Mauricio Bacarisse

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    Información biográfica

  1. A la muerte
  2. A medianoche
  3. A mi amigo C.
  4. Abril
  5. Aniversario
  6. Ansiedad
  7. La doncella raptada
  8. La luna
  9. Lectura (De El paraíso desdeñado)
  10. Ruiseñor (De Mitos)

  11. Nota: Los poemas del 11 al 30 pertenecen a El esfuerzo (1917)
    Las canciones candorosas
  12. Musmé
  13. Fragilidad
  14. La infanta velazqueña
  15. Psiquis
  16. La miseria
  17. El Príncipe Sainete
  18. Princesa
  19. Bebedor de ajenjo
  20. Manifestación de hambre
  21. La cojita de las injurias
  22. La Salomé de San Martín
  23. El Madrid de las rondas
  24. El lazarillo del cíclope
  25. La guerra
  26. Nietzsche
  27. La última broma de Schopenhauer
  28. Los estados mayores
  29. El esfuerzo
  30. La tortuga del catolicismo
  31. Las máximas de Epicteto
  32. La Adonia de Rubén Darío (Fragmento)
  33. Junio (Fragmento)
  34. Nisus

  35. Traducción de poemas de Arthur Rimbaud [4]
  36. Traducción de poemas de Marceline Desbordes-Valmore [2]
  37. Traducción de poemas de Stéphane Mallarmé [4]


Información biográfica
    Nombre: Mauricio Bacarisse Casulé
    Lugar y fecha nacimiento: Madrid, España, 20 de agosto de 1895
    Lugar y fecha defunción: Madrid, España, 4 de febrero de 1931 (35 años)
    Ocupación: Escritor, poeta, ensayista, traductor y narrador
    Movimiento: Modernismo, Ultraísmo
Su primer libro fue El esfuerzo (1917), todavía en la estela del Modernismo y de Juan Ramón Jiménez. El paraíso desdeñado (1928) y Mitos (1930) presentan ya formas y temas anclados en el ámbito de la poesía pura y el influjo del Ultraísmo. Hoy tiene, sobre todo, valor de época.

Fuente: [Mauricio Bacarisse] en Wikipedia.org

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    A la muerte
      Yo te saludo, oh muerte redentora,
      Y en tu esperanza mi dolor mitigo,
      Obra de Dios perfecta; no castigo,
      Sino don de su mano bienhechora.
      ¡Oh de un día mejor celeste aurora,
      Que al alma ofrece perdurable abrigo,
      Yo tu rayo benéfico bendigo! 
      Y lo aguardo impaciente, de hora en hora.
      Ante las plagas del linaje humano,
      Cuando toda virtud se rinde inerte,
      Cuando todo rencor fermenta insano,
      Cuando al débil oprime inicuo el fuerte,
      ¡Horroriza pensar, Dios soberano,
      Lo que fuera la vida sin la muerte!
    Arriba

    A medianoche
      Quizá serán delirios de mi locura,
      O fantasmas que engendra la noche oscura;
      Pero -cuando, rendido tras larga vela
      En que al alma doliente nada consuela,
      Derramando en mis sienes letal beleño,
      Mis párpados cansados entorna el sueño,-
      Por las oscuras sombras, o desvarío,
      O unas alas se agitan en torno mío.
      En medio del letargo que me domina,
      Un rayo misterioso mi alma ilumina;
      Y, entre las vagas ondas del aire vano,
      Una visión distingo de rostro humano:
      Visión fascinadora que infunde al alma
      Esperanza y consuelo, quietud y calma.
      Dulce expresión le prestan y aspecto santo
      Una cándida toca y un negro manto,
      Y su pálida frente leve rodea
      Una blanca aureola que centellea.
      Considera piadosa mi amargo duelo;
      Con la mano tendida me muestra el cielo;
      Y su voz, como brisa de primavera,
      Dulce y mansa me dice: ¡Sufre y espera!

      Yo conozco el aliento de aquella boca;
      Yo conozco aquel manto y aquella toca,
      Desde una triste noche que, delirando,
      A la luz de unos cirios pasé velando:
      ¡Triste noche solemne, triste velada
      Que dejó el alma mía regenerada!

      Dulce voz que me alientas en mi agonía,
      ¡Ay de mí si cesaras de hablarme un día!
      Por tus santas palabras, que fiel venero,
      Resignado a mi suerte sufro y espero;
      Por ti, por ti la mano de Dios bendigo,
      Que imparcial nos reparte premio y castigo;
      Por ti me postro humilde bajo esa mano;
      Por ti soy religioso, por ti cristiano.
      Dios, que sabe la historia de mi tormento,
      Por ti en mis amarguras me infunde aliento.
      Dulce voz misteriosa que tanto alcanzas,
      Dulce voz que reanimas mis esperanzas,
      Nunca niegues tus ecos al alma mía;
      Que, ¡ay de mí si cesaras de hablarme un día!
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    A mi amigo C.
      ¡Cumpliste tu deber!

      Compadecida
      Ve tu acerbo dolor, desde la altura,
      La que no pudo darte, en su amargura,
      El beso de la eterna despedida.
      Por el materno amor enaltecida,
      Su lágrima postrera de ternura
      Hoy, en su frente, vívida fulgura,
      Corona santa de su santa vida.
      Ella, que supo con delirio amarte,
      Hoy, que el lauro alcanzó de la victoria,
      Sabrá desde los cielos consolarte;
      Y, de tu ausencia al conocer la historia,
      El beso que al morir no pudo darte,
      Será el primero que te dé en la gloria.
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    Abril
      (A Vicente Pérez Callejas)

      En dulce quietud extraña
      Sumergido yace el campo,
      Y el sol, que los cielos baña,
      Desflora apenas el ampo
      De la nieve en la montaña.
      Abril, que del yerno suelo
      La bruma invernal destierra,
      Para consolar su duelo
      Viste al árbol verde velo
      Y alfombra verde a la tierra.
      Las aguas que aprisionadas
      En transparente cristal
      Ayer durmieron calladas,
      Corren al fin desatadas
      En bullicioso raudal;
      Y, entre su rumor sonoro,
      Los amantes ruiseñores
      Alzando inefable coro
      Velan el dulce tesoro
      Del nido de sus amores.
      La selva, ayer despojada,
      De sus frondas hace alarde:
      En la espléndida enramada
      Toda es cantos la alborada,
      Toda es aromas la tarde;
      Y porque en hora ninguna
      Falte un astro que pregone
      Todo el bien que el mundo aduna,
      Al tiempo que el sol se pone
      Surge en oriente la luna.
      Corazón que en tu dolor
      Negabas la providencia,
      ¡Bendice al Sumo Hacedor!
      ¡Toda esa luz es clemencia!
      ¡Toda esa vida es amor!
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    Aniversario
      Hoy hace un año que, al morir el día
      Con la luz del crepúsculo incolora,
      Aquí, donde doliente gimo ahora,
      A un tiempo comenzó nuestra agonía.
      Breve la tuya fue; pero la mía,
      Que el corazón y el alma me devora,
      Prolongándose lenta de hora en hora
      Dura al cabo de un año todavía.
      Cuando de mi perdido bien me acuerdo
      Y a medir mi desdicha el juicio alcanza.
      Transido de dolor, el juicio pierdo;
      Y abatido descubro en lontananza
      Tus amores por único recuerdo
      Y la muerte por única esperanza.
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    Ansiedad
      Por no conocerme así,
      No quisiera conocerme.
      Boscán

      De tan largo padecer,
      De tan continuo penar,
      Imbécil me he de tornar
      O loco me he de volver:
      Trastornado está mi ser
      Desde que mi amor perdí
      Y es tanto el mal que sufrí,
      Tanto el que sufriendo estoy,
      Que no encuentro en lo que soy
      Ni sombra de lo que fui.
      Cuando tiendo la mirada
      Por los años de mi vida,
      De hallarse tan abatida
      Llora el alma sonrojada:
      Hoy, al fin de mi jornada
      Al contemplarme y al verme
      Débil, apocado, inerme
      Contra la suerte fatal,
      Por no conocerme tal
      No quisiera conocerme.
      Desde que mi bien perdí
      Con lucha implacable y muda
      La certidumbre y la duda
      Batallando están en mí:
      Ni creo lo que creí,
      Ni niego lo que negué;
      Y, examinando el por qué
      De cuanto temo y deseo,
      Todas las sendas tanteo
      Y en ninguna siento el pie.
      ¡Feliz, feliz el creyente
      Que espera, firme y entero,
      En un Dios justo y severo
      O en un Dios dulce y clemente!
      Mas, ¡ay de aquel que impaciente
      Sondea la eternidad,
      Y, en vaga perplejidad,
      Jamas el ánimo inclina
      Ni a la justicia divina
      Ni a la divina bondad!
      Para el que no osa creer,
      Es la eternidad baldía
      Un interminable día
      Sin mañana y sin ayer;
      Noche fue su amanecer,
      Y en su horizonte sombrío,
      Negro recorre el vacío
      Un sol que, entre opacas nieblas,
      Rayos lanza de tinieblas
      Y ondas esparce de frío.
      Pero aquel que, en su impiedad,
      A la negación se aferra,
      Del ánimo al fin destierra
      Duda, temor y ansiedad:
      Él admite una verdad,
      ¡Triste verdad, bien lo sé!
      Mas para el alma que fue
      Presa de cobarde anhelo,
      Cualquier creencia es consuelo:
      ¡La fe en la nada aún es fe!
      Yo, como el agua que llueve
      Corre esparcida sin cauce,
      Como la rama del sauce
      Que a todo viento se mueve,
      Presa de la duda aleve
      Cambio sin saber por qué;
      Y, exhausto de toda fe,
      Con amargo desconsuelo,
      Consternado miro al cielo
      Cuando nombro a la que amé.
      En vano la Religión
      Me manda, con ceño airado,
      Que, olvidando lo pasado
      Procure mi salvación;
      Que negocie mi perdón,
      Y que, aplicando el veneno
      Que oculto llevo en el seno
      La triaca que me den,
      Agencie mi propio bien
      Sin pensar en el ajeno.
      ¡Traición fuera, vil traición,
      Olvidar, falto de brío,
      A la que por mí, Dios mío,
      Arriesgó su salvación!
      En indisoluble unión,
      Almas que supo juntar
      Al pie de tu propio altar
      Amor trocado en deber,
      ¡O juntas se han de perder,
      O juntas se han de salvar!
      Y al salvarme, ¿qué ventura
      Lograra yo ¡desgraciado!
      Si en no tenerla a mi lado
      Consiste mi desventura?
      Aunque en la celeste altura
      Donde mi clamor es estrella,
      Desertando de su huella
      Penetrar consiga yo,
      Para quien tanto la amó
      ¿Qué gloria ha de haber sin ella?
      ¡Oh!
      Cuando uno ha de caer,
      Acaso el otro, en la gloria,
      Pierda la dulce memoria
      De los amores de ayer.
      Mas si no hemos de caber
      A un tiempo los dos allí,
      Haz, Señor, que junto a Ti
      Mi esposa feliz se crea,
      ¡Ay!
      Aunque yo no la vea
      Ni ella se acuerde de mí!
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    La doncella raptada
      Va a la grupa la doncella
      Sobre un corcel de oro y plata,
      Entre el alhelí y el plomo
      Del cielo y el campo en calma.
      Va a la grupa la doncella
      Aunque ella sola cabalga.
      Su rubia llama de pelo
      Ha de encender la borrasca
      Cuando se desasosiegue
      La tarde en paz, gris y cárdena.
      Aleteos del abril
      Asustan a la hoja plácida
      Y afilan sus acicates
      En la hora desenfrenada
      Para hundirlos en la prisa
      De las nubosas ijadas.
      Por los llanos va el corcel,
      Con luces de oro y de plata,
      Y, en la grupa, la doncella
      Que en las tormentas se escapa.
      El campo la ve correr
      Con su miopía entornada.
      Un amor de río gentil
      Se criba entre las pestañas
      De los chopos espigados,
      Y el verde mirar del agua
      No sabe descifrar quién
      Es el raptor que la rapta.
      Nadie se ve en la montura.
      La niña va arrebatada.
      Alhelíes de centellas
      De olientes tormentas cárdenas
      No aclararán la visión
      De la llanura obcecada.
      La tarde es perla siniestra;
      El corcel es de oro y plata.
      Como un eco del galope
      Se oye un trote de tronada.
      No hará visible al galán
      La encendida catarata.
      Va a la grupa la doncella
      Aunque ella sola cabalga.
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    La luna
      La luna es sólo la luna,
      Y no se parece a nada.

      No vale buscarle imágenes,
      Ni tropos ni semejanzas.

      Yo acaricié aquella noche
      Las breves manos doradas,

      Las que ni desear pude,
      Las manos nunca soñadas.

      En el río de arco iris
      Coreaban mil cascadas.

      No eran laderas fluidas
      De cordilleras de agua;

      No eran tampoco caderas
      De las náyades más cándidas.

      No eran de piedra ni carne
      Sino de cosa más clara,

      Que sigue siendo lo que es
      Aunque sea destrizada.

      Eran un poco de música
      Única e inesperada.

      Sus manos eran sus manos,
      En las mías anidadas.

      La luna era incomparable,
      Redonda, contenta y alta.

      ¡Quién me volviera esa noche,
      Aunque muriera mañana!

      La luna es sólo la luna,
      Y no se parece a nada.
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    Lectura (De El paraíso desdeñado)
      Corazón mío, no te exaltes.
      Fija los ojos en el libro;
      Mira las gráciles letras, en la celulosa,
      Como las momias en los siglos.

      Olvida el canto y la medalla.
      (El rizo olía a miel de otoño.)
      Aún le han de crecer al libro muchas yemas cuando
      Estés perdido en el reposo.

      Todo será para la cifra.
      Han de cifrarse tus latidos,
      Y han de ser piedras, como las que descansan
      En las meditaciones de los ríos.
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    Ruiseñor (De Mitos)
      La pálida luna en flor
      Y la fuente, en mil promesas,
      Son dos hermanas siamesas
      Unidas por un temblor.
      Riela trinos, ruiseñor,
      Sobre agua de astros en calma,
      Tú, que humedeces la palma
      De la mano de Dios, y osas
      Probar a las lindas rosas
      La inmortalidad del alma.
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    Musmé
      Eres bella y elegante
      Y tu alma extravagante
      En amar no se marchita;
      Gozas la dicha completa.
      Dios no te hizo tan coqueta
      Al hacerte tan bonita.

      Brotan lujuriosas luces
      De tus ojos andaluces
      Y de tu pelo africano,
      Y eres como una musmé
      Cuyo diminuto pie
      Caber podría en mi mano.

      Tienes los labios de fresa
      Y las manos de abadesa;
      Son tus mejillas de grana,
      Y hasta en tu voz argentina
      Eres la mujer divina
      Con alma de cortesana.

      Tu maldad no se adivina,
      Tu roja boca fascina
      Para asesinar después,
      Y es una flor de granado
      Que al besar, ha envenenado
      Al que lloraba a tus pies.

      Yo te amé por tu elegancia
      Y por la rara fragancia
      De las rosas de tu ser;
      Por tu traje azul turquesa,
      Por tu sangre de duquesa
      Y tu crueldad de mujer.

      Eres una triste rosa
      Cuya esencia ponzoñosa
      Marchitó mi corazón,
      Y hoy me queda la tristeza
      De contemplar tu belleza
      Y recordar tu traición.

      Quizás comprendas mañana,
      Princesa esquiva y liviana,
      La agonía de emoción
      De aquel ingenuo amor mío
      Que murió yerto de frío
      Debajo de tu balcón.

      ¡Qué grato sería amarte
      Y entre los labios besarte
      Si tu espíritu tirano
      Fuese bondad, luz y calma;
      Si tú tuvieses el alma
      Tan blanca como la mano!

      Prodiga el amor mortal
      Que me hirió como un puñal
      Con tu gracia de musmé,
      Y al amante hazle traición,
      Pues tienes el corazón
      Tan pequeño como el pie.
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    Fragilidad
      Mi alma tierna y melancólica
      Se ha enamorado de ti,
      Magdalena hecha en mayólica
      Por Bernardo Palissy.

      Serás mi único tesoro
      Hasta que venga la Intrusa;
      Eres lo que más adoro
      Con mi madre y con mi musa.

      Como un ópalo en mi dedo
      Turba mi felicidad
      Ese inexpresable miedo
      A tu gran fragilidad.

      Eres un alma perdida
      Del Infortunio en las fauces;
      Eres Ofelia subida
      A las ramas de los sauces.

      Eres de nieve y cristal,
      Y si te estrecho en mis brazos
      La copa del Ideal
      Ha de quebrarse en pedazos.

      Eres un astro de oros
      En mi existencia confusa;
      Eres lo que más adoro
      Con mi madre y con mi musa.

      Por si algún día estoy falto
      De tu amor y tu bondad,
      Vivo en triste sobresalto
      Por tu gran fragilidad.
    Arriba

    La infanta velazqueña
      Era la Primavera cadenciosa.
      La noche prodigaba sus zafiros;
      Arrullaba la fuente rumorosa
      Y el viento se llevaba entre suspiros
      Una lluvia de pétalos de rosa.

      Cruzaste los jardines de mi ensueño
      Como una grácil y amorosa infanta;
      Me destoqué del negro castoreño,
      Pero al ir a besar tu egregia planta
      Tus ojos se apiadaron de mi empeño.

      Llevaba el corazón atravesado
      Por todas las infamias de la vida
      Bajo el amplio manteo ensangrentado,
      Y al verte tan propicia y tan rendida
      Me eché a tus pies, romántico y cansado.

      Comprendí que no habías de saciarme
      De la sed de ideal que en mí brotó;
      Pero tu amor quería recordarme
      Que don Diego Velázquez te pintó
      Y que el lienzo dejabas para amarme.

      Yo, fuerte en el baluarte de mí mismo,
      -Golondrina anidada en su metopa-,
      Desconocí rencor y escepticismo,
      Pues desbordaba el vino de mi copa
      En una espuma de romanticismo.

      Contemplé al hombre desde mi alta cumbre;
      Vi su tragedia triste y aburrida,
      Y ardiendo el alma en la sagrada lumbre
      La fe envolvía de la eterna vida
      Entre las flores de la certidumbre.

      Era la Primavera cadenciosa
      Que perfumaba nuestra vida estulta.
      La Noche suspiraba melodiosa
      Y Citerea nos llamaba oculta
      Tras unos setos de laureles rosa.

      Mi verso tuvo luz en la esperanza
      Que vale más que imperios y fortuna,
      Y mirando la Dicha en lontananza
      Con tus besos al claro de la luna
      Vio los paisajes de la bienandanza.

      En tus manos de infanta velazqueña
      Posé de mi cabeza los ardores
      Y fuiste mi alegría al ser mi dueña.
      ¡Qué importaba que hubiese sinsabores
      Si contigo la vida era risueña!

      Y era en aquella noche dulce y bella
      Un concierto de ósculos y orquestas,
      Un rumor de suspiro y de querella
      Que deshojó el rosal de las florestas
      Bajo el mirar de una amorosa estrella.

      Hizo estragos de amor galante riña
      En la noche de seda de tus rizos,
      Y con mirada y con candor de niña
      Despertaste los mágicos hechizos
      Dormidos al calor de tu basquiña.

      Te quise como quise al mundo entero;
      Como quise a los viejos y a los niños;
      Como quise a los lirios del sendero,
      Con fe de ascetas y pudor de armiños,
      Con un amor viril, fuerte y sincero.

      Murió la Primavera cadenciosa
      En una estival noche lujuriante
      Y agonizaba de dolor la rosa
      Al ver que abandonabas a tu amante
      Y te alejabas bella y donairosa.

      Apuñalaste el corazón sincero
      De quien fuiste la estrella y la fortuna,
      Y sin pesar ni llanto lastimero,
      Del Olvido me echaste en la laguna
      Sin grito y sin sollozo verdadero.

      ¿Y eres tú, infanta de la infame mueca,
      La que ofrendaba besos voluptuosos
      E hilaba hechizos en amable rueca?
      ¿Dónde están ya los días venturosos,
      Mujer vacía como estatua hueca?

      Se han muerto ya, princesa de princesas
      De todos los pictóricos estilos,
      Las flores del jardín de las promesas
      Crecidas bajo el palio de los tilos
      Y el otoño ha aventado sus pavesas.

      Fue tu amor una sarta de falacias
      De tu alma hecha de afeite y badulaque.
      Escondiste taimada con audacias
      Tras la pompa del amplio miriñaque
      Las liviandades de las lises lacias.

      Te alejaste una noche, donairosa,
      Con ritmo y con sonrisa singulares;
      En tu seno se abría una gran rosa,
      Y en tu falda los locos farfalares
      Bailaban una danza tumultuosa.

      La infamia era la rosa de tu pecho
      Que exhalaba un aroma de mentira;
      La deshojé con rabia y con despecho,
      Y así engarcé en las cuerdas de mi lira
      Una flor mustia y un amor maltrecho.

      Y Citerea besos triunfales
      Daba a la Noche que su manto abría
      Como la flor del loto en los canales,
      Y la luna en blancor de eucaristía
      Nevaba apoteosis de rosales.
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    Psiquis
      ¡Dentro de unas noches te quedarás muerta!
      Como las umbelas de los heliotropos
      Se ajarán tus senos de hermosura yerta,
      Y no tendré rimas, ni ritmos, ni tropos

      Para retratarte dormida en los copos
      De tu albo reposo. Huirá tu alma incierta
      Libre por las crueles tijeras de Átropos.
      Aullarán los canes rondando la puerta...

      (La ojera morada cual flor de cantueso
      Y el nematelminto que nos monda el hueso
      Después de los besos de la última cita...)

      Y luego un sollozo que oprime mi glotis
      Y una mariposa color de myosotis
      Ahogada en la concha del agua bendita.
    Arriba

    El Príncipe Sainete
      Es soberano de la alegría, 
      De amores viejos, de galanía;
      Tiene de diablos un zaguanete
      Y cuando pasa cual leve brisa
      Todos le obsequian con franca risa
      Porque es el Príncipe Don Sainete.

      Es una sombra que nos recuerda
      Galante vida que no fue cuerda
      Y que evocamos las almas solas
      En abanicos de pastorelas,
      En los retratos de las abuelas
      Y en las figuras de las consolas.

      En borbotones de risa fresca
      Viste su grácil Musa diablesca
      Con la mantilla, con los caireles
      Y con la falda de medio paso,
      Y ambos le ponen a su Pegaso
      Una collera de cascabeles.

      Es el que rinde marquesas locas; 
      Muerde las fresas de bellas bocas
      De las devotas de las Salesas;
      Todas le quieren, todas le admiran
      Y sonrientes todas le miran
      Desde los tronos de sus calesas.

      Es Don Sainete prócer burlesco
      Y aunque muy noble, muy picaresco.
      Desprecia el tedio, reta a la Muerte;
      En su manteo siempre embozado,
      Goya sublime le ha retratado
      Entre las sombras de un aguafuerte.

      Cosas vulgares, cosas grotescas,
      Muecas estultas y pierrotescas,
      Que son las flores de tu tablado...
      Con tus escenas hemos reído;
      Lo que tú dices lo hemos vivido;
      Lo que tú lloras lo hemos llorado.

      Tu egregio padre fue Don Ramón
      De la Cruz, genio que en su canción
      Puso desgaires y desparpajos,
      Y en sus escenas, sin par galanas,
      Cantó los ojos de las villanas
      Y las hazañas de nuestros majos.

      Tu carcajada bella y jocunda
      Todo lo invade, todo lo inunda;
      La vida seria te importa un bledo.
      Tú siempre hieres, siempre desgarras;
      Has heredado las antiparras
      Que hace tres siglos usó Quevedo.

      Tu agudo ingenio la vida traza
      De nuestra sangre, de nuestra raza,
      De nuestra pobre gloria perdida;
      Es el talento que se interesa
      En el desnudo de una duquesa
      Como en los frescos de la Florida.

      Eres la España frívola y loca
      Que con piropos siempre en la boca
      -Pero sin ansias de Prometeo-
      Iba a la zaga de las manolas
      Mientras volaban las Carmañolas
      Del otro lado del Pirineo.

      Y con los jácaros, con los chisperos
      Tomaste todos los derroteros
      En que dejamos nuestros tesoros;
      Mas conservando grata alegría,
      Siempre gozaba y en Dios creía
      El feliz pueblo de pan y toros.

      Y era aquel pueblo rudo y valiente;
      Eran leones de ardor latente
      Aunque fingían galán desmayo;
      Resucitaron glorias guerreras
      Y se batieron como unas fieras
      En la jornada del Dos de Mayo...

      Cosas vulgares, cosas grotescas,
      Muecas estultas y pierrotescas
      Que son las flores de tu tablado...
      Con tus escenas hemos reído;
      Lo que tú dices lo hemos vivido;
      Lo que tú lloras lo hemos llorado.

      Las existencias ya desfloradas
      Mueven a llanto o a risotadas;
      A nuestra pobre gloria perdida
      La mordaz burla siempre acomete.
      Más que tragedia siempre es sainete
      Ese sainete de nuestra vida.
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    Princesa
      Tiene su pelo raros destellos
      Cuando de noche sueña en los bancos;
      Es la que tiene los ojos bellos;
      Es la que tiene los dientes blancos.

      Es juglaresa de las aldeas;
      Sus danzas cínicas son turbadoras;
      Tiene el encanto de las napeas
      Cuando el sol bruñe sus crenchas moras.

      Es la que canta las barcarolas
      Y de las rondas saca dinero;
      Es la que baila las farandolas
      Al son latino de su pandero.

      Es la morena que jocoseria
      Mira la vida como una injuria;
      Es la princesa de la Miseria;
      Es la princesa de la Lujuria.

      Tiene un perfume sublime y raro
      Su piel de raso tostada y blonda;
      Tiene los ojos de un verde claro,
      De un verde claro color de fronda.

      La más hambrienta de las hermosas
      Huele a un aroma de cien jardines;
      En vez de hebillas, lleva dos rosas,
      Dos frescas rosas en los chapines.

      Es mi gitana fiel y divina;
      Es mi pantera, mi defensora;
      La que mis males siempre adivina,
      Es mi sultana y es mi señora.

      Es la más bella de las mujeres;
      Es la que cura mis sinsabores;
      Es la princesa de mis placeres;
      Es la princesa de mis dolores.

      Pero es la esclava de mis antojos...
      Tiene por lechos quicios y bancos.
      Es la que tiene bellos los ojos;
      Es la que tiene los dientes blancos.
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    Bebedor de ajenjo
      Si siempre estoy ensayando
      Mi sonrisa amarga y triste,
      Es porque estoy esperando
      A una mujer que no existe.

      Víctima del desencanto
      Sufro martirios letales;
      Por eso adoro yo tanto
      Mis dichas artificiales.

      Paraísos artificiales
      Que huyen del ruido y del sol...
      ¡Mis rimas son inmortales,
      Pues son hijas del alcohol!

      Soy mísero y decadente;
      En mi alma el Hastío muerde.
      Por eso adora mi mente
      Los sueños del licor verde.

      Licor venenoso y triste
      Que como un suave beleño,
      Un grato perfume diste
      Al cadáver de mi ensueño.

      Licor que tiene el matiz
      De unos ojos que yo amé,
      Y del tinte del tapiz
      En que danzó Salomé.

      (Ojos glaucos y perversos
      Que asesinasteis mi vida,
      Y le disteis a mis versos
      Fragancia de flor podrida).

      Turbio ajenjo sibilino
      Que tienes el sabor fuerte;
      Que harás de mi desatino
      Vestíbulo de la Muerte.

      Cómplice de la locura,
      Mis hojas muertas no arranques,
      Licor que todo lo cura,
      Licor de color de estanques...

      Si siempre estoy ensayando
      Mi sonrisa amarga y triste,
      Es porque estoy esperando
      A una mujer que no existe.
    Arriba

    Manifestación de hambre
      Un frío domingo antipático
      Vi un lijoso y doliente enjambre:
      En un paseo aristocrático
      Una manifestación de hambre.

      Fue en la Castellana elegante,
      Jardín de modas y arrumacos,
      Donde resuena extravagante
      La sandez de los currutacos.

      Pobres obreros miserables,
      Mujeres, ex-hombres gorkianos,
      Niños de faces espantables,
      Todos asidos de las manos,

      Formando sartas de miseria,
      Henchidos de un rencor de infierno.
      ¡Inanición, ira y laceria
      Entre la bruma de un invierno!

      Cielo gris de un día holgazán,
      Ausencia de oro y de arrebol,
      Y gente huérfana de pan
      En la ciudad viuda de sol.

      La Castellana era aquel día
      De famélicos peregrinos.
      ¡Escaparate de cursilería
      De niñas bobas y sietemesinos!

      El menestral de ojos de lumbre
      Fruncía el ceño en fuerte arruga,
      Y subía la muchedumbre
      Ondulante como una oruga.

      Y la almibarada inconsciencia
      Mirábalos con repugnancia,
      Sin saber que era una advertencia
      Que hacía el Hambre a la Elegancia.

      Puros perfiles de medallas,
      Damiselas de porte rico,
      Como mujeres de pantallas
      O de países de abanico,

      ¿No os asustó en el sucio fango
      La Multitud, plural vestiglo,
      Rosas de "tennis" y "te tango"
      De la maceta de este siglo?

      Orlas de nutrias y de encajes
      Tenía la mueca melancólica;
      Brillaba el raso de los trajes
      Como un esmalte de mayólica.

      ¡Rencor de plebe desgraciada,
      Que, tiritando con sus niños,
      Veía la carne aburguesada
      Bajo el calor de los armiños!

      ¡Burguesías, faunas asqueadas
      De ver andrajos, tizne de hulla!
      ¡Rebaños que aman las bordadas
      Rosas de oro de una casulla!

      Aristocracia contumaz,
      ¿Te enseñará el social dolor
      Una guillotina voraz
      Una tarde de Termidor?

      Vi en aquel domingo holgazán,
      Sin luces de oro y de arrebol,
      A un pueblo huérfano de pan
      En la ciudad viuda de sol.

      Vi a un albacea de Jesús
      Destrozando la flor del Bien
      Y a Teresita Cabarrús
      Haciendo guiños a Tallien.
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    La cojita de las injurias
      El mediodía en la barriada pobre
      Prendía lentejuelas al andrajo
      Y, a toda luz, era color de cobre
      El Madrid de la greña y del zancajo.

      De cúpulas de iglesia realzada
      La ciudad en sus perfiles recortados
      Parecía una hembra calcinada
      Que enseñase los senos abrasados.

      ¡Incandescencia de fulgores duros!
      El astro en sus lumínicas lujurias
      Arrancaba luceros de los muros
      En el hoyo que forman Las Injurias.

      El tinte rubio de la purpurina
      Embadurnaba las casuchas hoscas,
      Y el parpadeo de la venturina
      Se destacaba en las paredes toscas.

      Por una cuesta pina y pedregosa
      Una chiquilla coja y despeinada
      Bajaba como una grulla temblorosa.
      En su muleta corta iba apoyada

      Como un náufrago a un remo redentor.
      La pierna ausente parodiaba el palo.
      (Para los que claudican con rencor
      La vida es un sendero áspero y malo).

      Con un melindre de caricatura,
      Excitando el sollozo o el ludibrio,
      Bajaba aquella pobre criatura
      Haciendo maravillas de equilibrio.

      Un gozquejo sarnoso la seguía
      Importunando su marcha acrobática;
      Temerosa la niña se evadía
      Con precisión perfecta y matemática.

      Se deslizó por la pendiente gualda
      Igual que un saltamontes malherido.
      El perro inmundo se enganchó a su falda
      Mordisqueando un volante descosido.

      Y la mofa del can, triste e inicua,
      Hacía a la infeliz tambalearse.
      Sobre los guijos de la cuesta oblicua
      Creí que la cojita iba a estrellarse.

      Por fin llegó al final de la barranca,
      A un africano aduar sucio e infecto
      Donde el proscrito duerme y se esparranca
      Con el dolor, el hambre y el insecto.

      La cojera infantil era simbólica
      En el barrio canalla y condenado
      Donde la carne enferma y melancólica
      Se revolcaba al sol rudo y dorado.

      Cual la niña alegórica y tullida,
      En las ocres viviendas requemadas
      Hay gentes que renquean por la Vida
      Bajo los mimos de sus dentelladas.
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    La Salomé de San Martín
      Ante una calle vil y escueta,
      Al núcleo de una encrucijada,
      San Martín yergue su silueta
      Torpe, blanquizca y desconchada.

      Como unas lenguas parlanchinas,
      Rompen sus címbalos volteantes
      Serenidades matutinas
      Con carrillones atronantes.

      Incienso y cristianas congojas
      Llenan el templo de humo y voces.

      (...)

      En las losas los cayados repican.
      Los nudosos mendigos, lacras del cáncer patrio,
      Plasmados, gimotean y suplican
      Bajo los perifollos y platerescos de un atrio.

      Es un grupo de ciegos y tullidos
      Que, tras la oración, lanzan la blasfemia estrambótica
      Por sus belfos violáceos y torcidos
      Con un girar inútil de su turbia esclerótica.

      A coro mosconean su salmodia
      Deseando peculio y salud a las beatas.
      Tienen sus voces dejos de parodia.
      La animosidad surca sus vidas poco gratas.
      Es gente que maldice porque odia.

      Frente al pórtico hay un puesto de flores
      Vernales. De los fétidos mantones y tabardos
      Se apagan los misérrimos hedores
      Con los blancos aromas de azucenas y nardos.

      Quien más riñe, gruñe y charlatanea
      Es Salomé, mendiga engañosa, ciega y chata,
      Que se acurruca en su silla de anea
      Y enciende los coloquios, discute y disparata.

      Su lenguaje es atroz como su facha.
      Ama las libaciones con alcohol nauseabundo.
      Es Salomé pintoresca y borracha.
      Cuando ha bebido un poco, insulta a todo el mundo.

      Pide con voz descontenta y sabática.
      Un plato de latón se engarza en sus falanges.
      Su fea faz rememora, hierática,
      A los ídolos romos de los bordes del Ganges.

      Esa mujer blasfema y despotrica
      Sumida en el castigo de sus tristes tinieblas;
      En su ceguera el furor se fabrica
      Entre las azuladas aguardentosas nieblas.

      En el bisel de una arista del muro
      El astro-rey se estrella en un reloj gnomónico.
      ¡De tu retina el destino es mas duro,
      Salomé, ver no puedes el sol rubio y armónico!

      La Miseria social se simboliza
      En los denuestos acres que tu boca nos suelta.
      La Materia se caricaturiza
      En tus labios de esfinge y en tu nariz en delta.

      De mirra y de incienso un bautismo
      Unge a los mortales que en coro
      Rezan con tierno misticismo.

      Fingen constelaciones de oro,
      Sollozando su céreo lloro
      Los cirios del catolicismo.

      El eucalipto entre sus hojas
      Curvadas, como verdes hoces,
      Muestra sangrientas manchas rojas.

      Y se adormecen los feroces
      Dicterios de la mendicanta
      Que, bulliciosa y maldiciente,
      Nos emociona y nos espanta.
      Y espera la hora de su fin
      Entre nieblas de aguardiente
      La Salomé de San Martín.
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    El Madrid de las rondas
      Hay un Madrid que no tiene ni flores, ni fuentes, ni frondas.
      Un Madrid paria y viudo. Sus acacias orondas
      Y sus olmos son muy pobre limosna para sus vías mondas.
      ¡Oh, Madrid de las rondas!

      Madrid de los gasómetros redondos, cual grandes tambores.
      Madrid de las esbeltas humeantes chimeneas.
      Madrid de los obreros denegridos y trabajadores
      Y de las hembras feas.

      Madrid de los alegres lavaderos. La carnal materia
      Se hacina en vergonzosos absurdos falansterios.
      Madrid compendio de desdicha y hambre. Haz de la miseria
      Y de los cementerios.

      ¡Oh, Manzanares, al que motejaba de arroyo aprendiz
      El buen Francisco Gómez de Quevedo y Villegas!
      ¡Ruin y estéril complemento del grato goyesco tapiz
      Que ni bañas ni riegas!

      Dehesa de la Arganzuela. Primavera. Luz de esmeraldinas
      Praderas como aquellas de Patinir, divinas;
      Un manzano en flor contempla en las aguas azules, hialinas,
      Sus guedejas albinas.

      Granja del Atanor toda de oro. Otoño dehiscente.
      El follaje desgrana su ambarino abalorio.
      Lleno de hojas-monedas parece el tazón de la fuente
      Plato de petitorio.

      Suciedad, senectud. Fragmentos de mil ruinas herrumbrosas
      Tiradas en el polvo: la Ronda de Toledo.
      Bajo el sol, juega al cané la canalla con cartas pringosas
      Sin zozobra ni miedo.

      Bajo un convento y un Palacio Real la Ronda de Segovia
      Se arrodilla sumisa como una pobre novia.
      Allí hay hambre. El hombre como un can aúlla en su hidrofobia.
      La sed social agobia.

      Allí se tuestan bajo el sol las chozas del pobre suburbio.
      Allí están virtualmente la huelga y el disturbio.
      Hierve en el pecho de sus habitantes un odio intenso y turbio.
      ¡Oh, rencor del suburbio!

      Rudos brazos transforman la energía en útil trabajo.
      Negras locomotoras jadean arrastrando
      Su gusano de acero y de madera. ¡Hombre del andrajo,
      Te redimes sudando!

      Estación de las Pulgas, manufacturas, fábricas rojizas.
      Las arterias fabriles laten con feroz pulso.
      Los enigmas se rompen con volantes, hullas y cenizas,
      Con ciencia y con impulso.

      Igual que flautas las máquinas silban. Como contrabajos
      Zumban roncas dínamos un sinfónico scherzo.
      Es la gran orquesta de los armoniosos pujantes trabajos.
      ¡Sonata del esfuerzo!

      Tras el tapial de un viejo camposanto se alzan con dolor,
      Negros, aciculares, con perfil neto y fuerte,
      Los siniestros cipreses que recuerdan al hombre en su labor
      La Miseria y la Muerte.
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    El lazarillo del cíclope
      ¡Can sumiso y acólito, como el can de Durero;
      Lazarillo cuadrúpedo, junto al Diablo y a la Muerte
      Conduciendo leal y fuerte
      Al Hombre en su sendero...!
      ¡Can sumiso y acólito, como el can de Durero!

      Y este ciego mendigo de rostro rasurado
      De procónsul de Roma, de trapense o de chalán,
      Sigue a su guía y guardián
      Porque Dios le ha cavado
      Dos profundos alvéolos en su rostro afeitado.

      ¡Este ibero de bronce golpeaba los yunques!
      Ordeñaba los fuegos de bigornias siderúrgicas;
      Pero dos chispas quirúrgicas
      Aquietaron las mazas demiúrgicas
      Abrasando las córneas que alumbraban los yunques.

      Cuando se nos extingue la vida cinemática,
      El mundo es ya peor...
      ¡Insultan los fariseos
      Y faltan los cirineos!
      En la noche antipática
      Solo un perro consuela la viudez cinemática.

      ¡Benditos sean los gozques, los caballos, los bueyes
      Que conducen los féretros, las carretas y los ciegos;
      Que del Bien tienen los fuegos
      Y no saben de éticas, purgatorios ni leyes!
      ¡Benditos sean los gozques, los caballos, los bueyes!

      Esta bestia sagrada, ladrona y anarquista,
      Saquea las banastas mugrientas del mercado,
      Y los frutos que ella ha hurtado
      Nutren al pobre hambriento del festín de la vista.
      ¡Bestia facinerosa, sagrada y anarquista!

      ¡En atrios y conventos hay que gañir plegarias!
      Robar es más valiente, más bello y más deleitoso
      Que la honradez y el reposo
      En horas adversarias...
      ¡En atrios y conventos hay que gañir plegarias!

      Nodriza de la inopia, furriel del pordiosero,
      Guarda entre sus mandíbulas las monedas sustraídas.
      (Las gentes no son buenas, pero son distraídas).
      Codicia el can el dinero
      Y hace de los descuidos una hucha al pordiosero.

      ¡Discos nuncios del crimen y de las epidemias;
      Sucias piezas de cobre que llevas en la alcancía
      De tu quijada bravía!
      ¡Hostias de las blasfemias,
      Discos nuncios del crimen y de las epidemias!

      ¡Te matará un imbécil -alguacil o perrero-
      Bestezuela cordial! Quedará el ciego tullido
      De su órgano preferido
      Y solo en el sendero...
      ¡Te matará un imbécil -alguacil o perrero-!

      Mientras tanto, prosigue. El cíclope vencido
      Ha menester tus claras retinas y tus dientes...
      Camina en la calzada escueta y pedregosa
      Junto al Diablo y la Muerte, como el can de Durero.
    Arriba

    Nietzsche
      Nietzsche, tu jerigonza parabólica
      Briosa flagelaba al mundo estulto;
      De tu boca de morsa melancólica
      Fluían las centellas del insulto.

      La vida es triste (...)
      Torpes cerebros sucios y rastreros
      Y en una apoteosis de sandeces
      Las hembras necias y los hombres hueros.

      Eso dijiste, y esperaste el día
      En que saliese un ser de la canalla
      Que cruzase el gran río en su almadía,
      Libre ya de los grillos o la tralla.

      Pero tú que sabías que era el hombre
      Fiera indomable y detestable puente,
      ¿Cómo soñaste que tu Superhombre
      Hallase limpia el agua de la fuente?

      En los delirios de tu gran dolencia
      Arrojaste en metáforas galanas
      Centenos de egoísmos y violencia,
      ¡Malas semillas en tierra alemana!

      Sobre las mieses de tu verbo roto
      Pasó un cierzo de odio y de ludibrio;
      Se abrió tu alma como flor de loto
      En las lagunas del desequilibrio.

      Los sabios te miraron de reojo,
      Apóstol fiero de inconsciente brío;
      Les asustó tu manto por muy rojo
      Y tu mirada porque daba frío.

      Daba frío a los tristes ateridos
      Que treman a un viril y recio soplo,
      Idólatras de dioses ya podridos
      Caídos bajo el filo del escoplo.

      Pero tú te engañaste. La semilla
      Dio como frutos una guerra amarga;
      En tu aurora la estrella ya no brilla
      Y en tu vergel la tempestad descarga.

      Conciencias cojas y cerebros sucios
      Divorciaron la espada de la vaina.
      ¡Siguen los doctos de cabellos rucios
      Hartándose en festines de chanfaina!

      La estolidez apaga toda lumbre,
      La canalla servil todo lo frustra;
      No llega el Hombre a la dorada cumbre,
      Ni a su Gran Mediodía Zaratustra.

      Tu alma de belleza estaba llena
      A la par que de absurdos reconcomios;
      Tu canto es ese canto que resuena
      En los jardines de los manicomios.
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    La última broma de Schopenhauer
      A Schopenhauer, el huraño,
      Le hizo un epitafio barroco
      En un cuento mordaz y extraño
      Maupassant, aprendiz de loco.

      Había muerto el profesor
      Avinagrado y pesimista;
      Guardaba su tez el livor
      De unos reflejos amatista;

      Y en aquella cámara ardiente
      Lloraban por el corifeo
      Los discípulos del ingente
      Filósofo bilioso y feo.

      Desvanecíase en sahumerio
      De los espliegos la fragancia;
      Flotaba inquietante misterio
      En el ambiente de la estancia.

      Un joven a otro probaba
      Que de la vida el lapso es nimio.
      ¡Ya para siempre descansaba
      Schopenhauer, cara de simio!

      Mas el concurso estremeciose
      Con gran pavor, y no era en balde:
      Una sonrisa percibiose
      En el difunto rostro jalde.

      ¿Resucitaba? ¿Sonreía?
      Corrió un plural escalofrío.
      El maestro la boca abría
      Con un gesto que daba frío.

      Todos rompieron a tremar;
      Su pensamiento fue asaltado
      Por el caso de Valdemar
      Que Poe genial ha narrado.

      Luego sintieron el crujir
      De unas mandíbulas chirriantes;
      ¿Tenían algo que decir
      Los muertos labios alarmantes?

      De los mustios labios de Arturo
      Schopenhauer brotó algo incierto:
      Un objeto rígido y duro
      Que rodó a los pies del gran muerto.

      Los discípulos avanzaron
      Con gran temor y gran premura.
      Yaciendo en el piso encontraron...
      Una postiza dentadura.

      ¡Oh, filósofo cejijunto,
      Maestro caduco de la zumba
      Que aprovechaste estar difunto
      Para una broma de ultratumba!

      Maupassant que ganó la borla
      De doctor en abracadabra,
      Pues vio una noche con el Horla
      De Satán la pata de cabra,

      Sobre aquel docto cenotafio
      Dejó esa adelfa de amargor.
      ¡Fue un donoso y bello epitafio
      Al viejo erizo de Francfort!

      Maupassant narró esta aventura;
      Maupassant, dolorido y fuerte,
      Que fue al burdel de la Locura
      A desposarse con la Muerte.
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    Los estados mayores
      Por la siena turbia de los mondos llanos,
      Sin gritos metálicos, sin voz de tambores,
      Van las cabalgatas de los soberanos
      Estados Mayores.

      Los grises capotes, los cascos bruñidos,
      Las caras de vieja de los mariscales
      Gotosos o hepáticos que lanzan gruñidos
      Breves y fatales...

      Las gafas de oro de los comandantes
      Cercan los ojuelos verdosos y agudos;
      Brillan los monóculos de los ayudantes
      Que meditan mudos.

      Fingen las espuelas luceros de oro
      En la noche oscura de las medias botas;
      Los sables pronuncian un himno sonoro
      De punzantes notas.

      Se habla en un idioma de argucias complejas.
      Lleva el polinomio el triunfo del fuerte.
      Son las ecuaciones como las madejas
      Que urdirán la Muerte.

      Del rito estratégico las palabras técnicas
      -Ataques en cuña, marchas envolventes-,
      Dichas con recuerdos de las Politécnicas
      Por los subtenientes...

      Europa está herida. Hay sangre y destellos.
      Por su inmensa llaga de rojos colores,
      Como unos gusanos ondulan los bellos
      Estados Mayores.

      Son tristes y trágicos. Dicen que son buenos
      Para dar victorias, tierras y cautivos.
      No serán amables, pero por lo menos
      Son decorativos.

      ¿Qué importa el Decálogo ni la razón práctica
      Si pueden servir de tema a un artista?
      Son rosas de luz los sabios en táctica
      Para un colorista.

      En napoleónicas visiones antiguas
      Vuelve la epopeya que hace un siglo fue...
      ¿Por qué reaparecen esas estantiguas
      Que con una lupa pintó Meissonier?
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    La tortuga del catolicismo
      La cúpula del Escorial, bajo el bautismo
      Del agresivo sol que irrita, ciega y daña,
      Es el caparazón de hipocondría y saña
      De la inmensa tortuga del catolicismo.

      Tartamudea el esquilón en la espadaña...
      Guarda el macizo templo que se agobia a sí mismo
      El detestable gusto del jesuitismo
      Sobre el triste panteón de los reyes de España.

      Un inquisitorial esfuerzo de pigricia
      De Felipe y de Herrera. La fe que ajusticia
      Le ha dado al Monasterio color de ictericia.

      ¡Siniestro galápago, grave, ocre y moroso,
      Simbolizas la fuerza estéril del coloso
      Que al encontrarse feo se torna bilioso!
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    Las máximas de Epicteto
      Besa la niebla de las madrugadas
      De mis balcones el cristal;
      Solfea el reloj cinco campanadas
      Como un arpegio digital.

      ¡Silencio matinal! Nada me turbe
      Salvo el ronco rodar de un coche
      O un alegre cantar de gallos de urbe
      Dando extremaunción a la noche.

      Leo en sartas de letras pequeñitas,
      Con ambiente callado y quieto,
      Por mi buen bisabuelo manuscritas
      Máximas del viejo Epicteto.

      ¡Marcha el sirio filósofo estoico
      Sobre sabia huella socrática!
      Quiere su crátera en mi incendio heroico
      Verter la prudencia pragmática.

      Ama mi carne el premio de los goces.
      Ansía besos y riquezas.
      ¡Epicteto no ha de mellar las hoces
      Que emplear quiero en mis proezas!

      Me detendré por la concha y la flor
      Y dejaré partir la nave.
      No ha llegado a asustarme el dolor
      Ni a tentarme la vida suave,

      Y harto de dar saltos y piruetas
      De saltimbanqui silogístico
      Iré a buscar las verdades secretas
      En un mar violento y artístico,

      Y así me adueñaré del Universo,
      Sin podres teorías físicas;
      Así abrirán los dedos de mi verso
      Las rosas metafísicas.

      Quiero raptar a la Helena troica
      Chorreando sangre melpoménica,
      Y enseñar a la escuela estoica
      Mi dolor de tragedia helénica.

      El huir del Sufrir es ser cobarde.
      ¡Apréndelo, Prudencia mágica!
      El Manual de Epicteto llega tarde.
      ¡Amo la vida recia y trágica!

      En daguerreotipos y en miniaturas
      Se ríen mis antepasados
      De que lea sus viejas escrituras:
      ¡Aventureros y desventurados!

      A mi abuelo le brilla la capona
      Sobre casaca sanjuanista,
      Y su negra perilla desentona
      Sobre el corbatín de batista.

      Vosotros, por la noche en vuestra alcoba
      Este amarillo libro que abro
      Escribisteis en mesas de caoba
      A la luz de algún candelabro.

      Pero nunca os domasteis a la horma
      De la renunciación dogmática.
      La aurora que nacía os dio la norma
      De la gran existencia dramática. 

      Suenan los conventuales esquilones
      Y me dicen palideciendo
      "Hasta mañana" las constelaciones.
      El día nace sonriendo...

      Borra el alba la noche alarmante,
      Como quien corrige una errata,
      Y en el cielo cabecea el menguante
      Como una góndola de plata.
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    La Adonia de Rubén Darío (Fragmento)
      ¡Los huérfanos gimen! Es que ha muerto el coloso
      Cantor de amor y de marcial trofeo.
      Como murió el Adonis de perfil hermoso,
      Ha muerto Adonis el del rostro feo.

      ¡Maldita hermosura de la carne que es fatua
      -Del fruto podre vanidad de cáscara-
      Bella sólo por ser modelo de la estatua!
      ¡Qué importa la hermosura de la máscara!

      ¡Malditas las cosas silenciosas y estáticas!
      ¡Maldito el charco-espejo de Narciso!
      ¡Bendición a las liras y a las flautas áticas
      Que estremecen las figuras del friso!

      ¡Maldición al verso que es de peltre y de talco!
      ¡Oro de gloria a Rubén en su Adonia!
      Llantos y anémonas sobre el gran catafalco,
      Entre los nítidos fustes de Jonia.

      Rizos de piedra, espiras, capitel jónico.
      Volutas retorcidas cual zarcillos
      Que fueron molinetes de un puntero armónico
      Para los melódicos caramillos.

      Helicoidal tirabuzón de caracolas
      Hecho en el blanco cabello del Paros
      Curva remedada de las egeas olas
      De los flancos del mar zarcos y claros.

      ¡Rubén Darío, has muerto! ¡Rubén Darío,
      De marfil y ébano tu lecho sea!
      ¡Besen airones de humo de mirra tu frío
      Cuerpo, dispuesto al connubio con Rhea!

      ¡Oh, Cibeles, que tienes collados por senos,
      En ti la savia del mundo se encierra!
      ¡Para los muertos tus pechos están siempre llenos!
      ¡La última querida del hombre es la tierra!

      (...)

      ¡Gloria a las lúbricas metafísicas hambres
      Que redimen del lodo y del marasmo!
      ¡Gloria a las rosas negras de rojos estambres!
      ¡Gloria a la ciencia, hija del espasmo!

      ¡Muerte, madre de metamorfosis hermosas!
      Cual vino a ser mariposa la oruga,
      Vendrá a ser sangre el rosal y la carne rosas.
      La Materia Eterna siempre está en fuga.

      (...)

      ¡Rubén, Rubén! Queda en carne viva mi lacra
      Ante el despojo de tu carne muerta.
      ¡Mas no lloro! Se dio a ti la Armonía sacra,
      Y hoy devuelves al Cosmos su alta oferta.

      Rubén Darío, sol mítico y panteísta,
      En el Gran Todo tu substancia fluye;
      Tu verso cadencioso, síntesis de artista,
      Entre las multitudes se diluye.

      ¡Morir no es morir! Es proteica mudanza.
      De aspecto en aspecto transmigramos,
      Y con nuestros sollozos, la única esperanza,
      El Devenir, la Muerte denigramos.

      Como ante el Sol, hay que cantar ante los muertos
      Porque han ascendido unos tramos más
      En la Infinita Escalinata. Están ciertos
      De lo que hay del velo mayo detrás.

      Rubén, no te lloro porque no te he perdido;
      Te canto, porque aún canta tu recuerdo
      En mi alma de alumno. Tus versos he aprendido,
      Y porque te recuerdo no te pierdo.

      Tu carne nutre el asfódelo del montículo;
      La Vida todo lo ama y lo desmocha,
      Y silba la flauta de cañas de Janículo
      Los rotundos escolios de Spinoza.
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    Junio (Fragmento)
      ¡Bajo el cangrejo de estrellas se extasiarán las llanuras!
      Hacen fecundas promesas a las campiñas los soles;
      En los sidéreos trigales lucen espigas maduras
      Y en el agro hay una roja constelación de ababoles.

      El guadañil que hace siega en matemáticas puras,
      Como Copérnico o Newton igual que dos girasoles
      Dirigirá sus pupilas hacia algebraicas lecturas
      En los cielos recamados que giran cual facistoles.

      Todo el misterio de Eleusis ondula en los amarillos
      Campos humildes al son de albogues y caramillos;
      Modulaciones gozosas de un hierofante jocundo.

      (...)
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    Nisus
      Este noble deleite de sudar y esforzarme
      Para luego morir, sin querer recompensa...
      Ebrio de dinamismo, no me disperso nunca.
      Mi vida es simple y lineal.

      He donado mis tierras; he quemado mis ropas.
      Con mi mandil de cuero, en mi gruta, en mi fragua
      Martillando en el yunque, junto a una fresca fuente
      Puedo a mi gusto jadear.

      Soy más casto que el gneis. Agonizó la Amada.
      Un enjambre de avispas acribilló sus senos
      Como manzanas núbiles. Me libré del castigo
      Del Sexo estúpido y cruel.

      Desprecio las contiendas de Ahrimán y de Ormuz
      Y los considerandos del Gran Juicio Final,
      Las leyes del Areópago y de la soldadesca
      Y los Dioses borrosos...

      Le he arrancado ya todos los denominadores
      A la ecuación del mundo. Idéntico y sencillo
      En mi labor penosa de terco Demiurgo
      Encuentro mi finalidad.

      Contra el tremendo espanto de presumir los noúmenos
      Golpeo los fenómenos, machaco la apariencia;
      Cada diástole mía es una gran plegaria
      De rebeldía y voluntad.
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