ardiente irresistible afecto:
Mas, vanos numen y arte,
Remeda mi imperfecto
Canto el zumbido de volante insecto.
En corto labio humano
Mal el loor de tus grandezas cabe;
En Sión y a ti cercano,
El serafín te alabe;
Mas ni él loarte dignamente sabe.
Loores y armonías
Dignas de ti no tiene lo creado;
Sólo de ti podrías
En suficiente grado,
Pues en él te conoces, ser loado.
Mas de tu criatura,
Que en destierro que alivia la esperanza,
De tu santa luz pura
Tenue vislumbre alcanza,
Sea humilde silencio la alabanza.
A Elena
- Labios tienes cual púrpura rojos,
Tez de rosa y de fresco azahar,
Y rasgados dulcísimos ojos
Del color de los cielos y el mar.
Oro es fino la riza madeja
Que hollar puede el brevísimo pie,
Y flor tierna tu talle semeja
Que temblar al favonio se ve.
La hija bella del Cisne y de Leda,
Te pudiera envidiar cuerpo tal;
Pero en él más bella alma se hospeda,
Que no empaña ni sombra de mal.
Prole augusta tal vez me pareces
De himeneo entre dios y mujer:
¡Ah!, ¡dichoso, dichoso mil veces
Quien amado de ti logre ser!
No yo, indigno de tanta ventura,
A cuya alma pesó, cada vez
Que te viera, no ser ya tan pura
Cual lo fue en su primera niñez.
A Elena
- Dulcísima virgen, eres
Bella entre cuantas mujeres
De rara belleza vi;
Ni en el bajo suelo hay cosas
Dignas, por puras y hermosas,
De que las compare a ti.
Jamás estrellas rivales
De tus ojos celestiales
En la tierra contemplé,
Ni les hallo semejantes
Entre los ojos distantes
Con que la Noche nos ve.
Más blanca eres que la luna,
Y no es dado en flor ninguna
Tan fresca púrpura ver,
Que de tu lozana cara,
Que la Salud envidiara,
No la venza el rosicler.
Si sonríe tu bermeja
Boca, que engañada abeja
Por flor pudiera picar,
Enseñas entre corales
Perlas más blancas e iguales
Que las de rico collar.
Tu dorada cabellera
Que te cubre toda entera,
Suelta al céfiro feliz,
Ya es diadema de tu frente,
Ya te viste un manto ardiente
De gloriosa emperatriz.
De frente en igual decoro,
No parte y destrenza el oro
Marfil dentado o carey;
Ni tal ser pudo el cabello
Del tan vano cuanto bello
Hijo del profeta rey.
No a Venus formas envidias,
Ni las ideó tales Fidias;
Ni tanto el gran Rafael
Voló con su ingenio y arte,
Que presuman igualarte
Las hijas de su pincel.
La tierra toca tan blando
Tu breve pie, cual si hollando
Frágil piso de cristal
Con timidez estuvieras,
O como si a volar fueras
A tu patria celestial.
Tal, antes de darse al vuelo,
Por sobre el herboso suelo
Andando un pájaro va
Con tan airosa manera,
Que a cada instante se espera
Verle que se encumbre ya.
Si de beldad tan subida
Es tu cuerpo, en él se anida
Hermosura superior:
Una alma tan noble y pura,
Que recrearse en su hechura
Debió el divino Hacedor.
Luce en ti tan manifiesto
Tu virtuoso ánimo honesto,
Que el mismo impío Don Juan
Hubiera dicho a tu vista:
"Es imposible conquista
Al más obstinado afán."
Si a loarte alguien comienza,
Tu faz modesta vergüenza
Tiñe en más vivo carmín;
Y, bajando la mirada,
Muda ruegas y turbada
De tus loores el fin.
Cuando bordas, sobrepuja
A diestro pincel tu aguja,
Y en su tarea menor
Representas a Minerva,
Cuando de la gente sierva
Presides a la labor.
Tus músicas y canciones
Aquietan de las pasiones
El tumulto y fiera lid,
Como de Saúl la ira
Apaciguaban la lira
Y los cantos de David.
Nada dices, no haces cosa
Que no te muestre graciosa,
Y tenga secreto imán;
La Gracia misma te enseña
Hasta la acción más pequeña
Y descuidado ademán.
No hay matrona que no quiera
Y solicite tal nuera,
Ni tierno noble garzón
Que su esperanza y empeño
No ponga todo en ser dueño
De tu mano y corazón.
Por ti el extranjero olvida
Su dulce patria querida,
Y alarga su estancia aquí;
Y en vano de allá le llama
O madre, o amante dama
Que echó en olvido por ti.
¡Ah!, ¡feliz tu noble padre!
Y tu envanecida madre
¡Feliz cien veces y cien!
Y ¡felices tus hermanos,
Y cuantos te están cercanos
Y siempre te oyen y ven!
¡Y tus amigos y amigas,
Y aquellos a quienes digas,
Adiós, al pasar, siquier!
Y ¡más que todos dichoso
Quien ser el amado esposo
Alcance de tal mujer!
A Flérida
- ¿Qué has hecho, ingrata Flérida, que has hecho?
¡Así a tu amante dejas, y a un anciano
Por un vil interés vendes tu mano
A que sólo el amor tiene derecho!
¡Ay!, ¡qué vida te aguarda!, en mesa, en lecho,
Do quier al lado de ese espectro humano,
Tu dulce amante extrañarás en vano,
Que no se vende con la mano el pecho.
No marmóreo palacio, áurea carroza,
Claros diamantes, ni real boato
La pena aliviarán que te destroza:
Más que tal vida y el continuo trato
De tu odiado consorte, en pobre choza
Con tu amante vivir te fuera grato.
A Jesucristo
- ¿A quién acudiré, cuando estoy triste,
En busca de remedio y de consuelo,
Sino a ti, que comprendes nuestro duelo,
Del que experiencia tan cruel hiciste,
Cuando la mortal carne que nos viste,
Te vio vestir el asombrado cielo,
Y las miserias del mezquino suelo
Todas por larga prueba conociste?
Me espanta de tu Padre soberano
La majestad tremenda; más contigo,
Que te muestras tan dulce y tan humano,
Me es dado hablar cual con estrecho amigo,
O cual pudiera hermano con hermano,
Y mis dolores íntimos te digo.
A la quina
- Febrífuga corteza, de la humana
Enferma gente celestial tesoro,
Por el que más que por su plata y oro
El mundo debe a la región peruana:
¡Cuántas gracias te rinde el alma ufana!
Por ti se enjuga mi encendido lloro;
Tú vuelves la salud a la que adoro,
Y a su semblante la nativa grana.
Por ti de nuevo blancos velos viste,
Y sus divinas perfecciones muestra
A Lima, con sil ausencia sola y triste;
Por ti en el baile alegre con su diestra
Mi diestra junto, y venturoso enlazo
Su talle estrecho con mi amante brazo.
A la tarde
- ¡Yo te saludo, dulce encantadora
Indefinible hora,
Donde se unen y mezclan noche y día!
¡Hora de suave calma
Y de vaga inefable poesía!
¡Oh romántica virgen sonadora!
A tu triste beldad ceda la palma
La rozagante Aurora:
Que su faz leda y su mirada viva
Menos al tierno corazón agrada
Que tu faz pensativa
Y dulce melancólica mirada.
¡Qué bella eres, qué bella,
Ostentando en la frente
Como un diamante, la amorosa estrella,
Mientras el sol que brilla
Con moribunda luz en occidente
Arrebola tu pálida mejilla!
¡Qué bella, cuando a veces sol y luna
En ti el sereno firmamento aduna,
Cual de un palacio la mansión gloriosa
Junta a un monarca y a su excelsa esposa!
¡Cuánto me plugo siempre en tu reposo,
De la ciudad huyendo
La confusión y estruendo,
Irme poetizando silencioso
A los campos más tristes y desiertos,
Do sólo llega el son de la lejana
Plañidera campana
Que habla de los ausentes y los muertos!
Y lejos de los hombres y del vano
Conversar ciudadano,
Las más altas verdades,
Moradoras de augustas soledades,
Allí, vate filósofo, medito,
Y el destino del hombre y lo infinito,
¡Y en silencio converso
Con el alma que llena el universo!
A la Virgen
- I
¿Qué loor hay que te cuadre,
Reina de la empírea corte,
Hija del eterno Padre,
Del Paráclito consorte,
Y del Verbo virgen madre?
Tú a quien, aunque hija de Adán,
De emperatriz nombre te dan
Los nobles hijos del cielo,
Y atentos en santo celo
A tus preceptos están;
Tú que eres ¡en tal manera
De Dios la gracia en ti abunda!
La criatura primera
De la creación entera,
Y a Dios tan sólo segunda;
Sublime María, nueva
Mayor mejorada Eva,
Segunda madre del hombre,
¿Qué honores hay que a tu nombre
Agradecido no deba?
Rompiendo antiguo contraste,
Tú con Dios emparentaste
Al hombre abatido y siervo,
Hermano por ti del Verbo
A que fue tu seno engaste.
Por especial gracia y acto
De la paloma celeste,
Entra el Verbo a tomar veste
Humana en tu vientre intacto,
Sin que tu candor te cueste;
Como, dejándola entera,
Y sin teñirla siquiera,
El puro rayo solar
Entra a cerrado lugar
Por transparente vidriera.
De la tartárea serpiente
La dura soberbia frente
En triunfo glorioso fue
Quebrantada eternamente
Por tu delicado pie;
Pagando así el fiero mal
Que irreparable en Edén
Hacernos quiso, y del cual
Supo sacar mayor bien
La clemencia celestial.
De ti la mujer se alaba
Que del hombre vil esclava
Y de sus antojos era,
Y por ti de compañera
Derechos recuperaba.
Con Dios piadosa nos vales,
Si justamente se aíra:
¡Por tantas gracias y tales,
Toda boca, toda lira,
Te celebren perennales!
II
De los hombres abogada,
Clementísima Señora,
Hasta nuestra postrer hora,
A la Trinidad sagrada
Por todos nosotros ora.
Nunca a ti se alzan en vano
Nuestras afligidas voces,
Que los más duros y atroces
Modos del dolor humano
Por larga prueba conoces.
Tu ruego, madre, socorra
A los que, lejos del grato
Humano consorcio y trato,
En negra húmeda mazmorra,
Del hondo Averno retrato,
Viven años prisioneros;
A los nocturnos viajeros
Que no dan con su camino,
Y del ladrón o asesino
Temen los asaltos fieros;
A los huéspedes del mar
Que, a punto de naufragar,
Al cielo trémulas manos
Y agudos clamores vanos
Alzan todos a la par;
Al que desde playa ajena
Mira llorando la nave
Que zarpa a la patria arena,
A donde destierro grave
A no volver le condena;
A los pacientes soldados
Que, alegres y denodados,
En defensa de su tierra,
Van a morir a la guerra
A millares y olvidados;
Al que en su instante final
Teme del Juez inmortal
La pavorosa presencia,
Y escucha ya la sentencia
Del último tribunal;
Al alma que, acrisolada
Del purificante fuego,
Espera allí que la entrada
A la celestial morada
Le abrevie el humano ruego.
No te olvides de la viuda,
De crecida prole ayuda,
Que, en medio a pobreza acerba,
Casto su lecho conserva
Y el antiguo amor no muda;
Ni del padre a quien están,
Con voz y ansioso ademán,
La consorte y el enjambre
De hijuelos, pálidos de hambre,
Pidiendo un trozo de pan.
Ruega por el ternezuelo
Infante que aún por el suelo
Con manos y pies se arrastra,
Y por rigor de madrastra
Trueca materno desvelo;
Por la simple niña hermosa,
Burlada de amante aleve,
Y que madre, más no esposa,
Ante el mundo no se atreve
A mostrarse vergonzosa;
Por el triste a quien condena
Un delito, tal vez falso,
A la irreparable pena,
Y que ya sube al cadalso
En plaza de gente llena;
Por el pueblo donde impera
La voluntad altanera
De coronado verdugo,
Y por el que oprime el yugo
De una nación extranjera.
Débante preces constantes
Las repúblicas infantes,
De que mi patria ¡ay! es una,
Víctimas desde la cuna
De discordias incesantes.
Pues todos tus hijos son,
Ruega por los de nación,
Color y culto diversos,
Por los justos y perversos,
Por todos sin excepción.
Todos en igual empleo
Merecen tu ruego pío:
El inocente y el reo
El cristiano y el judío,
El apóstol y el ateo.
III
Puerta de los cielos ancha,
De toda virtud dechado,
A quien el Terno increado
Sola exentó de la mancha
Del original pecado;
Pura fuente cristalina
De nuestra vida en los yermos,
Santa alegría divina
De los tristes, medicina
Y salud de los enfermos:
Mi viciosa juventud
Enmienda, y haz que me inflame
El amor de la virtud;
Contento y paciencia dame,
Y vuélveme la salud.
Mas tu piadosa oración,
Si muero en edad tan tierna,
Me dé el divino perdón,
Y dulce morada eterna
En los palacios de Sión.
A la Virgen
- Virgen, ¿por qué, cuando el divino infante
A la tuya su faz junta risueño,
O goza entre tus brazos blando sueño,
Cubre grave tristeza tu semblante?
¡Ay!, que ya de tu mente está delante
De sus verdugos el airado ceño,
Y ya pendiente del infame leño
Le ve morir tu corazón amante.
Que es de tu claridad nube sombría
Y a tus placeres todos mezcla duelo
De Simeón la triste profecía;
Mas mirarle te dé justo consuelo
Resucitar en el tercero día,
Y en gloria excelsa remontarse al cielo.
A Lima
- ¡Cuánto tus días serenos,
Dulce Lima, echo de menos!
¡Cuánto extraño
De tu clima la blandura,
Tu primavera que dura
Todo el año!
En esta región do eterno
Durar anuncia el invierno,
Donde va
Uno de otro día en pos,
Ni asoma el astro que dios
Te fue ya;
Y envuelto en oscuro manto,
Derrama el cielo su llanto
Sin cesar,
Y del frío el rigor ciego
Me encadena junto al fuego,
Del hogar;
Y en el silencio y la calma
De mi estancia siento el alma
Siempre triste,
Que de la naturaleza
La contagiosa tristeza
Me la viste.
Jamás la lluvia iracunda
En sus piélagos te inunda
Resonantes;
Sólo la Noche o la Aurora
Líquidas perlas te llora
Y diamantes.
Nunca brilló a tu mirada
Del relámpago la espada,
Ni a tu oído,
De blandas músicas lleno,
Sonó del hórrido trueno
El rugido.
Muy más claras que los días
De estas regiones sombrías
Son tus tardes:
Tiempo en que vuelva de Lima
Al templado elíseo clima,
Ven, no tardes.
A mi hermana Grimanesa (Con motivo de la muerte de su hija Eufemia, de tres años)
- No desesperada, llores,
Así de tu hija la muerte,
Ni maldigas de la suerte
Los aparentes rigores;
Que, siempre que deja un niño
La dura región del suelo,
Es porque le lleva al cielo
De Dios piadoso el cariño.
Y en vez de la veste negra,
Indicio del alma triste,
De blancas galas te viste,
Y en santas fiestas te alegra.
Pues, por merced especial,
Ha sido admitida Eufemia
A la gloria en que Dios premia
A los que evitan el mal:
A cuantos aquí en la tierra,
Con heroicos corazones,
Vencieron de las pasiones
La dura constante guerra.
El hondo dolor pues calma,
Y no pongas en olvido
Que, sin haber combatido,
Tu hija ha logrado la palma.
Vela en Sión soberana
Lograr feliz acogida,
Por ángeles recibida
Como una esperada hermana.
Allí suplica al Señor,
Pues ni el cielo te olvida,
Que de la madre afligida
Temple el agudo dolor.
¡Ah!, ¡quién tu felicidad
Gozando, Eufemia, estuviera!
¡Por qué no morí, cuando era
Niño de tu misma edad!
Que no aguardan la enemiga
Tristeza y los desengaños
Al número de los años:
Mi triste pecho lo diga.
Pues desde mi hora primera
Diez giros y diez tan solo
En torno al dorado Apolo
Cumplió la terrestre esfera,
Y tan breve vida ya
Es a mis desdichas larga;
Como a quien pesada carga
En hombros llevando va;
Que, como llegar ansía,
Por verse libre del peso,
Larga y penosa en exceso
Se le hace la corta vía.
A mi hermana Grimanesa (En la súbita muerte de su esposo)
- ¡Ah!, nunca vienen las desdichas solas:
Siempre la pena sucedió a la pena,
Como del mar las incesantes olas,
Cual los anillos de una gran cadena.
Flecha tras flecha la Desgracia vibra,
Lazo ninguno su furor respeta,
Y en el sensible corazón no hay fibra
Donde no clave su mortal saeta.
Y si con pecho de sufrir rendido,
Grita tal vez la víctima: ¿hasta cuándo?
Cierra la cruda el contumaz oído,
Sus golpes y su saña redoblando.
Y ha dos años, dos años, Grimanesa,
Que su implacable encarnizada diestra
En partes mil de traspasar no cesa
El corazón de la familia nuestra.
Y en tanto tiempo la mudable luna
No acabó una vez sola su carrera,
Sin que al doliente corazón alguna
Nueva desdicha a lacerar viniera.
Y vino la más fiera, y los despojos
Guardó de nuestra madre el Camposanto,
Y derramaron nuestros tristes ojos
Su más amargo doloroso llanto.
Y hoy es la nueva víctima tu esposo
Que la Parca feroz escoger quiso:
Sin anunciarte el golpe doloroso,
Le dispara su flecha de improviso.
Y cae el triste entre tus brazos yerto,
Y en vano de su muerte tu amor duda:
¡Ah!, tu infortunio, tu infortunio es cierto,
¡Pobre hermana, ayer huérfana y hoy viuda!
¡Oh terrible dolor que todavía
Hace más fiero la crueldad del hado,
Con la vasta invencible lejanía
Que nos separa de tu dulce lado!
¡Ah!, ¡quién alas prestara al impaciente
Insano ardor que nuestro pecho encierra,
Para volar, más raudos que la mente,
A las lejanas playas de Inglaterra!
¡Quién pudiera volar a la potente
Ciudad soberbia, de la mar señora,
Que no contiene entre su inmensa gente
Más triste desdichada moradora!
Sí; no hay, hermana, entre los tres millones
Que hinchen de Londres el gigante seno,
Uno solo, de tantos corazones,
Hoy más que el tuyo de amargura lleno.
¡Ah!, ¡si aliviar pudiéramos la pena,
Que hace tu tierno corazón pedazos!
Si en torno de tu cuello fina cadena
De amor formaran nuestros fieles brazos!
Si, ya que nada en este trance fuera
Capaz de mitigar tu atroz quebranto,
¡El consuelo quedáranos siquiera
De mezclar con tu llanto nuestro llanto!
Mas quiso el hado en su crudeza rara,
Con ausencia del mal acrecedora,
Que antes al nuestro tu dolor faltara
Cual falta al tuyo nuestro llanto ahora.
Deja, deja por fin la tierra extraña:
No más moremos tan lejanos puntos:
Del hado temple nuestra unión la saña,
Y las desgracias nos encuentren juntos.
Hijos sin madre, esposa sin marido,
Más y más nuestros lazos estrechemos,
Y del fiero destino embravecido
Los futuros asaltos esperemos:
Hasta que, exhaustas del dolor las heces
Y abandonando este mortal desierto,
Al fin muramos los que tantas veces
En los seres queridos hemos muerto.
A mi padre
- Si justo elogio sincero
Escucho en ajeno labio,
Que alaba en ti al caballero,
Al padre, al esposo, al sabio,
Al amigo y al guerrero;
Con justa causa me aflijo,
Viendo que a extraños la suerte
Dio la dicha y regocijo
De tratarte y conocerte,
Y no a mí, que soy tu hijo.
No, no hay desdicha ninguna
Como que la Parca aleve
Del tierno padre desuna
A niño que aún duerme en cuna
Y humano alimento bebe.
Dígalo yo, pues aún no
Hube el mes cuarto cumplido,
Cuando mi padre murió:
Todos le habéis conocido,
¡Oh hermanos, excepto yo!
Al dolor que el pecho siente
Creces el recuerdo da
De que, al nacer tu Clemente,
Estabas en viaje ausente
De que no volviste ya.
Y así jamás tierno beso
En mi faz, oh padre, fue
Por tu amante labio impreso,
Ni en ser nunca me alegré
De tus brazos dulce peso.
Y agonizaste, lejano
De tus hijos y tu esposa;
Ni cerrarte amiga mano
Los ojos, pudo amorosa,
Que nos buscaban en vano.
Moriste entre extraña gente,
A tu muerte indiferente:
¡Ah! ¡Cuánto mas te valiera
Lidiando en batalla fiera,
Sucumbir gloriosamente!
Si para consuelo nuestro
Existieras todavía,
Fuérasme en la vida diestro,
Amoroso, experto guía,
Y dulcísimo maestro.
¿Qué reprensión blanda y pía
No me sonara en tu labio?
Justo exceso, demasía
Del mismo amor, que no agravio,
Tu castigo me sería.
¡Con qué atención y placer
Las inmortales hazañas
Con que el antiguo poder
Y yugo de las Españas
Pudo América romper,
Fuérame dado escucharte!
Hazañas de que testigo
Mereciste ser, y parte
(Con noble orgullo lo digo)
Por el denuedo, y el arte.
Mas, ¡ay de mí!, que en lugar
De tan feliz y suave
Vida que pude gozar,
Odiada orfandad me cabe:
¡Desdicha inmensa y sin par!
Que hizo más extraña y fuerte
El que entonces no pudiera
Llorar, oh padre, tu muerte,
Que ni ese alivio siquiera
Quiso dejarme la suerte.
Pues tan tierno simple infante
Preciar ni entender podía
Desventura semejante;
Y ¡acaso entonces reía
Mi ledo infantil semblante!
¡Ah!, por qué la muerte en mí
No se cebó, y el desierto
De la vida huyendo así,
¡Ah!, por qué no te seguí,
¡Apenas nacido, muerto!
Por desgracia tan impía,
Sirve sólo de consuelo
Pensar, oh padre, que un día
Te conoceré en el cielo.
A París
- Nada presta tu ruido a mi contento,
París, de gente y de placeres lleno:
¡Vasta y altiva capital! No cuento
Ni un solo amigo en tu gigante seno.
Gozan en ti los ojos y la mente
Con lo grandioso y opulento y vario:
Mas siempre gime el corazón doliente,
En ti sin alimento y solitario.
Con tus fiestas y pompas y placeres
Y vasta agitación que nunca calma,
Babel segunda a mis sentidos eres,
Pero eres un desierto para mi alma.
A un niño
- En el puro azul de cielo
De esos ojos que en mí fijas,
En las doradas sortijas
De tu finísimo pelo,
Y de tu corpóreo velo
En las otras ricas galas,
Hermoso niño, te igualas
Con los ángeles de modo,
Que para serlo del todo
Sólo te faltan las alas.
¡Cuan dulce descanso son;
De mis pensamientos graves
Tus palabras que aún no sabes
Decir con entero son;
Tu infantil conversación,
Tu preguntar inocente,
Tu labio que nunca miente,
Y la consonante fe
Que a cuanto dicho te fue
Concede fácil tu mente!
¡Goza, goza, rubio infante,
De tu ventura presente:
Ríe, corre, juega, aumente
Tus contentos cada instante;
Nunca de noche te espante
Medroso duende, y tus sueños
De ángeles cual tú pequeños
Te ofrezcan la grata imagen,
Que a jugar contigo bajen
Cariñosos y risueños!
Pero, ¿por qué de repente,
Y cuando más me recrea
Tu vista, importuna idea
Viene a entristecer mi mente?
Como tú, feliz, riente,
Era yo en aquellos años
Al mal y al dolor extraños;
Mas sueño los juzga ahora
Mi alma que sin cuento llora
Dolores y desengaños.
¿Con que te habrán de afligir
Los que a mí me afligen hoy?
Temblando, al pensarlo, estoy,
Niño, por tu porvenir.
Y ¿habrá de ser tu vivir como mi vivir?
- ¡Ah! ¡no!
Y, si ya Dios decretó
Días negarte serenos,
¡Nunca te veas al menos
Tan infeliz como yo!
A un viajero
- Tu existir agitado y vagabundo
Recuerda nuestro frágil existir:
Todos somos viajeros en el mundo,
Todos andamos por llegar al fin.
Pero a veces retorna el marinero
Al dulce puerto que le vio pasar;
Mas ¡ay! el hombre, mísero viajero,
A las playas que amó no volverá.
Nadie puede pararse en el camino,
Porque es preciso eternamente andar:
Nos obliga a seguir nuestro destino
El ciego impulso de la ley fatal.
Si algo encontramos que la vista encante
Y que halague y deleite el corazón,
Al querer detenernos -"¡Adelante!"-
Nos grita fiera irresistible voz.
También en mi alma soñadora existe
Una sed misteriosa de viajar,
Y al mirarte partir, quédome triste:
Yo también te quisiera acompañar.
Quisiera visitar esas regiones
Donde las ruinas que ama el trovador
Se levantan pobladas de visiones
Que nos hablan del tiempo que pasó.
¡Ah!, ¡quién contigo visitar pudiera
Aquella Roma que tan grande fue,
Y esa Grecia tan bella y hechicera,
Maestra de las artes y el saber!
¡Quién pudiera en tu nave voladora
Pasear de sus deseos la inquietud,
Del Occidente a la brillante Aurora
Y del helado Septentrión al Sur!
Mas ya movidas del propicio viento,
Se ven las blancas velas desplegar:
Este es, amigo, el último momento:
¡Adiós!, es fuerza separarnos ya.
Cuando interponga la distancia un velo
Que las costas te vede distinguir,
Y cuando solo mires mar y cielo,
Entonces ¡ay!, acuérdate de mí:
De mí que quedo en este triste mundo,
Negro e inquieto y borrascoso mar,
Mar más embravecido y más profundo
Que el que tú te preparas a surcar.
A una espada
- Un tiempo, oh insigne espada,
En defensa del honor
Y la libertad sagrada,
Te esgrimió el mismo Valor
Con mano jamás domada.
Desde tu primer ensayo,
Fuiste por siniestra lumbre
Relámpago que desmayo
Dio a la opuesta muchedumbre,
Y al herir certero rayo.
Desde el ocaso a la aurora
Celebrada por do quiera,
Iberia tus daños llora,
Y la Fama pregonera
Te llamó la Vencedora.
Diga su eterno clarín
Cuánta portentosa hazaña
Ejecutaste en Junin,
Y allí do el poder de España
Tuvo para siempre fin.
Cual degüella inermes reses
De ayuno león la saña,
Como en los ardientes meses
Del segador la guadaña
Corta las espesas mieses;
Regida por mano fuerte,
Asimismo tú veloz
Cuellos segabas de suerte,
Que la misma fatal hoz
Pareciste de la Muerte:
Y de tu sedienta hoja
Era la sangre enemiga
Una nueva vaina roja,
Sin que sintiera fatiga
La diestra que así te moja.
¿Ni esto, espada, ni el ser hija
De las fraguas de Toledo
Bastar pudo a que te aflija,
Dando ya pena y no miedo,
Fortuna menos prolija?
De tu heroico dueño el fin
Te condena a olvido oscuro,
Y en ocio torpe y ruin,
Pendiente de servil muro,
Te envuelven polvo y orín.
Y la ingrata incuria deja
Que en tus embotados filos
Y dorado pomo teja
Te extienda Aracne sus hilos;
Mas quien tan poco semeja
A su padre esclarecido
Y más que al virtuoso Marte
Sigue a Baco y a Cupido,
Es bien que de sí te aparte
Y te condene al olvido;
Y que de verte se ofenda
Quien sólo de fácil juego
Lidia en infame contienda,
En donde, demente y ciego,
Pierde la heredada hacienda.
Adela a Carlos
- Apenas el billete
Recibas, Carlos, de tu amante Adela,
Incansable jinete,
Clava la aguda espuela
A tu caballo y a mis brazos vuela.
Siglos me son las horas,
De tu lado distante; considera
Que, si venir demoras,
De congoja tan fiera
Es fuerza, es fuerza que tu Adela muera.
Que enferma estoy de muerte,
Y mi remedio el físico no sabe;
Mi remedio es el verte,
Y tu beso suave
Será el elixir que mi mal acabe.
Ni un punto a tu violento
Curso descanso des, brutos desboca;
Sus alas roba al viento;
A mi impaciencia loca
Mira que toda rapidez es poca.
Adioses
- ¡Qué dulces pasan los días
A tu lado, Magdalena!
¿Quién consolará mi pena,
Cuando tú no estés aquí?
Prométeme no olvidarme
En tierra alguna lejana,
Que yo te prometo, hermana,
Nunca olvidarme de ti.
Si alguna vez me olvidaras,
El dolor me mataría,
Y sin tu amor, alma mía,
No podría vivir, no:
En tu amor está mi vida,
Tu olvido será mi muerte;
Donde te lleve la suerte,
¿Quién te amará como yo?
Cuando pienso que mañana,
Al asomar en oriente
La aurora su blanca frente,
En vario te he de buscar,
Y que, si alguien me pregunta
Por mi dulce compañera,
Le diré: la suerte fiera
Hoy la arrastra por el mar;
A tan triste perspectiva,
A tan crudo pensamiento,
Desmayar la vida siento,
Cual si fuera ya a morir;
Y en contraste con los días
Que pasé a tu dulce lado,
Se me ofrece el enlutado
Solitario porvenir.
Adiós pues: cuando la tarde
Comience a esparcir sus sombras,
Mis pies las verdes alfombras
De la playa pisarán;
Y anegados en el llanto,
Del sol a la luz viajera
Por mi dulce compañera
Mis ojos preguntarán.
Y recorrerá las ondas
Después mi vista anhelante,
Por si una vela distante
Consiguen mis ojos ver,
Que de la nave en que vengas
Anuncie la cercanía;
Porque, ¿no es verdad que un día,
Magdalena, has de volver?
Canción de Coralay
- Tendió la noche su manto
Sobre el mundo silencioso,
Y el deseado reposo
Suspende penas y llanto.
La clara luna se mira
Del mar en la linfa pura,
Y apenas la onda murmura
Y el aura apenas suspira:
Todo en paz yace sumido,
Y del universo dueño,
Vierte su bálsamo el sueño
Y su benéfico olvido.
En el monte misterioso,
Y en la floresta sombría,
Y en la verde pradería,
Y en el azulado mar,
Todo calla, todo olvida
Su fatiga y su quebranto,
Y mi solo triste canto
Hace el eco resonar.
Depone el león su saña,
Y en la quieta selva muda
Hasta la tórtola viuda
Al sueño da su dolor:
Sólo yo, al placer extraña,
Solitaria gimo y vello,
Y en vano demando al cielo
Tregua un instante a mi amor.
Luna, del amor testigo
Con que al extranjero adoro,
Duélate mi amargo lloro
Y mitiga mi pasión:
No te pido, casta diosa,
Que cese la llama mía:
Sin ese amor moriría
Mi desierto corazón.
Tampoco que, más dichosa
Que la que reina en su pecho,
Consiga yo ver deshecho
El juramento nupcial:
Goce la virgen hermosa
De su amor puro y entero,
Que ninguna dicha quiero
Que se compre con su mal.
Sólo quiero una sonrisa
Ver vagar en su semblante
Y sólo por un instante
Su puro aliento aspirar;
Y cuando lleve la brisa
Mi triste queja a su oído,
Su corazón condolido
Sienta por mí palpitar.
Más no, que en su altivo pecho
La tímida queja mía
Acaso sólo hallaría
Un injurioso desdén;
Y no merece esta humilde
India, en su amor tan osada,
Que una piadosa mirada
Sus bellos ojos lo den.
Orgulloso castellano,
Para las dichas nacido,
No hiera nunca tu oído
De mis pesares el ay:
Y mientras consuelo en vano
Pido a la luna serena,
Ignora siempre la pena
De la triste Coralay.
Castigo
- "¿No oyes?, la aguda cántiga temprana
Del ave conocida en la ventana,
Oh amado, nos avisa
Que torna la mañana
Con importuna desusada prisa.
"¡Ay!, ya de tu partir llegó la hora:
¡Cuán presurosa fue de la traidora
Breve noche la fuga!
La diligente aurora
Hoy ¡qué temprano en nuestro mal madruga!
"Mas deja el lecho, y tus disfraces viste;
Y, aunque me miras congojada y triste,
Parte ya, dulce amigo,
Secreto cual viniste:
Nadie de tu salir sea testigo.
"Mas ni hablas, ni respiras". ¡Ay!, que nada,
Nada responde el joven; espantada,
Ella le toca y mueve,
E inmoble inanimada
Masa siente, más fría que la nieve.
¡Ay! ¡qué gritos arroja de hondo espanto!
¡Qué alaridos!, ¡qué voces!, ¡y qué llanto!
La familia despierta
Y acude a rumor tanto,
Y es de todos su infamia descubierta.
Y la culpada que a sus padres mira
Llenos de asombro y de vergüenza y de ira,
Y al que amaba difunto,
Sólo a morir aspira,
Que honra, dicha y amor perdió en un punto.
Deseo
- Pláceme contemplar desde la playa
El infinito mar que me convida
A que del patrio suelo me despida
Y a otras riberas venturosas vaya.
Del lejano horizonte tras la raya,
Al umbral de otro mundo parecida,
Tal vez más dulce placentera vida
Y más felices moradores haya.
Oh naves, que a la aurora al occidente,
Al sur partís y al septentrión, ¡quién fuera
Con vosotras! Mas ¡ay!, que solamente
Me es dado vuestra rápida carrera
Seguir con la mirada y con la mente:
¡Y la dicha tal vez allá me espera!
El desgraciado
- "Sólo me miro en la tierra;
Cual con tenaz enemigo,
Están las cosas en guerra,
Desde que nací, conmigo;
Y un espíritu a mí adverso
Reside en el universo.
"No consiente el mar turbado
Que a surcarle yo me atreva,
Y la tierra mal su grado
En sus espaldas me lleva,
Y me tienen odio ciego
Aire, tierra, mar y fuego.
"Mujer ninguna me ama,
Ni me es ningún hombre amigo,
Y es emblema de la llama
A que da mi pecho abrigo,
Volcán que arde triste solo
Entre las nieves del polo.
"Cual vasta ciudad desierta
O en el sueño sumergida,
Donde el paso no despierta
Señal ninguna de vida,
Se me ofrece el mundo, donde
Nadie a mi clamor responde.
"Y en vano me agito y ando
Peregrino por la tierra,
Los portentos visitando
Que la vieja Europa encierra,
Y que allí en la patria mía
Por mirar me desvivía.
"Cuando me mezclo en la calle
Con la multitud festiva,
¿Será -me digo-, que no halle
Tal vez uno, mientras viva,
Uno entre tantos millares,
Que comprenda mis pesares?"
"No pude en ninguna parte
Del ancho poblado mundo,
Oh mitad de mi alma, hallarte,
Hallarte, oh mi yo segundo;
Y de hallarte, ¡oh dolor fiero!
En la tierra desespero.
"Cual si me hubiera hecho reo
De algún tremendo delito
Antes de nacer, me veo
Por cielo y hado maldito,
Y de herirme no se sacia
Con sus flechas la Desgracia.
"¡Si en este colmado abismo
De desventuras, siquiera
En paz yo conmigo mismo
Interiormente estuviera!
Pero de mí propio siento
Un profundo descontento.
"¡No, no pose el infierno
Más espantoso suplicio
Que este descontento eterno!
Quisiera perder el juicio
Y beber de mi amargura
El olvido en la locura.
"Cuando esta máquina enferma
En polvo se haya deshecho,
Y mi último sueño duerma
En hondo y oscuro lecho,
Nadie a llorar irá junto
A la losa del difunto.
"Ni plantará pía mano
Ciprés que mi tumba asombre,
Ni pasajero en humano
Labio sonará mi nombre,
Ni se hará jamás presente
Mi recuerdo a humana mente.
"Y en su ancho seno profundo
Me esconderá tanto olvido,
Como si yo en este mundo
No hubiera nunca existido;
Y no resarcirá nada
Vida tan desventurada".
Así una noche sin luna,
En mudo ancho despoblado,
Del rigor de su fortuna
Se quejaba un desdichado,
Haciendo a sus quejas dúo
El triste canto del búho.
El juicio final
- Ya en el postrero universal juicio
Del Juez supremo a la presencia me hallo,
Y aguardo el justo inapelable fallo
Que eterno espera a la virtud y al vicio.
Mas ¡ay!, ¿adverso me será o propicio?
¿De Cristo o de Satán seré vasallo?
En duda tan cruel, temblando callo,
Más digno que de premio, de suplicio.
Ya las turbas el Juez ha separado,
Y el rostro favorable o enemigo
Al diestro vuelve y al siniestro lado:
Pero yo, justo Dios, ¿a quiénes sigo,
Cuando a la Virtud abras y al Pecado
Los palacios del premio y del castigo?
El picaflor y la florecilla
- De un pintado picaflor,
De los campos maravilla,
Una incauta florecilla
Se prendó con loco amor.
Mas, como es aquel al par
De mariposa inconstante,
No tardó la flor amante
Su esquivez en lamentar.
Y al verle pasar a veces,
En tristes voces así
Se le quejaba: "¡Ay de mí!
- ¿Por qué, mi bien, me aborreces?
¿Qué te hice? ¿Estos desdenes
Te ha merecido mi fe?
¿Por qué en mis hojas, por qué
A columpiarte no vienes?
¿Has olvidado que apenas
Abrí mi tierno capullo
De las auras al arrullo
Que me halagaban serenas,
Viniste a posar en él,
Y a besarme, de amor lleno,
Hasta apurar de mi seno
La sustentadora miel?
¡Ay!, no supe qué inconstante
Eras, y mudable y leve
Como el aura que me mueve
Y que cambia en cada instante.
No supe que tus amores
Multiplicabas sin cuento,
Y que, más falso que el viento,
Engañabas a las flores.
Hoy de tu odio en el exceso,
A todas besando vas,
Y a mí, triste, a mí no más
Me exceptúas de tu beso.
Deja ya tanto desdén,
No me des pena tan fuerte,
Y aunque hubieres de volverte
Luego al punto, al menos ven.
Pero desoyes cruel
Mis quejas y vivo anhelo,
Siguiendo tu raudo vuelo
Por el florido vergel.
¡Ah!, ¡quién de hojas en lugar
Alas como tú tuviera
Para seguirte doquiera
Que te pluguiera volar!
¡Mas ay!, que tengo infeliz
Inmóvil clavado el pie,
Y aprisionada se ve
Del suelo mi honda raíz.
Cuando me maten congojas,
¡Lleve el viento noche y día
Haciéndote compañía
Mis enamoradas hojas!"
Así la flor se querella
Con modo tierno y sencillo,
Mas el cruel pajarillo
No tornó a acordarse de ella.
Doncella incauta en amor,
Bella y simple cual las flores,
Cuenta, con que te enamores
De algún galán picaflor,
Que, volando sin cesar
De flor en flor con fortuna,
Sin detenerse en ninguna,
Burla de todas al par.
El temblor
- "Temblor" sonó; con subterráneo ruido
Velocísimo llega de repente;
Moverse el suelo, cual bajel, se siente,
Y crujir techo y muro sacudido.
Con voladora planta sin sentido
La calle ocupa la espantada gente,
Que se humilla confusa y se arrepiente
Y a Dios clama en altísimo alarido.
Pasa el peligro y rápido se olvida;
Al saludable espanto reemplaza
La viciosa costumbre de la vida.
Mas teme, oh Lima, teme a tu enemigo
Que, si hoy sólo pasó cual amenaza,
Vendrá tal vez mañana cual castigo.
En Nápoles
- Entre cien luces y ciento,
Tan clara del firmamento
Resplandece en la mitad
La blanca hermana de Febo,
Que es la noche día nuevo,
De más suave claridad.
Tiempo ha que la hermosa fiesta
No vi de noches como esta:
Las noches de mi país,
Rivales del día ufanas,
Oh noches napolitanas,
A mi recuerdo mentís.
De las brisas al halago,
¿No semeja el mar un lago,
De tormentas incapaz,
En cuyas aguas serenas
Moran hermosas sirenas,
Amigas de calma y paz?
Se está dormida quedando
Parténope bella, al blando
Vago arrullo de la mar:
¡Qué quietud!, vosotras solas
Murmuráis, continuas olas,
Apenas, al expirar.
No; que la brisa sonora
La canción me trae ahora
De fino amador que al pie
Del usado balcón vela,
Y al son de blanda vihuela
Canta su amorosa fe,
El fresco nocturno ambiente
Todo empapado ¡se siente
En el aroma sutil,
Que hurta a vecinos jardines,
De azahar, mirto, jazmines,
Y olorosas flores mil.
Cuanto siento, escucho y veo
Es deleites; el deseo
Anhelar no puede más;
¿Por qué pues, dime, alma mía,
Llena de melancolía
Aquí y en tal noche estás?
¡Ah!, porque ningún amigo
O amada goza conmigo
De tal noche la beldad,
Y aún en sitios tan amenos
Mi corazón echa menos
Su otra no hallada mitad.
L. a E.
- No siempre triste al contemplarme y serio
En los verdores de mi edad florida,
Intentes, bella joven, de mi vida
Penetrar el tristísimo misterio.
De horrendos males cuyo antiguo imperio
Padece un alma que jamás olvida
Sólo me ha de librar la apetecida
Profunda eterna paz del cementerio.
Sí, soy bien desgraciado; mas no quieras
Tan extraños pesares roedores
Y desventuras conocer tan fieras:
Es bien que para siempre las ignores,
Ni de ellas consolarme tú pudieras,
Que consuelo no admiten mis dolores.
La cautiva
- "En vano a mis plantas veo
Desparramado un tesoro,
En vano de piedras y oro
Resplandece mi prisión:
El recuerdo de otros tiempos
Entristece el alma mía,
Y tenaz melancolía
Me consume el corazón.
Aves que cruzáis el cielo
Al oscurecerse el día,
Y que en anheloso vuelo
A otras regiones partís,
Descended a la ribera
Desde las etéreas salas,
Y llevadme en vuestras alas
Al lugar donde nací.
Y vosotras, oh viajeras
Rápidas olas sonantes,
Que a ignotas playas distantes
Miro partir sin cesar,
Reventad en la ribera
De los lugares amados
Donde mi madre me espera,
Presa de inmenso pesar.
Decidle que siempre lloro
Tan larga prolija ausencia,
Y que al cielo siempre imploro
Que me devuelva a su amor;
Contadle que con vosotras
Se mezcló mi triste llanto,
Y decidle mi quebranto
Y mi infinito dolor.
Cuando salí de mi patria,
Sólo diez años tenía:
¡Oh triste y amargo día
De eterna recordación!
Los piratas me arrancaron
De los brazos de mi madre,
Y mataron a mi padre
Que me defendió cual león.
Recuerdo que cuando el buque
De la orilla se alejaba,
A mi madre oí que enviaba
Su despedida postrer:
Corrí a la popa, y entonces
La vi ondear su pañuelo,
Y luego mirar el cielo,
Y desmayarse, y caer.
¡Cuán en vano pedí entonces
Que hicieran parar la nave,
Y por los aires, cual ave,
Hasta mi madre volar!
Mirando estuve la costa
Con ojos húmedos, hasta
Que no vi sino la vasta
Circunferencia del mar.
A un príncipe de estas tierras
Por los piratas vendida,
Doliente paso mi vida
Llorando el tiempo que fue:
¡Ah!, ¡quién pudiera gozarte
Otra vez, tiempo dichoso!
¡Quién tus montes, pueblo hermoso,
Trepar con ligero pie!
¡Quién pudiera allá en la tarde,
De la solitaria estrella
Reflejada la luz bella
En tu puro lago ver!
Y cruzando la pradera,
Cuando la noche llegara,
Madre mía, ¡quién pudiera
A tu regazo volver!
En lágrimas me deshacen
Mis dulces memorias tristes:
Tiempo feliz, ya no existes
Y no volverás jamás:
Al menos, aunque pasado,
Nunca pierdas tus encantos,
Nunca tus recuerdos santos,
Me permitas olvidar.
Un dulce presentimiento
Que nunca en el alma muere
Me dice que espere, espere
Volver a mi patria al fin:
Pise yo la tierra amada,
Bese el rostro de mi madre
Y el sepulcro de mi padre,
Y podré después morir.
Como un ángel, acompáñame
Oh esperanza, mientras viva".
- Y de la triste cautiva
Aquí el acento expiró;
A una roca su cabeza
Apoyó en su mano fría,
Y la inmensa mar sombría
Contemplando se quedó.
La tarde a orillas del mar
- ¡Oh melancólica virgen!
Cuando el sol se hunde en las olas,
Ve con paso lento a solas
A la playa a meditar:
Que siempre al incierto rayo
Del agonizante día,
Está la Melancolía
Sentada orillas del mar.
Hela allí -el ebúrneo codo
Apoyado en la rodilla,
Y en la palma la mejilla,
En pensativa actitud;
Suelto el dorado cabello,
Grave el rostro, la mirada
En el vasto mar clavada,
Y toda en muda quietud.
Allí soledad, oh virgen,
Allí el sosiego y la calma
Que son tan gratos al alma,
Allí silencio hallarás:
Silencio que sólo turba
De la onda el lento murmullo,
Y al alma aduerme su arrullo
Y monótono compás.
Cruza las ondas tranquilas,
Que parecen otro cielo,
El rápido barquichuelo
Del nocturno pescador;
Y al son del pausado remo,
Por aliviar su faena,
Alza en la tarde serena
Un canto consolador.
Más allí donde se juntan
El cielo y el océano,
Ya busca la vista en vano
Del sol el rayo postrer;
Un crepúsculo dudoso
De luz y sombra formado,
Como un velo delicado,
Se difunde por doquier.
Goza esta hora indefinible,
En que con vago lamento
La tierra y el mar y el viento
Parecen de amor gemir;
Y en que en abrazo amoroso,
Que tan presto ¡ay! se deshace,
Se dan la Noche que nace
Y el Día que va a morir.
Y muere al fin, y se apaga
Su indecisa luz postrera,
Y sola en el orbe impera
La callada Noche ya;
Y como reina africana,
En la vasta negra frente
Su corona refulgente
De estrellas llevando va.
Las aves de la tarde
- ¿A dónde partís tan lejos,
Tristes aves de la tarde,
Que a los cansados reflejos
Del día que va a expirar,
Atravesáis en bandadas
El firmamento sombrío,
Y atrayendo mis miradas,
Me hacéis de pena llorar?
¿Por qué en contemplaros hallo
Una dulzura secreta
Y agitan mi mente inquieta
Mil recuerdos en tropel?
¿Por qué de deseos vagos
El corazón siento lleno,
Y estremecido, mi seno,
Gimo sin saber por qué?
Cuando se pierde en las nubes
Vuestro plañidero canto,
Siento un misterioso encanto
De placer y de dolor:
¿Por qué así vuestro gemido
Me entristece y me consuela?
¿Quién hace que así se duela
Y se alegre el corazón?
Decid, ¿qué secreto instinto
Os mantuvo siempre errantes,
Siempre inquietas y anhelantes
De otro más bello lugar?
¿Nada amáis tal vez vosotras
Que detenga vuestro vuelo?
¿En el anchuroso suelo
No tenéis patria ni hogar?
En mi alma también existe
Un instinto misterioso
Que me tiene siempre ansioso
De otro mundo, otra región:
Cual huracán prisionero,
Dentro del pecho se agita
Esta ansiedad infinita
Que me llena el corazón.
Cuando en occidente muere,
El sol en su lecho de ondas,
Y nuestros oídos hiere
De la campana el clamor;
Cuando la noche se acerca
Con sus sombras silenciosas,
Y mil voces misteriosas
Forman un vago rumor;
Entonces yo me entristezco
Y gimo profundamente,
Y empiezan mi triste mente
Mil recuerdos a agitar,
Y mi alma intenta lanzarse
Hacia un bien desconocido
Cuyo instinto habrá nacido
En otro mundo quizá.
¡Ah!, yo soy tan desgraciado
Como el triste prisionero
Que, a su alta torre asomado,
Ve el suspirado país
Donde nació, dibujarse
En la vasta lejanía,
Y mira el distante día
En sus montañas morir.
Sin cesar, do quiera pienso
En ese lugar dichoso
Donde el ansiado reposo
Encontrar al fin podré.
Este mundo no es mi patria;
De esas nubes tras el velo
Está; mi patria es el cielo:
¡Cuándo allá podré volver!
Peregrinas del espacio,
Detenéos un momento:
¿No me oís?, el raudo viento
Muy lejos os arrastró.
Si escuchasteis mis gemidos,
Tristes aves plañideras,
Sed vosotras mensajeras
De mis votos al Señor.
Las cautivas de Israel
- I
Junto a los ríos de Babel sentadas,
Fijos los tristes ojos en el cielo,
Al acordarse de su patrio suelo,
Lloraban las cautivas de Israel;
Y al ver volar en el azul espacio
Las aves de la tarde plañideras,
"Id, les decían, dulces mensajeras,
Y llevad nuestros votos a Salen:
Saludad por nosotras esos campos
Donde natura prodigó sus galas,
¡Ah!, quién tuviera vuestras libres alas,
Para partir de vuestro vuelo en pos
Felices las que van, como vosotras,
A ver de nuestra infancia los hogares!
Nunca se calmarán nuestros pesares
Hasta pisar la tierra del Señor."
Y así diciendo, las cautivas míseras
Las seguían con lánguida mirada,
Y mil recuerdos de la patria amada
Agitaban sus mentes en tropel;
Y cuando las veían alejarse
Del moribundo sol a los reflejos,
Y entre las negras nubes, a lo lejos,
Las miraban al fin desparecer,
Bajaban silenciosas la cabeza,
Se cubrían el rostro con las manos,
Y después exclamaban: "Señor, danos
Volver a nuestra patria alguna vez."
Y como si el dolor más las uniera,
Se abrazaban llorando con ternura;
¡Quién librará la turba prisionera!
¡Cuándo a sus campos volverá Israel!
Y se quedaron luego anonadadas
En el silencio triste del recuerdo,
Fijas las melancólicas miradas
Del sordo río en el raudal veloz:
Pero se levantaron de repente,
De vértigo divino poseídas,
E irguiendo al cielo la inspirada frente,
Alzaron este canto de dolor:
II
"Nos sentamos orillas de estos ríos,
Y lloramos pensando en nuestro suelo
Y en ese verde campo, en ese cielo
Llenos del esplendor de Jehová:
Y hemos colgado nuestras dulces harpas
De los sauces que cubren la ribera,
Que la mano cautiva no pudiera
Sino sones dolientes arrancar.
Cuando los que cautivas nos trajeron
Quisieron recrearse con sus sones,
Diciéndonos: cantadnos las canciones
Que en un tiempo solíais entonar,
Respondimos: los cantos de la patria
¿Cómo cantar en extranjera orilla?
Y donde el sol de libertad no brilla,
¿Cómo cantar la dulce libertad?
¿Cómo entonar cantares de ventura
En medio del dolor que nos abisma?
Olvídese mi diestra de sí misma,
Si me olvido de ti, Jerusalén:
Péguese al paladar mi lengua muda,
Si no hablo siempre de la patria amada,
Y si a su santa maternal morada
No anhelo siempre en mi dolor volver.
Desde que vine de Sión cautiva,
Su memoria es mi solo pensamiento,
Y a cada hora, en todas partes siento
De los recuerdos el cruel pesar:
Cuando cierra mis párpados el sueño,
Volver creo a los campos de mi infancia,
Y estar venciendo la postrer distancia
Que me separa de mi dulce hogar;
Y llegar creo y reposar al cabo
Cubierta por las ramas de una palma,
A cuya sombra en otro tiempo el alma
Soñaba en un sereno porvenir:
¡Cuan venturosa soy!, pero mi sueño
Pasa, y con él se aleja mi ventura;
De nuevo me hallo en servidumbre dura
Y soy, al despertar, más infeliz.
Señor, Señor, que en extranjera tierra
No abra el destino mi sepulcro helado;
Que repose mi cuerpo ya cansado
En el bello país donde nací:
Allá donde los huesos de mis padres
Reposan ya, donde mi madre un día
Con canciones de amor me adormecía,
Allá, gran Dios, allá quiero morir."
III
Y aquí cesó la voz de las cautivas
Y el eco triste repitió su canto,
Y sus mejillas el amargo llanto
De los recuerdos a regar volvió;
Mas un presentimiento misterioso
Se hizo oír en sus almas desoladas,
Y se vio relucir en sus miradas
De la esperanza el dulce resplandor.
Mis sueños
- Cuando abrumado me siento
Con los males de la vida,
Y mi dolor la medida
Excede del sufrimiento;
Tú, dulce sueño profundo,
Ser mi único alivio sueles,
Pues traspaso los dinteles
Contigo de aqueste mundo.
¡Cuán dichoso soy, si duermo!
¡Cuán diverso el paraíso
Que mis dulces sueños piso
De este tristísimo yermo!
Y sus altos moradores,
¡Cuánto más bellos y buenos
Y afables que los terrenos,
Y en mente y saber mayores!
Luz que vista y alma alegra
Brilla, allí tan pura y clara,
Que con ella semejara
Triste nuestra luz y negra.
¡Donde quiera sin cesar
Blanda música se siente,
Que envuelve, cual nuevo ambiente,
Aquel sagrado lugar!
Flores mil veces más bellas
Que las de nuestros jardines,
Lirios de luz y jazmines
Que vencen a las estrellas
Cría ese eterno pensil,
Y libres corren por él
De dulce fragante miel
Y néctar arroyos mil.
Si os sucede vez alguna
Hallarme al sueño rendido,
No me despertéis, os pido,
Porque el vivir me importuna.
Y me acomete un pesar
Tan hondo, cuando despierto,
Que quisiera haberme muerto
Para nunca despertar;
Y por templar mi aflicción,
En convencerme me empeño
De que es la verdad el sueño
Y la vida la ilusión.
Noticias de la patria
- Es dulce a quien habita tierra ajena
Nuevas sabe su país nativo,
Que engaña de la ausencia la gran pena;
Mas yo, que ausente de mi patria vivo,
Consuelo ni alegría sentir suelo
Con lo que a todos es grato y festivo.
Antes me oprime grave desconsuelo;
Llanto vierten los ojos, hechos fuente,
Y me lamento al poderoso cielo.
Pero, ¿cómo alegrarme?, ¿cómo ardiente
No derramar inconsolable lloro?
Si es fuerza siempre que la fama cuente
Que el dulce patrio suelo a quien adoro,
Y de quien sus miradas Dios aparta,
Hijos pierde, virtud, honra y tesoro;
Sin que jamás un punto de él se parta
La atroz Discordia, como siempre ayuna,
Nunca de presas y de estragos harta.
Tal vez, por excusar tan importuna
Pena, estar anhelé do no pudiera
De mi patria saber nueva ninguna.
¡Dichoso el hombre que la luz primera
Ver alcanzó de la bondad divina
En tierra que en sosiego y paz prospera,
Ni a sí propia se labra la ruina!
Querellas
- Aún estoy en la aurora de mi día
Y de mi año en la dulce primavera;
Mas la luz no veré del mediodía
Ni a mi verano llegaré siquiera.
¡Un siglo viven otros, y yo muero,
Cual flor nacida apenas, y marchita!
¡Y a otras vidas añade el hado fiero
Tal vez los años que mi vida quita!
Flor que se abre a la risa de la aurora
Prolongar a lo menos debería
Su frágil existencia voladora
La corta edad de un fugitivo día.
Más ¡ay!, tal vez la cortador reja
O mordedura de reptil aleve
Cumplir siquiera a la infeliz no deja
Ni el curso entero de vivir tan breve.
Pedí a Europa el alivio para el grave
Oculto mal que lento me devora:
¡Ay!, que remedio para mí no sabe
Su ciencia, para tantos salvadora.
¡Oh amores y placeres de la vida!
Otro os goce y apure largamente,
Que la borde yo de vuestra copa henchida
Apenas puse el de mi labio ardiente.
¡Mágicos sueños de mi infancia leda!
¡Cuánto me habéis, cuánto me habéis mentido!
Sólo al desierto corazón le queda
Dolor y llanto, soledad y olvido,
Dichas, amores, lauros inmortales,
¡Ay!, me pintó vuestra falaz promesa:
¡Y en vez de glorias y venturas tales
Me aguarda el seno de temprana huesa!
Y es mi dolencia cada vez más fuerte,
Y me siento fallecer de modo,
Que poco esfuerzo costará a la Muerte
Para acabarme de vencer del todo.
No te pido vivir, tan sólo espera
Que al seno torne de mi madre amada,
Y descarga después, oh Muerte fiera,
El golpe postrimero de tu espada.
Recuerdos (Fragmento)
- Me acuerdo siempre: era una tarde triste
El sol se hundía entre las olas ya:
¿Y tú ya no te acuerdas?, me dijiste
Que nunca te podrías olvidar.
La brisa suspiraba tristemente
Sobre las aguas del dormido mar,
Y las sombras confusas de la tarde
Sobre ellas se apiñaban más y más.
¡Cuánto amor se leía en tu semblante!
¡Cuánta tristeza en tu pupila azul!
¡Y no te acuerdas ya de aquella tarde!
Nunca creí que la olvidaras tú.
Dime, tu pecho, tan ardiente un día,
Tanto la vida con su soplo heló,
¿Que no escuchas jamás en tus ensueños
De lo pasado la doliente voz?
Al expirar el sol en occidente,
Mientras las nubes siguen en tropel
Su lúgubre carera por el cielo,
¿No te entristeces, como yo, mujer?
¿No piensas ver en la expirante hoguera
La imagen moribunda de tu amor?
¿No recuerdas que así también moría
Entre las nubes esa tarde el sol?
¿No piensas ver las sombras de otros tiempos
Riendo tristes acercarse a ti?
¿No escuchas sordas y dolientes músicas
Vagar por los espacios y morir?
¿Se agotaron tus lágrimas acaso,
De nada te entristeces, y jamás
En lo pasado? ¡Ah!, ¡quién pudiera!
¡Ah!, ¡quién pudiera, como tú, olvidar!
No te amo ya; mas la profunda herida
Que me hizo tu amor siempre está aquí;
Y aunque quiero olvidarte, noche y día
Miro do quier tu aparición gentil.
¡Ah!, ¡cuando pienso que de aquellas horas
Ni una tan solo volverá jamás,
Que ya no habré de verte enamorada
Mirarme largamente y suspirar;
Entonces siento inmensas amarguras
Y mi alma se estremece de dolor,
Y en el desierto porvenir no encuentra
Ni un consuelo mi triste corazón!
Te amo como eras en aquellos días,
Dulce, tierna, purísima, ideal,
¡Ángel hermoso que bajó del cielo
Para venir mi vida a consolar!
Es tu imagen en mi bello retrato
Que, aunque el modelo envejecer se ve,
Siempre lozano y juvenil se muestra,
Que eterna juventud le dio el pincel.
Y ahora te aborrezco: con sus brazos
Ciñeron tu beldad amantes mil;
Aún es bello tu rostro, mas el alma...
Y el alma fue lo que yo amaba en ti...
(...)
No, ya no más acuérdate del cielo
Y a él levanta tus alas, corazón:
Sólo allá, sólo allá podrá apagarse
La sed que sientes de infinito amor.
Reto al destino
- No más supliques, corazón, ni llores:
¿De qué tu llanto te valdrá?, de nada;
De nada humildes ruegos: tus dolores
Sufre de hoy, mas con altivez callada:
¿No sabes, di, que el Hado sus rigores
Nunca remite ni jamás se apiada,
Y cuan en vano su nobleza humilla
Quien dobla ante sus aras la rodilla?
De la dura paciencia los diamantes
Te abroquelen el pecho, que no pudo
Quebrantar en sus golpes incesantes
La clava del destino tal escudo:
Su saña y su tesón se rindan antes
Que tu orgulloso sufrimiento mudo,
Que halle más firme sin cesar y grande
Cada mayor desdicha que te mande.
Del añoso, arraigado, excelso roble
Que crece de una sierra en la alta cumbre
Emblema fiel de la Constancia noble,
Imita la magnánima costumbre;
Al cual nunca hace que la frente doble
De los vientos la airada muchedumbre
Que nunca aplaca su tremenda guerra
Contra el monarca altivo de la sierra.
Sé como firme escollo cuya planta
Azota el océano eternamente,
Mientras el huracán, si se levanta
Hiere tronando su desnuda frente
Con saetas de fuego; y él aguanta,
Sin parecer siquiera que la siente,
Del mar y el cielo la batalla doble,
Eternamente tácito e inmoble.
Sí, que de hoy mas sin las cobardes preces
Y llantos de la humana criatura,
Que tú siempre o desoyes o escarneces,
Ah Destino cruel, de la amargura
Apuraré la copa hasta las heces:
Tu saña pues en mi constancia apura,
Y contra mí asestándolas, acaba
De agotar las saetas de tu aljaba.
Dispuesto a todo estoy; desde este día
Entra en combate singular conmigo:
Haz tan extrema la miseria mía,
Que envidia sienta del más vil mendigo;
Me devore en larguísima agonía,
Sin que me dé la caridad abrigo,
Horrible mal, espanto de la gente,
Que aún a la misma Compasión ahuyente.
De mí se aleje la Amistad esquiva
Y me nieguen sus labios desleales;
Como a extraño, mi patria me reciba,
Y ciérreme sus brazos maternales;
De mí afrentada, mi familia altiva
Me arroje con baldón de sus umbrales,
Y en pos corriendo de mi huella, impía
La plebe vil de mi infortunio ría.
De la Calumnia pérfida me acierte
Cada tiro traidor; todos estimen
Que por maldad, no por adversa suerte,
Desgracias tantas mi existencia oprimen;
Pena parezcan corta, aunque tan fuerte,
A tanto horrendo nunca oído crimen,
Merecedor de justiciera llama,
Con que mancille mi virtud la fama.
Haz por fin que me ponga la Fortuna
En la parte más baja de su rueda;
Sobre mi frente miserable aduna
Cuanta desdicha imaginar se pueda;
De ellas no falte a mi aflicción ninguna;
Aún del bien de esperar me deshereda:
Y males para mí tu saña invente
Cuales no puede adivinar la mente.
Ya verás, oh Destino, que mi alma,
Más sufrida que el justo de Idumea,
De su constancia te opondrá la calma,
Que nunca esperes que domada sea;
Y, aunque no pueda merecer la palma
En tan tremenda desigual pelea,
Me quedará el consuelo todavía
De la invencible resistencia mía.
Rosaura
- Luce del alba el resplandor primero,
Y ya ante el claro tocador se aliña
Rosaura, hermosa, presumida niña
Que el día en ataviarse gasta entero;
Y, como enamorada de sí propia,
En su beldad se ufana y se recrea,
Y en el cristal luciente que la copia
Atenta ve el peinado y la presea
Que más el blanco rostro le hermosea:
De frente ora contempla su hermosura,
Ora entre dos espejos
Su espalda o su perfil mirar procura,
De cerca ya se mira, ya de lejos;
Y cuanta airosa artística postura
Y ademán elegante
La Trinidad enseña de las Gracias
Su vanidad ensaya y los apura
Ante el amigo espejo
Adulación pidiéndole y consejo.
Al verla así creyeras,
Lector, que enamorada está de veras
De la hermosa que dentro
Habita del espejo y al encuentro
Le sale alegre y presta
Siempre que a verse llega, y la saluda,
Y con amor y con lisonja muda
Sus miradas y risas le contesta.
La Elegante voz pública la llama,
Pues no hay en Lima dama,
O casada o soltera,
Que le usurpe la fama
De ser en el vestirse la primera.
Y como entre aves de pintada pluma
El pavón altanero
Despliega de su falda la ancha rueda
De piedras salpicada, que remeda
Deslumbrante vidriera de joyero;
Como entre flores mil que del verano
Pintó la rica mano
Se mece al soplo de la plácida aura,
La presumida rosa, o entre estrellas
Su luz ostenta la serena luna;
Tal descuella Rosaura
Entre mil y mil bellas
Que iluminado ancho salón aduna.
¡Oh doncella feliz, cuyo cariño
Único son las cintas, los encajes,
Las joyas y los trajes
Y los demás ministros de su aliño;
Su afán estar al cabo de las modas
Que nuevas cada día
Al sexo encantador París envía,
Y en Lima ser quien las estrene todas;
Y que, cuando se case, su desvelo
Mayor será el vestido y blanco velo
Que ha de ponerse el día de sus bodas!
Nunca mayor desgracia la molesta
Que dejar de asistir al baile ansiado,
Por no haber acabado el prometido
Esperado vestido
La modista traidora;
Pero lo que más lágrimas le cuesta
Es que esa noche su rival Aurora
Haya de ser la reina de la fiesta.
Visión
- I
Iba la más oscura taciturna
Y triste Hora nocturna
Moviendo el tardo soñoliento vuelo
Por el dormido cielo,
Cuando, dejando mi alma
En brazos del hermano de la Muerte
A su cansado compañero inerte,
Libre de su cadena,
Voló a su patria desde el turbio Sena.
Y toda en breve punto recorriola,
Desde el postrero linde Ecuatoriano
Hasta la gran laguna,
De los hijos del sol sagrada cuna,
Y desde el océano
Hasta el inmenso río
Que entre todos merece el señorío:
Así en el breve Mapa retratada,
La recorre la rápida mirada.
Mas ¡ay!, que por do quiera
Que el vuelo dirigiera,
De pasadas contiendas las señales
Y aprestos encontraba
De futuras contiendas fraternales,
Y de discordia que jamás acaba.
Al fin rendido me senté y doliente
En un profundo valle que, a la falda
De los Andes tendido, en noche doble
Se envolvía a la sombra de su espalda:
- De aquel salvaje natural retiro
Era el silencio dueño,
Y sólo de mi pecho algún suspiro
Tal vez interrumpía con son blando
De la naturaleza el hondo sueño.
En tal estado ignoro
Cuanto tiempo pasé, mi faz regando
Con encendido lloro,
Cuando llegó a mi oído
Desde el confín del cielo
Como el rumor que alzara de distante
Ejército de cóndores el vuelo:
Los ojos alzo, y miro tan radiante
Blanca figura descender ligera,
Cual si astro rutilante
Despeñado bajase a nuestra esfera;
Las débiles pupilas, deslumbrado,
Fuerza cerrar me fue, y cuando las hube
De nuevo abierto, ya encontré a mi lado
A celestial querube.
Tan alta remontaba su estatura,
Que ni cerca del Ande
Se olvidaban los ojos de su altura;
No de la Tierra la soberbia prole
Que al magno Jove pudo dar asombros
Alzaba al cielo tan gigante mole;
Aún tremolaban en sus altos hombros
Sonantes alas, en grandeza tales,
Que con alas rivales
Nunca los ojos míos
Volar miraron sobre el mar navíos.
Era su cuerpo deslumbrante nieve,
Y de su rostro la beldad tan rara,
Que mi estro no se atreve
De su pintura a acometer ensayos;
Y cual del Sol la rutilante cara
En la mitad del día,
Derramaba ancho círculo de rayos,
Sol portentoso de la noche umbría.
A vista tal, lleno de asombro y miedo,
Con las manos cubriéndome los ojos,
Caí sin voz, helado, fiel remedo
De mortales despejos;
Entonces a mi oído aquestas voces
Llegan, cual si del cielo descendieran:
"Yo soy el genio del Perú, el arcángel
A quien el sumo rey del Universo
Encargó de esta tierra la custodia;
Yo, a pesar del perverso
Ángel que la verdad y la luz odia,
Ciego rey de las indias muchedumbres,
A los míseros Incas
De la fe verdadera di vislumbres:
Yo vi, como falange del Averno,
Inundar las riberas peruanas
Negra nube de iberos asesinos,
Y mis ojos divinos
Verter pudieron lágrimas humanas;
Yo acompañaba al mísero Atahualpa,
Al último suplicio,
Donde, a la luz que le mostré propicio,
La vanidad de sus creencias palpa;
Yo, desatando de su error la venda,
El agua santa que las culpas lava
Y del glorioso cielo abre la senda,
Hice que recibiera, y consolaba
Del imperio perdido la amargura
Con la promesa del que nunca acaba;
Yo en las heroicas vengadoras lides
De Junin y Ayacucho
Estuve con los libres, y delante
De los dos inmortales adalides,
Iba sus nobles pechos resguardando
Con el escudo de tenaz diamante
Que en los combates embrazaba, cuando
En los campos celestes
Desbaratamos de Luzbel las huestes.
Mas tú, ¿por qué a estas horas
En tan desiertas soledades lloras?
Desata el labio, y sin tardanza dime
Qué congoja te oprime".
Alcé a estas voces la abatida frente,
Y, mirando al arcángel cara a cara,
Que el fulgor igualó que despedía
Con la flaqueza de la vista mía,
Respondí de esta suerte,
Que, al solo nombre de la patria cara,
Se despejó mi corazón de miedo:
"Celeste ciudadano, ¿cómo puedo
No penar y gemir constantemente,
Cuando el hado consiente
Tantos desastres a la patria mía,
De la Discordia y Ambición teatro?
Como el inquieto imperio en que a los cuatro
Elementos indómitos gobierna
La Discordia beoda,
Mírala en honda confusión eterna,
Segundo caos, agitarse toda.
Cual se disputan en porfiada riña,
Con pico agudo y garra carnicera,
Hambrienta turba de aves de rapiña
El gran cadáver de enemiga fiera,
Así un puñado de ávidos caudillos
Por los despejos de la patria triste
Esgrimen los sacrílegos cuchillos.
"Mas ¿qué digo un puñado?
Si ya no hay ruin soldado,
Ni vil cabeza de más vil pandilla,
Que a la suprema silla
No ambicione subir, y al más indigno
Tal vez da el triunfo nuestro adverso signo;
Y en vano de la insignia blanca y roja
El uno al otro sin cesar despoja;
Que nunca, por cambiar eternamente,
Fue mejor nuestro estado;
Antes siempre nos hizo lo presento
Extrañar, cual dichoso, lo pasado;
Ni porvenir aguardo diferente;
Que entre cuantos la atenta
Mirada en torno a divisar alcanza,
Ni uno, ni uno tan solo se presenta
En quien ponga la patria su esperanza.
"¿Cuándo el Señor nos enviará piadoso
El heroico varón, digno del Tibre,
Amador de la patria verdadero,
Que por solo su amor el noble acero
Do quier triunfante vibre,
Y cuando de famélicos millares
De pretendientes nuestro suelo libre,
Volver anhele a sus modestos lares?
Mas, ¿qué profiero insano?
¡Hechos espero de valor romano
Adonde sombra no hay de patriotismo,
Sino abyecto interés, duro egoísmo!
Bailes, palacios, coches, pingüe mesa,
Esa, de cada cual la patria es esa;
La patria, el bien primero,
El dios universal es el dinero,
Que aún por infames modos
Alcanzan muchos y codician todos.
La Justicia comprada
Deja dormir la vengadora espada,
Sin que supla siquiera
Su venganza, con oro adormecida,
El castigo del público desprecio;
Antes a aquel que el robo no enriquece,
Y a quien en vano la ocasión convida
Con risa infame lo apellidan necio:
Y lo que escapa a tan rapaces manos
De mar y tierra la milicia sorbe,
Y hambriento enjambre de empleados vanos.
Y en tanto, ¡cuánta aldea,
Sumergida en tinieblas de ignorancia,
La luz primera del saber anhela,
Sin que a su tierna infancia
Abra sus puertas solitaria escuela!
Y en tanto, ¡entre las penas del camino,
Por montañas y selvas y el desierto,
Para el viajero, de su senda incierto,
O del bruto a merced vaga sin tino!
Y echando menos el seguro puente,
¡Tienta el difícil peligroso vado,
Do perece tal vez, arrebatado
Del ímpetu veloz de la corriente!
Y en tanto ancho arenal, cuya encendida
Sed no alivia ni el llanto del rocío,
¡Espera en vano que distante río
Venga a llenarle de verdor y vida!
"De los jueces la hidrópica codicia
Convierte en compra y venta la justicia;
No Jesucristo, Satanás modela
El vivir del indigno sacerdote;
Y es la milicia de traición escuela
Y de la patria el más cruel azote;
El tierno joven en la mente abriga
Torpes sofismas, y en el pecho bajo
El ardiente deseo,
(Pues el paterno ejemplo es bien que siga,)
No de honroso trabajo,
Sino del sueldo y del ocioso empleo;
Y ansiando todos del Estado oficios,
La industria nacional yace desierta,
Y a objetos que fomentan lujo y vicios
Abre solo el Comercio fácil puerta;
Las ciencias y las nobles liberales
Artes que el mundo acata, aquí de franco
Menosprecio son blanco;
Y a los hijos de Apolo,
Que la presencia de tamaños males
A sacrosanta indignación provoca,
Torpe escarnio y baldón les cabe solo.
"Por eso ¡ay Dios!, con arrogante boca,
Bien como a gente bárbara o inculta,
Nos befa el extranjero y nos insulta;
Y los Peruanos defender no pueden
En ajenas orillas
A su patria afrentada, y sus mejillas,
(Pues fuerza es siempre que verdad tan clara
Sus amorosos argumentos venza),
Se tiñen del color de la vergüenza;
Y así de nuestras armas la divisa
Que a mísera, discorde, débil gente
Feliz y firme por la unión declara
Es un sarcasmo que provoca a risa...
Pero de nuestros males ¿quién contarte
Podrá jamás más que una breve parte?
En turba tan crecida,
Por uno que relata, cien olvida
El labio, y aún mil bocas
Con que hablarte pudiese fueran pocas.
"Y a tal estado, celestial mancebo,
Dime, ¿hasta cuándo nos condena el hado?
¿O es maldito de Dios nuestro linaje,
Que en él castiga sin piedad, cual nuevo
Original pecado,
La inaudita traición que cometieron
Esos que un día al crédulo hospedaje
Del Inca generoso respondieron
Con robo, estupro, llamas y matanza
Y cuanto daño a imaginar se alcanza?
¿Y nosotros, remotos descendientes
De tan bárbaras gentes,
De sus delitos fieros
Y del castigo somos herederos?
"¡Con que no hay de esperanza luz alguna
Y, sin vivir, perecerá mi patria,
Niña a quien sirve de ataúd la cuna!
Naciones mil la Fama nos recuerda
Que sepultó en su ocaso la Fortuna;
Mas murieron decrépitas ancianas,
De más lauros cubiertas que de canas:
Mas, ¿cuál hubo jamás como la nuestra
Que, ayer no más nacida,
Dando está clara muestra
Que se le acaba la doliente vida?
Y, como muchos de sus propios hijos,
Niños de edad y en corrupción ancianos,
Ningunos vicios ya le son extraños
De cuantos manchan en crecida tropa
De Asia las sociedades y de Europa,
Ya mayores en siglos que ella en años.
"¿Y a quién pues que esto mira
Del hondo corazón lágrimas rojas
No exprimen sus fierísimas congojas,
Su generosa cuanto inútil ira?
Dadme, dadme la lira
Con que el triste profeta Jeremías
De Sión cantaba los postreros días,
Y vierta en cantos de tristeza suma
El duelo inmenso que mi pecho abruma,
Viendo a fatal inevitable ruina
Mi infortunada patria ya vecina!"
II
Así dije, y el llanto y los sollozos
Mi discurso acabaron, mas el hijo
Del cielo esto me dijo:
"Hombre de poca fe, bien sé que es cierto
Cuanto con voces de dolor me dices;
Mas no por eso es bien que llores muerto
El último consuelo de infelices;
Que, aunque el mal, en tan hondo desconcierto,
Echara profundísimas raíces,
Para la fuerte voluntad sagrada
Es el mayor impedimento nada.
"Dios del abismo de la negra pena
Sacar la dicha y el contento sabe,
Y el mal más fiero, si morir le ordena,
Antes fenece que su voz acabe;
Corta de su ira y su furor la vena,
Y ya en la palma de un infante cabe
El mar que, derramado y furibundo,
Bajo sus ondas sepultaba el mundo,
"Aquel en cuyo pecho halla cabida
La desesperación cobarde y ciega,
Mientras aún dura la mudable vida,
No merece la dicha, que al fin llega:
La merece tan sólo quien anida
La fe en el suyo, y siempre espejea y ruega;
Que todo, todo del Señor se alcanza
Con oración, con fe, con esperanza.
"Abrigad firme fe; ved que sin ella
Todo falta, con ella todo sobra;
Y quien la abriga, mientras más le huella
El hado, más aliento y fuerzas cobra;
Vence el influjo de contraria estrella
Y maravillas o imposibles obra;
Manda al sol que al ocaso no descienda,
Y abre en el océano enjuta senda.
"De esperanzas, oh jóvenes, colmaos,
Que como al huracán cuya pujanza
Hunde o estrella las endebles naos
Sucede placidísima bonanza,
Como al confuso alborotado caos
Siguió la creación, tened confianza
Que, madre de mil bienes, la paz leda
A la discordia bárbara suceda.
"Concordia tal, de la del cielo emblema,
Ha de enlazar a todos los Peruanos,
Que de sus armas ya no mienta el lema,
Y sean todos con verdad hermanos
Firme estado fundando que no tema
Extranjeros audaces ni tiranos,
Cuya amistad y alianza Europa pida,
Hoy con él tan injusta y engreída.
"Del negro Averno a los profundos senos
Volverá de los vicios la cohorte
Que a cada estado, y a ninguno menos,
Visiblemente hoy amancilla el porte;
De esa feliz república de buenos
Será la santa ley único norte,
Y la Justicia romperá su espada,
En sola su balanza confiada.
"Las que hoy son espantosas soledades,
Océano de plantas o de arenas,
Serán grandes magníficas ciudades
De población y de bullicio llenas;
Y el que desierto fue tantas edades
Podrá en sus senos abrigar apenas
La gente innumerable pobladora
Que abunde entonces cual arenas hora.
"Los monstruos, del espacio vencedores,
Que del vapor el alma inquieta mueve,
Escalarán del Ande las mayores
Cumbres que ciñe sempiterna nieve;
Recorrida de carros voladores,
Tan inmensa región ya será breve,
Y rival el vapor del pensamiento,
Difundirá sus luces al momento.
"El mar, hoy de bajeles tan escaso,
De tantas naves se verá cubierto
Que manden Norte, Sur, Este y Ocaso,
Que ostente dos ciudades cada puerto;
Y abriéndose en las ondas libre paso
Vuestros bajeles hasta el polo yerto,
Sin que su hielo perennal lo estorbe,
Descubrirán los límites del orbe.
"De Europa abandonando las orillas,
Donde siglos su luz resplandeciera,
Las Artes nobles sus doradas sillas
Trasladarán a esta feliz ribera:
Y pródigas, aquí de maravillas,
Audaces moles hasta en alta esfera
Verán erguirse los nocturnos soles
Que venzan griegas o italianas moles.
"Las ornará la pródiga Escultura
De estatuas que parezcan animadas,
Y de frescos y telas la Pintura
Que persuadan vivir a las miradas;
Y se verán do quier con tal hartura
Estatuas y pinturas derramadas,
Que parezcan artísticos museos
Palacios, templos, plazas y paseos.
"De tan sublimes vuelos Poesía,
Digno amor tuyo, entonces hará muestra,
Que igualar mi logre su osadía
El alto numen de la estirpe nuestra;
No se disputen ya la primacía
Roma, Florencia y quien les fue, maestra,
Y a la Atenas mayor del Mundo Nuevo
Concordes rindan el laurel de Febo.
"Y con artistas sumos y poetas
Florecerán filósofos y sabios,
Que ahonden las verdades más secretas
Y eternos hagan al error agravios;
Y en espaciosas academias quietas
Verás colgada de sus doctos labios
Inmensa juventud, cuya impaciente
Sed de saber con el saber aumente.
"Ni en extranjero labio ya el idioma
Molestará, Peruanos, vuestro oído,
Por el que ardiente a vuestro rostro asoma
De la amarga vergüenza e1colorido;
Y, como el hijo de la antigua Roma
Con patria tan magnánima engreído,
Así vosotros donde quier ufanos
Ya podréis exclamar: somos Peruanos.
"Y, como hoy vais, llevados del deseo,
De Europa a visitar las capitales,
Os vendrá a visitar el Europeo
A quien la sed hoy trae de caudales.
Vencer en fin por todas partes veo
Futuros bienes a pasados males,
Y ser tu patria, en hado tan diverso,
Modelo, asombro, luz del Universo".
Así decía el celestial gigante,
Y de extraña alegría
Que renueva el recuerdo a cada instante,
Me colmaba la dulce profecía
De tiempo tan glorioso y tan risueño;
Y mientras nuevamente hablarle fío,
En menos que lo dice el labio mío,
Se van juntos el ángel y mi sueño.
Yaraví
- Cuando doblen las campanas,
No preguntes quién murió:
Quién, de tus brazos distante,
¿Quién puede ser sino yo?
Harto tiempo, bellísima ingrata,
Sin deberte ni en sombra favores,
Padecí tus crueles rigores
Y lloré como débil mujer;
Ya me rinde el dolor y me mata,
Acabárseme siento la vida;
Ya te doy mi final despedida,
Y ya escuchas mi queja postrer.
¡Cuántas veces riendo me has dicho
Que en el mundo de amor nadie ha muerto!
¡Ya verás, ya verás si no es cierto
Que hay quien muere de pena y amor!
Ya verás que tu duro capricho
¡Oh tirana, la vida me cuesta!,
Y bien pronto la queja molesta
Cesará de tu odiado amador.
Cuando el doble de lenta campana
Vibrar oigas en son plañidero,
No preguntes qué humano viajero
De la vida las playas dejó:
Quién, esclavo de suerte tirana,
Blanco triste de tu odio y tu tedio,
¿Quién, enfermo de mal sin remedio,
Quién ser puede, mi bien, sino yo?
Mas si el largo rigor de tu fiera
Esquivez llega un día a dolerte,
Si al pensar en mi trágica muerte
Y en mi amor y mi inútil afán,
Compasivos derraman siquiera
Una gota de llanto tus ojos,
En la tumba mis yertos despojos
De placer y de amor temblarán.