Miguel Moreno

.
    Información biográfica

  1. Cantares de Elena
  2. Canto a Honorato Vázquez
  3. ¡Chis!
  4. Cosas del tiempo
  5. ¡Es él!...
  6. La garza del alisar
  7. La niña y el escribanillo
  8. La novia
  9. Perdida
  10. ¿Reposo?
  11. ¡Si volvieras!


Información biográfica
    Nombre: Miguel Moreno
    Lugar y fecha nacimiento: Ecuador, 1851
    Lugar y fecha defunción: 1910 (59 años)
    Ocupación: Diputado, profesor, poeta

    Fuente: [Miguel Moreno] en Wikisource.org
Arriba

    Cantares de Elena
      Crié una paloma hermosa,
      Mi esperanza y mi ilusión,
      Mas ella huyó veleidosa...
      ¡Ay, paloma...! ¡ay, corazón...!

      Palomita de mi huerto,
      De ojos de dulce mirar,
      ¿Conque es cierto, conque es cierto
      Que huiste del palomar...?

      Yo formé del pecho mío
      Un nido, para ti, fiel,
      Y ahora lo dejas vacío:
      ¡Palomita, eres muy cruel!

      ¡Quién me diera en mi tormento
      Arrancar del corazón
      Tu imagen o el sentimiento
      De esta horrible decepción!

      Aprende: esas dos palomas...
      Van juntas en pos de ti,
      Y aunque traspasan las lomas,
      Juntas vuelven hacia mí...

      Y me dicen: -¿Hasta cuándo
      Te ha prometido volver...?
      Y les contesto llorando:
      -¡Mañana, al amanecer...!

      Y de mañana en mañana
      Va creciendo mi dolor,
      Y como él, ¡suerte inhumana!
      También se aumenta mi amor.

      Vuelve, palomita ausente,
      Mi pecho es tu palomar;
      Como supe amar ardiente,
      Así sé yo perdonar...

      ¡Ay! ¿Por qué dar al olvido,
      Que te ofrecí con amor,
      Para que tejas tu nido
      Rosas y malvas de olor...?

      Como un inocente niño
      Cuanto tuve te ofrecí,
      Aún de mi madre el cariño
      Lo sustraje para ti...

      Y creció en el pecho mío,
      Por instantes, mi pasión,
      ¡Y ahora lloro mi desvío,
      Ay paloma, ay corazón...!

      Vuelve, palomita ausente,
      Mi pecho es tu palomar;
      Como supe amar ardiente
      Así sé yo perdonar...

      Vuelve, vuelve, te lo ruego
      Por nuestro soñado edén,
      Por mi amor ardiente y ciego,
      Y por el tuyo también.

      Mas ya no tendrán su día
      Tanto amor, tanta ilusión;
      ¡Adiós, esperanza mía...!
      ¡Queda muerto el corazón...!
    Arriba

    Canto a Honorato Vázquez
      ¡Qué de cantos se principian
      Para no ser terminados,
      Porque se entristece el alma
      Y el corazón desmayado
      Las alas pliega, cual madre
      Que agotó todo su llanto!
      Tú lo entiendes, lo has sentido,
      Y dices muy bien, hermano:
      "Son como telas de araña
      Esos inconclusos cantos".

      He visto a ese insecto humilde
      Comenzar con entusiasmo
      La red que darle podría
      El sustento y el descanso,
      Y he visto luego a una mosca
      Venir y pasar volando,
      Y echar por tierra a la obrera
      Con su esperanza y trabajo.
      Así nacen y así mueren
      Los pobres cantos de un bardo...
      También una tela urdimos
      Con nuestros sueños dorados,
      Y en largas horas de insomnio
      Pasa la mente escuchando
      Los ritmos y las cadencias
      De un canto, ¡qué hermoso canto!
      Pero viene la alborada,
      Y anhelosos despertamos,
      Ansiando vuelvan los sones
      De ese cántico soñado...

      Repite, ¡oh ardiente musa!,
      Los sublimes arrebatos
      Y las pausas deliciosas
      Y los sollozos ahogados...
      Y por la cláusula ardiente
      Del idioma soberano,
      Sepa el mundo lo que sueño,
      Sepa el mundo lo que canto...

      Y ¡nada!, nada, ¡Dios mío!,
      Tan solo silencio amargo
      Del corazón casi muerto
      En el lúgubre santuario.
      Y, como moscas errantes,
      Llegan fúnebres zumbando
      Algunos recuerdos tristes
      Que revuelan solitarios
      Alrededor del cadáver
      De algún amor olvidado...
      Ya de una esperanza muerta
      Se ve el sepulcro lejano;
      Ya los restos de un afecto
      Que en la alma se están velando...
      ¡Ay! El corazón entonces,
      Lo sabes muy bien, hermano,
      ¡Cuánta sangre en vano vierte,
      Cuánto lucha, gime cuánto!
      Y ¿al fin?... Al fin sólo queda,
      En medio de un fondo blanco,
      Algún título pomposo,
      Renglones medio borrados,
      Caminos por donde ha ido
      El corazón como a saltos,
      Quizá una lágrima tierna,
      Gota de hiel o de bálsamo
      Con que piadosos ungimos
      Las cenizas del pasado...
      ¡Se descubre en esas líneas
      Una herida que hace años
      Se cerró, y a cuya vista
      Huye el alma con espanto!
      ¡Se escucha el eco perdido
      De un tiempo hermoso y lejano,
      Se escucha ardiente reproche
      A un ser que está perdonado!
      ¡Fugaces telas de araña,
      Pobres cantos, tristes cantos,
      Tesoro que los poetas
      Tienen en su alma guardado;
      Niños que en el vientre mueren
      De sus madres; cuánto, cuánto
      De dolor traen al pecho
      Y a los ojos lloro amargo!...
      -Esos cantos de otro tiempo
      Acaba-, dices.

      ¡Hermano,
      Pide también que a la vida
      Vuelvan los sueños pasados;
      Que se recoja de nuevo
      Todo el llanto derramado,
      Que se fundan, que se junten
      Del corazón los pedazos!...
    Arriba

    ¡Chis!
      -En ti tan solo pienso,
      Sólo por ti suspiro;
      Te sueño cada noche:
      ¡Yo te amo, dueño mío!

      -¡Calla, niña, no lo oigan
      La muerte o el olvido!
      ¡Calla! ¡Lo sepan sólo
      Tu corazón y el mío!...
    Arriba

    Cosas del tiempo
      I

      Apenados, sollozantes,
      Ella y Él, no muy distantes
      De hinojos, junto al altar,
      Están rezando anhelantes
      A la Virgen del Pilar.

      Mas, quién al verlos creyera,
      Que tan contrapuesto fuera
      Lo que cada uno le pide;
      Él pide que Ella le quiera
      Y Ella pide que Él la olvide.

      Y es que el buen mancebo adora
      Con pasión a Leonora;
      Y esta con suave esquivez,
      Con esquivez que enamora,
      Se retrae cada vez.

      La Santa Virgen consiente,
      Que cada cual como siente,
      Sus secretos le confíe,
      Y al escucharlos, clemente,
      Con uno y otro sonríe.

      Pero al fin y al cabo, ¿cuál
      Será su resolución
      En pleito tan desigual?
      ¿El humano corazón
      Será constante y leal?...

      II

      Han transcurrido dos años
      Y otra vez en los peldaños
      Se hallan del altar aquel,
      Juntos, trayendo Ella y Él
      Mudanzas y desengaños.

      Y hoy es ¡la pobre Leonor!
      La que con lágrimas pide
      Del mancebo el muerto amor;
      Mientras este con fervor
      Implora que Ella le olvide.

      Y la Virgen al oír
      Tan contraria petición,
      Torna, amable, a sonreír,
      Ante el presto ir y venir
      Del humano corazón.
    Arriba

    ¡Es él!...
      ¿Quién es aquel que tétrico
      Y solitario vive
      En las riberas áridas
      De ese desierto mar,
      Y que con mano trémula
      Sobre la arena escribe?
      ¿Por qué le miro pálido
      Alguna vez llorar?

      Es él, poeta lírico
      De corazón ardiente,
      Que sueña con las sílfides
      Y vive del amor;
      Y un día y otro inspírase
      En su castalia fuente:
      La fuente de las lágrimas,
      La fuente del dolor.
    Arriba

    La garza del alisar
      Tendido sobre una roca,
      Orillas del Macará,
      Caída el ala del sombrero,
      Melancólica la faz,
      Macilento y pensativo
      Un bello joven está,
      Que, así le dice a un correo
      De Cuenca, lleno de afán:
      -Correo que vas y vuelves
      Por caminos del Azuay,
      A donde triste y proscrito
      Ya no he de volver jamás;
      Di, ¿qué viste de mi Cuenca
      En el último arrabal,
      En una casita blanca
      Que a orillas del río está,
      Rodeada por un molino,
      Perdida entre un alisar?
      Y le responde el correo,
      Lleno de amabilidad:
      -Diez días ha que salí
      De los valles del Azuay,
      Y vi del río a la margen
      La casa de que me habláis,
      Rodeada por un molino,
      Perdida entre un alisar.
      -Está bien, ¿pero no viste
      En ese sitio algo más...?
      -Te contaré, pobre joven,
      Que vi una tarde, al pasar,
      Una niña de ojos negros
      Y belleza angelical,
      Toda vestida de blanco,
      Paseando entre el alisar.
      -¡Ay!, no te vayas, correo,
      Por Dios, suspende tu afán;
      Tú que dichoso visitas
      Las calles de mi ciudad,
      Aunque estés de prisa,
      ¡Dime de esa joven algo más!
      -Caballero, cual los vuestros,
      Cual los vuestros eran ¡ay!
      Los ojos encantadores
      De esa niña del Azuay:
      Tras de unas negras pestañas,
      Como el sol que va a expirar
      Velado por densas nubes
      Que enlutan el cielo ya;
      Melancólicos, a veces,
      Miraban con grande afán
      A todos los caminantes
      Que entraban a la ciudad.
      ¡Pobre niña, pobre niña!
      Cubierta su hermosa faz
      Con las sombras de la muerte
      Y una palidez mortal,
      Otras veces contemplaba
      Las hojas del alisar
      Que, arrastradas río abajo,
      No habían de volver jamás;
      ¡Pobre niña, no lo dudo,
      Estaba enferma y quizás
      Ese momento se hallaba
      Pensando en la eternidad!
      -¡Ay!, mi correo, correo
      Tan veloz en caminar;
      Tú que dichoso transitas
      Por donde mi amor está,
      ¡Dime, por Dios, si supiste
      De esa joven algo más!
      -Cuando una vez de mañana
      Paseábame en la ciudad,
      Vi esparcidos por el suelo
      Rosas, ciprés y azahar,
      Que formaban un camino
      Que, yendo desde el umbral
      De una iglesia, terminaba
      En la casa de que habláis;
      Luego escuché en su recinto
      El tañido funeral
      De una campanilla, y luego
      De la salmodia el compás,
      Y olor de incienso me trajo
      El ambiente matinal...
      -Dime, por Dios, ¿no supiste
      Quién se iba a sacramentar?
      -Una niña a quien llamaban
      Por su hermosa y triste faz,
      Y porque vestía de blanco,
      ¡La garza del alisar!
      -Oh basta, basta, ¡Dios mío!
      ¡Es ella... suerte fatal...!
      ¿Y habrá muerto...? -Era de noche
      Cuando dejé la ciudad,
      Olor a cera y a tumba
      Percibí en el alisar...
      -¡Valor! No tiembles, termina,
      ¡Mi suplicio es sin igual!
      -Infeliz, yo vi las puertas
      De la casa... -¡Acaba ya!
      -¡Con un cortinaje negro
      Y abiertas de par en par...!
      -¡Bendito seas, Dios mío,
      Acato tu voluntad...!
      Ella muerta, yo entretanto
      Proscrito, enfermo, jamás,
      Jamás veré ya esos ojos
      Que empezaban a alumbrar
      Mi camino... ¡Nunca, nunca
      Sino allá en la eternidad...!
    Arriba

    La niña y el escribanillo
      -Escribanillo, di, ¿qué
      Escribes sobre las aguas?
      -¡Ay, niña, estoy dando fe
      Del juramento que acaba
      De hacerte el joven que aquí
      Te espera tarde y mañana!
      -¿Es posible? Pero allí
      Yo no veo escrito nada.
      -Así no verás, Leonor,
      Que él te cumpla su palabra;
      Pues las promesas de amor,
      ¡Son cual firmas en el agua!
    Arriba

    La novia
      Corazón enfermo
      Y alma amante y sola,
      Si cantar pudiera:
      ¡Ya tengo mi novia!...
      ¡Qué triste la vida,
      Qué lentas congojas
      Sin unos amores,
      Sin una paloma!
      Cualquiera, a los veinte,
      Vive en la memoria
      De una rubiecita
      Cándida y hermosa;
      Y recibe flores,
      Y devuelve trovas,
      Y ama si es amado;
      Si no, canta y llora.

      Y yo, sin ventura,
      Sin ser una roca,
      Sino un vatecillo
      Que sueña y adora,
      Vivo que me muero,
      Soñando en la gloria.
      ¿Dónde hallaré un alma,
      Cual la mía, sola,
      Y las dos se encuentren
      Como dos palomas?
      ¡Si en vez de ser hombre,
      Yo fuera paloma,
      Ya un nido tuviera,
      Ya tuviera esposa!
      ¡Late, pecho mío!
      ¡Oh alma soñadora,
      Ya estás en el cielo,
      Ya vino la novia!
      ¿Quién más linda que ella?
      ¿Quién como mi Dora?
      Aún no abre el capullo
      Mi abrileña rosa.
      Ni las auras sepan
      ¡Silencio, alma loca,
      Que ya como a mía
      La adoro a mis solas!
    Arriba

    Perdida
      ¿Qué he perdido? ¡Mi lengua se resiste
      A pronunciar el adorado nombre!
      -Corazón, ¿qué perdiste?
      -Lo que más dulce en la pasión existe,
      Señor, lo más querido para el hombre:
      ¡Una alma! ¡Esa alma tuya que me diste!
    Arriba

    ¿Reposo?
      ¡Me asusto de mí mismo!
      ¡Yo quisiera esconderme en un abismo
      Más profundo que el mar!
      ¿La fosa, el polvo inerte?...
      ¡Mi muerte no es remedio de su muerte;
      Ansío más, aún más!

      Mi mal imponderable
      Pide de amor un piélago insondable;
      Pero este, ¿en dónde está?...
      ¡Me arrastro, casi muerto,
      En tu costado, por mi dicha, abierto,
      Jesús, a descansar!...
    Arriba

    ¡Si volvieras!
      ¡Viva, te amé tanto, tanto!
      Muerta, te amo mucho más;
      Mañana, resucitada...
      ¡Cómo te pudiera amar!
    Arriba