José Cadalso

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    Información biográfica

  1. A la muerte de Filis
  2. A la peligrosa enfermedad de Filis
  3. A la primavera, después de la muerte de Filis
  4. A Venus
  5. Al pintor que me ha de retratar
  6. De la timidez natural de los hombres
  7. Injuria el poeta al amor
  8. Naturaleza absorta en este día
  9. Probando que la ausencia no siempre es remedio contra el amor
  10. Sobre el anhelo con que cada uno trabajo para lograr su objeto
  11. Sobre el poder del tiempo
  12. Unos pasan, amigo
  13. Ya veis cual viene, amantes, mi pastora


Información biográfica
    Nombre: José Cadalso
    Seudónimo: Dalmiro
    Lugar y fecha nacimiento: Cádiz, España, 8 de octubre de 1741
    Lugar y fecha defunción: Gibraltar, Reino Unido, 26 de febrero de 1782 (40 años)
    Nacionalidad: Española
    Ocupación: Oficial, escritor, dramaturgo, poeta

    Fuente: [José Cadalso] en Wikipedia.org
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    A la muerte de Filis
      Mientras vivió la dulce prenda mía,
      Amor, sonoros versos me inspiraste;
      Obedecí la ley que me dictaste,
      Y sus fuerzas me dio la poesía.

      Mas, ay, que desde aquel aciago día
      Que me privó del bien que tú admiraste,
      Al punto sin imperio en mí te hallaste,
      Y hallé falta de ardor a mi Talía.

      Pues no borra su ley la Parca dura
      (A quien el mismo Jove no resiste),
      Olvido el Pindo y dejo la hermosura.

      Y tú también de tu ambición desiste,
      Y junto a Filis tengan sepultura
      Tu flecha inútil y mi lira triste.
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    A la peligrosa enfermedad de Filis
      Si el cielo está sin luces,
      El campo está sin flores,
      Los pájaros no cantan,
      Los arroyos no corren,
      No saltan los corderos,
      No bailan los pastores,
      Los troncos no dan frutos,
      Los ecos no responden...
      Es que enfermó mi Filis
      Y está suspenso el orbe.
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    A la primavera, después de la muerte de Filis
      No basta que en su cueva se encadene
      El uno y otro proceloso viento,
      Ni que Neptuno mande a su elemento
      Con el tridente azul que se serene;

      Ni que Amaltea el fértil campo llene
      De fruta y flor, ni que con nuevo aliento
      Al eco den las aves dulce acento,
      Ni que el arroyo desatado suene.

      En vano anuncias, verde primavera,
      Tu vuelta de los hombres deseada,
      Triunfante del invierno triste y frío.

      Muerta Filis, el orbe nada espera,
      Sino niebla espantosa, noche helada,
      Sombras y susto como el pecho mío.
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    A Venus
      Madre divina del alado niño,
      Oye mis ruegos, que jamás oíste
      Otra tan triste lastimosa pena
      Como la mía.

      Baje tu carro desde el alto Olimpo
      Entre las nubes del sereno cielo,
      Rápido vuelo traiga tu querida
      Blanca paloma.

      No te detenga con amantes brazos
      Marte, que deja su rigor al verte,
      Ni el que por muerte se llamó tu esposo
      Sin merecerlo.

      Ni las delicias de las sacras mesas,
      Cuando a los dioses llenos de ambrosía,
      Alegre brinda Jove con la copa
      De Ganímedes.

      Ya el eco suena por los altos techos
      Del noble alcázar, cuyo piso huellas,
      Lleno de estrellas, de luceros lleno
      Y tachonado.

      Cerca del ara de tu templo, en Pafos,
      Entre los himnos que tu pueblo dice,
      Este infelice tu venida aguarda:
      Baja volando.

      Sobre tus aras mis ofrendas pongo,
      Testigo el pueblo, por mi voz llamado
      Y, concertado con mi tono el suyo,
      Te llaman madre.

      Alzo los ojos al verter el vaso
      De leche blanca y el de miel sabrosa;
      Ciño con rosas, mirtos y jazmines
      Esta mi frente.

      Ya, Venus, miro resplandor celeste
      Bajar al templo; tu belleza veo;
      Ya mi deseo coronaste, ¡oh madre,
      Madre de amores!

      Vírgenes tiernas, niños y matronas,
      Ya Venus llega, vuestra diosa viene;
      El aire suene con alegres himnos,
      Júbilo santo.
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    Al pintor que me ha de retratar
      Discípulo de Apeles,
      Si tu pincel hermoso
      Empleas por capricho
      En este feo rostro,
      No me pongas ceñudo,
      Con iracundos ojos,
      En la diestra el estoque
      De Toledo famoso,
      Y en la siniestra el freno
      De algún bélico monstruo,
      Ardiente como el rayo,
      Ligero como el soplo;
      Ni en el pecho la insignia
      Que en los siglos gloriosos
      Alentaba a los nuestros,
      Aterraba a los moros;
      Ni cubras este cuerpo
      Con militar adorno,
      Metal de nuestras Indias,
      Color azul y rojo;
      Ni tampoco me pongas,
      Con vanidad de docto,
      Entre libros y planos,
      Entre mapas y globos.
      Reserva esta pintura
      Para los nobles locos
      Que honores solicitan
      En los siglos remotos;
      A mí, que sólo aspiro
      A vivir con reposo
      De nuestra frágil vida
      Estos instantes cortos,
      La quietud de mi pecho
      Representa en mi rostro,
      La alegría en la frente,
      En mis labios el gozo.
      Cíñeme la cabeza
      Con tomillo oloroso,
      Con amoroso mirto,
      Con pámpano beodo;
      El cabello esparcido,
      Cubriéndome los hombros,
      Y descubierto al aire
      El pecho bondadoso;
      En esta diestra un vaso
      Muy grande, y lleno todo
      De jerezano néctar
      O de manchego mosto;
      En la siniestra un tirso,
      Que es bacanal adorno,
      Y en postura de baile
      El cuerpo chico y gordo;
      O bien junto a mi Filis,
      Con semblante amoroso,
      Y en cadenas floridas
      Prisionero dichoso.
      Retrátame, te pido,
      De este sencillo modo,
      Y no de otra manera,
      Si tu pincel hermoso
      Empleas, por capricho,
      En este feo rostro.
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    De la timidez natural de los hombres
      ¡A cuánto susto el cielo te condena,
      Oh género mortal, flaco y cuitado!
      Se espantan unos en el mar salado
      Y tiemblan otros cuando Jove truena.

      Otros si el eco del león resuena,
      Otros cuando el magnate está irritado,
      Otros cuando en la cárcel han pasado
      Días y noches tristes con cadena.

      Yo sólo discurrí no temblaría
      Al trueno, ni al león, ni al poderoso,
      Ni a la prisión, ni a todo el orbe entero.

      Mas se engañó mi débil fantasía:
      El rostro de mi Filis desdeñoso
      Me cubre de terror, temblando muero.
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    Injuria el poeta al amor
      Amor, con flores ligas nuestros brazos;
      Los míos te ofrecí lleno de penas,
      Me echaste tus guirnaldas mas amenas,
      Secáronse las flores, vi los lazos,
      Y vi que eran cadenas.

      Nos guías por la senda placentera
      Al templo del placer ciego y propicio;
      Yo te seguí, mas viendo el artificio,
      El peligro y tropel de tu carrera,
      Vi que era un precipicio.

      Con dulce copa al parecer sagrada,
      Al hombre brindas, de artificio lleno;
      Bebí quemándose con su ardor mi seno;
      Con sed insana la dejé apurada
      Y vi que era veneno.

      Tu mar ofrece, con fingida calma,
      Bonanza sin escollo ni contagio;
      Yo me embarqué con tal falaz presagio,
      Vi cada rumbo que se ofrece al alma,
      Y vi que era un naufragio.

      El carro de tu madre, ingrata diosa,
      Vi que tiraban aves inocentes;
      Besáronlas mis labios imprudentes,
      El pecho me rasgó la más hermosa
      Y vi que eran serpientes.

      Huye, Amor, de mi pecho ya sereno,
      Tus alas mueve a climas diferentes,
      Lleva a los corazones imprudentes
      Cadenas, precipicios y veneno,
      Naufragios y serpientes.
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    Naturaleza absorta en este día
      Naturaleza absorta en este día
      Contempla el precursor que del futuro
      Abriendo el escondido seno oscuro
      Trajo al linaje humano la alegría.

      Los seres solemnizaron a porfía
      La paz universal que muy más puro
      Tornó el placer y el bien muy más seguro
      Cumpliéndose la excelsa profecía.

      También celebran el placer sabroso
      Que fundad, ¡oh Juan!, en la esperanza
      De nueva prole, cual su madre hermosa.

      Treparán por su cuello delicioso
      Y ella alegre por ver su semejanza
      Posteridad donare numerosa.
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    Probando que la ausencia no siempre es remedio contra el amor
      Cuatro tomas de ausencia recetaron
      A un enfermo de amores los doctores;
      El enfermo sanó de sus amores,
      Y los doctores sabios se mostraron.

      Otros mil ejemplares confirmaron
      De la nueva receta los primeros;
      Los astros conocieron mis dolores,
      Y sin duda sanarme proyectaron.

      Me dieron de recetas tan divina
      Cincuenta tomas (que tomé con tedio),
      Pero más me agravó la medicina,

      Pues tan opuesto al fin fue aqueste medio,
      Que agonizando mi alma, se imagina
      Me matará el remedio sin remedio.
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    Sobre el anhelo con que cada uno trabajo para lograr su objeto
      Pierde tras el laurel su noble aliento
      El héroe joven en la atroz milicia;
      Sepúltase en el mar por su avaricia
      El necio, que engañaron mar y viento.

      Hace prisión su lúgubre aposento
      El sabio, por saber, y por codicia
      El que al duro metal de la malicia
      Fio su corazón y su contento.

      Por su cosecha sufre el sol ardiente
      El labrador, y pasa noche y día
      El cazador de su familia ausente.

      Yo también llevaré con alegría
      Cuantos sustos el orbe me presente,
      Sólo por agradarte, Filis mía.
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    Sobre el poder del tiempo
      Todo lo muda el tiempo, Filis mía,
      Todo cede al rigor de sus guadañas:
      Ya transforma los valles en montañas,
      Ya pone un campo donde un mar había.

      Él muda en noche opaca el claro día,
      En fábulas pueriles las hazañas,
      Alcázares soberbios en cabañas,
      Y el juvenil ardor en vejez fría.

      Doma el tiempo al caballo desbocado,
      Detiene el mar y viento enfurecido,
      Postra al león y rinde al bravo toro.

      Sola una cosa al tiempo denodado
      Ni cederá, ni cede, ni ha cedido,
      Y es el constante amor con que te adoro.
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    Unos pasan, amigo
      Unos pasan, amigo,
      Estas noches de enero
      Junto al balcón de Cloris,
      Con lluvia, nieve y hielo;
      Otros la pica al hombro,
      Sobre murallas puestos,
      Hambrientos y desnudos,
      Pero de gloria llenos;
      Otros al campo raso,
      Las distancias midiendo
      Que hay de Venus a Marte,
      Que hay de Mercurio a Venus;
      Otros en el recinto
      Del lúgubre aposento,
      De Newton o Descartes
      Los libros revolviendo;
      Otros contando ansiosos
      Sus mal habidos pesos,
      Atando y desatando
      Los antiguos talegos.
      Pero acá lo pasamos
      Junto al rincón del fuego,
      Asando unas castañas,
      Ardiendo un tronco entero,
      Hablando de las viñas,
      Contando alegres cuentos,
      Bebiendo grandes copas,
      Comiendo buenos quesos;
      Y a fe que de este modo
      No nos importa un bledo
      Cuanto enloquece a muchos,
      Que serían muy cuerdos
      Si hicieran en la Corte
      Lo que en la aldea hacemos.
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    Ya veis cual viene, amantes, mi pastora
      Ya veis cual viene, amantes, mi pastora
      De bulliciosos céfiros cercada,
      La rubia trenza suelta, y adornada
      Por manos sacras de la misma Flora.

      Ya veis su blanco rostro que enamora;
      Su vista alegre y sonreír que agrada,
      Su hermoso pecho, celestial morada
      Del corazón a quien el mío adora.

      Oís su voz y el halagüeño acento
      Y al ver y oír que sólo a mí me quiere,
      Con envidia miráis la suerte mía.

      Mas si vierais el mísero tormento
      Con que mil veces su rigor me hiere
      La envidia en compasión se trocaría.
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