Abelardo Moncayo Jijón

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    Información biográfica

  1. Ante la tumba de doña Dolores Veintemilla de Galindo
  2. El sermón del monte
  3. La inspiración


Información biográfica
    Nombre: Abelardo Moncayo Jijón
    Lugar y fecha nacimiento: Ecuador, 6 de junio de 1848
    Lugar y fecha defunción: Ecuador, c. 1915 (67 años)
    Ocupación: Estadista, crítico literario, escritor, poeta

    Fuente: [Abelardo Moncayo Jijón] en Wikisource.org
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      Ante la tumba de doña Dolores Veintemilla de Galindo
        Ángel que -acaso- del Edén huyendo
        Viniste de la tierra al triste valle;
        Tú que dejando angélica compaña,
        Solitaria en el mundo te encontraste...

        ¡Oh, cuánto habrás sufrido!... ¿Aquí, sonrisas
        Habrá que aduerman el dolor de un ángel?
        ¡Un acento de amor!... ¿Pero en qué idioma,
        Si nadie comprendía tu lenguaje?

        De la música el Genio y la pintura,
        En sonrisa dulcísima, al crearte,
        Ve que las musas, a tu tierno pecho,
        Se lanzan amorosas a ocultarse.

        ¡Y ves la luz!, y en celestial acorde,
        Al deslizar los dedos en tu clave,
        Nos das del cielo una armonía: acaso
        Lento suspiro de proscrito arcángel.

        En tu mano el pincel, rápido, firme
        De Eva nos pinta el edenial boscaje,
        En que inocente apareció: tú misma
        ¿Testigo fuiste acaso de ese instante?

        Tomas la lira y con seguro vuelo
        Te remontas al cielo en tus cantares,
        Grabas con ascuas tus sublimes "Quejas",
        Suspiras cual alondra agonizante.

        ¡Y sordo el mundo que te cerca!, y ciego
        El mundo vil que el asqueroso ultraje
        Sufre riendo, que la ruin envidia
        Lanza con la calumnia a tu semblante.

        Mas, envidia y calumnia de unos hombres
        En el seno encarnadas: ¿tan vulgares
        Son ingenio y belleza en tu almo sexo,
        Que tu pecho en rasgar tanto se placen?

        Tu lengua a nadie hiere; ruboroso
        Huye tu numen de ofuscar a nadie;
        Tu encanto es lo ideal, y de lo bello
        Poner en nuestras manos lo impalpable.

        Mas, ¿qué hay sagrado para el vil? Su gloria
        Fue herir tu corazón, pisotearle.
        ¡Y esos hombres... malvados!, ¿y aún su tumba
        Os atrevéis a escarnecer infames?

        Los que de cerdos en inmunda piara
        Son de lo torpe nauseabunda imagen,
        ¿Osan del corro teologal la jerga
        Con trompa ascosa balbucir audaces?

        Ella, del alma en las regiones... ellos,
        Hoscos gruñendo en viles lodazales;
        Ella luz, ellos nieblas; ella un astro,
        Ellos con cieno ansiando deslustrarle.

        ¡Y se eclipsó por fin! ¡Fiero heroísmo
        El de tu alma sin ventura, oh Ángel!
        Pero, más negro y asqueroso el triunfo
        De aquellos que extremaron tu coraje.

        ¡Y aún alientan la vida, y aún el nombre
        Del sumo Dios embaban infernales!
        ¿Cómo a pedazos su blasfema lengua,
        Cómo su pecho no devoran áspides?

        Si la vida execrar tal vez es crimen
        En el hijo orgulloso de los Andes,
        Que de Dios la sonrisa en su almo cielo
        Contempla derramándose radiante.

        ¿Será virtud el bendecirla insanos
        De tanta sierpe en medio, que los aires
        Con la ponzoña de su aliento impuro
        Corrompen, envenenan detestables?

        Pero infeliz, con descuajadas alas,
        ¿Puede la alondra al cielo remontarse?
        ¡Del pecho desgarrado, en tu sepulcro,
        Trémulo vierto lágrimas de sangre!

        ¿Hiciste bien?... ¡oh no, mísera Safo!
        Si de furor transidos, aún los ángeles
        Llegan la luz a odiar, aquí en la tierra
        Eras mujer al fin... ¡ay!, ¡y eras madre!...

        ¡Y qué horror, si a tu pecho, sollozando
        Pega sus labios tu rosado infante
        Vida buscando aún!... Mariposilla
        Tras de flores y luz, sobre un cadáver.

        ¿Hiciste bien?... ¡ay, nunca! Enternecidos
        Tus hermanos, los ángeles, al darte
        El ósculo de amor... lívidas, negras
        Al ver las rosas de tu boca de ángel,

        Palidecieron... y sus bellos rostros
        Inundaron de llanto inconsolable;
        Y aún Dios, con su mirada bondadosa,
        Por tu hijo te pregunta, por tu madre...

        ¿Sufrías? Mas de hiel algunas gotas
        También nos brinda de la vida el cáliz.
        ¿Reina en la tierra el mal? Pero al hambriento
        Aún podemos en pan de gozo hartarle.

        Mas mi Dios es tu Dios. Él, que la fuente
        Es de amor inexhausta, inagotable;
        Si una gotilla te lavó esos labios...
        ¡Duerme tranquila, que tu Edén cobraste!
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      El sermón del monte
        Mientras tendido el gladiador, los ojos
        Vuelve espirantes a la dulce patria,
        Desde el sangriento circo donde rosas
        El Pueblo-rey ceñido, de matanza
        Ávido ruge y de placeres monstruos
        Que adormezcan su hastío... ¿esa montaña
        Veis allá lejos de verdor vestida
        De fresco bosquecillo coronada?

        Niños y pobres, a su sombra, atentos
        Clavan los ojos en un hombre... ¡El alba
        Dio a su sonrisa su apacible lumbre,
        Su calor cedió el sol a su mirada!

        Tomando un niño en su regazo, afable
        Mira a la turba estática a sus plantas,
        Mueve los labios, y aún la leve brisa
        Pliega al instante sus inquietas alas.

        Y rompe a hablar: "Feliz el pobre, dice,
        El que su pan con lágrimas empapa.
        ¡Oh bienhadado!, pues cual ave libre
        Hacia el Reino de Dios tiende sus alas."

        "¡Feliz el manso, que en los hombres todos
        Hermanos suyos ve, y a todos ama;
        Suya es la tierra y deleitosa sombra
        A todos, como el álamo regala!"

        "¡Feliz quien de la vida los placeres
        Desdeña, y llora su dolor; del alma
        Las lágrimas son perlas, y al Eterno
        Un ángel las ofrece al enjugarlas."

        "Y el que hambre y sed padece, por el triunfo
        De la justicia lucha aún entre llamas.
        ¡Feliz atleta, de justicia ahíto,
        Tiene en el cielo inmarcesible palma!"

        "¡Feliz quien para el débil, para el triste
        De amor y de piedad tesoros guarda;
        Para él, en cambio, es Dios, a toda hora,
        De piedad y de amor fuente inexhausta!"

        "¡Feliz el corazón que limpio, puro,
        Sólo de Dios refleja las miradas;
        Blanca paloma de amorosos ojos,
        En el seno de Dios su nido labra!"

        "La sangre, oh hijos míos, de la tierra
        Es la más negra y formidable mancha.
        ¡Feliz el hijo de la Paz, que hijo
        También de Dios los ángeles le aclaman!"

        "¡Venid a mí los que lloráis! El peso
        Yo alivio del dolor, le trueco en calma;
        Fuente de luz y de la eterna vida,
        Vida y calor derraman mis palabras."

        "De mí aprended que manso y humildoso
        Sólo de amor mi corazón es brasa.
        ¿Queréis felices ser?... De este angelito
        El candor recobrad, míseras almas."

        Y hablando así, como tranquilo arroyo,
        Se deslizan, cantando sus palabras.
        ¿Oyó jamás tan dulce melodía
        En su destierro, la proscrita raza?

        Y al alma luz, y al corazón consuelo,
        Y al ciego vista, y voz al que no habla,
        Y vida al muerto, y paz, paz a la tierra,
        Brotan radiantes esas tersas aguas.

        Y el que habla así y trastorna de Natura
        Las leyes, tierno con los niños habla...
        Ciega razón... ¡humíllate! ¿La aureola
        De esa divina faz a ver no alcanzas?

        Mas, ya en la arena el gladiador, helado
        Cerró los mustios ojos, de venganza
        Roído y de dolor... ¡ay infelice,
        De Jesús no escuchó ni una palabra!
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      La inspiración
        (Versos dedicados a mi muy querido amigo Quintiliano Sánchez)

        ¿Qué eres inspiración? ¿Acaso el eco
        De celestial, angélica armonía,
        Que en el espacio de la tierra vaga
        El afán arrullando de la vida?

        ¿Qué eres, inspiración? ¿La única prenda
        Tal vez, que el hombre del Edén, furtiva,
        Pudo traer, y en ella del recuerdo
        El aroma, con lágrimas, aspira?

        ¡Oh, hija del dolor!, ¿sólo en el pecho
        Que de la angustia en la inquietud palpita,
        Formas tu nido, y tu cantar aprendes?

        ¿Qué eres, inspiración? ¿Tal vez del fuego
        Con que a Natura el Creador anima
        La más subida llama, que en hoguera
        Cambias de amor la humana fantasía?

        Tu esencia no conozco; mas palpable
        Doquier tu aureola fulgurante brilla.
        Verbo de Dios, o del Edén recuerdo,
        ¡Feliz quien vio la luz a tu sonrisa!

        El arpa de Salén del sauz colgada,
        Del turbio Babilonia en las orillas,
        La imagen es del alma que a tu aliento,
        ¡Oh inspiración, de súbito palpita!

        Cual ella gime en extranjera zona,
        Llora cual ella, al soplo de las brisas,
        Y, cual esa arpa, al infeliz proscrito
        Le recuerda su cuna primitiva.

        Mas, ya del Ande en el confín, risueña,
        Ahoga tu tenaz melancolía;
        Tu llanto absorbe con amor este aire,
        Mas llanto quiere de esperanza y vida.

        Cual de tímida virgen el semblante
        Que aún no del todo de jugar se olvida,
        Mas que ya en ansias arde indefinibles,
        Y del llanto veloz pasa a la risa;

        Así en lóbrega lluvia nuestro cielo
        Anega aterrador estas campiñas;
        Mas, aún en medio de ella, de improviso
        Del sol más vivos los destellos brillan.

        ¡Oh!, ven risueña, y del andino bardo
        Presta al laúd tu dulce melodía
        Himnos de amor, de férvida esperanza
        Enseña, amable a nuestras bellas ninfas.

        Ya la aljaba agitando belicosa,
        Cual amazona fiera, las orillas
        Atronaste del Guayas: ¿habrá insano
        Que ose pulsar aquella sacra lira?

        Ella y el héroe que ensalzó, benignos,
        De nuestro amor acepten las primicias;
        ¡Mas, ya no hay campos de Junín! ¿Y qué héroe
        De tu voz digna en esta zona miras?

        Si es tierno ver tu pálido semblante
        En lágrimas bañado, cual el día
        En que en la tumba de agostada virgen,
        Doliente, una guirnalda deshacías;

        No menos bella el alma te sorprende
        Del alba con el manto revestida,
        Bañando en rosas las radiantes cumbres
        Áureas diademas de la sierra andina.

        Miro tu veste en el azul del cielo,
        En el Cayambe tu garganta nívea,
        Tu hálito aspiro en aromosa vega,
        Mido tu paso en la apacible brisa.

        Oigo tu voz en el raudal sonoro
        Que rebramando con furor se abisma;
        Pero, si gimes, conmovido el bosque
        También doliente con amor suspira.

        Derramando ventura por los valles
        Con qué placer sonríes; fugitiva,
        Te ve el caudal de majestuoso río,
        Espumosa, meciéndote en tus linfas.

        Y, si arrogante, en opulentas cortes,
        Aunque de hielo tu esplendor fascina,
        ¡Oh!, más nos enamoras, candorosa,
        Palpitante de amor, libre y sencilla.

        Muestras tu magia en sonrosados labios,
        Juegas traviesa en fúlgidas pupilas,
        Ágil arrobas en festiva danza,
        Tu poder en un talle divinizas.

        Mas, ¿cuántas veces, aún en julio bello,
        No nos priva del sol nube sombría?
        Pasmosa eres entonces, tu hermosura,
        Torva al velar en saña repentina.

        Ruges del mar en los hirvientes montes,
        En alas de huracán rauda te agitas,
        Acalla el trueno tu aterrante acento,
        Te da su manto la borrasca altiva.

        Del Sangay es tu aureola, el Cotopaxi
        Te presta su terrífica armonía;
        Ayes de angustia, gritos de venganza,
        En tus acordes lúgubres palpitan.

        Mas, calma ese furor, y de la tarde
        Te cubres con la veste purpurina;
        Sueltas la cabellera y melancólica
        Te sientas de los Andes en la cima.

        Por la estrellada bóveda, radiante,
        A la par con la luna, te deslizas;
        Y si el silencio rompes... en la tierra,
        Tus arpegios apenas se adivinan.

        Gustan entonces el dolor, la ausencia
        De tu vago cantar; despavorida,
        Agostada ilusión, a tu regazo
        Arrójase a ocultar sus agonías.

        Mas cuánto ganas en sublime encanto,
        Cuando bella, inmortal sacerdotisa,
        En templo mudo y solitario, aún tibio
        El perfumado aliento de la brisa,

        Hablas de Dios y eternidad; austera,
        A la luz de una lámpara indecisa,
        Aún entrever le dejas al espíritu
        El siempre oscuro arcano de la vida.

        Tu esencia no conozco; mas, temblando,
        Doquier el alma con amor te aspira;
        ¡Hija del cielo o del edén recuerdo,
        Ah, no a mi patria niegues tu armonía!

        Hija del sol, de su radiante hoguera
        Nuestras almas acaso participan;
        Mas si hondo sueño duermen, a tu acento
        De rubor se despierten encendidas.

        Cierra los ojos a su actual destino,
        Canta la pompa que en su suelo brilla,
        Y alzando audaz del porvenir el velo,
        De la esperanza aviva la sonrisa.
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