Rubén Darío

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    Información biográfica

  1. A Francisca
  2. A Juan Ramón Jiménez
  3. A Margarita Debayle
  4. Abrojos
  5. Alaba los ojos negros de Julia
  6. Ama tu ritmo
  7. Amo, amas
  8. Autumnal
  9. Balada en honor de las musas de carne y hueso
  10. Blasón
  11. Bota, bota, bella niña
  12. Bouquet
  13. Canción de carnaval
  14. Canción de otoño en primavera
  15. Caracol
  16. Carne, celeste carne de la mujer
  17. Caso
  18. Catulle Mendés
  19. Caupolican
  20. ¿Cómo decía usted, amigo mío?
  21. Cosas del Cid
  22. Cuando cantó la culebra
  23. Cuando llegues a amar
  24. De invierno
  25. De otoño
  26. Del Trópico
  27. Día de dolor
  28. Diamante
  29. Dice Mía
  30. Divagación
  31. Divina psiquis
  32. En el kiosko bien oliente
  33. El cisne
  34. El faisán
  35. El soneto de trece versos
  36. El verso sutil que pasa o se posa
  37. En la muerte de Rafael Núñez
  38. Era un aire suave
  39. Franca, cristalina
  40. Francisca, sé suave
  41. Garçonnière
  42. Ite, missa est
  43. La bailarina de los pies desnudos
  44. La cabeza del rabí
  45. La fe
  46. Leda
  47. Lo fatal
  48. Los cisnes
  49. Los motivos del lobo
  50. Marcha triunfal
  51. Margarita
  52. Marina
  53. Melancolía
  54. Metempsicosis
  55. Mía
  56. Nocturno
  57. ¡Oh, mi adorada niña!
  58. ¡Oh, miseria de toda lucha por lo finito!
  59. ¡Oh, terremoto mental!
  60. Palabras de la satiresa
  61. Poema del otoño
  62. Primaveral
  63. Programa matinal
  64. Que el amor no admite cuerdas reflexiones
  65. ¿Que por qué así? No es muy dulce
  66. Rima
  67. Sobre el diván
  68. Sonatina
  69. Soneto al marqués de Bradomín
  70. Tarde del Trópico
  71. Thánatos
  72. Triste, tristemente
  73. Tú eres mío, tú eres mía
  74. Una votiva
  75. Venus
  76. Voy a confiarte, amada
  77. Yo persigo una forma


Información biográfica
    Nombre: Félix Rubén García Sarmiento
    Lugar y fecha nacimiento: Metapa -ahora Ciudad Darío-, Matagalpa, Nicaragua, 18 de enero de 1867
    Lugar y fecha defunción: León, Nicaragua, 6 de febrero de 1916 (49 años)
    Ocupación: Diplomático, periodista, escritor, poeta
    Movimiento: Modernismo
Considerado el máximo representante del modernismo literario en lengua española; es, posiblemente, el poeta que ha tenido una mayor y más duradera influencia en la poesía del siglo XX en el ámbito hispánico. Es llamado príncipe de las letras castellanas.

Para la formación poética de Rubén Darío fue determinante la influencia de la poesía francesa. En primer lugar, los románticos (muy especialmente Victor Hugo). Más adelante llega la influencia de los parnasianos: Théophile Gautier, Leconte de Lisle, Catulle Mendès y José María de Heredia. Y, por último, lo que termina por definir la estética dariana es su admiración por los simbolistas (entre ellos, por encima de cualquier otro autor Paul Verlaine).

Fuente: [Rubén Darío] en Wikipedia.org

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    A Francisca
      Ajena al dolo y al sentir artero,
      Llena de la ilusión que da la fe,
      Lazarillo de Dios en mi sendero,
      Francisca Sánchez, acompáñame...
      En mi pensar de duelo y de martirio
      Casi inconsciente me pusiste miel,
      Multiplicaste pétalos de lirio
      Y refrescaste la hoja de laurel.
      Ser cuidadosa del dolor supiste
      Y elevarte al amor sin comprender;
      Enciendes luz en las horas del triste,
      Pones pasión donde no puede haber.
      Seguramente Dios te ha conducido
      Para regar el árbol de mi fe,
      Hacia la fuente de noche y de olvido,
      Francisca Sánchez, acompáñame...
    Arriba

    A Juan Ramón Jiménez
      ¿Tienes, joven amigo, ceñida la coraza
      Para empezar, valiente, la divina pelea?
      ¿Has visto si resiste el metal de tu idea
      La furia del mandoble y el peso de la maza?

      ¿Te sientes con la sangre de la celeste raza
      Que vida con los números pitagóricos crea?
      ¿Y, como el fuerte Herakles al león de Nemea,
      A los sangrientos tigres del mal darías caza?

      ¿Te enternece el azul de una noche tranquila?
      ¿Escuchas pensativo el sonar de la esquila
      Cuando el Angelus dice el alma de la tarde?...

      ¿Tu corazón las voces ocultas interpreta?
      Sigue, entonces, tu rumbo de amor. Eres poeta.
      La belleza te cubra de luz y Dios te guarde.
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    A Margarita Debayle
      Margarita, está linda la mar,
      Y el viento
      Lleva esencia sutil de azahar;
      Yo siento
      En el alma una alondra cantar:
      Tu acento.
      Margarita, te voy a contar
      Un cuento.
      Este era un rey que tenía
      Un palacio de diamantes,
      Una tienda hecha del día
      Y un rebaño de elefantes,
      Un kiosco de malaquita,
      Un gran manto de tisú,
      Y una gentil princesita,
      Tan bonita
      Margarita,
      Tan bonita como tú.
      Una tarde la princesa
      Vio una estrella aparecer;
      La princesa era traviesa
      Y la quiso ir a coger.
      La quería para hacerla
      Decorar un prendedor,
      Con un verso y una perla,
      Y una pluma y una flor.
      Las princesas primorosas
      Se parecen mucho a ti:
      Cortan lirios, cortan rosas,
      Cortan astros. Son así.
      Pues se fue la niña bella,
      Bajo el cielo y sobre el mar,
      A cortar la blanca estrella
      Que la hacía suspirar.
      Y siguió camino arriba,
      Por la luna y más allá;
      Mas lo malo es que ella iba
      Sin permiso del papá.
      Cuando estuvo ya de vuelta
      De los parques del Señor,
      Se miraba toda envuelta
      En un dulce resplandor.
      Y el rey dijo: "¿Qué te has hecho?
      Te he buscado y no te hallé;
      ¿Y qué tienes en el pecho,
      Que encendido se te ve?"
      La princesa no mentía.
      Y así, dijo la verdad:
      "Fui a cortar la estrella mía
      A la azul inmensidad".
      Y el rey clama: "¿No te he dicho
      Que el azul no hay que tocar?
      ¡Qué locura! ¡Qué capricho!
      El Señor se va a enojar".
      Y dice ella: "No hubo intento:
      Yo me fui no sé por qué
      Por las olas y en el viento
      Fui a la estrella y la corté".
      Y el papá dice enojado:
      "Un castigo has de tener:
      Vuelve al cielo, y lo robado
      Vas ahora a devolver".
      La princesa se entristece
      Por su dulce flor de luz,
      Cuando entonces aparece
      Sonriendo el buen Jesús.
      Y así dice: "En mis campiñas
      Esa rosa le ofrecí:
      Son mis flores de las niñas
      Que al soñar piensan en mí".
      Viste el rey ropas brillantes,
      Y luego hace desfilar
      Cuatrocientos elefantes
      A la orilla de la mar.
      La princesita está bella,
      Pues ya tiene el prendedor
      En que lucen, con la estrella,
      Verso, perla, pluma y flor.
      Margarita, está linda la mar,
      Y el viento
      Lleva esencia sutil de azahar:
      Tu aliento.
      Ya que lejos de mí vas a estar,
      Guarda, niña, un gentil pensamiento
      Al que un día te quiso contar
      Un cuento.
    Arriba

    Abrojos
      Lloraba en mis brazos vestida de negro,
      Se oía el latido de su corazón,
      Cubríanle el cuello los rizos castaños
      Y toda temblaba de miedo y de amor.
      ¿Quién tuvo la culpa? La noche callada.
      Ya iba a despedirme. Cuando dije "¡adiós!",
      Ella, sollozando, se abrazó a mi pecho
      Bajo aquel ramaje del almendro en flor.
      Velaron las nubes la pida luna...
      Después, tristemente lloramos los dos.
      ¿Que lloras? Lo comprendo.
      Todo concluido está.
      Pero no quiero verte,
      Alma mía, llorar.
      Nuestro amor, siempre, siempre...
      Nuestras bodas... jamás.
      ¿Quién es ese bandido
      Que se vino a robar
      Tu corona florida
      Y tu velo nupcial?
      Mas no, no me lo digas,
      No lo quiero escuchar.
      Tu nombre es Inocencia
      Y el de él es Satanás.
      Un abismo a tus plantas,
      Una mano procaz
      Que te empuja; tú ruedas,
      Y mientras tanto, va
      El ángel de tu guarda
      Triste y solo a llorar.
      Pero ¿por qué derramas
      Tantas lágrimas? ¡Ah!
      Sí, todo lo comprendo...
      No, no me digas más.
    Arriba

    Alaba los ojos negros de Julia
      ¿Eva era rubia? No. Con negros ojos
      Vio la manzana del jardín: con labios
      Rojos probó su miel; con labios rojos
      Que saben hoy más ciencia que los sabios.

      Venus tuvo el azur en sus pupilas,
      Pero su hijo no. Negros y fieros,
      Encienden a las tórtolas tranquilas
      Los dos ojos de Eros.

      Los ojos de las reinas fabulosas,
      De las reinas magníficas y fuertes,
      Tenían las pupilas tenebrosas
      Que daban los amores y las muertes.

      Pentesilea, reina de amazonas;
      Judith, espada y fuerza de Betulia;
      Cleopatra, encantadora de coronas,
      La luz tuvieron de tus ojos, Julia.

      La negra, que es más luz que la luz blanca
      Del sol, y las azules de los cielos.
      Luz que el más rojo resplandor arranca
      Al diamante terrible de los celos.

      Luz negra, luz divina, luz que alegra
      La luz meridional, luz de las niñas,
      De las grandes ojeras, ¡oh luz negra
      Que hace cantar a Pan bajo las viñas!
    Arriba

    Ama tu ritmo
      Ama tu ritmo y ritma tus acciones
      Bajo su ley, así como tus versos;
      Eres un universo de universos
      Y tu alma una fuente de canciones.
      La celeste unidad que presupones
      Hará brotar en ti mundos diversos,
      Y al resonar tus números dispersos
      Pitagoriza en tus constelaciones.
      Escucha la retórica divina
      Del pájaro, del aire y la nocturna
      Irradiación geométrica adivina;
      Mata la indiferencia taciturna
      Y engarza perla y perla cristalina
      En donde la verdad vuelca su urna.
    Arriba

    Amo, amas
      Amar, amar, amar, amar siempre, con todo
      El ser y con la tierra y con el cielo,
      Con lo claro del sol y lo oscuro del lodo;
      Amar por toda ciencia y amar por todo anhelo.
      Y cuando la montaña de la vida
      Nos sea dura y larga y alta y llena de abismos,
      Amar la inmensidad que es de amor encendida
      ¡Y arder en la fusión de nuestros pechos mismos!
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    Autumnal
      En las pálidas tardes
      Yerran nubes tranquilas
      En el azul; en las ardientes manos
      Se posan las cabezas pensativas.
      ¡Ah los suspiros! ¡Ah los dulces sueños!
      ¡Ah las tristezas íntimas!
      ¡Ah el polvo de oro que en el aire flota,
      Tras cuyas ondas trémulas se miran
      Los ojos tiernos y húmedos,
      Las bocas inundadas de sonrisas,
      Las crespas cabelleras
      Y los dedos de rosa que acarician!

      En las pálidas tardes
      Me cuenta un hada amiga
      Las historias secretas
      Llenas de poesía;
      Lo que cantan los pájaros,
      Lo que llevan las brisas,
      Lo que vaga en las nieblas,
      Lo que sueñan las niñas.

      Una vez sentí el ansia
      De una sed infinita.
      Dije al hada amorosa:
      ¿Quiero en el alma mía
      Tener la aspiración honda, profunda,
      Inmensa: luz, calor, aroma, vida.
      Ella me dijo: ?¡Ven!? con el acento
      Con que hablaría un arpa. En él había
      Un divino aroma de esperanza.
      ¡Oh sed del ideal!
      Sobre la cima
      De un monte, a medianoche,
      Me mostró las estrellas encendidas.
      Era un jardín de oro
      Con pétalos de llama que titilan.
      Exclamé: ¿Más...
      La aurora
      Vino después. La aurora sonreía,
      Con la luz en la frente,
      Como la joven tímida
      Que abre la reja, y la sorprenden luego
      Ciertas curiosas, mágicas pupilas.
      Y dije: ¿Más...? Sonriendo
      La celeste hada amiga
      Prorrumpió: ¡Y bien! ¡Las flores!
      Y las flores
      Estaban frescas, lindas,
      Empapadas de olor: la rosa virgen,
      La blanca margarita,
      La azucena gentil y las volúbiles
      Que cuelgan de la rama estremecida.
      Y dije: ¿Más...
      El viento
      Arrastraba rumores, ecos, risas,
      Murmullos misteriosos, aleteos,
      Músicas nunca oídas.

      El hada entonces me llevó hasta el velo
      Que nos cubre las ansias infinitas,
      La inspiración profunda
      Y el alma de las liras.
      Y los rasgó. Allí todo era aurora.
      En el fondo se vía
      Un bello rostro de mujer.
      ¡Oh, nunca,
      Piérides, diréis las sacras dichas
      Que en el alma sintiera!
      Con su vaga sonrisa:
      ¿Más?... dijo el hada.
      Y yo tenía entonces
      Clavadas las pupilas
      En el azul; y en mis ardientes manos
      Se posó mi cabeza pensativa...
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    Balada en honor de las musas de carne y hueso
      (A Gregorio Martínez Sierra)

      Nada mejor para cantar la vida,
      Y aún para dar sonrisas a la muerte,
      Que la áurea copa en donde Venus vierte
      La esencia azul de su viña encendida.
      Por respirar los perfumes de Armida
      Y por sorber el vino de su beso,
      Vino de ardor, de beso, de embeleso,
      Fuérase al cielo en la bestia de Orlando,
      ¡Voz de oro y miel para decir cantando:
      La mejor musa es la de carne y hueso!
      Cabellos largos en la buhardilla,
      Noches de insomnio al blancor del invierno,
      Pan de dolor con la sal de lo eterno
      Y ojos de ardor en que Juvencio brilla;
      El tiempo en vano mueve su cuchilla,
      El hilo de oro permanece ileso;
      Visión de gloria para el libro impreso
      Que en sueños va como una mariposa
      Y una esperanza en la boca de rosa.
      ¡La mejor musa es la de carne y hueso!
      Regio automóvil, regia cetrería,
      Borla y mucera, heráldica fortuna,
      Nada son como a la luz de la luna
      Una mujer hecha una melodía.
      Barca de amar busca la fantasía,
      No el yatch de Alfonso o la barca de Creso.
      Da al cuerpo llama y fortifica el seso
      Ese archivado y vital paraíso;
      Pasad de largo, Abelardo y Narciso.
      ¡La mejor musa es la de carne y hueso!
      Clío está en esta frente hecha de Aurora,
      Euterpe canta en esta lengua fina,
      Talía ríe en la boca divina,
      Melpómene es ese gesto que implora;
      En estos pies Terpsícore se adora,
      Cuello inclinado es de Erato embeleso,
      Polymnia intenta a Calíope proceso
      Por esos ojos en que Amor se quema.
      Urania rige todo ese sistema.
      ¡La mejor musa es la de carne y hueso!
      No protestéis con celo protestante,
      Contra el panal de rosas y claveles
      En que Tiziano moja sus pinceles
      Y gusta el cielo de Beatrice el Dante.
      Por eso existe el verso de diamante,
      Por eso el iris tiéndese y por eso
      Humano genio es celeste progreso.
      Líricos cantan y meditan sabios:
      Por esos pechos y por esos labios.
      ¡La mejor musa es la de carne y hueso!

      Envío: 1907
      Gregorio: nada al cantor determina
      Como el gentil estímulo del beso.
      Gloria al sabor de la boca divina.
      ¡La mejor musa es la de carne y hueso!
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    Blasón
      El olímpico cisne de nieve
      Con el ágata rosa del pico
      Lustra el ala eucarística y breve
      Que abre al sol como un casto abanico.

      De la forma de un brazo de lira
      Y del asa de un ánfora griega
      Es su cándido cuello, que inspira
      Como prora ideal que navega.

      Es el cisne, de estirpe sagrada,
      Cuyo beso, por campos de seda,
      Ascendió hasta la cima rosada
      De las dulces colinas de Leda.

      Blanco rey de la fuente Castalia,
      Su victoria ilumina el Danubio;
      Vinci fue su varón en Italia;
      Lohengrín es su príncipe rubio.

      Su blancura es hermana del lino,
      Del botón de los blancos rosales
      Y del albo toisón diamantino
      De los tiernos corderos pascuales.

      Rimador de ideal florilegio,
      Es de armiño su lírico manto,
      Y es el mágico pájaro regio
      Que al morir rima el alma en un canto.

      El alado aristócrata muestra
      Lises albos en campo de azur,
      Y ha sentido en sus plumas la diestra
      De la amable y gentil Pompadour.

      Boga y boga en el lago sonoro
      Donde el sueño a los tristes espera,
      Donde aguarda una góndola de oro
      A la novia de Luis de Baviera.

      Dad, condesa, a los cisnes cariño;
      Dioses son de un país halagüeño,
      Y hechos son de perfume, de armiño,
      De luz alba, de seda y de sueño.
    Arriba

    Bota, bota, bella niña
      Bota, bota, bella niña,
      Ese precioso collar
      En que brillan los diamantes
      Como el líquido cristal
      De las perlas del rocío matinal.
      Del bolsillo de aquel sátiro
      Salió el oro y salió el mal.
      Bota, bota esa serpiente
      Que te quiere estrangular
      Enrollada en tu garganta
      Hecha de nieve y coral.
    Arriba

    Bouquet
      Un poeta egregio del país de Francia,
      Que con versos áureos alabó el amor,
      Formó un ramo armónico, lleno de elegancia,
      En su Sinfonía en Blanco Mayor.

      Yo por ti formara, Blanca deliciosa,
      El regalo lírico de un blanco bouquet,
      Con la blanca estrella, con la blanca rosa
      Que en los bellos parques del azul se ve.

      Hoy que tú celebras tus bodas de nieve
      (Tus bodas de virgen con el sueño son),
      Todas sus blancuras Primavera llueve
      Sobre la blancura de tu corazón.

      Cirios, cirios blancos, blancos, blancos lirios,
      Cuello de los cisnes, margarita en flor,
      Galas de la espuma, ceras de los cirios
      Y estrellas celestes tienen tu color.

      Yo, al enviarte versos, de mi vida arranco
      La flor que te ofrezco, blanco serafín.
      ¡Mira cómo mancha tu corpiño blanco
      La más roja rosa que hay en tu jardín!
    Arriba

    Canción de carnaval
      Musa, la máscara apresta,
      Ensaya un aire jovial
      Y goza y ríe en la fiesta
      Del Carnaval.

      Ríe en la danza que gira,
      Muestra la pierna rosada,
      Y suene, como una lira,
      Tu carcajada.

      Para volar más ligera
      Ponte dos hojas de rosa,
      Como hace tu compañera
      La mariposa.

      Y que en tu boca risueña,
      Que se une al alegre coro,
      Deje la abeja porteña
      Su miel de oro.

      Únete a la mascarada,
      Y mientras muequea un clown
      Con la faz pintarrajeada
      Como Frank Brown;

      Mientras Arlequín revela
      Que al prisma sus tintes roba
      Y aparece Pulchinela
      Con su joroba,

      Di a Colombina la bella
      Lo que de ella pienso yo,
      Y descorcha una botella
      Para Pierrot.

      Que él te cuente cómo rima
      Sus amores con la Luna
      Y te haga un poema en una
      Pantomima.

      Da al aire la serenata,
      Toca el auro bandolín,
      Lleva un látigo de plata
      Para el spleen.

      Sé lírica y sé bizarra;
      Con la cítara sé griega;
      O gaucha, con la guitarra
      De Santos Vega.

      Mueve tu espléndido torso
      Por las calles pintorescas,
      Y juega y adorna el Corso
      Con rosas frescas.

      De perlas riega un tesoro
      De Andrade en el regio nido,
      Y en la hopalanda de Guido,
      Polvo de oro.

      Penas y duelos olvida,
      Canta deleites y amores;
      Busca la flor de las flores
      Por Florida:

      Con la armonía te encantas
      De las rimas de cristal,
      Y deshojas a sus plantas,
      Un madrigal.

      Piruetea, baila, inspira
      Versos locos y joviales;
      Celebre la alegre lira
      Los carnavales.

      Sus gritos y sus canciones,
      Sus comparsas y sus trajes,
      Sus perlas, tintes y encajes
      Y pompones.

      Y lleve la rauda brisa,
      Sonora, argentina, fresca,
      ¡La victoria de tu risa
      Funambulesca!
    Arriba

    Canción de otoño en primavera
      (A Gregorio Martínez Sierra)

      Juventud, divino tesoro,
      ¡Ya te vas para no volver!
      Cuando quiero llorar, no lloro...
      Y a veces lloro sin querer...
      Plural ha sido la celeste
      Historia de mi corazón.
      Era una dulce niña, en este
      Mundo de duelo y aflicción.
      Miraba como el alba pura;
      Sonreía como una flor.
      Era su cabellera oscura
      Hecha de noche y de dolor.
      Yo era tímido como un niño.
      Ella, naturalmente, fue,
      Para mi amor hecho de armiño,
      Herodías y Salomé...
      Juventud, divino tesoro,
      ¡Ya te vas para no volver...!
      Cuando quiero llorar, no lloro...
      Y a veces lloro sin querer...
      Y más consoladora y más
      Halagadora y expresiva,
      La otra fue más sensitiva
      Cual no pensé encontrar jamás.
      Pues a su continua ternura
      Una pasión violenta unía.
      En un peplo de gasa pura
      Una bacante se envolvía...
      En sus brazos tomó mi ensueño
      Y lo arrulló como a un bebé...
      Y le mató, triste y pequeño,
      Falto de luz, falto de fe...
      Juventud, divino tesoro,
      ¡Te fuiste para no volver!
      Cuando quiero llorar, no lloro...
      Y a veces lloro sin querer...
      Otra juzgó que era mi boca
      El estuche de su pasión;
      Y que me roería, loca,
      Con sus dientes el corazón,
      Poniendo en un amor de exceso
      La mira de su voluntad,
      Mientras eran abrazo y beso
      Síntesis de la eternidad;
      Y de nuestra carne ligera
      Imaginar siempre un Edén,
      Sin pensar que la primavera
      Y la carne acaban también...
      Juventud, divino tesoro,
      ¡Ya te vas para no volver!
      Cuando quiero llorar, no lloro...
      Y a veces lloro sin querer...
      ¡Y las demás! En tantos climas,
      En tantas tierras siempre son,
      Si no pretextos de mis rimas
      Fantasmas de mi corazón.
      En vano busqué a la princesa
      Que estaba triste de esperar.
      La vida es dura. Amarga y pesa.
      ¡Ya no hay princesa que cantar!
      Mas a pesar del tiempo terco,
      Mi sed de amor no tiene fin;
      Con el cabello gris, me acerco
      A los rosales del jardín...
      Juventud, divino tesoro,
      ¡Ya te vas para no volver!
      Cuando quiero llorar, no lloro...
      Y a veces lloro sin querer...
      ¡Mas es mía el alba de oro!
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    Carne, celeste carne de la mujer
      ¡Carne, celeste carne de la mujer! Arcilla
      -Dijo Hugo-, ambrosía más bien, ¡oh maravilla!,
      La vida se soporta,
      Tan doliente y tan corta,
      Solamente por eso:
      Roce, mordisco o beso
      En ese pan divino
      Para el cual nuestra sangre es nuestro vino.
      En ella está la lira,
      En ella está la rosa,
      En ella está la ciencia armoniosa,
      En ella se respira
      El perfume vital de toda cosa.
      Eva y Cipris concentran el misterio
      Del corazón del mundo.
      Cuando el áureo Pegaso
      En la victoria matinal se lanza
      Con el mágico ritmo de su paso
      Hacia la vida y hacia la esperanza,
      Si alza la crin y las narices hincha
      Y sobre las montañas pone el casco sonoro
      Y hacia la mar relincha,
      Y el espacio se llena
      De un gran temblor de oro,
      Es que ha visto desnuda a Anadiomena.
      Gloria, ¡oh potente a quien las sombras temen!
      ¡Que las más blancas tórtolas te inmolen,
      Pues por ti la floresta está en el polen
      Y el pensamiento en el sagrado semen!
      Gloria, ¡oh sublime, que eres la existencia
      Por quien siempre hay futuros en el útero eterno!
      ¡Tu boca sabe al fruto del árbol de la ciencia
      Y al torcer tus cabellos apagaste el infierno!
      Inútil es el grito de la legión cobarde
      Del interés, inútil el progreso
      "Yankee", si te desdeña.
      Si el progreso es de fuego, por ti arde.
      ¡Toda lucha del hombre va a tu beso,
      Por ti se combate o se sueña!
      Pues en ti existe primavera para el triste,
      Labor gozosa para el fuerte,
      Néctar, ánfora, dulzura amable.
      ¡Porque en ti existe
      El placer de vivir hasta la muerte
      Ante la eternidad de lo probable!
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    Caracol
      En la playa he encontrado un caracol de oro
      Macizo y recamado de las perlas más finas;
      Europa le ha tocado con sus manos divinas
      Cuando cruzó las ondas sobre el celeste toro.

      He llevado a mis labios el caracol sonoro
      Y he suscitado el eco de las dianas marinas,
      Le acerqué a mis oídos y las azules minas
      Me han contado en voz baja su secreto tesoro.

      Así la sal me llega de los vientos amargos
      Que en sus hinchadas velas sintió la nave Argos
      Cuando amaron los astros el sueño de Jasón;

      Y oigo un rumor de olas y un incógnito acento
      Y un profundo oleaje y un misterioso viento...
      (El caracol la forma tiene de un corazón.)
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    Caso
      A un cruzado caballero,
      Garrido y noble garzón,
      En el palenque guerrero
      Le clavaron un acero
      Tan cerca del corazón,
      Que el físico al contemplarle,
      Tras verle y examinarle,
      Dijo: "Quedará sin vida
      Si se pretende sacarle
      El venablo de la herida".
      Por el dolor congojado,
      Triste, débil, desangrado,
      Después que tanto sufrió,
      Con el acero clavado
      El caballero murió.
      Pues el físico decía
      Que, en dicho caso, quien
      Una herida tal tenía,
      Con el venablo moría,
      Sin el venablo también.
      ¿No comprendes, Asunción,
      La historia que te he contado,
      La del garrido garzón
      Con el acero clavado
      Muy cerca del corazón?
      Pues el caso es verdadero;
      Yo soy el herido, ingrata,
      Y tu amor es el acero:
      ¡Si me lo quitas, me muero;
      Si me lo dejas, me mata!
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    Catulle Mendés
      Puede ajustarse al pecho coraza férrea y dura;
      Puede regir la lanza, la rienda del corcel;
      Sus músculos de atleta soportan la armadura...
      Pero el busca en las bocas rosadas leche y miel.

      Artista, hijo de Capua, que adora la hermosura,
      La carne femenina prefiere su pincel;
      Y en el recinto oculto de tibia alcoba oscura
      Agrega mirto y rosas a su triunfal laurel.

      Canta de los oaristis el delicioso instante,
      Los besos y el delirio de la mujer amante,
      Y en sus palabras tiene perfume, alma, color.

      Su ave es la venusina, la tímida paloma.
      Vencido hubiera en Grecia, vencido hubiera en Roma,
      En todos los combates del arte o del amor.
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    Caupolican
      Es algo formidable que vio la vieja raza:
      Robusto tronco de árbol al hombro de un campeón
      Salvaje y aguerrido, cuya fornida maza
      Blandiera el brazo de Hércules o el brazo de Sansón.
      Por casco sus cabellos, por pecho su coraza,
      Pudiera tal guerrero, de Arauco en la región,
      Lancero de los bosques, Nemrod que todo caza,
      Desjaretar un toro, o estrangular un león.
      Anduvo, anduvo, anduvo. Le vio la luz del día,
      Le vio la tarde pálida, le vio la noche fría,
      Y siempre el tronco de árbol a cuestas del titán.
      "¡El Toqui, el Toqui!" clama la conmovida casta.
      Anduvo, anduvo, anduvo. La aurora dijo: "Basta",
      E irguióse la alta frente del gran Caupolican.
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    ¿Cómo decía usted, amigo mío?
      ¿Cómo decía usted, amigo mío?
      ¿Qué el amor es un río? No es extraño.
      Es ciertamente un río
      Que, uniéndose al confluente del desvío,
      Va a perderse en el mar del desengaño.
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    Cosas del Cid
      Cuenta Barbey, en versos que valen bien su prosa,
      Una hazaña del Cid, fresca como una rosa,
      Pura como una perla. No se oyen en la hazaña
      Resonar en el viento las trompetas de España,
      Ni el azorado moro las tiendas abandona
      Al ver al sol el alma de acero de Tizona.

      Babieca descansando del huracán guerrero,
      Tranquilo pace, mientras el bravo caballero
      Sale a gozar del aire de la estación florida.
      Ríe la Primavera, y el vuelo de la vida
      Abre lirios y sueños en el jardín del mundo.
      Rodrigo de Vivar pasa, meditabundo,
      Por una senda en donde, bajo el sol glorioso,
      Tendiéndole la mano, le detiene un leproso.

      Frente a frente, el soberbio príncipe del estrago
      Y la victoria, joven, bello como Santiago,
      Y el horror animado, la viviente carroña
      Que infecta los suburbios de hedor y de ponzoña.

      Y al Cid tiende la mano el siniestro mendigo,
      Y su escarcela busca y no encuentra Rodrigo.
      "¡Oh, Cid, una limosna!", dice el pobrecito.
      "Hermano,
      ¡Te ofrezco la desnuda limosna de mi mano!"
      Dice el Cid; y, quitando su férreo guante, extiende
      La diestra al miserable, que llora y que comprende.

      Tal es el sucedido que el Condestable escancia
      Como un vino precioso en su copa de Francia.
      Yo agregaré este sorbo de licor castellano:

      Cuando su guantelete hubo vuelto a la mano,
      El Cid siguió su rumbo por la primaveral
      Senda. Un pájaro daba su nota de cristal
      En un árbol. El cielo profundo desleía
      Un perfume de gracia en la gloria del día.
      Las ermitas lanzaban en el aire sonoro
      Su melodiosa lluvia de tórtolas de oro;
      El alma de las flores iba por los caminos
      A unirse a la piadosa voz de los peregrinos
      Y el gran Rodrigo Díaz de Vivar, satisfecho,
      Iba cual si llevase una estrella en el pecho.
      Cuando de la campiña, aromada de esencia
      Sutil, salió una niña vestida de inocencia,
      Una niña que fuera una mujer, de franca
      Y angélica pupila, y muy dulce y muy blanca.
      Una niña que fuera un hada, o que surgiera
      Encarnación de la divina Primavera.

      Y fue al Cid y le dijo: "Alma de amor y fuego,
      Por Jimena y por Dios un regalo te entrego,
      Esta rosa naciente y este fresco laurel".
      Y el Cid, sobre su yelmo las frescas hojas siente,
      En su guante de hierro hay una flor naciente,
      Y en lo íntimo del alma como un dulzor de miel.
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    Cuando cantó la culebra
      Cuando cantó la culebra,
      Cuando trinó el gavilán,
      Cuando gimieron las flores,
      Y una estrella lanzó un "¡ay!";
      Cuando el diamante echó chispas
      Y brotó sangre del coral,
      Y fueron dos esterlinas
      Los ojos de Satanás,
      Entonces la pobre niña
      Perdió su virginidad.
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    Cuando llegues a amar
      Cuando llegues a amar, si no has amado,
      Sabrás que en este mundo
      Es el dolor más grande y más profundo
      Ser a un tiempo feliz y desgraciado.
      Corolario: el amor es un abismo
      De luz y sombra, poesía y prosa,
      Y en donde se hace la más cara cosa
      Que es reír y llorar a un tiempo mismo.
      Lo peor, lo más terrible,
      Es que vivir sin él es imposible.
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    De invierno
      En invernales horas, mirad a Carolina.
      Medio apelotonada, descansa en el sillón,
      Envuelta con su abrigo de marta cibelina
      Y no lejos del fuego que brilla en el salón.
      El fino angora blanco junto a ella se reclina,
      Rozando con su pico la falda de Alençón,
      No lejos de las jarras de porcelana china
      Que medio oculta un biombo de seda del Japón.
      Con sus sutiles filtros la invade un dulce sueño;
      Entro, sin hacer ruido; dejo mi abrigo gris;
      Voy a besar su rostro rosado y halagüeño.
      Como una rosa roja que fuera flor de lis;
      Abre los ojos; mírame con su mirar risueño
      Y en tanto cae la nieve del cielo de París.
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    De otoño
      Yo sé que hay quienes dicen: ¿por qué no canta ahora
      Con aquella locura armoniosa de antaño?
      Esos no ven la obra profunda de la hora,
      La labor del minuto y el prodigio del año.
      Yo, pobre árbol, produje al amor de la brisa,
      Cuando empecé a crecer, un vago y dulce son.
      Pasó ya el tiempo de la juvenil sonrisa:
      ¡Dejad al huracán mover mi corazón!
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    Del Trópico
      ¡Qué alegre y fresca la mañanita!
      Me agarra el aire por la nariz,
      Los perros ladran, un chico grita
      Y una muchacha gorda y bonita
      Sobre una piedra, muele maíz.
      Un mozo trae por un sendero
      Sus herramientas y su morral;
      Otro, con caites y sin sombrero,
      Busca una vaca con su ternero
      Para ordeñarla junto al corral.
      Sonriendo a veces a la muchacha,
      Que de la piedra pasa al fogón,
      Un sabanero de buena facha,
      Casi en cuclillas, afila el hacha
      Sobre una orilla del mollejón.
      Por las colinas la luz se pierde
      Bajo del cielo claro y sin fin;
      Ahí el ganado las hojas muerde,
      Y hay en los tallos del pasto verde
      Escarabajos de oro y carmín.
      Sonando un cuerno curvo y sonoro,
      Pasa un vaquero, y a plena luz
      Vienen las vacas y un blanco toro,
      Con unas manchas color de oro
      Por la barriga y en el testuz.
      Y la patrona, bate que bate,
      Me regocija con la ilusión
      De una gran taza de chocolate,
      Que ha de pasarme por el gaznate
      Con las tostadas y el requesón.
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    Día de dolor
      ¡Día de dolor,
      Aquel en que vuela para siempre el ángel
      Del primer amor!
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    Diamante
      Puede una gota de lodo
      Sobre un diamante caer;
      Puede también de este modo
      Su fulgor obscurecer;
      Pero aunque el diamante todo
      Se encuentre de fango lleno,
      El valor que lo hace bueno
      No perderá ni un instante,
      Y ha de ser siempre diamante
      Por más que lo manche el cieno.
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    Dice Mía
      -Mi pobre alma pálida
      Era una crisálida.
      Luego mariposa
      De color de rosa.

      Un céfiro inquieto
      Dijo mi secreto...
      -¿Has sabido tu secreto un día?

      ¡Oh Mía!
      Tu secreto es una
      Melodía en un rayo de luna...
      -¿Una melodía?
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    Divagación
      ¿Vienes? Me llega aquí, pues que suspiras,
      un soplo de las mágicas fragancias
      que hicieran los delirios de las liras
      en las Grecias, las Romas y las Francias.

      ¡Suspira así! Revuelan las abejas;
      al olor de la olímpica ambrosía,
      en los perfumes que en el aire dejas;
      y el dios de piedra se despierte y ría,

      y el dios de piedra se despierte y cante
      la gloria de los tirsos florecientes
      en el gesto ritual de la bacante
      de rojos labios y nevados dientes;

      en el gesto ritual que en las hermosas
      ninfalias guía a la divina hoguera,
      hoguera que hace llamear las rosas
      en las manchadas pieles de pantera.

      Y pues amas reír, ríe, y la brisa
      lleve el son de los líricos cristales
      de tu reír, y haga temblar la risa
      la barba de los Términos joviales.

      Mira hacia el lado del bosque, mira
      blanquear el muslo de marfil de Diana,
      y después de la Virgen, la Hetaira
      diosa, su blanca, rosa, y rubia hermana

      pasa en busca de Adonis; sus aromas
      deleitan a las rosas y los nardos;
      síguela una pareja de palomas
      y hay tras ella una fuga de leopardos.

      ¿Te gusta amar en griego? Yo las fiestas
      galantes busco, en donde se recuerde
      al suave son de rítmicas orquestas
      la tierra de luz y el mirto verde.

      (Los abates refieren aventuras
      a las rubias marquesas. Soñolientos
      filósofos defienden las ternuras
      del amor, con sutiles argumentos,

      mientras que surge de la verde grama,
      en la mano el acanto de Corinto,
      una ninfa a quien puso un epigrama
      Beaumarchais, sobre el mármol de su plinto.

      Amo más que la Grecia de los griegos
      la Grecia de la Francia, porque Francia
      al eco de las Risas y los Juegos,
      su más dulce licor Venus escancia.

      Demuestran más encantos y perfidias
      coronadas de flores y desnudas,
      las diosas de Clodión que las de Fidias.
      Unas cantan francés, otras son mudas.

      Verlaine es más que Sócrates; y Arsenio
      Houssaye supera al viejo Anacreonte.
      En París reinan el Amor y el Genio:
      ha perdido su imperio el dios bifronte.

      Monsieur Prudhomme y Hommais no saben nada.
      Hay Chipres, Pafos, Tempes y Amatuntes,
      donde al amor de mi madrina, un hada,
      tus frescos labios a los míos juntes.)

      Sones de bandolín. El rojo vino
      conduce un paje rojo. ¿Amas los sones
      del bandolín, y un amor florentino?
      Será la reina en los decamerones.

      (Un coro de poetas y pintores
      cuenta historias picantes. Con maligna
      sonrisa alegre aprueban los señores.
      Clelia enrojece. Una dueña se signa.)

      ¿O un amor alemán? -que no han sentido
      jamás los alemanes-: la celeste
      Gretchen; claro de luna; el aria; el nido
      del ruiseñor; y en una roca agreste,

      la luz de nieve que del cielo llega
      y baña a una hermosura que suspira
      la queja vaga que a la noche entrega
      Loreley en la lengua de la lira.

      Y sobre el agua azul el caballero
      Lohengrín; y su cisne, cual si fuese
      un cincelado témpano viajero,
      con su cuello enarcado en forma de S.

      Y del divino Enrique Heine un canto,
      a la orilla del Rhin; y del divino
      Wolfgang la larga cabellera, el manto,
      y de la uva teutona el blanco vino.

      O amor lleno de sol, amor de España,
      amor lleno de púrpura y oros;
      amor que da el clavel, la flor extraña
      regada con la sangre de los toros;

      flor gitana, flor que amor recela,
      amor de sangre y luz, pasiones locas;
      flor que trasciende a clavo y canela,
      roja cual las heridas y las bocas.

      ¿Los amores exóticos acaso…?
      Como rosa de Oriente me fascinas:
      me deleitan la seda, el oro, el raso.
      Gautier adoraba a las princesas Chinas.

      ¡Oh bello amor de mil genuflexiones;
      torres de kaolín, pies imposibles,
      tazas de té, tortugas y dragones,
      y verdes arrozales apacibles!

      Ámame en Chino, en el sonoro chino
      de Li-Tai-Pe. Yo igualaré a los sabios
      poetas que interpretan el destino;
      madrigalizaré junto a tus labios.

      Diré que eres más bella que la luna;
      que el tesoro del cielo es menos rico
      que el tesoro que vela la importuna
      caricia de marfil de tu abanico.

      Ámame, japonesa, japonesa
      antigua, que no sepa de naciones
      occidentales: tal una princesa
      con las pupilas llenas de visiones,

      que aún ignorase en la sagrada Kioto,
      en su labrado camarín de plata
      ornado al par de crisantemo y loto,
      la civilización de Yamagata.

      O con amor hindú que alza sus llamas
      en la visión suprema de los mitos,
      y hace temblar en misteriosas bramas
      la iniciación de los sagrados ritos,

      en tanto mueven tigres y panteras
      sus hierros, y en los fuertes elefantes
      sueñan con ideales bayaderas
      los rajahs constelados de brillantes.

      O negra, negra como la que canta
      en su Jerusalem el rey hermoso,
      negra que haga brotar bajo su planta
      la rosa y la cicuta del reposo…

      Amor, en fin, que todo diga y cante,
      amor que encante y deje sorprendida
      a la serpiente de ojos de diamante
      que está enroscada al árbol de la vida.

      Ámame así, fatal, cosmopolita,
      universal, inmensa, única, sola
      y todas; misteriosa y erudita:
      ámame mar y nube, espuma y ola.

      Sé mi reina de Saba, mi tesoro;
      descansa en mis palacios solitarios.
      Duerme. Yo encenderé los incensarios.
      Y junto a mi unicornio cuerno de oro,
      tendrán rosas y miel tus dromedarios.
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    Divina psiquis
      ¡Divina Psiquis, dulce mariposa invisible
      Que desde los abismos has venido a ser todo
      Lo que en mi ser nervioso y en mi cuerpo sensible
      Forma la chispa sacra de la estatua de lodo!
      Te asomas por mis ojos a la luz de la tierra
      Y prisionera vives en mí de extraño deseo;
      Te reducen a esclava mis sentidos en guerra
      Y apenas vagas libre por el jardín del sueño.
      Sabia de la lujuria que sabe antiguas ciencias,
      Te sacudes a veces entre imposibles muros,
      Y más allá de todas las vulgares conciencias
      Exploras los recodos más terribles y obscuros.
      Y encuentras sombra y duelo. Que sombra y duelo encuentres
      Bajo la viña en donde nace el vino del Diablo.
      Te posas en los senos, te posas en los vientres
      Que hicieron a Juan loco e hicieron cuerdo a Pablo.
      A Juan virgen y a Pablo militar y violento,
      A Juan que nunca supo del supremo contacto;
      A Pablo el tempestuoso que halló a Cristo en el viento,
      Y a Juan ante quien Hugo se queda estupefacto.
      Entre la catedral y las ruinas paganas
      Vuelas, ¡oh Psiquis, oh alma mía!
      -Como decía
      Aquel celeste Edgardo,
      Que entró en el paraíso entre un son de campanas
      Y un perfume de nardo-,
      Entre la catedral
      Y las paganas ruinas
      Repartes tus dos alas de cristal,
      Tus dos alas divinas.
      Y de la flor
      Que el ruiseñor
      Canta en su griego antiguo, de la rosa,
      Vuelas, ¡oh, mariposa!,
      A posarte en un clavo de nuestro Señor.
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    En el kiosko bien oliente
      En el kiosco bien oliente
      Besé tanto a mi odalisca
      En los ojos, en la frente,
      Y en la boca y las mejillas,
      Que los besos que la he dado
      Devolverme no podría
      Ni con todos los que guarda
      La avarienta de la niña
      En el fino y bello estuche
      De su boca purpurina.
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    El cisne
      (A Ch. del Gouffre)

      Fue una hora divina para el género humano.
      El Cisne antes cantaba sólo para morir.
      Cuando se oyó el acento del Cisne wagneriano
      Fue en medio de una aurora, fue para revivir.

      Sobre las tempestades del humano oceano
      Se oye el canto del Cisne; no se cesa de oír,
      Dominando el martillo del viejo Thor germano
      O las trompas que cantan la espada de Argantir.

      ¡Oh Cisne! ¡Oh sacro pájaro! Si antes la blanca Helena
      Del huevo azul de Leda brotó de gracia llena,
      Siendo de la Hermosura la princesa inmortal,

      Bajo tus alas la nueva Poesía
      Concibe en una gloria de luz y de harmonía
      La Helena eterna y pura que encarna el ideal.
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    El faisán
      Dijo sus secretos el faisán de oro:
      En el gabinete mi blanco tesoro,
      De sus claras risas el divino coro.

      Las bellas figuras de los gobelinos,
      Los cristales llenos de aromados vinos,
      Las rosas francesas en los vasos chinos.

      (Las rosas francesas, porque fue allá en Francia
      Donde en el retiro de la dulce estancia
      Esas frescas rosas dieron su fragancia.)

      La cena esperaba. Quitadas las vendas,
      Iban mil amores de flechas tremendas
      En aquella noche de Carnestolendas.

      La careta negra se quitó la niña,
      Y tras el preludio de una alegre riña
      Apuró mi boca vino de su viña.

      Vino de la viña de la boca loca,
      Que hace arder el beso, que el mordisco invoca,
      ¡Oh los blancos dientes de la loca boca!

      En su boca ardiente yo bebí los vinos,
      Y, pinzas rosadas, sus dedos divinos,
      Me dieron las fresas y los langostinos.

      Yo la vestimenta de Pierrot tenía,
      Y aunque me alegraba y aunque me reía,
      Moraba en mi alma la melancolía.

      La carnavalesca noche luminosa
      Dio a mi triste espíritu la mujer hermosa,
      Sus ojos de fuego, sus labios de rosa.

      Y en el gabinete del café galante
      Ella se encontraba con su nuevo amante,
      Peregrino pálido de un país distante.

      Llegaban los ecos de vagos cantares;
      Y se despedían de sus azahares
      Miles de purezas en los bulevares.

      Y cuando el champaña me cantó su canto,
      Por una ventana vi que un negro manto
      De nube, de Febo cubría el encanto.

      Y dije a la amada de un día: -¿No viste
      De pronto ponerse la noche tan triste?
      ¿Acaso la Reina de luz ya no existe?

      Ella me miraba. Y el faisán cubierto de plumas de oro:
      -"¡Pierrot! ¡Ten por cierto
      Que tu fiel amada, que la Luna ha muerto!"
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    El soneto de trece versos
      ¡De una juvenil inocencia
      Qué conservar sino el sutil
      Perfume, esencia de su abril,
      La más maravillosa esencia!
      Por lamentar a mi conciencia
      Quedó de un sonoro marfil
      Un cuento que fue de las mil
      Y una noches de mi existencia...
      Scherezada se entredurmió...
      El visir quedó meditando...
      Dinarzarda el día olvidó...
      Mas el pájaro azul volvió...
      Pero... No obstante... Siempre... Cuando...
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    El verso sutil que pasa o se posa
      El verso sutil que pasa o se posa
      Sobre la mujer o sobre la rosa,
      Beso puede ser, o ser mariposa.
      En la fresca flor el verso sutil;
      El triunfo de amor en el mes de abril:
      Amor, verso y flor, la niña gentil.
      Amor y dolor. Halagos y enojos.
      Herodías ríe en los labios rojos.
      Dos verdugos hay que están en los ojos.
      ¡Oh, saber amar es saber sufrir!
      Amar y sufrir, sufrir y sentir,
      Y el hacha besar que nos ha de herir...
      ¡Rosa de dolor, gracia femenina;
      Inocencia y luz, corola divina!
      Y aroma fatal y cruel espina...
      Líbranos, Señor, de abril y la flor
      Y del cielo azul y del ruiseñor,
      De dolor y amor, líbranos, Señor.
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    En la muerte de Rafael Núñez
      El pensador llegó a la barca negra;
      Y le vieron hundirse
      En las brumas del lago del Misterio,
      Los ojos de los Cisnes.

      Su manto de poeta
      Reconocieron los ilustres lises
      Y el laurel y la espina entremezclados
      Sobre la frente triste.

      A lo lejos alzábanse los muros
      De la ciudad teológica, en que vive
      La sempiterna Paz. La negra barca
      Llegó a la ansiada costa, y el sublime
      Espíritu gozó la suma gracia;
      Y ¡oh Montaigne! Núñez vio la cruz erguirse,
      Y halló al pie de la sacra Vencedora
      El cadáver helado de la Esfinge.
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    Era un aire suave
      Era un aire suave de pausados giros;
      El hada Harmonía, ritmaba sus vuelos,
      E iban frases vagas y tenues suspiros
      Entre los sollozos y los violoncelos.
      Sobre la terraza, junto a los ramajes,
      Diríase un trémolo de liras eolias,
      Cuando acariciaban los sedosos trajes
      Sobre el talle erguidas, las blancas magnolias.
      La marquesa Eulalia, risas y desvíos
      Daba a un tiempo mismo para dos rivales:
      El vizconde rubio de los desafíos
      Y el abate joven de los madrigales.
      Cerca, coronado por hojas de viña,
      Reía en su máscara Término barbudo,
      Y como un efebo que fuese una niña
      Mostraba una Diana su mármol desnudo.
      Y bajo un boscaje del amor palestra,
      Sobre un rico zócalo al modo de Jonia,
      Con un candelabro prendido en la diestra
      Volaba el Mercurio de Juan de Bolonia.
      La orquesta perlaba sus mágicas notas;
      Un coro de sones alados se oía;
      Galantes pavanas, fugaces gavotas,
      Cantaban los dulces violines de Hungría.
      Al oír las quejas de sus caballeros,
      Ríe, ríe, ríe la divina Eulalia,
      Pues son su tesoro las flechas de Eros,
      El cinto de Cipria, la rueca de Onfalia.
      ¡Ay de quien sus mieles y frases recoja!
      ¡Ay de quien del canto de su amor se fíe!
      Con sus ojos lindos y su boca roja,
      La divina Eulalia, ríe, ríe, ríe.
      Tiene azules ojos, es maligna y bella;
      Cuando mira, vierte viva luz extraña;
      Se asoma a sus húmedas pupilas de estrella
      El alma del rubio cristal de Champaña.
      Es noche de fiesta y el baile de trajes
      Ostenta su gloria de triunfos mundanos.
      La divina Eulalia, vestida de encaje,
      Una flor destroza con sus blancas manos.
      El teclado armónico de su risa fina
      A la alegre música de un pájaro iguala.
      Con los staccati de una bailarina
      Y las locas fugas de una colegiala.
      ¡Amoroso pájaro que trinos exhala
      Bajo el ala a veces ocultando el pico.
      Que desdenes rudos lanza bajo el ala,
      Bajo el ala aleve del leve abanico!
      Cuando a media noche sus notas arranque
      Y en arpegios áureos gima Filomela,
      Y el ebúrneo cisne, sobre el quieto estanque,
      Como blanca góndola imprima su estela,
      La marquesa alegre llegará al boscaje,
      Boscaje que cubre la amable glorieta
      Donde han de estrecharla los brazos de un paje
      Que siendo su paje será su poeta.
      Al compás de un canto de artista de Italia
      Que en la brisa errante la orquesta deslíe,
      Junto a los rivales, la divina Eulalia,
      La divina Eulalia, ríe, ríe, ríe.
      ¿Fue acaso en el tiempo del rey Luis de Francia,
      Sol con corte de astros en campos de azur,
      Cuando los alcázares llenó de fragancia
      La regia y pomposa rosa Pompadour?
      ¿Fue cuando la bella su falda cogía,
      Con dedos de ninfa, bailando el minué,
      Y de los compases el ritmo seguía,
      Sobre el tacón rojo lindo y leve el pie?
      ¿O cuando pastoras de floridos valles
      Ornaban con cintas sus albos corderos
      Y oían, divinas Tirsis de Versalles,
      Las declaraciones de sus caballeros?
      ¿Fue en ese buen tiempo de duques pastores,
      De amantes princesas y tiernos galanes,
      Cuando entre sonrisas y perlas y flores
      Iban las casacas de los chambelanes?
      ¿Fue acaso en el norte o en el mediodía?
      Yo el tiempo y el día y el país ignoro;
      Pero sé que Eulalia ríe todavía
      ¡Y es cruel y eterna su risa de oro!
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    Franca, cristalina
      Franca, cristalina,
      Alma sororal,
      Entre la neblina
      De mi dolor y de mi mal
      Alma pura,
      Alma franca,
      Alma obscura
      Y tan blanca...
      Sé conmigo
      Un amigo,
      Sé lo que debes ser,
      Lo que Dios te propuso,
      La ternura y el huso,
      Con el grano de trigo
      Y la copa de vino,
      Y el arrullo sincero
      Y el trino,
      A la hora y a tiempo.
      ¡A la hora del alba y de la tarde,
      Al despertar y del soñar y el beso!
      Alma sororal y obscura,
      Con tus cantos de España,
      Que te juntas a mi vida
      Rara,
      Y a mi soñar difuso,
      Y a mi soberbia lira,
      Con tu rueca y tu huso,
      Ante mi bella mentira,
      Ante Verlaine y Hugo,
      ¡Tú que vienes
      De campos remotos y ocultos!
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    Francisca, sé suave
      Francisca, sé suave,
      Es tu dulce deber;
      Sé para mí un ave
      Que fuera una mujer.
      Francisca, sé una flor
      Y mi vida perfuma,
      Hecha toda de amor
      Y de dolor y espuma.
      Francisca, sé un ungüento
      Como mi pensamiento;
      Francisca, sé una flor
      Cual mi sutil amor;
      Francisca, sé mujer,
      Como se debe ser...
      Saber amar y sentir
      Y admirar como rezar...
      Y la ciencia del vivir
      Y la virtud de esperar.
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    Garçonnière
      (A G. Grippa)

      Cómo era el instante, dígalo la musa
      Que las dichas trae, que las penas lleva:
      La tristeza pasa, velada y confusa;
      La alegría, rosas y azahares nieva.

      Era en un amable nido de soltero,
      De risas y versos, de placer sonoro;
      Era un inspirado cada caballero,
      De sueños azules y vino de oro.

      Un rubio decía frases sentenciosas
      Negando y amando las musas eternas:
      Un bruno decía versos como rosas,
      De sonantes rimas y palabras tiernas.

      Los tapices rojos, de doradas listas,
      Cubrían panoplias de pinturas y armas,
      Que hablaban de bellas pasadas conquistas,
      Amantes coloquios y dulces alarmas.

      El verso de fuego de D’Annunzio era
      Como un son divino que en las saturnales
      Guiara las manchadas pieles de pantera,
      A fiestas soberbias y amores triunfales.

      E iban con manchadas pieles de pantera,
      Con tirsos de flores y copas paganas
      Las almas de aquellos jóvenes que viera
      Venus en su templo con palmas hermanas.

      Venus, la celeste reina que adivina
      En las almas vivas alegrías francas
      Y que les confía, por gracia divina,
      Sus abejas de oro, sus palomas blancas.

      Y aquellos amantes de la eterna Dea,
      A la dulce música de la regia rima,
      Oyen el mensaje de la vasta Idea
      Por el compañero que recita y mima.

      Y sobre sus frentes que acaricia el lauro,
      Abril pone amable su beso sonoro,
      Y llevan gozosos, sátiro y centauro,
      La alegría noble del vino de oro.
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    Ite, missa est
      (A Reynaldo de Rafael)

      Yo adoro a una sonámbula con alma de Eloísa,
      Virgen como la nieve y honda como la mar;
      Su espíritu es la hostia de mi amorosa misa,
      Y alzo al son de una dulce lira crepuscular.
      Ojos de evocadora, gesto de profetisa,
      En ella hay la sagrada frecuencia del altar;
      Su risa es la sonrisa suave de Monna Lisa,
      Sus labios son los únicos labios para besar.
      Y he de besarla un día con rojo beso ardiente;
      Apoyada en mi brazo como convaleciente,
      Me mirará asombrada con íntimo pavor;
      A enamorada esfinge quedará estupefacta,
      Apagaré la llama de la vestal intacta,
      ¡Y la faunesa antigua me rugirá de amor!
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    La bailarina de los pies desnudos
      Iba, en un paso rítmico y felino
      A avances dulces, ágiles o rudos,
      Con algo de animal y de divino
      La bailarina de los pies desnudos.
      Su falda era la falda de las rosas,
      En sus pechos había dos escudos…
      Constelada de casos y de cosas…
      La bailarina de los pies desnudos.
      Bajaban mil deleites de los senos
      Hacia la perla hundida del ombligo,
      E iniciaban propósitos obscenos
      Azúcares de fresa y miel de higo.
      A un lado de la silla gestatoria
      Estaban mis bufones y mis mudos…
      ¡Y era toda Selene y Anactoria
      La bailarina de los pies desnudos!
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    La cabeza del rabí
      ¿Cuentos quieres, niña bella?
      Tengo muchos de contar:
      De una sirena del mar,
      De un ruiseñor y una estrella,
      De una cándida doncella
      Que robó un encantador,
      De un gallardo trovador
      Y de una odalisca mora,
      Con sus perlas de Bassora
      Y sus chales de Labor.
      Cuentos dulces, cuentos bravos,
      De damas y caballeros,
      De cantores y guerreros,
      De señores y de esclavos;
      De bosques escandinavos
      Y alcázares de cristal;
      Cuentos de dicha inmortal,
      Divinos cuentos de amores
      Que reviste de colores
      La fantasía oriental.
      Dime tú ¿de cuáles quieres?
      Dicen gentes muy formales
      Que los cuentos orientales
      Les gustan a las mujeres;
      Así, pues, si esos prefieres
      Verás colmado tu afán,
      Pues sé un cuento musulmán
      Que sobre un amante versa,
      Y me lo ha contado un persa
      Que ha venido de Hispahán.
      Enfermo del corazón
      Un gran monarca de Oriente,
      Congregó inmediatamente
      Los sabios de su nación;
      Cada cual dio su opinión,
      Y sin hallar la verdad
      En medio de su ansiedad
      Acordaron en consejo
      Llamar con presura a un viejo
      Astrólogo de Bagdad.
      Emprendió viaje el anciano;
      Llegó, miró las estrellas;
      Supo conocer en ellas
      La cuita del soberano;
      Y adivinando el arcano
      Como viejo sabidor,
      Entre el inmenso estupor
      De la cortesana grey,
      Le dijo al monarca: -¡Oh rey!
      Te estás muriendo de amor.
      Luego, el altivo monarca,
      Con órdenes imperiosas
      Llama a todas las hermosas
      Mujeres de la comarca
      Que su poderío abarca;
      Y ante el viejo de Bagdad,
      Escoge su voluntad
      De tanta hermosura en medio,
      La que deba ser remedio
      Que cure su enfermedad.
      Allí ojos negros y vivos;
      Bocas de morir al verlas,
      Con unos hilos de perlas
      En rojo coral cautivos;
      Allí como una áurea lluvia
      Una cabellera rubia;
      Allí el ardor y la gracia,
      Y las siervas de Circasia
      Con las esclavas de Nubia.
      Unas bellas adornadas
      Con diademas en las frentes,
      Con riquísimos pendientes
      Y valiosas arracadas;
      Otras con telas preciadas
      Cubriendo su morbidez;
      Y otras de marmórea tez,
      Bajas las frentes, y mudas,
      Completamente desnudas
      En toda su esplendidez.
      En tan preciosa revista,
      Ve el rey una linda persa
      De ojos bellos y piel tersa,
      Que al verle la vista,
      El alma del rey conquista
      Con su semblante la hermosa
      Y agitada y ruborosa
      Tiembla llena de temor
      Cuando el altivo señor
      Le dice: -Será mi esposa.
      Así fue. La joven bella
      De tez blanca y negros ojos,
      Colmó los reales antojos
      Y el rey se casó con ella.
      ¿Feliz dirás, tal estrella,
      Emelina? No fue así:
      No es feliz de reina allí
      La linda persa agraciada,
      Porque ella está enamorada
      De Balzarad el rabí.
      Balzarad tiene en verdad,
      Una guzla en la garganta,
      Guzla dúlcida que encanta
      Cuando canta Balzarad;
      Viole un día la beldad
      Y oyó cantar al rabí;
      De sus labios de rubí
      Brotó un suspiro temblante...
      Y Balzarad fue el amante
      De la celestial hurí.
      Por eso es que triste se halla
      Siendo del monarca esposa
      Y el tiempo pasa quejosa
      En una interior batalla.
      Del rey la cólera estalla
      Y así la dice una vez:
      Mujer llena de doblez:
      Di si amas a otro, falaz.
      Y entonces de ella en la faz
      Surgió vaga palidez.
      -Sí -le dijo-, es la verdad;
      De mi destino es la ley:
      Yo no puedo amarte, ¡oh rey!,
      Porque adoro a Balzarad.
      El rey, en la intensidad
      De su ira, entonces, calló;
      Mudo, la espalda volvió;
      Mas se veía en su mirada
      Del odio la llamarada,
      La venganza en que pensó.
      Al otro día la hermosa
      De parte de él recibió
      Una caja que la envió
      De filigrana preciosa;
      Abrióla presto curiosa
      Y lanzó, fuera de sí,
      Un grito; que estaba allí
      Entre la caja guardada,
      Lívida y ensangrentada
      La cabeza del rabí.
      En medio de su locura
      Y en lo horrible de su suerte,
      Avariciosa de muerte
      Ponzoñoso filtro apura,
      Fue el rey donde la hermosura:
      Y estaba allí la beldad
      Fría y siniestra, en verdad;
      Medio desnuda y ya muerta,
      Besando la horrible y yerta
      Cabeza de Balzarad.
      El rey se puso a pensar
      En lo que la pasión es;
      Y poco tiempo después
      El rey se volvió a enfermar.
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    La fe
      En medio del abismo de la duda
      Lleno de oscuridad, de sombra vana
      Hay una estrella que reflejos mana
      Sublime, sí, mas silenciosa, muda.
      Ella, con su fulgor divino, escuda,
      Alienta y guía a la conciencia humana,
      Cuando el genio del mal con furia insana
      Golpéala feroz, con mano ruda.
      ¿Esa estrella brotó del germen puro
      De la humana creación? ¿ Bajó del cielo
      A iluminar el porvenir oscuro?
      ¿A servir al que llora de consuelo?
      No sé, mas eso que a nuestra alma inflama
      Ya sabéis, ya sabéis, la fe se llama.
    Arriba

    Leda
      El cisne en la sombra parece de nieve;
      Su pico es de ámbar, del alba al trasluz;
      El suave crepúsculo que pasa tan breve
      Las cándidas alas sonrosa de luz.
      Y luego, en las ondas del lago azulado,
      Después que la aurora perdió su arrebol,
      Las alas tendidas y el cuello enarcado,
      El cisne es de plata, bañado de sol.
      Tal es, cuando esponja las plumas de seda,
      Olímpico pájaro herido de amor,
      Y viola en las linfas sonoras a Leda,
      Buscando su pico los labios en flor.
      Suspira la bella desnuda y vencida,
      Y en tanto que al aire sus quejas se van,
      Del fondo verdoso de fronda tupida
      Chispean turbados los ojos de Pan.
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    Lo fatal
      Dichoso el árbol que es apenas sensitivo,
      Y más la piedra dura porque esa ya no siente,
      Pues no hay dolor más grande que el dolor de ser vivo,
      Ni mayor pesadumbre que la vida consciente.
      Ser, y no saber nada, y ser sin rumbo cierto,
      Y el temor de haber sido y un futuro terror...
      Y el espanto seguro de estar mañana muerto,
      Y sufrir por la vida y por la sombra y por
      Lo que no conocemos y apenas sospechamos,
      Y la carne que tienta con sus frescos racimos,
      Y la tumba que aguarda con sus fúnebres ramos,
      Y no saber a dónde vamos,
      Ni de dónde venimos.
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    Los cisnes
      A Juan Ramón Jiménez.

      I

      ¿Qué signo haces, oh cisne, con tu encorvado cuello
      Al paso de los tristes y errantes soñadores?
      ¿Por qué tan silencioso de ser blanco y ser bello,
      Tiránico a las aguas e impasible a las flores?
      Yo te saludo ahora como en versos latinos
      Te saludara antaño Publio Ovidio Nasón.
      Los mismos ruiseñores cantan los mismos trinos,
      Y en diferentes lenguas la misma canción.
      A vosotros mi lengua no debe ser extraña.
      A Garcilaso visteis, acaso, alguna vez...
      Soy un hijo de América, soy un nieto de España...
      Quevedo pudo hablaros en verso en Aranjuez...
      Cisnes, los abanicos de vuestras alas frescas
      Den a las frentes pálidas sus caricias más puras
      Y alejen vuestras blancas figuras pintorescas
      De nuestras mentes tristes las ideas oscuras.
      Brumas septentrionales nos llenan de tristezas,
      Se mueren nuestras rosas, se agotan nuestras palmas,
      Casi no hay ilusiones para nuestras cabezas,
      Y somos mendigos de nuestras pobres almas.
      Nos predican la guerra con águilas feroces,
      Gerifaltes de antaño revienen a los puños,
      Mas no brillan las glorias de las antiguas hoces,
      Ni hay Rodrigos ni Jaimes, ni hay Alfonsos ni Nuños.
      Faltos de los alientos que dan las grandes cosas,
      ¿Qué haremos los poetas sino buscar tus lagos?
      A falta de laureles son muy dulces las rosas,
      Y a falta de victorias busquemos los halagos.
      La América española como la España entera
      Fija está en el Oriente de su fatal destino;
      Yo interrogo a la esfinge que el porvenir espera
      Con la interrogación de tu cuello divino.
      ¿Seremos entregados a los bárbaros fieros?
      ¿Tantos millones de hombres hablaremos inglés?
      ¿Ya no hay nobles hidalgos ni bravos caballeros?
      ¿Callaremos ahora para llorar después?
      He lanzado mi grito, cisnes, entre vosotros
      Que habéis sido los fieles en la desilusión,
      Mientras siento una fuga de americanos potros
      Y el estertor postrero de un caduco león...
      Y un Cisne negro dijo: "La noche anuncia el día".
      Y uno blanco: "¡La aurora es inmortal, la aurora
      Es inmortal!" ¡Oh, tierras de sol y armonía,
      Aún guarda la esperanza la caja de Pandora!

      II

      En la muerte de Rafael Núñez.

      El pensador llegó a la barca negra;
      Y le vieron hundirse
      En las brumas del lago del misterio,
      Los ojos de los cisnes.
      Su manto de poeta
      Reconocieron los ilustres lises
      Y el laurel y la espina entremezclados
      Sobre la frente triste.
      A lo lejos alzábanse los muros
      De la ciudad teológica, en que vive
      La sempiterna paz. La negra barca
      Llegó a la ansiada costa, y el sublime
      Espíritu gozó la suma gracia;
      Y, ¡oh Montaigne! Núñez vio la cruz erguirse,
      Y halló al pie de la sacra Vencedora
      El cadáver helado de la esfinge.

      III

      Por un momento, ¡oh cisne!, juntaré mis anhelos
      A los de tus dos alas que abrazaron a Leda,
      Y a mi maduro ensueño, aún vestido de seda,
      Dirás, por los Dioscuros, la gloria de los cielos.
      Es el otoño. Ruedan de la flauta consuelos.
      Por un instante, ¡oh cisne!, en la oscura alameda
      Sorberé entre dos labios lo que el pudor me veda,
      Y dejaré mordidos escrúpulos y celos.
      Cisne, tendré tus alas blancas por un instante,
      Y el corazón de rosa que hay en tu dulce pecho
      Palpitará en el mío con su sangre constante.
      Amor será dichoso, pues estará vibrante
      El júbilo que pone al gran Pan en acecho
      Mientras su ritmo esconde la fuente de diamante.

      IV

      Antes de todo, ¡gloria a ti, Leda!
      Tu dulce vientre cubrió de seda
      El Dios. ¡Miel y oro sobre la brisa!
      Sonaban alternativamente
      Flauta y cristales, Pan y la fuente.
      ¡Tierra era canto, cielo sonrisa!
      Ante el celeste, supremo acto,
      Dioses y bestias hicieron pacto.
      Se dio a la alondra la luz del día,
      Se dio a los búhos sabiduría
      Y melodía al ruiseñor.
      A los leones fue la victoria,
      Para las águilas toda la gloria
      Y a las palomas todo el amor.
      Pero vosotros sois los divinos
      Príncipes. Vagos como las naves,
      Inmaculados como los linos,
      Maravillosos como las aves.
      En vuestros picos tenéis las prendas
      Que manifiestan corales puros.
      Con vuestros pechos abrís las sendas
      Que arriba indican los Dioscuros.
      Las dignidades de vuestros actos,
      Eternizadas en lo infinito,
      Hacen que sean ritmos exactos,
      Voces de ensueño, luces de mito.
      De orgullo olímpico sois el resumen,
      ¡Oh, blancas urnas de la armonía!
      Ebúrneas joyas que anima un numen
      Con su celeste melancolía.
      ¡Melancolía de haber amado,
      Junto a la fuente de la arboleda,
      El luminoso cuello estirado
      Entre los blancos muslos de Leda!
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Los motivos del lobo

    El varón que tiene corazón de lis,
    Alma de querube, lengua celestial,
    El mínimo y dulce Francisco de Asís,
    Está con un rudo y torvo animal,
    Bestia temerosa, de sangre y de robo,
    Las fauces de furia, los ojos de mal:
    ¡El lobo de Gubbio, el terrible lobo!
    Rabioso, ha asolado los alrededores;
    Cruel, ha deshecho todos los rebaños;
    Devoró corderos, devoró pastores,
    Y son incontables sus muertes y daños.
    Fuertes cazadores armados de hierros
    Fueron destrozados. Los duros colmillos
    Dieron cuenta de los más bravos perros,
    Como de cabritos y de corderillos.
    Francisco salió:
    Al lobo buscó
    En su madriguera.
    Cerca de la cueva encontró a la fiera
    Enorme, que al verle se lanzó feroz
    Contra él. Francisco, con su dulce voz,
    Alzando la mano,
    Al lobo furioso dijo: "¡Paz, hermano
    Lobo!". El animal
    Contempló al varón de tosco sayal;
    Dejó su aire arisco,
    Cerró las abiertas fauces agresivas,
    Y dijo: "¡Está bien, hermano Francisco!"
    "¡Cómo! -exclamó el santo- ¿Es ley que tú vivas
    De horror y de muerte?
    ¿La sangre que vierte
    Tu hocico diabólico, el duelo y espanto
    Que esparces, el llanto
    De los campesinos, el grito, el dolor
    De tanta criatura de Nuestro Señor,
    No han de contener tu encono infernal?
    ¿Vienes del infierno?
    ¿Te ha infundido acaso su rencor eterno
    Luzbel o Belial?"
    Y el gran lobo, humilde: "¡Es duro el invierno,
    Y es horrible el hambre! En el bosque helado
    No hallé qué comer; y busqué el ganado,
    Y en veces comí ganado y pastor.
    ¿La sangre? Yo vi más de un cazador
    Sobre su caballo, llevando el azor
    Al puño; o correr tras el jabalí,
    El oso o el ciervo; y a más de uno vi
    Mancharse de sangre, herir, torturar,
    De las roncas trompas al sordo clamor,
    A los animales de Nuestro Señor.
    ¡Y no era por hambre, que iban a cazar!"
    Francisco responde: "En el hombre existe
    Mala levadura.
    Cuando nace, viene con pecado. Es triste.
    Mas el alma simple de la bestia es pura.
    Tú vas a tener
    Desde hoy qué comer.
    Dejarás en paz
    Rebaños y gente en este país.
    ¡Que Dios melifique tu ser montaraz!"
    "Está bien, hermano Francisco de Asís".
    "Ante el Señor, que todo ata y desata,
    En fe de promesa tiéndeme la pata".
    El lobo tendió la pata al hermano
    De Asís, que a su vez le alargó la mano.
    Fueron a la aldea. La gente veía
    Y lo que miraba casi no creía.
    Tras el religioso iba el lobo fiero,
    Y, baja la testa, quieto le seguía
    Como un can de casa, o como un cordero.
    Francisco llamó la gente a la plaza
    Y allí predicó.
    Y dijo: "He aquí una amable caza.
    El hermano lobo se viene conmigo;
    Me juró no ser ya vuestro enemigo,
    Y no repetir su ataque sangriento.
    Vosotros, en cambio, daréis su alimento
    A la pobre bestia de Dios". "¡Así sea!",
    Contestó la gente toda de la aldea.
    Y luego, en señal
    De contentamiento,
    Movió testa y cola el buen animal,
    Y entró con Francisco de Asís al convento.
    Algún tiempo estuvo el lobo tranquilo
    En el santo asilo.
    Sus bastas orejas los salmos oían
    Y los claros ojos se le humedecían.
    Aprendió mil gracias y hacía mil juegos
    Cuando a la cocina iba con los legos.
    Y cuando Francisco su oración hacía,
    El lobo las pobres sandalias lamía.
    Salía a la calle,
    Iba por el monte, descendía al valle,
    Entraba a las casas y le daban algo
    De comer. Mirábanle como a un manso galgo.
    Un día, Francisco se ausentó. Y el lobo
    Dulce, el lobo manso y bueno, el lobo probo,
    Desapareció, tornó a la montaña,
    Y recomenzaron su aullido y su saña.
    Otra vez sintióse el temor, la alarma,
    Entre los vecinos y entre los pastores;
    Colmaba el espanto los alrededores,
    De nada servían el valor y el arma,
    Pues la bestia fiera
    No dio treguas a su furor jamás,
    Como si tuviera
    Fuegos de Moloch y de Satanás.
    Cuando volvió al pueblo el divino santo,
    Todos lo buscaron con quejas y llanto,
    Y con mil querellas dieron testimonio
    De lo que sufrían y perdían tanto
    Por aquel infame lobo del demonio.
    Francisco de Asís se puso severo.
    Se fue a la montaña
    A buscar al falso lobo carnicero.
    Y junto a su cueva halló a la alimaña.
    "En nombre del Padre del sacro universo,
    Conjúrote -dijo-, ¡oh lobo perverso!,
    A que me respondas: ¿Por qué has vuelto al mal?
    Contesta. Te escucho".
    Como en sorda lucha, habló el animal,
    La boca espumosa y el ojo fatal:
    "Hermano Francisco, no te acerques mucho...
    Yo estaba tranquilo allá en el convento;
    Al pueblo salía,
    Y si algo me daban estaba contento
    Y manso comía.
    Mas empecé a ver que en todas las casas
    Estaban la envidia, la saña, la ira,
    Y en todos los rostros ardían las brasas
    De odio, de lujuria, de infamia y mentira.
    Hermanos a hermanos hacían la guerra,
    Perdían los débiles, ganaban los malos,
    Hembra y macho eran como perro y perra,
    Y un buen día todos me dieron de palos.
    Me vieron humilde, lamía las manos
    Y los pies. Seguía tus sagradas leyes,
    Todas las criaturas eran mis hermanos:
    Los hermanos hombres, los hermanos bueyes,
    Hermanas estrellas y hermanos gusanos.
    Y así, me apalearon y me echaron fuera.
    Y su risa fue como un agua hirviente,
    Y entre mis entrañas revivió la fiera,
    Y me sentí lobo malo de repente;
    Mas siempre mejor que esa mala gente.
    Y recomencé a luchar aquí,
    A me defender y a me alimentar.
    Como el oso hace, como el jabalí,
    Que para vivir tienen que matar.
    Déjame en el monte, déjame en el risco,
    Déjame existir en mi libertad,
    Vete a tu convento, hermano Francisco,
    Sigue tu camino y tu santidad".
    El santo de Asís no le dijo nada.
    Le miró con una profunda mirada,
    Y partió con lágrimas y con desconsuelos,
    Y habló al Dios eterno con su corazón.
    El viento del bosque llevó su oración,
    Que era: "Padre nuestro, que estás en los cielos..."
    París, diciembre de 1913.
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Marcha triunfal

    ¡Ya viene el cortejo!
    ¡Ya viene el cortejo! Ya se oyen los claros clarines.
    La espada se anuncia con vivo reflejo;
    Ya viene, oro y hierro, el cortejo de los paladines.
    Ya pasa debajo los arcos ornados de blancas
    Minervas y Martes,
    Los arcos triunfales en donde las Famas erigen sus
    Largas trompetas,
    La gloria solemne de los estandartes
    Llevados por manos robustas de heroicos atletas.
    Se escucha el ruido que forman las armas de los caballeros,
    Los frenos que mascan los fuertes caballos de guerra,
    Los cascos que hieren la tierra
    Y los timbaleros,
    Que el paso acompasan con ritmos marciales.
    Tal pasan los fieros guerreros
    Debajo los arcos triunfales.
    Los claros clarines de pronto levantan sus sones,
    Su canto sonoro,
    Su cálido coro,
    Que envuelve en un trueno de oro
    La augusta soberbia de los pabellones.
    El dice la lucha, la herida venganza,
    Las ásperas crines,
    Los rudos penachos, la pica, la lanza,
    La sangre que riega de heroicos carmines
    La tierra;
    Los negros mastines
    Que azuza la muerte, que rige la guerra.
    Los áureos sonidos
    Anuncian el advenimiento
    Triunfal de la gloria;
    Dejando el picacho que guarda sus nidos,
    Tendiendo sus alas enormes al viento,
    Los cóndores llegan. ¡Llegó la victoria!
    Ya pasa el cortejo.
    Señala el abuelo los héroes al niño:
    Ve cómo la barba del viejo
    Los bucles de oro circunda de armiño.
    Las bellas mujeres aprestan coronas de flores,
    Y bajo los pórticos vense sus rostros de rosa;
    Y la más hermosa
    Sonríe al más fiero de los vencedores.
    Honor al que trae cautiva la extraña bandera;
    Honor al herido y honor a los fieles
    ¡Soldados que muerte encontraron por mano extranjera!
    ¡Clarines! ¡Laureles!
    Las nobles espadas de tiempos gloriosos,
    Desde sus panoplias saludan las nuevas coronas y lauros:
    Las viejas espadas de los granaderos, más fuertes que osos,
    Hermanos de aquellos lanceros que fueron centauros.
    Las trompas guerreras resuenan;
    De voces los aires se llenan...
    A aquellas antiguas espadas,
    A aquellos ilustres aceros,
    Que encarnan las glorias pasadas.
    Y al sol que hoy alumbra las nuevas victorias ganadas,
    Y al héroe que guía su grupo de jóvenes fieros,
    Al que ama la insignia del suelo materno,
    Al que ha desafiado, ceñido el acero y el arma en la mano,
    Los soles del rojo verano,
    Las nieves y vientos del gélido invierno,
    La noche, la escarcha
    Y el odio y la muerte, por ser por la patria inmortal,
    Saludan con voces de bronce las tropas de guerra que
    Tocan la marcha triunfal.
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Margarita
    In memoriam.
    ¿Recuerdas que querías ser una Margarita
    Gautier? Fijo en mi mente tu extraño rostro está,
    Cuando cenamos juntos, en la primera cita,
    En una noche alegre que nunca volverá.
    Tus labios escarlatas de púrpura maldita
    Sorbían el champaña del fino baccarat;
    Tus dedos deshojaban la blanca margarita:
    "Si... no.. si... no..." ¡Y sabías que te adoraba ya!
    Después, ¡oh flor de histeria!, llorabas y reías;
    Tus besos y tus lágrimas tuve en mi boca yo;
    Tus risas, tus fragancias, tus quejas eran mías.
    Y en una tarde triste de los más dulces días,
    La muerte, la celosa, por ver si me querías,
    ¡Como a una margarita de amor te deshojó!
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Marina
    Mar armonioso,
    Mar maravilloso,
    Tu salada fragancia,
    Tus colores y músicas sonoras
    Me dan la sensación divina de mi infancia
    En que suaves las horas
    Venían en un paso de danza reposada
    A dejarme un ensueño o regalo de hada.
    Mar armonioso,
    Mar maravilloso,
    De arcadas de diamante que se rompen en vuelos
    Rítmicos que denuncian algún ímpetu oculto,
    Espejo de mis vagas ciudades de los cielos,
    Blanco y azul tumulto
    De donde brota un canto
    Inextinguible,
    Mar paternal, mar santo,
    Mi alma siente la influencia de tu alma invisible.
    Velas de los Colones
    Y velas de los Vascos,
    Hostigadas por odios de ciclones
    Ante la hostilidad de los peñascos;
    O galeras de oro,
    Velas purpúreas de bajeles
    Que saludaron el mugir del toro
    Celeste, con Europa sobre el lomo
    Que salpicaba la revuelta espuma.
    ¡Magnífico y sonoro
    Se oye en las aguas como
    Un tropel de tropeles,
    Tropel de los tropeles de tritones!
    Brazos salen de la onda, suenan vagas canciones,
    Brillan piedras preciosas,
    Mientras en las revueltas extensiones
    Venus y el sol hacen nacer mil rosas.
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Melancolía
    A Domingo Bolívar.
    Hermano, tú que tienes la luz, dime la mía.
    Soy como un ciego. Voy sin rumbo y ando a tientas.
    Voy bajo tempestades y tormentas
    Ciego de sueño y loco de armonía.
    Ese es mi mal. Soñar. La poesía
    Es la camisa férrea de mil puntas cruentas
    Que llevo sobre el alma. Las espinas sangrientas
    Dejan caer las gotas de mi melancolía.
    Y así voy, ciego y loco, por este mundo amargo;
    A veces me parece que el camino es muy largo,
    Y a veces que es muy corto...
    Y en este titubeo de aliento y agonía,
    Cargo lleno de penas lo que apenas soporto.
    ¿No oyes caer las gotas de mi melancolía?
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Metempsicosis
    Yo fui un soldado que durmió en el lecho
    De Cleopatra la reina. Su blancura
    Y su mirada astral y omnipotente.
    Eso fue todo.
    ¡Oh mirada! ¡Oh blancura! ¡Y oh, aquel lecho
    En que estaba radiante la blancura!
    ¡Oh, la rosa marmórea omnipotente!
    Eso fue todo.
    Y crujió su espinazo por mi brazo;
    Y yo, liberto, hice olvidar a Antonio.
    (¡Oh, el lecho y la mirada y la blancura!)
    Eso fue todo.
    Yo, Rufo Galo, fui soldado y sangre
    Tuve de Galia, y la imperial becerra
    Me dio un minuto audaz de su capricho.
    Eso fue todo.
    ¿Por qué en aquel espasmo las tenazas
    De mis dedos de bronce no apretaron
    El cuello de la blanca reina en broma?
    Eso fue todo.
    Yo fui llevado a Egipto. La cadena
    Tuve al pescuezo. Fui comido un día
    Por los perros. Mi nombre, Rufo Galo.
    Eso fue todo.
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Mía
    Mía: así te llamas.
    ¿Qué más armonía?
    Mía: luz del día;
    Mía: rosas, llamas.
    ¡Qué aroma derramas
    En el alma mía
    Si sé que me amas!
    ¡Oh Mía! ¡Oh Mía!
    Tu sexo fundiste
    Con mi sexo fuerte,
    Fundiendo dos bronces.
    Yo triste, tú triste…
    ¿No has de ser entonces
    Mía hasta la muerte?
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Nocturno
    Quiero expresar mi angustia en versos que abolida
    Dirán mi juventud de rosas y de ensueños,
    Y la desfloración amarga de mi vida
    Por un vasto dolor y cuidados pequeños.
    Y el viaje a un vago Oriente por entrevistos barcos,
    Y el grano de oraciones que floreció en blasfemias,
    Y los azoramientos del cisne entre los charcos,
    Y el falso azul nocturno de inquerida bohemia.
    Lejano clavicordio que en silencio y olvido
    No diste nunca al sueño la sublime sonata,
    Huérfano esquife, árbol insigne, oscuro nido
    Que suavizó la noche de dulzura de plata...
    Esperanza olorosa a hierbas frescas, trino
    Del ruiseñor primaveral y matinal,
    Azucena tronchada por un fatal destino,
    Rebusca de la dicha, persecución del mal...
    El ánfora funesta del divino veneno
    Que ha de hacer por la vida la tortura interior;
    La conciencia espantable de nuestro humano cieno
    Y el horror de sentirse pasajero, el horror
    De ir a tientas, en intermitentes espantos,
    Hacia lo inevitable desconocido, y la
    Pesadilla brutal de este dormir de llantos
    ¡De la cual no hay más que ella que nos despertará!
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¡Oh, mi adorada niña!
    ¡Oh, mi adorada niña!
    Te diré la verdad:
    Tus ojos me parecen
    Brasas tras un cristal;
    Tus rizos, negro luto,
    Y tu boca sin par,
    La ensangrentada huella
    Del filo de un puñal.
Arriba

¡Oh, miseria de toda lucha por lo divino!
    ¡Oh, miseria de toda lucha por lo finito!
    Es como el ala de la mariposa
    Nuestro brazo que deja el pensamiento escrito.
    Nuestra infancia vale la rosa,
    El relámpago nuestro mirar,
    Y el ritmo que en el pecho
    Nuestro corazón mueve,
    Es un ritmo de onda de mar,
    O un caer de copo de nieve,
    O el del cantar
    Del ruiseñor,
    Que dura lo que dura el perfumar
    De su hermana la flor.
    ¡Oh, miseria de toda lucha por lo finito!
    El alma que se advierte sencilla y mira claramente
    La gracia pura de la luz cara a cara,
    Como el botón de rosa, como la coccinela,
    Esa alma es la que al fondo del infinito vuela.
    El alma que ha olvidado la admiración, que sufre
    En la melancolía agria, olorosa a azufre,
    De envidiar malamente y duramente, anida
    En un nido de topos. Es manca. Está tullida.
    ¡Oh, miseria de toda lucha por lo finito!
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¡Oh, terremoto mental!
    ¡Oh, terremoto mental!
    Yo sentí un día en mi cráneo
    Como el caer subitáneo
    De una Babel de cristal.
    De Pascal miré el abismo,
    Y vi lo que pudo ver
    Cuando sintió Baudelaire
    El ala del idiotismo.
    Hay, no obstante, que ser fuerte;
    Pasar todo precipicio
    Y ser vencedor del vicio
    De la locura y la muerte.
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Palabras de la satiresa
    Un día oí una risa bajo la fronda espesa,
    Vi brotar de lo verde dos manzanas lozanas;
    Erectos senos eran las lozanas manzanas
    Del busto que bruñía de sol la satiresa:
    Era una satiresa de mis fiestas paganas,
    Que hace brotar clavel o rosa cuando besa;
    Y furiosa y riente y que abrasa y que mesa,
    Con los labios manchados por las moras tempranas.
    "Tú que fuiste -me dijo- un antiguo argonauta,
    Alma que el sol sonrosa y que la mar zafira,
    Sabe que está el secreto de todo ritmo y pausa
    En unir carne y alma a la esfera que gira,
    Y amando a Pan y Apolo en la lira y la flauta,
    Ser en la flauta Pan, como Apolo en la lira".
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Poema del otoño
    Tú que estás la barba en la mano
    Meditabundo,
    ¿Has dejado pasar, hermano,
    La flor del mundo?
    Te lamentas de los ayeres
    Con quejas vanas:
    ¡Aún hay promesas de placeres
    En los mañanas!
    Aún puedes casar la olorosa
    Rosa y el lis,
    Y hay mirtos para tu orgullosa
    Cabeza gris.
    El alma ahíta cruel inmola
    Lo que la alegra,
    Como Zingua, reina de Angola,
    Lúbrica negra.
    Tú has gozado de la hora amable,
    Y oyes después
    La imprecación del formidable
    Eclesiastés.
    El domingo de amor te hechiza;
    Mas mira cómo
    Llega el miércoles de ceniza;
    Memento, homo...
    Por eso hacia el florido monte
    Las almas van,
    Y se explican Anacreonte
    Y Omar Kayam.
    Huyendo del mal, de improviso
    Se entra en el mal
    Por la puerta del paraíso
    Artificial.
    Y, no obstante, la vida es bella,
    Por poseer
    La perla, la rosa, la estrella
    Y la mujer.
    Lucifer brilla. Canta el ronco
    Mar. Y se pierde
    Silvano oculto tras el tronco
    Del haya verde.
    Y sentimos la vida pura,
    Clara, real,
    Cuando la envuelve la dulzura
    Primaveral.
    ¿Para qué las envidias viles
    Y las injurias,
    Cuando retuercen sus reptiles
    Pálidas furias?
    ¿Para qué los odios funestos
    De los ingratos?
    ¿Para qué los lívidos gestos
    De los Pilatos?
    ¡Si lo terreno acaba, en suma,
    Cielo e infierno,
    Y nuestras vidas son la espuma
    De un mar eterno!
    Lavemos bien de nuestra veste
    La amarga prosa;
    Soñemos en una celeste
    Mística rosa.
    Cojamos la flor del instante
    ¡La melodía
    De la mágica alondra cante
    La miel del día!
    Amor a su fiesta convida
    Y nos corona.
    Todos tenemos en la vida
    Nuestra Verona.
    Aún en la hora crepuscular
    Canta una voz:
    "¡Ruth, risueña, viene a espigar
    Para Booz!"
    Mas coged la flor del instante,
    Cuando en Oriente
    Nace el alba para el fragante
    Adolescente.
    ¡Oh, niño que con Ecos juegas,
    Niños lozanos,
    Danzad como las ninfas griegas
    Y los silvanos!
    El viejo tiempo todo roe
    Y va deprisa;
    Sabed vencerle, Cintia, Cloe
    y Cidalisa.
    Trocad por rosas azahares,
    Que suena el son
    De aquel Cantar de los Cantares
    De Salomón.
    Príapo vela en los jardines
    Que Cipris huella;
    Hécate hace aullar los mastines;
    Mas Diana es bella,
    Y apenas envuelta en los velos
    De la ilusión,
    Baja a los bosques de los cielos
    Por Endimión.
    ¡Adolescencia! Amor te dora
    Con su virtud;
    Goza del beso de la aurora,
    ¡Oh juventud!
    ¡Desventurado el que ha cogido
    Tarde la flor!
    ¡Y ay de aquel que nunca ha sabido
    Lo que es amor!
    Yo he visto en tierra tropical
    La sangre arder,
    Como en un cáliz de cristal,
    En la mujer,
    Y en todas partes la que ama
    Y se consume
    Como una flor hecha de llama
    Y de perfume.
    Abrasaos en esa llama
    Y respirad
    Ese perfume que embalsama
    La humanidad.
    Gozad de la carne, ese bien
    Que hoy nos hechiza
    Y después se tornará en
    Polvo y ceniza.
    Gozad del sol, de la pagana
    Luz de sus fuegos;
    Gozad del sol, porque mañana
    Estaréis ciegos.
    Gozad de la dulce armonía
    Que a Apolo invoca;
    Gozad del canto, porque un día
    No tendréis boca.
    Gozad de la tierra, que un
    Bien cierto encierra;
    Gozad, porque no estáis aún
    Bajo la tierra.
    Apartad el temor que os hiela
    Y que os restringe;
    La paloma de Venus vuela
    Sobre la Esfinge.
    Aún vencen muerte, tiempo y hado
    Las amorosas;
    En las tumbas se han encontrado
    Mirtos y rosas.
    Aún Anadiómena en sus lidias
    Nos da su ayuda;
    Aún resurge en la obra de Fidias
    Friné desnuda.
    Vive el bíblico Adán robusto,
    De sangre humana,
    Y aún siente nuestra lengua el gusto
    De la manzana.
    Y hace de este globo viviente
    Fuerza y acción
    La universal y omnipotente
    Fecundación.
    El corazón del cielo late
    Por la victoria
    De este vivir, que es un combate
    Y es una gloria.
    Pues aunque hay pena y nos agravia
    El sino adverso,
    En nosotros corre la savia
    Del universo.
    Nuestro cráneo guarda el vibrar
    De tierra y sol,
    Como el ruido de la mar
    El caracol.
    La sal del mar en nuestras venas
    Va a borbotones;
    Tenemos sangre de sirenas
    Y de tritones.
    A nosotros encinas, lauros,
    Frondas espesas;
    Tenemos carne de centauros
    Y satiresas.
    En nosotros la vida vierte
    Fuerza y calor.
    ¡Vamos al reino de la muerte
    Por el camino del amor!
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Primaveral
    Mes de rosas. Van mis rimas
    En ronda, a la vasta selva,
    A recoger miel y aromas
    En las flores entreabiertas.
    Amada, ven. El gran bosque
    Es nuestro templo; allí ondea
    Y flota un santo perfume
    De amor. El pájaro vuela
    De un árbol a otro y saluda
    Tu frente rosada y bella
    Como a un alba; y las encinas
    Robustas, altas, soberbias,
    Cuando tú pasas agitan
    De los himnos de esa lengua
    Sus hojas verdes y trémulas,
    Y enarcan sus ramas como
    Para que pase una reina.
    ¡Oh, amada mía! Es el dulce
    Tiempo de la primavera.
    Mira en tus ojos los míos;
    Da al viento la cabellera,
    Y que bañe el sol ese aro
    De luz salvaje y espléndida.
    Dame que aprieten mis manos
    Las tuyas de rosa y seda,
    Y ría, y muestren tus labios
    Su púrpura húmeda y fresca.
    Yo voy a decirte rimas,
    Tú vas a escuchar risueña;
    Si acaso algún ruiseñor
    Viniese a posarse cerca
    Y a contar alguna historia
    De ninfas, rosas y estrellas,
    Tú no oirás notas ni trinos,
    Sino, enamorada y regia,
    Escucharás mis canciones
    Fija en mis labios que tiemblan.
    ¡Oh, amada mía! Es el dulce
    Tiempo de la primavera.
    Allá hay una clara fuente
    Que brota de una caverna,
    Donde se bañan desnudas
    Las blancas ninfas que juegan.
    Ríen al son de la espuma,
    Hienden la linfa serena;
    Entre polvo cristalino
    Esponjan sus cabelleras;
    Y saben himnos de amores
    En hermosa lengua griega,
    Que en glorioso tiempo antiguo
    Pan inventó en las florestas.
    Amada, pondré en mis rimas
    La palabra más soberbia
    De la frase de los versos
    De los himnos de la lengua;
    Y te diré esa palabra
    Empapada en miel hiblea...
    ¡Oh, amada mía! Es el dulce
    Tiempo de la primavera.
    Van en sus grupos vibrantes
    Revolando las abejas
    Como un áureo torbellino
    Que la blanca luz alegra;
    Y sobre el agua sonora
    Pasan radiantes, ligeras,
    Con sus alas cristalinas
    Las irisadas libélulas.
    Oye: canta la cigarra
    Porque ama al sol, que en la selva
    Su polvo de oro tamiza,
    Entre las hojas espesas.
    Su aliento nos da en un soplo
    Fecundo la madre tierra,
    Con el alma de los cálices
    Y el aroma de las yerbas.
    ¿Ves aquel nido? Hay un ave.
    Son dos: el macho y la hembra.
    Ella tiene el buche blanco,
    Él tiene las plumas negras.
    En la garganta el gorjeo,
    Las alas blancas y trémulas;
    Y los picos que se chocan
    Como labios que se besan.
    El nido es cántico. El ave
    Incuba el trino, ¡oh poetas!,
    De la lira universal
    El ave pulsa una cuerda.
    Bendito el calor sagrado
    Que hizo reventar las yemas.
    ¡Oh, amada mía! Es el dulce
    Tiempo de la primavera.
    Mi dulce musa Delicia
    Me trajo un ánfora griega
    Cincelada en alabastro,
    De vino de Naxos llena;
    Y una hermosa copa de oro,
    La base henchida de perlas,
    Para que bebiese el vino
    Que es propicio a los poetas.
    En el ánfora está Diana,
    Real, orgullosa, esbelta,
    Con su desnudez divina
    Y en actitud cinegética.
    Y en la copa luminosa
    Está Venus Citerea
    Tendida cerca de Adonis
    Que sus caricias desdeña.
    No quiere el vino de Naxos
    Ni el ánfora de asas bellas,
    Ni la copa donde Cipria
    Al gallardo Adonis ruega.
    Quiero beber del amor
    Sólo en tu boca bermeja.
    ¡Oh, amada mía! Es el dulce
    Tiempo de la primavera.
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Programa matinal
    ¡Claras horas de la mañana
    En que mil clarines de oro
    Dicen la divina diana!
    ¡Salve al celeste Sol sonoro!
    En la angustia de la ignorancia
    De lo porvenir, saludemos
    La barca llena de fragancia
    Que tiene de marfil los remos.
    ¡Epicúreos o soñadores
    Amemos la gloriosa vida,
    Siempre coronada de flores
    Y siempre la antorcha encendida!
    Exprimamos de los racimos
    De nuestra vida transitoria
    Los placeres porque vivimos
    Y los champañas de la gloria.
    Devanemos de Amor los hilos,
    Hagamos, porque es bello, el bien,
    Y después durmamos tranquilos
    Y por siempre jamás. Amén.
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Que el amor no admite cuerdas reflexiones
    Señora, el amor es violento,
    Y cuando nos transfigura
    Nos enciende el pensamiento
    La locura.
    No pidas paz a mis brazos
    Que a los tuyos tienen presos:
    Son de guerra mis abrazos
    Y son de incendio mis besos;
    Y sería vano intento
    El tornar mi mente obscura
    Si me enciende el pensamiento
    La locura.
    Clara está la mente mía
    De llamas de amor, señora,
    Como la tienda del día
    O el palacio de la aurora.
    Y al perfume de tu ungüento
    Te persigue mi ventura,
    Y me enciende el pensamiento
    La locura.
    Mi gozo tu paladar
    Rico panal conceptúa,
    Como en el santo Cantar:
    Mel et lac sub lingua tua.
    La delicia de tu aliento
    En tan divino vaso apura,
    Y me enciende el pensamiento
    La locura.
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¿Que por qué así? No es muy dulce
    ¿Que por qué así? No es muy dulce
    La palabra, lo confieso.
    Mas, de esa extraña amargura
    La explicación está en esto:
    Después de llorar mis lágrimas
    Ásperas como el ajenjo,
    Me alborotó el corazón
    La tempestad de mis nervios.
    Siguió la risa al gemido,
    Y a la iracundia el bostezo,
    Y a la palabra el insulto,
    Y a la mirada el incendio;
    Por la puerta de la boca
    Lanzó su llama el cerebro,
    Y en aquella noche oscura
    Y en aquel fondo tan negro,
    Con la tempestad del alma
    Relampagueó el pensamiento
    Y les salieron espinas
    A las flores de mis versos.
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Rima
    ¿Que no hay alma? ¡Insensatos!
    Yo la he visto: es de luz...
    Se asoma a tus pupilas
    Cuando me miras tú.
    ¿Que no hay cielo? ¡Mentira!
    ¿Queréis verle? Aquí está.
    Muestra, niña gentil,
    Ese rostro sin par,
    Y que de oro lo bañe
    El sol primaveral.
    ¿Que no hay Dios? ¡Qué blasfemia!
    Yo he contemplado a Dios...
    En aquel casto y puro
    Primer beso de amor,
    Cuando de nuestras almas
    Las nupcias consagró.
    ¿Que no hay infierno? Sí, hay...
    Cállate, corazón,
    Que esto bien, por desgracia,
    Lo sabemos tú y yo.
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Sobre el diván
    Sobre el diván dejé la mandolina
    Y fui a besar la boca purpurina,
    La boca de mi hermosa Florentina.
    Y es ella dulce y rosa y muerde y besa;
    Y es una boca rosa, fresa;
    Y Amor no ha visto boca como esa.
    Sangre, rubí, coral, carmín, claveles,
    Hay en sus labios finos y crueles,
    Pimientas fuertes, aromadas mieles.
    Los dientes blancos riman como versos,
    Y saben esos finos dientes tersos,
    Mordiscos caprichosos y perversos.
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Sonatina
    La princesa está triste, ¿qué tendrá la princesa?
    Los suspiros se escapan de su boca de fresa
    Que ha perdido la risa, que ha perdido el color.
    La princesa está pálida en su silla de oro,
    Está mudo el teclado de su clave sonoro;
    Y en un vaso olvidada se desmaya una flor.
    El jardín puebla el triunfo de los pavos reales.
    Parlanchina, la dueña dice cosas banales,
    Y, vestido de rojo, piruetea el bufón.
    La princesa no ríe, la princesa no siente;
    La princesa persigue por el cielo de Oriente
    La libélula vaga de una vaga ilusión.
    ¿Piensa acaso en el príncipe de Golconda o de China,
    O en el que ha detenido su carroza argentina
    Para ver de sus ojos la dulzura de luz
    O en el rey de las Islas de las Rosas fragantes,
    O en el que es soberano de los claros diamantes,
    O en el dueño orgulloso de las perlas de Ormuz?
    ¡Ay! La pobre princesa de la boca de rosa
    Quiere ser golondrina, quiere ser mariposa,
    Tener alas ligeras, bajo el cielo volar,
    Ir al sol por la escala luminosa de un rayo,
    Saludar a los lirios con los versos de mayo,
    O perderse en el viento sobre el trueno mar.
    Ya no quiere el palacio, ni la rueca de plata,
    Ni el halcón encantado, ni el bufón escarlata,
    Ni los cisnes unánimes en el lago de azur.
    Y están tristes las flores por la flor de la corte;
    Los jazmínes de Oriente, los nelumbos del Norte,
    De Occidente las dalias y las rosas del Sur.
    ¡Pobrecita princesa de los ojos azules!
    Está presa en sus oros, está presa en sus tules,
    En la jaula de mármol del palacio real,
    El palacio soberbio que vigilan los guardas,
    Que custodian cien negros con sus cien alabardas,
    Un lebrel que no duerme y un dragón colosal.
    ¡Oh quién fuera hipsipila que dejó la crisálida!
    (La princesa está triste. La princesa está pálida)
    ¡Oh visión adorada de oro, rosa y marfil!
    Quién volara a la tierra donde un príncipe existe
    (La princesa está pálida. La princesa está triste)
    Más brillante que el alba, más hermoso que abril.
    "¡Calla, calla, princesa -dice el hada madrina- ,
    En caballo con alas, hacia acá se encamina,
    En el cinto la espada y en la mano el azor,
    El feliz caballero que te adora sin verte,
    Y que llega de lejos, vencedor de la muerte,
    A encenderte los labios con su beso de amor!"
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Soneto al marqués de Bradomín
    Marqués (como el Divino lo eres), te saludo.
    Es el otoño y vengo de un Versalles doliente.
    Había mucho frío y erraba vulgar gente.
    El chorro de agua de Verlaine estaba mudo.
    Me quedé pensativo ante un mármol desnudo,
    Cuando vi una paloma que pasó de repente,
    Y por caso de cerebración inconsciente
    Pensé en ti. Toda exégesis en este caso eludo.
    Versalles otoñal; una paloma; un lindo
    Mármol; un vulgo errante, municipal y espeso;
    Anteriores lecturas de tus sutiles prosas;
    La reciente impresión de tus triunfos... prescindo
    De más detalles para explicarte por eso
    Cómo autumnal te envío este ramo de rosas.
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Tarde del Trópico
    Es la tarde gris y triste.
    Viste el mar de terciopelo
    Y el cielo profundo viste
    De duelo.
    Del abismo se levanta
    La queja amarga y sonora.
    La onda, cuando el viento canta,
    Llora.
    Los violines de la bruma
    Saludan al sol que muere.
    Salmodia la blanca espuma:
    Miserere.
    La armonía del cielo inunda,
    Y la brisa va a llevar
    La canción triste y profunda
    Del mar.
    Del clarín del horizonte
    Brota sinfonía rara,
    Como si la voz del monte
    Vibrara.
    Cual si fuese lo invisible...
    Cual si fuese el rudo son
    Que diese al viento un terrible
    León.
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Thánatos
    En medio del camino de la vida...
    Dijo Dante. Su verso se convierte:
    En medio del camino de la muerte.
    Y no hay que aborrecer a la ignorada
    Emperatriz y reina de la nada.
    Por ella nuestra tela está tejida,
    Y ella en la copa de los sueños vierte
    Un contrario nepente: ¡ella no olvida!
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Triste, tristemente
    Un día estaba yo triste, muy tristemente
    Viendo cómo caía el agua de una fuente;
    Era la noche dulce y argentina. Lloraba
    La noche. Suspiraba la noche. Sollozaba
    La noche. Y el crepúsculo en su suave amatista,
    Diluía la lágrima de un misterioso artista.
    Y ese artista era yo, misterioso y gimiente,
    Que mezclaba mi alma al chorro de la fuente.
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Tú eres mío, tú eres mía
    Niña hermosa que me humillas
    Con tus ojos grandes, bellos:
    Son para ellos, son para ellos
    Estas suaves redondillas.
    Son dos soles, son dos llamas,
    Son la luz del claro día;
    Con su fuego, niña mía,
    Los corazones inflamas.
    Y autores contemporáneos
    Dicen que hay ojos que prenden
    Ciertos chispazos que encienden
    Pistolas que rompen cráneos.
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Una votiva
    A Lamberti.
    Sobre el caro despojo esta urna cincelo
    Un amable frescor de inmortal siempreviva
    Que decore la greca de la urna votiva
    En la copa que guarda rocío del cielo;
    Una alondra fugaz sorprendida en su vuelo
    Cuando fuese a cantar en la rama de oliva,
    Una estatua de Diana en la selva nativa
    Que la musa Armonía envolviera en su velo.
    Tal si fuese escultor con amor cincelara
    En el mármol divino que brinda Carrara,
    Coronando la obra una lira, una cruz;
    Y sería mi sueño, al nacer de la aurora,
    Contemplar en la faz de una niña que llora,
    Una lágrima llena de amor y de luz.
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Venus
    En la tranquila noche, mis nostalgias amargas sufría.
    En busca de quietud, bajé al fresco y callado jardín.
    En el oscuro cielo, Venus bella temblando lucía,
    Como incrustado en ébano un dorado y divino jazmín.
    A mi alma enamorada, una reina oriental parecía,
    Que esperaba a su amante, bajo el techo de su camarín,
    O que, llevada en hombros, la profunda extensión recorría,
    Triunfante y luminosa, recostada sobre un palanquín.
    "¡Oh reina rubia! -dije-, mi alma quiere dejar su crisálida
    Y volar hacia ti, y tus labios de fuego besar;
    Y flotar en el nimbo que derrama en tu frente luz pálida,
    Y en siderales éxtasis no dejarte un momento de amar".
    El aire de la noche refrescaba la atmósfera cálida.
    Venus, desde el abismo, me miraba con triste mirar.
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Voy a confiarte, amada
    Voy a confiarte, amada,
    Uno de los secretos
    Que más me martirizan. Es el caso
    Que a las veces mi ceño
    Tiene en un punto mismo
    De cólera y esplín los fruncimientos.
    O callo como un mudo,
    O charlo como un necio,
    Suplicando el discurso
    De burlas, carcajadas y dicterios.
    ¿Que me miran? Agravio.
    ¿Me han hablado? Zahiero.
    Medio loco de atar, medio sonámbulo,
    Con mi poco de cuerdo.
    ¡Cómo bailan en ronda y remolino,
    Por las cuatro paredes del cerebro
    Repicando a compás sus consonantes,
    Mil endiablados versos
    Que imitan, en sus cláusulas y ritmos,
    Las músicas macabras de los muertos!
    ¡Y cómo se atropellan,
    Para saltar a un tiempo,
    Las estrofas sombrías,
    De vocablos sangrientos,
    Que me suele enseñar la musa pálida,
    La triste musa de los días negros!
    Yo soy así. ¡Qué se hace! ¡Boberías
    De soñador neurótico y enfermo!
    ¿Quieres saber acaso
    La causa del misterio?
    Una estatua de carne
    Me envenenó la vida con sus besos.
    Y tenía tus labios, lindos, rojos
    Y tenía tus ojos, grandes, bellos...
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Yo persigo una forma
    Yo persigo una forma que no encuentra mi estilo,
    Botón de pensamiento que busca ser la rosa;
    Se anuncia con un beso que en mis labios se posa
    Al abrazo imposible de la Venus de Milo.
    Adornan verdes palmas el blanco peristilo;
    Los astros me han predicho la visión de la diosa;
    Y en mi alma reposa la luz, como reposa
    El ave de la luna sobre un lago tranquilo.
    Y no hallo sino la palabra que huye,
    La iniciación melódica que de la flauta fluye
    Y la barca del sueño que en el espacio boga;
    Y bajo la ventana de mi bella durmiente,
    El sollozo continuo del chorro de la fuente
    Y el cuello del gran cisne blanco que me interroga.
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