Alphonse de Lamartine

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    Información biográfica

  1. El lago (Trad. de Miguel Antonio Caro)
  2. El Occidente (Trad. de Miguel Antonio Caro)
  3. Ischia (Trad. de Miguel Antonio Caro)
  4. La mariposa (Trad. de Miguel Antonio Caro)
  5. Memorias de los muertos (Trad. de Miguel Antonio Caro)


Información biográfica
    Nombre: Alphonse Marie Louise Prat de Lamartine
    Lugar y fecha nacimiento: Mâcon, Francia, 21 de octubre de 1790
    Lugar y fecha defunción: París, Francia, 28 de febrero de 1869 (78 años)
    Ocupación: Político, escritor, poeta; miembro de la Academia francesa
    Movimiento: Romanticismo

    Fuente: [Alphonse de Lamartine] en Wikipedia.org
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    El lago
      (Traducción de Miguel Antonio Caro incluida en el libro Traducciones poéticas, 1889)

      ¿Y en afán incesante, el rumbo incierto,
      Hacia otra, y otra, más lejana grilla,
      Rodando iremos sobre el mar desierto,
      Sin que un instante en apacible puerto
      Repose nuestra quilla?

      ¡Oh lago, un año se ha cumplido apenas;
      Y héme aquí solitario! ¡Sus pisadas
      No volverá a estampar en tus arenas
      La que desde esta roca, ayer, serenas
      Fijó en ti sus miradas!

      Y así cual ora, entonces resonabas;
      Mugiendo estás como en aquellos días,
      Contra estas peñas tu furor desbravas,
      Y con la blanca espuma el musgo lavas
      Donde sus pies lamías.

      Era una tarde. En éxtasis supremo
      Íbamos ella y yo bogando a solas,
      Y bajo el cielo azul, de extremo a extremo,
      Más no se oía que el batir del remo
      Sobre las blandas olas.

      Y al piélago dormido, al mudo viento
      Cautivó de repente voz divina;
      Jamás hombre soñó tan dulce acento
      Como el que oyó arrobada en tal momento
      La esfera cristalina:

      Suspende el ala rápida,
      No turbes nuestros éxtasis,
      ¡Oh, tiempo volador!
      Gozar por siempre déjanos
      Estos instantes mágicos
      Que aquí nos brinda amor.

      ¿Cuántos no piden míseros
      De la esperanza el bálsamo
      A tu correr fugaz?
      Ve, y sus dolores íntimos
      Alivia tu benéfico;
      ¡Deja al dichoso en paz!

      Mas ¡ay!, con vana súplica
      Ruego a esta noche plácida
      Que lento mueva el pie.
      Rueda muda la bóveda,
      Y en el oriente pálido
      Odioso albor se ve.

      Todo, todo es efímero;
      Veloces precipítanse
      Las horas, ¡ay de mí!
      ¡Mas entre tanto, amémonos,
      En el oasis místico
      Que amor nos brinda aquí!

      ¡Ay!, en tanto que el mal acerbo dura,
      El tiempo, que a su vista se adormece,
      A robarnos la dicha se apresura;
      Y el momento que encierra más dulzura,
      Huye y desaparece.

      ¿Y nunca ha de volver lo que ha pasado?
      ¿Aquello que se fue quedó perdido,
      Y para siempre lo sepulta el hado
      En mudo seno, en insondable vado,
      En sempiterno olvido?

      ¿Y ni aún habremos de guardar sus huellas?
      ¿A do van las delicias que devoras,
      Qué haces, profunda Eternidad, de aquellas
      Que descendieron a tu abismo, bellas
      Y fugitivas horas?

      ¡Oh lago!, ¡grutas!, ¡rocas!, ¡selva umbría!,
      Pues os perdona el tiempo, o la primera
      Beldad os restituye, la hermosura
      De esa noche guardad. ¡Salva, oh Natura,
      Su recuerdo siquiera!

      ¡Perenne viva aquel recuerdo, oh lago,
      En tu recinto; en las suaves frondas
      Que te circundan con riente halago;
      En estas rocas que con torvo amago
      Penden sobre tus ondas!

      ¡Viva en los ecos que de orilla a orilla
      Responden; en el céfiro que vuela
      Y hojosa copa susurrante humilla;
      En la alba luna que en el éter brilla
      Y en tu cristal riela!

      ¡Y el fresco aroma que tu ambiente espira,
      Tu oleaje, adormido o resonante,
      Cuanto aquí se oye, cuanto aquí se admira,
      Todo a la vez, cual misteriosa lira,
      Mi amor recuerde y cante!
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    El Occidente
      (Traducción de Miguel Antonio Caro incluida en el libro Traducciones poéticas, 1889)

      Calmó el piélago undoso, como el hervor desmaya
      De agua que el fuego enciende, si el fuego se enfrió;
      El onda, aún humeante, desanegó la playa,
      Y a dormir en su lecho la mar se recogió.

      Y de una nube en otra rodando el astro augusto,
      Suspenso y ya sin rayos mostrose, y lento fue
      Sumergiendo en las ondas el sanguinoso busto,
      Como barco incendiado que zozobrar se ve.

      Y la mitad del cielo palideció, y la brisa
      Sobre la Tela inmóvil cesó de resonar;
      Avanzose la noche, y en su sombra indecisa
      Todo se fue perdiendo en cielo y tierra al par.

      Y, así como Natura, palideció mi alma;
      Todo eco de la tierra calló dentro de mí,
      Y yo, en silencio, a solas, en religiosa calma
      Oraba, y daba gracias, canté, lloré, gemí.

      Y abierta vi en ocaso tronera llameante,
      Y en áureas oleadas glorioso resplandor,
      Y vi nubes de púrpura cual pabellón flotante
      Que inextinguible hoguera cubriese en derredor.

      Y vientos, nubes, ondas, cuanto Natura cría,
      Hacia el arco de fuego moverse vi en tropel,
      Cual si todos los seres, morir sintiendo el día,
      Corriesen, temerosos de perecer con él.

      Vi hacia allá el polvo seco volar; sobre la onda
      Flotando en albos copos la espuma contemplé;
      Y, allá también tendiendo mi triste, errante y honda
      Mirada, vertí lágrimas, no sé decir porqué.

      Y despareció todo. Mi espíritu vacío
      Quedó, sintiendo entorno desierta inmensidad,
      Y un pensamiento entonces se alzó aislado y sombrío,
      Cual pirámide en medio de vasta soledad.

      Luz, ¿adónde caminas? ¿Do van nubes y vientos,
      El polvo de la tierra, la espuma de la mar?
      Vagas miradas mías, internos sentimientos,
      ¿A dónde vamos todos, decidme, a descansar?

      ¡A ti, Ser de los seres, de quien sombra es apenas
      El sol, y soplo breve cuanto se mueve aquí!
      ¡Flujo y reflujo eterno de oleadas siempre llenas,
      Todo, de ti saliendo, torna a abismarse en ti!
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    Ischia
      (Traducción de Miguel Antonio Caro incluida en el libro Traducciones poéticas, 1889)

      Muere en ocaso el luminar del día;
      Asciende en tanto a la región del cielo
      Cándida Febe en silencioso vuelo,
      Y orna la frente de la noche umbría
      Con transparente velo.

      Por los etéreos ámbitos se extiende
      El albor ondeante, que ilumina
      Como río de fuego la colina,
      En los riscos se quiebra, en la onda esplende,
      Y los valles domina.

      De las playas el mar enamorado
      Calma el fragor de tempestad y guerra,
      Islas y golfos en sus brazos cierra,
      Y espira húmedo aliento regalado
      Que refresca la tierra.

      Verle fascina: avanza, retrocede,
      Férvido y blando, sin hallar reposo,
      Cual delirante arrebatado esposo

      Sigue a la virgen, que resiste y cede
      A su ímpetu ardoroso.

      Como suspiro de adormido infante
      Dulce rumor dilátase doquiera:
      ¿Eco es tal vez de la celeste esfera?
      ¿Voz de las aguas?, ¿o gemido amante
      Que exhaló la ribera?

      ¿Le oís? Se alza, y desciende, y vago gira,
      Y extínguese. De dicha en el exceso
      Humano corazón quéjase opreso;
      También Natura así de amor suspira
      Del placer bajo el peso.

      Gozad, mortales, del raudal de vida
      Que brota en ondas y desborda lleno:
      Os guía el astro del amor sereno,
      Y Noche placidísima os convida
      A su místico seno.

      ¿No ves la luz que tiembla en la colina
      Cual faro amigo? Próvido encendiola
      Amor. Allí, cual lánguida amapola,
      A su amado esperando, el cuerpo inclina
      La fiel amante sola.

      Y los ojos levanta humedecidos,
      Que copian el azul del firmamento;
      Y recorriendo el músico instrumento
      Con mano errante, mágicos sonidos
      Da al apacible viento.

      Ven, ora que en los espacios
      Domina silencio grande;
      Ven, y respiremos juntos
      El ambiente de la tarde.

      ¡Cuán fresco se siente! Apenas
      Blanca deja divisarse
      La vela que al pescador
      En paz a la orilla trae.

      Desde el momento en que tú
      La barca a la mar fiaste,
      A todas horas mi vista
      Persigue tu leño errante,

      Como tímida paloma
      Que desde el nido, fugace
      Ve el ala del compañero,
      Que fúlgida el aura bate.

      Cuando a la sombra bogabas
      De esta playa, oí suave
      Dilatado por las brisas
      El eco de tus cantares.

      Y si en la costa las olas
      Resonaron espumantes,
      Yo encomendaba tu nombre
      A la estrella de los mares.

      En su hogar la solitaria
      Lámpara encendió tu amante,
      Y su oración fervorosa
      Enfrenó las tempestades.

      Nada hay bajo el cielo ahora
      Que no se aduerma o no ame:
      En el campo soñolientas
      Cierran las flores sus cálices.

      Reclínanse en la ribera
      Mansas las ondas; la madre
      Natura, entrando la noche,
      Como aletargada yace.

      Para nosotros de musgo
      Se han tapizado los valles;
      El pámpano revoltoso
      Gira en pliegues ondeantes;

      Y el aliento de las olas
      Orea los naranjales,
      Y mis cabellos perfuma
      Con las flores que deshace.

      Ven, y gozando de aquestas
      Apacibles claridades,
      Bajo el jazmín entonemos
      Las canciones que tú sabes;

      Hasta la hora en que la luna
      Más hacia Miseno avance,
      Y palidezca, al herirla
      Los fulgores matinales.

      Así canta; su voz tal vez espira,
      Y con las notas que el laúd exhala
      Al revolante céfiro regala,
      Que ya en ecos dulcísimos suspira.
      Ya mudo pliega el ala.

      El que ahora, en que todo a amar convida,
      Bajo ese astro encantado, de repente
      La imagen bella que fingió su mente
      Hallase ante sus ojos convertida
      En realidad viviente;

      El que a la par con ella, en los estrados
      Que forma el musgo, al pie del sicomoro,
      Al arrullo del piélago sonoro,
      Derrámase en suspiros abrasados
      De su amor el tesoro;

      El que aspirase el ámbar de su boca,
      Se mirara en sus ojos, y sintiera
      Que en ondas su profusa cabellera
      Baja, y su frente y sus mejillas toca
      Suave y lisonjera;

      El que del tiempo, aquí, la ley tirana
      Burlase, embebecido en la porfía
      De amar, la noche entera, entero el día,
      ¿Sería ese un mortal?, ¿o en forma humana
      Un inmortal sería?

      Y aquí tú y yo también, ¡mitad del alma!
      En esta fresca orilla, en este nido

      Paradisiaco, al rayo adormecido
      Del astro elíseo, de la mar en calma
      Al plácido ruido,

      Aquí tú y yo la vista regalamos;
      Aquí en inagotables manantiales
      Bebimos, y de esferas celestiales
      El vivífico ambiente respiramos...
      Y somos ¡ay!, mortales.
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    La mariposa
      (Traducción de Miguel Antonio Caro incluida en el libro Traducciones poéticas, 1889)

      Nacer en primavera
      Y efímera morir como la rosa;
      Cual céfiro ligera
      Empaparse en esencia deliciosa
      Y en el diáfano azul que la embriaga
      Nadar tímida y vaga;

      Mecerse en una flor abierta apenas,
      De el ala sacudir el oro fino,
      Y luego alzando el vuelo
      Perderse en las serenas
      Regiones de la luz; tal tu destino,
      ¡Oh, alada mariposa!
      Tal de los hombres el inquieto anhelo;
      Volando acá y allá, nunca reposa,
      Y remóntase al cielo.
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    Memorias de los muertos
      (Traducción de Miguel Antonio Caro incluida en el libro Traducciones poéticas, 1889)

      Ved cómo a la tierra va
      Hoja tras hoja cayendo;
      Cómo la brisa gimiendo
      De los valles se alza ya.
      Ved la golondrina allá
      Rasando en veloz huida
      La faz del lago dormida;
      Ved al rapaz de la choza
      Entresacar de la broza
      Leña del árbol caída.

      Ya el boscaje no estremece
      La fuente con sordos ecos;
      En desabrigados huecos
      Muda el ave se guarece:
      No bien el sol aparece,
      A sepultarse camina;
      Anochecida neblina
      Le emboza, y de cuando en cuando
      Anunciase, despertando
      Con luz enferma y mezquina.

      Auras no alienta la aurora
      Ni matiza sus celajes;
      Entre mustios cortinajes
      Muere la tarde incolora.
      En la mar inmensa ahora
      Ni un esquife se refleja;
      Campo agostado semeja,
      Y sobre la sorda playa
      Sombría la onda desmaya
      Y parece que se queja.

      No halla purpúreo tomillo
      La ovejuela en el collado;
      Roba el zarzal erizado
      Su vellón al corderillo;
      Ni de agreste caramillo
      Voz que melódica trina
      Músico zagal afina
      Recogiendo su rebaño.

      ¡Así marchítase el año!
      ¡Así la vida declina!

      Al furor del vendaval,
      ¿Qué hay que no ceda y sucumba?
      Siento venir de la tumba
      También un cierzo invernal,
      A cuyo soplo glacial
      Hombres caen ciento a ciento.
      La reina del firmamento
      Así sus plumas renueva,
      Y las que pierde, las lleva
      Como inútiles, el viento.

      En esta misma estación
      Os vi pálidos ayer
      ¡Oh dulces frutos!, caer
      Sin llegar a granazón.
      Mozo, a una generación
      Solitario sobrevivo;
      Y cuando el recuerdo avivo
      De seres que tanto amo,
      Con muda intención los llamo
      Y miro allá pensativo.

      Su tumba está en la colina,
      La senda conozco bien.
      ¿Mas yacen ellos también?
      ¿Allí su esencia divina
      Torna el ave peregrina?

      Que cruza espacios desiertos;
      Otra vez a nuestros puertos
      Barcos vendrán que zarparon;
      ¡Y la línea que salvaron
      Nunca repasan los muertos!

      ¡Ah!, mientras frío mortal
      Todo infunde; mientras cruje
      Árida rama, al empuje
      De la ráfaga otoñal;
      Mientras rueda funeral
      Son de campana profundo
      En tinieblas, yo errabundo
      Por el bosque avanzo a solas,
      Y en rumor de vientos y olas
      Oigo la voz de otro mundo.

      Si mal los sentidos lentos
      Esa voz perciben vaga,
      A el alma en secreto halaga
      Con más íntimos acentos.
      Envuelven mil pensamientos
      En la noche a el alma mía,
      Remolinando a porfía
      Cual hojas que el Boreas ronco
      Secas restituye al tronco
      A quien dieron lozanía.

      Ya es la madre bendecida
      Que a sus hijos busca errantes,
      Y entre sus brazos, cual antes,
      A descansar los convida.
      Su boca el beso no olvida;
      Seno que nido les fue
      Latir por ellos se ve;
      Su sonrisa vela el llanto;
      Y habla su mirada: "¿Tanto
      Os aman cual yo os amé?"

      Ya es una novia, una flor,
      Que, aún intacta su hermosura,
      Fue trasplantada a la altura
      Siempre pensando en su amor.
      Siente en el cielo el dolor
      De la ausencia, y vuelve atrás
      Suspirando: "¿A dónde vas
      Entre tinieblas perdido?
      Nunca de ti me despido;
      ¡No me abandones jamás!"

      Ora un amigo que el cielo
      Nos dio, cuya compañía
      Fuese en nuestras dudas guía
      Y en nuestra aflicción consuelo:
      Perdimosle, y ya en el suelo
      Calor no hallamos ni abrigo;
      Mas él, "Doquiera te sigo;
      Si tu corazón se llena,
      El alborozo o la pena
      ¿Quién compartirá contigo?"

      Ora el genitor amante
      Que grave al partir nos nombra,
      O de una hermana la sombra
      Que en silencio va adelante.
      A todos, hace un instante,
      Atados en lazo estrecho
      Nos abrigó un mismo techo;
      Y hoy ¡cuan lejos del hogar
      La frente han ido a posar
      En frío y desierto lecho!

      Con ellos el niño tierno
      Cuya cuna está vacía,
      Que inerte a la tumba fría
      Cayó del seno materno.
      Cuantos en descanso eterno
      Yacen, desde el polvo helado
      De aquel asilo sagrado
      Tal vez murmuran dolientes:
      "¿Y vosotros los vivientes
      Ya nos habéis olvidado?"

      De olvido no os quejéis, ¡oh manes caros!
      ¡Oh dulces prendas de entrañable amor!
      Quien se olvide de sí, podrá olvidaros;
      Para quien tenga lágrimas, lloraros
      Es la dicha mayor.

      En el oscuro viaje de la vida
      Abre horizontes la pasada edad;
      El alma, en dos porciones dividida,
      Tras los sepulcros ve su más querida,
      Su más bella mitad.

      Si los que en vida nos amaron tanto
      También hermanos en la ausencia son,
      Por ellos ¡oh Señor, tres veces santo!
      ¡Dios suyo y de sus padres!, va con llanto
      A ti nuestra oración.

      Siempre te amaron en sus breves días;
      Imploraron tu gracia desde aquí,
      Bendijeron tu mano cuando herías...
      Tú, promesa inmortal, ¿engañarías
      Al que ha esperado en ti?

      ¡Ay!, ¿nace su silencio de desvío?
      ¿Olvidaron el valle del dolor?
      ¿Cesan de amarnos?... ¡Pensamiento impío!
      ¿No amarnos ellos desde allá, Dios mío,
      Si tú eres todo amor?

      Mas si hoy nos descubriesen su colmada
      Felicidad, la posesión de Dios,
      Querríamos con ala arrebatada,
      Anticipando el fin de la jornada,
      Volar de ellos en pos.

      ¿Qué astro sobre sus párpados reabiertos
      Piadoso vierte bienhechora luz?
      ¿Flotan aún sobre la tierra inciertos?
      ¿O islas de ese Océano habitan, puertos
      De eterna beatitud?

      ¿Embóbense en la lumbre soberana,
      Y los nombres dulcísimos que ayer
      Les dábamos, de madre, esposa, hermana,
      Perdieron ya, y a invocación humana
      No habrán de responder?

      Eres justo, Señor; y si en tu gloria
      Por siempre nos hubiesen de olvidar,
      También de nuestro pecho la memoria
      Borrarías, y a imagen ilusoria
      No alzáramos altar.

      Parte les diste en nuestro bien terreno,
      Parte en su dicha tu bondad nos dé;
      Anéguense sus almas en tu seno,
      ¡Mas guarden siempre de nosotros lleno
      Lugar que nuestro fue!

      Tiende sobre ellos manto de clemencia;
      Pecaron; mas tu gracia es amplio don.
      De dolor y de amor fue su existencia:
      El dolor reconquista la inocencia;
      Amor sella el perdón.

      En la terrenal morada,
      Cual nosotros, criaturas
      Fueron débiles y oscuras;
      Hombres, en fin, polvo, nada.
      Si descubre tu mirada
      En su vida algún error,
      No con vara de rigor
      Quieras medir su flaqueza;
      ¡Mira en ellos tu grandeza,
      Y perdónalos, Señor!

      Si tu protección retiras,
      ¿Quién permanece? Las rocas
      Átomos son si las tocas,
      Sombra la luz si la miras.
      A un amago de tus iras
      Las puertas del firmamento
      Retemblaron; si a tu acento
      Acude inocencia alada,
      Cubre su faz sonrojada
      En tu santo acatamiento.

      Tú sólo bastarte puedes
      ¡Dios eternal!, a ti mismo;
      Mas de tu amor el abismo
      Acrecientan tus mercedes.
      Un destello al sol concedes,
      Y sigue a un día otro día;
      Al tiempo, que edades cría,
      Prestaste fecundidad,
      Y él a la honda eternidad
      Siglos y siglos envía.

      ¡Señor! de edades oscuras
      Otras sacas florecientes,
      Y a tu vista son presentes
      Las pasadas y futuras.
      Inmutable tú fulguras,
      Y a par de tu ciencia arcana
      ¡Oh, cuán estulta, cuán vana
      Fábrica labran los hombres,
      Con los raquíticos nombres
      Ayer, ahora y mañana!

      ¡Oh Padre!, ¡oh fuente de vida!
      ¡Centro de toda virtud!
      No tomes tu excelsitud,
      Cuando juzgues, por medida:
      Si tu hechura desvalida
      Comparece en tu presencia,
      El peso de tu clemencia,
      Toda, en la balanza pon,
      ¡Y resplandezca el perdón
      Cual segunda omnipotencia!
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