Gertrudis Gómez de Avellaneda

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    Información biográfica

  1. A él
  2. A la muerte de D. José María de Heredia
  3. A la poesía
  4. A las estrellas
  5. Al árbol de Guernica
  6. Al partir
  7. Al Sol en un día de diciembre
  8. Amor y orgullo
  9. Contemplación
  10. Deseo de venganza
  11. La pesca en el mar
  12. Las contradicciones
  13. Mi mal
  14. Oración al Cristo del Calvario
  15. Paisaje guipuzcoano
  16. Significado de la palabra "yo amé"
  17. Soledad del alma
  18. Suplicio de amor


Información biográfica

    Nombre: Gertrudis Gómez de Avellaneda (Tula)
    Lugar y fecha nacimiento: Camagüey, Cuba, 23 de marzo de 1814
    Lugar y fecha defunción: Madrid, España, 1 de febrero de 1873 (58 años)
    Nacionalidades: Cubana y española
    Ocupación: Escritora, dramaturga, poeta
    Movimiento: Romanticismo

    Fuente: [Gertrudis Gómez de Avellaneda] en Wikipedia.org

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    A él
      No existe lazo ya; todo está roto:
      Plúgole al Cielo así; ¡bendito sea!
      Amargo cáliz con placer agoto;
      Mi alma reposa al fin; nada desea.
      Te amé, no te amo ya; piénsolo, al menos.
      ¡Nunca, si fuere error, la verdad mire!
      Que tantos años de amarguras llenos
      Trague el olvido; el corazón respire.
      Lo has destrozado sin piedad; mi orgullo
      Una vez y otra vez pisaste insano...
      Mas nunca el labio exhalará un murmullo
      Para acusar tu proceder tirano.
      De graves faltas vengador terrible,
      Dócil llenaste tu misión; ¿lo ignoras?
      No era tuyo el poder que, irresistible,
      Postró ante ti mis fuerzas vencedoras.
      Quísolo Dios, y fue. ¡Gloria a su nombre!
      Todo se terminó; recobro aliento.
      ¡Ángel de las venganzas!, ya eres hombre...
      Ni amor ni miedo al contemplarte siento.
      Cayó tu cetro, se embotó tu espada...
      Mas, ¡ay, cuán triste libertad respiro!
      Hice un mundo de ti, que hoy se anonada,
      Y en honda y vasta soledad me miro.
      ¡Vive dichoso tú! Si en algún día
      Ves este adiós que te dirijo eterno,
      Sabe que aún tienes en el alma mía
      Generoso perdón, cariño tierno.
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    A la muerte de D. José María de Heredia
      Le poète est semblable aux oiseaux de passage,
      Qui ne batissent point leur nid sur le rivage.
      Lamartine

      Voz pavorosa en funeral lamento,
      Desde los mares de mi patria vuela
      A las playas de Iberia; tristemente
      En son confuso la dilata el viento;
      El dulce canto en mi garganta hiela,
      Y sombras de dolor viste a mi mente.
      ¡Ay!, que esa voz doliente,
      Con que su pena América denota
      Y en estas playas lanza el océano,
      "Murió —pronuncia— el férvido patriota..."
      "Murió —repite— el trovador cubano";
      Y un eco triste en lontananza gime,
      "¡Murió el cantor del Niágara sublime!"
      ¿Y es verdad? ¿Y es verdad?... ¿La muerte impía
      Apagar pudo con su soplo helado
      El generoso corazón del vate,
      Do tanto fuego de entusiasmo ardía?
      ¿No ya en amor se enciende, ni agitado
      De la santa virtud al nombre late?
      Bien cual cede al embate
      Del aquilón el roble erguido,
      Así en la fuerza de su edad lozana
      Fue por el fallo del destino herido...
      Astro eclipsado en su primer mañana,
      Sepúltanle las sombras de la muerte,
      Y en luto Cuba su placer convierte.
      ¡Patria! ¡Numen feliz! ¡Nombre divino!
      ¡Ídolo puro de las nobles almas!
      ¡Objeto dulce de su eterno anhelo!
      Ya enmudeció tu cisne peregrino...
      ¿Quién cantará tus brisas y tus palmas,
      Tu sol de fuego, tu brillante cielo?...
      Ostenta, sí, tu duelo;
      Que en ti rodó su venturosa cuna,
      Por ti clamaba en el destierro impío,
      Y hoy condena la pérfida fortuna
      A suelo extraño su cadáver frío,
      Do tus arroyos, ¡ay!, con su murmullo
      No darán a su sueño blando arrullo.
      ¡Silencio!, de sus hados la fiereza
      No recordemos en la tumba helada
      Que lo defiende de la injusta suerte.
      Ya reclinó su lánguida cabeza
      —De genio y desventuras abrumada—
      En el inmóvil seno de la muerte.
      ¿Qué importa al polvo inerte,
      Que torna a su elemento primitivo,
      Ser en este lugar o en otro hollado?
      ¿Yace con él el pensamiento altivo?...
      Que el vulgo de los hombres, asombrado
      Tiemble al alzar la eternidad su velo;
      Mas la patria del genio está en el cielo.
      Allí jamás las tempestades braman,
      Ni roba al sol su luz la noche oscura,
      Ni se conoce de la tierra el lloro...
      Allí el amor y la virtud proclaman
      Espíritus vestidos de luz pura,
      Que cantan el hosanna en arpas de oro.
      Allí el raudal sonoro
      Sin cesar corre de aguas misteriosas,
      Para apagar la sed que enciende al alma
      —Sed que en sus fuentes pobres, cenagosas,
      Nunca este mundo satisface o calma—.
      Allí jamás la gloria se mancilla,
      Y eterno el sol de la justicia brilla.
      ¿Y qué, al dejar la vida, deja el hombre?
      El amor inconstante; la esperanza,
      Engañosa visión que lo extravía;
      Tal vez los vanos ecos de un renombre
      Que con desvelos y dolor alcanza;
      El mentido poder; la amistad fría;
      Y el venidero día
      —Cual el que expira breve y pasajero—
      Al abismo corriendo del olvido...
      Y el placer, cual relámpago ligero,
      De tempestades y pavor seguido...
      Y mil proyectos que medita a solas,
      Fundados, ¡ay!, sobre agitadas olas.
      De verte ufano, en el umbral del mundo
      El ángel de la hermosa poesía
      Te alzó en sus brazos y encendió tu mente,
      Y ora lanzas, Heredia, el barro inmundo
      Que tu sublime espíritu oprimía,
      Y en alas vuelas de tu genio ardiente.
      No más, no más lamente
      Destino tal nuestra ternura ciega,
      Ni la importuna queja al cielo suba...
      ¡Murió! A la tierra su despojo entrega,
      Su espíritu al Señor, su gloria a Cuba;
      ¡Que el genio, como el sol, llega a su ocaso,
      Dejando un rastro fúlgido su paso!
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    A la poesía
      ¡Oh tú, del alto cielo
      Precioso don al hombre concedido!
      ¡Tú, de mis penas íntimo consuelo,
      De mis placeres manantial querido!
      ¡Alma del orbe, ardiente poesía,
      Dicta el acento de la lira mía!
      Díctalo, sí, que enciende
      Tu amor mi seno, y sin cesar ansío
      La poderosa voz, que espacios hiende,
      Para aclamar tu excelso poderío,
      Y en la naturaleza augusta y bella
      Buscar, seguir y señalar tu huella.
      ¡Mil veces desgraciado
      Quien -al fulgor de tu hermosura ciego-
      En su alma inerte y corazón helado
      No abriga un rayo de tu dulce fuego;
      Que es el mundo, sin ti, templo vacío,
      Cielo sin claridad, cadáver frío!
      Mas yo doquier te miro;
      Doquier el alma, estremecida, siente
      Tu influjo inspirador; el grave giro
      De la pálida luna, el refulgente
      Trono del sol, la tarde, la alborada...
      Todo me habla de ti con voz callada.
      En cuanto ama y admira,
      Te halla mi mente. Si huracán violento
      Zumba, y levanta el mar, bramando de ira;
      Si con rumor responde soñoliento
      Plácido arroyo al aura que suspira...
      Tú alargas para mí cada sonido
      Y me explicas su místico sentido.
      Al férvido verano,
      A la apacible y dulce primavera,
      Al grave otoño y al invierno cano
      Me embellece tu mano lisonjera;
      ¡Que alcanzan, si los pintan tus colores,
      Calor el hielo, eternidad las flores!
      ¿Qué a tu dominio inmenso
      No sujetó el Señor? En cuanto existe
      Hallar tu ley y tus misterios pienso:
      El universo tu ropaje viste,
      Y en su conjunto armónico demuestra
      Que tú guiaste la hacedora diestra.
      ¡Hablas! ¡Todo renace!
      Tu creadora voz los yermos puebla;
      Espacios no hay que tu poder no enlace;
      Y rasgando del tiempo la tiniebla,
      De lo pasado al descubrir ruinas,
      Con tu mágica luz las iluminas.
      Por tu acento apremiados,
      Levántanse del fondo del olvido,
      Ante tu tribunal, siglos pasados;
      Y el fallo que pronuncias -trasmitido
      Por una y otra edad en rasgos de oro-
      Eterniza su gloria o su desdoro.
      Tu genio, independiente
      Rompe las sombras del error grosero;
      La verdad preconiza; de su frente
      Vela con flores el rigor severo,
      Dándole al pueblo, en bellas creaciones,
      De saber y virtud santas lecciones.
      Tu espíritu sublime
      Ennoblece la lid; tu épica trompa
      Brillo eternal en el laurel imprime;
      Al triunfo presta inusitada pompa;
      Y los ilustres hechos que proclama
      Fatiga son del eco de la fama.
      Mas, si entre gayas flores,
      A la beldad consagras tus acentos;
      Si retratas los tímidos amores;
      Si enalteces sus rápidos contentos;
      A despecho del tiempo, en tus anales,
      Beldad, placer y amor son inmortales.
      Así en el mundo suenan
      Del amante Petrarca los gemidos;
      Los siglos con sus cantos se enajenan;
      Y unos tras otros -de su amor movidos-
      Van de Valclusa a demandar al aura
      El dulce nombre de la dulce Laura.
      ¡Oh! No orgullosa aspiro
      A conquistar el lauro refulgente,
      Que humilde acato y entusiasta admiro,
      De tan gran vate en la inspirada frente;
      Ni ambicionan mis labios juveniles
      El clarín sacro del cantor de Aquiles.
      No tan ilustres huellas
      Seguir es dado a mi insegura planta...
      Mas, abrasada al fuego que destellas,
      ¡Oh, genio bienhechor!, a tu ara santa
      Mi pobre ofrenda estremecida elevo,
      Y una sonrisa a demandar me atrevo.
      Cuando las frescas galas
      De mi lozana juventud se lleve
      El veloz tiempo en sus potentes alas,
      Y huyan mis dichas como el humo leve,
      Serás aún mi sueño lisonjero,
      Y veré hermoso tu favor primero.
      Dame que puedas entonces,
      ¡Virgen de paz, sublime poesía!,
      No transmitir en mármoles ni en bronces
      Con rasgos tuyos la memoria mía;
      Sólo arrullar, cantando, mis pesares,
      A la sombra feliz de tus altares.
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    A las estrellas
      Reina el silencio: fúlgidas en tanto
      Luces de paz, purísimas estrellas,
      De la noche feliz lámparas bellas,
      Bordáis con oro su luctuoso manto.
      Duerme el placer, mas vela mi quebranto,
      Y rompen el silencio mis querellas,
      Volviendo el eco, unísono con ellas,
      De aves nocturnas el siniestro canto.
      ¡Estrellas, cuya luz modesta y pura
      Del mar duplica el azulado espejo!
      Si a compasión os mueve la amargura.
      Del intenso penar porque me quejo,
      ¿Cómo para aclarar mi noche oscura
      No tenéis ¡ay! ni un pálido reflejo?
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    Al árbol de Guernica
      Tus cuerdas de oro en vibración sonora
      Vuelve a agitar, ¡oh lira!,
      Que en este ambiente, que aromado gira,
      Su inercia sacudiendo abrumadora
      La mente creadora,
      De nuevo el fuego de entusiasmo aspira.
      ¡Me hallo en Guernica! Ese árbol que contemplo,
      Padrón es de alta gloria
      De un pueblo ilustre interesante historia
      De augusta libertad sencillo templo,
      Que -al mundo dando ejemplo-
      Del patrio amor consagra la memoria.
      Piérdese en noche de los tiempos densa
      Su origen venerable;
      Mas, ¿qué siglo evocar que no nos hable
      De hechos ligados a su vida inmensa,
      Que en sí sola condensa
      La de una raza antigua e indomable?
      Se transforman doquier las sociedades;
      Pasan generaciones;
      Caducan leyes; húndense naciones
      Y el árbol de las vascas libertades
      A futuras edades
      Trasmite fiel sus santas tradiciones.
      Siempre inmutables son, bajo este cielo,
      Costumbres, ley, idioma.
      ¡Las invencibles águilas de Roma
      Aquí abatieron su atrevido vuelo,
      Y aquí luctuoso velo
      Cubrió la media luna de Mahoma!
      Nunca abrigaron mercenarias greyes
      Las ramas seculares,
      Que a Vizcaya cobijan tutelares;
      Y a cuya sombra poderosos reyes
      Democráticas leyes
      Juraban ante jueces populares.
      ¡Salve, roble inmortal! Cuando te nombra
      Respetuoso mi acento,
      Y en ti se fija ufano el pensamiento,
      Me parece crecer bajo tu sombra,
      Y en tu florida alfombra
      Con lícita altivez la planta asiento.
      ¡Salve! La humana dignidad se encumbra
      En esta tierra noble
      Que tú proteges, perdurable roble,
      Que el sol sereno de Vizcaya alumbra,
      Y do el Cosnoaga inmoble
      Llega a tus pies en colosal penumbra!
      ¿En dónde hallar un corazón tan frío,
      Que a tu aspecto no lata,
      Sintiendo que se enciende y se dilata?
      ¿Quién de tu nombre ignora el poderío,
      O en su desdén impío,
      Tu vejez santa con amor no acata?
      Allá desde el retiro silencioso
      Donde del hombre huía
      -Al par que sus derechos defendía-,
      Del de Ginebra pensador fogoso,
      Con vuelo poderoso,
      Llegaba a ti la inquieta fantasía;
      Y arrebatado en entusiasmo ardiente
      -Pues nunca helarlo pudo
      De injusta suerte el ímpetu sañudo-,
      Postró a tu austera majestad la frente
      Y en página elocuente
      Supo dejarte un inmortal saludo.
      La Convención Francesa, de su seno
      Ve a un tribuno afamado,
      Levantarse de súbito, inspirado,
      A bendecirte, de emociones lleno
      Y del aplauso al trueno
      Retiembla al punto el artesón dorado.
      Lo antigua que es la libertad proclamas,
      -¡Tú eres su monumento!-
      Por eso cuando agita raudo viento
      La secular belleza de tus ramas,
      Pienso que en mí derramas
      De aquel genio divino el ígneo aliento.
      Cual signo suyo mi alma te venera,
      Y cuando aquí me humillo
      De tu vejez ante el eterno brillo,
      Recuerdo, roble augusto, que doquiera
      Que el numen sacro impera,
      Un árbol es su símbolo sencillo.
      Mas, ¡ah!, ¡silencio! El sol desaparece
      Tras la cumbre vecina,
      Que va envolviendo pálida neblina...
      Se enluta el cielo, el aire se adormece,
      Tu sombra crece y crece...
      ¡Y sola aquí tu majestad domina!
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    Al partir
      ¡Perla del mar! ¡Estrella de occidente!
      ¡Hermosa Cuba! Tu brillante cielo
      La noche cubre con su opaco velo,
      Como cubre el dolor mi triste frente.
      ¡Voy a partir! La chusma diligente,
      Para arrancarme del nativo suelo
      Las velas iza, y pronta a su desvelo
      La brisa acude de tu zona ardiente.
      ¡Adiós!, ¡patria feliz, edén querido!
      ¡Doquier que el hado en su furor me impela,
      Tu dulce nombre halagará mi oído!
      ¡Adiós! Ya cruje la turgente vela
      ¡El anda se alza... El buque, estremecido,
      Las olas corta y silencioso vuela!
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    Al Sol en un día de diciembre
      Reina en el cielo. ¡Sol, reina e inflama
      Con tu almo fuego mi cansado pecho!
      Sin luz, sin brío, comprimido, estrecho,
      Un rayo anhela de tu ardiente llama.
      A tu influjo feliz brote la grama;
      El hielo caiga a tu fulgor deshecho:
      ¡Sal, del invierno rígido a despecho,
      Rey de la esfera, Sol: mi voz te llama!
      De los dichosos campos do mi cuna
      Recibió de tus rayos el tesoro,
      Me aleja para siempre la fortuna:
      Bajo otro cielo, en otra tierra lloro,
      Donde la niebla abrúmame importuna,
      ¡Sal rompiéndola, Sol, que yo te imploro!
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    Amor y orgullo
      Un tiempo hollaba por alfombras rosas,
      Y nobles vates, de mentidas diosas
      Prodigábanme nombres;
      Mas yo, altanera, con orgullo vano,
      Cual águila real al vil gusano,
      Contemplaba a los hombres.
      Mi pensamiento -en temerario vuelo-
      Ardiente osaba demandar al cielo
      Objeto a mis amores:
      Y si a la tierra con desdén volvía
      Triste mirada, mi soberbia impía
      Marchitaba sus flores.
      Tal vez por un momento caprichosa
      Entre ellas revolé, cual mariposa,
      Sin fijarme en ninguna;
      Pues de místico bien siempre anhelante,
      Clamaba en vano, como tierno infante
      Quiere abrazar la luna.
      Hoy, despeñada de la excelsa cumbre,
      Do osé mirar del sol la ardiente lumbre
      Que fascinó mis ojos,
      Cual hoja seca al raudo torbellino,
      Cedo al poder del áspero destino,
      ¡Me entrego a sus antojos!
      Cobarde corazón, que el nudo estrecho
      Gimiendo sufres, dime: ¿qué se ha hecho
      Tu presunción altiva?
      ¿Qué mágico poder, en tal bajeza
      Trocando ya tu indómita fiereza,
      De libertad te priva?
      ¡Mísero esclavo de tirano dueño,
      Tu gloria fue cual mentiroso sueño,
      Que con las sombras huye!
      Di, ¿qué se hicieron ilusiones tantas
      De necia vanidad, débiles plantas
      Que el aquilón destruye?
      En hora infausta a mi feliz reposo,
      ¿No dijiste, soberbio y orgulloso:
      -¿Quién domará mi brío?
      ¡Con mi solo poder haré, si quiero,
      Mudar de rumbo al céfiro ligero
      Y arder al mármol frío!
      ¡Funesta ceguedad! ¡Delirio insano!
      Te gritó la razón. Mas, ¡cuán en vano
      Te advirtió tu locura!
      Tú mismo te forjaste la cadena,
      Que a servidumbre eterna te condena,
      Y a duelo y amargura!
      Los lazos caprichosos que otros días
      -Por pasatiempo- a tu placer tejías,
      Fueron de seda y oro:
      Los que ahora rinden tu valor primero,
      Son eslabones de pesado acero,
      Templados con tu lloro.
      ¿Qué esperaste, ¡ay de ti!, de un pecho helado,
      De inmenso orgullo y presunción hinchado,
      De víboras nutrido?
      Tú -que anhelabas tan sublime objeto-
      ¿Cómo al capricho de un mortal sujeto
      Te arrastras abatido?
      ¿Con qué velo tu amor cubrió mis ojos,
      Que por flores tomé duros abrojos
      Y por oro la arcilla?
      ¡Del torpe engaño mis rivales ríen,
      Y mis amantes, ¡ay!, tal vez se engríen
      Del yugo que me humilla!
      ¿Y tú lo sufres, corazón cobarde?
      ¿Y de tu servidumbre haciendo alarde,
      Quieres ver en mi frente
      El sello del amor que te devora?
      ¡Ah!, velo, pues, y búrlese en buen hora
      De mi baldón la gente.
      ¡Salga del pecho -requemando el labio-
      El caro nombre, de mi orgullo agravio,
      De mi dolor sustento!
      ¿Escrito no le ves en las estrellas
      Y en la luna apacible, que con ellas
      Alumbra el firmamento?
      ¿No le oyes, de las auras al murmullo?
      ¿No le pronuncia -en gemidor arrullo-
      La tórtola amorosa?
      ¿No resuena en los árboles, que el viento
      Halaga con pausado movimiento
      En esa selva hojosa?
      De aquella fuente entre las claras linfas,
      ¿No le articulan invisibles ninfas
      Con eco lisonjero?
      ¿Por qué callar el nombre que te inflama,
      Si aún el silencio tiene voz, que aclama
      Ese nombre que quiero?
      Nombre que un alma lleva por despojo;
      Nombre que excita con placer enojo,
      Y con ira ternura;
      Nombre más dulce que el primer cariño
      De joven madre al inocente niño,
      Copia de su hermosura:
      Y más amargo que el adiós postrero
      Que al suelo damos donde el sol primero
      Alumbró nuestra vida.
      Nombre que halaga, y halagando mata;
      Nombre que hiere -como sierpe ingrata-
      Al pecho que le anida..
      ¡No, no lo envíes, corazón, al labio!
      ¡Guarda tu mengua con silencio sabio!
      ¡Guarda, guarda tu mengua!
      ¡Callad también vosotras, auras, fuente,
      Trémulas hojas, tórtola doliente,
      Como calla mi lengua!
    Arriba

    Contemplación
      Tiñe ya el Sol extraños horizontes;
      El aura vaga en la arboleda umbría;
      Y piérdese en la sombra de los montes
      La tibia luz del moribundo día.
      Reina en el campo plácido sosiego,
      Se alza la niebla del callado río,
      Y a dar al prado fecundante riego,
      Cae, convertida en límpido rocío.
      Es la hora grata de feliz reposo,
      Fiel precursora de la noche grave
      Torna al hogar el labrador gozoso,
      El ganado al redil, al nido el ave.
      Es la hora melancólica, indecisa,
      En que pueblan los sueños, los espacios,
      Y en los aires -con soplos de la brisa-
      Levantan sus fantásticos palacios.
      En Occidente el Héspero aparece,
      Salpican perlas su zafíreo asiento
      Y -en tanto que apacible resplandece-
      No sé qué halago al contemplarlo siento.

      ¡Lucero del amor! ¡Rayo argentado!
      ¡Claridad misteriosa! ¿Qué me quieres?
      ¿Tal vez un bello espíritu, encargado
      De recoger nuestros suspiros, eres?
      ¿De los recuerdos la dulzura triste
      Vienes a dar al alma por consuelo,
      O la esperanza con su luz te viste
      Para engañar nuestro incesante anhelo?
      ¡Oh, tarde melancólica!, yo te amo
      Y a tus visiones lánguida me entrego...
      Tu leda calma y tu frescor reclamo
      Para templar del corazón el fuego.
      Quiero, apartada del bullicio loco,
      Respirar tus aromas halagüeños,
      A par que en grata soledad evoco
      Las ilusiones de pasados sueños.
      ¡Oh!, si animase el soplo omnipotente
      Estos que vagan húmedos vapores,
      Término dando a mi anhelar ferviente,
      Con objeto inmortal a mis amores.
      ¡Y tú, sin nombre en la terrestre vida,
      Bien ideal, objeto de mis votos,
      Que prometes al alma enardecida
      Goces divinos, para el mundo ignotos!
      ¿Me escuchas? ¿Dónde estás? ¿Por qué no puedo
      -Libre de la materia que me oprime-
      A ti llegar, y aletargada quedo,
      Y opresa el alma en sus cadenas gime?
      ¡Cómo volara hendiendo las esferas
      Si aquí rompiese mis estrechos nudos,
      Cual esas nubes cándidas, ligeras,
      Del éter puro en los espacios mudos!
      Mas, ¿dónde vais? ¿Cuál es vuestro camino,
      Viajeras del celeste firmamento?
      ¡Ah!, ¡lo ignoráis!, seguís vuestro destino
      Y al vario impulso obedecéis del viento.
      ¿Por qué yo, en tanto, con afán insano
      Quiero indagar la suerte que me espera?
      ¿Por qué del porvenir el alto arcano
      Mi mente ansiosa comprender quisiera?
      Paternal Providencia puso el velo
      Que nuestra mente a descorrer no alcanza,
      Pero que le permite alzar el vuelo
      Por la inmensa región de la esperanza.
      El crepúsculo huyó; las rojas huellas
      Borra la luna en su esmaltado coche,
      Y un silencioso ejército de estrellas
      Sale a guardar el trono de la noche.
      A ti te amo también, noche sombría;
      Amo tu luna tibia y misteriosa,
      Más que a la luz con que comienza el día,
      Tiñendo el cielo de amaranto y rosa.
      Cuando en tu grave soledad respiro,
      Cuando en el seno de tu paz profunda
      Tus luminares pálidos admiro,
      Un religioso afecto el alma inunda:
      ¡Que si el poder de Dios, y su hermosura,
      Revela el Sol en su fecunda llama,
      De tu solemne calma la dulzura
      Su amor anuncia y su bondad proclama!
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    Deseo de venganza
      ¡Del huracán espíritu potente,
      Rudo como la pena que me agita!
      ¡Ven, con el tuyo mi furor excita!
      ¡Ven con tu aliento a enardecer mi mente!
      ¡Que zumbe el rayo y con fragor reviente,
      Mientras -cual a hoja seca o flor marchita-
      Tu fuerte soplo al roble precipita.
      Roto y deshecho al bramador torrente!
      Del alma que te invoca y acompaña,
      Envidiando tu fuerza destructora,
      Lanza a la par la confusión extraña.
      ¡Ven al dolor que insano la devora
      Haz suceder tu poderosa saña,
      Y el llanto seca que cobarde llora!
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    La pesca en el mar
      ¡Mirad!, ya la tarde fenece...
      La noche en el cielo
      Despliega su velo
      Propicio al amor.
      La playa desierta parece;
      Las olas serenas
      Salpican apenas
      Su dique de arenas,
      Con blando rumor.
      Del líquido seno la Luna
      Su pálida frente
      Allá en Occidente
      Comienza a elevar.
      No hay nube que vele importuna
      Sus tibios reflejos,
      Que miro de lejos
      Mecerse en espejos
      Del trémulo mar.
      ¡Corramos! ¡Quién llega primero!
      Ya miro la lancha...
      Mi pecho se ensancha,
      Se alegra mi faz.
      ¡Ya escucho la voz del nauclero,
      Que el lino despliega
      Y al soplo lo entrega
      Del aura que juega,
      Girando fugaz!
      ¡Partamos! La plácida hora
      Llegó de la pesca,
      Y al alma refresca
      La bruma del mar.
      ¡Partamos, que arrecia sonora
      La voz indecisa
      Del agua, y la brisa
      Comienza de prisa
      La flámula a hinchar!
      ¡Pronto, remero!
      ¡Bate la espuma!
      ¡Rompe la bruma!
      ¡Parte veloz!
      ¡Vuele la barca!
      ¡Dobla la fuerza!
      ¡Canta, y esfuerza
      Brazos y voz!
      Un himno alcemos
      Jamás oído,
      Del remo al ruido,
      Del viento al son,
      Y vuele en alas
      Del libre ambiente
      La voz ardiente
      Del corazón.
      Yo a un marino le debo la vida,
      Y por patria le debo al azar
      Una perla -en un golfo nacida-
      Al bramar
      Sin cesar
      De la mar.
      Me enajena al lucir de la luna
      Con mi bien estas olas surcar,
      Y no encuentro delicia ninguna
      Como amar
      Y cantar
      En el mar.
      Los suspiros de amor anhelantes
      ¿Quién, ¡oh amigos!, querrá sofocar,
      Si es tan grato a los pechos amantes
      A la par
      Suspirar
      En el mar?
      ¿No sentís que se encumbra la mente
      Esa bóveda inmensa al mirar?
      Hay un goce profundo y ardiente
      En pensar
      Y admirar.
      En el mar.
      Ni un recuerdo del mundo aquí llegue
      Nuestra paz deliciosa a turbar;
      Libre el alma al deleite se entregue
      De olvidar
      Y gozar
      En el mar.
      ¡Prestos todos! ¡Las redes se tiendan!
      ¡Muy pesadas las hemos de alzar!
      ¡Prestos todos, los cantos suspendan,
      Y callar
      Y pescar
      En el mar!
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    Las contradicciones
      No encuentro paz, ni me permiten guerra;
      De fuego devorado, sufro el frío;
      Abrazo un mundo, y quédome vacío;
      Me lanzo al cielo, y préndeme la tierra.
      Ni libre soy, ni la prisión me encierra;
      Veo sin luz, sin voz hablar ansío;
      Temo sin esperar, sin placer río;
      Nada me da valor, nada me aterra.
      Busco el peligro cuando auxilio imploro;
      Al sentirme morir me encuentro fuerte;
      Valiente pienso ser, y débil lloro.
      Cúmplese así mi extraordinaria suerte;
      Siempre a los pies de la beldad que adoro,
      Y no quiere mi vida ni mi muerte.
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    Mi mal
      En vano ansiosa tu amistad procura
      Adivinar el mal que me atormenta;
      En vano, amigo, conmovida intenta
      Revelarlo mi voz a tu ternura.
      Puede explicarse el ansia, la locura
      Con que el amor sus fuegos alimenta.
      Puede el dolor, la saña más violenta,
      Exhalar por el labio su amargura...
      Mas de decir mi malestar profundo,
      No halla mi voz, mi pensamiento, medio,
      Y al indagar su origen me confundo:
      Pero es un mal terrible, sin remedio,
      Que hace odiosa la vida, odioso el mundo,
      Que seca el corazón... ¡En fin, es tedio!
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    Oración al Cristo del Calvario
      En esta tarde, Cristo del Calvario,
      Vine a rogarte por mi carne enferma;
      Pero, al verte, mis ojos van y vienen
      De tu cuerpo a mi cuerpo con vergüenza.
      ¿Cómo quejarme de mis pies cansados,
      Cuando veo los tuyos destrozados?
      ¿Cómo mostrarte mis manos vacías,
      Cuando las tuyas están llenas de heridas?
      ¿Cómo explicarte a ti mi soledad,
      Cuando en la cruz alzado y solo estás?
      ¿Cómo explicarte que no tengo amor,
      Cuando tienes rasgado el corazón?
      Ahora ya no me acuerdo de nada,
      Huyeron de mí todas mis dolencias.
      El ímpetu del ruego que traía
      Se me ahoga en la boca pedigüeña.
      Y sólo pido no pedirte nada,
      Estar aquí, junto a tu imagen muerta,
      Ir aprendiendo que el dolor es sólo
      La llave santa de tu santa puerta.
      Amén.
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    Paisaje guipuzcoano
      Suspende, mi caro amigo,
      Tus pasos por un instante:
      No está la ermita distante,
      Y apenas las cinco son.
      Ven a admirar -bajo el toldo
      De aquellos verdes ramajes-
      Los pintorescos paisajes
      De esta encantada región.
      Mira a tus pies ese río,
      Cuyas herbosas orillas
      Millones de florecillas
      Cubren, difundiendo olor;
      Y desde el borde escarpado
      Oye las mansas corrientes
      Deslizarse transparentes
      Con soñoliento rumor.
      Hileras de álamos blancos,
      Que el hondo cauce sombrean,
      Sus altas copas cimbrean
      Del viento al soplo fugaz;
      Mientras pescan silenciosos,
      Con luengas cañas y anzuelos,
      Dos vigorosos chicuelos
      De viva y morena faz.
      Mira en torno cuál se extienden
      Cuadros de trigos dorados,
      Por ricas franjas cortados
      De verde-oscuro maíz;
      Y esos tan varios helechos
      -Fieles hijos de las sombras-
      Que prestan al bosque alfombras
      De primoroso matiz.
      ¿Ves allá los caseríos
      -Que siembran el valle a trechos-
      Levantar sus rojos techos
      De entre el verde castañar?
      ¿Ves cuál visten sus paredes
      De parra lindos festones,
      Y cómo van los gorriones
      Sus racimos a picar?
      Mas que ya las chimeneas
      Despiden humo, repara,
      Anunciando se prepara
      La cena del segador;
      Y a las vacas lentamente
      Mira bajar de esos cerros,
      Llamando con sus cencerros
      Al perezoso pastor.
      Mas, ¡oh, ve! También desciende,
      Saltando por entre breñas,
      Turba de niñas risueñas
      Que acá parece venir.
      Sí; no hay duda: ramilletes
      Nos ofrecen con empeño.
      ¿Comprendes tú, caro dueño,
      Lo que nos quieren decir?
      ¡Ah!, sabe que esos perfumes,
      Que rinden cual homenaje,
      Sólo son mudo lenguaje
      De un triste y constante afán;
      Pues -con rara poesía-
      El mendigo guipuzcoano,
      Cubre de flores la mano
      Que tiende pidiendo pan.

      Acepta al punto, ¡querido!
      ¿Quién hay que negarse pueda
      A cambiar una moneda
      Por cada hermoso clavel?
      Venid, niñas, cada tarde;
      Yo en el trueque me intereso,
      Y si al ramo unís un beso
      Garante os salgo de él.
      ¡Pero no entienden! ¡Se alejan!
      Mira por esos barrancos
      Saltar, desnudos y blancos,
      Sus breves y lindos pies...
      Se detienen, se sonríen
      Viendo en mi pecho sus ramos,
      Y ligeras como gamos
      Desaparecen después.
      Mientras tanto las montañas
      Sus picachos desiguales
      Van envolviendo en cendales
      De gualda, azul y arrebol,
      Y en su carro majestuoso
      -Surcando el tibio occidente-
      Hunde a su espalda la frente,
      Cansado de vida, el Sol.
      A su postrera mirada
      Y a su postrera sonrisa,
      Suspiros vuelve la brisa,
      Perfumes vuelve la flor,
      Y llanto puro los cielos
      Vierten en el valle umbrío,
      Que lo convierte en rocío
      De delicioso frescor.
      ¡Oh, mira! Ya por las faldas,
      Que cubren altos castaños,
      Bajando van los rebaños
      Para acogerse al redil...
      Ya los niños sus anzuelos
      Han recogido y su pesca,
      Y se van armando gresca
      Con regocijo infantil.
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    Significado de la palabra "yo amé"
      (Imitación de Parny)

      Con yo amé dice cualquiera
      Esta verdad desolante:
      -Todo en el mundo es quimera,
      No hay ventura verdadera
      Ni sentimiento constante.
      Yo amé significa: -Nada
      Le basta al hombre jamás:
      La pasión más delicada,
      La promesa más sagrada,
      Son humo y viento... ¡y no más!
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    Soledad del alma
      La flor delicada, que apenas existe una aurora,
      Tal vez largo tiempo al ambiente le deja su olor...
      Mas ¡ay!, que del alma las flores que un día atesora
      Muriendo marchitas no dejan perfume en redor.
      La luz esplendente del astro fecundo del día
      Se apaga, y sus huellas aún forman hermoso arrebol.
      Mas ¡ay!, cuando el alma le llega la noche sombría,
      Qué guarda el fuego sagrado que ha sido su sol?
      Se rompe, gastada, la cuerda del arpa armoniosa,
      Aún su eco difunde en los aires fugaz vibración.
      Mas todo es silencio profundo, de muerte espantosa,
      Si dan un pecho amante el postrero tristísimo son.
      Mas nada, ni noche, ni aurora, ni tarde indecisa
      Cambian del alma desierta la lúgubre faz.
      A ella no llegan crepúsculo, aroma ni brisa;
      A ella no brindan las sombras ensueños de paz.
      Vista los campos de flores gentil primavera,
      Doren las mieses los besos del cielo estival,
      Pámpanos ornen de otoño la faz placentera,
      Lance el invierno brumoso su aliento glacial,
      Siempre perdidas, vagando en su estéril desierto,
      Siempre abrumadas de peso de vil nulidad,
      Gimen las almas do el fuego de amor está muerto...
      Nada hay que pueble o anime su gran soledad.
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    Suplicio de amor
      ¡Feliz quien junto a ti por ti suspira,
      Quien oye el eco de tu voz sonora,
      Quien el halago de tu risa adora
      Y el blando aroma de tu aliento aspira!
      Ventura tanta, que envidioso admira
      El querubín que en el empíreo mora,
      El alma turba, el corazón devora,
      Y el torpe acento, al expresarla, expira.
      Ante mis ojos desaparece el mundo
      Y por mis venas circular ligero
      El fuego siento del amor profundo.
      Trémula, en vano resistirte quiero.
      De ardiente llanto mi mejilla inundo.
      ¡Delirio, gozo, te bendigo y muero!
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