José Martí

.
    Información biográfica

  1. A los espacios
  2. Al buen Pedro
  3. Allí, despacio
  4. Amor de ciudad grande
  5. Árbol de mi alma
  6. Baile
  7. Canto de otoño
  8. Contra el verso retórico
  9. Dormida
  10. En ti pensaba
  11. En un dulce estupor
  12. Hierro
  13. Homomagno
  14. La copa envenenada
  15. La niña de Guatemala
  16. Mujeres
  17. Musa traviesa
  18. No, música tenaz
  19. Noche de baile
  20. Oh, Margarita
  21. Oh, nave
  22. Penachos vividos
  23. Pollice verso
  24. Pomona
  25. Por donde abunda la malva
  26. Príncipe enano
  27. Sé, mujer, para mí
  28. Sed de belleza
  29. Siempre que hundo la mente
  30. Una virgen espléndida
  31. Valle lozano
  32. Vino el amor mental
  33. Y te busqué
  34. Yugo y estrella
  35. Versos sencillos I: Yo soy un hombre sincero
  36. Versos sencillos II: Oigo un suspiro
  37. Versos sencillos IV: Yo visitaré anhelante
  38. Versos sencillos V: Si ves un monte de espumas
  39. Versos sencillos VI: Si quieren que de este mundo
  40. Versos sencillos VIII: Yo tengo un amigo muerto
  41. Versos sencillos IX: Quiero, a la sombra de un ala
  42. Versos sencillos X: El alma trémula y sola
  43. Versos sencillos XI: Yo tengo un paje muy fiel
  44. Versos sencillos XVII: Es rubia: el cabello suelto
  45. Versos sencillos XVIII: El alfiler de Eva Loca
  46. Versos sencillos XIX: Por tus ojos encendidos
  47. Versos sencillos XX: Mi amor del aire se azora
  48. Versos sencillos XXI: Ayer la vi en el salón
  49. Versos sencillos XXII: Estoy en el baile extraño
  50. Versos sencillos XXIV: Sé de un pintor atrevido
  51. Versos sencillos XXXV: Qué importa que tu puñal
  52. Versos sencillos XXXVII: Aquí está el pecho, mujer
  53. Versos sencillos XXXIX: Cultivo una rosa blanca
  54. Versos sencillos XLIII: Mucho, señora, daría
  55. Versos sencillos XLV: Sueño con claustros de mármol
  56. Versos sencillos XLVI: Vierte, corazón, tu pena


Información biográfica
    Nombre: José Julián Martí y Pérez
    Lugar y fecha nacimiento: La Habana, Cuba, 28 de enero de 1853
    Lugar y fecha defunción: Dos Ríos, Cuba, 19 de mayo de 1895 (42 años)
    Ocupación: Político, docente, pensador, periodista, combatiente, cónsul (1887-1892), escritor, poeta
    Movimiento: Modernismo

    Fuente: [José Martí] en Wikipedia.org
Arriba

    A los espacios
      A los espacios entregarme quiero
      Donde se vive en paz y con un manto
      De luz, en gozo embriagador henchido,
      Sobre las nubes blancas se pasea,
      Y donde Dante y las estrellas viven.
      Yo sé, yo sé, porque lo tengo visto
      En ciertas horas puras, cómo rompe
      Su cáliz una flor, y no es diverso
      Del modo, no, con que lo quiebra el alma.
      Escuchad, y os diré: - Viene de pronto
      Como una aurora inesperada, y como
      A la primera luz de primavera
      De flor se cubren las amables lilas...
      ¡Triste de mí! Contároslo quería,
      Y en espera del verso, las grandiosas
      Imágenes en fila ante mis ojos
      Como águilas alegres vi sentadas.
      Pero las voces de los hombres echan
      De junto a mí las nobles aves de oro.
      Ya se van, ya se van. Ved cómo rueda
      La sangre de mi herida.
      Si me pedís un símbolo del mundo
      En estos tiempos, vedlo: un ala rota.
      Se labra mucho el oro. ¡El alma apenas!
      Ved cómo sufro. Vive el alma mía
      Cual cierva en una cueva acorralada.
      ¡Oh, no está bien; me vengaré, llorando!
    Arriba

    Al buen Pedro
        Dicen, buen Pedro, que de mí murmuras
        Porque tras mis orejas el cabello
        En crespas ondas su caudal levanta:
        ¡Diles, bribón, que mientras tú en festines,
        En rubios caldos y en fragantes pomas,
        Entre mancebas del astuto Norte,
        De tus esclavos el sudor sangriento,
        Torcido en oro lánguido bebes, -Pensativo,
        febril, pálido, grave,
        Mi pan rebano en solitaria mesa
        Pidiendo, ¡oh triste!, al aire sordo modo
        De libertar de su infortunio al siervo
        Y de tu infamia a ti! Y en esos lances,
        Suéleme, Pedro, en la apretada bolsa
        Faltar la monedilla que reclama
        Con sus húmedas manos el barbero.
      Arriba

      Allí, despacio
        Allí despacio te diré mis cuitas,
        ¡Allí en tu boca escribiré mis versos!
        ¡Ven, que la soledad será tu escudo!
        Ven, blanca oveja,
        Pero, si acaso lloras, en tus manos
        Esconderé mi rostro, y con mis lágrimas
        Borraré los extraños versos míos,
        ¿Sufrir tú, a quien yo amo, y ser yo el casco
        Brutal y tú, mi amada, el lirio roto?
        No, mi tímida oveja, yo odio el lobo,
        Ven, que la soledad será tu escudo.
        ¡Oh! La sangre del alma, ¿tú la has visto?
        Tiene manos y voz, y al que la vierte
        Eternamente entre las sombras acusa.
        ¡Hay crímenes ocultos, y hay cadáveres
        De almas, y hay villanos matadores!
        Al bosque ven: del roble más erguido
        Un pilón labremos y, ¡en el pilón
        Cuantos engañen a mujer pongamos!
        Esa es la lidia humana: ¡la tremenda
        Batalla de los cascos y los lirios!
        ¿Pues los hombres soberbios, no son fieras?
        Bestias y fieras. Mira, aquí te traigo
        Mi bestia muerta y mi furor domado.
        Ven, a callar, a murmurar, al ruido
        De las hojas de abril y los nidales.
        Deja, oh mi amada, las paredes mudas
        De esta casa ahoyada y ven conmigo
        No al mar que bate y ruge sino al bosque
        De rosas que hay al fondo de la selva.
        Allí es buena la vida, porque es libre,
        Y tu virtud, por libre, será cierta,
        Por libre, mi respeto meritorio.
        Ni el amor, si no es libre, da ventura.
        ¡Oh, gentes ruines, los que en calma gozan
        De robados amores! Si es ajeno
        El cariño, el placer de respetarlo
        Mayor mil veces es que el de su goce;
        Del buen obrar que orgullo al pecho queda
        Y como en dulces lágrimas rebosa,
        Y en extrañas palabras, que parecen
        ¡Aleteos, no voces! Y, ¡qué culpa
        La de fingir amor! ¡Pues hay tormento
        Como aquel, sin amar, de hablar de amores!
        ¡Ven, que allí triste iré, pues yo me veo!
        ¡Ven, que la soledad será tu escudo!
      Arriba

      Amor de ciudad grande
        De gorja son y rapidez los tiempos.
        Corre cual luz la voz; en lata aguja,
        Cual nave despeñada en sirte horrenda,
        Húndese el rayo, y en ligera barca
        El hombre, como alado, el aire hiende.
        Así el amor, sin pompa ni misterio
        Muere, apenas nacido, de saciado
        Jaula es la villa de palomas muertas
        Y ávidos cazadores si los pechos
        Se rompen de los hombres, y las carnes
        Rotas por tierra ruedan, no han de verse
        Dentro más que frutillas estrujadas
        Se ama de pie, en las calles, entre el polvo
        De los salones y las plazas; muere
        La flor que nace. Aquella virgen
        Trémula que antes a la muerte daba
        La mano pura que a ignorado mozo;
        El goce de temer: aquel salirse
        Del pecho el corazón; el inefable
        Placer de merecer; el grato susto
        De caminar deprisa en derechura
        Del hogar de la amada, y a sus puertas
        Como un niño feliz romper en llanto;-
        Y aquel mirar, de nuestro amor al fuego,
        Irse tiñendo de color las rosas,
        Ea, que son patrañas, pues quien tiene
        Tiempo de ser hidalgo, bien que sienta
        Cual áureo vaso o lienzo suntuoso,
        Dama gentil en casa de magnate
        O si se tiene sed, se alarga el brazo
        Y a la copa que pasa se la apura
        Luego, la copa turbia al polvo rueda,
        Y el hábil catador, -manchado el pecho
        De una sangre invisible,- sigue alegre,
        Coronado de mirtos, su camino
        No son los cuerpos ya, sino desechos,
        Y fosas, y jirones; y las almas
        No son como en el árbol fruta rica
        En cuya blanda piel la almíbar dulce
        En su sazón de madurez rebosa,
        Sino fruta de plaza que a brutales
        Golpes el rudo labrador madura
        La edad es esta de los labios secos
        De las noches sin sueño de la vida
        Estrujada en agraz que es lo que falta
        Que la ventura falta como liebre
        Azorada, el espíritu se esconde,
        Trémulo huyendo al cazador que ríe,
        Cual en soto selvoso, en nuestro pecho;
        Y el deseo, de brazo de la fiebre,
        Cual rico cazador recorre el soto.
        Me espanta la ciudad, toda está llena
        De copas por vaciar o huecas copas
        Tengo miedo, ay de mí, de que este vino
        Tósigo sea, y en mis venas luego
        Cual duende vengador los dientes clave
        Tengo sed,- mas de un vino que en la tierra
        No se sabe beber, no he padecido
        Bastante aún para romper el muro
        Que me aparta, oh dolor, de mi viñedo,
        Tomad vosotros, catadores ruines
        De vinillos humanos, esos vasos
        Donde el jugo de lirio a grandes sorbos
        Sin compasión y sin temor se bebe
        Tomad, yo soy honrado: y tengo miedo.
      Arriba

      Árbol de mi alma
        Como un ave que cruza el aire claro
        Siento hacia mí venir tu pensamiento
        Y acá en mi corazón hacer su nido.
        Ábrese el alma en flor: tiemblan sus ramas
        Como los labios frescos de un mancebo
        En su primer abrazo a una hermosura;
        Cuchichean las hojas: tal parecen
        Lenguaraces obreras y envidiosas,
        A la doncella de la casa rica
        En preparar el tálamo ocupadas:
        Ancho es mi corazón, y es todo tuyo:
        Todo lo triste cabe en él, y todo
        Cuanto en el mundo llora, y sufre, y muere
        De hojas secas, y polvo, y derruidas
        Ramas lo limpio: bruño con cuidado
        Cada hoja, y los tallos: de las flores
        Los gusanos y el pétalo comido
        Separo: oreo el césped en contorno
        Y a recibirte, oh pájaro sin mancha,
        ¡Apresto el corazón enajenado!
      Arriba

      Baile
        Yo miro con un triste
        Placer, como en la fiesta
        Del noble Jerez pálido
        La copa llena guían
        Las blancas manos trémulas
        Al seco labio rojo:
        -Y yo muevo mi mano tristemente
        Al corazón vacío,- y a la frente.
        Yo veo como un sueño
        De gasa blanca y oro,
        En que la llama se abre
        Camino en tanto alado
        Traje que ha de ser luego
        Ceniza, húmeda en lágrimas,
        Cruzar la alegre corte de oro y gasa,
        Y en llanto amargo el rostro se me abrasa.
        ¡Alma!, cuando de vuelta
        Dentro del cuerpo laxo,
        Del frac innoble libres
        O la prisión dichosa
        De níveo tul, -la férvida
        Fiesta recuerdes-, ¡mira
        Que debes embridar el cuerpo loco,
        O que te absorbe con su sed a poco!
      Arriba

      Canto de otoño
        Bien; ya lo sé: la muerte está sentada
        A mis umbrales: cautelosa viene,
        Porque sus llantos y su amor no apronten
        En mi defensa, cuando lejos viven
        Padres e hijo. Al retornar ceñudo
        De mi estéril labor, triste y oscura,
        Con que a mi casa del invierno abrigo,
        De pie sobre las hojas amarillas,
        En la mano fatal la flor del sueño,
        La negra toca en alas rematada,
        Ávido el rostro, trémulo la miro
        Cada tarde aguardándome a mi puerta
        En mi hijo pienso, y de la dama oscura
        Huyo sin fuerzas devorado el pecho
        De un frenético amor. Mujer más bella
        No hay que la muerte: por un beso suyo
        Bosques espesos de laureles varios,
        Y las adelfas del amor, y el gozo
        De remembrarme mis niñeces diera,
        Pienso en aquel a quien el amor culpable
        Trajo a vivir y, sollozando, esquivo
        De mi amada los brazos: mas ya gozo
        De la aurora perenne el bien seguro.
        Oh, vida, adiós: quien va a morir, va muerto.
        Oh, duelos con la sombra: oh, pobladores
        Ocultos del espacio: oh formidables
        Gigantes que a los vivos azorados
        Mueren, dirigen, postran, precipitan
        Oh, cónclave de jueces, blandos sólo
        A la virtud, que nube tenebrosa,
        En grueso manto de oro recogidos,
        Y duros como peña, aguardan torvos
        A que al volver de la batalla rindan
        -Como el frutal sus frutos-
        De sus obras de paz los hombres cuenta,
        De sus divinas alas de los nuevos
        Árboles que sembraron, de las tristes
        Lágrimas que enjugaron, de las fosas
        Que a los tigres y víboras abrieron,
        Y de las fortalezas eminentes
        Que al amor de los hombres levantaron
        Esta es la dama, el rey, la patria, el premio
        Apetecido, la arrogante mora
        Que a su brusco señor cautiva espera
        Llorando en la desierta espera barbacana:
        Este el santo Salem, este el Sepulcro
        De los hombres modernos: no se vierta
        Más sangre que la propia, no se bata
        Sino al que odia el amor, únjase presto
        Soldados del amor los hombres todos:
        La tierra entera marcha a la conquista
        De este rey y señor, que guarda el cielo
        Viles: el que es traidor a sus deberes.
        Muere como traidor, del golpe propio
        De su arma ociosa el pecho atravesado
        Ved que no acaba el drama de la vida
        En esta parte oscura, Ved que luego
        Tras la losa de mármol o la blanda
        Cortina de humo y césped se reanuda
        El drama portentoso y ved, oh viles,
        Que los buenos, los tristes, los burlados,
        Serán en la otra parte burladores
        Otros de lirio y sangre se alimenten:
        Yo no, yo no, los lóbregos espacios
        Rasgué desde mi infancia con los tristes
        Penetradores ojos: el misterio
        En una hora feliz de sueño acaso
        De los jueces así, y amé la vida
        Porque del doloroso mal me salva
        De volverla a vivir. Alegremente
        El peso eché del infortunio al hombro:
        Porque el que en huelga y regocijo vive
        Y huye el dolor, y esquiva las sabrosas
        Penas de la virtud, irá confuso
        Del frío y torvo juez a la sentencia,
        Cual soldado cobarde que en herrumbre
        Dejó las nobles armas; y los jueces
        No en su dosel lo ampararán, no en brazos
        Lo encumbrarán, mas lo echarán altivos
        A odiar, a amar y a batallar de nuevo
        En la fogosa y sofocante arena
        Oh qué mortal que se asomó a la vida
        Vivir de nuevo quiere
        Puede ansiosa
        La muerte, pues, de pie en las hojas secas,
        Esperarme a mi umbral con cada turbia
        Tarde de otoño, y silenciosa puede
        Irme tejiendo con helados copos
        Mi manto funeral.
        No di al olvido
        Las armas del amor: no de otra púrpura
        Vestí que de mi sangre.
        Abre los brazos, listo estoy, madre muerte:
        Al juez me lleva
        Hijo, qué imagen miro, qué llorosa
        Visión rompe la sombra, y blandamente
        Como con luz de estrella la ilumina
        Hijo, qué me demandan tus abiertos
        Brazos, a qué descubres tu afligido
        Pecho por qué me muestran tus desnudos
        Pies, aún no heridos, y las blancas manos
        Vuelves a mí
        Cesa, calla, reposa, vive: el padre
        No ha de morir hasta que la ardua lucha
        Rico de todas armas lance al hijo
        Ven, oh mi hijuelo, y que tus alas blancas
        De los abrazos de la muerte oscura
        Y de su manto funeral me libren.
      Arriba

      Contra el verso retórico
        Contra el verso retórico y ornado
        El verso natural. Acá un torrente:
        Aquí una piedra seca. Allá un dorado
        Pájaro, que en las ramas verdes brilla,
        Como una marañuela entre esmeraldas-
        Acá la huella fétida y viscosa
        De un gusano: los ojos, dos burbujas
        De fango, pardo el vientre, craso, inmundo.
        Por sobre el árbol, más arriba, sola
        En el cielo de acero una segura
        Estrella; y a los pies el horno,
        El horno a cuyo ardor la tierra cuece-
        Llamas, llamas que luchan, con abiertos
        Huecos como ojos, lenguas como brazos,
        Savia como de hombre, punta aguda
        Cual de espada: ¡la espada de la vida
        Que incendio a incendio gana, al fin, la tierra!
        Trepa: viene de adentro, ruge, aborta.
        Empieza el hombre en fuego y para en ala.
        Y a su paso triunfal, los maculados,
        Los viles, los cobardes, los vencidos,
        Como serpientes, como gozques, como
        Cocodrilos de doble dentadura,
        De acá, de allá, del árbol que le ampara,
        Del suelo que le tiene, del arroyo
        Donde apaga la sed, del yunque mismo
        Donde se forja el pan, le ladran y echan
        El diente al pie, al rostro el polvo y lodo,
        Cuanto cegarle puede en su camino.
        Él, de un golpe de ala, barre el mundo
        Y sube por la atmósfera encendida
        Muerto como hombre y como sol sereno.
        Así ha de ser la noble poesía:
        Así como la vida: estrella y gozque;
        La cueva dentellada por el fuego,
        El pino en cuyas ramas olorosas
        A la luz de la luna canta un nido
        Canta un nido a la lumbre de la luna.
      Arriba

      Dormida
        De sus pestañas al peso
        El ancho párpado entorna,
        Lirio que al sol que se torna
        Se cierra pidiendo un beso.
        Y luego como fragante
        Magnolia que desenvuelve
        Sus blancas hojas, revuelve
        El tenue encaje flotante:
        De mi capricho al vagar
        Imagínala mi amor,
        ¡Una Venus del pudor
        Surgiendo de un nuevo mar!
        Cuando la lámpara vaga
        En este templo de amores,
        Con sus blandos resplandores
        Más que la alumbra, la halaga.
        Cuando la ropa ligera
        Sobre su cutis rosado,
        Ondula como el alado
        Pabellón de primavera.
        Cuando su seno desnudo,
        Indefenso, a mi respeto
        Pone más valla que el peto
        De bravo guerrero rudo.
        Siento que puede el amor,
        Dormida y desnuda al verla,
        Dejar perla a la que es perla,
        Dejar flor a la que es flor.
        Sobre sus labios podría
        Los labios míos posar,
        Y en su seno reclinar
        La pobre cabeza mía.
        Y con mi aliento volver
        Mariposa a la crisálida;
        Y a la clara rosa pálida
        Animar y enrojecer.
        Pero aquí, desde la sombra
        Donde amante la contemplo,
        Manchar no quiero del templo
        Con paso impuro la alfombra.
        Al acercarme, en ligera
        Procesión avergonzado,
        ¿No volaría el alado
        Pabellón de primavera?
        ¡Al reflejarme el espejo,
        Que la copia entre albas hojas,
        Negras las tornara y rojas
        De la lámpara al reflejo!
        Dicen que suele volar
        Por los espacios perdida
        El alma, y en otra vida
        Sus alas puras bañar.
        Dicen que vuelve a venir
        A su cuerpo con la aurora,
        Para volver -¡la traidora!-
        Con cada noche a partir.
        Y si su espíritu en leda
        Beatitud los cielos hiende,
        De esa mujer que se extiende
        Bella ante mí, ¿qué me queda?
        Blanco cuerpo, línea fría,
        Molde hueco, vaso roto,
        ¡Y viajera por lo ignoto
        La luz que los encendía!
        Y, ¿a mí, que tanto te quiero,
        Delicada peregrina,
        Turbar la marcha divina
        De tu espíritu viajero?
        ¡Duerme entre tus blancas galas!
        ¡Duerme, mariposa mía!
        Vuela bien: - ¡mi mano impía
        No irá a cortarte las alas!-.
      Arriba

      En ti pensaba
        En ti pensaba, en tus cabellos
        Que el mundo de la sombra envidiaría,
        Y puse un punto de mi vida en ellos
        Y quise yo soñar que tú eras mía.
        Ando yo por la tierra con los ojos
        Alzados -¡oh, mi afán!- a tanta altura
        Que en ira altiva o míseros sonrojos
        Encendiólos la humana criatura.
        Vivir: -saber morir-; así me aqueja
        Este infausto buscar, este bien fiero,
        Y todo el Ser en mi alma se refleja,
        Y buscando sin fe, de fe me muero.
      Arriba

      En un dulce estupor
        En un dulce estupor soñando estaba
        Con las bellezas de la tierra mía:
        Fuera, el invierno lívido gemía,
        Y en mi cuarto sin luz el sol brillaba.
        La sombra sobre mí centelleaba
        Como un diamante negro, y yo sentía
        Que la frente soberbia me crecía,
        Y que un águila al cielo me encumbraba.
        Iba hinchando este gozo el alma oscura,
        Cuando me vi de súbito estrechado
        Contra el seno fatal de una hermosura:
        Y al sentirme en sus brazos apretado,
        Me pareció rodar desde una altura
        Y rodar por la tierra despeñado.
      Arriba

      Hierro
        Hierro
        Ganado tengo el pan: hágase el verso,
        Y en su comercio dulce se ejercite
        La mano, que cual prófugo perdido
        Entre oscuras malezas, o quien lleva
        A rastra enorme peso, andaba ha poco
        Sumas hilando y revolviendo cifras.
        Bardo consejo quieres: pues descuelga
        De la pálida espalda ensangrentada
        El arpa nívea, acalla los sollozos
        Que a tu garganta como mar en furia
        Se agolparán, y en la madera rica
        Taja plumillas de escritorio y echa
        Las cuerdas rotas al movible viento.
        Oh alma, oh alma buena, mal oficio
        Tienes: póstrate, calla, cede, lame
        Manos de potentado, ensalza, excusa
        Defectos, tenlos –que es mejor manera
        De excusarlos, y mansa y temerosa
        Vicios celebra, encumbra vanidades:
        Verás entonces, alma, cuál se trueca
        En plato de oro rico tu desnudo
        Plato de pobre
        Pero guarda, oh alma
        Que usan los hombres hoy oro empañado
        Ni de esos cures, que fabrican de oro
        Sus joyas el bribón y el barbilindo:
        Las armas no, -las armas son de hierro
        Mi mal es rudo: la ciudad lo encona
        Lo alivia el campo inmenso: otro más vasto
        Lo aliviará mejor –y las oscuras
        Tardes me atraen, cual si mi patria fuera
        La dilatada sombra.
        Era yo niño
        Y con filial amor miraba al cielo,
        Cuán pobre a mi avaricia el descuidado
        Cariño del hogar, cuán tristemente
        Bañado el rostro ansioso en llanto largo
        Con mis ávidos ojos perseguía
        La madre austera, el padre pensativo
        Sin que jamás los labios ardorosos
        Del corazón voraz la sed saciasen.
        Oh verso amigo,
        Muero de soledad, de amor me muero
        No de vulgar amor; estos amores
        Envenenan y ofuscan: no es hermosa
        La fruta en la mujer, sino la estrella
        La tierra ha de ser luz, y todo vivo
        Debe en torno de sí dar lumbre de astro.
        Oh, estas damas de muestra -oh, estas copas
        De carne oh, estas siervas, ante el dueño
        Que las enjoya y que las nutre echadas
        Te digo, oh verso, que los dientes duelen
        De comer de esta carne
        Es de inefable
        Amor del que yo muero, del muy dulce
        Menester de llevar, como se lleva
        Un niño tierno en las cuidadosas manos,
        Cuanto de bello y triste ven mis ojos.
        Del sueño, que las fuerzas no repara
        Sino de los dichosos, y a los tristes
        El duro humor y la fatiga aumenta,
        Salto, al sol, como un ebrio. Con las manos
        Mi frente oprimo, y de los turbios ojos
        Brota raudal de lágrimas. Y miro
        El sol tan bello y mi desierta alcoba,
        Y mi virtud inútil, y las fuerzas
        Que cual tropel famélico de hirsutas
        Fieras saltan de mí buscando empleo;
        Y el aire hueco palpo, y en el muro
        Frío y desnudo, el cuerpo vacilante
        Apoyo, y en el cráneo estremecido
        En agonía flota el pensamiento,
        Cual leño de bajel despedazado
        Que el mar en furia a playa ardiente arroja
        Y echo a andar, como un muerto que camina,
        Loco de amor, de soledad, de espanto
        Amar, agobia es tósigo, el exceso
        De amor. Y la prestada casa oscila
        Cual barco en tempestad: en el destierro
        Náufrago es todo hombre, y toda casa
        Inseguro bajel, al mar vendido.
        Sólo las flores del paterno prado
        Tienen olor. Sólo las ceibas patrias
        Del sol amparan como en vaga nube
        Por suelo extraño se anda; las miradas
        Injurias nos parecen, y el sol mismo,
        Más que en grato calor, enciende en ira
        No de voces queridas puebla el eco
        Los aires de otras tierras: y no vuelan
        Del arbolar espeso entre las ramas
        Los pálidos espíritus amados
        De carne viva y profanadas frutas
        Viven los hombres, ay mas el proscrito
        De sus entrañas propias se alimenta
        Tiranos: desterrad a los que alcanzan
        El honor de vuestro odio: ya son muertos
        Valiera más, oh bárbaros que al punto
        De arrebatarlos al hogar, hundiera
        En lo más hondo de su pecho honrado
        Vuestro esbirro más cruel su hoja más dura
        Grato es morir, horrible vivir muerto.
        Mas no, mas no, la dicha es una prenda
        De compasión de la fortuna al triste
        Que no sabe domarla: a sus mejores
        Hijos desgracias da naturaleza:
        Fecunda el hierro al llano, el golpe al hierro.
      Arriba

      Homomagno
        Homomagno sin ventura
        La hirsuta y retostada cabellera
        Con sus pálidas manos se mesaba.
        "Máscara soy, mentira soy, decía;
        Estas carnes y formas, estas barbas
        Y rostro, estas memorias de la bestia,
        Que como silla a lomo de caballo
        Sobre el alma oprimida echan y ajustan,
        Por el rayo de luz que el alma mía
        En la sombra entrevé, no son Homomagno.
        Mis ojos sólo; los mis caros ojos,
        Que me revelan mi disfraz, son míos:
        Queman, me queman, nuca duermen, oran,
        Y en mi rostro los siento y en el cielo,
        Y le cuentan de mí, y a mí de él cuentan.
        Por qué, por qué, para cargar en ellos
        Un grano ruin de alpiste mal trojado
        Talló el Creador mis colosales hombros
        Ando, pregunto, ruinas y cimientos
        Vuelco y sacudo, a delirantes sorbos
        En la Creación, la madre de mil pechos,
        Las fuentes todas de la visa aspiro:
        Muerdo, atormento, beso las calladas
        Manos de piedra que golpeo.
        Con demencia amorosa su invisible
        Cabeza con las secas manos mías
        Acaricio y destrenzo: por la tierra
        Me tiendo compungido y los confusos
        Pies, con mi llanto baño y con mis besos.
        Y en medio de la noche, palpitante,
        Con mis voraces ojos en el cráneo
        Y en sus órbitas anchas encendidos,
        Trémulo, en mí plegado, hambriento espero,
        Por si al próximo sol respuestas vienen;
        Y a cada nueva luz –de igual enjuto
        Modo, y ruin, la vida me aparece,
        Como gota de leche que en cansado
        Pezón, al terco ordeño, titubea,
        Como carga de hormiga,- como taza
        De agua añeja en la jaula de un jilguero".
        Remordidas y rotas, ramos de uvas
        Estrujadas y negras, las ardientes
        Manos del triste homomagno parecían.
        Y la tierra en silencio, y una hermosa
        Voz de mi corazón, me contestaron.
      Arriba

      La copa envenenada
        ¡Desque toqué, señora, vuestra mano
        Blanca y desnuda en la brillante fiesta,
        En el fiel corazón intento en vano
        Los ecos apagar de aquella orquesta!
        Del vals asolador la nota impura
        Que en sus brazos de llama suspendidos
        Rauda os llevaba -al corazón sin cura,
        Repitenla amorosos mis oídos.
        Y cuanto acorde vago y murmurio
        Ofrece al alma audaz la tierra bella,
        Fíngelos el espíritu sombrío-
        Tenue cambiante de la nota aquella.
        ¡Oigola sin cesar! Al brillo, ciego,
        En mi torno la miro vagorosa
        Mover con lento son alas de fuego
        Y mi frente a ceñir tenderse ansiosa.
        ¡Oh!, mi trémula mano bien sabría
        Al aire hurtar la alada nota hirviente
        Y, con arte de dulce hechicería,
        Colgando adelfas a la copa ardiente,
        En mis sedientos brazos desmayada
        Daros, señora, matador perfume:
        Mas yo apuro la copa envenenada
        Y en mí acaba el amor que me consume.
      Arriba

      La niña de Guatemala
        Quiero, a la sombra de un ala,
        Contar este cuento en flor:
        La niña de Guatemala,
        La que se murió de amor.
        Eran de lirios los ramos,
        Y las orlas de reseda
        Y de jazmín: la enterramos
        En una caja de seda.
        Ella dio al desmemoriado
        Una almohadilla de olor:
        El volvió, volvió casado:
        Ella se murió de amor.
        Iban cargándola en andas
        Obispos y embajadores:
        Detrás iba el pueblo en tandas,
        Todo cargado de flores.
        Ella, por volverlo a ver,
        Salió a verlo al mirador:
        Él volvió con su mujer:
        Ella se murió de amor.
        Como de bronce candente
        Al beso de despedida
        Era su frente la frente
        Que más he amado en mi vida.
        Se entró de tarde en el río,
        La sacó muerta el doctor:
        Dicen que murió de frío:
        Yo sé que murió de amor.
        Allí, en la bóveda helada,
        La pusieron en dos bancos:
        Besé su mano afilada,
        Besé sus zapatos blancos.
        Callado, al oscurecer,
        Me llamó el enterrador:
        Nunca más he vuelto a ver
        A la que murió de amor.
      Arriba

      Mujeres
        I

        Esta es rubia; ésta, oscura; aquella, extraña
        Mujer de ojos de mar y cejas negras:
        Y una cual palma egipcia alta y solemne
        Y otra como un canario gorjeadora.
        Pasan, y muerden: los cabellos luengos
        Echan, como una red: como un juguete
        La lánguida beldad ponen al labio
        Casto y febril del amador que a un templo
        Con menos devoción que al cuerpo llega
        De la mujer amada: ella, sin velos
        Yace, y a su merced: -él, casto y mudo
        En la inflamada sombra alza dichoso
        Como un manto imperial de luz de aurora.
        Cual un pájaro loco en tanto ausente
        En frágil rama y en menudas flores,
        De la mujer el alma travesea:
        Noble furor enciende al sacerdote
        Y a la insensata, contra el ara augusta
        Como una copa de cristal rompiera:
        Pájaros, sólo pájaros: el alma
        Su ardiente amor reserva al universo.
        II

        Vino hirviente es amor: del vaso afuera,
        Echa, brillando al sol, la alegre espuma:
        Y en sus claras burbujas, desmayados
        Cuerpos, rizosos niños, cenadores
        Fragantes y amistosas alamedas
        Y juguetones ciervos se retratan:
        De joyas, de esmeraldas, de rubíes,
        De ónices, y turquesas y del duro
        Diamante al fuego eterno derretidos,
        Se hace el vino satánico: mañana
        El vaso sin ventura que lo tuvo
        Cual comido de hienas, y espantosa
        Lava mordente se verá quemado.
        III

        Bien duerma, bien despierte, bien recline-
        Aunque no lo reclino-. Bien de hinojos,
        Ante un niño que juega el cuerpo doble
        Que no se dobla a viles y a tiranos,
        Siento que siempre estoy en pie: -si suelo,
        Cual del niño en los rizos suele el aire
        Benigno, en los piadosos labios tristes
        Dejar que vuele una sonrisa, -es cierto
        Que así, sépalo el mozo, así sonríen
        Cuantos nobles y crédulos buscaron
        El sol eterno en la belleza humana.
        Sólo hay un vaso que la sed apague
        De hermosura y amor: naturaleza
        Abrazos deleitosos, hibleos besos
        A sus amantes pródiga regala.
        IV

        Para que el hombre los tallara, puso
        El monte y el volcán naturaleza,
        El mar, para que el hombre ver pudiese
        Que era menor que su cerebro: -en horno
        Igual, sol, aire y hombres elabora.
        Porque los dome, el pecho al hombre inunda
        Con pardos brutos y con torvas fieras.
        Y el hombre, no alza el monte: no en el libre
        Aire, ni sol magnífico se trueca:
        Y en sus manos sin honra, a las sensuales
        Bestias del pecho el corazón ofrece:
        A los pies de la esclava vencedora:
        El hombre yace deshonrado, muerto.
      Arriba

      Musa traviesa
        Mi musa es un diablillo contándolo, me inunda
        Con ala de ángel. Un gozo grave:
        Ah, musilla traviesa, y cual si el monte alegre,
        Qué vuelo trae queriendo holgarse
        Al alba enamorando
        Yo suelo, caballero con voces ágiles,
        En sueños graves, sus hilillos sonoros
        Cabalgar horas luengas desanudarse,
        Sobre los aires. Y salpicando riscos,
        Me entro en nubes rosadas, labrando esmaltes,
        Bajo a hondos mares, refrescando sedientas
        Y en los senos eternos cálidas cauces,
        Hago viajes. Echáralos risueños
        Allí asisto a la inmensa por falda y valle,
        Boda inefable, así, al alba del alma
        Y en los talleres huelgo regocijándose,
        De la luz madre: mi espíritu encendido
        Y con ella es la oscura. Me echa a raudales
        Vida, radiante, por las mejillas secas
        Y a mis ojos los antros lágrimas suaves.
        Son nidos de ángeles, me siento, cual si en magno
        Al viajero del cielo templo oficiase:
        Que el mundo frágil cual si mi alma por mirra
        Pues, no saben los hombres vertiese al aire;
        Qué encargo traen cual si en mi hombro surgieran
        Rasgarse el bravo pecho, fuerzas de Atlante;
        Vaciar su sangre, cual si el sol en mi seno
        Y andar, andar heridos. La luz fraguase:
        Muy largo valle. Y estallo, hiervo, vibro,
        Roto el cuerpo en harapos, alas me nacen
        Los pies en carne,
        Hasta dar sonriendo suavemente la puerta
        -No en tierra- exánimes, del cuarto se abre,
        Y entonces sus talleres. Y entranse a él gozosos
        La luz les abre, luz, risas, aire.
        Y ven lo que yo veo: al par da el sol en mi alma
        Que el mundo frágil y en los cristales:
        Seres hay de montaña, por la puerta se ha entrado
        Seres de valle, mi diablo ángel
        Y seres de pantanos, qué fue de aquellos sueños,
        Y lodazales. De mi viaje,
        Del papel amarillo,
        De mis sueños desciendo, del llanto suave
        Volando vanse, cual si de mariposas
        Y en papel amarillo tras gran combate
        Cuento el viaje. Volarán alas de oro.
        Por tierra y aire, mis libros lance,
        Así vuelan las hojas y siéntese magnífico
        Do cuento el trance. Sobre el desastre,
        Hala acá el travesuelo y muéstreme riendo,
        Mi paño árabe; roto el encaje
        Allá monta en el lomo -qué encaje no se rompe
        De un incunable; en el combate-
        Un carcax con mis plumas su cuello, en que la risa
        Fabrica y átase; gruesa onda hace
        Un sílex persiguiendo venga, y por cauce nuevo
        Vuelca un estante, mi vida lance,
        Y allá ruedan por tierra y a mis manos la vieja
        Versillos frágiles, péñola arranque,
        Brumosos pensadores, y del vaso manchado
        Lópeos galanes la tinta vacíe
        De águilas diminutas, vaso puro de nácar:
        Puéblase el aire: dame a que harte
        Son las ideas, que ascienden, esta sed de pureza:
        Rotas sus cárceles, los labios cánsame
        Son estas que lo envuelven
        Del muro arranca, y cíñese, carnes o nácares
        Indio plumaje: la risa, como en taza
        Aquella que me dieron de ónice árabe,
        De oro brillante, en su incólume seno
        Pluma, a marcar nacida bulle triunfante:
        Frentes infames, hete aquí, hueso pálido,
        De su caja de seda vivo y durable
        Saca, y la blande: hijo soy de mi hijo
        Del sol a los requiebros, él me rehace
        Brilla el plumaje,
        Que baña en áureas tintas, pudiera yo, hijo mío,
        Su audaz semblante. Quebrando el arte
        De ambos lados el rubio universal, muriendo
        Cabello al aire, mis años dándote,
        A mí súbito viénese, envejecerte súbito,
        A que lo abrace. La vida ahorrarte
        De beso en beso escala, mas no: que no verías
        Mi mesa frágil; en horas graves
        Oh Jacob, mariposa, entrar el sol al alma
        Ismaelillo, árabe, y a los cristales
        Qué ha de haber que me guste, hierva en tu seno puro
        Como mirarle, risa asonante:
        De entre polvo de libros rueden pliegues abajo
        Surgir radiante, libros exangües:
        Y, en vez de acero, verle, sube, Jacob alegre,
        De pluma armarse, la escala suave:
        Y buscar en mis brazos, ven, y de beso en beso
        Tregua al combate, mi mesa asaltes:
        Venga, venga Ismaelillo: pues esa es mi musilla,
        La mesa asalte, mi diablo ángel
        Y por los anchos pliegues ah, musilla traviesa,
        Del paño árabe qué vuelo trae
        En rota vergonzosa.
      Arriba

      No, música tenaz
        No, música tenaz, me hables del cielo
        Es morir, es temblar, es desgarrarme
        Sin compasión el pecho. Si no vivo
        Donde como una flor al aire puro
        Abre su cáliz verde la palmera,
        Si del día penoso a casa vuelvo...
        ¿Casa dije?, no hay casa en tierra ajena.
        ¡Roto vuelvo en pedazos encendidos!
        Me recojo del suelo: alzo y amaso
        Los restos de mí mismo; ávido y triste,
        Como un estatuador un Cristo roto:
        Trabajo, siempre en pie, por fuera un hombre,
        ¡Venid a ver, venid a ver por dentro!
        Pero tomad a que Virgilio os guíe...
        Si no, estaos afuera: el fuego rueda
        Por la cueva humeante: como flores
        De un jardín infernal se abren las llagas:
        Y boqueantes por la tierra seca
        Queman los pies los escaldados leños
        ¡Toda fue flor la aterradora tumba!
        ¡No, música tenaz, me hables del cielo!
      Arriba

      Noche de baile
        ¡Magníficos espejos
        Que vieron mozos los que copian viejos!
        ¡Espléndidos tapices
        Hechos de antaño a proteger deslices!
        ¡Doradas cornucopias
        Del salón secular al tapar propias!
        ¡Severos sitiales
        Sustento y marco ayer de épocas reales!
        Solos los dos:
        Él viene
        Escucha
        ¡Luego
        Quema tu beso!
        ¡Vuélveme mi fuego!
        ¡Y se lo vuelve! Y el espejo sabio
        No del marido reflejó el agravio
        Que de otra dama aspira ser cortejo
        En cercano salón: ¡ley del espejo!
        En tanto, cual de espumas
        Hijo de Venus, el Amor alado
        Surgiera en concha de azuladas brumas
        Por invisible geniecillo alzado,
        Y moviendo los pálidos corales
        Clamara por los senos maternales,-
        Un niño se despierta
        En la alcoba magnífica desierta.
        ¡Niño que sufre, me parece mío!
        ¡Labio sin leche, rosa sin rocío!
        Como espuma agitada
        Revuelve el lecho aquella rosa alada;
        En la cortina azul, en urna añeja
        Su última luz la lámpara refleja:
        Allí vieron los ojos
        Lúgubres sombras entre tonos rojos,
        Y el niño, al fin, desesperado llora,
        Y allá, junto al espejo, se oye: "¡Ahora!"
      Arriba

      Oh, Margarita
        Una cita a la sombra de tu oscuro
        Portal donde el friecillo nos convida
        A apretarnos los dos, de tan estrecho
        Modo, que un solo cuerpo los dos sean:
        Deja que el aire zumbador resbale,
        Cargado de salud, como travieso
        Mozo que las corteja, entre las hojas,
        Y en el pino
        Rumor y majestad mi verso aprenda.
        Sólo la noche del amor es digna.
        La soledad, la oscuridad convienen.
        Ya no se puede amar, ¡oh Margarita!
      Arriba

      Oh, nave
        ¡Oh, nave, oh pobre nave:
        Pusiste al cielo el rumbo, engaño grave!
        ¡Y andando por mar seco
        Con estrépito horrendo, diste en hueco!
        Castiga así la tierra a quien la olvida
        Y a quien la vida burla, hunde en la vida:
        ¡Bien solitario estoy, y bien desnudo,
        Pero en tu pecho, oh niño, está mi escudo!
      Arriba

      Penachos vividos
        Como taza en que hierve ora en carreras locas,
        De transparente vino o en sonoros relinchos,
        En doradas burbujas o sacudiendo el aire
        El generoso espíritu; el crinaje magnífico;
        Como inquieto mar joven, así mis pensamientos
        Del cauce nuevo henchido rebosan en mí vívidos,
        Rebosa, y por las playas y en crespa espuma de oro
        Bulle y muere tranquilo; besan tus pies sumisos,
        O en fúlgidos penachos
        Como manada alegre de varios tintes ricos,
        De bellos potros vivos se mecen y se inclinan
        Que en la mañana clara cuando tú pasas, hijo,
        Muestran su regocijo.
      Arriba

      Pollice verso
        Si, yo también, desnuda la cabeza
        De tocado y cabellos, y al tobillo
        Una cadena burda, heme arrastrado
        Entre un montón de sierpes, que revueltas
        Sobre sus vicios negros, parecían
        Esos gusanos de pesado vientre
        Y ojos viscosos, que en hedionda cuba
        De pardo lodo lentos se revuelcan.
        Y yo pasé, sereno entre los viles,
        Cual si en mis manos, como en ruego juntas,
        Las anchas alas púdicas, abriese
        Una paloma blanca. Y aún me aterro
        De ver con el recuerdo lo que he visto
        Una vez con mis ojos. Y espantado,
        Póngome en pie, cual a emprender la fuga
        ¡Recuerdos hay que queman la memoria!
        ¡Zarzal es la memoria; más la mía
        Es un cesto de llamas! A su lumbre
        El porvenir de mi nación preveo.
        Y lloro. Hay leyes en la mente, leyes
        Cual las del río, el mar, la piedra, el astro,
        Ásperas y fatales ese almendro
        Que con su rama oscura en flor sombrea
        Mi alta ventana, viene de semilla
        De almendro: y ese rico globo de oro
        De dulce y perfumoso jugo lleno,
        Y hasta el pomo ruin la daga hundida,
        Copa de mago que el capricho torna
        En hiel para los míseros, y en férvido
        Tokay para el feliz. La vida es grave,
        Al flojo gladiador clava en la arena.
        ¡Alza, oh pueblo, el escudo, porque, es grave
        Cosa esta vida, y cada acción es culpa
        Que como aro servil se lleva luego
        Cerrado al cuello, o premio generoso
        Que del futuro mal próvido libra!
        ¿Veis los esclavos? Como cuerpos muertos
        Atados en racimo, a vuestra espalda
        Irán vida tras vida, y con las frentes
        Pálidas y angustiosas, la sombría
        Carga en vano hallaréis, hasta que el viento
        De vuestra pena bárbara apiadado,
        Los átomos postreros evapore
        ¡Oh, qué visión tremenda! ¡Oh, qué terrible
        Procesión de culpables! Como en llano
        Negro los miro, torvos, anhelosos,
        Sin fruta el arbolar, secos los píos
        Bejucos, por comarca funeraria
        Donde ni el sol da luz, ni el árbol sombra.
        Y bogan en silencio, como en magno
        Océano sin agua, y ala frente
        Porción del universo, frase unida
        A frase colosal, sierva ligada
        A un carro de oro, que a los ojos mismos
        De los que arrastra en rápida carrera
        Ocúltase en el áureo polvo, sierva
        Con escondidas riendas ponderosas
        A la incansable eternidad atada
        Circo la tierra es, como el romano;
        Y junto a cada cuna una invisible
        Panoplia al hombre aguarda, donde lucen,
        Cual daga cruel que hiere al que la blande
        Los vicios, y cual límpidos escudos
        Las virtudes: la vida es la ancha arena,
        Y los hombres esclavos gladiadores.
        Mas el pueblo y el rey, callados miran
        De grada excelsa, en la desierta sombra.
        ¡Pero miran! Y a aquel que en la contienda
        Bajó el escudo, o lo dejó de lado,
        O suplicó cobarde, o abrió el pecho
        Laxo y servil a la enconosa daga
        Desde el sitial de la implacable piedra,
        Condenan a morir, pollice verso;
        Llevan, cual yugo el buey, la cuerda uncida,
        Y a la zaga, listado el cuerpo flaco
        De hondos azotes, el montón de siervos
        ¿Veis las carrozas, las ropillas blancas
        Risueñas y ligeras, el luciente
        Corcel de crin trenzada y riendas ricas,
        Y la albarda de plata suntuosa
        Prendida, y el menudo zapatillo
        Cárcel a un tiempo de los pies y el alma?
        Pues ved que los extraños os desdeñan
        Como a raza ruin, menguada y floja.
      Arriba

      Pomona
        ¡Oh ritmo de la carne, oh melodía,
        Oh licor vigorante, oh filtro dulce
        De la hechicera forma! ¡No hay milagro
        En el cuento de Lázaro, si Ceisto
        Llevó a su tumba una mujer hermosa!
        ¿Qué soy, quién es, sino Memnón en donde
        Toda la luz del universo canta,
        Y cauce humilde en el que van revueltas
        Las eternas corrientes de la vida?
        Iba, como arroyuelo que cansado
        De regar plantas ásperas fenece,
        Y, de amor por el noble sol transido,
        A su fuego con gozo se evapora;
        Iba, cual jarra que el licor ligero
        En el fermento rompe,
        Y en silenciosos hilos abandona;
        Iba, cual gladiador que sin combate
        Del incólume escudo ampara el rostro
        Y el cuerpo rinde en la ignorada arena.
        ¡Y súbito, las fuerzas juveniles
        De un nuevo amor, el pecho rebosante
        Hinchan y embargan, el cansado brío
        Arde otra vez, y puebla el aire sano
        Música suave y blando olor de mieles!
        Porque hasta mí los brazos olorosos
        En armónico gesto alzó Pomona.
      Arriba

      Por donde abunda la malva
        Por donde abunda la malva
        Y da el camino un rodeo,
        Iba un ángel de paseo
        Con una cabeza calva.
        Del castañar por la zona
        La pareja se perdía:
        La calva resplandecía
        Lo mismo que una corona.
        Sonaba el hacha en lo espeso
        Y cruzó un ave volando:
        Pero no se sabe cuándo
        Se dieron el primer beso.
        Era rubio el ángel; era
        El de la calva radiosa,
        Como el tronco a que amorosa
        Se prende la enredadera.
      Arriba

      Príncipe enano
        Para un príncipe enano / Venga mi caballero,
        Se hace esta fiesta. / Por esta senda
        Tiene guedejas rubias, / Éntrese mi tirano
        Blandas guedejas; / Por esta cueva
        Por sobre el hombro blanco / Tal es, cuando a mis ojos
        Luengas le cuelgan. / Su imagen llega,
        Sus dos ojos parecen / Cual si en lóbrego antro
        Estrellas negras: / Pálida estrella
        Vuelan, brillan, palpitan / Con fulgores de ópalo
        Relampaguean / Todo vistiera.
        El para mí es corona, / A su paso la sombra
        Almohada, espuela. / Matices muestra,
        Mi mano, que así embrida / Como al sol que las hiere
        Potros y hienas / Las nubes negras.
        Va, mansa y obediente / Heme ya , puesto en armas,
        Donde él la lleva. / En la pelea
        Si el ceño frunce, temo; / Quiere el príncipe enano
        Si se me queja / Que a luchar vuelva:
        Cual de mujer, mi rostro / El para mí es corona,
        Nieve se trueca: / Almohada, espuela
        Su sangre, pues, anima / Y como el sol, quebrando
        Mis flacas venas: / Las nubes negras,
        Con su gozo mi sangre / En banda de colores
        Se hincha, o se seca / La sombra trueca,
        Para un príncipe enano / Él, al tocarla, borda
        Se hace esta fiesta. / En la onda espesa,
        Mi banda de batalla / Éntrese mi tirano
        Roja y violeta. / Por esta cueva
        Con que mi dueño quiere / Déjeme que la vida
        Que a vivir vuelva / A él, a él le ofrezca
        Venga mi caballero / Para un príncipe enano
        Por esta senda / Se hace esta fiesta.
      Arriba

      Sé, mujer, para mí
        Sé, mujer, para mí, como paloma
        Sin ala negra:
        Bajo tus alas mi existencia amparo:
        ¡No la ennegrezcas!
        Cuando tus pardos ojos, claros senos
        De natural grandeza,
        En otro que no en mí sus rayos posan
        ¡Muero de pena!
        Cuando miras, envuelves, cuando miras,
        Acaricias y besas:
        Pues, ¿cómo he de querer que a nadie mires,
        Paloma de ala negra?
      Arriba

      Sed de belleza
        Solo, estoy solo: viene el verso amigo,
        Como el esposo diligente acude
        De la erizada tórtola al reclamo.
        Cual de los altos montes en deshielo
        Por breñas y por valles en copiosos
        Hilos las nieves desatadas bajan
        Así por mis entrañas oprimidas
        Un balsámico amor y una avaricia
        Celeste, de hermosura se derraman.
        Tal desde el vasto azul, sobre la tierra,
        Cual si de alma de virgen la sombría
        Humanidad sangrienta perfumasen,
        Su luz benigna las estrellas vierten
        Esposas del silencio- y de las flores
        Tal el aroma vago se levanta.
        Dadme lo sumo y lo perfecto: dadme
        Un dibujo de Ángelo: una espada
        Con puño de Cellini, más hermosa
        Que las techumbres de marfil calado
        Que se place en labrar Naturaleza.
        El cráneo augusto dadme donde ardieron
        El universo Hamlet y la furia
        Tempestuosa del moro: la manceba
        India que a orillas del ameno río
        Que del viejo Chichén los muros baña
        A la sombra de un plátano pomposo
        Y sus propios cabellos, el esbelto
        Cuerpo bruñido y nítido enjugaba.
        Dadme mi cielo azul... dadme la pura,
        La inefable, la plácida, la eterna
        Alma de mármol que al soberbio Louvre
        Dio, cual su espuma y flor, Milo famosa.
      Arriba

      Siempre que hundo la mente
        Siempre que hundo la mente en libros graves
        La saco con un haz de luz de aurora:
        Yo percibo los hilos, la juntura,
        La flor del universo: yo pronuncio
        Pronta a nacer una inmortal poesía.
        No de dioses de altar ni libros viejos
        No de flores de Grecia, repintadas
        Con mejunjes de moda, no con rastros
        De rastros, no con lívidos despojos
        Se amansará de las edades muertas:
        Sino de las entrañas exploradas
        Del universo, surgirá radiante
        Con la luz y las gracias de la vida.
        Para vencer, combatirá primero:
        E inundará de luz, como la aurora.
      Arriba

      Una virgen espléndida
        Una virgen espléndida -morada
        De un sol de amor que por sus negros ojos brota-
        Pregunta, abraza y acaricia,
        Versos me pide, versos de mujeres.
        ¡Arrullos de paloma, murmullos de zunzúnes,
        Suspiros de tojosas!
        Yo podré, en noche ardiente,
        Trovando amor al pie de su ventana,
        En tal aura envolverla,
        Con tal fuego besarla,
        Que al nuevo amanecer, nadie vería
        En su cutis la flor que lo teñía.
        ¡Calla, mi amigo amor!, que nadie sepa
        Que yo llevo en los labios la flor roja
        Que su mejilla cándida lucía,
        Y el candor, y la flor, y el frágil vaso,
        Mío es todo, puesto que ella es mía.
        Y la madre amorosa,
        De sagrado temor y amor movida,
        Dijérale a la pálida, ¿y la rosa
        De tu mejilla fresca dónde es ida?
      Arriba

      Valle lozano
        Dígame mi labriego / Otros, con dagas grandes
        Cómo es que ha andado / Mi pecho araron:
        En esta noche lóbrega / Pues, qué hierro es el tuyo
        Este hondo campo / Que no hace daño
        Dígame de qué flores / Y esto dije -y el niño
        Untó el arado / Riendo me trajo
        Que la tierra olorosa / En sus dos manos blancas
        Trasciende a nardos / Un beso casto.
        Dígame de qué ríos
        Regó ese prado,
        Que era un valle muy negro
        Y ora es lozano.
      Arriba

      Vino el amor mental
        Vino el amor mental: ese enfermizo
        Febril, informe, falso amor primero,
        ¡Ansia de amar que se consagra a un rizo,
        Como, si a tiempo pasa, al bravo acero!
        Vino el amor social: ese alevoso
        Puñal de mango de oro oculto en flores
        Que donde clava, infama: ese espantoso
        Amor de azar, preñado de dolores.
        Vino el amor del corazón: el vago
        Y perfumado amor, que al alma asoma
        Como el que en bosque duerme, eterno lago,
        La que el vuelo aún no alzó, blanca paloma.
        Y la púdica lira, al beso ardiente
        Blanda jamás, rebosa a esta delicia,
        Como entraña de flor, que al alba siente
        De la luz no tocada la caricia.
      Arriba

      Y te busqué
        Y te busqué por pueblos,
        Y te busqué en las nubes,
        Y para hallar tu alma,
        Muchos lirios abrí, lirios azules.
        Y los tristes llorando me dijeron:
        ¡Oh, qué dolor tan vivo!
        ¡Que tu alma ha mucho tiempo que vivía
        En un lirio amarillo!
        Mas dime, ¿cómo ha sido?
        ¿Yo mi alma en mi pecho no tenía?
        Ayer te he conocido,
        Y el alma que aquí tengo no es la mía.
      Arriba

      Versos sencillos I: Yo soy un hombre sincero
        Yo soy un hombre sincero
        De donde crece la palma.
        Y antes de morirme quiero
        Echar mis versos del alma.
        Yo vengo de todas partes,
        Y hacia todas partes voy:
        Arte soy entre las artes,
        En los montes, monte soy.
        Yo sé los nombres extraños
        De las yerbas y las flores,
        Y de mortales engaños,
        Y de sublimes dolores.
        Yo he visto en la noche oscura
        Llover sobre mi cabeza
        Los rayos de lumbre pura
        De la divina belleza.
        Alas nacer vi en los hombros
        De las mujeres hermosas:
        Y salir de los escombros
        Volando las mariposas.
        He visto vivir a un hombre
        Con el puñal al costado,
        Sin decir jamás el nombre
        De aquella que lo ha matado.
        Rápida, como un reflejo,
        Dos veces vi el alma, dos:
        Cuando murió el pobre viejo,
        Cuando ella me dijo adiós.
        Temblé una vez –en la reja,
        A la entrada de la viña.
        Cuando la bárbara abeja
        Picó en la frente a mi niña.
        Gocé una vez, de tal suerte
        Que gocé cual nunca: cuando
        La sentencia de mi muerte
        Leyó el alcalde llorando.
      Arriba

      Versos sencillos II: Oigo un suspiro
        Oigo un suspiro, a través
        De las tierras y la mar,
        Y no es un suspiro, es
        Que mi hijo va a despertar.
        Si dicen que del joyero
        Tome la joya mejor
        Tomo a un amigo sincero
        Y pongo a un lado el amor.
        Yo he visto al águila herida
        Volar al azul sereno,
        Y morir en su guarida
        La víbora del veneno.
        Yo sé bien que cuando el mundo
        Cede, lívido, al descanso,
        Sobre el silencio profundo
        Murmura el arroyo manso.
        Yo he puesto la mano osada
        De horror y júbilo yerta,
        Sobre la estrella apagada
        Que cayó frente a mi puerta.
        Oculto en mi pecho bravo
        La pena que me lo hiere:
        El hijo de un pueblo esclavo
        Vive por él, calla y muere.
        Todo es hermoso y constante,
        Todo es música y razón,
        Y todo, como el diamante,
        Antes que luz es carbón.
        Yo sé que el necio se entierra
        Con gran lujo y con gran llanto,
        Y que no hay fruta en la tierra
        Como la del camposanto.
        Callo, y entiendo, y me quito
        La pompa del rimador:
        Cuelgo de un árbol marchito
        Mi muceta de doctor.
      Arriba

      Versos sencillos IV: Yo visitaré anhelante
        Yo visitaré anhelante
        Los rincones donde a solas
        Estuvimos yo y mi amante
        Retozando con las olas.
        Solos los dos estuvimos,
        Solos, con la compañía
        De dos pájaros que vimos
        Meterse en la gruta umbría.
        Y ella, clavando los ojos,
        En la pareja ligera,
        Deshizo los lirios rojos
        Que le dio la jardinera.
        La madreselva olorosa
        Cogió con sus manos ella,
        Y una madama graciosa,
        Y un jazmín como una estrella.
        Yo quise, diestro y galán,
        Abrirle su quitasol;
        Y ella me dijo: "¡Qué afán!
        ¡Si hoy me gusta ver el sol!"
        "Nunca más altos he visto
        Estos nobles robledales:
        Aquí debe estar el Cristo,
        Porque están las catedrales".
        "Ya sé dónde ha de venir
        Mi niña a la comunión;
        De blanco la he de vestir
        Con un gran sombrero alón".
        Después, del calor al peso,
        Entramos por el camino,
        Y nos dábamos un beso
        En cuanto sonaba un trino.
        ¡Volveré, cual quien no existe,
        Al lago mudo y helado:
        Clavaré la quilla triste:
        Posaré el remo callado!
      Arriba

      Versos sencillos V: Si ves un monte de espumas
        Si ves un monte de espumas,
        Es mi verso lo que ves:
        Mi verso es un monte, y es
        Un abanico de plumas.
        Mi verso es como un puñal
        Que por el puño echa flor:
        Mi verso es un surtidor
        Que da un agua de coral.
        Mi verso es de un verde claro
        Y de un carmín encendido:
        Mi verso es un ciervo herido
        Que busca en el monte amparo.
        Mi verso al valiente agrada:
        Mi verso, breve y sincero,
        Es del vigor del acero
        Con que se funde la espada.
      Arriba

      Versos sencillos VI: Si quieren que de este mundo
        Si quieren que de este mundo
        Lleve una memoria grata,
        Llevaré, padre profundo,
        Tu cabellera de plata.
        Si quieren, por gran favor,
        Que lleve más, llevaré
        La copia que hizo el pintor
        De la hermana que adoré.
        Si quieren que a la otra vida
        Me lleve todo un tesoro,
        ¡Llevo la trenza escondida
        Que guardo en mi caja de oro!
      Arriba

      Versos sencillos VIII: Yo tengo un amigo muerto
        Yo tengo un amigo muerto
        Que suele venirme a ver:
        Mi amigo se sienta y canta;
        Canta en voz que ha de doler:
        "En un ave de dos alas
        Bogo por el cielo azul:
        Un ala del ave es negra,
        Otra de oro Caribú.
        El corazón es un loco
        Que no sabe de un color:
        O es su amor de dos colores,
        O dice que no es amor.
        Hay una loca más fiera
        Que el corazón infeliz:
        La que le chupó la sangre
        Y se echó luego a reír.
        Corazón que lleva rota
        El ancla fiel del hogar,
        Va como barca perdida,
        Que no sabe a dónde va".
        En cuanto llega a esta angustia
        Rompe el muerto a maldecir:
        Le amanso el cráneo, lo acuesto:
        Acuesto el muerto a dormir.
      Arriba

      Versos sencillos X: El alma trémula y sola
        El alma trémula y sola
        Padece al anochecer:
        Hay baile; vamos a ver
        La bailarina española.
        Han hecho bien en quitar
        El banderón de la acera;
        Porque si está la bandera,
        No sé, yo no puedo entrar.
        Ya llega la bailarina:
        Soberbia y pálida llega:
        Cómo dicen que es gallega
        Pues dicen mal: es divina.
        Lleva un sombrero torero
        Y una capa carmesí:
        Lo mismo que un alelí
        Que se pusiese un sombrero
        Se ve, de paso, la ceja,
        Ceja de mora traidora:
        Y la mirada, de mora:
        Y como nieve la oreja.
        Preludian, bajan la luz,
        Y sale en bata y mantón,
        La virgen de la Asunción
        Bailando un baile andaluz.
        Alza, retando, la frente;
        Crúzase al hombre la manta:
        En arco el brazo levanta:
        Mueve despacio el pie ardiente.
        Repica con los tacones
        El tablado zalamera,
        Como si la tabla fuera
        Tablado de corazones.
        Y va el convite creciendo
        En las llamas de los ojos,
        Y el manto de flecos rojos
        Se va en el aire meciendo.
        Súbito, de un salto arranca:
        Húrtase, se quiebra, gira:
        Abre en dos la cachemira,
        Ofrece la bata blanca.
        El cuerpo cede y ondea;
        La boca abierta provoca;
        Es una rosa la boca:
        Lentamente taconea.
        Recoge, de un débil giro,
        El manto de flecos rojos:
        Se va, cerrando los ojos,
        Se va, como en un suspiro
        Baila muy bien la española;
        Es blanco y rojo el mantón:
        Vuelve, fosca a su rincón,
        El alma trémula y sola.
      Arriba

      Versos sencillos XI: Yo tengo un paje muy fiel
        Yo tengo un paje muy fiel
        Que me cuida y que me gruñe,
        Y al salir, me limpia y bruñe
        Mi corona de laurel.
        Yo tengo un paje ejemplar
        Que no come, que no duerme,
        Y que se acurruca a verme
        Trabajar y sollozar.
        Salgo, y el vil se desliza
        Y en mi bolsillo aparece;
        Vuelvo, y el terco me ofrece
        Una taza de ceniza.
        Si duermo, al rayar el día
        Se sienta junto a mi cama:
        Si escribo, sangre derrama
        Mi paje en la escribanía.
        Mi paje, hombre de respeto,
        Al andar castañetea:
        Hiela mi paje, y chispea:
        Mi paje es un esqueleto.
      Arriba

      Versos sencillos XVII: Es rubia: el cabello suelto
        Es rubia: el cabello suelto
        Da más luz al ojo moro
        Voy, desde entonces, envuelto
        En un torbellino de oro.
        La abeja estival que zumba
        Más ágil por la flor nueva,
        No dice, como antes, "tumba":
        "Eva" -dice-, "todo es Eva".
        Bajo, en lo oscuro, al temido
        Raudal de la catarata:
        ¡Y brilla el iris, tendido
        Sobre las hojas de plata!
        Miro, ceñudo, la agreste
        Pompa del monte irritado:
        ¡Y en el alma azul celeste
        Brota un jacinto rosado!
        Voy, por el bosque, a paseo
        A la laguna vecina:
        Y entre las ramas la veo,
        Y por el agua camina.
        La serpiente del jardín
        Silba, escupe, y se resbala
        Por su agujero: el clarín
        Me tiende, trinando, el ala.
        ¡Arpa soy, salterio soy
        Donde vibra el universo:
        Vengo del sol, y al sol voy:
        Soy el amor: soy el verso!
      Arriba

      Versos sencillos XIX: Por tus ojos encendidos
        Por tus ojos encendidos
        Y lo mal puesto de un broche.
        Pensé que estuviste anoche
        Jugando a juegos prohibidos.
        Te odié por vil y alevosa
        Te odié con odio de muerte
        Náusea me daba de verte
        Tan villana y tan hermosa.
        Y por la esquela que vi
        Sin saber cómo ni cuándo.
        Sé que estuviste llorando
        Toda la noche por mí.
      Arriba

      Versos sencillos XX: Mi amor del aire se azora
        Mi amor del aire se azora;
        Eva es rubia, falsa es Eva
        Viene una nube, y se lleva
        Mi amor que gime y que llora.
        Se lleva mi amor que llora
        Esa nube que se va:
        Eva me ha sido traidora:
        ¡Eva me consolará!
      Arriba

      Versos sencillos XXI: Ayer la vi en el salón
        Ayer la vi en el salón
        De los pintores, y ayer
        Detrás de aquella mujer
        Se me saltó el corazón.
        Sentada en el suelo rudo
        Está en el lienzo: dormido
        Al pie, el esposo rendido:
        Al seno el niño desnudo.
        Sobre unas briznas de paja
        Se ven mendrugos mondados:
        Le cuelga el manto a los lados,
        Lo mismo que una mortaja.
        No nace en el torvo suelo
        Ni una viola, ni una espiga:
        ¡Muy lejos, la casa amiga,
        Muy triste y oscuro el cielo!
        ¡Esa es la hermosa mujer
        Que me robó el corazón
        En el soberbio salón
        De los pintores de ayer!
      Arriba

      Versos sencillos XXII: Estoy en el baile extraño
        Estoy en el baile extraño
        De polaina y casaquín
        Que dan, del año hacia el fin,
        Los cazadores del año.
        Una duquesa violeta
        Va con un frac colorado:
        Marca un vizconde pintado
        El tiempo en la pandereta.
        Y pasan las chupas rojas;
        Pasan los tules de fuego,
        Como delante de un ciego
        Pasan volando las hojas.
      Arriba

      Versos sencillos XXIV: Sé de un pintor atrevido
        Sé de un pintor atrevido
        Que sale a pintar contento
        Sobre la tela del viento
        Y la espuma del olvido.
        Yo sé de un pintor gigante,
        El de divinos colores,
        Puesto a pintarle las flores
        A una corbeta mercante.
        Yo sé de un pobre pintor
        Que mira el agua al pintar,
        -El agua ronca del mar,-
        Con un entrañable amor.
      Arriba

      Versos sencillos XXXV: Qué importa que tu puñal
        ¿Qué importa que tu puñal
        Se me clave en el riñón?
        ¡Tengo mis versos, que son
        Más fuertes que tu puñal!
        ¿Qué importa que este dolor
        Seque el mar y nuble el cielo?
        El verso, dulce consuelo,
        Nace alado del dolor.
      Arriba

      Versos sencillos XXXVII: Aquí está el pecho, mujer
        Aquí está el pecho, mujer,
        Que ya sé que lo herirás;
        ¡Más grande debiera ser,
        Para que lo hirieses más!
        Porque noto, alma torcida,
        Que en mi pecho milagroso,
        Mientras más honda la herida,
        Es mi canto más hermoso.
      Arriba

      Versos sencillos XXXIX: Cultivo una rosa blanca
        Cultivo una rosa blanca,
        En julio como en enero,
        Para el amigo sincero
        Que me da su mano franca.
        Y para el cruel que me arranca
        El corazón con que vivo,
        Cardo ni oruga cultivo:
        Cultivo la rosa blanca.
      Arriba

      Versos sencillos XLIII: Mucho, señora, daría
        Mucho, señora, daría
        Por tender sobre tu espalda
        Tu cabellera bravía,
        Tu cabellera de gualda:
        Despacio la tendería,
        Callado la besaría.
        Por sobre la oreja fina
        Baja lujoso el cabello,
        Lo mismo que una cortina
        Que se levanta hacia el cuello.
        La oreja es obra divina
        De porcelana de China.
        Mucho, señora, te diera
        Por desenredar el nudo
        De tu roja cabellera
        Sobre tu cuello desnudo:
        Muy despacio la esparciera,
        Hilo por hilo la abriera.
      Arriba

      Versos sencillos XVIII: El alfiler de Eva loca
        El alfiler de Eva loca
        Es hecho del oro oscuro
        Que le sacó un hombre puro
        Del corazón de una roca.
        Un pájaro tentador
        Le trajo en el pico ayer
        Un relumbrante alfiler
        De pasta y de similar.
        Eva se prendió al oscuro
        Talle el diamante embustero:
        Y echó en el alfiletero
        El alfiler de oro puro.
      Arriba

      Versos sencillos XLV: Sueño con claustros de mármol
        Sueño con claustros de mármol
        Donde en silencio divino
        Los héroes, de pie, reposan:
        De noche, a la luz del alma,
        Hablo con ellos: de noche
        Están en fila: paseo
        Entre las filas: las manos
        De piedra les beso: abren
        Los ojos de piedra: mueven
        Los labios de piedra: tiemblan
        Las barbas de piedra: empuñan
        La espada de piedra: lloran
        Vibra la espada en la vaina
        Mudo, les beso la mano.
        Hablo con ellos, de noche
        Están en fila: paseo
        Entre las filas: lloroso
        Me abrazo a un mármol: "Oh mármol,
        Dicen que beben tus hijos
        Su propia sangre en las copas
        Venenosas de sus dueños
        Que hablan la lengua podrida
        De sus rufianes que comen
        Juntos el pan del oprobio,
        En la mesa ensangrentada
        Que pierden en lengua inútil
        El último fuego: dicen,
        Oh mármol, mármol dormido,
        Que ya se ha muerto tu raza
        Échame en tierra de un bote
        El héroe que abrazo: me ase
        Del cuello: barre la tierra
        Con mi cabeza: levanta
        El brazo, el brazo le luce
        Lo mismo que un sol: resuena
        La piedra: buscan el cinto
        Las manos blancas: del soclo
        Saltan los hombres de mármol.
      Arriba

      Versos sencillos XLVI: Vierte, corazón, tu pena
        Vierte, corazón, tu pena
        Donde no se llegue a ver,
        Por soberbia, y por no ser
        Motivo de pena ajena.
        Yo te quiero, verso amigo,
        Porque cuando siento el pecho
        Ya muy cargado y deshecho,
        Parto la carga contigo.
        Tú me sufres, tú aposentas
        En tu regazo amoroso,
        Todo mi ardor doloroso,
        Todas mis ansias y afrentas.
        Tú, porque yo pueda en calma
        Amar y hacer bien, consientes
        En enturbiar tus corrientes
        En cuanto me agobia el alma.
        Tú, porque yo cruce fiero
        La tierra, y sin odio, y puro,
        Te arrastras, pálido y duro,
        Mi amoroso compañero.
        Mi vida así se encamina
        Al cielo limpia y serena,
        Y tú me cargas mi pena
        Con tu paciencia divina.
        Y porque mi cruel costumbre
        De echarme en ti te desvía
        De tu dichosa armonía
        Y natural mansedumbre;
        Porque mis penas arrojo
        Sobre tu seno, y lo azotan,
        Y tu corriente alborotan,
        Y acá lívido, allá rojo,
        Blanco allá como la muerte,
        Ora arremetes y ruges,
        Ora con el peso crujes
        De un dolor más que tú fuerte.
        Habré, como me aconseja
        Un corazón mal nacido,
        De dejar en el olvido
        A aquel que nunca deja
        Verso, nos hablan de un Dios
        A donde van los difuntos:
        Verso, o nos condenan juntos,
        O nos salvamos los dos.
      Arriba

      Yugo y estrella
        Cuando nací, sin sol, mi madre dijo:
        -Flor de mi seno, homomagno generoso,
        De mí y de la creación suma y reflejo,
        Pez que en ave y corcel y hombre se torna,
        Mira estas dos, que con dolor te brindo,
        Insignias de la vida: ve y escoge.
        Este es un yugo: quien lo acepta, goza
        Hace de manso buey, y como presta
        Servicio a los señores, duerme en paja
        Caliente, y tiene rica y ancha avena.
        Esta, oh misterio que de mí naciste
        Cual la cumbre nació de la montaña,
        Esta, que alumbra y mata, es una estrella:
        Como que riega luz, los pecadores
        Huyen de quien la lleva, y en la vida,
        Cual un monstruo de crímenes cargado,
        Todo el que lleva luz se queda solo.
        Pero el hombre que al buey sin pena imita,
        Buey vuelve a ser, y en apagado bruto
        La escala universal de nuevo empieza.
        El que la estrella sin temor se ciñe,
        Como que crea, crece
        Cuando al mundo
        De su copa el licor vació ya el vivo:
        Cuando, para manjar de la sangrienta
        Fiesta humana, sacó contento y grave
        Su propio corazón: cuando a los vientos
        De Norte y Sur vertió su voz sagrada,
        La estrella como un manto, en luz lo envuelve
        Se enciende, como a fiesta, el aire claro,
        Y el vivo que a vivir no tuvo miedo,
        Se oye que un paso más sube en la sombra
        Dame el yugo, oh mi madre, de manera
        Que el puesto en él de pie, luzca en mi frente
        Mejor la estrella que ilumina y mata.
      Arriba