Alfonsina Storni

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    Información biográfica

  1. Alma desnuda
  2. Carta lírica a otra mujer
  3. Date a volar
  4. Dolor
  5. Duerme tranquilo
  6. Esta tarde
  7. Frente al mar
  8. La invitación amable
  9. Sábado
  10. Tú me quieres blanca
  11. Un sol
  12. Versos otoñales
  13. Voy a dormir


Información biográfica
    Nombre: Alfonsina Storni Martignoni
    Lugar y fecha nacimiento: Sala Capriasca, Suiza, 22 de mayo de 1892
    Lugar y fecha defunción: Mar del Plata, Buenos Aires, Argentina, 25 de octubre de 1938 (46 años)
    Ocupación: Escritora, periodista, diarista, poeta
    Movimiento: Modernismo

    Fuente: [Alfonsina Storni] en Wikipedia.org
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    Alma desnuda
      Soy un alma desnuda en estos versos,
      Alma desnuda que angustiada y sola
      Va dejando sus pétalos dispersos.
      Alma que puede ser una amapola,
      Que puede ser un lirio, una violeta,
      Un peñasco, una selva y una ola.
      Alma que como el viento vaga inquieta
      Y ruge cuando está sobre los mares,
      Y duerme dulcemente en una grieta.
      Alma que adora sobre sus altares,
      Dioses que no se bajan a cegarla;
      Alma que no conoce valladares.
      Alma que fuera fácil dominarla
      Con sólo un corazón que se partiera
      Para en su sangre cálida regarla.
      Alma que cuando está en la primavera
      Dice al inviemo que demora: vuelve,
      Caiga tu nieve sobre la pradera.
      Alma que cuando nieva se disuelve
      En tristezas, clamando por las rosas
      Con que la primavera nos envuelve.
      Alma que a ratos suelta mariposas
      A campo abierto, sin fijar distancia,
      Y les dice "libad sobre las cosas".
      Alma que ha de morir de una fragancia,
      De un suspiro, de un verso en que se ruega,
      Sin perder, a poderlo, su elegancia.
      Alma que nada sabe y todo niega
      Y negando lo bueno el bien propicia
      Porque es negando como más se entrega,
      Alma que suele haber como delicia
      Palpar las almas, despreciar la huella,
      Y sentir en la mano una caricia.
      Alma que siempre disconforme de ella,
      Como los vientos vaga, corre y gira;
      Alma que sangra y sin cesar delira
      Por ser el buque en marcha de la estrella.
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    Carta lírica a otra mujer
      Vuestro nombre no sé, ni vuestro rostro
      Conozco yo, y os imagino blanca,
      Débil como los brotes iniciales,
      Pequeña, dulce; ya ni sé, divina.
      En vuestros ojos placidez de lago
      Que se abandona al sol y dulcemente
      Le absorbe su oro mientras todo calla.
      Y vuestras manos, finas, como aqueste
      Dolor, el mío, que se alarga, alarga,
      Y luego se me muere y se concluye
      Así, como lo veis; en algún verso.
      Ah, ¿sois así? Decidme si en la boca
      Tenéis un rumoroso colmenero.
      Si las orejas vuestras son a modo
      De pétalos de rosas ahuecados
      Decidme si lloráis, humildemente,
      Mirando las estrellas tan lejanas.
      Y si en las manos tibias se os aduermen
      Palomas blancas y canarios de oro.
      Porque todo eso y más, vos sois, sin duda:
      Vos, que tenéis el hombre que adoraba
      Entre las manos dulces, vos, la bella
      Que habéis matado, sin saberlo acaso,
      Toda esperanza en mí; vos, su criatura,
      Porque él es todo vuestro: cuerpo y alma
      Estáis gustando del amor secreto
      Que guardé silencioso, Dios lo sabe
      Por qué, que yo no alcanzo a penetrarlo.
      Os lo confieso que una vez estuvo
      Tan cerca de mi brazo, que al extenderlo
      Acaso mía aquella dicha vuestra
      Me fuera ahora ¡sí!, acaso mía
      Mas ved, estaba el alma tan gastada
      Que el brazo mío no alcanzó a extenderse:
      La sed divina, contenida entonces,
      Me pulió el alma. ¡Y él ha sido vuestro!
      ¿Comprendéis bien? Ahora, en vuestros brazos
      Él se adormece y le decís palabras
      Pequeñas y menudas que semejan
      Pétalos volanderos y muy blancos.
      Acaso un niño rubio vendrá luego
      A copiar en los ojos inocentes
      Los ojos vuestros y los de él
      Unidos en un espejo azul y cristalino.
      ¡Oh, ceñidle la frente! ¡Era tan amplia!
      ¡Arrancaban tan firmes los cabellos
      A grandes ondas, que a tenerla cerca
      No hiciera yo otra cosa que ceñirla!
      Luego dejad que en vuestras manos vaguen
      Los labios suyos; él me dijo un día
      Que nada era tan dulce al alma suya
      Como besar las femeninas manos
      Y acaso, alguna vez, yo, la que anduve
      Vagando por afuera de la vida,
      -Como aquellos filósofos mendigos
      Que van a las ventanas señoriales
      A mirar sin envidia toda fiesta-
      Me allegue humildemente a vuestro lado
      Y con palabras quedas, susurrantes,
      Os pida vuestras manos un momento,
      Para besarlas yo como él las besa
      Y al recubrirlas, lenta, lentamente,
      Vaya pensando: aquí se aposentaron
      ¿Cuánto tiempo?, sus labios, ¿cuánto tiempo
      En las divinas manos que son suyas?
      ¡Oh, qué amargo deleite, este deleite
      De buscar huellas suyas y seguirlas
      Sobre las manos vuestras tan sedosas,
      Tan finas, con sus venas tan azules!
      Oh, que nada podría, ni ser suya,
      Ni dominarle el alma, ni tenerlo
      Rendido aquí a mis pies, recompensarme
      Este horrible deleite de hacer mío
      Un inefable, apasionado rastro.
      Y allí en vos misma, sí, pues sois barrera,
      Barrera ardiente, viva, que al tocarla
      Ya me remueve este cansancio amargo,
      Este silencio de alma en que me escudo,
      Este dolor mortal en que me abismo,
      Esta inmovilidad del sentimiento
      ¡Que sólo salta, bruscamente, cuando
      Nada es posible!
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    Date a volar
      Anda, date a volar, hazte una abeja,
      En el jardín florecen amapolas,
      Y el néctar fino colma las corolas;
      Mañana el alma tuya estará vieja.
      Anda, suelta a volar, hazte paloma,
      Recorre el bosque y picotea granos,
      Come migajas en distintas manos
      La pulpa muerde de fragante poma.
      Anda, date a volar, sé golondrina,
      Busca la playa de los soles de oro,
      Gusta la primavera y su tesoro,
      La primavera es única y divina.
      Mueres de sed: no he de oprimirte tanto
      Anda, camina por el mundo, sabe;
      Dispuesta sobre el mar está tu nave:
      Date a bogar hacia el mejor encanto.
      Corre, camina más, es poco aquello
      Aún quedan cosas que tu mano anhela,
      Corre, camina, gira, sube y vuela:
      Gústalo todo porque todo es bello.
      Echa a volar, mi amor no te detiene,
      ¡Cómo te entiendo, bien, cómo te entiendo!
      Llore mi vida, el corazón se apene
      Date a volar, amor, yo te comprendo.
      Callada el alma, el corazón partido,
      Suelto tus alas, ve, pero te espero.
      ¿Cómo traerás el corazón, viajero?
      Tendré piedad de un corazón vencido.
      Para que tanta sed bebiendo cures
      Hay numerosas sendas para ti
      Pero se hace la noche; no te apures
      Todas traen a mí.
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    Dolor
      Quisiera esta tarde divina de octubre
      Pasear por la orilla lejana del mar;
      Que la arena de oro, y las aguas verdes,
      Y los cielos puros me vieran pasar.
      Ser alta, soberbia, perfecta, quisiera,
      Como una romana, para concordar
      Con las grandes olas, y las rocas muertas
      Y las anchas playas que ciñen el mar.
      Con el paso lento, y los ojos fríos
      Y la boca muda, dejarme llevar;
      Ver cómo se rompen las olas azules
      Contra los granitos y no parpadear
      Ver cómo las aves rapaces se comen
      Los peces pequeños y no despertar;
      Pensar que pudieran las frágiles barcas
      Hundirse en las aguas y no suspirar;
      Ver que se adelanta la garganta al aire,
      El hombre más bello no desear amar;
      Perder la mirada, distraídamente,
      Perderla, y que nunca la vuelva a encontrar;
      Y, figura erguida, entre cielo y playa,
      Sentirme el olvido perenne del mar.
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    Duerme tranquilo
      Dijiste la palabra que enamora
      A mis oídos. Ya olvidaste. Bueno.
      Duerme tranquilo. Debe estar sereno
      Y hermoso el rostro tuyo a toda hora.
      Cuando encanta la boca seductora
      Debe ser fresca, su decir ameno;
      Para tu oficio de amador no es bueno
      El rostro ardido del que mucho llora.
      Te reclaman destinos más gloriosos
      Que el de llevar, entre los negros pozos
      De las ojeras, la mirada en duelo.
      ¡Cubre de bellas víctimas el suelo!
      Más daño al mundo hizo la espada fatua
      De algún bárbaro rey, y tiene estatua.
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    Esta tarde
      Ahora quiero amar algo lejano
      Algún hombre divino
      Que sea como un ave por lo dulce,
      Que haya habido mujeres infinitas
      Y sepa de otras tierras, y florezca
      La palabra en sus labios, perfumada:
      Suerte de selva virgen bajo el viento
      Y quiero amarlo ahora. Está la tarde
      Blanda y tranquila como espeso musgo,
      Tiembla mi boca y mis dedos finos,
      Se deshacen mis trenzas poco a poco.
      Siento un vago rumor; toda la tierra
      Está cantando dulcemente. Lejos
      Los bosques se han cargado de corolas,
      Desbordan los arroyos de sus cauces
      Y las aguas se filtran en la tierra
      Así como mis ojos en los ojos
      Que estoy soñando embelesada.
      Pero
      Ya está bajando el sol de los montes,
      Las aves se acurrucan en sus nidos,
      La tarde ha de morir y él está lejos
      Lejos como este sol que para nunca
      Se marcha y me abandona, con las manos
      Hundidas en las trenzas, con la boca
      Húmeda y temblorosa, con el alma
      Sutilizada, ardida en la esperanza
      De este amor infinito que me vuelve
      Dulce y hermosa.
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    Frente al mar
      Oh mar, enorme mar, corazón fiero
      De ritmo desigual, corazón malo,
      Yo soy más blanda que ese pobre palo
      Que se pudre en tus ondas prisionero.
      Oh mar, dame tu cólera tremenda,
      Yo me pasé la vida perdonando,
      Porque entendía, mar, yo me fui dando:
      "Piedad, piedad para el que más ofenda".
      Vulgaridad, vulgaridad me acosa.
      Ah, me han comprado la ciudad y el hombre.
      Hazme tener tu cólera sin nombre:
      Ya me fatiga esta misión de rosa.
      ¿Ves al vulgar? Ese vulgar me apena,
      Me falta el aire y donde falta quedo,
      Quisiera no entender, pero no puedo:
      Es la vulgaridad que me envenena.
      Me empobrecí porque entender abruma,
      Me empobrecí porque entender sofoca,
      ¡Bendecida la fuerza de la roca!
      Yo tengo el corazón como la espuma.
      Mar, yo soñaba ser como tú eres,
      Allá en las tardes que la vida mía
      Bajo las horas cálidas se abría
      Ah, yo soñaba ser como tú eres.
      Mírame aquí, pequeña, miserable,
      Todo dolor me vence, todo sueño;
      Mar, dame, dame el inefable empeño
      De tornarme soberbia, inalcanzable.
      Dame tu sal, tu yodo, tu fiereza,
      ¡Aire de mar! ¡Oh tempestad, oh enojo!
      Desdichada de mí, soy un abrojo,
      Y muero, mar, sucumbo en mi pobreza.
      Y el alma mía es como el mar, es eso,
      Ah, la ciudad la pudre y equivoca
      Pequeña vida que dolor provoca,
      ¡Que pueda libertarme de su peso!
      Vuele mi empeño, mi esperanza vuele
      La vida mía debió ser horrible,
      Debió ser una arteria incontenible
      Y apenas es cicatriz que siempre duele.
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    La invitación amable
      Acércate, poeta; mi alma es sobria,
      De amor no entiende -del amor terreno-
      Su amor es más altivo y es más bueno.
      No pediré los besos de tus labios.
      No beberé en tu vaso de cristal,
      El vaso es frágil y ama lo inmortal.
      Acércate, poeta sin recelos
      Ofréndame la gracia de tus manos,
      No habrá en mi antojo pensamientos vanos.
      ¿Quieres ir a los bosques con un libro,
      Un libro suave de belleza lleno?
      Leer podremos algún trozo ameno.
      Pondré en la voz la religión de tu alma,
      Religión de piedad y de armonía
      Que hermana en todo con la cuita mía.
      Te pediré me cuentes tus amores
      Y alguna historia que por ser añeja
      Nos dé el perfume de una rosa vieja.
      Yo no diré nada de mí misma
      Porque no tengo flores perfumadas
      Que pudieran así ser historiadas.
      El cofre y una urna de mis sueños idos
      No se ha de abrir, cesando su letargo,
      Para mostrarte el contenido amargo.
      Todo lo haré buscando tu alegría
      Y seré para ti tan bondadosa
      Como el perfume de la vieja rosa.
      La invitación esta, sincera y noble.
      ¿Quieres ser mi poeta, buen amigo,
      Y sólo tu dolor partir conmigo?
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    Sábado
      Me levanté temprano y anduve descalza
      Por los corredores: bajé a los jardines
      Y besé las plantas
      Absorbí los vahos limpios de la tierra,
      Tirada en la grama;
      Me bañé en la fuente que verdes achiras
      Circundan. Más tarde, mojados de agua
      Peiné mis cabellos. Perfumé las manos
      Con zumo oloroso de diamelas. Garzas
      Quisquillosas, finas,
      De mi falda hurtaron doradas migajas.
      Luego puse traje de clarín más leve
      Que la misma gasa.
      De un salto ligero llevé hasta el vestíbulo
      Mi sillón de paja.
      Fijos en la verja mis ojos quedaron,
      Fijos en la verja.
      El reloj me dijo: diez de la mañana.
      Adentro un sonido de loza y cristales:
      Comedor en sombra; manos que aprestaban
      Manteles.
      Afuera, sol como no he visto
      Sobre el mármol blanco de la escalinata.
      Fijos en la verja siguieron mis ojos,
      Fijos. Te esperaba.
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    Tú me quieres blanca
      Tú me quieres alba,
      Me quieres de espumas,
      Me quieres de nácar.
      Que sea azucena
      Sobre todas, casta.
      De perfume tenue.
      Corola cerrada.
      Ni un rayo de luna
      Filtrado me haya.
      Ni una margarita
      Se diga mi hermana.
      Tú me quieres nívea,
      Tú me quieres blanca,
      Tú me quieres alba.
      Tú que hubiste todas
      Las copas a mano,
      De frutos y mieles
      Los labios morados.
      Tú que en el banquete
      Cubierto de pámpanos
      Dejaste las carnes
      Festejando a Baco.
      Tú que en los jardines
      Negros del engaño
      Vestido de rojo
      Corriste al estrago.
      Tú que el esqueleto
      Conservas intacto
      No sé todavía
      Por cuáles milagros,
      Me pretendes blanca
      (Dios te lo perdone),
      Me pretendes casta
      (Dios te lo perdone),
      ¡Me pretendes alba!
      Huye hacia los bosques,
      Vete a la montaña;
      Límpiate la boca;
      Vive en las cabañas;
      Toca con las manos
      La tierra mojada;
      Alimenta el cuerpo
      Con raíz amarga;
      Bebe de las rocas;
      Duerme sobre escarcha;
      Renueva tejidos
      Con salitre y agua;
      Habla con los pájaros
      Y lévate al alba.
      Y cuando las carnes
      Te sean tornadas,
      Y cuando hayas puesto
      En ellas el alma
      Que por las alcobas
      Se quedó enredada,
      Entonces, buen hombre,
      Preténdeme blanca,
      Preténdeme nívea,
      Preténdeme casta.
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    Un sol
      Mi corazón es como un dios sin lengua,
      Mudo se está a la espera del milagro,
      He amado mucho, todo amor fue magro,
      Que todo amor lo conocí con mengua.
      He amado hasta llorar, hasta morirme.
      Amé hasta odiar, amé hasta la locura,
      Pero yo espero algún amor natura
      Capaz de renovarme y redimirme.
      Amor que fructifique mi desierto
      Y me haga brotar ramas sensitivas,
      Soy una selva de raíces vivas,
      Sólo el follaje suele estarse muerto.
      ¿En dónde está quien mi deseo alienta?
      ¿Me empobreció a sus ojos el ramaje?
      Vulgar estorbo, pálido follaje
      Distinto al tronco fiel que lo alimenta.
      ¿En dónde está el espíritu sombrío
      De cuya opacidad brote la llama?
      Ah, si mis mundos con su amor inflama
      Yo seré incontenible como un río.
      ¿En dónde está el que con su amor me envuelva?
      Ha de traer su gran verdad sabida
      Hielo y más hielo recogí en la vida:
      Yo necesito un sol que me disuelva.
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    Versos otoñales
      Al mirar mis mejillas, que ayer estaban rojas,
      He sentido el otoño; sus achaques de viejo
      Me han llenado de miedo; me ha contado el espejo
      Que nieva en mis cabellos mientras caen las hojas.
      ¡Que curioso destino! Me ha golpeado a las puertas
      En plena primavera para brindarme nieve
      Y mis manos se hielan bajo la presión leve
      De cien rosas azules sobre sus dedos muertas.
      Ya me siento invadida totalmente de hielo;
      Castañean mis dientes mientras el sol, afuera,
      Pone manchas de oro, tal como en primavera,
      Y ríe en la ensondada profundidad del cielo.
      Y lloro lentamente, con un dolor maldito
      Con un dolor que pesa sobre mis fibras todas,
      ¡Oh, la pálida muerte que me ofrece sus bodas
      Y el borroso misterio cargado de infinito!
      ¡Pero yo me rebelo! ¿Cómo esta forma humana
      Que costó a la materia tantas transformaciones
      Me mata, pecho adentro, todas las ilusiones
      Y me brinda la noche casi en plena mañana?
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    Voy a dormir
      Dientes de flores, cofia de rocío,
      Manos de hierbas, tú, nodriza fina,
      Tenme prestas las sábanas terrosas
      Y el edredón de musgos escardados.

      Voy a dormir, nodriza mía, acuéstame.
      Ponme una lámpara a la cabecera;
      Una constelación; la que te guste;
      Todas son buenas; bájala un poquito.

      Déjame sola: oyes romper los brotes...
      Te acuna un pie celeste desde arriba
      Y un pájaro te traza unos compases

      Para que olvides... Gracias. Ah, un encargo:
      Si él llama nuevamente por teléfono
      Le dices que no insista, que he salido...
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