Rafael Obligado

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    Información biográfica

  1. Basta y sobra
  2. Canción infantil
  3. La flor de Seibo
  4. La flor del aire
  5. Ofrenda
  6. Pensamiento
  7. Visión


Información biográfica
    Nombre: Rafael Obligado
    Lugar y fecha nacimiento: Buenos Aires, Argentina, 27 de enero de 1851
    Lugar y fecha defunción: Mendoza, Argentina, 8 de marzo de 1920 (69 años)
    Ocupación: Académico, escritor, poeta

    Fuente: [Rafael Obligado] en Wikipedia.org
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    Basta y sobra
      ¿Tú piensas que te quiero por hermosa,
      Por tu dulce mirar,
      Por tus mejillas de color de rosa?
      Sí, por eso y por buena, nada más.

      ¿Que entregada a la música y las flores,
      No aprendes a danzar?
      Pues me alegra que lo ignores;
      Yo te quiero por buena, nada más.

      ¿Que tu ignorancia raya en lo sublime,
      De Atila y Gengis-Khan?
      ¡Qué muchacha tan ciega!... Pero dime:
      ¿Si lo supieras, te querría más?

      Bien se están con su ciencia los doctores:
      La tuya es el hogar;
      Los niños y la música y las flores,
      Bastan y sobra para amarte más.
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    Canción infantil
      Es la mañana; lirios y rosas
      Mueve la brisa primaveral,
      Y en los jardines las mariposas
      Vuelan y pasan, vienen y van.

      Una niñita madrugadora
      Va a juntar flores para mamá,
      Y es tan hermosa que hasta la aurora
      Vierte sobre ella más claridad.

      Tras cada mata de clavelinas,
      De pensamientos y de arrayán,
      Gira su traje de muselina,
      Su sombrerito, su delantal.

      Llena sus manos de lindas flores,
      Y cuando en ellas no caben más,
      Con su tesoro de mil colores
      Vuelve a los brazos de su mamá.

      Mientras se aleja, como dos rosas
      Sus dos mejillas se ven brillar,
      Y la persiguen las mariposas
      Que en los jardines vienen y van.
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    La flor de Seibo
      (Al poeta Calixto Oyuela)

      Quiero realce su gentil figura
      La túnica sencilla y elegante
      Con que se adorna y viste la hermosura.
      C. Oyuela

      Tu "Flor de la caña",
      O Plácido amigo
      No tuvo unos ojos
      Más negros y lindos,
      Que cierta morocha
      Del suelo argentino
      Llamada... Su nombre,
      Jamás lo he sabido;
      Mas tiene unos labios
      De un rojo tan vivo,
      Difúndese de ella
      Tal fuego escondido,
      Que aquí en la comarca,
      La dan los vecinos
      Por único nombre,
      ''La Flor de Seibo.''

      Un día - una tarde
      Serena de estío, -
      Pasó por la puerta
      Del rancho que habito.
      Vestía una falda
      Ligera de lino;
      Cubríala el seno,
      Velando el corpiño,
      Un chal tucumano
      De mallas tejido;
      Y el negro cabello,
      Sin moños ni rizos,
      Cayendo abundoso,
      Brillaba ceñido
      Con una guirnalda
      De flor de Seibo.

      Miréla, y sus ojos
      Buscaron los míos...
      Tal vez un secreto
      Los dos nos dijimos,
      Porque ella, turbada,
      Quizá por descuido,
      Su blanco pañuelo
      Perdió en el camino.
      Corrí a levantarlo,
      Y al tiempo de asirlo,
      El alma inundome
      Su olor a tomillo.
      Al dárselo, "gracias,
      Mil gracias!" -me dijo,
      Poniéndose roja
      Cual flor de Seibo.

      Ignoro si entonces
      Pequé de atrevido,
      Pero ello es lo cierto
      Que juntos seguimos
      La senda, cubierta
      De sauces dormidos;
      Y mientras sus ojos,
      Modestos y esquivos,
      Fijaba en sus breves
      Zapatos pulidos,
      Con moños de raso
      Color de jacinto,
      Mi amor de poeta
      La dije al oído:
      ¡Mi amor, más hermoso
      Que flor de Seibo!

      La frente inclinada
      Y el paso furtivo,
      Guardó aquel silencio
      Que vale un suspiro.
      Mas, viendo en la arena
      La sombra de un nido
      Que al soplo temblaba
      Del aire tranquilo,
      -"Allí se columpian
      Dos aves, -me dijo-,
      Dos aves que se aman
      Y juntas he visto
      Bebiendo las gotas
      De fresco rocío
      Que absorbe en la noche
      La flor del Seibo".

      Oyendo embriagado
      Su acento divino,
      También, como ella,
      Quedé pensativo.
      Mas, como en un claro
      Del bosque sombrío
      Se alzara, ya cerca,
      Su hogar campesino:
      Detuvo sus pasos,
      Y, llena de hechizos,
      En pago y en prenda
      De nuestro cariño,
      Hurtando a las sienes
      Su adorno sencillo,
      Me dio, sonrojada,
      La flor del Seibo.
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    La flor del aire
      Aquel que en el pecho del ave inocente
      Pusiera una cuerda del arpa divina,
      Rumor en el árbol
      Y espuma en la linfa,
      Formó para el mundo las flores del aire
      De llanto de amores y de alas de brisas.

      Jamás en su blanco purísimo seno
      El sol ha clavado su ardiente pupila:
      De tanta frescura
      Sus rayos desvía,
      Y sólo en las noches de amor y misterio,
      La luna en secreto las besa y las mima.

      En torno a su cáliz el húmedo aroma
      Del beso de un niño volando palpita;
      Sus hojas, plegadas
      En leves sonrisas,
      Entreabren el velo del último ensueño,
      Demandan suspiros y ofrecen caricias.

      Pendiente del flanco de la árida roca
      Su cándido aspecto de estrella dormida
      Devuelve al presente
      Las horas perdidas,
      y abriéndose al soplo de tanto recuerdo.
      Posada en sus hojas el alma vacila.

      Su dulce fragancia difunde en el aire
      Promesas de vagas, celestes delicias...
      El pecho se ensancha,
      La frente se inclina,
      Y el alma, batiendo las alas del ángel
      ¡Escapa del mundo sedienta de vida!
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    Ofrenda
      ¡Ah!, yo que en torno de tu sien he visto
      Perennemente suspendida el alba,
      Y encenderse en el cielo de tus ojos
      Como una estrella el esplandor de tu alma,
      He querido mi ofrenda de poeta
      Consagrar a tu imagen solitaria,
      Azucena de luz, donde mi espíritu
      Posó un instante las ligeras alas.
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    Pensamiento
      A bañarse en la gota de rocío
      Que halló en las flores vacilante cuna,
      En las noches de estío
      Desciende el rayo de la blanca luna.
      Así, en las horas de celeste calma
      Y dulce desvarío,
      Hay en mi alma una gota de tu alma
      Donde se baña el pensamiento mío.
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    Visión
      Se sueña, se presiente, se adivina,
      Estremécese el labio y no la nombra;
      El alba la ve huir de la colina
      Velada entre los pliegues de la sombra,

      Espira el meláncolico perfume
      De la rosa de un féretro olvidada;
      Se deshace en incienso, se consume
      A la rápida luz de una mirada.

      Hermana de la tarde, pensativa
      En el fondo del valle resplandece;
      Un instante deslumbra, y fugitiva
      En el pálido azul se desvanece.
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