Andrés Bello

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    Información biográfica

  1. A la nave
  2. A la victoria de Bailén
  3. A un artista
  4. A un samán
  5. Égloga
  6. El Anauco
  7. La oración por todos
  8. Las ovejas
  9. Los duendes
  10. Mis deseos
  11. No para mí, del arrugado invierno
  12. Y posible será que destinado

  13. Traducción de poemas de Jacques Delille [1]


Información biográfica
    Nombre: Andrés Bello
    Lugar y fecha nacimiento: Caracas, Venezuela, 29 de noviembre de 1781
    Lugar y fecha defunción: Santiago, Chile, 15 de octubre de 1865 (83 años)
    Nacionalidades: Venezolana y chilena
    Ocupación: Jurista, diplomático, filósofo, filólogo, traductor, educador, escritor, ensayista, poeta
Fue considerado uno de los humanistas más importantes de América; contribuyó en innumerables campos del conocimiento.

Fuente: [Andrés Bello] en Wikipedia.org

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    A la nave
      ¿Qué nuevas esperanzas
      Al mar te llevan? Torna,
      Torna, atrevida nave,
      A la nativa costa.

      Aún ves de la pasada
      Tormenta mil memorias,
      ¿Y ya a correr fortuna
      Segunda vez te arrojas?

      Sembrada está de sirtes
      Aleves tu derrota,
      Do tarde los peligros
      Avisará la sonda.

      ¡Ah! Vuelve, que aún es tiempo,
      Mientras el mar las conchas
      De la ribera halaga
      Con apacibles olas.

      Presto erizando cerros
      Vendrá a batir las rocas,
      Y náufragas reliquias
      Hará a Neptuno alfombra.

      De flámulas de seda
      La presumida pompa
      No arredra los insultos
      De tempestad sonora.

      ¿Qué valen contra el Euro,
      Tirano de las ondas,
      Las barras y leones
      De tu dorada popa?

      ¿Qué tu nombre, famoso
      En reinos de la aurora,
      Y donde al sol recibe
      Su cristalina alcoba?

      Ayer por estas aguas,
      Segura de sí propia,
      Desafiaba al viento
      Otra arrogante proa;

      Y ya, padrón infausto
      Que al navegante asombra,
      En un desnudo escollo
      Está cubierta de ovas.

      ¡Qué! ¿No me oyes? ¿El rumbo
      No tuerces? ¿Orgullosa
      Descoges nuevas velas,
      Y sin pavor te engolfas?

      ¿No ves, ¡oh malhadada!
      Que ya el cielo se entolda,
      Y las nubes bramando
      Relámpagos abortan?

      ¿No ves la espuma cana,
      Que hinchada se alborota,
      Ni el vendaval te asusta,
      Que silba en las maromas?

      ¡Vuelve, objeto querido
      De mi inquietud ansiosa;
      Vuelve a la amiga playa,
      Antes que el sol se esconda!
    Arriba

    A la victoria de Bailén
      Rompe el león soberbio la cadena
      Con que atarle pensó la felonía,
      Y acude con noble bizarría
      Sobre el robusto cuello la melena.

      La espuma del furor sus labios llena,
      Y a los rugidos que indignado envía,
      El tigre tiembla en la caverna umbría,
      Y todo el bosque atónito resuena.

      El león despertó; ¡temblad, traidores!
      Lo que vejez creísteis, fue descanso;
      Las juveniles fuerzas guarda enteras.

      Perseguid alevosos cazadores,
      A la tímida liebre, al ciervo manso;
      ¡No insultéis al monarca de las fieras!
    Arriba

    A un artista
      Nunca más bella iluminó la aurora
      De los montes el ápice eminente
      Ni el aura suspiró más blandamente,
      Ni más rica esmaltó los campos Flora.

      Cuanta riqueza y galas atesora,
      Hoy la Naturaleza hace patente,
      Tributando homenaje reverente
      A la deidad que el corazón adora.

      ¿Quién no escucha la célica armonía
      Que con alegre estrépito resuena
      Del abrasador sur al frío norte?

      ¡Oh Juana! Gritan todos a porfía;
      Jamás la Parca triste, de ira llena,
      De tu preciosa vida el hilo corte.
    Arriba

    A un samán
      Árbol bello, ¿quién te trajo
      A estas campiñas risueñas
      Que con tu copa decoras
      Y tu sombra placentera?
      Dicen que el dulce Dalmiro,
      Dalmiro aquel que las selvas
      Y de estos campos los hijos
      No sin lágrimas recuerdan,
      Compró de un agreste joven
      Tu amenazada existencia;
      En este alcor, estos valles,
      Viva su memoria eterna.
      Del huérfano desvalido,
      De la infeliz zagaleja,
      Del menesteroso anciano
      Él consolaba las penas.
      Extiende, samán, tus ramas
      Sin temor al hado fiero,
      Y que tu sombra amigable
      Al caminante proteja.
      Ya vendrán otras edades
      Que más lozano te vean,
      Y otros pastores y otros
      Que huyan cual sombra ligera;
      Mas del virtuoso Dalmiro
      El dulce nombre conserva,
      Y dilo a los que pisaren
      Estas hermosas riberas.
      Di, ¿de tu gigante padre,
      Que en otros campos se eleva,
      Testigo que el tiempo guarda
      De mil historias funestas,
      Viste en el valle la copa
      Desañando las tormentas?
      ¿Los caros nombres acaso
      De los zagales conservas
      Que en siglos de paz dichosos
      Poblaron estas riberas,
      Y que la horrorosa muerte,
      Extendiendo el ala inmensa,
      A las cabañas robara
      Que dejó su aliento yermas?...
      Contempló tu padre un día
      Las envidiables escenas;
      Violas en luto tornadas,
      Tintas en sangre las vegas;
      Desde entonces solitario
      En sitio apartado reina,
      De la laguna distante
      Que baña el pie de Valencia
      Agradábale en las aguas
      Ver flotar su sombra bella,
      Mientras besaban su planta
      Al jugar por las praderas.
      Del puro Catuche al margen,
      Propicios los cielos quieran
      Que, más felice, no escuches
      Tristes lamentos de guerra;
      Antes, de alegres zagales
      Las canciones placenteras,
      Y cuando más sus suspiros
      Y sus celosas querellas.
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    Égloga
      (Imitando a Virgilio)

      Tirsis, habitador del Tajo umbrío,
      Con el más vivo fuego a Clori amaba;
      A Clori, que, con rústico desvío,
      Las tiernas ansias del pastor pagaba.
      La verde margen del ameno río,
      Tal vez buscando alivio, visitaba;
      Y a la distante causa de sus males,
      Desesperado enviaba quejas tales:
      No huye tanto, pastora, el corderillo
      Del tigre atroz, como de mí te alejas,
      Ni teme tanto al buitre el pajarillo,
      Ni tanto al voraz lobo las ovejas.
      La fe no estimas de un amor sencillo,
      Ni siquiera, inhumana, oyes mis quejas;
      Por ti olvido las rústicas labores,
      Por ti fábula soy de los pastores.

      "Al cabo, al cabo, Clori, tu obstinada
      Ingratitud me causará la muerte;
      Mi historia en esos árboles grabada
      Dirá entonces que muero por quererte;
      Tantos de quienes eres adorada
      Leerán con pavor mi triste suerte;
      Nadie entonces querrá decirte amores,
      Y execrarán tu nombre los pastores.

      "Ya la sombra del bosque entrelazado
      Los animales mismos apetecen;
      Bajo el césped que tapiza el prado,
      Los pintados lagartos se guarecen.
      Si afecta las dehesas el ganado,
      Si la viña los pájaros guarnecen,
      Yo solo, por seguir mi bien esquivo,
      Sufro el rigor del alto can estivo.

      "Tú mi amor menosprecias insensata,
      Y no falta pastora en esta aldea
      Que, si el nudo en que gimo, un dios desata,
      Con Tirsis venturosa no se crea.
      ¿No me fuera mejor, di, ninfa ingrata,
      Mis obsequios rendir a Galatea,
      O admitir los halagos de Tirrena,
      Aunque rosada tú, y ella morena?

      "¿Acaso, hermosa Clori, la nevada
      Blancura de tu tez te ensoberbece?
      El color, como rosa delicada,
      A la menor injuria se amortece.
      La pálida violeta es apreciada,
      Y lánguido el jazmín tal vez fallece,
      Sin que del ramo, que adornaba ufano,
      Las ninfas le desprendan con su mano.

      "Mi amor y tu belleza maldecía,
      Tendido una ocasión sobre la arena,
      Y Tirrena, que acaso me veía,
      -¡Oh Venus, dijo, de injusticias llena;
      Lejos de unir las almas, diosa impía,
      Las divide y separa tu cadena!...
      De Clori sufres tú las esquiveces,
      Y yo te adoro a ti que me aborreces.-

      "¡Ah! No sé por qué causa amor tan fino
      Puede ser a tus ojos tan odioso;
      Cualquier pastor, cuando el rabel afino,
      Escucha mis tonadas envidioso.
      ¿No cubre estas praderas de contino
      Mi cándido rebaño numeroso?
      ¿Acaso en julio, o en el crudo invierno,
      Me falta fruto sazonado y tierno?

      "Ni tampoco es horrible mi figura,
      Si no me engaño al verme retratado
      En el cristal de esa corriente pura;
      Y a fe que a ese pastor afortunado
      Que supo dominar alma tan dura,
      Si a competir conmigo fuese osado,
      En gentileza, talle y bizarría,
      Siendo tú misma juez, le excedería.

      "Ven a vivir conmigo, ninfa hermosa;
      ¡Ven! mira las Dríadas, que te ofrecen
      En canastos la esencia de la rosa,
      Y para ti los campos enriquecen.
      Para ti sola guardo la abundosa
      Copia de frutos que en mi huerto crecen;
      Para ti sola el verde suelo pinto
      Con el clavel, la viola y el jacinto.

      "Acuérdate del tiempo en que solías,
      Cuando niña, venir a mi cercado,
      Y las tiernas manzanas me pedías
      Aún cubiertas del vello delicado.
      Desde la tierra entonces no podías
      Alcanzar el racimo colorado;
      Y después que tus medios apurabas,
      Mi socorro solícita implorabas.

      "Entonces era yo vuestro caudillo,
      Mi tercer lustro apenas comenzado,
      Sobresaliendo en el pueril corrillo,
      Como en la alfombra del ameno prado
      Descuella entre las yerbas el tomillo.
      Desde entonces Amor, Amor malvado,
      Me asestaste traidor la flecha impía
      Que me atormenta y hiere noche y día.

      "¡Ah! Tú no sabes, Clori, qué escarmiento
      Guarda Jove al mortal ingrato y duro;
      Hay destinado sólo a su tormento
      En el lóbrego Averno un antro oscuro;
      En su carne cebado, un buitre hambriento
      Le despedaza con el pico impuro,
      Y el corazón viviente devorado
      Padece a cada instante renovado.

      "Mas, ¡ay de mí! que en vano, en vano envío
      A la inhumana mi doliente acento.
      ¿Qué delirio, qué sueño es este mío?
      Prender quise la sombra, atar el viento,
      Seguir el humo y detener el río.
      Y mientras lo imposible loco intento,
      Tengo en casa la vid medio podada,
      Y en el bosque la grey abandonada.

      "¿Qué fruto saco de elevar al cielo
      Esta continua lúgubre querella?
      Ni encender puedo un corazón de hielo,
      Ni torcer el influjo de mi estrella.
      Si Clori desestima mi desvelo,
      Sabrá premiarle otra pastora bella.
      Ya baja el sol al occidente frío;
      Vuelve, vuelve al redil, ganado mío".
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    El Anauco
      Irrite la codicia
      Por rumbos ignorados
      A la sonante Tetis
      Y bramadores austros;
      El pino que habitaba
      Del Betis fortunado
      Las márgenes amenas
      Vestidas de amaranto,
      Impunemente admire
      Los deliciosos campos
      Del Ganges caudaloso,
      De aromas coronado.

      Tú, verde y apacible
      Ribera del Anauco,
      Para mí más alegre,
      Que los bosques idalios
      Y las vegas hermosas
      De la plácida Pafos,
      Resonarás continuo
      Con mis humildes cantos;
      Y cuando ya mi sombra
      Sobre el funesto barco
      Visite del Erebo
      Los valles solitarios,
      En tus umbrías selvas
      Y retirados antros
      Erraré cual un día,
      Tal vez abandonando
      La silenciosa margen
      De los estigios lagos.

      La turba dolorida
      De los pueblos cercanos
      Evocará mis manes
      Con lastimero llanto;
      Y ante la triste tumba,
      De funerales ramos
      Vestida, y olorosa
      Con perfumes indianos,
      Dirá llorando Filis:
      "Aquí descansa Fabio".

      ¡Mil veces venturoso!
      Pero, tú, desdichado,
      Por bárbaras naciones
      Lejos del clima patrio
      Débilmente vaciles
      Al peso de los años.
      Devoren tu cadáver
      Los canes sanguinarios
      Que apacienta Caribdis
      En sus rudos peñascos;
      Ni aplaque tus cenizas
      Con ayes lastimados
      La pérfida consorte
      Ceñida de otros brazos.
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    La oración por todos
      (Imitando a Victor Hugo)

      I

      Ve a rezar, hija mía. Ya es la hora
      De la conciencia y del pensar profundo:
      Cesó el trabajo afanador, y al mundo
      La sombra va a colgar su pabellón.
      Sacude el polvo el árbol del camino,
      Al soplo de la noche; y en el suelto
      Manto de la sutil neblina envuelto,
      Se ve temblar el viejo torreón.
      ¡Mira! su ruedo de cambiante nácar
      El occidente más y más angosta;
      Y enciende sobre el cerro de la costa
      El astro de la tarde su fanal.
      Para la pobre cena aderezado,
      Brilla el albergue rústico; y la tarda
      Vuelta del labrador la esposa aguarda
      Con su tierna familia en el umbral.

      Brota del seno de la azul esfera
      Uno tras otro fúlgido diamante;
      Y ya apenas de un carro vacilante
      Se oye a distancia el desigual rumor.
      Todo se hunde en la sombra: el monte, el valle,
      Y la iglesia, y la choza, y la alquería;
      Y a los destellos últimos del día
      Se orienta en el desierto el viajador.

      Naturaleza toda gime; el viento
      En la arboleda, el pájaro en el nido,
      Y la oveja en su trémulo balido,
      Y el arroyuelo, en su correr fugaz.
      El día es para el mal y los afanes:
      ¡He aquí la noche plácida y serena!
      El hombre, tras la cuita y la faena,
      Quiere descanso y oración y paz.

      Sonó en la torre la señal: los niños
      Conversan con espíritus alados;
      Y los ojos al cielo levantados,
      Invocan de rodillas al Señor.
      Las manos juntas, y los pies desnudos,
      Fe en el pecho, alegría en el semblante,
      Con una misma voz, a un mismo instante,
      Al Padre Universal piden amor.

      Y luego dormirán; y en leda tropa,
      Sobre su cuna volarán ensueños,
      Ensueños de oro, diáfanos, risueños,
      Visiones que imitar no osó el pincel.
      Y ya sobre la tersa frente posan,
      Ya beben el aliento a las bermejas
      Bocas, como lo chupan las abejas
      A la fresca azucena y al clavel.

      Como para dormirse, bajo el ala
      Esconde su cabeza la avecilla,
      Tal la niñez en su oración sencilla
      Adormece su mente virginal.
      ¡Oh dulce devoción, que reza y ríe!
      ¡De natural piedad primer aviso!
      ¡Fragancia de la flor del paraíso!
      ¡Preludio del concierto celestial!

      II

      Ve a rezar, hija mía. Y ante todo,
      Ruega a Dios por tu madre; por aquella
      Que te dio el ser, y la mitad más bella
      De su existencia ha vinculado en él;
      Que en su seno hospedó tu joven alma,
      De una llama celeste desprendida;
      Y haciendo dos porciones de la vida,
      Tomó el acíbar y te dio la miel.

      Ruega después por mí. Más que tu madre
      Lo necesito yo... Sencilla, buena,
      Modesta como tú, sufre la pena,
      Y devora en silencio su dolor.
      A muchos compasión, a nadie envidia,
      La vi tener en mi fortuna escasa;
      Como sobre el cristal la sombra, pasa
      Sobre su alma el ejemplo corruptor.

      No le son conocidos... ¡ni lo sean
      A ti jamás!... los frívolos azares
      De la vana fortuna, los pesares
      Ceñudos que anticipan la vejez;
      De oculto oprobio el torcedor, la espina
      Que punza a la conciencia delincuente,
      La honda fiebre del alma, que la frente
      Tiñe con enfermiza palidez.

      Mas yo la vida por mi mal conozco,
      Conozco el mundo, y sé su alevosía;
      Y tal vez de mi boca oirás un día
      Lo que valen las dichas que nos da.
      Y sabrás lo que guarda a los que rifan
      Riquezas y poder, la urna aleatoria,
      Y que tal vez la senda que a la gloria
      Guiar parece, a la miseria va.

      Viviendo, su pureza empaña el alma,
      Y cada instante alguna culpa nueva
      Arrastra en la corriente que la lleva
      Con rápido descenso al ataúd.
      La tentación seduce; el juicio engaña;
      En los zarzales del camino deja
      Alguna cosa cada cual: la oveja
      Su blanca lana, el hombre su virtud.

      Ve, hija mía, a rezar por mí, y al cielo
      Pocas palabras dirigir te baste:
      "Piedad, Señor, al hombre que criaste;
      Eres Grandeza; eres Bondad; ¡perdón!"
      Y Dios te oirá; que cual del ara santa
      Sube el humo a la cúpula eminente,
      Sube del pecho cándido, inocente,
      Al trono del Eterno la oración.

      Todo tiende a su fin: a la luz pura
      Del sol, la planta; el cervatillo atado,
      A la libre montaña; el desterrado,
      Al caro suelo que le vio nacer;
      Y la abejilla en el frondoso valle,
      De los nuevos tomillos al aroma;
      Y la oración en alas de paloma
      A la morada del Supremo Ser.

      Cuando por mí se eleva a Dios tu ruego,
      Soy como el fatigado peregrino,
      Que su carga a la orilla del camino
      Deposita y se sienta a respirar;
      Porque de tu plegaria el dulce canto
      Alivia el peso a mi existencia amarga,
      Y quita de mis hombros esta carga,
      Que me agobia, de culpa y de pesar.

      Ruega por mí, y alcánzame que vea,
      En esta noche de pavor, el vuelo
      De un ángel compasivo, que del cielo
      Traiga a mis ojos la perdida luz.
      Y pura finalmente, como el mármol
      Que se lava en el templo cada día,
      Arda en sagrado fuego el alma mía,
      Como arde el incensario ante la Cruz.

      III

      Ruega, hija, por tus hermanos,
      Los que contigo crecieron,
      Y un mismo seno exprimieron,v y un mismo techo abrigó.
      Ni por los que te amen sólo
      El favor del cielo implores:
      Por justos y pecadores,
      Cristo en la Cruz expiró.

      Ruega por el orgulloso
      Que ufano se pavonea,
      Y en su dorada librea
      Funda insensata altivez;
      Y por el mendigo humilde
      Que sufre el ceño mezquino
      De los que beben el vino
      Porque le dejen la hez.
      Por el que de torpes vicios
      Sumido en profundo cieno,
      Hace aullar el canto obsceno
      De nocturno bacanal;
      Y por la velada virgen
      Que en su solitario lecho
      Con la mano hiriendo el pecho,
      Reza el himno sepulcral.

      Por el hombre sin entrañas,
      En cuyo pecho no vibra
      Una simpática fibra
      Al pesar y a la aflicción;
      Que no da sustento al hambre,
      Ni a la desnudez vestido,
      Ni da la mano al caído,
      Ni da a la injuria perdón.

      Por el que en mirar se goza
      Su puñal de sangre rojo,
      Buscando el rico despojo,
      O la venganza cruel;
      Y por el que en vil libelo
      Destroza una fama pura,
      Y en la aleve mordedura
      Escupe asquerosa hiel.

      Por el que sulca animoso
      La mar, de peligros llena;
      Por el que arrastra cadena,
      Y por su duro señor;
      Por la razón que leyendo
      En el gran libro vigila;
      Por la razón que vacila;
      Por la que abraza el error.

      Acuérdate, en fin, de todos
      Los que penan y trabajan;
      Y de todos los que viajan
      Por esta vida mortal.

      Acuérdate aun del malvado
      Que a Dios blasfemando irrita.
      La oración es infinita:
      Nada agota su caudal.

      IV

      ¡Hija!, reza también por los que cubre
      La soporosa piedra de la tumba,
      Profunda sima adonde se derrumba
      La turba de los hombres mil a mil:
      Abismo en que se mezcla polvo a polvo,
      Y pueblo a pueblo; cual se ve a la hoja
      De que al añoso bosque abril despoja,
      Mezclar las suyas otro y otro abril.

      Arrodilla, arrodíllate en la tierra
      Donde segada en flor yace mi Lola,
      Coronada de angélica aureola;
      Do helado duerme cuanto fue mortal;
      Donde cautivas almas piden preces
      Que las restauren a su ser primero,
      Y purguen las reliquias del grosero
      Vaso, que las contuvo, terrenal.

      ¡Hija!, cuando tú duermes, te sonríes,
      Y cien apariciones peregrinas
      Sacuden retozando tus cortinas:
      Travieso enjambre, alegre, volador.

      Y otra vez a la luz abres los ojos,
      Al mismo tiempo que la aurora hermosa
      Abre también sus párpados de rosa,
      Y da a la tierra el deseado albor.

      ¡Pero esas pobres almas!... ¡si supieras
      Qué sueño duermen!.. su almohada es fría;
      Duro su lecho; angélica armonía
      No regocija nunca su prisión.
      No es reposo el sopor que las abruma;
      Para su noche no hay albor temprano;
      Y la conciencia, velador gusano,
      Les roe inexorable el corazón.

      Una plegaria, un solo acento tuyo,
      Hará que gocen pasajero alivio,
      Y que de luz celeste un rayo tibio
      Logre a su oscura estancia penetrar;
      Que el atormentador remordimiento
      Una tregua a sus víctimas conceda,
      Y del aire, y el agua, y la arboleda,
      Oigan el apacible susurrar.
      Cuando en el campo con pavor secreto
      La sombra ves, que de los cielos baja,
      La nieve que las cumbres amortaja,
      Y del ocaso el tinte carmesí;
      En las quejas del aura y de la fuente,
      ¿No te parece que una voz retiña,
      Una doliente voz que dice: "Niña,
      Cuando tú reces, ¿rezarás por mí?"
      Es la voz de las almas. A los muertos
      Que oraciones alcanzan, no escarnece
      El rebelado arcángel, y florece
      Sobre su tumba perennal tapiz.
      Mas ¡ay! a los que yacen olvidados
      Cubre perpetuo horror; hierbas extrañas
      Ciegan su sepultura; a sus entrañas
      Árbol funesto enreda la raíz.

      Y yo también (no dista mucho el día)
      Huésped seré de la morada oscura,
      Y el ruego invocaré de un alma pura,
      Que a mi largo penar consuelo dé.
      Y dulce entonces me será que vengas,
      Y para mí la eterna paz implores,
      Y en la desnuda losa esparzas flores,
      Simple tributo de amorosa fe.

      ¿Perdonarás a mi enemiga estrella,
      Si disipadas fueron una a una
      Las que mecieron tu mullida cuna
      Esperanzas de alegre porvenir?
      Sí, le perdonarás; y mi memoria
      Te arrancará una lágrima, un suspiro
      Que llegue hasta mi lóbrego retiro,
      Y haga mi helado polvo rebullir.
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    Las ovejas
      "Líbranos de la fiera tiranía
      De los humanos, Jove omnipotente
      ¡Una oveja decía,
      Entregando el vellón a la tijera?
      Que en nuestra pobre gente
      Hace el pastor más daño
      En la semana, que en el mes o el año
      La garra de los tigres nos hiciera.

      Vengan, padre común de los vivientes,
      Los veranos ardientes;
      Venga el invierno frío,
      Y danos por albergue el bosque umbrío,
      Dejándonos vivir independientes,
      Donde jamás oigamos la zampoña
      Aborrecida, que nos da la roña,
      Ni veamos armado
      Del maldito cayado
      Al hombre destructor que nos maltrata,
      Y nos trasquila, y ciento a ciento mata.

      Suelta la liebre pace
      De lo que gusta, y va donde le place,
      Sin zagal, sin redil y sin cencerro;
      Y las tristes ovejas ¡duro caso!
      Si hemos de dar un paso,
      Tenemos que pedir licencia al perro.

      Viste y abriga al hombre nuestra lana;
      El carnero es su vianda cotidiana;
      Y cuando airado envías a la tierra,
      Por sus delitos, hambre, peste o guerra,
      ¿Quién ha visto que corra sangre humana?
      En tus altares? No: la oveja sola
      Para aplacar tu cólera se inmola.

      Él lo peca, y nosotras lo pagamos.
      ¿Y es razón que sujetas al gobierno
      De esta malvada raza, Dios eterno,
      Para siempre vivamos?
      ¿Qué te costaba darnos, si ordenabas
      Que fuésemos esclavas,
      Menos crueles amos?
      Que matanza a matanza y robo a robo,
      Harto más fiera es el pastor que el lobo".

      Mientras que así se queja
      La sin ventura oveja
      La monda piel fregándose en la grama,
      Y el vulgo de inocentes baladores
      ¡Vivan los lobos!, clama
      Y ¡mueran los pastores!
      Y en súbito rebato
      Cunde el pronunciamiento de hato en hato
      El senado ovejuno
      "¡Ah!" dice, "todo es uno".
    Arriba

    Los duendes
      (Imitando a Victor Hugo)

      I

      No bulle
      La selva;
      El campo
      No alienta.
      Las luces
      Postreras
      Despiden
      Apenas
      Destellos,
      Que tiemblan.
      La choza
      Plebeya,
      Que horcones
      Sustentan;
      La alcoba,
      Que arrean
      Cristales
      Y sedas;
      Al sueño
      Se entregan.
      Ya es todo
      Tinieblas.
      ¡Oh noche
      Serena!
      ¡Oh vida
      Suspensa!
      La muerte
      Remedas.

      II

      ¿Qué ruido
      Sordo nace?
      Los cipreses
      Colosales
      Cabecean
      En el valle;
      Y en menuda
      Nieve caen
      Deshojados
      Azahares.
      ¿Es el soplo
      De los Andes,
      Atizando
      Los volcanes?
      ¿Es la tierra,
      Que en sus bases
      De granito
      Da balances?
      No es la tierra;
      No es el aire;
      Son los duendes
      Que ya salen.

      III

      Por allá vienen;
      ¡Qué batahola!
      Ora se apiñan
      En densa tropa,
      Que hiende rápida
      La parda atmósfera;
      Y ora se esparcen,
      Como las hojas
      Ante la ráfaga
      Devastadora.
      Si chillan estos,
      Aquellos roznan.
      Si trotan unos,
      Otros galopan.
      De la cascada
      Sobre las ondas,
      Cuál se columpia,
      Cuál cabriola.
      Y un duende enano,
      De copa en copa,
      Va dando brincos,
      Y no las dobla.

      IV

      ¿Fantasmas acaso
      La vista figura?
      Como hinchadas olas
      Que en roca desnuda
      Se estrellan sonantes,
      Y luego reculan
      Con ronco murmullo,
      Y otra vez insultan
      Al risco, lanzando
      Bramadora espuma;
      Así van y vienen,
      Y silban y zumban,
      Y gritan que aturden;
      El cielo se nubla;
      El aire se llena
      De sombras que asustan;
      El viento retiñe;
      Los montes retumban.

      V

      A casa me recojo;
      Echemos el cerrojo.
      ¡Qué triste y amarilla
      Arde mi lamparilla!
      ¡Oh Virgen del Carmelo!
      Aleja, aleja el vuelo
      De estos desoladores
      Ángeles enemigos;
      Que no talen mis flores,
      Ni atizonen mis trigos.
      Ahuyenta, madre, ahuyenta
      La chusma turbulenta;
      Y te pondré en la falda
      Olorosa guirnalda
      De rosa, nardo y lirio;
      Y haré que tu sagrario
      Alumbre un blanco cirio
      Por todo un octavario.

      VI

      ¡Cielos! ¡lo que cruje el techo!
      ¡Y lo que silba la puerta!
      Es un turbión deshecho.
      De lejos oigo estallar
      Los árboles de la huerta,
      Como el pino en el hogar.
      Si dura más el tropel,
      No amanecerá mañana
      Un cristal en la ventana,
      Ni una hoja en el vergel.

      VII

      San Antón, no soy tu devoto,
      Si no le pones luego coto
      A este diabólico alboroto.
      ¡Motín semeja, o terremoto,
      O hinchado torrente que ha roto
      Los diques, y todo lo inunda!
      ¡Jesús! ¡Jesús! ¡qué barahúnda!...
      ¿Qué significa, raza inmunda,
      Esa aldabada furibunda?
      El rayo del cielo os confunda,
      Y otra vez os pele y os tunda,
      Y en la caverna más profunda
      Del inflamado abismo os hunda.

      VIII

      Ni por ésas. Parece que arroja
      El infierno otro denso nublado,
      O que el diablo al oírme se enoja;
      Y empujando el ejército alado,
      El asalto acrecienta y aviva.
      El tejado va a ser una criba;
      Cada envión que recibe mi choza,
      Yo no sé cómo no la destroza;
      A tamaña batalla no es mucho
      Que retiemble, y que toda se cimbre,
      Cual si fuese de lienzo o de mimbre...
      ¿Es el miedo? o ¿quién anda en la sala?
      Vade retro, perverso avechucho...
      ¡Ay! Matóme la luz con el ala...

      IX

      ¡Funesta sombra! ¡Tenebroso espanto!...
      Amedrentado el corazón palpita...
      Y la legión de Lucifer en tanto,
      Reforzando la trápala y la bulla,
      A un tiempo brama, gruñe, llora, grita,
      Bufa, relincha, ronca, ladra, aúlla;
      Y asorda estrepitosa los oídos,
      Mezclando carcajadas y alaridos,
      Voz de ira, voz de horror, y voz de duelo.
      ¡Qué fiero son de trompas y cornetas!
      ¡Qué arrastrar de cadenas por el suelo!
      ¡Qué destemplado chirrío de carretas!...
      ¡Ya escampa! Hasta la tierra se estremece,
      Y según es el huracán, parece
      que a la casa y a mí nos lleva al vuelo...
      ¡Perdido soy!... ¡Misericordia, cielo!

      X

      ¡Ah! Por fin en la iglesia vecina
      A sonar comenzó la campana...
      Al furor, a la loca jarana,
      Turbación sucedió repentina.
      El tañido de aquella campana
      A la hueste infernal amohína,
      Sobrecoge, atolondra, amilana.
      Como en pecho abrumado de pena
      Una luz de esperanza divina;
      Como el sol en la densa neblina,
      De los montes rizada melena;
      El tañido de aquella campana,
      Que tan alto y sonoro domina,
      Y se pierde en la selva lejana,
      El tumulto en el aire serena.

      XI

      ¡Partieron! La sonante nota
      A la hueste infernal derrota.
      Uno a otro apresura, excita,
      Estrecha, empuja, precipita.
      Huyó la fementida tropa;
      No trota ya, sino galopa;
      No galopa ya, sino vuela.
      Por donde pasa la bandada,
      Una sombra más atezada
      Los montes y los valles vela,
      Y el luto de la noche enluta.
      Como de leña mal enjuta,
      Que en el hogar chisporrotea,
      De mil pupilas culebrea
      Rojiza luz intermitente,
      Que va señalando la ruta
      De Satanás y de su gente.

      XII

      Cesó, cesó la zozobra.
      A escape va la pandilla;
      Y la tierra se recobra
      De la grave pesadilla
      De esta visita importuna;
      Y la perezosa luna
      Sale al fin, y el campo alegra.
      Allá va la sombra negra;
      Distante suena la grita
      De la canalla maldita;
      Como cuando ciñe un monte
      De nubes el horizonte,
      Y desde su oscuro seno
      Rezonga lejano trueno;
      Como cuando primavera
      Tus nieves ha derretido,
      Gigantesca cordillera,
      Y a lo lejos se oye el ruido
      De impetuosa corriente
      Que arrastra una selva entera,
      Cubre el llano y corta el puente.

      XIII

      Mas a ti, ¿qué fortuna,
      Huerta mía, te cabe?
      ¿Respiras ya del grave
      Afán? ¿Injuria alguna
      Sufriste?... ¡Cuánta asoma,
      Entreabierta a la luna,
      Nueva flor! ¡Cuánto aroma
      De rosas y alelíes
      El ambiente embalsama!
      No hay una mustia rama;
      No hay un doblado arbusto.
      Parece que te ríes
      De tu pasado susto.

      XIV

      Sobre aquellos boldos
      Que a un pelado risco
      Guarnecen la falda,
      Al amortecido
      Rayo de la luna,
      Van haciendo giros.
      Enjambre parecen
      De avispas, que el nido
      Materno abandona,
      Despojo de niños
      Traviesos, y vuela
      Errante y proscrito.

      XV

      ¡Desventurados!
      Del patrio albergue
      También vosotros
      Gemís ausentes;
      Vagar proscriptos
      Os cupo en suerte...
      ¡Terrible fallo!...
      ¡Y eterno!... ¡Pesen
      Mis maldiciones,
      Blandas y leves,
      Sobre vosotros,
      Míseros duendes!

      XVI

      Hacia el cerro
      Que distingue
      Lo sombrío
      De su tizne
      -Padrón negro
      De hechos tristes-
      Vagorosas
      Ondas finge,
      Parda nube,
      Con matices
      Colorados,
      Como el tinte
      Que a la luna
      Da el eclipse;
      Y en la espira
      Que describe,
      Rastros deja
      Carmesíes...
      ¿En qué abismos,
      Infelice
      Nubecilla,
      Vas a hundirte?...
      Ya los ojos
      No la siguen;
      Ya es un punto;
      Ya no existe.

      XVII

      ¡Qué calma
      Tranquila!
      Tras leve
      Cortina
      De gasa
      Pajiza,
      La luna
      Dormita.
      Al sueño
      Rendidas,
      Las flores
      Se inclinan.
      El viento
      No silba,
      Ni el aura
      Suspira.
      Tú sola
      Vigilas;
      Tú siempre
      Caminas,
      Y al centro
      Gravitas,
      ¡Oh fuente
      Querida!
      Ya turbia;
      Ya limpia;
      Ya en calles,
      Que lilas
      Y adelfas
      Tapizan;
      Ya en zarzas
      Y espinas.
      ¡Tal corre
      La vida!
    Arriba

    Mis deseos
      Sabes, rubia, ¿qué gracia solicito
      Cuando de ofrenda cubro los altares?
      No ricos muebles, no soberbios lares,
      Ni una mesa que adule al apetito.

      De Aragua a las orillas un distrito
      Que me tribute fáciles manjares,
      Do vecino a mis rústicos hogares
      Entre peñascos corra un arroyito.

      Para acogerme en el calor estivo,
      Que tenga un arboleda también quiero,
      Do crezca junto al sauce el coco altivo.

      ¡Felice yo si en este albergue muero,
      Y al exhalar mi aliento fugitivo,
      Sello en tus labios el adiós postrero!
    Arriba

    No para mí, del arrugado invierno
      No para mí, del arrugado invierno
      Rompiendo el duro cetro, vuelve mayo
      La luz al cielo, a su verdor la tierra,
      No el blando vientecillo sopla amores
      O al rojo despuntar de la mañana
      Se llena de armonía el bosque verde.
      Que a quien el patrio nido y los amores
      De su niñez dejó, todo es invierno.
    Arriba

    Y posible será que destinado
      ¿Y posible será que destinado
      He de vivir en sempiterno duelo,
      Lejos del suelo hermoso, el caro suelo
      Do a la primera luz abrí los ojos?

      Cuántas, ¡ah!, cuántas veces dando
      Aunque breve a mi dolor consuelo,
      Oh montes, oh colinas, oh praderas,
      Amada sombra de la patria mía.

      Orillas del Anauco placenteras,
      Escenas de la edad encantadora,
      Que ya de mí, huyeron por mezquino,

      Huyó con presta irrevocable huida;
      Y toda en contemplarnos embebida
      Se goza el alma, a par que pena y llora.
    Arriba