Manuel María Arjona

.
    Información biográfica

  1. A Albino
  2. A Cicerón
  3. Al amor
  4. El autor a sí mismo
  5. La diosa del bosque
  6. Triste cosa es gemir entre cadenas


Información biográfica
    Nombre: Manuel María de Arjona
    Lugar y fecha nacimiento: Sevilla, España, 12 de junio de 1761
    Lugar y fecha defunción: Madrid, España, 25 de julio de 1820 (59 años)
    Ocupación: Escritor, poeta
    Movimiento: Neoclasicismo

    Fuente: [Manuel María de Arjona] en Wikipedia.org
Arriba

    A Albino
      Hallar piedad con llantos lastimeros
      Entre los hombres Arión intenta,
      Y le es más fácil que un delfín la sienta,
      Que no los despiadados marineros.

      Pues rendido a sus trinos lisonjeros
      Benigno el pez al joven se presenta,
      Y en su espalda la noble carga ostenta
      Que arrojaron sus necios compañeros.

      ¡Ay, Albino! Conócelo algún día,
      Ni más el plectro con gemidos vanos
      Intente ya domar la turba impía.

      No se vencen así pechos humanos:
      Busquemos en los tigres compañía,
      Y verás que nos son menos tiranos.
    Arriba

    A Cicerón
      Pende en el foro, triunfo de un malvado,
      La cabeza de aquel que la ruina
      Evitó a Roma, muerto Catilina,
      Y padre de la patria fue aclamado.

      La ve el pueblo en los Rostros conturbado,
      Y un mudo horror los ánimos domina;
      En los Rostros, do aquella voz divina
      Fue de la libertad muro sagrado.

      ¡Oh Cicerón! Si tantos beneficios
      Paga tu ingrata patria de esta suerte,
      ¿Cómo espera magnánimos patricios?

      Mas, ¿qué importa el morir? Témante ¡o muerte!
      Los viles siervos del poder y vicios,
      Pero el sabio, ¿qué tiene que temerte?
    Arriba

    Al amor
      Sufre las nieves, sin temor al frío,
      El labrador que ocioso no pudiera
      De la dorada mies cubrir su era
      A la llegada del ardiente estío.

      No recela el furor del Noto impío,
      Ni la saña del Ponto considera
      El mercader que en la ocasión espera
      Descanso lisonjero, aunque tardío.

      Mujer, hijos y hogar deja, y cubierto
      El soldado de sangre, en suelo extraño
      El honor de su afán contempla cierto.

      Sólo yo, crudo amor, busco mi daño,
      Sin esperar más fruto, honor ni puesto
      Que un costoso y estéril desengaño.
    Arriba

    El autor a sí mismo
      Cansada nunca de tu vano intento,
      Corres, barquilla, el piélago espumoso,
      Y tu piloto sufre, temeroso,
      Del Aquilón el ímpetu violento.

      Neptuno te presenta, fraudulento,
      Mansas las iras de su reino undoso,
      ¡Cuitada! Porque dejes tu reposo,
      Y luego llores del instable viento.

      Al mar no vuelvas, mísera barquilla;
      Acógete, por fin, escarmentada,
      Al ocio dulce de la quieta orilla.

      Que si a nave real, de horror cargada,
      Neptuno la orgullosa frente humilla,
      ¡Ay!, tú serás por burla destrozada.
    Arriba

    La diosa del bosque
      ¡Oh, si bajo estos árboles frondosos
      Se mostrase la célica hermosura
      Que vi algún día de inmortal dulzura
      Este bosque bañar!
      Del cielo tu benéfico descenso
      Sin duda ha sido, lúcida belleza;
      Deja, pues, diosa, que mi grato incienso
      Arda sobre tu altar.
      Que no es amor mi tímido alborozo,
      Y me acobarda el rígido escarmiento
      Que ¡oh Piritoo!, ccondenó su intento,
      Y tu intento, Ixión.
      Lejos de mi sacrílega osadía;
      Bástame que con plácido semblante
      Aceptes, diosa, en tus altares, pía,
      Mi ardiente adoración.
      Mi adoración y el cántico de gloria
      Que de mí el Pindo atónito ya espera;
      Baja tú a oírme de la sacra esfera,
      ¡Oh, radiante deidad!
      Y tu mirar más nítido y suave
      He de cantar que fúlgido lucero;
      Y el limpio encanto que infundirle sabe
      Tu dulce majestad.
      De pureza jactándose Natura,
      Te ha formado del cándido rocío
      Que sobre el nardo al apuntar de estío
      La aurora derramó
      Y excelsamente lánguida retrata
      El rosicler pacífico de Mayo
      Tu alma: Favonio su frescura grata,
      A tu hablar trasladó
      ¡Oh, imagen perfectísima del orden
      Que liga en lazos fáciles el mundo,
      Sólo en los brazos de la paz fecundo,
      Sólo amable en la paz!
      En vano con espléndido aparato
      Finge el arte solícito grandezas;
      Natura vence con sencillo ornato
      Tan altivo disfraz.
      Monarcas que los pérsicos tesoros
      Ostentáis con magnífica porfía,
      Copiad el brillo de un sereno día
      Sobre el azul del mar.
      O copie estudio de émula hermosura
      De mi deidad el mágico descuido;
      Antes veremos la estrellada altura
      Los hombres escalar.
      Tú, mi verso, en magnánimo ardimiento
      Ya las alas del céfiro recibe,
      Y al pecho ilustre en que tu numen vive
      Vuela, vuela, veloz;
      Y en los erguidos álamos ufana
      Penda siempre esta cítara aunque nueva
      Que ya a sus ecos hermosura humana
      No ha de ensalzar mi voz.
    Arriba

    Triste cosa es gemir entre cadenas
      Triste cosa es gemir entre cadenas,
      Sufriendo a un dueño bárbaro y tirano,
      Triste cosa surcar el océano
      Cuando quebranta mástiles y antenas;

      Triste el pisar las líbicas arenas,
      Y el patrio nido recordar lejano,
      Y aún es más triste suspirar en vano
      Sembrando el aire de perdidas penas.

      Mas ni dura prisión ni ola espantosa,
      Ni destierro en el Niger encendido,
      Ni sin fin esperanza fatigosa,

      Es, ¡oh cielos!, el mal de mi temido;
      La pena más atroz, más horrorosa,
      Es de veras amar sin ser creído.
    Arriba