Miguel Antonio Caro

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    Información biográfica

  1. A Eugenia Bellini (En el último acto de La sonámbula)
  2. A la memoria de Adolfo Berro
  3. Al buen pastor
  4. Ambición
  5. Amor verdadero
  6. El alma prisionera
  7. El Boreas
  8. El crepúsculo
  9. El valle de la infancia
  10. Ella
  11. La desconocida
  12. Lo que no se escribe
  13. Preludio
  14. Pro Senectute
  15. Recuerdos
  16. Hora I.
  17. Hora II. Sueños
  18. Hora IV. El arca del diluvio
  19. Hora V. Las aves
  20. Hora VI. Ellas
  21. Hora VIII. Consejos
  22. Hora IX. El asilo
  23. Hora X.
  24. Hora XI. Guerra y paz
  25. Hora XII.
  26. Hora XIII.
  27. Hora XIV.
  28. Hora XV.
  29. Hora XVI.
  30. Hora XVII. Desengaño
  31. Hora XXI. El ensueño
  32. Hora XXII. Las almas buenas
  33. Hora XXV. Desaliento
  34. Hora XXVIII. Los dos huéspedes
  35. Hora XXX. Lo más triste
  36. Hora XXXI. Al viento
  37. Hora XXXII. La oración
  38. Hora XXXIII. El piano
  39. Hora XXXIV.
  40. Hora XXXV. El olvido
  41. Hora XXXVII. Inmortalidad

  42. Traducción de poemas de Alphonse de Lamartine [5]
  43. Traducción de poemas de André Chenier [2]
  44. Traducción de poemas de Antoine Arnault [1]
  45. Traducción de poemas de Bernard Barton [1]
  46. Traducción de poemas de Charles Hubert Millevoye [1]
  47. Traducción de poemas de David Macbeth Moir [1]
  48. Traducción de poemas de Eugénie de Guérin [2]
  49. Traducción de poemas de Felicia Hemans [1]
  50. Traducción de poemas de Francesco Petrarca [1]
  51. Traducción de poemas de Giosuè Carducci [2]
  52. Traducción de poemas de Henry Wadsworth Longfellow [6]
  53. Traducción de poemas de James Gates Percival [1]
  54. Traducción de poemas de James Montgomery [2]
  55. Traducción de poemas de Jean Reboul [1]
  56. Traducción de poemas de Marco Valerio Marcial [1]
  57. Traducción de poemas de Percy Bysshe Shelley [1]
  58. Traducción de poemas de Robert Pollock [1]
  59. Traducción de poemas de Sexto Propercio [2]
  60. Traducción de poemas de Thomas Gray [1]
  61. Traducción de poemas de Thomas Hood [1]
  62. Traducción de poemas de Thomas Moore [3]
  63. Traducción de poemas de Torquato Tasso [1]
  64. Traducción de poemas de Victor Hugo [1]
  65. Traducción de poemas de William Cullen Bryant [3]


Información biográfica
    Nombre: Miguel Antonio José Zolio Cayetano Andrés Ave lino De Las Mercedes Caro Tobar
    Lugar y fecha nacimiento: Bogotá, República de la Nueva Granada, 10 de noviembre de 1843
    Lugar y fecha defunción: Bogotá, República de Colombia, 5 de agosto de 1909 (65 años)
    Ocupación: Estadista, humanista, traductor, escritor, ensayista, poeta; miembro de la Academia Colombiana de la Lengua, Presidente de la República de Colombia y Vicepresidente de la República de Colombia
Debido a las circunstancias políticas del país durante su infancia, no siguió estudios regulares en establecimientos de educación, ni recibió títulos académicos, aunque posteriormente por su trayectoria fue reconocido con Doctorado honoris causa en Jurisprudencia por Universidades de México y Chile.

Dirigió la Academia Colombiana de la Lengua, participó en la redacción de la Constitución de 1886 y ejerció como diputado, presidente del consejo de Estado, Vicepresidente de la República (1892) y Presidente de la República (1894). Tras abandonar la política, se dedicó a la literatura: es autor de una Gramática de la lengua latina (en colaboración con Rufino José Cuervo, 1867), ensayos (Tratado sobre el participio, 1870) y traducciones de obras clásicas.

Fuente: [Miguel Antonio Caro] en Wikipedia.org

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    A Eugenia Bellini (En el último acto de La sonámbula)
      ¿Quién de mi fantasía
      De aquella blanca aparición del cielo
      La imagen pura disipar podría?

      Todavía la miro,
      Durmiente peregrina; todavía
      Oigo el tierno suspiro
      De su apenado corazón. Sus ojos
      En nueva luz se encienden,
      Y por cuello y espalda los manojos
      De su cabello undívagos descienden.
      Pálida y lenta y sola,
      Coronada de mística aureola,
      Alma parece que purgado hubiera
      Humanas culpas en ceniza obscura,
      Y restaurada alzándose, anduviera
      El camino buscando de la altura.

      ¡Cuánto peligro, oh!, ¡cuánta
      Amenaza de muerte la rodea!
      ¿No ve cuál del molino cerca gira
      Veloz la rueda? ¿Y el desván no mira?
      ¿Y cómo ¡ay Dios! al asentar la planta,
      La viga blandeándose flaquea?...
      ¡Dormid, tímidos ecos veladores!
      Céfiros que vagando
      Removéis a los sauces lloradores
      La hojosa copa con estruendo blando.
      ¡El vuelo suspended!... ¡callad, pastores!
      ¡No robes tus antorchas; nada inquiete
      Tu paz y tu silencio, noche umbría!
      ¡Naturaleza a la beldad respete
      Que el sueño, no ya el crimen, extravía!

      ¡Ah!, ¡la bondad divina pudo sola
      Salvar su vida de peligro tanto!
      Ese mirar profundo
      No es humano mirar; esa apostura
      Revela origen celestial, y al alma
      Secreto infunde y delicioso espanto.
      ¡Oh, cuán sentido canto
      Del labio exhala en imponente calma!
      ¡Qué acentos vibradores!
      ¡Qué honesto y dulce suspirar amores!
      Ved cuál tímida besa
      La última ofrenda del ingrato Elvino,
      Y en dulces voces su amargura expresa:
      "¡Prenda de amor, en tanto que el destino
      Lo quiso!, ¡oh don del que me afrenta y amo,
      Don inocente, florecido ramo!
      Recibe de mi labio esta sincera
      Afectuosa expresión... ¿Quién me dijera
      Que un soplo iba a robarte la frescura!
      Símbolo al fin de la fortuna mía,
      Pues las que verdes cultivaba un día,
      Hoy mustias esperanzas atesoro!..."
      Dice; se apaga su canora queja,
      Y en las hojas marchitas caer deja
      Trémulas gotas de doliente lloro.

      Así la dulce tórtola inocente
      Orillas de arroyuelo transparente
      Con blanda voz los ecos enamora;
      Mientras tal vez de envenenada flecha,
      Emblema de traidora
      Calumnia, armado el cazador acecha;
      Y el arco tiendo, y rápido silbando
      El dardo por los aires, va derecho
      Del ave inerme a ensangrentar el pecho.
      Siéntese herida la infeliz, y alzando
      Lánguido el vuelo, débil bate el ala,
      Y tras largo penar, en la sombrosa
      Haya, al caer la tarde, se reposa,
      Y sola su postrer lamento exhala.

      ¡Numen de la armonía!
      ¡Hermano de la santa Poesía!
      ¡Tú que a Arion en medio al iracundo
      Mar dictaste grandísonos acentos,
      Y a Orfeo diste encadenar los vientos
      Y triunfante salir de lo profundo!
      Si del suelo ausentándose las ninfas
      Que gozan de tus cándidos favores,
      De luceros por siempre se coronan,
      ¿A esta por qué desamparada hoy dejas
      En la patria del hombre? ¡Oye sus quejas,
      Hijas del alma que su mal pregonan!
      Otra mansión distinta
      A su mente furtivo el sueño pinta,
      Y a su pesar, del lecho la arrebata,
      Como en demanda de la patria suya.
      ¡Ven, cércala de blanca nube y leve
      Que a otra región a dispertar la lleve,
      Que a otro campo, a otro sol la restituya!

      Mas, ¿dónde, enajenada fantasía,
      Vuelas así a perderte?... ¿Y todo es ido?
      ¿Y aquellas horas de placer y encanto
      Fueron vana ficción? Ficción ha sido
      De amor el llanto, que de amor la llama
      Aún no su tierno corazón inflama.
      Pero esa voz que el ánimo enajena,
      Rica, flexible, de emociones llena,
      Preludio de celeste melodía,
      No es ilusión, ni el virginal agrado
      Del rostro peregrino
      Tiernamente tal vez ruborizado,
      Su honesta risa y su mirar divino.
      ¡Oh joven de atractivos coronada!
      Benigna, generosa,
      Convierte la mirada
      Al homenaje que en tu honor tributa
      Sincera admiración respetuosa.
      Tú de huéspeda en hija te tornaste
      De la aromosa América, que asombra
      Tu sien con lauro y su deidad te nombra.
      Sigue por el sendero
      Que las Gracias y Apolo te preparan:
      Con amenas o espléndidas ficciones,
      Ninfa inocente, embelleciendo sigue
      En la callada noche nuestros días
      Que bastarda ambición, rudas pasiones,
      Impiedad y discordias acibaran.
      Sigue, y estima cual mejor victoria
      Que avasallar la gloria,
      No dejar en las zarzas del sendero
      Reliquias tristes del candor primero.
      Sigue entre aplausos y brillantes flores
      Que tus admiradores
      Derraman a tus plantas.
      ¡Bella si ríes, bella si suspiras,
      Eres el ángel del pudor si miras,
      Eres la diosa del amor si cantas!
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    A la memoria de Adolfo Berro
      ¡Poeta del desconsuelo!
      ¡Alma sensible, tierna!
      ¿Por qué tan presto el vuelo
      Levantaste del suelo
      A la región eterna?

      ¡Ah, cuando llora el hombre
      En su beneficencia
      Toda ajena dolencia,
      Eterniza su nombre,
      Y abrevia su existencia!

      En tu muerte temprana
      Semejas flor lozana,
      Sobre el tallo partido,
      Doblada sin ruido
      En su primer mañana.

      Cual aromas nos dejas,
      Dulces, sentidas quejas...
      Adolfo, naces, lloras,
      Por los que sufren oras,
      ¡Y a no volver te alejas!

      ¿Mas tu espíritu dónde
      Está? ¿En el yerto cráneo
      Se evapora o se esconde?
      ¡Con latido espontáneo
      El pecho me responde

      Que existes, dulce amigo!
      Tú existes, yo te amo,
      Y hondo placer abrigo
      Cuando mi fe te digo,
      Cuando amigo te llamo.

      ¡Existes, no lo dudo!
      ¡Jamás la nada pudo
      Débil, obscura, fría,
      Mover a simpatía
      Desde su abismo mudo!

      Dígnate dar alguna
      Señal de acogimiento
      A mi sincero acento,
      Ora que la alba luna
      Rueda en el firmamento.

      Ora que el ancho suelo
      Paz y quietud respira,
      Ni céfiro suspira,
      Dame sentir tu vuelo,
      Dame escuchar tu lira.

      ¡Mi súplica indiscreta
      Perdona! ¡Una secreta
      Voz que habitas me dice
      En región más felice,
      Y que me oyes, poeta!

      Si no me cupo en suerte,
      Adolfo, conocerte,
      Ni a ti volver te es dado,
      Yo volaré a tu lado
      Más allá de la muerte.

      ¡Pueda en tanto algún día
      Besar la losa fría
      Que tus cenizas sella,
      Y derramar en ella
      Una lágrima pía!
    Arriba

    Al buen pastor
      ¿Qué importa que la oveja acongojada
      En noche y soledad vague perdida?
      Tu amante corazón sus pasos cuida,
      Y por ti, Buen Pastor, será salvada.

      Oigo tu voz que al ánima cansada
      Con alivio dulcísimo convida;
      Yo sé que eres la fuente de la vida
      Que a la infancia nos vuelve inmaculada.

      Tú permites que humilde peregrino
      Que tu nombre invocó, de angustia lleno,
      Al caer en el áspero camino,

      Recobre, al despertar, candor sereno
      Purificado por tu amor divino,
      Y en paz descanse en tu adorable seno.
    Arriba

    Al viento
      Vientecillo sin nombre 
      Que curioso paseas
      Ahora por el bosque,
      Ahora por la vega;

      Tú que en lecho de espumas
      O de hojas, remedas
      Con inquietud celosa
      Las más sentidas quejas;

      Ven, trayendo en tus alas
      Tan leves como frescas,
      Murmullos de las fuentes,
      Aromas de las selvas;

      Suspira en el follaje
      Del árbol que me hospeda;
      Las sombras lento cambia;
      Con mis cabellos juega.

      O barre ahí esas flores
      Menudas y hojas secas,
      Y en círculos llevándolas
      Mis pensamientos lleva.

      Ven, airecillo humilde,
      Mi soledad alegra,
      Temores desvanece
      Y esperanzas alienta.
    Arriba

    Ambición
      ¡Partamos! El espíritu impaciente
      Anhela por volar a su albedrío:
      Ni llanto, ni piedad: el pecho mío
      Solo, inmensa ambición, tu imperio siente.

      ¡Revueltas ondas de la mar rugiente,
      Rayos que el cielo enrojecéis sombrío,
      Vuestra furia y tumulto desafío
      Con labio mudo y con serena frente!

      Ya, suelta el ala del bajel, me siento
      Cruzando ¡oh gloria! el piélago profundo;
      ¡Quién pudiera también el firmamento!

      ¡Oíd!, nos llama el soplo gemebundo.
      Del águila la herencia es todo el viento,
      Y la herencia del hombre es todo el mundo.
    Arriba

    Amor verdadero
      No, no aparta a dos almas amadoras
      Adverso caso ni cruel porfía;
      Nunca mengua el Amor ni se desvía,
      Y es uno y sin mudanza a todas horas.

      Es fanal que borrascas bramadoras
      Con inmóviles rayos desafía;
      Estrella fija que los barcos guía;
      Mides su altura, mas su esencia ignoras.

      Amor no sigue la fugaz corriente
      De la edad, que deshace los colores
      De los floridos labios y mejillas.

      Eres eterno. Amor: si esto desmiente
      Mi vida, no he sentido tus ardores,
      Ni supe comprender tus maravillas.
    Arriba

    El alma prisionera
      En el sabroso abrigo
      De repuesta colina, do me espera
      De tarde sin testigo
      Fresca y amiga sombra; do parlera
      Fontana baja con veloz carrera;

      Por el sueño vencido
      Quedeme acaso, al fallecer del día:
      Sonó luego en mi oído
      Mística voz, celeste melodía:
      Era un ángel de luz que me decía:

      "¿Qué ciego desatino
      Así te roba a la región serena,
      Que olvidado, sin tino,
      La planta mueves en morada ajena
      A do pérfido lazo te encadena?

      "¿Qué luz, qué bien ofrece
      Morada donde a vueltas de ventura
      El infortunio crece;
      Do el placer muere en el dolor que dura;
      Morada de expiación, remota, obscura?

      "¡Despierta, aviva, al cielo
      Toma de aquesos engañosos prados
      Álzate; y pasa a vuelo
      Negros bosques, altísimos nevados,
      Y los mares sonoros y argentados!

      "¡Y esfuerza el vuelo, y deja
      La nube atrás! Ni cures si perdido
      A tus ojos se aleja,
      En el espacio inmenso sumergido,
      Este planeta en soledad y olvido..."

      Interrumpió la luna,
      Alzada tras la andina cordillera,
      Mi sueño y mi fortuna:
      Y vi conmigo mi alma prisionera,
      Del solitario arroyo en la ribera.
    Arriba

    El Boreas
      (Imitación de Ovidio)

      ¡Yo soy potente! En alentado vuelo
      Yo las nubes arrollo y desbarato;
      Con negras alas yo la mar maltrato,
      Yo con duro granizo azoto el suelo.

      Yo sé la nieve transformar en hielo;
      Yo al roble, rey de la montaña, abato;
      Yo si hallo a mis hermanos, los combato
      Fuerte y sonante por el ancho cielo.

      Que ese es mi campo: en dilatado estruendo
      Tiembla el éter al choque tremebundo,
      Y ruge el rayo, de la nube huyendo.

      Yo si en la tierra lóbrego me hundo,
      Yo si en sus antros íntimos me extiendo,
      ¡Turbo el averno y estremezco el mundo!
    Arriba

    El crepúsculo
      Mi alma a sentir empieza
      Que anda en torno la muerte: ¡muere el día!
      En su misma tristeza
      Es la muerte sombría
      Consuelo al pobre y de las almas guía.

      Miro cual en pintura,
      Los cerros, el lejano caserío,
      Y la verde llanura
      Y el triste sauz umbrío;
      Sereno el cielo, plateado el río.

      Ni estruendo ni algazara:
      Habla sin voz Natura, el manso viento
      Hiende el ave: así aclara
      La conciencia su acento,
      La pasión calla y vuela el pensamiento.

      Y ya el recuerdo vago
      Se determina al par que se dilata:
      El espejo de un mago
      Semeja: me retrata
      Vivos los cuadros de la edad mas grata.

      Al genitor perdido
      Veo a mi lado, y al amigo ausente:
      Cual la paloma al nido,
      Tal venís blandamente,
      ¡Prendas que lloro!, a visitar mi mente.

      ¡Oh bendecida hora
      Que en mudo apartamiento deleitoso,
      Cual diva inspiradora,
      Al corazón ansioso
      Brindas la libertad en el reposo!

      Tú a la florida nave
      Del pensamiento, que engolfado yerra,
      Céfiro eres suave.
      ¡Ay!, ¡que en sus brazos cierra
      La noche al mundo, y la ilusión destierra!
    Arriba

    El valle de la infancia
      ¡Oh senda! ¡Oh monte abrupto! ¡Oh gruta umbría!
      ¡Musgoso manantial! ¡Valle sereno,
      De frescas sombras y memorias lleno!
      ¡Plácido albergue de la infancia mía!

      Estas las flores son que yo cogía
      Cuando niño vagaba en vuestro seno;
      Conozco bien de la cascada el trueno;
      ¡Así el viento los árboles movía!

      Cargado ya del peso de los años,
      A ti vuelvo, selvático retiro,
      Que no padeces de la edad los daños.

      Suspendo el paso, o por tus vueltas giro,
      Y gozo aquí de libertad engaños,
      Y ambiente de inocencia aquí respiro.
    Arriba

    Ella
      La expresión dulce que su rostro baña,
      De sus ojos la plácida centella,
      Revela el amor de un alma bella,
      Que el corazón subyuga y no le engaña.

      Del Cielo, descendiendo a mi cabaña
      Con vaguedad de nube y luz de estrella,
      Ella, mis hondas soledades, ella
      Mis mudos pensamientos acompaña.

      Como extendiendo el ala voladora,
      La esperanza, en el ánimo cautiva,
      Huir parece, aunque el huir demora.

      Amante cual mujer, cual diosa esquiva:
      —Así diviso a la que el pecho adora—;
      —Así, inmóvil a un tiempo, y fugitiva—.
    Arriba

    La desconocida
      ¿Qué haces a la ventana?
      Pareces prisionera
      Según se escapan, niña,
      Tus miradas ligeras.

      No te conozco; miro
      Tu rostro vez primera:
      Paso hoy por tu ventana;
      Quizá a pasar no vuelva.

      No te conozco, empero
      Tu suerte me interesa:
      ¡Alcanzo que eres pobre,
      Sola estás, y eres bella!

      Sin rastrear tu nombre
      Rastreo lo que piensas;
      Que en la mujer los ojos
      Dicen más que la lengua.

      ¡Ay,! la mujer es fuente
      Que busca en primavera,
      Río do confundirse
      ¡Y do hasta el nombre pierda!

      ¡Y acaso abismos solo
      Encuentra en su carrera,
      Y su cristal enturbia,
      Y gime y se despeña!

      Sin lágrimas tus ojos
      Lloran, sin voz se quejan;
      ¡Tus ojos hablan, niña,
      Tus ojos son poetas!

      Poetas ignorados;
      Tanto, que si esta endecha
      Leyeres que me dictan,
      ¡Ni aún sabrás quién es ella!
    Arriba

    Lo que no se escribe
      ¡Dulce madre!, ¡hermana mía!
      Mi amor quisierais en vano
      Hallar aquí.
      No cabe en una armonía
      Mi amor de hijo y de hermano:
      ¡Buscadlo en mí!

      El poseedor de una fuente
      No guarda míseras gotas.
      Si vuestras son
      Mi alma, mi vida, mi mente,
      ¿A qué guardar breves notas
      Del corazón?

      La pluma al papel traslada
      La palabra, y aún el canto,
      Y allí vive.
      Lo que dice una mirada.
      Lo que el silencio y el llanto,
      ¡No se escribe!
    Arriba

    Preludio
      ¡Naturaleza, acógeme en tu seno!
      Ave modesta, a tu abundancia pido
      Sólo un rincón sereno
      Donde ocultar mi nido.

      El vulgar amador, sin ver el ramo,
      De sus frutos colgantes le despoja;
      Yo le respeto, y amo
      La amarillenta hoja.

      Muchos desdeñan tus virgíneas flores,
      Y eres esclava que les das riqueza;
      No entienden los rumores,
      No admiran la belleza.

      ¿Qué mucho que tu amor selles y escondas?
      Cual hijo vuelvo a ti, no como extraño:
      Con árboles, con ondas,
      Converso y me acompaño.

      Mire otra vez la resonante selva
      Al abrir la ventana de mi estancia,
      Y a entrar por ella vuelva
      Tu peculiar fragancia,

      Que embriaga el corazón, y al alma inspira,
      Despertando sus íntimos sentidos,
      Y torna de la lira
      A endulzar los sonidos.

      Y como nave en piélago sin olas
      Sueltas las alas al amigo viento,
      Con tu favor a solas
      Vague mi pensamiento.

      Oculto en musgo el manantial gotea,
      Trina en lo hojoso el pájaro escondido;
      Mi corazón desea
      Tu oscuridad, tu olvido.
    Arriba

    Pro Senectute
      Tú, que emprendiste bajo albor temprano
      La áspera senda con ardiente brío
      Y ora inclinado y con andar tardío,
      Rigiendo vas el báculo de anciano:

      Torpe el sentido y el cabello cano
      No te acobarden, ni el sepulcro frío
      Contemples con doliente desvarío,
      De rápido descenso el fin cercano.

      Fúlgida luz la vista te oscurece;
      Argentó tu cabeza nieve pura;
      Cesas de oír porque el silencio crece;

      Te encorvas, porque vences la fragura;
      Anhelas, porque el aire se enrarece:
      ¡Llegando vas a coronar la altura!
    Arriba

    Recuerdos
      ¡Cuántas tú me despiertas
      De olvidadas historias
      Tristísimas memorias,
      Tan pálidas e inciertas
      Cual la sombra que vaga
      Después que el sol se apaga!

      Cuándo, cómo o en dónde
      Te conocí algún día,
      Pregunto al alma mía,
      Y mi alma no responde,
      A su vez meditando
      En dónde, cómo y cuándo.

      ¿Siglos hace?, ¿habrá sido
      En este triste suelo,
      O en la región del cielo?...
      Envuelto en alto olvido
      Misterio tan sublime,
      El corazón me oprime.

      Así el que hendió los mares
      En su estación florida,
      Y el resto de la vida
      Pasó libre de azares,
      Si alguna vez, ya anciano,
      Mira bajel lejano,

      Cruzar ve de repente
      Aéreos a distancia
      Los días de su infancia;
      Más que recuerda, siente,
      Y al pecho con tristeza
      Inclina la cabeza.

      Siempre a ti consagrada
      Mi lira fue, sin duda;
      Pues de adormida y muda,
      Revive a tu mirada,
      Y combina sonidos
      Que me son conocidos.

      ¿Algo tú no recuerdas?
      ¡Oh virgen!, ¿no conoces
      De tu cantor las voces?
      ¿Podrán ser de mis cuerdas
      Nuevos a tus oídos
      Los sones, los gemidos?

      ¡Robásteme el sosiego!
      ¡Por ti tanto cavilo!
      ¡Y desmayo, al asilo
      De mi dolor me entrego,
      Y en lo escondido lloro,
      Y en silencio te adoro!
    Arriba

    Hora I.
      Yo, sacerdote de las artes bellas
      Que, peregrinas en el mustio suelo,
      Buscando inspiración con vago anhelo
      Puesta llevan la vista en las estrellas
      Que ornamentan el cielo;
      Yo, que ufano al abrigo
      Del numen del misterio sacrosanto,
      Sus dones gusto y sus preceptos sigo,
      Almas amantes, vuestro amor bendigo;
      Almas dichosas, vuestras glorias canto.

      ¡Qué blandamente en el sensible seno
      Para la dicha y la virtud formado
      Va extendiendo su imperio sosegado
      Afecto puro, de esperanzas lleno
      Y de inefable agrado!
      Para el que así venciste,
      Todo, Amor, tiene vida, todo ama;
      Todo de nuevas formas se reviste
      Que un colorido toman suave y triste,
      Reflejo aéreo de tu dulce llama.

      No mostrará el amante, de la infancia
      La risa por sus labios indiscreta;
      Ama el sordo rumor del aura inquieta
      Y de pálidas flores la fragancia
      Y se siente poeta:
      De nuevas armonías
      Él lleva en sí los gérmenes fecundos;
      Melancólicas son sus alegrías,
      Y las diáfanas noches son sus días
      Y otros aires respira de otros mundos.

      Con paso lento y con incierto giro
      Busca en las soledades hospedaje
      Entre la majestad bronca y salvaje
      Do junta la avecilla algún suspiro
      Al rumor del follaje.
      Tal vez a su mirada
      Aparécese, brilla, se evapora
      De su cielo la imagen adorada;
      Caviloso visita la enramada
      Y, sin saber por qué, se para y llora.

      Pero no de tus Cándidos amores,
      ¡Oh noble corazon!, por tipo escojas
      La aura sutil que en trémulas congojas
      Va robando a los árboles sus flores
      Y a las flores sus hojas;
      Ni el bullente arroyuelo
      Que agradece con tímido murmullo
      Tiernas primicias del fecundo suelo,
      Ni las aves de Venus, que en su cielo
      Gozosas giran con amante arrullo.

      Mas al ímpetu ven de raudas alas,
      Animado de excelsos pensamientos,
      Al campo de los grandes elementos
      Donde ostenta Natura augustas galas
      Y solemnes acentos:
      Tu vuelo el aire hienda,
      Y viendo aquí morir onda tras onda
      Cuando la noche sobre el mar descienda,
      Ven un genio a esperar que te comprenda
      Y una voz digna que a tu amor responda.

      ¡Oh, ve la inmensidad abrirse en calma!,
      Oye en su fondo de natura el grito,
      Lee en los cielos tu destino escrito,
      Que ese espacio es profundo como el alma
      Y como ella infinito:
      Mira cielos y mares
      Extenderse magníficos, redondos,
      Y mira entre sus pompas seculares
      Rutilar los más altos luminares
      En los líquidos ámbitos más hondos.

      Cuando del opulento paraíso,
      No bien salieran de sus propias manos,
      Hizo Dios a los hombres soberanos,
      Su imagen inmortal dejarles quiso
      En cielos y océanos.
      "Buscad mis perfecciones",
      —Dijo el Señor a la pareja amante—,
      "En las etéreas últimas regiones";
      Y su dedo a inocentes corazones
      Mostró la hermosa eternidad delante.

      ¡Dichosos ellos si al altar del goce
      No a inmolar fuesen su dorado sueño!
      ¡Triste el que boga con vedado empeño
      Y las cándidas nubes no conoce
      Que en mi cantar le enseño!
      ¡Triste el que nunca vuela
      A la bóveda espléndida celeste
      Donde amor inmortal se nos revela!
      Quien en mares de luz no dio la vela,
      Éste no supo amar, profano es este.

      Almas, venid, y símbolos doquiera
      Gozad de vuestra acorde simpatía
      De la noche gentil y ardiente día,
      Del mar profundo y la azulada esfera
      En la eterna armonía.
      Venid, venid conmigo
      A hacer más puro vuestro afecto santo;
      Que ufano aquí, de vuestro bien testigo,
      Almas amantes, vuestro amor bendigo;
      Almas dichosas, vuestras glorias canto.
    Arriba

    Hora II. Sueños
      Reclinado sobre hojas macilentas
      Que al tronco cercan del anciano aliso,
      En tu verde ribera solitaria,
      ¡Oh claro río!
      Miro los montes,
      Los cielos miro;
      Doy suelta al pensamiento, y el pensamiento vago
      Se aduerme de tus ondas al amoroso ruido.

      Si Adán resucitara no hallaría
      Señal ninguna de su Edén perdido
      En moradas de reyes ni de damas,
      Mas este sitio,
      Estos aromas,
      Estos sonidos
      Le traerían ensueños floridos a la mente
      Y olvidados afectos al corazón marchito.

      Todos gozamos, como Adán el suyo,
      En la edad de inocencia un paraíso
      Antes que el labio la vedada fruta
      Guste atrevido.
      Estos aromas,
      Estos sonidos
      Reliquias me parecen de aquella edad de flores,
      De juegos inocentes y de infantil cariño.

      Hay vientos envidiosos. Los celajes
      De ventura y placer, ¿quién los deshizo?
      ¿Quién heló del amor blandas querellas?
      Recuerdos vivos
      Cruzan mi mente
      Diáfanos, límpidos;
      Mas luego poco a poco se van desvaneciendo
      Cual de mañana huyen ensueños peregrinos.

      ¡Ay, que todo lo bello es momentáneo!
      ¡Ay, que todo lo alegre es fugitivo!
      Las espumas, las nubes, los amores.
      ¡Oh claro río!
      Miro los montes,
      Los cielos miro;
      Doy suelta al pensamiento, y el pensamiento vago
      Se aduerme de tus ondas al amoroso ruido.

      Apenas en el mundo habrá paraje
      Para gozar a solas sin testigo,
      Tan delicioso cual tu verde orilla,
      ¡Oh claro río!
      Las tiernas aves
      Te dan sus trinos;
      Los árboles te abrigan con vacilantes sombras,
      Los céfiros te arrullan con apagados silbos.

      Hurtándose a los hombres Primavera
      Conserva aquí su virginal hechizo,
      Voluptuosamente adormecida
      Por eso, ¡oh río!
      Orlan tu margen
      Rosas y lirios;
      Y al percibir mi aliento, las auras se estremecen
      Y tiemblan en las hojas las gotas de rocío.

      Suspende el paso: este encantado albergue
      Parece por los ángeles traído,
      Palacio del amor, cárcel de amores.
      El rayo oblicuo
      Del sol fallece
      En el tejido
      Follaje que te guarda cual protegiendo un robo,
      Y aquí la tarde es lenta y aquí el ambiente es tibio.

      Llenas de esencia y de placer las flores 
      Agrupadas te salen al camino
      Para mirarse al verte y que las mires:
      Y ya al oído
      Te dicen ellas
      En el sencillo
      Idioma que tú entiendes, verdades que enamoran:
      "Somos de amor las hijas que para amar nacimos".

      ¡Mas huyes, vuelas! La ilusión te engaña
      Y la fuerza te impele del destino:
      Así también de mi niñez hermosa
      Dejé el abrigo.
      Cual tú engañado,
      Cual tú impelido,
      ¡Ay, cruzarás llanuras en soledad amarga;
      Retroceder no pueden los hombres ni los ríos!

      El aire a veces tu rumor se lleva,
      Siéntese entonces general vacío;
      Se asusta el corazón, despierta al alma
      Con un latido;
      El alma llora
      Bienes perdidos:
      Mas vuelven los rumores, y el pensamiento vago
      Se aduerme de tus ondas al amoroso ruido.

      ¡Ay, que para morir las alegrías
      Toman de la tristeza el colorido!
      Tus murmullos en ecos se prolongan
      Que son suspiros,
      Y en sombras mueren,
      ¡Oh claro río!
      Así a las frescas voces de los primeros años
      Los años que en pos vienen responden con gemidos.

      Yace en mi corazón cerrado un cofre...
      Yace del mar en el más hondo abismo
      En un arca de plomo, ¿quién creyera?
      Genio cautivo:
      Allí es su cárcel;
      Rebelde ha sido;
      Antes que fuese el hombre, cayó del quinto cielo,
      Y así le pasan años, y así le pasan siglos.

      Echando un día un pescador sus redes
      (Esto refieren orientales libros)
      Saca el arca de plomo, la abre, y sale
      Leve un humillo;
      Ya es parda nube,
      Ya es un vestiglo
      Que los brazos enormes abriendo en el espacio
      Parece que dijera: "¡El firmamento es mío!"

      Pero la eterna maldición le abruma,
      Siente el arcángel desmayar su brío;
      Ya no es coloso, sino parda nube;
      Ya es un humillo,
      Ya está en el arca;
      Rebelde ha sido;
      Y el pescador temblando devuelve al mar la pesca,
      Y encima pasan años, y encima pasan siglos.

      Yace en mi corazón cerrado un cofre,
      Allí el ángel de amor con sus delirios;
      Ya en tu verde ribera se levanta,
      Ya es leve humillo,
      ¡Nube gigante!
      Mas luego él mismo
      A las profundas grutas del corazón se vuelve,
      Y duerme de tus ondas al amoroso ruido.

      El sol despareció; se apaga el día;
      Cúbrese el cielo de funéreos visos;
      Naturaleza entristecida calla;
      ¡Adiós, oh río!
      Todas las tardes
      Vendré a este asilo
      A soñar a la sombra de tus copados árboles,
      De tus bullentes ondas al amoroso ruido.
    Arriba

    Hora IV. El arca del diluvio
      I

      He vuelto solo al césped del collado
      Do tú, Rogerio amigo,
      Cuando la tarde halaga al mustio prado,
      Ibas siempre conmigo.

      ¿Recuerdas? Florecillas ignoradas
      Buscabas en la hierba
      Que, secas hojas hoy, pero sagradas,
      Vivo el amor conserva.

      Yo te hablaba, ¿quién va a acordarse ahora?
      Siempre a ti el alma mía,
      Lo mismo a mí la tuya, soñadora,
      Su panorama abría.

      Serio haciéndose va mi pensamiento,
      Pues como tú te fuiste,
      Aunque todo está igual, no sé qué siento
      Que está todo tan triste.

      El mismo cielo azul, la torre oscura
      Miro, la fuente misma;
      Mas tu ausencia el paisaje desfigura
      Empañándome el prisma.

      Y a veces me pregunto en el sendero,
      O allá, meditabundo:
      ¿Por qué esta amarga soledad prefiero
      A los gozos del mundo?

      ¿Será que el hombre, digo, desterrado
      Lleva un impulso dentro
      Que le estimula a repasar lo andado
      Y a volver siempre a un centro?

      Aspiración a eternidad es este
      Poder que nos sujeta;
      Preludio santo, inspiración celeste
      Que modula el poeta.

      II

      Mas, ¿qué cosa inmortal ve la mirada?
      Sólo parece eterno
      Este secreto abismo, o muerte, o nada
      Lo llamemos, o infierno:

      Este ser que invisible nos devora;
      Que universal tributo
      Cobra, y la flor respeta o la mejora
      ¡Para llevarse el fruto!

      A veces me parece la Natura
      Tan llena de riquezas
      Con esa rozagante vestidura,
      Y con tantas bellezas,

      Cual fuente de jardín: artificiales
      Fascinan el sentido
      Sus cristalinos arcos, siempre iguales,
      Con perenne ruido:

      Todo es animación; mas si los ojos
      A examinarla fueren,
      Verán que es vida a fuerza de despojos
      ¡Son mil gotas que mueren!

      No bien el ser sus formas consolida,
      De sí efímero dueño,
      Átale sordo vértigo, y su vida
      Se evapora en un sueño.

      ¡Naufragio universal! Cuando ese abismo
      Calo en la mente y sondo
      Vuelvo aterrado; a todo ser lo mismo
      Traga, y no tiene fondo.

      Corre la humanidad por mil senderos
      Al ciego remolino
      Allá mis padres van, mis compañeros;
      Yo con ellos camino.

      Y tú también: tu juvenil historia
      Que de amor se atavía,
      Mañana yacerá, deshecha gloria,
      Bajo la tumba fría.

      Tantos gajes de amor correspondidos
      Y lágrimas preciosas;
      Y aquellas esperanzas y gemidos,
      Y tantas, tantas cosas,

      Serán cenizas. Duéleme su estrago;
      Y el deseo que siente
      Quien ve a un hijo morir, de ser un mago,
      O genio omnipotente,

      Por ti lo siento: milagrosas ramas
      Quisiera entretejerte
      Y oculto a par de la que tanto amas,
      Hurtarte allí a la muerte.

      "Yo también en Arcadia soy nacido",
      Y puedo con mi lira
      Tu nombre redimir a ingrato olvido;
      Pero no a ti a la pira.

      Podemos eso, eternizar un nombre,
      ¡Salvar una mortaja!
      No disputamos a la muerte el hombre
      Que ella encerró en su caja.

      ¡Eternizar un nombre, honor mezquino!
      ¡Y dice el mundo luego
      Que el lauro del poeta es don divino
      Y su alma sacro fuego!

      ¡Naufragio universal! Tambien nosotros
      Que eterna nombradía
      Dispensamos, morimos cual los otros
      Cuando nos llega el día.

      De la propia existencia a nuestra mente
      ¿Qué deja lo pasado?
      Recuerdos, un despojo deficiente
      Un busto inanimado.

      Vuelve a mirar a tus antiguos días;
      ¿Qué ves? Allá el abrigo
      De tu infancia y sus frescas alegrías,
      Tus padres y un amigo.

      La escena va ensanchándose adelante:
      Campos, ciudades, puertos...
      ¡Mírate!, ¡no te ves muerto viandante
      En un mundo de muertos!

      III

      Con este doloroso sentimiento
      Ayer, muriendo el día,
      Tornaba a mi mansión: el manso viento
      En los sauces gemía.

      Y una mística voz a su manera
      Habló en secreto al alma;
      Voz que animando la piedad primera,
      Me devolvió la calma.

      ¿Y te olvidas de mí (la voz decía)
      Tú que antes en mi seno
      Reclinabas con grata simpatía
      Tu semblante sereno?

      "El maléfico ser que ves al lado,
      Que todo lo devora,
      Es la muerte del alma, del pecado
      Anciana servidora.

      "Y la que desesperas en tu duelo
      De hallar, dichosa suerte,
      Es la vida beatífica del cielo;
      ¡Yo, que vencí a la muerte!

      Envenenose el hombre de obcecado;
      Dios al culpable hijo
      Miró piadoso en su infelice estado,
      Y, salvárele, dijo.

      "Yo a salvarle bajé; mi amor le llama;
      Rebelde, se suicida;
      El que a mi voz responde, el que me ama
      Vivirá eterna vida.

      "Mi amor viene a buscarte; de mis brazos
      El orgullo te aleja
      Vuelve a anudar los redentores lazos;
      Ama, y recelos deja".

      Pensé en mi infancia en dulce arrobamiento,
      Y lloré mi extravío;
      Y luego a ti volvió mi pensamiento,
      Rogerio, amigo mío.

      Mis lágrimas enviarte deseara
      Con su muda elocuencia;
      Y la no articulada, pero clara
      Voz que oí en mi conciencia.

      Ya libertarte del naufragio espero,
      No en culta poesía,
      Mas de mi fe lanzándote el madero:
      ¡Cree! ¡Ama! ¡Confía!

      Al que a esa tabla náufrago se acoge,
      Quien a la muerte dura
      Venció en la cruz, acude y le recoge
      Con paternal ternura.

      Tantos gajes de amor correspondidos
      Y lágrimas preciosas;
      Y aquellas esperanzas y gemidos,
      Y tantas, tantas cosas,

      Asócialas con vínculo suave
      A más alto destino;
      ¡Sálvate con tus glorias en la nave
      Que a rescatarnos vino!
    Arriba

    Hora V. Las aves
      ¡Aves! ¿Do vais cruzando la alta esfera
      Risueña limpia y clara?
      ¡Ay! ¡Quién como vosotras libre fuera!
      ¡Quién cual vosotras, ay, el vuelo alzara!

      Blancos y deliciosos pensamientos
      Despertáis en el alma:
      Cuando os mecéis sobre los mansos vientos
      Cual la esperanza sois que boga en calma.

      Y cuando descendéis apresuradas
      Sois cual las ilusiones
      ¡Ah!, de puro atrevidas, disipadas
      Del porvenir abierto en las regiones.

      Va a perderse el incienso allá en el cielo,
      Y allá en la mar el río;
      No se dónde, siguiendo vuestro vuelo.
      Vuela a perderse el pensamiento mío.

      Para la eterna inmensidad nacida
      Gime el alma y quisiera
      En edades lanzarse sin medida,
      En espacios hundirse sin ribera.

      Por eso amar, volar nos place tanto:
      El que ama, los lugares
      Y el tiempo olvida. ¿Qué es el desencanto
      Sino al fondo bajar de los pesares

      Y volver a contar menguadas horas?
      ¡Ay, aves pasajeras
      De tristeza y amor inspiradoras,
      De adioses y esperanzas mensajeras!

      Os sigo con la vista; ya no os veo
      Y miro todavía;
      Que absorta en la ilusión de su deseo
      Os busca el alma en la región vacía.

      Sombra y esclavitud cubren el suelo;
      Siguiendo vuestro giro
      La alegre libertad que hay en el cielo
      Gozo un instante, pues gozarla os miro.
    Arriba

    Hora VI. Ellas
      ¡Oh, las que habéis pasado
      Solas y pensativas por el mundo,
      Algo no conocido
      Buscando siempre con amor profundo
      Nunca de igual amor correspondido!

      ¿Fuisteis, almas sensibles,
      Conducidas del ángel del consuelo
      A mejores moradas,
      O a otra mansión cual esta, en vuestro vuelo,
      Por la amiga desgracia desviadas?

      Doquier viváis ahora,
      Cualquier que fuese vuestro nombre un día,
      Vuestra existencia siento;
      Llevado de secreta simpatía
      Hacia vosotras va mi pensamiento.

      Huéspedas en el mundo
      ¿No pensabais en época distante?
      A un hermano ignorado
      Tal vez buscasteis con anhelo amante;
      ¡Sin saberlo tal vez me habéis amado!

      Y hoy de mundos remotos
      ¿No acá volvéis, espíritus viajeros?
      Cuando oigo los suspiros
      De la brisa en los árboles, a veros
      Torno tal vez, y me parece oíros.

      Acaso para hablarme
      Vago son suscitáis, o luz, o aroma;
      Animado sintiendo
      Un pensamiento en no estudiado idioma,
      Sé que es palabra vuestra, y no la entiendo.

      El aura sollozante
      Que en el valle circula prisionera,
      Si salida lograra,
      El nítido palacio de la esfera
      Y el cristalino golfo visitara.

      Tal, pensando en vosotras,
      Almas sensibles, en recinto estrecho,
      Siéntese el alma mía;
      Si la pared rompiese de mi pecho,
      A vuestro mundo aéreo volaría.
    Arriba

    Hora VIII. Consejos
      Tu gloria ¡oh corazón! tu dicha labras
      Si rindes al amor culto sencillo;
      Mas el amor no es obra de palabras,
      Ni es terreno oropel su casto brillo.

      En el templo de amor hay sola un ara
      Y un solo don que se ofrece a toda hora;
      Caridad es el don que se prepara
      Y es la verdad el ara que se adora.

      Entre el necio tropel del mundo vano
      Simpatizan tal vez dos corazones;
      ¡Dichosos ellos si invisible mano
      Para encontrarse les brindó ocasiones!

      Mas, ¡tristes si con esta simpatía
      Aportan a su unión mutuo recelo!
      En infierno tal vez se cambiaría,
      Si turbase al amor la duda, el cielo.

      ¿Quién en los bosques al buscar madera
      Los árboles elige por la hoja?
      El árbol bueno es bueno en primavera
      Y cuando de sus galas se despoja.

      El tronco, —el corazón—, es lo importante,
      ¡Oh!, nunca juzgues mal del que bien siente
      Porque esto dijo o hizo tal semblante:
      ¿Tienes su corazón? Eso no miente.

      ¿Y a qué es interpretar tal voz, tal ceño?
      ¿Ha menester de intérprete el cariño?
      No es mejor clima el cielo más risueño.
      Yo amo en los hombres el candor del niño.

      Culpable es quien no sabe retirarse
      Con causa, y quien por causa vil se aleja;
      Huya el amor cuando hay de qué quejarse,
      Mas cuando hay mutuo amor, calle la queja.

      Di al que amas la verdad, y por tu parte
      Perder no temas si te ve un defecto;
      Procura ser mejor, no disfrazarte;
      Dios ve más, y es su amor el más perfecto.

      Por eso huyendo muchos de este mundo,
      Más que los males, la inquietud que esconde,
      Buscaron el amor santo y profundo
      Que en silencio recibe y corresponde.

      Fe y amor: la ventura aquí se encierra.
      Si hubiese más amor, menos recelo,
      Tal vez, aún con sus lágrimas, la tierra
      De purgatorio se cambiara en cielo.
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    Hora IX. El asilo
      Quia amore langueo.

      ¡A quién no sucedió, vagando acaso
      Por las orillas de encantado río
      Decoradas de rústico atavío,
      Involuntario detener el paso
      Si un sitio mira umbrío!

      Y con tristeza plácida, hospedaje
      A ese sitio, capricho de Natura,
      Pide; que allí la sombra es más oscura
      Y oculta la avecilla entre el follaje
      Canta con más ternura.

      Tal me detengo en la modesta estancia,
      De gracia y de bondad sacro retiro,
      Donde lo bello realizado miro
      Y del cielo la mística fragancia
      Arrobado respiro.

      Y en balde con ciudades populosas
      Me cerca el mundo y de esplendor profano;
      Natura su ancha escena me abre en vano,
      Y en vano a ver sus ondas majestuosas
      Me invita el Océano.

      Que la piedra preciosa recatada
      Vale más que los montes de granito;
      Un eco dice más que un alto grito:
      Presta más un rincón de esta morada
      Que el espacio infinito.

      Mas aquí, a poco, sufre el alma y gime
      De afectos tiernos e inquietud llevada;
      El placer que respira la anonada,
      Y al corazón desfallecido oprime
      Enfermedad sagrada.

      Tal, gozando región de luz más pura,
      Ronda la mariposa inadvertida
      La llama que con brillos la convida,
      Y en el nítido umbral de su ventura
      Deja en despojos la infelice vida.
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    Hora X.
      Hoy que acoges, señora,
      Muestras de estimacion con leda frente
      En el libro do el lápiz atesora
      Recuerdos de tu vida
      También mi afecto puro halle acogida.

      ¡Oh!, si una vez los montes
      Mover pudiese el verso peregrino
      Cual la fe viva, o si de blanda rosa,
      Cual la oracion ferviente, milagrosa,
      Supiera entapizarnos el camino,

      ¡Yo a su influjo divino
      Te alzara un porvenir, fueras dichosa!

      ¡Mas di, oh joven!, ¿qué falta a tu ventura?
      De gracia y de Natura
      En ti reúnes armoniosos dones,
      Y encanta tu bondad los corazones
      Cual campos fertiliza
      Limpia fuente que bulle y no murmura.

      ¡Ah!, falta, falta solo
      Que en el sendero humano
      Cosa que mires, flor que toques, sean
      Dignas de tu mirada y de tu mano,
      Y homenaje te den cuantos te vean.
      Eso mereces tú, yo lo deseo,

      Y de engañarme trato
      Con tan bella ilusión. Mas, ¡dura pena!
      La verdad es que el mundo es muy ingrato;
      ¡No hay hombre digno hasta donde eres buena!
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    Hora XI. Guerra y paz
      Volaba ayer mi pensamiento rápido
      Llevado de esperanza y de ambición,
      Buscando ansioso en el profundo cielo,
      Con alentado vuelo,
      Ígnea región.

      Volvió de allá mi pensamiento lánguido
      Arrepentido de su empeño audaz
      Y las alas inclina hacia la tierra;
      Cansado de la guerra
      Quiero la paz.

      Ayer buscaba el trueno y el relámpago;
      Hoy el silencio busco y la quietud;
      Ayer mi canto resonó a distancia;
      Hoy en modesta estancia
      Pulso el laúd.

      Ayer amé las olas y los mástiles;
      Hoy cauto huyo del hirviente mar;
      Fui en pos del siglo que a la plebe asombra;
      Hoy me place la sombra,
      Amo el hogar.

      Y alucinado, a los instables ídolos
      Que alzó la moda, admiración rendí;
      Hoy el prudente corazón no admira;
      Sólo de amor suspira,
      Sólo por ti.

      Amor todo ternura, afecto, lágrimas;
      La casta confianza es su placer.
      ¡Oh, si pudiera, sin decirte nada,
      Mostrar a tu mirada
      Todo mi ser!

      Entonces hospedándome benévola
      No recelaras por tu prez gentil;
      No temieras cubriese mi cariño
      Del invisible niño
      Dardo sutil.

      Guarda en buenhora los favores últimos;
      Puro cual tus miradas es mi amor;
      Yo sólo pido
      Compasivo y sereno,
      Sombra y calor.
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    Hora XII.
      ¿Quieres, mi dulce Cintia, quieres, mi buena amiga
      Que cuánto yo te amo con palabras te diga?
      Oye: cuando uno viene de algún pais lejano
      Do fue de ciencia en busca, cual la ave en pos de grano,
      Cuando recapacita su ya pasada historia,
      Y tierras, mares, hechos repasa en su memoria,
      Narrar apenas puede lo que ha visto y oído;
      Acaso le interrogan y enmudece afligido.

      Mi amor es vago y puro, misterioso y fecundo,
      Más hermoso que el cielo, más que la mar profundo.
      ¡Si así cual signo tienen extraños pensamientos
      Tuviesen su lenguaje tambien los sentimientos!
      Tanto al hombre no es dado, ni a ensayarlo me atrevo;
      Traigo, Colón segundo, de amor un mundo nuevo.
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    Hora XIII.
      ¡Soñé que de esa vega,
      De esa tristeza íntima
      Que en tus húmedos ojos
      Descubres, Cintia, ah Cintia!

      Tú las causas secretas
      Revelándome ibas,
      Y que a tus tibias lágrimas
      Juntaba yo las mías;

      Y que, puesta en mi hombro
      Tu sien cándida y tímida,
      Liviaban tu pena
      Los sones de mi lira.
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    Hora XIV.
      No sólo habla la voz. Cuando sereno
      Tiende la tarde en derredor su manto,
      Si a tu piano de ilusiones lleno
      Le haces hablar en su lenguaje santo,
      ¿No percibes que bullen en su seno
      Los apagados ecos de mi canto?
      O si apoyada estás a tu ventana,
      ¿Cerca no ves alguna sombra vana?

      Esa es mi alma, soy yo, que la preciada
      Plácida esencia de tu seno aspiro;
      Mudamente a tu lánguida mirada
      Responde entrecortado mi suspiro.
      Como el aire y el agua en la enramada,
      Como dos nubes van en sesgo giro,
      Como dos aves en errante vuelo,
      Van nuestras almas por el mismo cielo.

      ¿No es verdad? Suspendiendo tus labores,
      Fija la vista en la extensión vacía,
      Por esferas tal vez vuelas mejores
      Llena de virginal melancolía:
      Ignorantes de místicos amores,
      Sin sospechar que entre ellas eres mía,
      Tú silenciosa, inmóvil faz notando,
      Tus hermanas dirán: "¿Qué estás pensando?"

      Naturaleza toda se conjura
      Para unir en su encanto a los que aman:
      La bullidora fuente que murmura,
      Las aves que en el árbol se reclaman:
      Nos hablan con acentos de ternura
      Los mares mismos que interpuestos braman:
      Todo lo anima nuestro amante anhelo,
      Naturaleza toda es nuestro cielo.

      Y cuando, oculto el sol en occidente,
      La inmensa creación parece muerta,
      Di, ¿de ese corazón, Cintia, inocente,
      No has sentido que yo llamo a la puerta?
      ¿No te sucede involuntariamente
      Que, cerrados los ojos, una incierta
      Imagen dibujarse ves delante?
      Esa mi imagen es; ese es tu amante.

      ¡Y yo sin ti!, ¡de ti tan separado,
      Y siempre con tu amor el alma inquieta!
      Yo vivo de la dama en el teclado,
      Tú en la cítara vives del poeta.
      El destino me aparta de tu lado,
      Mas al tuyo mi espíritu sujeta;
      ¡Querrá que nuestro eterno sentimiento
      No lo empañe la tierra con su aliento!
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    Hora XV.
      Las almas buenas acá en el suelo
      Su mundo propio tienen también,
      Mundo que encierra paz y consuelo,
      Anticipado rincón del cielo,
      Segundo Edén.

      ¡Oh!, ¡qué distinto de los salones
      Que adorna estéril la vanidad!
      Todo es en ellos regias ficciones,
      Y en estas puras, anchas regiones
      ¡Todo es verdad!

      Mirar dos almas la misma estrella,
      Cambiar las llaves del corazón,
      Eso es con firme, callada huella,
      Por los umbrales pasar de aquella
      Feliz mansión.

      ¡Feliz!, de lejos tal vez severa;
      ¡Ah!, verla solo te hace temblar,
      Cual palidece joven viajera
      Cuando en la playa por vez primera
      Contempla el mar.

      No esperes dichas en ese mundo
      Donde es perfidia todo y temor,
      Y ven a este otro santo y profundo
      En donde reinan, Edén segundo,
      ¡Verdad y amor!
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    Hora XVI.
      ¿Por qué en el rayo de estrellas remotas
      Que en cristalino raudal se estremece?
      ¿Por qué en aquellos que el músico ofrece
      Acordes trinos, dulcísimas notas?

      ¿Por qué en los ojos, do en tímidas gotas
      Que un beso enjuga, amor resplandece,
      Hay algo triste que el pecho enternece
      Y el alma cubre de sombras ignotas?

      ¡Ah, siente el hombre que ser más debía!
      No es inocente y está desterrado;
      Algo le falta que tuvo algún día.

      ¡Hondo vestigio de un bien que ha pasado!
      ¡Reminiscencia de antigua alegría!
      ¡Remordimiento de antiguo pecado!
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    Hora XVII. Desengaño
      Perfida, cara tamen.

      Te vi en modesta estancia
      Como flor a los céfiros esquiva,
      Recatar tu fragancia;
      No vana, no festiva,
      Mas con húmedos ojos pensativa.

      En tan dichoso día
      Te vi, te amé; mi corazón sediento
      De ideal simpatía
      Himnos alzó en el viento
      Y gozaba en su propio rendimiento.

      ¡Ay, cuán presto se parte
      El verdadero amor rico de gloria!
      Vinieron a tentarte
      Esperanza y memoria
      De un falso gozo y de una triste historia.

      No ya en mi compañía
      Afable y complaciente sonreíste
      Con profana alegría.
      ¡Ah, mi alma se resiste
      A creer, a esperar, y todo es triste!

      Hoy con la vista herida
      Odioso miro cuanto vi más bello;
      Las flores de la vida
      Hoy como espinas huello;
      Sombra es de muerte lo que fue destello.

      Y sufro y desespero
      Pensando, o fatigado me aletargo;
      ¡Me ofende el mundo entero,
      Y te amo sin embargo
      Con escéptica fe y amor amargo!

      Ya, ya me precipito
      Si no logro alcanzar sublime altura;
      O un amor infinito
      O eterna desventura
      A tientas busco en mi febril locura.

      ¡Si tú amarme de veras
      Y yo olvidar pudiese lo pasado!
      ¡Tú ángel redentor fueras,
      Yo corazón postrado
      Que revive al amor glorificado!
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    Hora XXI. El ensueño
      Era una noche como todas; nada
      Nuevo en el aire había:
      En torno platicaban de mi puesto,
      Yo sin las voces el rumor sentía.

      Y de pronto, los párpados abiertos,
      En religiosa calma
      Me pareció embeberse mis sentidos
      Y en sueño aéreo se arrobó mi alma.

      Y a aquella vi por quien el tiempo olvido
      Si gozo su presencia,
      Y si de verla dejo solo un día
      Siento un abismo entre los dos de ausencia;

      Reclinada la vi, serena y muda
      En apacible lecho;
      Mas estaba dormida... ¡muerta estaba!
      El hálito vital faltó en mi pecho.

      Inmaculada viéndola y gloriosa.
      No me ocupó el espanto,
      Mas de infinito amor penas sin nombre,
      Y sin ruido en mi faz rodaba el llanto.

      "¡Buen Dios, ella se ausenta, ella enmudece!
      ¡Y mi labor querida,
      Esa conversación nunca acabada,
      Ha quedado por siempre interrumpida!"

      Pensé, y luego la hablé sin voz, cual ella
      Sin mirar me veía,
      Que en su rostro, los párpados cerrados,
      La luz brillaba del eterno día:

      "Me ves cual soy, cual fui: ¡todo lo sabes!
      Entrego a tu mirada
      Con muchas culpas réproba mi vida,
      Mas de sobra en tu amor purificada."

      "Tú, enseñada al perdón desde este mundo,
      Esas culpas perdona,
      Y dime si en el cielo que posees
      Hay para tanto amor digna corona".

      Yo hablaba así. Después tiempos pasaron
      Que, horas en este mundo,
      Fueron, medidos en región más alta,
      Siglos de amor y de dolor profundo.

      Ni sé si de esas horas seculares
      Señal quedó en mi frente;
      Sé que agoté la fuente de las lágrimas
      Y el lauro merecí del penitente.

      Vuelto de ahí, cual Lázaro, a la vida
      En impensado instante,
      Viva hallando a quien muerta vi, la creo
      Beatífica visión siempre distante.

      "Hablábamos ayer", decirla quiero,
      Pero callo doliente;
      No hay voz que este misterio explique, y gimo,
      Partido el corazón, casi demente.
    Arriba

    Hora XXII. Las almas buenas
      Acá en la tierra hay ángeles del cielo,
      Almas llenas de amor y de ternura;
      Su misión es sufrir y dar consuelo,
      Sentir y consolar toda amargura.

      Hallar no pueden el ideal que adoran;
      Las virtudes de acá son menos bellas.
      Sólo Dios ve lo que en silencio lloran;
      Nadie comprende lo que sufren ellas.

      Y ellas aceptan su misión cristiana
      Al sacrificio voluntario unida:
      Hacen el bien sin recompensa humana,
      Amena, sin alarde, hacen la vida.

      Yo conozco esas almas. ¡Cuál revelan
      En cuerpos de mujer diva hermosura!
      ¡Cómo al enfermo corazón consuelan
      Su mirada y su voz, todo dulzura!

      Su amigo es el Dolor. De él arrulladas,
      Su sonrisa se tiñe de tristeza.
      ¡Quién las pudiera ver transfiguradas
      Si tienen, aun así, tanta belleza!
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    Hora XXV. Desaliento
      El campo está risueño
      Y la mañana alegre;
      Naturaleza toda
      Galana resplandece;
      Ya vuelven los amores,
      Ya llegan los placeres;
      Cuando todo renace
      Mi corazón se muere.

      Ya trinan dulces aves
      En los rosales verdes;
      Vagan mansos rumores
      Circulan silbos tenues;
      Y alborozadas bullen
      Las melodiosas fuentes;
      Y cuando todo canta,
      Mi corazón se muere.

      Reflejos y matices
      Se mezclan diferentes;
      El céfiro las hojas
      Tornasoladas mueve:
      Las nubes se abrillantan,
      Los prados reverdecen,
      Y cuando todo ríe
      Mi corazón se muere.

      En vano, aura de amores,
      Acaricias mis sienes;
      Esas aguas y las rosas
      Despiertan si las meces,
      Las unas cuando callan,
      Las otras cuando duermen;
      No así los corazones
      Que de pesar fallecen.

      En vano, aura de amores,
      Lisonjeas mi mente:
      Moviéndose livianas
      Cuando tus soplos sienten,
      La nube al horizonte,
      La nave al puerto vuelve;
      No así las esperanzas
      Que huyendo se disuelven.

      ¡Cielos!, ¿qué significa
      Esta pompa solemne?
      ¿Cuál ha sido mi crimen?
      ¡Ay!, ¿qué rigor es este?
      Cuando todo se alegra
      Y todo se embellece,
      Mis esperanzas huyen,
      ¡Mi corazón se muere!

      Así la amante Silvia
      Suspira y desfallece,
      Si abriendo su ventana
      Mira al camino, al puente,
      Y oye trinar las aves
      Y ve rodar las fuentes;
      Y cuando todo es vida,
      Su corazón se muere.
    Arriba

    Hora XXVIII. Los dos huéspedes
      ¡Tú, cuya copa abierta se levanta
      Con sombra amiga protegiendo el suelo;
      Tú, do el alado morador del cielo
      Oculto anida y amoroso canta!

      Yo mido el campo con humilde planta,
      Él cruza el aire con gallardo vuelo:
      Codicioso de amor, yo de consuelo,
      Juntos llegamos a tu sombra santa.

      Inquieto, enamorado y engreído,
      Él en tu verde copa floreciente
      Viene a trinar junto al sabroso nido;

      Pensativo, callado, falleciente,
      ¡En tu nudoso tronco envejecido
      Yo busco arrimo, de mi bien ausente!
    Arriba

    Hora XXX. Lo más triste
      Lo que ayer florecía, hoy mustio yace;
      Mañana yacerá lo que hoy florece;
      Llévanos a do todo va y fenece
      El mismo impulso que vivir nos hace.

      Así la ola que entre espumas nace,
      Con el ímpetu mismo con que crece
      Más presto llega a cima, y encanece.
      Y en el líquido fondo se deshace.

      Y tú, Belleza, al corazón tan cara,
      Del placer y las gracias compañera,
      Mueres también, y Amor te desampara.

      ¡Nada más triste que tu ruina hubiera
      Si más allá la muerte no llegara,
      Si también la inocencia no muriera!
    Arriba

    Hora XXXI. Al viento
      Vientecillo sin nombre
      Que curioso paseas
      Ahora por el bosque,
      Ahora por la vega;

      Tú que en lecho de espumas
      O de hojas, remedas
      Con inquietud celosa
      Las más sentidas quejas;

      Ven, trayendo en tus alas
      Tan leves como frescas,
      Murmullos de las fuentes,
      Aromas de las selvas;

      Suspira en el follaje
      Del árbol que me hospeda;
      Las sombras lento cambia ;
      Con mis cabellos juega.

      O barre ahí esas flores
      Menudas y hojas secas,
      Y en círculos llevándolas
      Mis pensamientos lleva.

      Ven, airecillo humilde,
      Mi soledad alegra,
      Temores desvanece
      Y esperanzas alienta.
    Arriba

    Hora XXXII. La oración
      En horas de pesar, de horror, de duelo,
      En que perdido el pensamiento humano
      Se arrastra en soledad lejos del cielo
      Como el arcángel réprobo que en vano
      Tiende lejos de Dios su eterno vuelo;

      En esas horas de dolor profundo
      He escuchado una voz que me convida
      Reanimando mi pecho moribundo,
      Y he gustado esperanzas de otra vida,
      Y he sentido consuelos de otro mundo.

      Y volviendo del éxtasis, de hinojos
      Caído en el terráqueo pavimento,
      He elevado con lágrimas los ojos,
      Por ver en el azul del firmamento
      El ángel que aliviaba mis enojos.

      ¡Qué engaño! El ángel que en los cielos mora
      Al mustio pecador se muestra esquivo
      Es humana esa voz consoladora;
      Es algún corazón que, compasivo,
      Lejos de mí, de mí se acuerda y ora.

      ¿Quién es? De no saberlo me contristo,
      Y como el pobre que agradece y llora
      La limosna al sentir de a quien no ha visto,
      Beso a ciegas la mano bienhechora
      Y digo: "¡Tu bondad corone Cristo!"
    Arriba

    Hora XXXIII. El piano
      Hubo ya un tiempo en que la Musa mía
      La poética frase
      Fácilmente encontraba que expresase
      La tristeza del alma o su alegría.

      Ese felice día
      Se hundió en la eternidad. Mi alma cansada,
      Con tono dulce y grave,
      En voz no articulada
      Quisiera hacer sentir a los oídos
      Lo que ella muda sufre y sola sabe.

      Tú me das esa voz, mi alma interpretas
      Cuando la diva inspiración tu mano
      Guía sobre las teclas del piano:
      Voz no aguda o cruel como el gemido
      Ni artificiosa como acento humano.

      Tú mis penas expresas
      En deliciosas notas de armonía
      Que halagan los sentidos
      Y aduermen la doliente fantasía.

      En la mente sembrada de recuerdos
      Flor de esperanza nace;
      El alma vagos horizontes mira
      Y en su misma tristeza se complace.
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    Hora XXXIV.
      No es tu piano lo que el vulgo piensa:
      Ara es funesta que el amor decora;
      Mi corazón la víctima indefensa,
      Tu dulce voz, la daga matadora.
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    Hora XXXV. El olvido
      —¡Te acuerdas de los días
      En que a este país bello
      Llegaste vez primera
      Complaciente y risueño!

      ¿Te acuerdas de las danzas
      Y los festivos juegos,
      Las grutas, los columpios,
      Las luchas y los premios?

      ¿Te acuerdas que solías
      Suspiros dar, Aurelio,
      Y a veces pensativo?
      —No, Cintia, no me acuerdo.

      Mira: aquellos instantes
      Pasaron ya en el tiempo,
      También en mi memoria,
      Merced de un ángel bueno.

      Roguele los borrase,
      Apartar no pudiendo
      La flor de las espinas
      Ni la miel del veneno.

      ¡Oh, cuántas, cuántas veces
      Memorias y recelos
      Anublaron mis días,
      Inquietaron mis sueños!

      Oyóme, y me condujo
      A un raudal, tan sereno,
      Que Fuente del olvido
      Le llaman los viajeros.

      Allí todos los árboles,
      Allí todos los ecos,
      Aves, aguas y brisas
      Repiten: "No me acuerdo".

      Allí por vez postrera
      La flor de mis recuerdos
      Me hirió con sus espinas;
      Yo llorando la beso,

      Y a las aguas la arrojo;
      Las aguas la cubrieron.
      —¡Aurelio! ¡Y no te acuerdas!
      —¡Ah! ¡Cintia! No me acuerdo.
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    Hora XXXVII. Inmortalidad
      Teme el amor la muerte aborrecida;
      Pero no la del cuerpo, fácil muerte,
      Perpetua compañera de la vida.

      Ella no sólo en polvo nos convierte,
      No sólo nos envuelve en noche oscura,
      Ni son todos sus golpes de esa suerte.

      Callada, sin cavarles sepultura,
      Mata al mozo robusto en el anciano
      Y en el mozo a la tierna criatura.

      Pensando en lo que fui, pregunto en vano
      "¿Dónde está aquel garzón tan inocente?
      ¿Qué se hizo aquel mancebo tan lozano?"

      Muertos yacen sin tumba. Solamente
      La muerte entre sepulcros nos aterra,
      Y lloramos, llamándola inclemente,

      Sin recordar a los que en sorda guerra
      Cayeron sin despojos, sin ruido,
      Como mueren los pobres en la tierra.

      Muy temprano desnudas nuestro nido,
      ¡Oh Muerte! ¡Oh Muerte! Con tardío duelo
      El bien lloramos que por siempre es ido.

      No a ti teme el Amor, hijo del cielo,
      Compañero inmortal de los querubes,
      Celeste huésped en corpóreo velo.

      Tú, monstruo vil, a su dosel no subes:
      Fuego etéreo es su ser: nació en regiones
      Más altas que los montes y las nubes.

      Fundó Amor para el alma sus mansiones,
      Y aunque en torno ruinas aglomeres,
      No podrás derribar sus torreones.

      A la Belleza y Juventud las hieres
      Con mudas flechas: mas de Amor divino
      Profanar el sagrario nunca esperes.

      Abre Amor un oasis peregrino,
      Donde paran su curso arrebatado
      Los años, que te sirven, y el Destino.

      En medio de los tiempos su reinado
      Principia, y es eterno; ni mundanas
      Miserias turban su dichoso estado.

      En balde esparcirás precoces canas,
      Y aún túmulo alzarás a los amantes;
      Siempre serán tus asechanzas vanas.

      En pobreza y vejez perseverantes
      Ellos aman: muriendo acá en el suelo,
      Tórnanse allá donde se amaron antes.

      No entibiarás su fuego con tu hielo,
      No turbarás con tu inquietud su calma;
      Tú eres, Muerte, del mundo; Amor, del cielo.

      Mas ¡ay!, deslustra del amor la palma
      Que a la muerte del cuerpo ajena crece,
      El pecado cruel que mata el alma.

      Si la Fe no le alumbra, se oscurece;
      Cae, si la Esperanza no le alienta;
      Si Caridad le falta, Amor fallece.

      Muere aquel a quien aire no sustenta,
      Y Amor, vida del alma y su alegría,
      No de aire, de virtudes se alimenta.

      Contémplalo, y no temas, Cintia mía,
      Los males de fortuna o breve ausencia;
      Teme frivolidad y alevosía.

      Son amargos recelos la dolencia
      Única del Amor; su muerte, olvido;
      Veniales culpas minan su existencia.

      Le restaura el perdón apetecido:
      Recuerdos bellos de inocente historia
      Endulzan, y esperanzas, su gemido.

      ¡Nubes disipa, Cintia, en mi memoria;
      Oirás entonces resonar mis cantos,
      Verás entonces renacer mi gloria!

      ¡Quién pudiera ser santo cual los santos!
      ¡Quién pudiera del mundo en los senderos,
      En medio de aflicciones y de llantos

      Sin temblar de la muerte golpes fieros,
      Vivir cual los vivientes inmortales.
      Amar cual los amantes verdaderos!

      ¡Oh Cintia!, ángel de paz, que los umbrales
      Franqueas de otro mundo con tu lloro,
      ¡No desprecies de amor promesas tales!

      ¡Alza en tus alas el común tesoro,
      Tú que sabes orar, tú que eres buena;
      Álzale al cielo, y con anillo de oro
      Fija en la eternidad nuestra cadena!
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