Jacques Delille

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    Información biográfica

  1. Los tres reinos de la Naturaleza (fragmento; trad. de Andrés Bello)


Información biográfica
    Nombre: Jacques Delille
    Lugar y fecha nacimiento: Clermont-Ferrand, Francia, 22 de junio de 1738
    Lugar y fecha defunción: París, Francia, 1 de mayo de 1813 (74 años)
    Ocupación: Lingüista, escritor, profesor, traductor y poeta; miembro de la Academia Francesa (1774-1813)

    Fuente: [Jacques Delille] en Wikipedia.org
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    Los tres reinos de la Naturaleza 
      (Fragmento; traducción de Andrés Bello)

      La ciudad por el campo dejé un día
      Y recorriendo vagoroso el bello
      Distrito que a la vista se me ofrece
      El prado cruzo y la montaña trepo;
      Llevé por la espesura de la selva
      De mi libre vagar el rumbo incierto;
      Del arroyuelo el tortuoso giro
      Seguí; pasé el torrente; oí el estruendo
      De la cascada; contemplé la tierra,
      Y osé curioso interrogar al cielo.
      El sol se puso y envolvió la noche
      La creación, mas por su triple imperio
      Discurre aún la mente vagorosa.
      Descendió de los astros el silencio
      Derramando en mi ser sabrosa calma;
      Y de mil formas peregrinas veo
      El mágico prodigio todavía
      Y aún no da tregua a la memoria el sueño.
      Pareciome mirar al Genio augusto
      De la naturaleza, entre severo
      Y apacible el semblante, en luminosa
      Ropa velados los divinos miembros.
      De sus siete matices Iris bella
      Bordole el manto; Urania el rubio pelo
      Le coronó de estrellas; doce signos
      El cinto, le divisan; arma el fuego
      De Júpiter su diestra, y su mirada
      Meteoros de luz esparce al viento.
      Bajo sus huellas brota el campo rosas;
      Ábrense a su mandado mil veneros
      De cristalinas ondas; las fragantes
      Alas Favonio agita; o silba el Euro
      Acaudillando procelosas nubes,
      Se inflama el aire, y ronco estalla el trueno.
      Puéblase el ancho suelo de vivientes
      Y el hondo mar; en derredor el Tiempo
      Con mano infatigable alza, derriba,
      Cría, destruye; sus despojos yertos
      La tumba reanima; y da la Parca
      Eterna juventud al universo.
      Cuanto le miro más, mayor parece:
      "¡Mortal! -me dice al fin- si hasta aquí fueron
      Las formas exteriores que este globo
      Muestra a la vista, a tu pincel sujeto
      A empresa superior la fantasía
      Levanta ya; sus íntimos cimientos
      Cala, y de su escondida arquitectura
      Revela a los humanos los misterios;
      Los primitivos elementos canta,
      Su mutua lid, sus treguas y conciertos,
      Mide con huella audaz la escala inmensa
      Que sube desde el polvo hasta el Eterno.
      Haz que en sus vetas el metal se cuaje;
      Desarrolla la flor; somete al cetro
      Del hombre el bruto; eleva a Dios el hombre.
      Yo a tu pintura infundiré mi aliento,
      Y durará cuanto yo dure". Dijo;
      Y a obedecerle voy; mas lejos, lejos
      De mí, sistemas vanos, parto espurio
      De la razón que demasiado tiempo
      Tuvisteis en cadenas afrentosas,
      De sí mismo olvidado, el pensamiento.

      Sobre apoyos aéreos erigido,
      Obra de presuntuosa fantasía
      Que desprecia el examen, un sistema
      Hasta los cielos la cabeza empina,
      Y de los hombres usurpando el culto
      Reina siglos tal vez; mas no bien brilla
      La clara luz de un hecho inesperado,
      La hueca mole en humo se disipa.
      Los vórtices pasaron de Cartesio;
      Pasaron las esferas cristalinas
      De Ptolomeo; y con flamantes alas
      En torno al sol la grave tierra gira.
      De sus frágiles basas derrocados
      Así también vendrán abajo un día
      Tantos sueños famosos; como aquella
      Estatua del monarca de la Asiria,
      Que de oro, plata y bronce fabricada
      Se sustentaba en flacos pies de arcilla;
      Y desprendida de una cumbre apenas
      El tosco barro hirió menuda guija,
      Se estremece el coloso, y desplomado
      Cubre en torno la tierra de ruinas.
      Sigamos pues de la experiencia sola
      El seguro fanal; ella me dicta,
      Yo escribo; a sus oráculos atento,
      Celebro ya la luz; a la luz rinda
      Su homenaje primero el canto mío,
      A la sutil esencia peregrina
      Que los cuerpos fomenta, alumbra, cala;
      Que el verde tallo de la planta anima,
      Su pureza vital conserva al aire,
      Llena el espacio inmenso en que caminan
      Los mundos, y en su rápida carrera
      A la mirada del Eterno imita;
      Fuente de la beldad, pincel del mundo,
      De la naturaleza espejo y vida.
      A la celeste bóveda mi vuelo
      Dirige tú, Delambre, que combinas
      Gusto y saber, y la elegancia amable
      Con el severo cálculo maridas.
      Y pues Newton de su potente mano
      A la tuya pasó no menos digna
      Las riendas de los Orbes luminosos;
      Tiende a tu admirador la diestra amiga;
      Subir me da sobre tu carro alado,
      Y la hueste de esferas infinita,
      Que en raudo curso surcan golfos de oro,
      O equilibradas penden de sí mismas,
      Veré contigo, y su diurna vuelta,
      Y su anuo giro, y de qué ley regidas,
      Ora se buscan con amantes ansias,
      Ora el consorcio apetecido esquivan.
      No te conduce allá la gloria sólo
      De interpretar ocultas maravillas,
      Ni en la región te engolfas de la duda,
      En que sistemas con sistemas lidian;
      Mas del Gran Ser la soberana idea,
      Y el pacto eterno exploras que armoniza
      Ese de luz imperio portentoso
      Donde al orden común todo conspira;
      Donde el cometa mismo, que la roja
      Melena desgreñando, pone grima,
      Guarda en su vasta fuga el señalado
      Rumbo, y el patrio hogar jamás olvida.
      Pura es allí de la beldad la fuente,
      Cuyo ideal modelo te cautiva;
      Mas ¡ah!, que en esos rutilantes orbes
      Do el ángel de la luz con ojos mira
      De piedad este cieno que habitamos,
      Do te ofrece un abismo cada línea,
      Cada astro un punto, y cada punto un mundo,
      No es posible, Delambre, que te siga.
      En pos de objetos, que a Virgilio mismo
      Dieron pavor, no vuelo ya. Campiñas
      Y prados y boscajes me enamoran;
      Ellas, como al mantuano, me convidan;
      A gozar voy su asilo venturoso;
      Y mientras tú con alas atrevidas
      Corres tu reino etéreo, y pides cuenta
      De su prestado resplandor a Cintia,
      O del soberbio carro del Tonante
      Contemplas la lumbrosa comitiva,
      Te veré yo desde mi fuente amada
      En los astros dejar tu fama escrita,
      Y menos animoso, a cantar sólo
      La bella luz acordaré mi lira.

      A cada ser su colorida ropa
      Viste la luz; si toda le penetra,
      Oscuro luto; si refleja toda,
      Pura le cubre y cándida librea.
      Rompe también a veces y divide
      Su trama de oro en separadas hebras,
      Y reflejada en parte, en parte al seno
      Osando descender de la materia,
      Visos le da y matices diferentes.
      Mas otras veces rápida atraviesa
      El interior tejido; y lo más duro,
      Variamente doblada, trasparenta.
      Ora a la superficie en que resurte,
      Con ángulos iguales busca y deja;
      Ora a diverso medio trasmitida,
      Según es denso, así los rayos quiebra.

      Antes que de Newton el alto ingenio
      De la luz los prodigios descubriera,
      Mostrose siempre en haces concentrada.
      Él descosió la espléndida madeja
      Y de la magia de su prisma armado
      Del iris desplegó la cinta etérea.
      Mas a las maravillas de tu prisma
      Precedió, inglés profundo, la ampolluela
      De jabón, con que el niño sin saberlo
      Desenvolviendo los colores, juega.
      Lo que inocente pasatiempo al niño,
      Fue a ti lección; así naturaleza
      Fía al atento estudio sus arcanos,
      O un acaso felice los revela,

      De los siete colores la familia,
      Si toda se reúne, el brillo engendra
      De la radiante luz; y si con varia
      Asociación sus varios tintes mezcla,
      Ya del metal el esplendor produce,
      Ya el oro de la mies que el viento ondea,
      Ya los matices que a la flor adornan,
      Ya los celajes que la nube ostenta,
      Y de los campos el verdor alegre,
      Y el velo azul de la celeste esfera;
      Su púrpura el racimo, y su vistosa
      Cuna de nácar le debió la perla.
      ¿Y quién los dones de la luz no sabe?
      Triste la planta y lánguida sin ella
      Niega a la flor colores, niega al fruto
      Dulce sabor, y adonde alcanza a verla,
      Allá los ojos y los tiernos ramos
      Descolorida tiende y macilenta.
      ¿Ves de enfermiza palidez cubrirse
      La endibia en honda estancia prisionera?
      ¿Ves en la zona do a torrentes de oro
      Derrama el sol su luz, cuál hermosea
      Florida pompa el oloroso bosque?
      Empapadas allí de blanda esencia
      Bate las alas céfiro lascivo,
      Dorada pluma el avecilla peina,
      Abril florece sin cultura eterno,
      Y toda es vida y júbilo la selva;
      Mientras del norte la región sombría
      De funeral horror yace cubierta.
      ¿Pero qué digo? Allá en el norte helado
      Es do mejor sus maravillas muestra
      La bella luz; brillantes meteoros
      El largo imperio de la noche alegran,
      Y la atezada oscuridad en llamas
      Rompe de celestial magnificencia,
      Con quien el alba misma no compite
      En el clima feliz que la despierta.
      Ora la lumbre boreal el aire
      Cautiva tiene en tenebrosa niebla,
      Ora le da salida y la derrama
      En fúlgidas vislumbres; ora vuela
      En rayos dividida, ora se tiende
      En ancha zona; aquí relampaguea
      Bruñida plata; allá con el zafiro
      El amatiste y el topacio alternan
      Y del rubí la ensangrentada llama;
      Ya un alterado piélago semeja
      Que de furiosa ráfaga al embate
      Montes lanza de fuego a las estrellas;
      Ya estandartes tremola luminosos;
      Bóvedas alza; en carros de oro rueda;
      Columnas finge; o risco sobre risco,
      Fábrica de gigantes, aglomera;
      Y hace el horror de la estación sombría
      De maravillas variada escena.

      Creyolas la ignorancia largo tiempo
      Ígneas exhalaciones que en la densa
      Nieve del septentrión reverberadas,
      A las naciones presagiaban guerra,
      Iras, tumulto, y vacilar hacían
      Del tirano en la frente la diadema.
      Otros el polo helado imaginaron
      Ver envuelto en el limbo de la inmensa
      Atmósfera solar, cuyos reflejos
      Denso el aire o sutil rechaza, alberga,
      Difunde en modos varios o acumula,
      Y su luz tiñe, y formas mil le presta.

      Refieren los poetas (de natura
      Elegantes intérpretes) que Jove
      A dos bellas hermanas hizo reinas,
      Una del rico oriente, otra del norte.
      La Boreal Aurora cierto día
      -Añaden- viendo que su hermana el goce
      De la divinidad obtiene sola
      Y el incienso le usurpa de los hombres,
      Al Sol su padre va a quejarse, y mientras
      Que de sus ojos tierno llanto corre:
      "¡Oh eterno rey del día!, ¡oh padre!, exclama,
      ¿Hasta cuándo será que me deshonren
      Los que hija de la tierra me apellidan
      Y parto vil de frígidos vapores?
      ¿Hasta cuándo querrás que oprobio tanto
      Infame tu linaje? El manto rompe
      De púrpura que visto, y de mis galas
      La inútil pompa en luto se trasforme,
      Arranca de mis sienes la corona,
      Si por hija ¡ay de mí! me desconoces.
      ¡Oh cuánto es más feliz la hermana mía!
      La hospeda el cielo, y la bendice el orbe,
      Conságranle sus cánticos tus musas,
      Y en blando coro la saluda el bosque.
      ¿Y a qué beldad honores tales debe?
      ¿Por qué la adora el mundo, y de mi nombre
      Se acuerda apenas? ¿Vale tanto acaso
      El falso lustre de caducas flores
      Que a un leve soplo el ábrego deshoja?
      Siempre descoloridos arreboles
      La ven nacer, y de abalorios vanos
      Las trenzas orna que a tu luz descoge.
      Mas yo de oro y de púrpura y diamantes
      Recamo el cielo; yo a la parda noche
      Hago dejar sus lúgubres capuces
      Y alas de luz vestir; por mí depone
      Su sobrecejo la arrugada bruma;
      Por mí Naturaleza, en medio el torpe
      Letargo del invierno, abre los ojos
      Y tu brillante imperio reconoce.
      Mi hermana, dicen, a servirte atenta
      Madruga cada día, y tus veloces
      Caballos unce, y a la tierra el velo
      De la tiniebla fúnebre descorre.
      Sí, sábelo el Olimpo, que dejando
      La cama de Titón, va con el joven
      Céfalo a solazarse, y no se cura
      De que a la tarda luz el mundo invoque.
      ¿Por qué, pues, ha de ser la hermana mía
      Única en tu cariño y tus favores?
      ¿Por qué, si hija soy tuya, no me es dado
      Beber contigo el néctar de los dioses?"
      "Cese tu duelo, cese, ¡oh sangre mía!
      Tus lágrimas enjuga (el Sol responde);
      Yo vengaré tu largo vituperio.
      Un mortal he elegido que pregone
      La alteza de tu cuna, y a su cargo
      Con noble empeño tu defensa tome.
      Él diga tu linaje; y las estrellas,
      Cual hija de su rey, de hoy más te adoren".
      Dice; ella parte; el rey del cielo un rayo
      De su frente inmortal desprende entonces
      (De aquellos con que a espíritus felices
      De estro divino inflama, y lleva a donde
      Los haces de tus obras confidentes,
      Naturaleza, y tus arcanos oyen);
      El nombre en él grabó de su hija amada
      Y la estirpe y las gracias; y lanzóle
      Al ilustre Mairán; el dardo vuela,
      Hiérele; y ya inspirado los blasones
      De la hiperbórea diosa canta el sabio.
      La Aurora de los climas de Bootes,
      Como la del oriente, es ensalzada,
      Y adoradores tiene, imperio y corte.

      Así cantaron las divinas musas.
      Otros la vasta atmósfera suponen
      De eléctricos principios agitada,
      Que en intestina lid hierven discordes,
      Y el cielo hinchiendo de tumulto y guerra
      Alzan sobre el atónito horizonte
      Lúcidos meteoros; mas, en medio
      De encontradas hipótesis, esconde
      Su lumbre la verdad, y el juicio ignora
      Donde la planta mal segura apoye.
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