.
Información biográfica
Arriba
- Información biográfica
- A la nave
- A la victoria de Bailén
- A un artista
- A un samán
- Égloga
- El Anauco
- La oración por todos
- Las ovejas
- Los duendes
- Mis deseos
- No para mí, del arrugado invierno
- Y posible será que destinado
- Traducción de poemas de Jacques Delille [1]
Información biográfica
- Nombre: Andrés Bello
Lugar y fecha nacimiento: Caracas, Venezuela, 29 de noviembre de 1781
Lugar y fecha defunción: Santiago, Chile, 15 de octubre de 1865 (83 años)
Nacionalidades: Venezolana y chilena
Ocupación: Jurista, diplomático, filósofo, filólogo, traductor, educador, escritor, ensayista, poeta
Fue considerado uno de los humanistas más importantes de América; contribuyó en innumerables campos del conocimiento.
Fuente: [Andrés Bello] en Wikipedia.org
Fuente: [Andrés Bello] en Wikipedia.org
Arriba
- A la nave
- ¿Qué nuevas esperanzas
Al mar te llevan? Torna,
Torna, atrevida nave,
A la nativa costa.
Aún ves de la pasada
Tormenta mil memorias,
¿Y ya a correr fortuna
Segunda vez te arrojas?
Sembrada está de sirtes
Aleves tu derrota,
Do tarde los peligros
Avisará la sonda.
¡Ah! Vuelve, que aún es tiempo,
Mientras el mar las conchas
De la ribera halaga
Con apacibles olas.
Presto erizando cerros
Vendrá a batir las rocas,
Y náufragas reliquias
Hará a Neptuno alfombra.
De flámulas de seda
La presumida pompa
No arredra los insultos
De tempestad sonora.
¿Qué valen contra el Euro,
Tirano de las ondas,
Las barras y leones
De tu dorada popa?
¿Qué tu nombre, famoso
En reinos de la aurora,
Y donde al sol recibe
Su cristalina alcoba?
Ayer por estas aguas,
Segura de sí propia,
Desafiaba al viento
Otra arrogante proa;
Y ya, padrón infausto
Que al navegante asombra,
En un desnudo escollo
Está cubierta de ovas.
¡Qué! ¿No me oyes? ¿El rumbo
No tuerces? ¿Orgullosa
Descoges nuevas velas,
Y sin pavor te engolfas?
¿No ves, ¡oh malhadada!
Que ya el cielo se entolda,
Y las nubes bramando
Relámpagos abortan?
¿No ves la espuma cana,
Que hinchada se alborota,
Ni el vendaval te asusta,
Que silba en las maromas?
¡Vuelve, objeto querido
De mi inquietud ansiosa;
Vuelve a la amiga playa,
Antes que el sol se esconda!
A la victoria de Bailén
- Rompe el león soberbio la cadena
Con que atarle pensó la felonía,
Y acude con noble bizarría
Sobre el robusto cuello la melena.
La espuma del furor sus labios llena,
Y a los rugidos que indignado envía,
El tigre tiembla en la caverna umbría,
Y todo el bosque atónito resuena.
El león despertó; ¡temblad, traidores!
Lo que vejez creísteis, fue descanso;
Las juveniles fuerzas guarda enteras.
Perseguid alevosos cazadores,
A la tímida liebre, al ciervo manso;
¡No insultéis al monarca de las fieras!
A un artista
- Nunca más bella iluminó la aurora
De los montes el ápice eminente
Ni el aura suspiró más blandamente,
Ni más rica esmaltó los campos Flora.
Cuanta riqueza y galas atesora,
Hoy la Naturaleza hace patente,
Tributando homenaje reverente
A la deidad que el corazón adora.
¿Quién no escucha la célica armonía
Que con alegre estrépito resuena
Del abrasador sur al frío norte?
¡Oh Juana! Gritan todos a porfía;
Jamás la Parca triste, de ira llena,
De tu preciosa vida el hilo corte.
A un samán
- Árbol bello, ¿quién te trajo
A estas campiñas risueñas
Que con tu copa decoras
Y tu sombra placentera?
Dicen que el dulce Dalmiro,
Dalmiro aquel que las selvas
Y de estos campos los hijos
No sin lágrimas recuerdan,
Compró de un agreste joven
Tu amenazada existencia;
En este alcor, estos valles,
Viva su memoria eterna.
Del huérfano desvalido,
De la infeliz zagaleja,
Del menesteroso anciano
Él consolaba las penas.
Extiende, samán, tus ramas
Sin temor al hado fiero,
Y que tu sombra amigable
Al caminante proteja.
Ya vendrán otras edades
Que más lozano te vean,
Y otros pastores y otros
Que huyan cual sombra ligera;
Mas del virtuoso Dalmiro
El dulce nombre conserva,
Y dilo a los que pisaren
Estas hermosas riberas.
Di, ¿de tu gigante padre,
Que en otros campos se eleva,
Testigo que el tiempo guarda
De mil historias funestas,
Viste en el valle la copa
Desañando las tormentas?
¿Los caros nombres acaso
De los zagales conservas
Que en siglos de paz dichosos
Poblaron estas riberas,
Y que la horrorosa muerte,
Extendiendo el ala inmensa,
A las cabañas robara
Que dejó su aliento yermas?...
Contempló tu padre un día
Las envidiables escenas;
Violas en luto tornadas,
Tintas en sangre las vegas;
Desde entonces solitario
En sitio apartado reina,
De la laguna distante
Que baña el pie de Valencia
Agradábale en las aguas
Ver flotar su sombra bella,
Mientras besaban su planta
Al jugar por las praderas.
Del puro Catuche al margen,
Propicios los cielos quieran
Que, más felice, no escuches
Tristes lamentos de guerra;
Antes, de alegres zagales
Las canciones placenteras,
Y cuando más sus suspiros
Y sus celosas querellas.
Égloga
- (Imitando a Virgilio)
Tirsis, habitador del Tajo umbrío,
Con el más vivo fuego a Clori amaba;
A Clori, que, con rústico desvío,
Las tiernas ansias del pastor pagaba.
La verde margen del ameno río,
Tal vez buscando alivio, visitaba;
Y a la distante causa de sus males,
Desesperado enviaba quejas tales:
No huye tanto, pastora, el corderillo
Del tigre atroz, como de mí te alejas,
Ni teme tanto al buitre el pajarillo,
Ni tanto al voraz lobo las ovejas.
La fe no estimas de un amor sencillo,
Ni siquiera, inhumana, oyes mis quejas;
Por ti olvido las rústicas labores,
Por ti fábula soy de los pastores.
"Al cabo, al cabo, Clori, tu obstinada
Ingratitud me causará la muerte;
Mi historia en esos árboles grabada
Dirá entonces que muero por quererte;
Tantos de quienes eres adorada
Leerán con pavor mi triste suerte;
Nadie entonces querrá decirte amores,
Y execrarán tu nombre los pastores.
"Ya la sombra del bosque entrelazado
Los animales mismos apetecen;
Bajo el césped que tapiza el prado,
Los pintados lagartos se guarecen.
Si afecta las dehesas el ganado,
Si la viña los pájaros guarnecen,
Yo solo, por seguir mi bien esquivo,
Sufro el rigor del alto can estivo.
"Tú mi amor menosprecias insensata,
Y no falta pastora en esta aldea
Que, si el nudo en que gimo, un dios desata,
Con Tirsis venturosa no se crea.
¿No me fuera mejor, di, ninfa ingrata,
Mis obsequios rendir a Galatea,
O admitir los halagos de Tirrena,
Aunque rosada tú, y ella morena?
"¿Acaso, hermosa Clori, la nevada
Blancura de tu tez te ensoberbece?
El color, como rosa delicada,
A la menor injuria se amortece.
La pálida violeta es apreciada,
Y lánguido el jazmín tal vez fallece,
Sin que del ramo, que adornaba ufano,
Las ninfas le desprendan con su mano.
"Mi amor y tu belleza maldecía,
Tendido una ocasión sobre la arena,
Y Tirrena, que acaso me veía,
-¡Oh Venus, dijo, de injusticias llena;
Lejos de unir las almas, diosa impía,
Las divide y separa tu cadena!...
De Clori sufres tú las esquiveces,
Y yo te adoro a ti que me aborreces.-
"¡Ah! No sé por qué causa amor tan fino
Puede ser a tus ojos tan odioso;
Cualquier pastor, cuando el rabel afino,
Escucha mis tonadas envidioso.
¿No cubre estas praderas de contino
Mi cándido rebaño numeroso?
¿Acaso en julio, o en el crudo invierno,
Me falta fruto sazonado y tierno?
"Ni tampoco es horrible mi figura,
Si no me engaño al verme retratado
En el cristal de esa corriente pura;
Y a fe que a ese pastor afortunado
Que supo dominar alma tan dura,
Si a competir conmigo fuese osado,
En gentileza, talle y bizarría,
Siendo tú misma juez, le excedería.
"Ven a vivir conmigo, ninfa hermosa;
¡Ven! mira las Dríadas, que te ofrecen
En canastos la esencia de la rosa,
Y para ti los campos enriquecen.
Para ti sola guardo la abundosa
Copia de frutos que en mi huerto crecen;
Para ti sola el verde suelo pinto
Con el clavel, la viola y el jacinto.
"Acuérdate del tiempo en que solías,
Cuando niña, venir a mi cercado,
Y las tiernas manzanas me pedías
Aún cubiertas del vello delicado.
Desde la tierra entonces no podías
Alcanzar el racimo colorado;
Y después que tus medios apurabas,
Mi socorro solícita implorabas.
"Entonces era yo vuestro caudillo,
Mi tercer lustro apenas comenzado,
Sobresaliendo en el pueril corrillo,
Como en la alfombra del ameno prado
Descuella entre las yerbas el tomillo.
Desde entonces Amor, Amor malvado,
Me asestaste traidor la flecha impía
Que me atormenta y hiere noche y día.
"¡Ah! Tú no sabes, Clori, qué escarmiento
Guarda Jove al mortal ingrato y duro;
Hay destinado sólo a su tormento
En el lóbrego Averno un antro oscuro;
En su carne cebado, un buitre hambriento
Le despedaza con el pico impuro,
Y el corazón viviente devorado
Padece a cada instante renovado.
"Mas, ¡ay de mí! que en vano, en vano envío
A la inhumana mi doliente acento.
¿Qué delirio, qué sueño es este mío?
Prender quise la sombra, atar el viento,
Seguir el humo y detener el río.
Y mientras lo imposible loco intento,
Tengo en casa la vid medio podada,
Y en el bosque la grey abandonada.
"¿Qué fruto saco de elevar al cielo
Esta continua lúgubre querella?
Ni encender puedo un corazón de hielo,
Ni torcer el influjo de mi estrella.
Si Clori desestima mi desvelo,
Sabrá premiarle otra pastora bella.
Ya baja el sol al occidente frío;
Vuelve, vuelve al redil, ganado mío".
El Anauco
- Irrite la codicia
Por rumbos ignorados
A la sonante Tetis
Y bramadores austros;
El pino que habitaba
Del Betis fortunado
Las márgenes amenas
Vestidas de amaranto,
Impunemente admire
Los deliciosos campos
Del Ganges caudaloso,
De aromas coronado.
Tú, verde y apacible
Ribera del Anauco,
Para mí más alegre,
Que los bosques idalios
Y las vegas hermosas
De la plácida Pafos,
Resonarás continuo
Con mis humildes cantos;
Y cuando ya mi sombra
Sobre el funesto barco
Visite del Erebo
Los valles solitarios,
En tus umbrías selvas
Y retirados antros
Erraré cual un día,
Tal vez abandonando
La silenciosa margen
De los estigios lagos.
La turba dolorida
De los pueblos cercanos
Evocará mis manes
Con lastimero llanto;
Y ante la triste tumba,
De funerales ramos
Vestida, y olorosa
Con perfumes indianos,
Dirá llorando Filis:
"Aquí descansa Fabio".
¡Mil veces venturoso!
Pero, tú, desdichado,
Por bárbaras naciones
Lejos del clima patrio
Débilmente vaciles
Al peso de los años.
Devoren tu cadáver
Los canes sanguinarios
Que apacienta Caribdis
En sus rudos peñascos;
Ni aplaque tus cenizas
Con ayes lastimados
La pérfida consorte
Ceñida de otros brazos.
La oración por todos
- (Imitando a Victor Hugo)
I
Ve a rezar, hija mía. Ya es la hora
De la conciencia y del pensar profundo:
Cesó el trabajo afanador, y al mundo
La sombra va a colgar su pabellón.
Sacude el polvo el árbol del camino,
Al soplo de la noche; y en el suelto
Manto de la sutil neblina envuelto,
Se ve temblar el viejo torreón.
¡Mira! su ruedo de cambiante nácar
El occidente más y más angosta;
Y enciende sobre el cerro de la costa
El astro de la tarde su fanal.
Para la pobre cena aderezado,
Brilla el albergue rústico; y la tarda
Vuelta del labrador la esposa aguarda
Con su tierna familia en el umbral.
Brota del seno de la azul esfera
Uno tras otro fúlgido diamante;
Y ya apenas de un carro vacilante
Se oye a distancia el desigual rumor.
Todo se hunde en la sombra: el monte, el valle,
Y la iglesia, y la choza, y la alquería;
Y a los destellos últimos del día
Se orienta en el desierto el viajador.
Naturaleza toda gime; el viento
En la arboleda, el pájaro en el nido,
Y la oveja en su trémulo balido,
Y el arroyuelo, en su correr fugaz.
El día es para el mal y los afanes:
¡He aquí la noche plácida y serena!
El hombre, tras la cuita y la faena,
Quiere descanso y oración y paz.
Sonó en la torre la señal: los niños
Conversan con espíritus alados;
Y los ojos al cielo levantados,
Invocan de rodillas al Señor.
Las manos juntas, y los pies desnudos,
Fe en el pecho, alegría en el semblante,
Con una misma voz, a un mismo instante,
Al Padre Universal piden amor.
Y luego dormirán; y en leda tropa,
Sobre su cuna volarán ensueños,
Ensueños de oro, diáfanos, risueños,
Visiones que imitar no osó el pincel.
Y ya sobre la tersa frente posan,
Ya beben el aliento a las bermejas
Bocas, como lo chupan las abejas
A la fresca azucena y al clavel.
Como para dormirse, bajo el ala
Esconde su cabeza la avecilla,
Tal la niñez en su oración sencilla
Adormece su mente virginal.
¡Oh dulce devoción, que reza y ríe!
¡De natural piedad primer aviso!
¡Fragancia de la flor del paraíso!
¡Preludio del concierto celestial!
II
Ve a rezar, hija mía. Y ante todo,
Ruega a Dios por tu madre; por aquella
Que te dio el ser, y la mitad más bella
De su existencia ha vinculado en él;
Que en su seno hospedó tu joven alma,
De una llama celeste desprendida;
Y haciendo dos porciones de la vida,
Tomó el acíbar y te dio la miel.
Ruega después por mí. Más que tu madre
Lo necesito yo... Sencilla, buena,
Modesta como tú, sufre la pena,
Y devora en silencio su dolor.
A muchos compasión, a nadie envidia,
La vi tener en mi fortuna escasa;
Como sobre el cristal la sombra, pasa
Sobre su alma el ejemplo corruptor.
No le son conocidos... ¡ni lo sean
A ti jamás!... los frívolos azares
De la vana fortuna, los pesares
Ceñudos que anticipan la vejez;
De oculto oprobio el torcedor, la espina
Que punza a la conciencia delincuente,
La honda fiebre del alma, que la frente
Tiñe con enfermiza palidez.
Mas yo la vida por mi mal conozco,
Conozco el mundo, y sé su alevosía;
Y tal vez de mi boca oirás un día
Lo que valen las dichas que nos da.
Y sabrás lo que guarda a los que rifan
Riquezas y poder, la urna aleatoria,
Y que tal vez la senda que a la gloria
Guiar parece, a la miseria va.
Viviendo, su pureza empaña el alma,
Y cada instante alguna culpa nueva
Arrastra en la corriente que la lleva
Con rápido descenso al ataúd.
La tentación seduce; el juicio engaña;
En los zarzales del camino deja
Alguna cosa cada cual: la oveja
Su blanca lana, el hombre su virtud.
Ve, hija mía, a rezar por mí, y al cielo
Pocas palabras dirigir te baste:
"Piedad, Señor, al hombre que criaste;
Eres Grandeza; eres Bondad; ¡perdón!"
Y Dios te oirá; que cual del ara santa
Sube el humo a la cúpula eminente,
Sube del pecho cándido, inocente,
Al trono del Eterno la oración.
Todo tiende a su fin: a la luz pura
Del sol, la planta; el cervatillo atado,
A la libre montaña; el desterrado,
Al caro suelo que le vio nacer;
Y la abejilla en el frondoso valle,
De los nuevos tomillos al aroma;
Y la oración en alas de paloma
A la morada del Supremo Ser.
Cuando por mí se eleva a Dios tu ruego,
- Soy como el fatigado peregrino,
Que su carga a la orilla del camino
Deposita y se sienta a respirar;
Porque de tu plegaria el dulce canto
Alivia el peso a mi existencia amarga,
Y quita de mis hombros esta carga,
Que me agobia, de culpa y de pesar.
Ruega por mí, y alcánzame que vea,
En esta noche de pavor, el vuelo
De un ángel compasivo, que del cielo
Traiga a mis ojos la perdida luz.
Y pura finalmente, como el mármol
Que se lava en el templo cada día,
Arda en sagrado fuego el alma mía,
Como arde el incensario ante la Cruz.
III
Ruega, hija, por tus hermanos,
Los que contigo crecieron,
Y un mismo seno exprimieron,v y un mismo techo abrigó.
Ni por los que te amen sólo
El favor del cielo implores:
Por justos y pecadores,
Cristo en la Cruz expiró.
Ruega por el orgulloso
Que ufano se pavonea,
Y en su dorada librea
Funda insensata altivez;
Y por el mendigo humilde
Que sufre el ceño mezquino
De los que beben el vino
Porque le dejen la hez.
Por el que de torpes vicios
Sumido en profundo cieno,
Hace aullar el canto obsceno
De nocturno bacanal;
Y por la velada virgen
Que en su solitario lecho
Con la mano hiriendo el pecho,
Reza el himno sepulcral.
Por el hombre sin entrañas,
En cuyo pecho no vibra
Una simpática fibra
Al pesar y a la aflicción;
Que no da sustento al hambre,
Ni a la desnudez vestido,
Ni da la mano al caído,
Ni da a la injuria perdón.
Por el que en mirar se goza
Su puñal de sangre rojo,
Buscando el rico despojo,
O la venganza cruel;
Y por el que en vil libelo
Destroza una fama pura,
Y en la aleve mordedura
Escupe asquerosa hiel.
Por el que sulca animoso
La mar, de peligros llena;
Por el que arrastra cadena,
Y por su duro señor;
Por la razón que leyendo
En el gran libro vigila;
Por la razón que vacila;
Por la que abraza el error.
Acuérdate, en fin, de todos
Los que penan y trabajan;
Y de todos los que viajan
Por esta vida mortal.
Acuérdate aun del malvado
Que a Dios blasfemando irrita.
La oración es infinita:
Nada agota su caudal.
IV
¡Hija!, reza también por los que cubre
La soporosa piedra de la tumba,
Profunda sima adonde se derrumba
La turba de los hombres mil a mil:
Abismo en que se mezcla polvo a polvo,
Y pueblo a pueblo; cual se ve a la hoja
De que al añoso bosque abril despoja,
Mezclar las suyas otro y otro abril.
Arrodilla, arrodíllate en la tierra
Donde segada en flor yace mi Lola,
Coronada de angélica aureola;
Do helado duerme cuanto fue mortal;
Donde cautivas almas piden preces
Que las restauren a su ser primero,
Y purguen las reliquias del grosero
Vaso, que las contuvo, terrenal.
¡Hija!, cuando tú duermes, te sonríes,
Y cien apariciones peregrinas
Sacuden retozando tus cortinas:
Travieso enjambre, alegre, volador.
Y otra vez a la luz abres los ojos,
Al mismo tiempo que la aurora hermosa
Abre también sus párpados de rosa,
Y da a la tierra el deseado albor.
¡Pero esas pobres almas!... ¡si supieras
Qué sueño duermen!.. su almohada es fría;
Duro su lecho; angélica armonía
No regocija nunca su prisión.
No es reposo el sopor que las abruma;
Para su noche no hay albor temprano;
Y la conciencia, velador gusano,
Les roe inexorable el corazón.
Una plegaria, un solo acento tuyo,
Hará que gocen pasajero alivio,
Y que de luz celeste un rayo tibio
Logre a su oscura estancia penetrar;
Que el atormentador remordimiento
Una tregua a sus víctimas conceda,
Y del aire, y el agua, y la arboleda,
Oigan el apacible susurrar.
Cuando en el campo con pavor secreto
La sombra ves, que de los cielos baja,
La nieve que las cumbres amortaja,
Y del ocaso el tinte carmesí;
En las quejas del aura y de la fuente,
¿No te parece que una voz retiña,
Una doliente voz que dice: "Niña,
Cuando tú reces, ¿rezarás por mí?"
Es la voz de las almas. A los muertos
Que oraciones alcanzan, no escarnece
El rebelado arcángel, y florece
Sobre su tumba perennal tapiz.
Mas ¡ay! a los que yacen olvidados
Cubre perpetuo horror; hierbas extrañas
Ciegan su sepultura; a sus entrañas
Árbol funesto enreda la raíz.
Y yo también (no dista mucho el día)
Huésped seré de la morada oscura,
Y el ruego invocaré de un alma pura,
Que a mi largo penar consuelo dé.
Y dulce entonces me será que vengas,
Y para mí la eterna paz implores,
Y en la desnuda losa esparzas flores,
Simple tributo de amorosa fe.
¿Perdonarás a mi enemiga estrella,
Si disipadas fueron una a una
Las que mecieron tu mullida cuna
Esperanzas de alegre porvenir?
Sí, le perdonarás; y mi memoria
Te arrancará una lágrima, un suspiro
Que llegue hasta mi lóbrego retiro,
Y haga mi helado polvo rebullir.
Las ovejas
- "Líbranos de la fiera tiranía
De los humanos, Jove omnipotente
¡Una oveja decía,
Entregando el vellón a la tijera?
Que en nuestra pobre gente
Hace el pastor más daño
En la semana, que en el mes o el año
La garra de los tigres nos hiciera.
Vengan, padre común de los vivientes,
Los veranos ardientes;
Venga el invierno frío,
Y danos por albergue el bosque umbrío,
Dejándonos vivir independientes,
Donde jamás oigamos la zampoña
Aborrecida, que nos da la roña,
Ni veamos armado
Del maldito cayado
Al hombre destructor que nos maltrata,
Y nos trasquila, y ciento a ciento mata.
Suelta la liebre pace
De lo que gusta, y va donde le place,
Sin zagal, sin redil y sin cencerro;
Y las tristes ovejas ¡duro caso!
Si hemos de dar un paso,
Tenemos que pedir licencia al perro.
Viste y abriga al hombre nuestra lana;
El carnero es su vianda cotidiana;
Y cuando airado envías a la tierra,
Por sus delitos, hambre, peste o guerra,
¿Quién ha visto que corra sangre humana?
En tus altares? No: la oveja sola
Para aplacar tu cólera se inmola.
Él lo peca, y nosotras lo pagamos.
¿Y es razón que sujetas al gobierno
De esta malvada raza, Dios eterno,
Para siempre vivamos?
¿Qué te costaba darnos, si ordenabas
Que fuésemos esclavas,
Menos crueles amos?
Que matanza a matanza y robo a robo,
Harto más fiera es el pastor que el lobo".
Mientras que así se queja
La sin ventura oveja
La monda piel fregándose en la grama,
Y el vulgo de inocentes baladores
¡Vivan los lobos!, clama
Y ¡mueran los pastores!
Y en súbito rebato
Cunde el pronunciamiento de hato en hato
El senado ovejuno
"¡Ah!" dice, "todo es uno".
Los duendes
- (Imitando a Victor Hugo)
I
No bulle
La selva;
El campo
No alienta.
Las luces
Postreras
Despiden
Apenas
Destellos,
Que tiemblan.
La choza
Plebeya,
Que horcones
Sustentan;
La alcoba,
Que arrean
Cristales
Y sedas;
Al sueño
Se entregan.
Ya es todo
Tinieblas.
¡Oh noche
Serena!
¡Oh vida
Suspensa!
La muerte
Remedas.
II
¿Qué ruido
Sordo nace?
Los cipreses
Colosales
Cabecean
En el valle;
Y en menuda
Nieve caen
Deshojados
Azahares.
¿Es el soplo
De los Andes,
Atizando
Los volcanes?
¿Es la tierra,
Que en sus bases
De granito
Da balances?
No es la tierra;
No es el aire;
Son los duendes
Que ya salen.
III
Por allá vienen;
¡Qué batahola!
Ora se apiñan
En densa tropa,
Que hiende rápida
La parda atmósfera;
Y ora se esparcen,
Como las hojas
Ante la ráfaga
Devastadora.
Si chillan estos,
Aquellos roznan.
Si trotan unos,
Otros galopan.
De la cascada
Sobre las ondas,
Cuál se columpia,
Cuál cabriola.
Y un duende enano,
De copa en copa,
Va dando brincos,
Y no las dobla.
IV
¿Fantasmas acaso
La vista figura?
Como hinchadas olas
Que en roca desnuda
Se estrellan sonantes,
Y luego reculan
Con ronco murmullo,
Y otra vez insultan
Al risco, lanzando
Bramadora espuma;
Así van y vienen,
Y silban y zumban,
Y gritan que aturden;
El cielo se nubla;
El aire se llena
De sombras que asustan;
El viento retiñe;
Los montes retumban.
V
A casa me recojo;
Echemos el cerrojo.
¡Qué triste y amarilla
Arde mi lamparilla!
¡Oh Virgen del Carmelo!
Aleja, aleja el vuelo
De estos desoladores
Ángeles enemigos;
Que no talen mis flores,
Ni atizonen mis trigos.
Ahuyenta, madre, ahuyenta
La chusma turbulenta;
Y te pondré en la falda
Olorosa guirnalda
De rosa, nardo y lirio;
Y haré que tu sagrario
Alumbre un blanco cirio
Por todo un octavario.
VI
¡Cielos! ¡lo que cruje el techo!
¡Y lo que silba la puerta!
Es un turbión deshecho.
De lejos oigo estallar
Los árboles de la huerta,
Como el pino en el hogar.
Si dura más el tropel,
No amanecerá mañana
Un cristal en la ventana,
Ni una hoja en el vergel.
VII
San Antón, no soy tu devoto,
Si no le pones luego coto
A este diabólico alboroto.
¡Motín semeja, o terremoto,
O hinchado torrente que ha roto
Los diques, y todo lo inunda!
¡Jesús! ¡Jesús! ¡qué barahúnda!...
¿Qué significa, raza inmunda,
Esa aldabada furibunda?
El rayo del cielo os confunda,
Y otra vez os pele y os tunda,
Y en la caverna más profunda
Del inflamado abismo os hunda.
VIII
Ni por ésas. Parece que arroja
El infierno otro denso nublado,
O que el diablo al oírme se enoja;
Y empujando el ejército alado,
El asalto acrecienta y aviva.
El tejado va a ser una criba;
Cada envión que recibe mi choza,
Yo no sé cómo no la destroza;
A tamaña batalla no es mucho
Que retiemble, y que toda se cimbre,
Cual si fuese de lienzo o de mimbre...
¿Es el miedo? o ¿quién anda en la sala?
Vade retro, perverso avechucho...
¡Ay! Matóme la luz con el ala...
IX
¡Funesta sombra! ¡Tenebroso espanto!...
Amedrentado el corazón palpita...
Y la legión de Lucifer en tanto,
Reforzando la trápala y la bulla,
A un tiempo brama, gruñe, llora, grita,
Bufa, relincha, ronca, ladra, aúlla;
Y asorda estrepitosa los oídos,
Mezclando carcajadas y alaridos,
Voz de ira, voz de horror, y voz de duelo.
¡Qué fiero son de trompas y cornetas!
¡Qué arrastrar de cadenas por el suelo!
¡Qué destemplado chirrío de carretas!...
¡Ya escampa! Hasta la tierra se estremece,
Y según es el huracán, parece
que a la casa y a mí nos lleva al vuelo...
¡Perdido soy!... ¡Misericordia, cielo!
X
¡Ah! Por fin en la iglesia vecina
A sonar comenzó la campana...
Al furor, a la loca jarana,
Turbación sucedió repentina.
El tañido de aquella campana
A la hueste infernal amohína,
Sobrecoge, atolondra, amilana.
Como en pecho abrumado de pena
Una luz de esperanza divina;
Como el sol en la densa neblina,
De los montes rizada melena;
El tañido de aquella campana,
Que tan alto y sonoro domina,
Y se pierde en la selva lejana,
El tumulto en el aire serena.
XI
¡Partieron! La sonante nota
A la hueste infernal derrota.
Uno a otro apresura, excita,
Estrecha, empuja, precipita.
Huyó la fementida tropa;
No trota ya, sino galopa;
No galopa ya, sino vuela.
Por donde pasa la bandada,
Una sombra más atezada
Los montes y los valles vela,
Y el luto de la noche enluta.
Como de leña mal enjuta,
Que en el hogar chisporrotea,
De mil pupilas culebrea
Rojiza luz intermitente,
Que va señalando la ruta
De Satanás y de su gente.
XII
Cesó, cesó la zozobra.
A escape va la pandilla;
Y la tierra se recobra
De la grave pesadilla
De esta visita importuna;
Y la perezosa luna
Sale al fin, y el campo alegra.
Allá va la sombra negra;
Distante suena la grita
De la canalla maldita;
Como cuando ciñe un monte
De nubes el horizonte,
Y desde su oscuro seno
Rezonga lejano trueno;
Como cuando primavera
Tus nieves ha derretido,
Gigantesca cordillera,
Y a lo lejos se oye el ruido
De impetuosa corriente
Que arrastra una selva entera,
Cubre el llano y corta el puente.
XIII
Mas a ti, ¿qué fortuna,
Huerta mía, te cabe?
¿Respiras ya del grave
Afán? ¿Injuria alguna
Sufriste?... ¡Cuánta asoma,
Entreabierta a la luna,
Nueva flor! ¡Cuánto aroma
De rosas y alelíes
El ambiente embalsama!
No hay una mustia rama;
No hay un doblado arbusto.
Parece que te ríes
De tu pasado susto.
XIV
Sobre aquellos boldos
Que a un pelado risco
Guarnecen la falda,
Al amortecido
Rayo de la luna,
Van haciendo giros.
Enjambre parecen
De avispas, que el nido
Materno abandona,
Despojo de niños
Traviesos, y vuela
Errante y proscrito.
XV
¡Desventurados!
Del patrio albergue
También vosotros
Gemís ausentes;
Vagar proscriptos
Os cupo en suerte...
¡Terrible fallo!...
¡Y eterno!... ¡Pesen
Mis maldiciones,
Blandas y leves,
Sobre vosotros,
Míseros duendes!
XVI
Hacia el cerro
Que distingue
Lo sombrío
De su tizne
-Padrón negro
De hechos tristes-
Vagorosas
Ondas finge,
Parda nube,
Con matices
Colorados,
Como el tinte
Que a la luna
Da el eclipse;
Y en la espira
Que describe,
Rastros deja
Carmesíes...
¿En qué abismos,
Infelice
Nubecilla,
Vas a hundirte?...
Ya los ojos
No la siguen;
Ya es un punto;
Ya no existe.
XVII
¡Qué calma
Tranquila!
Tras leve
Cortina
De gasa
Pajiza,
La luna
Dormita.
Al sueño
Rendidas,
Las flores
Se inclinan.
El viento
No silba,
Ni el aura
Suspira.
Tú sola
Vigilas;
Tú siempre
Caminas,
Y al centro
Gravitas,
¡Oh fuente
Querida!
Ya turbia;
Ya limpia;
Ya en calles,
Que lilas
Y adelfas
Tapizan;
Ya en zarzas
Y espinas.
¡Tal corre
La vida!
Mis deseos
- Sabes, rubia, ¿qué gracia solicito
Cuando de ofrenda cubro los altares?
No ricos muebles, no soberbios lares,
Ni una mesa que adule al apetito.
De Aragua a las orillas un distrito
Que me tribute fáciles manjares,
Do vecino a mis rústicos hogares
Entre peñascos corra un arroyito.
Para acogerme en el calor estivo,
Que tenga un arboleda también quiero,
Do crezca junto al sauce el coco altivo.
¡Felice yo si en este albergue muero,
Y al exhalar mi aliento fugitivo,
Sello en tus labios el adiós postrero!
No para mí, del arrugado invierno
- No para mí, del arrugado invierno
Rompiendo el duro cetro, vuelve mayo
La luz al cielo, a su verdor la tierra,
No el blando vientecillo sopla amores
O al rojo despuntar de la mañana
Se llena de armonía el bosque verde.
Que a quien el patrio nido y los amores
De su niñez dejó, todo es invierno.
Y posible será que destinado
- ¿Y posible será que destinado
He de vivir en sempiterno duelo,
Lejos del suelo hermoso, el caro suelo
Do a la primera luz abrí los ojos?
Cuántas, ¡ah!, cuántas veces dando
Aunque breve a mi dolor consuelo,
Oh montes, oh colinas, oh praderas,
Amada sombra de la patria mía.
Orillas del Anauco placenteras,
Escenas de la edad encantadora,
Que ya de mí, huyeron por mezquino,
Huyó con presta irrevocable huida;
Y toda en contemplarnos embebida
Se goza el alma, a par que pena y llora.