Manuel Machado

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    Información biográfica

  1. Adelfos
  2. Ars Moriendi
  3. Cantares
  4. Castilla
  5. Dolientes madrigales
  6. El jardín gris
  7. El jardín negro
  8. El poeta de "Adelfos" dice al fin
  9. El príncipe
  10. Eleusis
  11. Encajes
  12. Fantasía de Puck
  13. Felipe IV
  14. Figulinas
  15. Gerineldos, el paje
  16. La copla
  17. La copla andaluza
  18. La corte
  19. Lirio
  20. Los días sin sol
  21. Mariposa negra
  22. Melancolía
  23. Morir, dormir
  24. Nessun maggior dolore
  25. Oasis
  26. Ocaso
  27. Oliveretto de Fermo del tiempo de los Médicis
  28. Oriente
  29. Otoño
  30. Regreso
  31. Retablo (Glosa de Berceo)


Información biográfica
    Nombre: Manuel Machado
    Lugar y fecha nacimiento: Sevilla, 29 de agosto de 1874
    Lugar y fecha defunción: Madrid, 19 de enero de 1947 (72 años)
    Ocupación: Escritor, dramaturgo, poeta
    Movimiento: Modernismo
Fue el hermano mayor de Antonio Machado. Continuó en algunos aspectos la tarea de su padre como divulgador y renovador del folclore popular y el "cante hondo". Influido por Paul Verlaine y Rubén Darío, su verso aparece ingenioso, ágil y expresivo, con huellas del parnasianismo y los poetas malditos franceses.

Fuente: [Manuel Machado] en Wikipedia.org

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    Adelfos
      (A Miguel de Unamuno)

      Yo soy como las gentes que a mi tierra vinieron
      Soy de la raza mora, vieja amiga del Sol,
      Que todo lo ganaron y todo lo perdieron.
      Tengo el alma de nardo del árabe español.

      Mi voluntad se ha muerto una noche de luna
      En que era muy hermoso no pensar ni querer...
      Mi ideal es tenderme, sin ilusión ninguna...
      De cuando en cuando, un beso y un nombre de mujer.

      En mi alma, hermana de la tarde, no hay contornos...;
      Y la rosa simbólica de mi única pasión
      Es una flor que nace en tierras ignoradas
      Y que no tiene aroma, ni forma, ni color.

      Besos, ¡pero no darlos! Gloria.... ¡la que me deben!
      ¡Que todo como un aura se venga para mí!
      ¡Que las olas me traigan y las olas me lleven,
      Y que jamás me obliguen el camino a elegir!

      ¡Ambición! No la tengo. ¡Amor! No lo he sentido.
      No ardí nunca en un fuego de fe ni gratitud.
      Un vago afán de arte tuve... Ya lo he perdido.
      Ni el vicio me seduce ni adoro la virtud.

      De mi alta aristocracia dudar jamás se pudo.
      No se ganan, se heredan, elegancia y blasón...
      Pero el lema de casa, el mote del escudo,
      Es una nube vaga que eclipsa un vano sol.

      Nada os pido. Ni os amo ni os odio. Con dejarme,
      Lo que hago por vosotros, hacer podéis por mí...
      ¡Que la vida se tome la pena de matarme,
      Ya que yo no me tomo la pena de vivir!...

      Mi voluntad se ha muerto una noche de luna
      En que era muy hermoso no pensar ni querer...
      De cuando en cuando un beso, sin ilusión ninguna.
      ¡El beso generoso que no he de devolver!
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    Ars Moriendi
      I

      Morir es... Una flor hay, en el sueño
      Que, al despertar, no está ya en nuestras manos,
      De aromas y colores imposibles...
      Y un día sin aurora la cortamos.

      II

      Dichoso es el que olvida
      El porqué del viaje
      Y, en la estrella, en la flor, en el celaje,
      Deja su alma prendida.

      III

      Y yo había dicho: "¡Vive!"
      Es decir: ama y besa,
      Escucha, mira, toca,
      Embriágate y sueña...

      Y ahora suspiro: "¡Muérete!"
      Es decir: calla, ciega,
      Abstente, para, olvida,
      Resígnate... y espera.

      IV

      Era un agua que se secó,
      Un aroma que se esfumó,
      Una lumbre que se apagó...

      Y ya es sólo la aridez,
      La insipidez,
      La hez...

      V

      La Vida se aparece como un sueño
      En nuestra infancia... Luego despertamos
      A verla, y caminamos
      El encanto buscándole risueño
      Que primero soñamos;
      ... y, como no lo hallamos,
      Buscándolo seguimos,
      Hasta que para siempre nos dormimos.

      VI

      ¡Y Ella viene siempre! Desde que nacemos,
      Su paso, lejano o próximo, huella
      El mismo sendero por donde corremos
      Hasta dar con Ella.

      VII

      Lleno estoy de sospechas de verdades
      Que no me sirven ya para la vida,
      Pero que me preparan dulcemente
      A bien morir...

      VIII

      Mi pensamiento, como un sol ardiente,
      Ha cegado mi espíritu y secado
      Mi corazón...

      IX

      El cuerpo joven, pero el alma helada,
      Sé que voy a morir, porque no amo
      Ya nada.
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    Cantares
      Vino, sentimiento, guitarra y poesía,
      Hacen los cantares de la patria mía...
      Cantares...
      Quien dice cantares, dice Andalucía.

      A la sombra fresca de la vieja parra,
      Un mozo moreno rasguea la guitarra...
      Cantares...
      Algo que acaricia y algo que desgarra.

      La prima que canta y el bordón que llora...
      Y el tiempo callado se va hora tras hora.
      Cantares...
      Son dejos fatales de la raza mora.

      No importa la vida, que ya está perdida.
      Y, después de todo, ¿qué es eso, la vida?...

      Cantares...
      Cantando la pena, la pena se olvida.

      Madre, pena, suerte; pena, madre, muerte;
      Ojos negros, negros, y negra la suerte.
      Cantares...
      En ellos, el alma del alma se vierte.

      Cantares. Cantares de la patria mía...
      Cantares son sólo los de Andalucía.
      Cantares...
      No tiene más notas la guitarra mía.
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    Castilla
      (A Manuel Reina, gran poeta)

      El ciego sol se estrella
      En las duras aristas de las armas,
      Llaga de luz los petos y espaldares
      Y flamea en las puntas de las lanzas.

      El ciego sol, la sed y la fatiga.
      Por la terrible estepa castellana,
      Al destierro, con doce de los suyos,
      Polvo, sudor y hierro el Cid cabalga.

      Cerrado está el mesón a piedra y lodo...
      Nadie responde. Al pomo de la espada
      Y al cuento de las picas, el postigo
      Va a ceder... ¡Quema el sol, el aire abrasa!

      A los terribles golpes,
      De eco ronco, una voz pura, de plata
      Y de cristal, responde... Hay una niña
      Muy débil y muy blanca,
      En el umbral. Es toda
      Ojos azules; y en los ojos, lágrimas.
      Oro pálido nimba
      Su carita curiosa y asustada.

      "¡Buen Cid! Pasad... El rey nos dará muerte,
      Arruinará la casa
      Y sembrará de sal el pobre campo
      Que mi padre trabaja...
      Idos. El Cielo os colme de venturas...
      En nuestro mal, ¡oh Cid!, no ganáis nada".

      Calla la niña y llora sin gemido...
      Un sollozo infantil cruza la escuadra
      De feroces guerreros,
      Y una voz inflexible grita: "¡En marcha!"

      El ciego sol, la sed y la fatiga.
      Por la terrible estepa castellana,
      Al destierro, con doce de los suyos
      Polvo, sudor y hierro, el Cid cabalga.
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    Dolientes madrigales
      I

      Por una de esas raras reflexiones
      De la luz, que los físicos
      Explicarán llenando
      De fórmulas un libro...
      Mirándome las manos
      Como hacen los enfermeros de continuo
      Veo en la faceta de un diamante, en una
      Faceta del diamante de mi anillo,
      Reflejarse tu cara, mientras piensas
      Que divago o medito
      O sueño... He descubierto,
      Por azar, este medio tan sencillo
      De verte y ver tu corazón, que es otro
      Diamante puro y limpio.
      Cuando me muera, déjame
      En el dedo este anillo.

      II

      Estoy muy mal... Sonrío
      Porque el desprecio del dolor me asiste,
      Porque aún miro lo bello en torno mío
      Y... por lo triste que es el estar triste.
      Pero ya la fontana
      Del sentimiento mana
      Tan lenta y silenciosa, que su canto,
      Sonoro, otrora, como risa, es llanto.

      III

      Guardo, entre mis tesoros de cordura,
      La nostalgia febril de la locura,
      Como gaje de ayer... para un mañana
      Que no ha de venir ya.

      Mustia flor, que me recuerda la lozana
      Primavera y la risa entre la grana
      De los labios... Fontana de ternura
      Que se ha secado ya.

      Y así, no es en mí el canto, sino el cuento
      Que "ayer" nos da tan solo el argumento;
      Y la canción es cosa para el día,
      Que ha declinado ya.

      Ha llenado la noche el alma mía
      Y la sombra ha ahuyentado a la poesía...
      Porque ya el día suspirado siento
      Que no amanecerá.
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    El jardín gris
      (A Francisco Villaespesa)

      ¡Jardín sin jardinero!
      ¡Viejo jardín,
      Viejo jardín sin alma,
      Jardín muerto! Tus árboles
      No agita el viento. En el estanque, el agua
      Yace podrida. ¡Ni una onda! El pájaro
      No se posa en tus ramas.
      La verdinegra sombra
      De tus hiedras contrasta
      Con la triste blancura
      De tus veredas áridas...

      ¡Jardín, jardín! ¿Qué tienes?
      ¡Tu soledad es tanta,
      Que no deja poesía a tu tristeza!
      ¡Llegando a ti, se muere la mirada!
      Cementerio sin tumbas...
      Ni una voz, ni recuerdos, ni esperanza.
      ¡Jardín sin jardinero!
      ¡Viejo jardín,
      Viejo jardín sin alma!
    Arriba

    El jardín negro
      Es noche. La inmensa
      Palabra es silencio...
      Hay entre los árboles
      Un grave misterio...
      El sonido duerme,
      El color se ha muerto.
      La fuente está loca,
      Y mudo está el eco.

      ¿Te acuerdas?... En vano
      Quisimos saberlo...
      ¡Qué raro! ¡Qué oscuro!
      ¡Aún crispa mis nervios,
      Pasando ahora mismo
      Tan solo el recuerdo,
      Como si rozado
      Me hubiera un momento
      El ala peluda
      De horrible murciélago!...
      Ven, ¡mi amada! Inclina
      Tu frente en mi pecho;
      Cerremos los ojos;
      No oigamos, callemos...
      ¡Como dos chiquillos
      Que tiemblan de miedo!

      La luna aparece,
      Las nubes rompiendo...
      La luna y la estatua
      Se dan un gran beso.
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    El poeta de "Adelfos" dice al fin
      Ya el pobre corazón eligió su camino.
      Ya a los vientos no oscila, ya a las olas no cede,
      Al azar no suspira, ni se entrega al Destino...
      Ahora sabe querer, y quiere lo que puede.
      Renunció al imposible y al sin querer divino.
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    El príncipe
      Siete soles forman
      El solio del príncipe
      De los siete soles.

      Su cetro de oro
      Es un haz de llamas
      De mil arreboles.

      Su rostro, que nadie
      Miró porque ciega,
      Las nubes esconden.

      Su imperio, los mundos,
      Él todo lo puede,
      Todo lo conoce...

      Y en sus ojos, cuyo
      Mirar mata, brillan
      ¡Todos los dolores!
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    Eleusis
      (A Miguel Sawa)

      Se perdió en las vagas
      Selvas de un ensueño,
      Y sólo de espaldas
      La vi desde lejos...
      Como una caricia
      Dorada, el cabello,
      Tendido, sus hombros
      Cubría. Y, al verlo,
      Siguióla mi alma
      Y fuese muy lejos,
      Dejándome solo,
      No sé si dormido o despierto.

      Se fue hasta el castillo
      Del burgrave fiero,
      Que está en la alta roca:
      Los puentes cayeron
      Y se despertaron
      Los sones del hierro.
      Pasamos... Mi alma,
      Tras ella corriendo,
      Dejándome solo,
      No sé si dormido o despierto.

      Se fue hasta las verdes
      Llanuras de Jonia; y el templo
      Cruzó de Partenes.
      Del mármol eterno
      Dejó las regiones...
      Y se fue más lejos
      Con mi alma, dejándome solo,
      No sé si dormido o despierto.

      Oro y negras piedras,
      Y muros inmensos,
      Y tumbas enormes
      Sepulcro de un pueblo
      Que mira hacia Oriente
      Con sus ojos muertos.
      Siguió... Y arrastraba
      Mi alma más lejos,
      Dejándome solo,
      No sé si dormido o despierto.

      Siguió; entre menhires
      Pasamos y horrendos
      Despojos de fieras...
      Siguió; y a lo lejos,
      Perdióse en las selvas
      Oscuras del sueño
      Dejándome solo,
      No sé si dormido o despierto.
    Arriba

    Encajes
      Alma son de mis cantares,
      Tus hechizos...
      Besos, besos
      A millares. Y en tus rizos,
      Besos, besos a millares.
      ¡Siempre amores! ¡Nunca amor!

      Los placeres
      Van de prisa:
      Una risa
      Y otra risa,
      Y mil nombres de mujeres,
      Y mil hojas de jazmín
      Desgranadas
      Y ligeras...
      Y son copas no apuradas,
      Y miradas
      Pasajeras,
      Que desfloran nada más.

      Desnudeces,
      Hermosuras,
      Carne tibia y morbideces,
      Elegancias y locuras...

      No me quieras, no me esperes...
      ¡No hay amor en los placeres!
      ¡No hay placer en el amor!
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    Fantasía de Puck
      (A Silvio Rebello)

      El hada pequeñita
      De las piedras preciosas
      Que vive en un coral
      Busca al gnomo que habita
      La corteza rugosa
      De un antiguo nogal.

      Y, juntos, de la mano
      Para hacer travesuras,
      Aquella noche van,
      Como hermana y hermano,
      Por las sendas oscuras
      De la selva ideal...

      Detrás va su cortejo
      De dudas y sospechas...
      Y una marcha triunfal
      Saluda al crimen, viejo
      Que ruge y canta endechas
      Con su voz de puñal.

      Van los presentimientos
      Junto a las intenciones...
      Con los recuerdos van
      Los malos pensamientos,
      Las locas tentaciones
      Ahogadas al brotar.

      Todo lo que hay de sueños
      De otra vida perdido;
      Lo que pasó o vendrá.
      Vagas curvas de ensueños:
      Lo que casi no ha sido...,
      Lo que tal vez será...

      Va, callado, cruzando
      El cortejo discreto
      Por la selva ideal...
      ¡Viene el día temblando...;
      Va a romper el secreto
      La aurora al despuntar!...

      Mas sólo vio, al mostrarse,
      Una burbuja sobre
      Las olas del mar...
      Y una cara borrarse
      En la corteza pobre
      Del antiguo nogal.
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    Felipe IV
      (A Antonio de Zayas)

      Nadie más cortesano ni pulido
      Que nuestro Rey Felipe, que Dios guarde,
      Siempre de negro hasta los pies vestido.

      Es pálida su tez como la tarde,
      Cansado el oro de su pelo undoso,
      Y de sus ojos, el azul, cobarde.

      Sobre su augusto pecho generoso,
      Ni joyeles perturban ni cadenas
      El negro terciopelo silencioso.

      Y, en vez de cetro real, sostiene apenas
      Con desmayo galán un guante de ante
      La blanca mano de azuladas venas.
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    Figulinas
      (A Jacinto Benavente)

      ¡Qué bonita es la princesa!
      ¡Qué traviesa!
      ¡Qué bonita!
      ¡La princesa pequeñita
      De los cuadros de Watteau!

      ¡Yo la miro, yo la admiro,
      Yo la adoro!
      Si suspira, yo suspiro;
      Si ella llora, también lloro;
      Si ella ríe, río yo.

      Cuando alegre la contemplo,
      Como ahora, me sonríe...
      Y otras veces su mirada
      En los aires se deslíe,
      Pensativa...

      ¡Si parece que está viva
      La princesa de Watteau!

      Al pasar la vista hiere,
      Elegante,
      Y ha de amarla quien la viere.

      Yo adivino en su semblante
      Que ella goza, goza y quiere,
      Vive y ama, sufre y muere...
      ¡Como yo!
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    Gerineldos, el paje
      Del color del lirio tiene Gerineldos
      Dos grandes ojeras;
      Del color del lirio, que dicen locuras
      De amor de la reina.

      Al llegar la tarde,
      Pobre pajecillo,
      Con labios de rosa,
      Con ojos de idilio;
      Al llegar la noche,
      Junto a los macizos
      De arrayanes, vaga,
      Cerca del castillo.

      Cerca del castillo,
      Vagar vagamente
      La reina le ha visto.
      De sedas cubierto,
      Sin armas al cinto,
      Con alma de nardo,
      Con talle de lirio.
    Arriba

    La copla
      Hasta que el pueblo las canta,
      Las coplas, coplas no son,
      Y cuando las canta el pueblo,
      Ya nadie sabe el autor.

      Tal es la gloria, Guillén,
      De los que escriben cantares:
      Oír decir a la gente
      Que no los ha escrito nadie.

      Procura tú que tus coplas
      Vayan al pueblo a parar,
      Aunque dejen de ser tuyas
      Para ser de los demás.

      Que, al fundir el corazón
      En el alma popular,
      Lo que se pierde de nombre
      Se gana de eternidad.
    Arriba

    La copla andaluza
      Del placer que irrita,
      Y el amor, que ciega,
      Escuchad la canción, que recoge
      La noche morena.

      La noche sultana,
      La noche andaluza,
      Que estremece la tierra y la carne
      De aroma y lujuria.

      Bajo el plenilunio,
      Como lagrimones,
      Como goterones, sus cálidas notas
      Llueven los bordones.

      Son melancolía
      Sonora, son ayes
      De las otras cuerdas heridas, punzadas,
      Las notas vibrantes.

      Y en el aire, húmedo
      De aroma y lujuria,
      Levanta su vuelo -paloma rafeña-
      La copla andaluza.

      Dice de ojos negros
      Y de rojos labios,
      De venganza, de olvido, de ausencia,
      De amor y de engaño...

      Y de desengaño.
      De males y bienes,
      De esperanza, de celos... de cosas
      De hombres y mujeres.

      Y brota en los labios
      Soberbia y sencilla,
      Como brotan el agua en la fuente,
      La sangre en la herida.

      Y allá va en la noche,
      Paloma rafeña,
      A decir la verdad a lo lejos,
      Triste, clara y bella.

      Del placer, que irrita,
      Y el amor, que ciega,
      Escuchad la canción, que recoge
      La noche morena.
    Arriba

    La corte
      (A Jean Moreas)

      El conde, orgullo y gloria, las damas galantea
      Y a los nobles zahiere madrigal y epigrama,
      Cuando un paje, de lejos y por señas, le llama.
      No lleva el paje escudo ni señorial librea.

      "Venid -le dice quedo- seguidme... ¡a donde sea!
      Sólo deciros puedo que es hermosa la dama...
      Mas a oscuras el sitio está donde se os llama,
      Y aún quiere que el camino desconocido os sea".

      Duda un momento el conde, y recela, no en vano,
      Que siniestra emboscada aceche sus arrojos...
      Mas, aferrando al cinto los dorados puñales,

      Al paje, que sonríe resuelto da la mano...
      Y el pajecillo rubio pone sobre sus ojos
      Un pañuelo bordado con las armas reales.
    Arriba

    Lirio
      Casi todo alma,
      Vaga Gerineldos
      Por esos jardines
      Del rey, a lo lejos,
      Junto a los macizos
      De arrayanes...
      Besos
      De la reina dicen
      Los morados cercos
      De sus ojos mustios,
      Dos idilios muertos.
      Casi todo alma,
      Se pierde en silencio,
      Por el laberinto
      De arrayanes... ¡Besos!
      Solo, solo, solo,
      Lejos, lejos, lejos...
      Como una humareda,
      Como un pensamiento...
      Como esa persona
      Extraña que vemos
      Cruzar por las calles
      Oscuras de un sueño.
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    Los días sin sol
      (A M. Leo Rouanet)

      El lobo blanco del invierno,
      El lobo blanco viene,
      Con los feroces ojos inyectados
      En sangre helada, fijos y crueles.
      ¡Maldito lobo invierno, que te llevas
      Los viejos y los débiles!

      ¡Reunámonos, que todos
      Tengan una familia,
      Un libro y fuego alegre!

      Y mientras, fuera, el hacha
      El tronco seco hiende,
      Que será rojo en el hogar, cerremos
      La puerta y el balcón... ¡Dios no nos quiere!

      ¡Tregua! Seamos amigos...
      La tibia paz entre nosotros reine
      En torno de la lámpara, que esparce
      La tranquila poesía del presente.

      Y tú, mi amada, cuyos rojos labios
      Son ya la sola flor, dámelos, ¡quiéreme!...

      ¡Que el lobo blanco del invierno
      El lobo blanco viene!
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    Mariposa negra
      (A Rubén Darío)

      La hora cárdena... La tarde
      Los velos se va quitando...
      El velo de oro..., el de plata.
      La hora cárdena...
      "Aún es temprano".
      "Nada veo sino el polvo
      Del camino..."
      "Aún es temprano".

      "¿Gritaron, madre?"
      "No, hija;
      Nadie habló... ¿Lloras?..."
      "Lo blanco
      Del camino que contemplo
      Las lágrimas me ha saltado..."
      "No es eso..."
      "Yo no sé, madre".
      "Él vendrá, que aún es temprano".

      "Madre, el humo se está quieto,
      Las nubes parecen mármol...,
      Y los árboles diríase,
      Que tienden abiertos brazos".

      Un mendigo horrible pasa,
      Y hacia el castillo ha mirado.

      Una negra mariposa
      Revolotea en el cuarto.
      La hora cárdena... La tarde
      Los velos se va quitando...

      El velo de oro, el de plata...,
      El de celajes violados.
      ... Y el sol va a caer allá lejos,
      Guerrero herido en el campo.

      ¡Mal hayan los servidores
      Que sin su señor tornaron,
      Los que con él se partieron
      Y traen, sin él, su caballo!
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    Melancolía
      Me siento, a veces, triste
      Como una tarde del otoño viejo;
      De saudades sin nombre,
      De penas melancólicas tan lleno...
      Mi pensamiento, entonces,
      Vaga junto a las tumbas de los muertos
      Y en torno a los cipreses y a los sauces
      Que, abatidos, se inclinan... Y me acuerdo
      De historias tristes, sin poesía... Historias
      Que tienen casi blancos mis cabellos.
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    Morir, dormir
      ¡Qué tristes almas en pena
      Son las viejas alegrías...
      Y qué fantasmas de días
      Las noches de luna llena!...

      ¡Qué lamentable cadena
      De pobres melancolías
      Las horas largas y frías
      De la barquilla en la arena!

      ¡Qué broma absurda y pesada
      Es la aventura de amor,
      Hoy sin amor evocada!...

      ¡Dolor!... ¿Dónde lo hay mayor
      Que recordar la pasada
      Alegría en el dolor?
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    Nessun maggior dolore
      ¡Qué tristes almas en pena
      Son las viejas alegrías...
      Y qué fantasmas de días
      Las noches de luna llena!...

      ¡Qué lamentable cadena
      De pobres melancolías
      Las horas largas y frías
      De la barquilla en la arena!

      ¡Qué broma absurda y pesada
      Es la aventura de amor,
      Hoy sin amor evocada!...

      ¡Dolor!... ¿Dónde lo hay mayor
      Que recordar la pasada
      Alegría en el dolor?
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    Oasis
      Sueña el león.
      Junto a las tres palmeras
      Se amansa el sol. Existe
      El agua. Y Dios deja un momento
      Que los pobres camellos se arrodillen...

      Junto a las tres palmeras,
      El árabe, tendido, al fin, sonríe
      Y suspira... Damasco
      Lejos aún le aguarda. Los confines
      Del horizonte brillan encendidos.
      Un silencio terrible
      Llena el aire... En la arena
      Tiembla la sombra elástica de un tigre.
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    Ocaso
      Era un suspiro lánguido y sonoro
      La voz del mar aquella tarde... El día,
      No queriendo morir, con garras de oro
      De los acantilados se prendía.

      Pero su seno el mar alzó potente,
      Y el sol, al fin, como en soberbio lecho,
      Hundió en las olas la dorada frente,
      En una brasa cárdena deshecho.

      Para mi pobre cuerpo dolorido,
      Para mi triste alma lacerada,
      Para mi yerto corazón herido,

      Para mi amarga vida fatigada...
      ¡El mar amado, el mar apetecido,
      El mar, el mar y no pensar en nada!...
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    Oliveretto de Fermo del tiempo de los Médicis
      (A Ricardo Calvo)

      Fue valiente, fue hermoso, fue artista.
      Inspiró amor, terror y respeto.

      En pintarle gladiando desnudo
      Ilustró su pincel Tintoretto.

      Machiavelli nos narra su historia
      De asesino elegante y discreto.

      César Borgia lo ahorcó en Sinigaglia...
      Dejó un cuadro, un puñal y un soneto.
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    Oriente
      (A Ramón del Valle Inclán)

      Antonio, en los acentos de Cleopatra encantado,
      La copa de oro olvida que está de néctar llena.
      Y, creyente en los sueños que evoca la sirena,
      Toda en los ojos tiene su alma de soldado.

      La reina, hoja tras hoja, deshojando sus flores,
      En la copa de Antonio las deja dulcemente...
      Y prosigue su cuento de batallas y amores,
      Aprendido en las magas tradiciones de Oriente...

      Detiénese... Y Antonio ve su copa olvidada...
      Mas pone ella la mano sobre el borde de oro,
      Y, sonriendo, lenta hacia sí la retira...

      Después, siempre a los ojos del guerrero asomada,
      Sella sus gruesos labios con un beso sonoro...
      Y da la copa a un siervo, que la bebe y expira...
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    Otoño
      En el parque, yo solo... Han cerrado
      Y, olvidado
      En el parque viejo, solo
      Me han dejado.

      La hoja seca,
      Vagamente,
      Indolente,
      Roza el suelo...
      Nada sé,
      Nada quiero,
      Nada espero.
      Nada...

      Solo
      En el parque me han dejado
      Olvidado,
      ... y han cerrado.
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    Regreso
      Largas tardes campestres;
      Alamedas rosadas;
      Aire delgado que el aroma apenas
      Sostiene de la acacia;
      Huerto, pinar... Llanuras de oro viejo,
      Azul de la montaña...
      Esquilas del arambre
      Y balido, sin fin, de la majada,
      En el silencio claro...
      ¡Adiós, adiós! ¡Que la ciudad me llama!

      Maravillosa noche estremecida
      Por el rumor del agua
      Y el fulgor de los astros
      Imán de la mirada
      Perdida en lo insondable
      De la eterna pregunta. (El grillo canta,
      Corre la estrella, el aire
      Suspira entre las ramas).
      Sueño tranquilo y sano,
      Velado por las plantas
      Humildes de la tierra y por el bravo
      Eucalipto que asoma a mi ventana...
      Noche de paz y de salud y sueño...
      ¡Adiós, adiós! ¡Que la ciudad me llama!

      Allegro matinal, tímida gloria
      Y milagro de nácar,
      A las corolas risa,
      Trino a las aves y delicia del alma,
      Aire en las sienes, despertar, eterna
      Juventud, ¡oh mañana
      Que abres los ojos y las rosas!, dulce
      Y poderosa gracia...
      Mañana de mi huerto, suave y pura...
      ¡Adiós, adiós! ¡Que la ciudad me llama!

      ¡Me llama la ciudad que ignora el cielo
      Y la tierra y el agua
      Y el sol y las estrellas,
      Febril y jadeante, apresurada,
      Con su aliento mefítico,
      Y su llanto y sus máquinas,
      Sonora de metales
      Infecta de palabras!
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    Retablo (Glosa de Berceo)
      Ya están ambos a diestra del Padre deseado,
      Los dos santos varones, el chantre y el cantado,
      El gran Santo Domingo de Silos venerado
      Y el maestre Gonzalo de Berceo nombrado.

      Yo veo al Santo como en la sabida prosa
      Fecha en nombre de Cristo y de la Gloriosa:
      La color amarilla, la marcha fatigosa,
      El cabello tirado, la frente luminosa...

      Y a su lado el poeta, romeo peregrino,
      Sonríe a los de ahora que andamos el camino,
      Y el galardón nos muestra de su claro destino:
      Una palma de gloria y un vaso de buen vino.
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