Sexto Propercio

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    Información biográfica

  1. Despecho (Trad. de Miguel Antonio Caro)
  2. La sombra de Cornelia (Trad. de Miguel Antonio Caro)


Información biográfica
    Nombre: Sextus Propertius
    Lugar y fecha nacimiento: Asís, Umbría, Italia, 47 a. C.
    Lugar y fecha defunción: 15 a. C. (32 años)
    Ocupación: Escritor, poeta

    Fuente: [Sexto Propercio] en Wikipedia.org
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    Despecho
      (Traducción de Miguel Antonio Caro incluida en el libro Traducciones poéticas, 1889)

      Lo que ese, a quien hoy premias, yo era un día;
      Otro vendrá después. — Por largos años
      Destejiendo y tejiendo, noche y día,
      Penélope escudose con engaños:
      Ella, que torne Ulises, no confía,
      Ni poder de la edad curar los daños;
      Mas, a culpa aún venial, en sola estanza.
      Prefiere envejecer sin esperanza.

      Cuando Aquiles dobló mustia la frente,
      Briseida le acudió, su amante esclava;
      Ausente el genitor, Tetis ausente,
      Ella en el Simois sus heridas lava,
      Y en el seno leal guarda doliente
      Las cenizas del héroe a quien amaba.
      ¡Salve, Grecia, feliz con hijas tales!
      El pudor habitaba aún los reales.
      Pero tú, infiel a tu amador ferviente,
      Caes en un instante, ¡ingrata!, ¡impía!

      Asististe al festín condescendiente
      Y brindaste con fácil alegría;
      Quizás allí, negándome, impudente,
      Tu boca de mi nombre mofa hacía;
      Y al que dejó tu casa en hora triste,
      Con halagüeño rostro sonreíste.

      ¡Goza la reconquista vil que has hecho!
      ¡Para esto yo rogaba al cielo santo,
      Cuando, agobiado de dolor tu pecho,
      Ya te aguardaba el reino del espanto,
      Y amigos fieles cerca de tu lecho
      Velábamos, vertiendo acerbo llanto!
      ¿En el trance cruel, viste, traidora,
      A ese a quien das tu corazón ahora?

      ¿Qué fuera ya, si de país lejano
      La vuelta retardado hubiese lento,
      O me clavase en medio al Océano
      Lúgubre ausencia de propicio viento?
      Siempre armada te hallara de tirano
      Desdén, o de ingenioso fingimiento.
      ¡Sois varias del amor en los altares
      Aun más que hoja en el bosque, ola en los mares!

      Mas pues ella lo manda, ella lo quiere,
      Cedo, y mi rumbo solitario sigo.
      ¡Vosotros, condolidos de quien muere,
      Acelerad, Amores, el castigo:
      Aguzad más el dardo que me hiere.
      Hincadlo todo, y acabad conmigo;
      Habed en mí vuestra mejor victoria,
      Mi despojo llevad en vuestra gloria!

      Mas antes atestigua, Noche oscura,
      También lo sabes, matutina estrella,
      Y tú, umbral mudo, abierto a mi ventura,
      Que nada amé jamás cual la amé a ella.
      ¡Amola aún en mi febril locura!
      Pero mi afecto en su rigor se estrella;
      Otros amores cultivar no quiero,
      Y gemir solo, hasta espirar, prefiero.

      ¡Oh, si place a los dioses soberanos
      Premiar mi fe constante, el premio sea
      Que él, al mirar mi joya entre sus manos,
      Tornarse en hielo sus ardores vea!
      O cual lidiaron príncipes tebanos
      Ante la madre en funeral pelea,
      Combata yo con él, ella presente:
      ¡Mataré airado, o moriré valiente!
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    La sombra de Cornelia
      (Traducción de Miguel Antonio Caro incluida en el libro Traducciones poéticas, 1889)

      ¡Oh Paulo!, cesa de apremiar con llanto
      Mi túmulo. No hay fuerza, no hay porfía
      Que logre abrir los reinos del espanto.

      El que desciende a la región umbría,
      Al ambiente vital tornar no espera;
      Puerta de bronce le cerró la vía.

      Y aunque Plutón te oyese, ¿qué sirviera?
      Bebería tus lágrimas oscura
      Y sorda siempre la fatal ribera.

      Mueve el ruego a los dioses de la altura;
      Las esperanzas con la muerte acaban;
      Cubre herboso tapiz la sepultura.

      Esto fúnebres trompas recordaban,
      Cuando las llamas de la pira odiosa
      Mis mortales despojos devoraban.

      ¿Qué me valió de Paulo ser esposa?
      ¿Qué de mis padres la triunfal carrera?
      ¿Qué sirvió ejecutoria tan famosa?

      ¿Fue conmigo la Parca menos fiera?
      ¡Hé aquí la gran Cornelia es polvo hoy día
      Que infantil mano levantar pudiera!

      ¡Averno sepulcral! ¡Noche sombría!
      ¡Triste cárcel! ¡Laguna indiferente!
      ¡Vos, algas, que ceñís la planta mía!

      Bajo aquí sin sazón, pero inocente:
      Mi sombra de Plutón logre acogida,
      Menos severa su ceñuda frente.

      Éaco agite ya la urna temida,
      Y los jueces señale en el momento
      Que han de juzgar de mi pasada vida.

      Y Minos tome y Radamanto asiento,
      Y, las fieras Euménides al lado,
      Calle a mi voz el auditorio atento.

      Sísifo logre en el fatal collado,
      Ixión en su rueda, pausa grata,
      Tántalo beba del raudal vedado;

      No a las sombras Cerbero ronco lata,
      Mas tomándole un punto sueño amigo.
      La cadena se afloje que le ata.

      Yo misma me defiendo; y si es que digo,
      Mi causa al abogar, mentira alguna,
      Sufra de las Danaides el castigo.

      Ilustre, si las hubo, fue mi cuna:
      Fijaron mis abuelos Escipiones
      En África y Numancia la fortuna;

      Y por línea materna a los Libones,
      Generosa progenie, erguirse veo,
      Y ambas ramas compiten en blasones.

      Cuando al fulgor del hacha de himeneo
      Depuse la pretexta, y ruborosa
      Vi adornarse mi sien de nuevo arreo,

      Entonces, Paulo, me llamé tu esposa;
      Como sombra pasé que se desliza;
      Premió a un solo hombre, se leerá en mi losa.

      Invocó por testigo la ceniza
      De aquellos héroes que sirviendo a Roma,
      África, hicieron en tus campos riza;

      Y la de aquel, que cuando Pérseo asoma
      A Aquiles remedando, su ascendiente,
      Su tienda abate y su arrogancia doma,

      Que nunca a mi deber falté imprudente,
      Que oculto en mi mansión ningún pecado
      De mis Penates sonrojó la frente.

      No: Cornelia no fue degenerado
      Vástago de su raza; por ventura
      Entre tantos modelos fue dechado.

      Corrió mi vida igual, y siempre pura;
      Tal la antorcha me halló del himeneo,
      Y tal la que alumbró mi sepultura.

      Que unida andaba con mi sangre creo
      La virtud que heredé: no la acreciera
      Temor de verme ante mis jueces reo.

      Hoy no hará su sentencia, aunque severa,
      Que pueda desdeñar mi compañía
      La más noble mujer, la más austera:

      Ni tú, doncella, que arrastraste un día
      Con lazo desatado a tu cintura
      La nave que Cibeles detenía;

      Ni tú, vestal, que en tu virtud segura,
      Extinta al ver la llama milagrosa,
      Arrojaste, y ardió, la vestidura.

      Y tú, amada Escribonia, ¿alguna cosa
      Hallaste impropia en la hija que perdiste,
      O, excepto su partida, dolorosa?

      Tu llanto me honra, y el lamento triste
      Del pueblo todo, y la funérea rama
      Con que César mi túmulo reviste.

      César de su hija, en público, me llama
      Digna hermana; y el pueblo oyó el gemido,
      Y las lágrimas vio que un dios derrama.

      De madre de varones el vestido
      Fecunda esposa merecí: mi muerte
      Desierto no dejó mi hogar querido.

      ¡Lépido, Paulo!, al golpe de la suerte
      Expiré en vuestros brazos, y ahora siento
      Que resucito en vuestras almas fuerte.

      Dos veces ocupó curul asiento
      Mi hermano, y con el prez del consulado
      Recibió de mi ausencia el sentimiento.

      Tú, bien nacida a noble magistrado,
      Ama, hija, y da tu mano a solo un hombre;
      Guarda en mi ejemplo mi mejor legado;

      Y dignos todos perpetuad mi nombre;—
      Resignada me aparto de esa zona
      Sin que la adusta eternidad me asombre.

      El mejor galardón de una matrona
      Es la fama que alzándose en su pira,
      Su vida cuenta y su virtud corona.

      Óyeme, ¡oh Paulo!, por mis hijos mira;
      Salva la tumba el sentimiento bello
      Que aún estos votos a mi labio inspira.

      Padre, haz veces de madre; fío en ello:
      Las prendas que dejé, la madre ida,
      Correrán juntas a abrazar tu cuello.

      Sus lágrimas enjuga, por tu vida,
      Y dales con tu beso el beso mío;
      Mi prole toda en tu favor se anida.

      Desata a solas comprimido río,
      Y al volver, serenado ya el semblante,
      Renueva las caricias manso y pío.

      Para llorar, ¿la noche no es bastante?
      ¿No basta esa vigilia, ¡oh Paulo!, y ese
      Amargo sueño en que me ves delante?

      Endulzar tu amargura no te pese;
      Ve, y platica en secreto con mi busto,
      Y dime todo cual si yo te oyese.

      Hijos, si a vuestro padre viene en gusto
      Llevar segunda esposa al puesto mío,
      Madrastra para vos de ceño adusto,

      Acatad humildosos su albedrío,
      Y de ella, con cariño y mansedumbre,
      Tornad amor el que empezó desvío.

      Ni ensalcéis mi memoria por costumbre;
      Que, lastimada, ella entender podría
      En propia humillación cuanto me encumbre.

      Mas si él, honrando mi ceniza fría,
      Excusa hacer cuanto a mi sombra ofenda,
      Fiel hoy y siempre a la memoria mía,

      Allanad luego a su vejez la senda,
      Y orne de su viudez el despoblado
      De todo vuestro amor constante ofrenda.

      Vivid los años que me roba el hado;
      Y consuelos disfrute sin medida
      Mi esposo de mis hijos rodeado.

      Nunca ausencia cruel lloré en mi vida;
      Mi muerte fue en mi hogar primer vacío;
      Todos lloraron mi final partida.

      Y ceso. Atestiguando el dicho mío,
      Alzaos los que me honráis con vuestro llanto:
      Al lugar de mis padres ir confío
      Si, fiel a mi deber, merezco tanto.
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