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Información biográfica
Arriba- Información biográfica
- A Eugenia Bellini (En el último acto de La sonámbula)
- A la memoria de Adolfo Berro
- Al buen pastor
- Ambición
- Amor verdadero
- El alma prisionera
- El Boreas
- El crepúsculo
- El valle de la infancia
- Ella
- La desconocida
- Lo que no se escribe
- Preludio
- Pro Senectute
- Recuerdos
- Hora I.
- Hora II. Sueños
- Hora IV. El arca del diluvio
- Hora V. Las aves
- Hora VI. Ellas
- Hora VIII. Consejos
- Hora IX. El asilo
- Hora X.
- Hora XI. Guerra y paz
- Hora XII.
- Hora XIII.
- Hora XIV.
- Hora XV.
- Hora XVI.
- Hora XVII. Desengaño
- Hora XXI. El ensueño
- Hora XXII. Las almas buenas
- Hora XXV. Desaliento
- Hora XXVIII. Los dos huéspedes
- Hora XXX. Lo más triste
- Hora XXXI. Al viento
- Hora XXXII. La oración
- Hora XXXIII. El piano
- Hora XXXIV.
- Hora XXXV. El olvido
- Hora XXXVII. Inmortalidad
- Traducción de poemas de Alphonse de Lamartine [5]
- Traducción de poemas de André Chenier [2]
- Traducción de poemas de Antoine Arnault [1]
- Traducción de poemas de Bernard Barton [1]
- Traducción de poemas de Charles Hubert Millevoye [1]
- Traducción de poemas de David Macbeth Moir [1]
- Traducción de poemas de Eugénie de Guérin [2]
- Traducción de poemas de Felicia Hemans [1]
- Traducción de poemas de Francesco Petrarca [1]
- Traducción de poemas de Giosuè Carducci [2]
- Traducción de poemas de Henry Wadsworth Longfellow [6]
- Traducción de poemas de James Gates Percival [1]
- Traducción de poemas de James Montgomery [2]
- Traducción de poemas de Jean Reboul [1]
- Traducción de poemas de Marco Valerio Marcial [1]
- Traducción de poemas de Percy Bysshe Shelley [1]
- Traducción de poemas de Robert Pollock [1]
- Traducción de poemas de Sexto Propercio [2]
- Traducción de poemas de Thomas Gray [1]
- Traducción de poemas de Thomas Hood [1]
- Traducción de poemas de Thomas Moore [3]
- Traducción de poemas de Torquato Tasso [1]
- Traducción de poemas de Victor Hugo [1]
- Traducción de poemas de William Cullen Bryant [3]
Información biográfica
Nombre: Miguel Antonio José Zolio Cayetano Andrés Ave lino De Las Mercedes Caro Tobar
Lugar y fecha nacimiento: Bogotá, República de la Nueva Granada, 10 de noviembre de 1843
Lugar y fecha defunción: Bogotá, República de Colombia, 5 de agosto de 1909 (65 años)
Lugar y fecha nacimiento: Bogotá, República de la Nueva Granada, 10 de noviembre de 1843
Lugar y fecha defunción: Bogotá, República de Colombia, 5 de agosto de 1909 (65 años)
Ocupación: Estadista, humanista, traductor, escritor, ensayista, poeta; miembro de la Academia Colombiana de la Lengua, Presidente de la República de Colombia y Vicepresidente de la República de Colombia
Debido a las circunstancias políticas del país durante su infancia, no siguió estudios regulares en establecimientos de educación, ni recibió títulos académicos, aunque posteriormente por su trayectoria fue reconocido con Doctorado honoris causa en Jurisprudencia por Universidades de México y Chile.
Dirigió la Academia Colombiana de la Lengua, participó en la redacción de la Constitución de 1886 y ejerció como diputado, presidente del consejo de Estado, Vicepresidente de la República (1892) y Presidente de la República (1894). Tras abandonar la política, se dedicó a la literatura: es autor de una Gramática de la lengua latina (en colaboración con Rufino José Cuervo, 1867), ensayos (Tratado sobre el participio, 1870) y traducciones de obras clásicas.
Fuente: [Miguel Antonio Caro] en Wikipedia.org
Dirigió la Academia Colombiana de la Lengua, participó en la redacción de la Constitución de 1886 y ejerció como diputado, presidente del consejo de Estado, Vicepresidente de la República (1892) y Presidente de la República (1894). Tras abandonar la política, se dedicó a la literatura: es autor de una Gramática de la lengua latina (en colaboración con Rufino José Cuervo, 1867), ensayos (Tratado sobre el participio, 1870) y traducciones de obras clásicas.
Fuente: [Miguel Antonio Caro] en Wikipedia.org
- A Eugenia Bellini (En el último acto de La sonámbula)
- ¿Quién de mi fantasía
De aquella blanca aparición del cielo
La imagen pura disipar podría?
Todavía la miro,
Durmiente peregrina; todavía
Oigo el tierno suspiro
De su apenado corazón. Sus ojos
En nueva luz se encienden,
Y por cuello y espalda los manojos
De su cabello undívagos descienden.
Pálida y lenta y sola,
Coronada de mística aureola,
Alma parece que purgado hubiera
Humanas culpas en ceniza obscura,
Y restaurada alzándose, anduviera
El camino buscando de la altura.
¡Cuánto peligro, oh!, ¡cuánta
Amenaza de muerte la rodea!
¿No ve cuál del molino cerca gira
Veloz la rueda? ¿Y el desván no mira?
¿Y cómo ¡ay Dios! al asentar la planta,
La viga blandeándose flaquea?...
¡Dormid, tímidos ecos veladores!
Céfiros que vagando
Removéis a los sauces lloradores
La hojosa copa con estruendo blando.
¡El vuelo suspended!... ¡callad, pastores!
¡No robes tus antorchas; nada inquiete
Tu paz y tu silencio, noche umbría!
¡Naturaleza a la beldad respete
Que el sueño, no ya el crimen, extravía!
¡Ah!, ¡la bondad divina pudo sola
Salvar su vida de peligro tanto!
Ese mirar profundo
No es humano mirar; esa apostura
Revela origen celestial, y al alma
Secreto infunde y delicioso espanto.
¡Oh, cuán sentido canto
Del labio exhala en imponente calma!
¡Qué acentos vibradores!
¡Qué honesto y dulce suspirar amores!
Ved cuál tímida besa
La última ofrenda del ingrato Elvino,
Y en dulces voces su amargura expresa:
"¡Prenda de amor, en tanto que el destino
Lo quiso!, ¡oh don del que me afrenta y amo,
Don inocente, florecido ramo!
Recibe de mi labio esta sincera
Afectuosa expresión... ¿Quién me dijera
Que un soplo iba a robarte la frescura!
Símbolo al fin de la fortuna mía,
Pues las que verdes cultivaba un día,
Hoy mustias esperanzas atesoro!..."
Dice; se apaga su canora queja,
Y en las hojas marchitas caer deja
Trémulas gotas de doliente lloro.
Así la dulce tórtola inocente
Orillas de arroyuelo transparente
Con blanda voz los ecos enamora;
Mientras tal vez de envenenada flecha,
Emblema de traidora
Calumnia, armado el cazador acecha;
Y el arco tiendo, y rápido silbando
El dardo por los aires, va derecho
Del ave inerme a ensangrentar el pecho.
Siéntese herida la infeliz, y alzando
Lánguido el vuelo, débil bate el ala,
Y tras largo penar, en la sombrosa
Haya, al caer la tarde, se reposa,
Y sola su postrer lamento exhala.
¡Numen de la armonía!
¡Hermano de la santa Poesía!
¡Tú que a Arion en medio al iracundo
Mar dictaste grandísonos acentos,
Y a Orfeo diste encadenar los vientos
Y triunfante salir de lo profundo!
Si del suelo ausentándose las ninfas
Que gozan de tus cándidos favores,
De luceros por siempre se coronan,
¿A esta por qué desamparada hoy dejas
En la patria del hombre? ¡Oye sus quejas,
Hijas del alma que su mal pregonan!
Otra mansión distinta
A su mente furtivo el sueño pinta,
Y a su pesar, del lecho la arrebata,
Como en demanda de la patria suya.
¡Ven, cércala de blanca nube y leve
Que a otra región a dispertar la lleve,
Que a otro campo, a otro sol la restituya!
Mas, ¿dónde, enajenada fantasía,
Vuelas así a perderte?... ¿Y todo es ido?
¿Y aquellas horas de placer y encanto
Fueron vana ficción? Ficción ha sido
De amor el llanto, que de amor la llama
Aún no su tierno corazón inflama.
Pero esa voz que el ánimo enajena,
Rica, flexible, de emociones llena,
Preludio de celeste melodía,
No es ilusión, ni el virginal agrado
Del rostro peregrino
Tiernamente tal vez ruborizado,
Su honesta risa y su mirar divino.
¡Oh joven de atractivos coronada!
Benigna, generosa,
Convierte la mirada
Al homenaje que en tu honor tributa
Sincera admiración respetuosa.
Tú de huéspeda en hija te tornaste
De la aromosa América, que asombra
Tu sien con lauro y su deidad te nombra.
Sigue por el sendero
Que las Gracias y Apolo te preparan:
Con amenas o espléndidas ficciones,
Ninfa inocente, embelleciendo sigue
En la callada noche nuestros días
Que bastarda ambición, rudas pasiones,
Impiedad y discordias acibaran.
Sigue, y estima cual mejor victoria
Que avasallar la gloria,
No dejar en las zarzas del sendero
Reliquias tristes del candor primero.
Sigue entre aplausos y brillantes flores
Que tus admiradores
Derraman a tus plantas.
¡Bella si ríes, bella si suspiras,
Eres el ángel del pudor si miras,
Eres la diosa del amor si cantas!
A la memoria de Adolfo Berro
- ¡Poeta del desconsuelo!
¡Alma sensible, tierna!
¿Por qué tan presto el vuelo
Levantaste del suelo
A la región eterna?
¡Ah, cuando llora el hombre
En su beneficencia
Toda ajena dolencia,
Eterniza su nombre,
Y abrevia su existencia!
En tu muerte temprana
Semejas flor lozana,
Sobre el tallo partido,
Doblada sin ruido
En su primer mañana.
Cual aromas nos dejas,
Dulces, sentidas quejas...
Adolfo, naces, lloras,
Por los que sufren oras,
¡Y a no volver te alejas!
¿Mas tu espíritu dónde
Está? ¿En el yerto cráneo
Se evapora o se esconde?
¡Con latido espontáneo
El pecho me responde
Que existes, dulce amigo!
Tú existes, yo te amo,
Y hondo placer abrigo
Cuando mi fe te digo,
Cuando amigo te llamo.
¡Existes, no lo dudo!
¡Jamás la nada pudo
Débil, obscura, fría,
Mover a simpatía
Desde su abismo mudo!
Dígnate dar alguna
Señal de acogimiento
A mi sincero acento,
Ora que la alba luna
Rueda en el firmamento.
Ora que el ancho suelo
Paz y quietud respira,
Ni céfiro suspira,
Dame sentir tu vuelo,
Dame escuchar tu lira.
¡Mi súplica indiscreta
Perdona! ¡Una secreta
Voz que habitas me dice
En región más felice,
Y que me oyes, poeta!
Si no me cupo en suerte,
Adolfo, conocerte,
Ni a ti volver te es dado,
Yo volaré a tu lado
Más allá de la muerte.
¡Pueda en tanto algún día
Besar la losa fría
Que tus cenizas sella,
Y derramar en ella
Una lágrima pía!
Al buen pastor
- ¿Qué importa que la oveja acongojada
En noche y soledad vague perdida?
Tu amante corazón sus pasos cuida,
Y por ti, Buen Pastor, será salvada.
Oigo tu voz que al ánima cansada
Con alivio dulcísimo convida;
Yo sé que eres la fuente de la vida
Que a la infancia nos vuelve inmaculada.
Tú permites que humilde peregrino
Que tu nombre invocó, de angustia lleno,
Al caer en el áspero camino,
Recobre, al despertar, candor sereno
Purificado por tu amor divino,
Y en paz descanse en tu adorable seno.
Al viento
- Vientecillo sin nombre
Que curioso paseas
Ahora por el bosque,
Ahora por la vega;
Tú que en lecho de espumas
O de hojas, remedas
Con inquietud celosa
Las más sentidas quejas;
Ven, trayendo en tus alas
Tan leves como frescas,
Murmullos de las fuentes,
Aromas de las selvas;
Suspira en el follaje
Del árbol que me hospeda;
Las sombras lento cambia;
Con mis cabellos juega.
O barre ahí esas flores
Menudas y hojas secas,
Y en círculos llevándolas
Mis pensamientos lleva.
Ven, airecillo humilde,
Mi soledad alegra,
Temores desvanece
Y esperanzas alienta.
Ambición
- ¡Partamos! El espíritu impaciente
Anhela por volar a su albedrío:
Ni llanto, ni piedad: el pecho mío
Solo, inmensa ambición, tu imperio siente.
¡Revueltas ondas de la mar rugiente,
Rayos que el cielo enrojecéis sombrío,
Vuestra furia y tumulto desafío
Con labio mudo y con serena frente!
Ya, suelta el ala del bajel, me siento
Cruzando ¡oh gloria! el piélago profundo;
¡Quién pudiera también el firmamento!
¡Oíd!, nos llama el soplo gemebundo.
Del águila la herencia es todo el viento,
Y la herencia del hombre es todo el mundo.
Amor verdadero
- No, no aparta a dos almas amadoras
Adverso caso ni cruel porfía;
Nunca mengua el Amor ni se desvía,
Y es uno y sin mudanza a todas horas.
Es fanal que borrascas bramadoras
Con inmóviles rayos desafía;
Estrella fija que los barcos guía;
Mides su altura, mas su esencia ignoras.
Amor no sigue la fugaz corriente
De la edad, que deshace los colores
De los floridos labios y mejillas.
Eres eterno. Amor: si esto desmiente
Mi vida, no he sentido tus ardores,
Ni supe comprender tus maravillas.
El alma prisionera
- En el sabroso abrigo
De repuesta colina, do me espera
De tarde sin testigo
Fresca y amiga sombra; do parlera
Fontana baja con veloz carrera;
Por el sueño vencido
Quedeme acaso, al fallecer del día:
Sonó luego en mi oído
Mística voz, celeste melodía:
Era un ángel de luz que me decía:
"¿Qué ciego desatino
Así te roba a la región serena,
Que olvidado, sin tino,
La planta mueves en morada ajena
A do pérfido lazo te encadena?
"¿Qué luz, qué bien ofrece
Morada donde a vueltas de ventura
El infortunio crece;
Do el placer muere en el dolor que dura;
Morada de expiación, remota, obscura?
"¡Despierta, aviva, al cielo
Toma de aquesos engañosos prados
Álzate; y pasa a vuelo
Negros bosques, altísimos nevados,
Y los mares sonoros y argentados!
"¡Y esfuerza el vuelo, y deja
La nube atrás! Ni cures si perdido
A tus ojos se aleja,
En el espacio inmenso sumergido,
Este planeta en soledad y olvido..."
Interrumpió la luna,
Alzada tras la andina cordillera,
Mi sueño y mi fortuna:
Y vi conmigo mi alma prisionera,
Del solitario arroyo en la ribera.
El Boreas
- (Imitación de Ovidio)
¡Yo soy potente! En alentado vuelo
Yo las nubes arrollo y desbarato;
Con negras alas yo la mar maltrato,
Yo con duro granizo azoto el suelo.
Yo sé la nieve transformar en hielo;
Yo al roble, rey de la montaña, abato;
Yo si hallo a mis hermanos, los combato
Fuerte y sonante por el ancho cielo.
Que ese es mi campo: en dilatado estruendo
Tiembla el éter al choque tremebundo,
Y ruge el rayo, de la nube huyendo.
Yo si en la tierra lóbrego me hundo,
Yo si en sus antros íntimos me extiendo,
¡Turbo el averno y estremezco el mundo!
El crepúsculo
- Mi alma a sentir empieza
Que anda en torno la muerte: ¡muere el día!
En su misma tristeza
Es la muerte sombría
Consuelo al pobre y de las almas guía.
Miro cual en pintura,
Los cerros, el lejano caserío,
Y la verde llanura
Y el triste sauz umbrío;
Sereno el cielo, plateado el río.
Ni estruendo ni algazara:
Habla sin voz Natura, el manso viento
Hiende el ave: así aclara
La conciencia su acento,
La pasión calla y vuela el pensamiento.
Y ya el recuerdo vago
Se determina al par que se dilata:
El espejo de un mago
Semeja: me retrata
Vivos los cuadros de la edad mas grata.
Al genitor perdido
Veo a mi lado, y al amigo ausente:
Cual la paloma al nido,
Tal venís blandamente,
¡Prendas que lloro!, a visitar mi mente.
¡Oh bendecida hora
Que en mudo apartamiento deleitoso,
Cual diva inspiradora,
Al corazón ansioso
Brindas la libertad en el reposo!
Tú a la florida nave
Del pensamiento, que engolfado yerra,
Céfiro eres suave.
¡Ay!, ¡que en sus brazos cierra
La noche al mundo, y la ilusión destierra!
El valle de la infancia
- ¡Oh senda! ¡Oh monte abrupto! ¡Oh gruta umbría!
¡Musgoso manantial! ¡Valle sereno,
De frescas sombras y memorias lleno!
¡Plácido albergue de la infancia mía!
Estas las flores son que yo cogía
Cuando niño vagaba en vuestro seno;
Conozco bien de la cascada el trueno;
¡Así el viento los árboles movía!
Cargado ya del peso de los años,
A ti vuelvo, selvático retiro,
Que no padeces de la edad los daños.
Suspendo el paso, o por tus vueltas giro,
Y gozo aquí de libertad engaños,
Y ambiente de inocencia aquí respiro.
Ella
- La expresión dulce que su rostro baña,
De sus ojos la plácida centella,
Revela el amor de un alma bella,
Que el corazón subyuga y no le engaña.
Del Cielo, descendiendo a mi cabaña
Con vaguedad de nube y luz de estrella,
Ella, mis hondas soledades, ella
Mis mudos pensamientos acompaña.
Como extendiendo el ala voladora,
La esperanza, en el ánimo cautiva,
Huir parece, aunque el huir demora.
Amante cual mujer, cual diosa esquiva:
—Así diviso a la que el pecho adora—;
—Así, inmóvil a un tiempo, y fugitiva—.
La desconocida
- ¿Qué haces a la ventana?
Pareces prisionera
Según se escapan, niña,
Tus miradas ligeras.
No te conozco; miro
Tu rostro vez primera:
Paso hoy por tu ventana;
Quizá a pasar no vuelva.
No te conozco, empero
Tu suerte me interesa:
¡Alcanzo que eres pobre,
Sola estás, y eres bella!
Sin rastrear tu nombre
Rastreo lo que piensas;
Que en la mujer los ojos
Dicen más que la lengua.
¡Ay,! la mujer es fuente
Que busca en primavera,
Río do confundirse
¡Y do hasta el nombre pierda!
¡Y acaso abismos solo
Encuentra en su carrera,
Y su cristal enturbia,
Y gime y se despeña!
Sin lágrimas tus ojos
Lloran, sin voz se quejan;
¡Tus ojos hablan, niña,
Tus ojos son poetas!
Poetas ignorados;
Tanto, que si esta endecha
Leyeres que me dictan,
¡Ni aún sabrás quién es ella!
Lo que no se escribe
- ¡Dulce madre!, ¡hermana mía!
Mi amor quisierais en vano
Hallar aquí.
No cabe en una armonía
Mi amor de hijo y de hermano:
¡Buscadlo en mí!
El poseedor de una fuente
No guarda míseras gotas.
Si vuestras son
Mi alma, mi vida, mi mente,
¿A qué guardar breves notas
Del corazón?
La pluma al papel traslada
La palabra, y aún el canto,
Y allí vive.
Lo que dice una mirada.
Lo que el silencio y el llanto,
¡No se escribe!
Preludio
- ¡Naturaleza, acógeme en tu seno!
Ave modesta, a tu abundancia pido
Sólo un rincón sereno
Donde ocultar mi nido.
El vulgar amador, sin ver el ramo,
De sus frutos colgantes le despoja;
Yo le respeto, y amo
La amarillenta hoja.
Muchos desdeñan tus virgíneas flores,
Y eres esclava que les das riqueza;
No entienden los rumores,
No admiran la belleza.
¿Qué mucho que tu amor selles y escondas?
Cual hijo vuelvo a ti, no como extraño:
Con árboles, con ondas,
Converso y me acompaño.
Mire otra vez la resonante selva
Al abrir la ventana de mi estancia,
Y a entrar por ella vuelva
Tu peculiar fragancia,
Que embriaga el corazón, y al alma inspira,
Despertando sus íntimos sentidos,
Y torna de la lira
A endulzar los sonidos.
Y como nave en piélago sin olas
Sueltas las alas al amigo viento,
Con tu favor a solas
Vague mi pensamiento.
Oculto en musgo el manantial gotea,
Trina en lo hojoso el pájaro escondido;
Mi corazón desea
Tu oscuridad, tu olvido.
Pro Senectute
- Tú, que emprendiste bajo albor temprano
La áspera senda con ardiente brío
Y ora inclinado y con andar tardío,
Rigiendo vas el báculo de anciano:
Torpe el sentido y el cabello cano
No te acobarden, ni el sepulcro frío
Contemples con doliente desvarío,
De rápido descenso el fin cercano.
Fúlgida luz la vista te oscurece;
Argentó tu cabeza nieve pura;
Cesas de oír porque el silencio crece;
Te encorvas, porque vences la fragura;
Anhelas, porque el aire se enrarece:
¡Llegando vas a coronar la altura!
Recuerdos
- ¡Cuántas tú me despiertas
De olvidadas historias
Tristísimas memorias,
Tan pálidas e inciertas
Cual la sombra que vaga
Después que el sol se apaga!
Cuándo, cómo o en dónde
Te conocí algún día,
Pregunto al alma mía,
Y mi alma no responde,
A su vez meditando
En dónde, cómo y cuándo.
¿Siglos hace?, ¿habrá sido
En este triste suelo,
O en la región del cielo?...
Envuelto en alto olvido
Misterio tan sublime,
El corazón me oprime.
Así el que hendió los mares
En su estación florida,
Y el resto de la vida
Pasó libre de azares,
Si alguna vez, ya anciano,
Mira bajel lejano,
Cruzar ve de repente
Aéreos a distancia
Los días de su infancia;
Más que recuerda, siente,
Y al pecho con tristeza
Inclina la cabeza.
Siempre a ti consagrada
Mi lira fue, sin duda;
Pues de adormida y muda,
Revive a tu mirada,
Y combina sonidos
Que me son conocidos.
¿Algo tú no recuerdas?
¡Oh virgen!, ¿no conoces
De tu cantor las voces?
¿Podrán ser de mis cuerdas
Nuevos a tus oídos
Los sones, los gemidos?
¡Robásteme el sosiego!
¡Por ti tanto cavilo!
¡Y desmayo, al asilo
De mi dolor me entrego,
Y en lo escondido lloro,
Y en silencio te adoro!
Hora I.
- Yo, sacerdote de las artes bellas
Que, peregrinas en el mustio suelo,
Buscando inspiración con vago anhelo
Puesta llevan la vista en las estrellas
Que ornamentan el cielo;
Yo, que ufano al abrigo
Del numen del misterio sacrosanto,
Sus dones gusto y sus preceptos sigo,
Almas amantes, vuestro amor bendigo;
Almas dichosas, vuestras glorias canto.
¡Qué blandamente en el sensible seno
Para la dicha y la virtud formado
Va extendiendo su imperio sosegado
Afecto puro, de esperanzas lleno
Y de inefable agrado!
Para el que así venciste,
Todo, Amor, tiene vida, todo ama;
Todo de nuevas formas se reviste
Que un colorido toman suave y triste,
Reflejo aéreo de tu dulce llama.
No mostrará el amante, de la infancia
La risa por sus labios indiscreta;
Ama el sordo rumor del aura inquieta
Y de pálidas flores la fragancia
Y se siente poeta:
De nuevas armonías
Él lleva en sí los gérmenes fecundos;
Melancólicas son sus alegrías,
Y las diáfanas noches son sus días
Y otros aires respira de otros mundos.
Con paso lento y con incierto giro
Busca en las soledades hospedaje
Entre la majestad bronca y salvaje
Do junta la avecilla algún suspiro
Al rumor del follaje.
Tal vez a su mirada
Aparécese, brilla, se evapora
De su cielo la imagen adorada;
Caviloso visita la enramada
Y, sin saber por qué, se para y llora.
Pero no de tus Cándidos amores,
¡Oh noble corazon!, por tipo escojas
La aura sutil que en trémulas congojas
Va robando a los árboles sus flores
Y a las flores sus hojas;
Ni el bullente arroyuelo
Que agradece con tímido murmullo
Tiernas primicias del fecundo suelo,
Ni las aves de Venus, que en su cielo
Gozosas giran con amante arrullo.
Mas al ímpetu ven de raudas alas,
Animado de excelsos pensamientos,
Al campo de los grandes elementos
Donde ostenta Natura augustas galas
Y solemnes acentos:
Tu vuelo el aire hienda,
Y viendo aquí morir onda tras onda
Cuando la noche sobre el mar descienda,
Ven un genio a esperar que te comprenda
Y una voz digna que a tu amor responda.
¡Oh, ve la inmensidad abrirse en calma!,
Oye en su fondo de natura el grito,
Lee en los cielos tu destino escrito,
Que ese espacio es profundo como el alma
Y como ella infinito:
Mira cielos y mares
Extenderse magníficos, redondos,
Y mira entre sus pompas seculares
Rutilar los más altos luminares
En los líquidos ámbitos más hondos.
Cuando del opulento paraíso,
No bien salieran de sus propias manos,
Hizo Dios a los hombres soberanos,
Su imagen inmortal dejarles quiso
En cielos y océanos.
"Buscad mis perfecciones",
—Dijo el Señor a la pareja amante—,
"En las etéreas últimas regiones";
Y su dedo a inocentes corazones
Mostró la hermosa eternidad delante.
¡Dichosos ellos si al altar del goce
No a inmolar fuesen su dorado sueño!
¡Triste el que boga con vedado empeño
Y las cándidas nubes no conoce
Que en mi cantar le enseño!
¡Triste el que nunca vuela
A la bóveda espléndida celeste
Donde amor inmortal se nos revela!
Quien en mares de luz no dio la vela,
Éste no supo amar, profano es este.
Almas, venid, y símbolos doquiera
Gozad de vuestra acorde simpatía
De la noche gentil y ardiente día,
Del mar profundo y la azulada esfera
En la eterna armonía.
Venid, venid conmigo
A hacer más puro vuestro afecto santo;
Que ufano aquí, de vuestro bien testigo,
Almas amantes, vuestro amor bendigo;
Almas dichosas, vuestras glorias canto.
Hora II. Sueños
- Reclinado sobre hojas macilentas
Que al tronco cercan del anciano aliso,
En tu verde ribera solitaria,
¡Oh claro río!
Miro los montes,
Los cielos miro;
Doy suelta al pensamiento, y el pensamiento vago
Se aduerme de tus ondas al amoroso ruido.
Si Adán resucitara no hallaría
Señal ninguna de su Edén perdido
En moradas de reyes ni de damas,
Mas este sitio,
Estos aromas,
Estos sonidos
Le traerían ensueños floridos a la mente
Y olvidados afectos al corazón marchito.
Todos gozamos, como Adán el suyo,
En la edad de inocencia un paraíso
Antes que el labio la vedada fruta
Guste atrevido.
Estos aromas,
Estos sonidos
Reliquias me parecen de aquella edad de flores,
De juegos inocentes y de infantil cariño.
Hay vientos envidiosos. Los celajes
De ventura y placer, ¿quién los deshizo?
¿Quién heló del amor blandas querellas?
Recuerdos vivos
Cruzan mi mente
Diáfanos, límpidos;
Mas luego poco a poco se van desvaneciendo
Cual de mañana huyen ensueños peregrinos.
¡Ay, que todo lo bello es momentáneo!
¡Ay, que todo lo alegre es fugitivo!
Las espumas, las nubes, los amores.
¡Oh claro río!
Miro los montes,
Los cielos miro;
Doy suelta al pensamiento, y el pensamiento vago
Se aduerme de tus ondas al amoroso ruido.
Apenas en el mundo habrá paraje
Para gozar a solas sin testigo,
Tan delicioso cual tu verde orilla,
¡Oh claro río!
Las tiernas aves
Te dan sus trinos;
Los árboles te abrigan con vacilantes sombras,
Los céfiros te arrullan con apagados silbos.
Hurtándose a los hombres Primavera
Conserva aquí su virginal hechizo,
Voluptuosamente adormecida
Por eso, ¡oh río!
Orlan tu margen
Rosas y lirios;
Y al percibir mi aliento, las auras se estremecen
Y tiemblan en las hojas las gotas de rocío.
Suspende el paso: este encantado albergue
Parece por los ángeles traído,
Palacio del amor, cárcel de amores.
El rayo oblicuo
Del sol fallece
En el tejido
Follaje que te guarda cual protegiendo un robo,
Y aquí la tarde es lenta y aquí el ambiente es tibio.
Llenas de esencia y de placer las flores
Agrupadas te salen al camino
Para mirarse al verte y que las mires:
Y ya al oído
Te dicen ellas
En el sencillo
Idioma que tú entiendes, verdades que enamoran:
"Somos de amor las hijas que para amar nacimos".
¡Mas huyes, vuelas! La ilusión te engaña
Y la fuerza te impele del destino:
Así también de mi niñez hermosa
Dejé el abrigo.
Cual tú engañado,
Cual tú impelido,
¡Ay, cruzarás llanuras en soledad amarga;
Retroceder no pueden los hombres ni los ríos!
El aire a veces tu rumor se lleva,
Siéntese entonces general vacío;
Se asusta el corazón, despierta al alma
Con un latido;
El alma llora
Bienes perdidos:
Mas vuelven los rumores, y el pensamiento vago
Se aduerme de tus ondas al amoroso ruido.
¡Ay, que para morir las alegrías
Toman de la tristeza el colorido!
Tus murmullos en ecos se prolongan
Que son suspiros,
Y en sombras mueren,
¡Oh claro río!
Así a las frescas voces de los primeros años
Los años que en pos vienen responden con gemidos.
Yace en mi corazón cerrado un cofre...
Yace del mar en el más hondo abismo
En un arca de plomo, ¿quién creyera?
Genio cautivo:
Allí es su cárcel;
Rebelde ha sido;
Antes que fuese el hombre, cayó del quinto cielo,
Y así le pasan años, y así le pasan siglos.
Echando un día un pescador sus redes
(Esto refieren orientales libros)
Saca el arca de plomo, la abre, y sale
Leve un humillo;
Ya es parda nube,
Ya es un vestiglo
Que los brazos enormes abriendo en el espacio
Parece que dijera: "¡El firmamento es mío!"
Pero la eterna maldición le abruma,
Siente el arcángel desmayar su brío;
Ya no es coloso, sino parda nube;
Ya es un humillo,
Ya está en el arca;
Rebelde ha sido;
Y el pescador temblando devuelve al mar la pesca,
Y encima pasan años, y encima pasan siglos.
Yace en mi corazón cerrado un cofre,
Allí el ángel de amor con sus delirios;
Ya en tu verde ribera se levanta,
Ya es leve humillo,
¡Nube gigante!
Mas luego él mismo
A las profundas grutas del corazón se vuelve,
Y duerme de tus ondas al amoroso ruido.
El sol despareció; se apaga el día;
Cúbrese el cielo de funéreos visos;
Naturaleza entristecida calla;
¡Adiós, oh río!
Todas las tardes
Vendré a este asilo
A soñar a la sombra de tus copados árboles,
De tus bullentes ondas al amoroso ruido.
Hora IV. El arca del diluvio
- I
He vuelto solo al césped del collado
Do tú, Rogerio amigo,
Cuando la tarde halaga al mustio prado,
Ibas siempre conmigo.
¿Recuerdas? Florecillas ignoradas
Buscabas en la hierba
Que, secas hojas hoy, pero sagradas,
Vivo el amor conserva.
Yo te hablaba, ¿quién va a acordarse ahora?
Siempre a ti el alma mía,
Lo mismo a mí la tuya, soñadora,
Su panorama abría.
Serio haciéndose va mi pensamiento,
Pues como tú te fuiste,
Aunque todo está igual, no sé qué siento
Que está todo tan triste.
El mismo cielo azul, la torre oscura
Miro, la fuente misma;
Mas tu ausencia el paisaje desfigura
Empañándome el prisma.
Y a veces me pregunto en el sendero,
O allá, meditabundo:
¿Por qué esta amarga soledad prefiero
A los gozos del mundo?
¿Será que el hombre, digo, desterrado
Lleva un impulso dentro
Que le estimula a repasar lo andado
Y a volver siempre a un centro?
Aspiración a eternidad es este
Poder que nos sujeta;
Preludio santo, inspiración celeste
Que modula el poeta.
II
Mas, ¿qué cosa inmortal ve la mirada?
Sólo parece eterno
Este secreto abismo, o muerte, o nada
Lo llamemos, o infierno:
Este ser que invisible nos devora;
Que universal tributo
Cobra, y la flor respeta o la mejora
¡Para llevarse el fruto!
A veces me parece la Natura
Tan llena de riquezas
Con esa rozagante vestidura,
Y con tantas bellezas,
Cual fuente de jardín: artificiales
Fascinan el sentido
Sus cristalinos arcos, siempre iguales,
Con perenne ruido:
Todo es animación; mas si los ojos
A examinarla fueren,
Verán que es vida a fuerza de despojos
¡Son mil gotas que mueren!
No bien el ser sus formas consolida,
De sí efímero dueño,
Átale sordo vértigo, y su vida
Se evapora en un sueño.
¡Naufragio universal! Cuando ese abismo
Calo en la mente y sondo
Vuelvo aterrado; a todo ser lo mismo
Traga, y no tiene fondo.
Corre la humanidad por mil senderos
Al ciego remolino
Allá mis padres van, mis compañeros;
Yo con ellos camino.
Y tú también: tu juvenil historia
Que de amor se atavía,
Mañana yacerá, deshecha gloria,
Bajo la tumba fría.
Tantos gajes de amor correspondidos
Y lágrimas preciosas;
Y aquellas esperanzas y gemidos,
Y tantas, tantas cosas,
Serán cenizas. Duéleme su estrago;
Y el deseo que siente
Quien ve a un hijo morir, de ser un mago,
O genio omnipotente,
Por ti lo siento: milagrosas ramas
Quisiera entretejerte
Y oculto a par de la que tanto amas,
Hurtarte allí a la muerte.
"Yo también en Arcadia soy nacido",
Y puedo con mi lira
Tu nombre redimir a ingrato olvido;
Pero no a ti a la pira.
Podemos eso, eternizar un nombre,
¡Salvar una mortaja!
No disputamos a la muerte el hombre
Que ella encerró en su caja.
¡Eternizar un nombre, honor mezquino!
¡Y dice el mundo luego
Que el lauro del poeta es don divino
Y su alma sacro fuego!
¡Naufragio universal! Tambien nosotros
Que eterna nombradía
Dispensamos, morimos cual los otros
Cuando nos llega el día.
De la propia existencia a nuestra mente
¿Qué deja lo pasado?
Recuerdos, un despojo deficiente
Un busto inanimado.
Vuelve a mirar a tus antiguos días;
¿Qué ves? Allá el abrigo
De tu infancia y sus frescas alegrías,
Tus padres y un amigo.
La escena va ensanchándose adelante:
Campos, ciudades, puertos...
¡Mírate!, ¡no te ves muerto viandante
En un mundo de muertos!
III
Con este doloroso sentimiento
Ayer, muriendo el día,
Tornaba a mi mansión: el manso viento
En los sauces gemía.
Y una mística voz a su manera
Habló en secreto al alma;
Voz que animando la piedad primera,
Me devolvió la calma.
¿Y te olvidas de mí (la voz decía)
Tú que antes en mi seno
Reclinabas con grata simpatía
Tu semblante sereno?
"El maléfico ser que ves al lado,
Que todo lo devora,
Es la muerte del alma, del pecado
Anciana servidora.
"Y la que desesperas en tu duelo
De hallar, dichosa suerte,
Es la vida beatífica del cielo;
¡Yo, que vencí a la muerte!
Envenenose el hombre de obcecado;
Dios al culpable hijo
Miró piadoso en su infelice estado,
Y, salvárele, dijo.
"Yo a salvarle bajé; mi amor le llama;
Rebelde, se suicida;
El que a mi voz responde, el que me ama
Vivirá eterna vida.
"Mi amor viene a buscarte; de mis brazos
El orgullo te aleja
Vuelve a anudar los redentores lazos;
Ama, y recelos deja".
Pensé en mi infancia en dulce arrobamiento,
Y lloré mi extravío;
Y luego a ti volvió mi pensamiento,
Rogerio, amigo mío.
Mis lágrimas enviarte deseara
Con su muda elocuencia;
Y la no articulada, pero clara
Voz que oí en mi conciencia.
Ya libertarte del naufragio espero,
No en culta poesía,
Mas de mi fe lanzándote el madero:
¡Cree! ¡Ama! ¡Confía!
Al que a esa tabla náufrago se acoge,
Quien a la muerte dura
Venció en la cruz, acude y le recoge
Con paternal ternura.
Tantos gajes de amor correspondidos
Y lágrimas preciosas;
Y aquellas esperanzas y gemidos,
Y tantas, tantas cosas,
Asócialas con vínculo suave
A más alto destino;
¡Sálvate con tus glorias en la nave
Que a rescatarnos vino!
Hora V. Las aves
- ¡Aves! ¿Do vais cruzando la alta esfera
Risueña limpia y clara?
¡Ay! ¡Quién como vosotras libre fuera!
¡Quién cual vosotras, ay, el vuelo alzara!
Blancos y deliciosos pensamientos
Despertáis en el alma:
Cuando os mecéis sobre los mansos vientos
Cual la esperanza sois que boga en calma.
Y cuando descendéis apresuradas
Sois cual las ilusiones
¡Ah!, de puro atrevidas, disipadas
Del porvenir abierto en las regiones.
Va a perderse el incienso allá en el cielo,
Y allá en la mar el río;
No se dónde, siguiendo vuestro vuelo.
Vuela a perderse el pensamiento mío.
Para la eterna inmensidad nacida
Gime el alma y quisiera
En edades lanzarse sin medida,
En espacios hundirse sin ribera.
Por eso amar, volar nos place tanto:
El que ama, los lugares
Y el tiempo olvida. ¿Qué es el desencanto
Sino al fondo bajar de los pesares
Y volver a contar menguadas horas?
¡Ay, aves pasajeras
De tristeza y amor inspiradoras,
De adioses y esperanzas mensajeras!
Os sigo con la vista; ya no os veo
Y miro todavía;
Que absorta en la ilusión de su deseo
Os busca el alma en la región vacía.
Sombra y esclavitud cubren el suelo;
Siguiendo vuestro giro
La alegre libertad que hay en el cielo
Gozo un instante, pues gozarla os miro.
Hora VI. Ellas
- ¡Oh, las que habéis pasado
Solas y pensativas por el mundo,
Algo no conocido
Buscando siempre con amor profundo
Nunca de igual amor correspondido!
¿Fuisteis, almas sensibles,
Conducidas del ángel del consuelo
A mejores moradas,
O a otra mansión cual esta, en vuestro vuelo,
Por la amiga desgracia desviadas?
Doquier viváis ahora,
Cualquier que fuese vuestro nombre un día,
Vuestra existencia siento;
Llevado de secreta simpatía
Hacia vosotras va mi pensamiento.
Huéspedas en el mundo
¿No pensabais en época distante?
A un hermano ignorado
Tal vez buscasteis con anhelo amante;
¡Sin saberlo tal vez me habéis amado!
Y hoy de mundos remotos
¿No acá volvéis, espíritus viajeros?
Cuando oigo los suspiros
De la brisa en los árboles, a veros
Torno tal vez, y me parece oíros.
Acaso para hablarme
Vago son suscitáis, o luz, o aroma;
Animado sintiendo
Un pensamiento en no estudiado idioma,
Sé que es palabra vuestra, y no la entiendo.
El aura sollozante
Que en el valle circula prisionera,
Si salida lograra,
El nítido palacio de la esfera
Y el cristalino golfo visitara.
Tal, pensando en vosotras,
Almas sensibles, en recinto estrecho,
Siéntese el alma mía;
Si la pared rompiese de mi pecho,
A vuestro mundo aéreo volaría.
Hora VIII. Consejos
- Tu gloria ¡oh corazón! tu dicha labras
Si rindes al amor culto sencillo;
Mas el amor no es obra de palabras,
Ni es terreno oropel su casto brillo.
En el templo de amor hay sola un ara
Y un solo don que se ofrece a toda hora;
Caridad es el don que se prepara
Y es la verdad el ara que se adora.
Entre el necio tropel del mundo vano
Simpatizan tal vez dos corazones;
¡Dichosos ellos si invisible mano
Para encontrarse les brindó ocasiones!
Mas, ¡tristes si con esta simpatía
Aportan a su unión mutuo recelo!
En infierno tal vez se cambiaría,
Si turbase al amor la duda, el cielo.
¿Quién en los bosques al buscar madera
Los árboles elige por la hoja?
El árbol bueno es bueno en primavera
Y cuando de sus galas se despoja.
El tronco, —el corazón—, es lo importante,
¡Oh!, nunca juzgues mal del que bien siente
Porque esto dijo o hizo tal semblante:
¿Tienes su corazón? Eso no miente.
¿Y a qué es interpretar tal voz, tal ceño?
¿Ha menester de intérprete el cariño?
No es mejor clima el cielo más risueño.
Yo amo en los hombres el candor del niño.
Culpable es quien no sabe retirarse
Con causa, y quien por causa vil se aleja;
Huya el amor cuando hay de qué quejarse,
Mas cuando hay mutuo amor, calle la queja.
Di al que amas la verdad, y por tu parte
Perder no temas si te ve un defecto;
Procura ser mejor, no disfrazarte;
Dios ve más, y es su amor el más perfecto.
Por eso huyendo muchos de este mundo,
Más que los males, la inquietud que esconde,
Buscaron el amor santo y profundo
Que en silencio recibe y corresponde.
Fe y amor: la ventura aquí se encierra.
Si hubiese más amor, menos recelo,
Tal vez, aún con sus lágrimas, la tierra
De purgatorio se cambiara en cielo.
Hora IX. El asilo
- Quia amore langueo.
¡A quién no sucedió, vagando acaso
Por las orillas de encantado río
Decoradas de rústico atavío,
Involuntario detener el paso
Si un sitio mira umbrío!
Y con tristeza plácida, hospedaje
A ese sitio, capricho de Natura,
Pide; que allí la sombra es más oscura
Y oculta la avecilla entre el follaje
Canta con más ternura.
Tal me detengo en la modesta estancia,
De gracia y de bondad sacro retiro,
Donde lo bello realizado miro
Y del cielo la mística fragancia
Arrobado respiro.
Y en balde con ciudades populosas
Me cerca el mundo y de esplendor profano;
Natura su ancha escena me abre en vano,
Y en vano a ver sus ondas majestuosas
Me invita el Océano.
Que la piedra preciosa recatada
Vale más que los montes de granito;
Un eco dice más que un alto grito:
Presta más un rincón de esta morada
Que el espacio infinito.
Mas aquí, a poco, sufre el alma y gime
De afectos tiernos e inquietud llevada;
El placer que respira la anonada,
Y al corazón desfallecido oprime
Enfermedad sagrada.
Tal, gozando región de luz más pura,
Ronda la mariposa inadvertida
La llama que con brillos la convida,
Y en el nítido umbral de su ventura
Deja en despojos la infelice vida.
Hora X.
- Hoy que acoges, señora,
Muestras de estimacion con leda frente
En el libro do el lápiz atesora
Recuerdos de tu vida
También mi afecto puro halle acogida.
¡Oh!, si una vez los montes
Mover pudiese el verso peregrino
Cual la fe viva, o si de blanda rosa,
Cual la oracion ferviente, milagrosa,
Supiera entapizarnos el camino,
¡Yo a su influjo divino
Te alzara un porvenir, fueras dichosa!
¡Mas di, oh joven!, ¿qué falta a tu ventura?
De gracia y de Natura
En ti reúnes armoniosos dones,
Y encanta tu bondad los corazones
Cual campos fertiliza
Limpia fuente que bulle y no murmura.
¡Ah!, falta, falta solo
Que en el sendero humano
Cosa que mires, flor que toques, sean
Dignas de tu mirada y de tu mano,
Y homenaje te den cuantos te vean.
Eso mereces tú, yo lo deseo,
Y de engañarme trato
Con tan bella ilusión. Mas, ¡dura pena!
La verdad es que el mundo es muy ingrato;
¡No hay hombre digno hasta donde eres buena!
Hora XI. Guerra y paz
- Volaba ayer mi pensamiento rápido
Llevado de esperanza y de ambición,
Buscando ansioso en el profundo cielo,
Con alentado vuelo,
Ígnea región.
Volvió de allá mi pensamiento lánguido
Arrepentido de su empeño audaz
Y las alas inclina hacia la tierra;
Cansado de la guerra
Quiero la paz.
Ayer buscaba el trueno y el relámpago;
Hoy el silencio busco y la quietud;
Ayer mi canto resonó a distancia;
Hoy en modesta estancia
Pulso el laúd.
Ayer amé las olas y los mástiles;
Hoy cauto huyo del hirviente mar;
Fui en pos del siglo que a la plebe asombra;
Hoy me place la sombra,
Amo el hogar.
Y alucinado, a los instables ídolos
Que alzó la moda, admiración rendí;
Hoy el prudente corazón no admira;
Sólo de amor suspira,
Sólo por ti.
Amor todo ternura, afecto, lágrimas;
La casta confianza es su placer.
¡Oh, si pudiera, sin decirte nada,
Mostrar a tu mirada
Todo mi ser!
Entonces hospedándome benévola
No recelaras por tu prez gentil;
No temieras cubriese mi cariño
Del invisible niño
Dardo sutil.
Guarda en buenhora los favores últimos;
Puro cual tus miradas es mi amor;
Yo sólo pido
Compasivo y sereno,
Sombra y calor.
Hora XII.
- ¿Quieres, mi dulce Cintia, quieres, mi buena amiga
Que cuánto yo te amo con palabras te diga?
Oye: cuando uno viene de algún pais lejano
Do fue de ciencia en busca, cual la ave en pos de grano,
Cuando recapacita su ya pasada historia,
Y tierras, mares, hechos repasa en su memoria,
Narrar apenas puede lo que ha visto y oído;
Acaso le interrogan y enmudece afligido.
Mi amor es vago y puro, misterioso y fecundo,
Más hermoso que el cielo, más que la mar profundo.
¡Si así cual signo tienen extraños pensamientos
Tuviesen su lenguaje tambien los sentimientos!
Tanto al hombre no es dado, ni a ensayarlo me atrevo;
Traigo, Colón segundo, de amor un mundo nuevo.
Hora XIII.
- ¡Soñé que de esa vega,
De esa tristeza íntima
Que en tus húmedos ojos
Descubres, Cintia, ah Cintia!
Tú las causas secretas
Revelándome ibas,
Y que a tus tibias lágrimas
Juntaba yo las mías;
Y que, puesta en mi hombro
Tu sien cándida y tímida,
Liviaban tu pena
Los sones de mi lira.
Hora XIV.
- No sólo habla la voz. Cuando sereno
Tiende la tarde en derredor su manto,
Si a tu piano de ilusiones lleno
Le haces hablar en su lenguaje santo,
¿No percibes que bullen en su seno
Los apagados ecos de mi canto?
O si apoyada estás a tu ventana,
¿Cerca no ves alguna sombra vana?
Esa es mi alma, soy yo, que la preciada
Plácida esencia de tu seno aspiro;
Mudamente a tu lánguida mirada
Responde entrecortado mi suspiro.
Como el aire y el agua en la enramada,
Como dos nubes van en sesgo giro,
Como dos aves en errante vuelo,
Van nuestras almas por el mismo cielo.
¿No es verdad? Suspendiendo tus labores,
Fija la vista en la extensión vacía,
Por esferas tal vez vuelas mejores
Llena de virginal melancolía:
Ignorantes de místicos amores,
Sin sospechar que entre ellas eres mía,
Tú silenciosa, inmóvil faz notando,
Tus hermanas dirán: "¿Qué estás pensando?"
Naturaleza toda se conjura
Para unir en su encanto a los que aman:
La bullidora fuente que murmura,
Las aves que en el árbol se reclaman:
Nos hablan con acentos de ternura
Los mares mismos que interpuestos braman:
Todo lo anima nuestro amante anhelo,
Naturaleza toda es nuestro cielo.
Y cuando, oculto el sol en occidente,
La inmensa creación parece muerta,
Di, ¿de ese corazón, Cintia, inocente,
No has sentido que yo llamo a la puerta?
¿No te sucede involuntariamente
Que, cerrados los ojos, una incierta
Imagen dibujarse ves delante?
Esa mi imagen es; ese es tu amante.
¡Y yo sin ti!, ¡de ti tan separado,
Y siempre con tu amor el alma inquieta!
Yo vivo de la dama en el teclado,
Tú en la cítara vives del poeta.
El destino me aparta de tu lado,
Mas al tuyo mi espíritu sujeta;
¡Querrá que nuestro eterno sentimiento
No lo empañe la tierra con su aliento!
Hora XV.
- Las almas buenas acá en el suelo
Su mundo propio tienen también,
Mundo que encierra paz y consuelo,
Anticipado rincón del cielo,
Segundo Edén.
¡Oh!, ¡qué distinto de los salones
Que adorna estéril la vanidad!
Todo es en ellos regias ficciones,
Y en estas puras, anchas regiones
¡Todo es verdad!
Mirar dos almas la misma estrella,
Cambiar las llaves del corazón,
Eso es con firme, callada huella,
Por los umbrales pasar de aquella
Feliz mansión.
¡Feliz!, de lejos tal vez severa;
¡Ah!, verla solo te hace temblar,
Cual palidece joven viajera
Cuando en la playa por vez primera
Contempla el mar.
No esperes dichas en ese mundo
Donde es perfidia todo y temor,
Y ven a este otro santo y profundo
En donde reinan, Edén segundo,
¡Verdad y amor!
Hora XVI.
- ¿Por qué en el rayo de estrellas remotas
Que en cristalino raudal se estremece?
¿Por qué en aquellos que el músico ofrece
Acordes trinos, dulcísimas notas?
¿Por qué en los ojos, do en tímidas gotas
Que un beso enjuga, amor resplandece,
Hay algo triste que el pecho enternece
Y el alma cubre de sombras ignotas?
¡Ah, siente el hombre que ser más debía!
No es inocente y está desterrado;
Algo le falta que tuvo algún día.
¡Hondo vestigio de un bien que ha pasado!
¡Reminiscencia de antigua alegría!
¡Remordimiento de antiguo pecado!
Hora XVII. Desengaño
- Perfida, cara tamen.
Te vi en modesta estancia
Como flor a los céfiros esquiva,
Recatar tu fragancia;
No vana, no festiva,
Mas con húmedos ojos pensativa.
En tan dichoso día
Te vi, te amé; mi corazón sediento
De ideal simpatía
Himnos alzó en el viento
Y gozaba en su propio rendimiento.
¡Ay, cuán presto se parte
El verdadero amor rico de gloria!
Vinieron a tentarte
Esperanza y memoria
De un falso gozo y de una triste historia.
No ya en mi compañía
Afable y complaciente sonreíste
Con profana alegría.
¡Ah, mi alma se resiste
A creer, a esperar, y todo es triste!
Hoy con la vista herida
Odioso miro cuanto vi más bello;
Las flores de la vida
Hoy como espinas huello;
Sombra es de muerte lo que fue destello.
Y sufro y desespero
Pensando, o fatigado me aletargo;
¡Me ofende el mundo entero,
Y te amo sin embargo
Con escéptica fe y amor amargo!
Ya, ya me precipito
Si no logro alcanzar sublime altura;
O un amor infinito
O eterna desventura
A tientas busco en mi febril locura.
¡Si tú amarme de veras
Y yo olvidar pudiese lo pasado!
¡Tú ángel redentor fueras,
Yo corazón postrado
Que revive al amor glorificado!
Hora XXI. El ensueño
- Era una noche como todas; nada
Nuevo en el aire había:
En torno platicaban de mi puesto,
Yo sin las voces el rumor sentía.
Y de pronto, los párpados abiertos,
En religiosa calma
Me pareció embeberse mis sentidos
Y en sueño aéreo se arrobó mi alma.
Y a aquella vi por quien el tiempo olvido
Si gozo su presencia,
Y si de verla dejo solo un día
Siento un abismo entre los dos de ausencia;
Reclinada la vi, serena y muda
En apacible lecho;
Mas estaba dormida... ¡muerta estaba!
El hálito vital faltó en mi pecho.
Inmaculada viéndola y gloriosa.
No me ocupó el espanto,
Mas de infinito amor penas sin nombre,
Y sin ruido en mi faz rodaba el llanto.
"¡Buen Dios, ella se ausenta, ella enmudece!
¡Y mi labor querida,
Esa conversación nunca acabada,
Ha quedado por siempre interrumpida!"
Pensé, y luego la hablé sin voz, cual ella
Sin mirar me veía,
Que en su rostro, los párpados cerrados,
La luz brillaba del eterno día:
"Me ves cual soy, cual fui: ¡todo lo sabes!
Entrego a tu mirada
Con muchas culpas réproba mi vida,
Mas de sobra en tu amor purificada."
"Tú, enseñada al perdón desde este mundo,
Esas culpas perdona,
Y dime si en el cielo que posees
Hay para tanto amor digna corona".
Yo hablaba así. Después tiempos pasaron
Que, horas en este mundo,
Fueron, medidos en región más alta,
Siglos de amor y de dolor profundo.
Ni sé si de esas horas seculares
Señal quedó en mi frente;
Sé que agoté la fuente de las lágrimas
Y el lauro merecí del penitente.
Vuelto de ahí, cual Lázaro, a la vida
En impensado instante,
Viva hallando a quien muerta vi, la creo
Beatífica visión siempre distante.
"Hablábamos ayer", decirla quiero,
Pero callo doliente;
No hay voz que este misterio explique, y gimo,
Partido el corazón, casi demente.
Hora XXII. Las almas buenas
- Acá en la tierra hay ángeles del cielo,
Almas llenas de amor y de ternura;
Su misión es sufrir y dar consuelo,
Sentir y consolar toda amargura.
Hallar no pueden el ideal que adoran;
Las virtudes de acá son menos bellas.
Sólo Dios ve lo que en silencio lloran;
Nadie comprende lo que sufren ellas.
Y ellas aceptan su misión cristiana
Al sacrificio voluntario unida:
Hacen el bien sin recompensa humana,
Amena, sin alarde, hacen la vida.
Yo conozco esas almas. ¡Cuál revelan
En cuerpos de mujer diva hermosura!
¡Cómo al enfermo corazón consuelan
Su mirada y su voz, todo dulzura!
Su amigo es el Dolor. De él arrulladas,
Su sonrisa se tiñe de tristeza.
¡Quién las pudiera ver transfiguradas
Si tienen, aun así, tanta belleza!
Hora XXV. Desaliento
- El campo está risueño
Y la mañana alegre;
Naturaleza toda
Galana resplandece;
Ya vuelven los amores,
Ya llegan los placeres;
Cuando todo renace
Mi corazón se muere.
Ya trinan dulces aves
En los rosales verdes;
Vagan mansos rumores
Circulan silbos tenues;
Y alborozadas bullen
Las melodiosas fuentes;
Y cuando todo canta,
Mi corazón se muere.
Reflejos y matices
Se mezclan diferentes;
El céfiro las hojas
Tornasoladas mueve:
Las nubes se abrillantan,
Los prados reverdecen,
Y cuando todo ríe
Mi corazón se muere.
En vano, aura de amores,
Acaricias mis sienes;
Esas aguas y las rosas
Despiertan si las meces,
Las unas cuando callan,
Las otras cuando duermen;
No así los corazones
Que de pesar fallecen.
En vano, aura de amores,
Lisonjeas mi mente:
Moviéndose livianas
Cuando tus soplos sienten,
La nube al horizonte,
La nave al puerto vuelve;
No así las esperanzas
Que huyendo se disuelven.
¡Cielos!, ¿qué significa
Esta pompa solemne?
¿Cuál ha sido mi crimen?
¡Ay!, ¿qué rigor es este?
Cuando todo se alegra
Y todo se embellece,
Mis esperanzas huyen,
¡Mi corazón se muere!
Así la amante Silvia
Suspira y desfallece,
Si abriendo su ventana
Mira al camino, al puente,
Y oye trinar las aves
Y ve rodar las fuentes;
Y cuando todo es vida,
Su corazón se muere.
Hora XXVIII. Los dos huéspedes
- ¡Tú, cuya copa abierta se levanta
Con sombra amiga protegiendo el suelo;
Tú, do el alado morador del cielo
Oculto anida y amoroso canta!
Yo mido el campo con humilde planta,
Él cruza el aire con gallardo vuelo:
Codicioso de amor, yo de consuelo,
Juntos llegamos a tu sombra santa.
Inquieto, enamorado y engreído,
Él en tu verde copa floreciente
Viene a trinar junto al sabroso nido;
Pensativo, callado, falleciente,
¡En tu nudoso tronco envejecido
Yo busco arrimo, de mi bien ausente!
Hora XXX. Lo más triste
- Lo que ayer florecía, hoy mustio yace;
Mañana yacerá lo que hoy florece;
Llévanos a do todo va y fenece
El mismo impulso que vivir nos hace.
Así la ola que entre espumas nace,
Con el ímpetu mismo con que crece
Más presto llega a cima, y encanece.
Y en el líquido fondo se deshace.
Y tú, Belleza, al corazón tan cara,
Del placer y las gracias compañera,
Mueres también, y Amor te desampara.
¡Nada más triste que tu ruina hubiera
Si más allá la muerte no llegara,
Si también la inocencia no muriera!
Hora XXXI. Al viento
- Vientecillo sin nombre
Que curioso paseas
Ahora por el bosque,
Ahora por la vega;
Tú que en lecho de espumas
O de hojas, remedas
Con inquietud celosa
Las más sentidas quejas;
Ven, trayendo en tus alas
Tan leves como frescas,
Murmullos de las fuentes,
Aromas de las selvas;
Suspira en el follaje
Del árbol que me hospeda;
Las sombras lento cambia ;
Con mis cabellos juega.
O barre ahí esas flores
Menudas y hojas secas,
Y en círculos llevándolas
Mis pensamientos lleva.
Ven, airecillo humilde,
Mi soledad alegra,
Temores desvanece
Y esperanzas alienta.
Hora XXXII. La oración
- En horas de pesar, de horror, de duelo,
En que perdido el pensamiento humano
Se arrastra en soledad lejos del cielo
Como el arcángel réprobo que en vano
Tiende lejos de Dios su eterno vuelo;
En esas horas de dolor profundo
He escuchado una voz que me convida
Reanimando mi pecho moribundo,
Y he gustado esperanzas de otra vida,
Y he sentido consuelos de otro mundo.
Y volviendo del éxtasis, de hinojos
Caído en el terráqueo pavimento,
He elevado con lágrimas los ojos,
Por ver en el azul del firmamento
El ángel que aliviaba mis enojos.
¡Qué engaño! El ángel que en los cielos mora
Al mustio pecador se muestra esquivo
Es humana esa voz consoladora;
Es algún corazón que, compasivo,
Lejos de mí, de mí se acuerda y ora.
¿Quién es? De no saberlo me contristo,
Y como el pobre que agradece y llora
La limosna al sentir de a quien no ha visto,
Beso a ciegas la mano bienhechora
Y digo: "¡Tu bondad corone Cristo!"
Hora XXXIII. El piano
- Hubo ya un tiempo en que la Musa mía
La poética frase
Fácilmente encontraba que expresase
La tristeza del alma o su alegría.
Ese felice día
Se hundió en la eternidad. Mi alma cansada,
Con tono dulce y grave,
En voz no articulada
Quisiera hacer sentir a los oídos
Lo que ella muda sufre y sola sabe.
Tú me das esa voz, mi alma interpretas
Cuando la diva inspiración tu mano
Guía sobre las teclas del piano:
Voz no aguda o cruel como el gemido
Ni artificiosa como acento humano.
Tú mis penas expresas
En deliciosas notas de armonía
Que halagan los sentidos
Y aduermen la doliente fantasía.
En la mente sembrada de recuerdos
Flor de esperanza nace;
El alma vagos horizontes mira
Y en su misma tristeza se complace.
Hora XXXIV.
- No es tu piano lo que el vulgo piensa:
Ara es funesta que el amor decora;
Mi corazón la víctima indefensa,
Tu dulce voz, la daga matadora.
Hora XXXV. El olvido
- —¡Te acuerdas de los días
En que a este país bello
Llegaste vez primera
Complaciente y risueño!
¿Te acuerdas de las danzas
Y los festivos juegos,
Las grutas, los columpios,
Las luchas y los premios?
¿Te acuerdas que solías
Suspiros dar, Aurelio,
Y a veces pensativo?
—No, Cintia, no me acuerdo.
Mira: aquellos instantes
Pasaron ya en el tiempo,
También en mi memoria,
Merced de un ángel bueno.
Roguele los borrase,
Apartar no pudiendo
La flor de las espinas
Ni la miel del veneno.
¡Oh, cuántas, cuántas veces
Memorias y recelos
Anublaron mis días,
Inquietaron mis sueños!
Oyóme, y me condujo
A un raudal, tan sereno,
Que Fuente del olvido
Le llaman los viajeros.
Allí todos los árboles,
Allí todos los ecos,
Aves, aguas y brisas
Repiten: "No me acuerdo".
Allí por vez postrera
La flor de mis recuerdos
Me hirió con sus espinas;
Yo llorando la beso,
Y a las aguas la arrojo;
Las aguas la cubrieron.
—¡Aurelio! ¡Y no te acuerdas!
—¡Ah! ¡Cintia! No me acuerdo.
Hora XXXVII. Inmortalidad
- Teme el amor la muerte aborrecida;
Pero no la del cuerpo, fácil muerte,
Perpetua compañera de la vida.
Ella no sólo en polvo nos convierte,
No sólo nos envuelve en noche oscura,
Ni son todos sus golpes de esa suerte.
Callada, sin cavarles sepultura,
Mata al mozo robusto en el anciano
Y en el mozo a la tierna criatura.
Pensando en lo que fui, pregunto en vano
"¿Dónde está aquel garzón tan inocente?
¿Qué se hizo aquel mancebo tan lozano?"
Muertos yacen sin tumba. Solamente
La muerte entre sepulcros nos aterra,
Y lloramos, llamándola inclemente,
Sin recordar a los que en sorda guerra
Cayeron sin despojos, sin ruido,
Como mueren los pobres en la tierra.
Muy temprano desnudas nuestro nido,
¡Oh Muerte! ¡Oh Muerte! Con tardío duelo
El bien lloramos que por siempre es ido.
No a ti teme el Amor, hijo del cielo,
Compañero inmortal de los querubes,
Celeste huésped en corpóreo velo.
Tú, monstruo vil, a su dosel no subes:
Fuego etéreo es su ser: nació en regiones
Más altas que los montes y las nubes.
Fundó Amor para el alma sus mansiones,
Y aunque en torno ruinas aglomeres,
No podrás derribar sus torreones.
A la Belleza y Juventud las hieres
Con mudas flechas: mas de Amor divino
Profanar el sagrario nunca esperes.
Abre Amor un oasis peregrino,
Donde paran su curso arrebatado
Los años, que te sirven, y el Destino.
En medio de los tiempos su reinado
Principia, y es eterno; ni mundanas
Miserias turban su dichoso estado.
En balde esparcirás precoces canas,
Y aún túmulo alzarás a los amantes;
Siempre serán tus asechanzas vanas.
En pobreza y vejez perseverantes
Ellos aman: muriendo acá en el suelo,
Tórnanse allá donde se amaron antes.
No entibiarás su fuego con tu hielo,
No turbarás con tu inquietud su calma;
Tú eres, Muerte, del mundo; Amor, del cielo.
Mas ¡ay!, deslustra del amor la palma
Que a la muerte del cuerpo ajena crece,
El pecado cruel que mata el alma.
Si la Fe no le alumbra, se oscurece;
Cae, si la Esperanza no le alienta;
Si Caridad le falta, Amor fallece.
Muere aquel a quien aire no sustenta,
Y Amor, vida del alma y su alegría,
No de aire, de virtudes se alimenta.
Contémplalo, y no temas, Cintia mía,
Los males de fortuna o breve ausencia;
Teme frivolidad y alevosía.
Son amargos recelos la dolencia
Única del Amor; su muerte, olvido;
Veniales culpas minan su existencia.
Le restaura el perdón apetecido:
Recuerdos bellos de inocente historia
Endulzan, y esperanzas, su gemido.
¡Nubes disipa, Cintia, en mi memoria;
Oirás entonces resonar mis cantos,
Verás entonces renacer mi gloria!
¡Quién pudiera ser santo cual los santos!
¡Quién pudiera del mundo en los senderos,
En medio de aflicciones y de llantos
Sin temblar de la muerte golpes fieros,
Vivir cual los vivientes inmortales.
Amar cual los amantes verdaderos!
¡Oh Cintia!, ángel de paz, que los umbrales
Franqueas de otro mundo con tu lloro,
¡No desprecies de amor promesas tales!
¡Alza en tus alas el común tesoro,
Tú que sabes orar, tú que eres buena;
Álzale al cielo, y con anillo de oro
Fija en la eternidad nuestra cadena!