Thomas Hood

.
    Información biográfica

  1. El puente de los suspiros (Trad. de Miguel Antonio Caro)


Información biográfica
    Nombre: Thomas Hood
    Lugar y fecha nacimiento: Londres, Inglaterra, 23 de mayo de 1799
    Lugar y fecha defunción: Inglaterra, 3 de mayo de 1845 (45 años)
    Ocupación: Humorista y poeta

    Fuente: [Thomas Hood] en Wikipedia.org
Arriba

    El puente de los suspiros
      (Traducción de Miguel Antonio Caro incluida en el libro Traducciones poéticas, 1889)

      ¡Otra, otra infortunada,
      Ya cansada de vivir!
      Importuna despechada
      Que por fin logró morir.

      Recogedla con blandura,
      Con gentil solicitud.
      ¡Cuan delgada! Su figura
      Cuenta aún su desventura,
      Su belleza y juventud.

      Como al niño los pañales,
      Como lienzos funerales
      Se le adhiere el casto traje,
      Do aún gotea el oleaje
      Del naufragio del dolor.
      ¡Recogedla sin ultraje!
      ¡Recogedla con amor!

      ¡Ni una burla, ni un agravio
      Le hagan mente, o tacto, o labio!
      Pensad de ella como hermanos,
      Como débiles humanos;
      Pensad sólo en sus angustias
      Y sus manchas olvidad.
      ¿Qué hay en esas formas mustias
      Que no implore caridad?

      No hagáis honda, cruel pesquisa
      Del conflicto que insumisa
      La encontró con el deber;
      Ya la muerte en su torrente
      Llevó el fango, y solamente
      Queda el oro de su ser.

      ¡Sus errores, sus deslices
      Son de tantas infelices!
      ¡Hijas de Eva!... Su contagio
      Desvalida la encontró.
      Por la herencia que nos toca
      Enjugad en esa boca

      Las espumas del naufragio...
      Trago acerbo, pero el último
      Que el amor le presentó.

      ¡Ricos eran sus cabellos!
      Componedlos cual solía
      Cuando, mísera, esperaba
      Y creía en el amor.
      ¡Ah! Decidnos, gajos bellos,
      ¿Do está el peine que os peinaba,
      Do el humilde tocador?

      ¿Quién sus padres nos diría?
      ¿Tuvo hermana?, ¿tuvo hermano?
      ¿O uno acaso más cercano
      Y más caro todavía?

      ¡Ah, en el mundo cuánto es rara
      La cristiana caridad!
      ¡Oh gran lástima! ¡Oh avara
      Inhumana humanidad!
      ¡Que a una víctima indefensa
      Falte hogar en esta inmensa
      Babilónica ciudad!

      ¿Ya no hay padres, no hay hermanos?
      ¿Ya no hay vínculos humanos?
      ¿Reina, pues, la indiferencia
      Y el amor se desterró?
      ¿Y aún la santa Providencia
      A su grey desamparó?

      Desde aquí tal vez la mísera
      Al nocturno cierzo impío,
      Recorría tantas lámparas
      Que refleja el ancho río,
      Y la tibia luz de innúmeras
      Galerías y ventanas
      Que pintaban en su espíritu,
      Tras de velos y persianas,
      Cada cual la paz y el júbilo
      De un amor y de un hogar;
      ¡Mientras ella, aislada y huérfana,
      No tenía más que lágrimas
      Y ni dónde ir a llorar!

      Y la endeble criatura
      Tiritaba de hambre y frío,
      No de histérica pavura,
      ¡Al mirar de tanta altura
      Relumbrar siniestro el río!

      Ya palpaba los dolores,
      No sus duendes y terrores;
      Ya sabía el cuento serio
      Que la vida le enseñó;
      Y tentábale el misterio
      Que la fácil muerte esconde;
      El transporte de lanzarse,
      De exhalarse en un segundo
      Para ir.... ¿qué importa a dónde?
      ¡Fuera, fuera de este mundo!

      Y esa idea devolvió
      A su labio la sonrisa;
      Diose prisa, y se lanzó.

      Ven, alegre libertino,
      A mirarte en esta escena
      Que ameniza tu camino
      Por el Támesis ó el Sena.

      Ven, recoge tus laureles,
      Y regálate cual sueles
      En el baño y el festín.
      ¡Brinda, y bebe sin espanto
      De esa espuma y sangre y llanto
      Con que riegas tu jardín!

      ¡Recogedla con blandura,
      Con gentil solicitud!
      ¡Cuán delgada! Su figura
      Cuenta aún su desventura,
      Su belleza y juventud.

      Componed sus miembros frígidos
      Con esmero casto y pulcro
      Antes, antes de que rígidos
      Se rebelen al sepulcro,
      Y que al menos en su fosa
      Paz y abrigo se les dé.
      Y cerradle luego, luego,
      Esos ojos ya sin juego,

      Que parecen los de un ciego
      Que nos mira y no nos ve;
      Porque allí quedó clavada
      Sólo esa última mirada
      Con que ansiosa y acosada
      A abrazar la muerte fue.

      ¡Triste fin de una existencia
      Aún más triste! En su demencia
      La empujaron al abismo
      La crueldad del egoísmo
      Y la afrenta de su error.
      Débil fue, mas no inocente.
      Cruzad, pues, humildemente
      Sus dos manos sobre el pecho,
      Cual si orara sin despecho
      Silenciosa y reverente;
      ¡Y delito y delincuente
      Dejad ambos al Señor!
    Arriba