Cristobalina Fernández de Alarcón

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    Información biográfica

  1. A San Ignacio de Loyola y San Francisco Javier
  2. A Santa Teresa
  3. Canción amorosa
  4. Quintillas a San Ignacio de Loyola y San Francisco Javier
  5. Virgen, no hay alba; dígalo el Carmelo


Información biográfica
    Nombre: Cristobalina Fernández de Alarcón
    Lugar y fecha nacimiento: Antequera, Málaga, 1576
    Lugar y fecha defunción: Antequera, Málaga, 16 de septiembre de 1646 (70 años)
    Ocupación: Escritora, poeta
    Época: Siglo de Oro
    Estilo: Influencias humanistas

    Fuente: [Cristobalina Fernández de Alarcón] en Wikipedia.org
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    A San Ignacio de Loyola y San Francisco Javier
      Sale dando matices de escarlata
      Al cielo de zafir el sol dorado
      Y el grato al resplandor que le ha prestado
      Todo planeta influye en luz de plata.
      Si en un espejo el cielo se retrata,
      De estrellas, cielo y sol se ve un traslado,
      Mas si el cristal por arte es ochavado,
      En diversas esferas se dilata.
      Javier e Ignacio a Dios, que es sol, imitan
      En la Iglesia, cristal de la triunfante,
      Distinta en dos opuestos paralelos.
      Mas no en la unión que entre ambos solicitan,
      Siendo el uno en Poniente, otro en Levante,
      Dos planetas, dos soles en dos cielos.
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    A Santa Teresa
      Engastada en rizos de oro
      La bella nevada frente
      Descubriendo más tesoro
      Que cuando sale de Oriente
      Febo con mayor decoro;
      En su rostro celestial
      Mezclado el carmín de Tiro
      Con alabastro y cristal;
      En sus ojos el zafiro,
      Y en sus labios el coral
      El cuerpo de nieve pura
      Que excede toda blancura,
      Vestido del Sol los rayos
      Vertiendo Abriles y Mayos
      De la blanca vestidura:
      En la diestra refulgente
      Que mil aromas derrama
      Un dardo resplandeciente,
      Que lo remata la llama
      De un globo de fuego ardiente;
      Batiendo en ligero vuelo
      La pluma que al oro afrenta,
      Bajó un serafín del Cielo
      Y a él los ojos se presenta
      Del serafín del Carmelo.
      Y puesto ante la doncella
      Mirando el extremo de ella,
      Dudara cualquier sentido
      Si él la excede en lo encendido
      O ella le excede en ser bella;
      Mas viendo tanta excelencia
      Como en ella puso Dios,
      Pudiera dar por sentencia
      Que en el amor de los dos
      Es poca la diferencia.
      Y por dar más perfección
      A tan angélico intento,
      El que bajó de Sión,
      Con el ardiente instrumento
      Le atravesó el corazón.
      Dejóla el dolor profundo
      De aquel fuego sin segundo
      Con que el corazón le inflama,
      Y la fuerza de su llama
      Viva a Dios y muerta al mundo.
      Que para mostrar mejor
      Cuánto esta prenda le agrada,
      El Universal Señor
      La quiere tener sellada
      Con el sello de su amor.
      Y que es a Francisco igual
      De tan grave favor se arguya
      Pues el Pastor Celestial,
      Para que entiendan que es suya,
      La marca con su señal.
      Y así desde allí adelante,
      Al serafín semejante
      Quedó de Teresa el pecho,
      Y unido con lazo estrecho
      Al de Dios, si amada ante.
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    Canción amorosa
      Cansados ojos míos,
      Ayudadme a llorar el mal que siento,
      Hechos corrientos ríos 
      Daréis algún alivio a mi tormento
      Que tanto me atormenta
      Anegaréis con vuestra tormenta.
      Llora el perdido gusto
      Que ya tuvo otro tiempo el alma mía,
      Y el eterno disgusto
      En que vive muriendo noche y día;
      Que estando mi alegría
      De vosotros ausente,
      Es justo que lloréis eternamente.
      ¡Que viva yo pensando
      Por quien tanto de amarme se desdeña!;
      Que cuando estoy llorando
      Haga tierna señal la dura peña,
      Y que a su zahareña
      Condición no la mueven
      Las tiernas lluvias que mis ojos llueven!
      ¡Sombras que en noche oscura
      Habitáis de la tierra el hondo centro,
      Decidme, ¿por ventura
      Iguala con mi mal el de allá dentro?
      Mas ¡ay! que nunca encuentro
      Ni aún en el mismo infierno
      Tormento igual a mi tormento eterno.
      ¿Cuándo tendrá, alma mía,  
      La tenebrosa noche de su ausencia
      Fin, y en dichoso día
      Saldrá el alegre sol de tu presencia?
      Mas, ¿quién tendrá paciencia?
      Que es la esperanza amarga
      Cuando el mal es prolijo y ella es larga.
      ¡Oh tú, sagrado Apolo,
      Que del alegre oriente al triste ocaso,
      El uno y el otro polo
      Del cielo vas midiendo paso a paso,
      ¿Has descubierto acaso
      Desde tu sacra cumbre
      El hemisferio a quien mi sol da lumbre ?
      Diráste, si lo esconde 
      En sus dichosas faldas el aurora,
      Lo mal que corresponde
      A aquesta alma cautiva, que le adora;
      Y como siempre mora
      Dentro el pecho mío,
      Tan abrasado cuando el frío es frío.
      Infierno de mis penas,
      Fiero verdugo de mis tiernos años,
      Que con fuertes cadenas
      Tienes el alma presa en tus engaños,
      Donde los desengaños,
      Aunque se ven tan ciertos,
      Cuando llegan al alma llegan muertos.
      Yo viviré sin verte
      Penando, si tú gustas que así viva,
      O me daré la muerte,
      Si muerte pide tu piedad esquiva;
      Bien puedes esa altiva
      Frente ceñir de gloria
      Que amor te ofrece cierta la victoria.
      Tuyos son mis despojos
      Adorna las paredes de tu templo;
      Que tus divinos ojos
      Vencedores del mundo los contemplo;
      Ellos serán ejemplo
      De ingratitud eterna,
      ¡Ay ojos, quién os viera!
      Que no hubiera pasión tan inhumana
      Que no se suspendiera
      Con vista tan divina y soberana.
      Quedara tan ufana,
      Que el pensamiento mío
      Cobrara nuevas fuerzas, nuevo brío.
      Si amor, que me transforma,  
      Quitándome el pesado y triste velo,
      Me diera nueva forma,
      Volara, cual espíritu, a mi cielo,
      Y no abatiera el vuelo,
      Que yo rompiera entonces
      De cualquier imposible duros bronces.
      No estuviera seguro
      El monte más excelso y levantado,
      Ni el más soberbio muro,
      De ser por mis ardides escalado,
      Y a despecho del hado,
      Descendiera, por verte,
      Al reino oscuro de la oscura muerte.
      Mil veces me imagino
      Gozando tu presencia, en dulce gloria,
      Y con gozo divino
      Renueva el alma su pasada historia;
      Que con esta memoria
      Se engaña el pensamiento,
      Y en parte se suspende el mal que siento.
      Mas como luego veo
      Que es falsa imagen, que cual sombra huye,
      Aumentase el deseo,
      Y ansias mortales en mi pecho influye,
      Con que el vivir destruye:
      Que amor en mil maneras
      Me da burlando el bien, y el mal de veras.
      Canción, de aquí no pases,
      Cese tu triste canto;
      Que se deshace el alma en triste llanto.
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    Quintillas a San Ignacio de Loyola y San Francisco Javier
      Como en rayo de luz pura
      Al sol, planeta mayor,
      Cuando alumbramos procura
      Le acompaña el resplandor
      Y aumenta su hermosura,
      Así por la sombra fría
      Del que de Dios se desvía,
      Estos rayos suyos dos,
      Abriendo camino a Dios
      Hacen a Dios compañía...
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    Virgen, no hay alba; dígalo el Carmelo
      Si el Monte del Carmelo es el oriente
      De vuestra luz primera que le inflama,
      Y de él a ser salasteis fértil rana.
      Que en planta virgen dio fruto excelente;
      Si vos sois la corona de su frente
      Roca de su grama,
      Que tanta gracia gloria en él derrama
      Que es en la tierra ya cielo luiciente;
      Si, junto con ser alba, sois la guía
      De esta gran religión, madre y consuelo
      De hijos y devotos, Virgen pía:
      No os desdeñéis jamás de ser su cielo,
      Que sí le falta el sol de vuestro día
      Virgen, no hay alba; dígalo el Carmelo.
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