Manuel del Palacio

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    Información biográfica

  1. A mi hija María
  2. A Victor Hugo
  3. Amor oculto
  4. El fraile
  5. En el álbum de Maria C. Larravide
  6. Eusebio Blasco y el Gil Blas
  7. Jerez y Rhin
  8. La flor de mi esperanza
  9. Madrigal


Información biográfica
    Nombre: Manuel del Palacio y Simó
    Lugar y fecha nacimiento: Lérida, España, 24 de diciembre de 1831
    Lugar y fecha defunción: Madrid, España, 1906 (74 años)
    Ocupación: Periodista, escritor, poeta; miembro de la Real Academia Española

    Fuente: [Manuel del Palacio] en Wikipedia.org
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    A mi hija María
      Al pronunciar tu nombre, hija querida,
      Puros están mis labios y mi alma,
      Pasadas las tormentas de la vida
      Miro ya al Cielo con serena calma.
      De cuanto amé y creí con fe y empeño
      Sólo dos cosas en mi pecho abrigo:
      Mi amor al bien, que fue mi primer sueño,
      Mi amor a ti, que morirá contigo.
      Rendido alguna vez, jamás postrado,
      Crucé del mundo la escabrosa senda,
      Alta la sien, el pensamiento honrado,
      No dócil al error, y sí a la enmienda.
      Nunca esperé ni aplauso ni memoria
      Ni demandé favor a la fortuna,
      Los pobres lauros que debí a la gloria
      Todos los arrojé sobre tu cuna.
      Si de la edad venciendo los agravios
      Eres, cual ángel hoy, mujer un día,
      Oirás, contada por ajenos labios
      Una historia infeliz, esa es la mía.
      Aspirar a lo grande y ser pequeño,
      Amar la libertad y no gozarla,
      Tener tan solo la razón por dueño
      Y al capricho del mundo encadenarla;
      Vivir sujeto al afrentoso lazo
      Que teje a veces la maldad triunfante,
      Y ver unidos en estrecho abrazo
      El odio ruin y la ambición gigante.
      Tal fue mi vida, tal será la tuya,
      Y, ¡ay de ti si tu aliento desfallece!
      Cuando mi noche terrenal concluya,
      ¡Cuando tu aurora celestial empiece!
      Verás con miedo como yo con ira
      Tomar el vicio de virtud el nombre,
      Aplaudir la verdad a la mentira,
      Hacer el hombre su escabel del hombre.
      Verás de amor cubiertos con el velo
      La torpe liviandad o el vino amaño,
      Herencia del dolor, el desconsuelo,
      Herencia del placer, el desengaño.
      Si esto sucede, si la duda impía
      Osa empañar tu corazón siquiera,
      Abre este libro entonces, hija mía,
      Donde cayó mi lágrima postrera.
      Abrelo, sí, y al recorrer sus hojas
      En que pintarte quiso mi deseo
      De los muertos placeres las congojas
      Y de la vida el loco devaneo.
      Piensa no existe entre sus hojas una
      Que un consejo no guarde provechoso,
      Y que es buen consejo una fortuna
      Que no suele tener el poderoso.
      Piensa que con la fe todo se allana,
      Que con la caridad todo se puede,
      Que hay flor que al huracán resiste ufana
      Y al blando soplo de la brisa cede.
      Sentir, amar, creer; aquí se encierra
      Todo el secreto de la humana vida;
      Quien cumple esta misión sobre la tierra
      Puede esperar en calma su partida.
      ¡Por eso yo con efusión te estrecho
      Hija del alma, te coloco al lado,
      Y me duermo tranquilo y satisfecho
      Como el atleta de luchar cansado!
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    A Victor Hugo
      Con el siglo nació, y el siglo llena;
      Los genios le arrullaron en su cuna,
      Y esclava de su voz fue la tribuna,
      Y sus héroes asombro de la escena.

      Cuando su lira con amor resuena,
      Más dulce que su lira no hay ninguna;
      Cuando al poder maldice o la fortuna,
      Cual desbordado mar ruge y atruena.

      ¡Mártir y salvador, verdugo y reo,
      Diéronle, para honrar su ejecutoria,
      Tasso el laurel, la roca Prometeo:

      Y del carro triunfal de la victoria
      Cayó, tocando en tierra como Anteo
      Para alzarse inmortal... como su gloria!
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    Amor oculto
      Ya de mi amor la confesión sincera
      Oyeron tus calladas celosías,
      Y fue testigo de las ansias mías
      La luna, de los tristes compañera.

      Tu nombre dice el ave placentera
      A quien visito yo todos los días,
      Y alegran mis soñadas alegrías
      El valle, el monte, la comarca entera.

      Sólo tú mi secreto no conoces,
      Por más que el alma con latido ardiente
      Sin yo quererlo te lo diga a voces;

      Y acaso has de ignorarlo eternamente,
      Como las ondas de la mar veloces
      La ofrenda ignoran que les da la fuente.
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    El fraile
      En el ruinoso claustro bizantino
      Iba a sentarme a declinar el día,
      A pie cruzando el áspero camino
      Que conduce del pueblo a la abadía.
      Todo allí soledad, todo misterio;
      Del monte en el declive ameno valle,
      Y vecino a la iglesia el cementerio,
      De altos cipreses tras angosta calle.
      Aquel antiguo claustro, aquella calma,
      Aquel cielo tan puro y transparente,
      Hablaban a mis ojos y a mi alma
      De algo que no se explica y que se siente.
      Alguna vez el eco repetido
      Por la cintrada bóveda del coro
      Traía murmurando hasta mi oído
      El rezo triste y el cantar sonoro;
      Y alguna vez también pálido y mudo,
      Y hombre, que un fantasma parecía,
      Contestaba impasible a mi saludo,
      Y del templo en la sombra se perdía.
      ¿Quién era? Al mundo y a la vida extraño,
      Prófugo del hogar, de nombre incierto,
      ¿Qué crimen, qué dolor, qué desengaño
      Lloraba en aquel árido desierto?
      Bajo su tersa y despejada frente,
      De su pupila azul en los fulgores,
      Irradiaban los sueños de la mente,
      Ricos de luz, de encanto y de colores.
      ¿Quién sabe si en la celda sumergido,
      Cuando todo en silencio reposabas
      Con el orgullo de Luzbel caído,
      Su túnica de Neso desgarraba?
      ¿Tal vez un mártir del amor sería,
      Que al tibio rayo de la luna bella,
      De su amada el espectro evocaría,
      La fe negando a Dios que puso en ella?
      ¿O de oculto pesar víctima triste,
      Acaso maldiciendo su destino,
      De una felicidad que aquí no existe,
      Buscaba en las tinieblas el camino?
      No lo sé; de su imagen solitaria,
      Siempre severa y misteriosa y fría
      Sólo el perfil recuerdo y la plegaria,
      Que más se adivinaba que se oía:
      Y tampoco olvidé que muchas veces,
      Del sitio impresionado y del momento,
      Al rumor de sus pasos y sus preces
      Despertó mi dormido pensamiento...
      Y pensé en mi interior: esa sentencia
      Que el hombre sufre y que se impone él mismo,
      ¿Es ley a que obedece su conciencia,
      O imposición fatal de su egoísmo?
      ¿Puede el humano ser, suprema hechura
      De un divino o Hacedor, fuente de vida,
      Renunciando a su noble investidura,
      Realizar los intentos del suicida?
      No de estéril piedad, de amor fecundo
      Se nutren los hambrientos corazones;
      Y hacen más falta ejemplos en el mundo
      Que en el cielo cantares y oraciones.
      Bálsamo del dolor es la esperanza,
      Y, afirme cuanto quiera la pereza,
      Del bien y la virtud en la balanza,
      Pesa más el que instruye que el que reza.
      Más alto que el incienso, cuya nube
      Se borra condensada en el ambiente,
      Hasta el trono inmortal vibrando sube
      El suspiro del pobre y del doliente.
      Corregir al iluso y al culpable,
      Aliviar al enfermo y al cuitado,
      Ese es el culto a Dios más agradable,
      Ese el deber del justo y del honrado.
      Fraile, no envidio tu serena calma;
      Yo amo al par las espinas y las flores;
      La vida es un combate, y de la palma
      Nunca dignos serán los desertores.
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    En el álbum de Maria C. Larravide
      El cisne que navega
      Por el dormido lago;
      El ruiseñor que entona
      De noche su cantar;
      La tórtola que gime
      Cruzando el aire vago;
      La estrella que aparece,
      La brisa al susurrar,
      No tienen el aroma,
      La luz, la poesía,
      La gracia, la frescura,
      La dulce languidez
      Que el cielo ha derramado
      Simpática María,
      Sobre tus negros ojos
      Y tu rosada tez.
      El lirio dio a tu aliento
      Su embriagadora esencia;
      La palma a tu cintura
      Prestó la ondulación;
      Y hay en tu risa el grato
      Candor de la inocencia,
      Junto al volcán interno
      Que abrasa el corazón.
      Feliz una y mil veces
      Aquel que logre un día
      Los ojos en ti fijos
      Y el alma fija en ti,
      Decirte una palabra,
      Una tan sólo: "¡Mía!"
      Y en tus amables labios
      Beber el dulce: "¡Sí!"
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    Eusebio Blasco y el Gil Blas
      Todos éramos jóvenes,
      Él era casi niño,
      Aragonés y rubio,
      Delgado y enfermizo.
      Inquieto de carácter
      Y al par alegre y vivo,
      Los chistes en su boca
      Brotaban a porrillo;
      Siendo en él el ingenio
      Muy superior al juicio,
      Cosa en que otros mayores
      También nos distinguimos.
      ¡Qué redacción aquella!
      Siempre el petate listo
      Para ir al Saladero
      O para andar a tiros.
      En casa y en la calle
      Cercados por esbirros,
      Y habiéndonos a veces
      De tú con los Ministros.
      Y pese a las denuncias
      Las multas y los líos,
      Rivera tan afable,
      Tan culto Federico,
      Roberto tan idólatra
      De clérigos y obispos,
      Y Blasco tan contento
      Y Juan y yo lo mismo.
      Aquel era entusiasmo,
      Y aquello eran peligros,
      Y censurar sin tregua
      Lo humano y lo divino.
      Hoy del sagrado fuego
      Quedan sólo residuos,
      Y dos viejos vestales
      Del templo derruido
      Que a recordar sus glorias
      Se juntan en el Suizo.
      Allí, Eusebio, se suele
      Llorar por los amigos
      Que logran el descanso
      Tras batallar prolijo:
      Allí con el recuerdo
      Renuévase el cariño,
      Y yo, que todavía
      Culto al pasado rindo,
      Yo, que fui en gratas horas
      De tu niñez testigo,
      Al lamentar tu ausencia
      Por ti y por mí suspiro;
      ¡Que eran tus años pocos
      Al lado de los míos!
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    Jerez y Rhin
      Para curarme el esplín
      Los tomo más de una vez:
      ¡Rico vino es el Jerez!
      ¡Buena bebida es el Rhin!
      Los dos, usados con calma,
      Dan, triunfando del dolor,
      Al cuerpo nuevo vigor,
      Nueva juventud al alma.
      Y ambos, en igual porfía,
      Después de darnos solaz,
      Brindan al que duerme, paz,
      Y al que trabaja, alegría.
      Hay quien con mala intención
      Ponerlos quisiera en guerra:
      ¿Por qué? Cada uno en su tierra
      Cumpla su grata misión.
      Todo el que sabe beber
      Sabe también, cuando menos,
      Que mezclar dos vinos buenos
      Es echarlos a perder.
      Y nunca olvidarse debe,
      Pues anda en libros escrito,
      Que el vino más exquisito
      Se enturbia cuando se mueve.
      Queden, pues, quietos los dos,
      Y pasada la embriaguez,
      Bebamos Rhin y Jerez
      En paz y en gracia de Dios.
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    La flor de mi esperanza
      Yo vi en una mañana
      Serena y deliciosa,
      Brillar en la pradera fresca rosa
      Espléndida y galana.
      Sus hojas de colores
      Al albo Sol herían,
      Era la reina de las otras flores,
      Era la flor de la esperanza mía.

      Las amorosas brisas la mecieron
      Llenando de perfume su capullo,
      Vida y color la dieron,
      Yo lozana la vi del prado orgullo;
      Mis ayes de quebranto
      Sólo ella cariñosa comprendía,
      ¡Cuántas veces mi llanto
      Regó la flor de la esperanza mía!

      Yo la conté mis sueños,
      La historia le expliqué de mis amores,
      Ella feliz rio de mis ensueños,
      Y lloró desgraciada mis dolores.

      Yo la adoré de niño,
      Sobre mi corazón la puse un día;
      Imán de mi cariño
      Llamé la flor de la esperanza mía.

      Ella creció en mi seno
      Gallarda, seductora,
      Y yo de gozo y de ventura lleno
      La alimenté en mi seno hora tras hora.
      Mas huyó la ventura,
      Y ella tambien huyó con mi alegría,
      El viento del dolor y la amargura
      Secó la flor de la esperanza mía.

      Purísimos raudales,
      Que la visteis erguida a vuestro lado
      Reflejar en los límpidos cristales
      Su color nacarado:
      Si viendo sus despojos
      Recordáis su belleza y lozanía,
      ¡Llorad, cual lloran mis dolientes ojos
      La pobre flor de la esperanza mía!
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    Madrigal
      Me miraste, alma mía,
      Y fue tal mi alegría
      Y es mi pasión tan loca,
      Que sentir me parece todavía
      El beso de tus ojos en mi boca.
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