Salvador Díaz Mirón

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    Información biográfica

  1. A Berta
  2. A Blanca
  3. A Déltima*
  4. A ella
  5. A Gloria
  6. A M.
  7. A Margarita
  8. A Piedad
  9. A ti
  10. A una dama
  11. Al separarnos
  12. Canción medioeval
  13. Cintas de sol
  14. Cleopatra
  15. ¡Con qué dolor, y válgame ser franco!
  16. Confidencias
  17. Consonancias
  18. Copo de nieve
  19. Date Lilia
  20. Dedicatoria
  21. Dentro de una esmeralda
  22. Deseos
  23. Despedida al piano
  24. El arroyo
  25. En el álbum de la señorita Ana Markoe
  26. En el álbum de la señorita Luz Landero
  27. En el álbum de Matilde
  28. En un álbum
  29. Engarce
  30. Epístola a Déltima
  31. Estrofas varias
  32. Infeliz el cónyuge, ¡ay del que se fíe!
  33. La canción del paje
  34. La cita
  35. La estrella mensajera
  36. La giganta (fragmento)
  37. La nube
  38. Los parias
  39. Mística
  40. Mudanza
  41. Música de Schubert
  42. Música fúnebre
  43. Nox
  44. Ojos verdes
  45. Paquito
  46. Pepilla
  47. ¿Por qué?
  48. Rimas


Información biográfica
    Nombre: Salvador Díaz Mirón
    Lugar y fecha nacimiento: Puerto de Veracruz (México), 14 de diciembre de 1853
    Lugar y fecha defunción: Puerto de Veracruz (México), 12 de junio de 1928 (74 años)
    Ocupación: Político, periodista, poeta; miembro de la Academia Mexicana de la Lengua

    Fuente: [Salvador Díaz Mirón] en Wikipedia.org
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    A Berta
      Ya que eres grata como el cariño
      Ya que eres bella como el querub,
      Ya que eres blanca como el armiño,
      ¡Sé siempre ingenua, sé siempre tú!

      El torpe engaño que el vicio fragua
      Nunca se aviene con la virtud.
      ¡Sé transparente como es el agua,
      Como es el aire, como es la luz.

      Que tu palabra -dulce armonía
      Que tu alma exhala como un laúd,
      Como una alondra que anuncia el día
      Presa en la sombra que flota aún-

      Sea un arroyo sereno y puro
      Do al inclinarme como un saúz
      Mire las guijas del fondo oscuro
      Y las estrellas del cielo azul.
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    A Blanca
      ¡Tu belleza mirífica no asoma
      Y en éxtasis escucho tu voz clara,
      Que llega del jardín cual un aroma,
      Pero cual un aroma que cantara!

      ¡Endulzas con tu acento un mar de acíbar
      Y en éxtasis escucho tu voz clara,
      Que viene de un amor, cual un almíbar,
      Pero cual un almíbar que cantara!
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    A Déltima*
      Vuelve a mí la odorífera corola
      Y acoge la oblación de mis gorjeos,
      ¡Oh tú, la rosa mística, la sola
      Flor viva del jardín de mis deseos!

      Tu esencia, en que mi anhelo se sacia,
      Es tu cáliz nítido, que adoro,
      Gota de miel en ánfora de gracia,
      Grano de mirra en incensario de oro.

      A ti van los suspiros y las quejas
      Del nostálgico mal que me consume.
      Las ansias de mi afán son las abejas
      Y tú eres la dulzura y el perfume.

      Mas estas notas que mi angustia exhala
      Son las últimas, ¡ay!, que habré de darte
      Son los batidos lúgubres del ala
      De la ilusión que se despide y parte.

      ¡Mujer, entre mi afecto y tu cariño
      Hay un abismo que mi orgullo ensancha,
      Y sé que tu virtud es un armiño
      Que no consiente ni soporta mancha!

      ¡Altivez infernal! ¡Deber penoso!
      ¡Escollos de dolor en nuestra vía!
      ¡Yo no puedo sin mengua ser tu esposo
      Y tú no puedes con honor ser mía!

      ¡Oh memoria... gloriosa infortunada,
      Llévame hacia el Edén que mi alma quiso!
      ¡Oh mi pobre pasión... Eva enlutada,
      Toma con el recuerdo al paraíso!

      ¡Anda! ¡Riega y evoca con tu llanto
      Tus agostadas primaveras puras,
      Ángel apocalíptico en el santo
      Valle de Josafat de las venturas!

      ¡Después... oh triste mártir que palpitas
      De nuevo bajo el paño de la muerte!
      ¡Noble Cristo interior que resucitas,
      Huye del cautiverio de la suerte!

      ¡Rocío abrasador, quema mis ojos!
      ¡Lluvia de tempestad, inunda el suelo!
      ¡Plegaria funeral, ponte de hinojos!
      ¡Volcán, arroja tu erupción al cielo!

      ¡Oh, mi amor... sal del féretro en que yaces!
      ¡Brota del corazón que has hecho trizas!
      ¡Sube a Dios, Fénix ígneo que renaces
      Cantando de tus mágicas cenizas!

      *Déltima, anagrama de Matilde.
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    A ella
      Semejas esculpida en el más fino
      Hielo de cumbre sonrojado al beso
      Del sol, y tienes ánimo travieso,
      Y eres embriagadora como el vino.

      Y mientras: no imitaste al peregrino
      Que cruza un monte de penoso acceso,
      Y párase a escuchar con embeleso
      Un pájaro que canta en el camino.

      Obrando tú como rapaz avieso,
      Correspondiste con la trampa del trino,
      Por ver mi pluma y torturarme preso.

      No así al viandante que se vuelve a un pino
      Y párase a escuchar con embeleso
      Un pájaro que canta en el camino.
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    A Gloria
      No intentes convencerme de torpeza
      Con los delirios de tu mente loca:
      Mi razón es al par luz y firmeza,
      Firmeza y luz como el cristal de roca.

      Semejante al nocturno peregrino,
      Mi esperanza inmortal no mira el suelo;
      No viendo más que sombra en el camino,
      Sólo contempla el esplendor del cielo.

      Vanas son las imágenes que entraña
      Tu espíritu infantil, santuario oscuro.
      Tu numen, como el oro en la montaña,
      Es virginal y, por lo mismo, impuro.

      A través de este vórtice que crispa,
      Y ávido de brillar, vuelo o me arrastro,
      Oruga enamorada de una chispa
      O águila seducida por un astro.

      Inútil es que con tenaz murmullo
      Exageres el lance en que me enredo:
      Yo soy altivo, y el que alienta orgullo
      Lleva un broquel impenetrable al miedo.

      Fiando en el instinto que me empuja,
      Desprecio los peligros que señalas.
      "El ave canta aunque la rama cruja,
      Como que sabe lo que son sus alas".

      Erguido bajo el golpe en la porfía,
      Me siento superior a la victoria.
      Tengo fe en mí; la adversidad podría,
      Quitarme el triunfo, pero no la gloria.

      ¡Deja que me persigan los abyectos!
      ¡Quiero atraer la envidia aunque me abrume!
      La flor en que se posan los insectos
      Es rica de matiz y de perfume.

      El mal es el teatro en cuyo foro
      La virtud, esa trágica, descuella;
      Es la sibila de palabra de oro,
      La sombra que hace resaltar la estrella.

      ¡Alumbrar es arder! ¡Astro encendido
      Será el fuego voraz que me consuma!
      La perla brota del molusco herido
      Y Venus nace de la amarga espuma.

      Los claros timbres de que estoy ufano
      Han de salir de la calumnia ilesos.
      Hay plumajes que cruzan el pantano
      Y no se manchan... ¡Mi plumaje es de esos!

      ¡Fuerza es que sufra mi pasión! La palma
      Crece en la orilla que el oleaje azota.
      El mérito es el náufrago del alma:
      Vivo, se hunde; pero muerto, ¡flota!

      ¡Depón el ceño y que tu voz me arrulle!
      ¡Consuela el corazón del que te ama!
      Dios dijo al agua del torrente: ¡bulle!;
      Y al lirio de la margen: ¡embalsama!

      ¡Confórmate, mujer! Hemos venido
      A este valle de lágrimas que abate,
      Tú, como la paloma, para el nido,
      Y yo, como el león, para el combate.
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    A M.
      ¿Detenerme? ¿Cejar? ¡Vana congoja!
      La cabeza no manda al corazón.
      Prohíbe al aquilón que alce la hoja,
      No a la hoja que ceda al aquilón.

      ¡Cuando el torrente por los campos halla
      De pronto un dique que le dice: "atrás",
      Podrá saltar o desquiciar la valla
      Pero pararse o recular... jamás!

      ¿Por qué te adoro y a tus pies me arrastro?
      ¿Por qué se obstinan en volverse así
      La aguja al norte, el heliotropo al astro,
      La llama al cielo y mi esperanza a ti?
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    A Margarita
      ¡Qué radiosa es tu faz blanca y tranquila
      Bajo el dosel de tu melena blonda!
      ¡Qué abismo tan profundo tu pupila,
      Pérfida y azulada como la onda!

      El fulgor soñoliento que destella
      En tus ojos donde hay siempre un reproche,
      Viene cual la mirada de la estrella,
      De un cielo ennegrecido por la noche.

      ¡Tu rojo labio en que la abeja sacia
      Su sed de miel, de aroma y embeleso,
      Ha sido modelada por la gracia
      Más para la oración que para el beso!

      ¡Tu voz que ora es aguda y ora grave,
      Llena de gratitud suena en mi oído
      Como el saludo arrullador del ave
      Al sol naciente que despierta el nido!

      ¡La palabra mordaz y libertina,
      En tu boca, que el ósculo consume,
      Es una flor de punzadora espina,
      Pero que tiene un mágico perfume!

      ¡Tu discurso es amargo, licencioso
      Y repugnante, pero extraño ejemplo-
      Yu acento es dulce, arrobador y uncioso,
      Como el canto del órgano en el templo!

      ¡Tu lenguaje, a cuyo eco me emociono,
      Lastima al mismo tiempo que recrea:
      Es el salmo de un ángel por el tono
      Y el alma de un demonio por la idea!

      ¡Tu mano esconde un cetro: el albo lirio,
      Y fue tallada con primor no escaso
      Más para la limosna y para el cirio
      Que para la caricia y para el vaso!

      ¡Tu cuerpo...! ¡Qué a menudo la locura
      Rasgó ante mí tus hábitos discretos,
      Y tu estatuaria y lúbrica hermosura
      Me reveló sus íntimos secretos!

      ¡Cuántas veces a la hora del tocado
      Penetré hasta tu estancia encantadora!
      Y en un tibio misterio plateado
      Por una claridad como de aurora,

      Te hallé al salir del agua derramando
      Un rocío de líquidos cambiantes
      -Escultura de nieve, comenzando
      A deshelarse y a verter diamantes-.

      Y vi a la sierva que te adorna y peina
      Ajustar con destreza cuidadosa
      Tu magnífica túnica de reina
      A tu soberbia desnudez de diosa.

      ¿Qué miseria o qué afán o qué flaqueza
      Te arrojó del Edén, Eva proscrita?
      ¿Qué Fausto asió tu virginal belleza
      Y la acostó en el fango, Margarita?

      ¡Inexplicable suerte, buena y mala,
      La que a ti me llevó y a mí te trajo!
      ¡Nuestro insensato amor es una escala
      Y por ella tú asciendes y yo bajo!

      ¡Oculta y sola, mi pasión huraña
      Crece en mi corazón herido y yerto;
      Oculta, como el cáncer en la entraña;
      Sola, como la palma en el desierto!
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    A Piedad
      Llegas a mí con garbo presumido,
      Tierna y gentil. ¡Cuán vario es el orgullo!
      Ostenta en el león crin y rugido,
      Y en la paloma tornasol y arrullo.

      Brillas y triunfas, y a carnal deseo
      Cierras la veste con seguro alarde,
      Y en el fulgor de tu mirada veo
      Sonreír al lucero de la tarde.

      Hay minutos de gracia, que suspenden
      El dolor con alivio soberano,
      Que de la paz divina se desprenden
      Para cruzar el infortunio humano.

      Virtud celeste a la miseria mía
      Viene contigo, y en el antro asoma
      Y entra y cunde como una melodía,
      Como una claridad, como un aroma.

      Al triste impartes, como buena maga,
      Tregua feliz, y en dulce desconcierto,
      Bendigo por el bálsamo la llaga
      Y amo por el oasis el desierto.

      Y me vuelvo a mi cítara y la enfloro
      Y la pulso, y el son que arranco a ella
      Se va, tinto en la púrpura y el oro
      Del puesto sol, a la primera estrella.
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    A ti
      Portas al cuello la gentil nobleza
      Del heráldico lirio; y en la mano
      El puro corte del cincel pagano;
      Y en los ojos abismos de belleza.

      Hay en tus rasgos acritud y alteza,
      Orgullo encrudecido en un arcano,
      Y resulto en mi prez un vil gusano
      Que a un astro empina la bestial cabeza.

      Quiero pugnar con el amor, y en vano
      Mi voluntad se agita y endereza,
      Como la grama tras el pie tirano.

      Humillas mi elación y mi fiereza;
      Y resulto en mi prez un vil gusano
      Que a un astro empina la bestial cabeza.
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    A una dama
      Bailas por antojo que al mancebo engríe;
      Y escotada luces dos hechizos fuera,
      Y en el rubio monte de tu cabellera
      Una flor de grana bruscamente ríe.

      ¡Pasas, huyes, tornas y el placer deslíe
      Fósforo combusto que te pinta ojera,
      Y tu maridazo mira errar la hoguera
      Y nada barrunta que le contraríe!

      ¡Y en el rubio monte de tu cabellera
      Una flor de grana bruscamente ríe!
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    Al separarnos
      Nuestras dos almas se han confundido
      En la existencia de un ser común,
      Como dos notas en un sonido,
      Como dos llamas en una luz.

      Fueron esencias que alzó un exceso,
      Que alzó un exceso de juventud,
      Y se mezclaron, al darse un beso,
      En una estrella del cielo azul.

      Y hoy que nos hiere la suerte impía,
      Nos preguntamos con inquietud:
      ¿Cuál es la tuya?, ¿cuál es la mía?
      Y yo no acierto ni aciertas tú.
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    Canción medioeval
      ¡Oh tú, la de crin rubia, luenga y rizada,
      Que caída en torrente barre las losas,
      Y que volando incita las mariposas,
      Porque así luce aspecto de llamarada!

      Linajuda Regina que, por taimada,
      Finges al viejo duque modelo a esposas,
      Y de sus canas dices honestas cosas,
      Más dignas de la espuma de una cascada.

      Ven y place al que tiene la voz dorada,
      Y perennes ortigas y eternas rosas,
      Y en el talón espuela y al cinto espada.

      No ignores que los himnos hacen las diosas.
      ¡Oh tú, la de crin rubia, luenga y rizada,
      Que caída en torrente barre las losas!
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    Cintas de sol
      I

      La joven madre perdió a su hijo,
      Se ha vuelto loca y está en su lecho.
      Eleva un brazo, descubre un pecho,
      Suma las líneas de un enredijo.

      El dedo en alto y el ojo fijo,
      Cuenta las curvas que ornan el techo
      Y muestra un rubro pezón, derecho
      Como en espasmo y ardor de rijo.

      En la vidriera, cortina rala,
      Tensa y purpúrea cierne curiosa
      Lumbre, que tiñe su tenue gala.

      ¡Y roja lengua cae y se posa,
      Y con delicia treme y resbala
      En el erecto botón de rosa!

      II

      Cerca, el marido forma concierto:
      ¡Ofrece el torpe fulgor del día
      Desesperada melancolía;
      Y en la cintura prueba el desierto!

      ¡Ah! Los olivos del sacro huerto
      Guardan congoja ligera y pía.
      El hombre sufre doble agonía:
      ¡La esposa insana y el niño muerto!

      Y no concibe suerte más dura,
      Y con el puño crispado azota
      La sien, y plañe su desventura.

      ¡Llora en un lampo la dicha rota;
      Y el rayo juega con la tortura
      Y enciende un iris en cada gota!

      III

      Así la lira. ¿Qué grave duelo
      Rima el sollozo y enjoya el luto,
      Y a la insolencia paga tributo
      Y en la jactancia procura vuelo?

      ¿Qué mano digna recama el velo
      Y la ponzoña del triste fruto,
      Y al egoísmo del verso bruto
      Inmola el alma que mira al cielo?

      ¡La poesía canta la historia;
      Y pone fértil en pompa espuria;
      A mal de infierno burla de gloria!

      ¡Es implacable como una furia,
      Y pegadiza como una escoria,
      E irreverente como una injuria!
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    Cleopatra
      La vi tendida de espaldas
      Entre púrpura revuelta.
      Estaba toda desnuda,
      Aspirando humo de esencias
      En largo tubo, escarchado
      De diamantes y de perlas.

      Sobre la siniestra mano
      Apoyada la cabeza;
      Y como un ojo de tigre,
      Un ópalo daba en ella
      Vislumbres de fuego y sangre
      El oro de su ancha trenza.

      Tenía un pie sobre el otro
      Y los dos como azucenas;
      Y cerca de los tobillos
      Argollas de finas piedras,
      Y en el vientre un denso triángulo
      De rizada y rubia seda.

      En un brazo se torcía
      Como cinta de centellas,
      Un áspid de filigrana
      Salpicado de turquesas,
      Con dos carbunclos por ojos
      Y un dardo de oro en la lengua.

      A menudo suspiraba;
      Y sus altos pechos eran
      Cual blanca leche, cuajada
      Dentro de dos copas griegas,
      Y en alabastro vertida,
      Sólida ya, pero aún trémula.

      ¡Oh! Yo hubiera dado entonces
      Todos mis lauros de Atenas,
      Por entrar en esa alcoba
      Coronado de violetas,
      Dejando ante los eunucos
      Mis coturnos a la puerta.
    Arriba

    ¡Con qué dolor, y válgame ser franco!
      ¡Con qué dolor, y válgame ser franco,
      Trazo los versos que a mi lado impetras!
      Esta cuartilla de papel en blanco
      Me parece una lápida sin letras.

      Tristísimo recuerdo me acongoja
      Y pienso, visionario como un zafio,
      Que escribo, no una endecha en una hoja,
      Sino sobre un sepulcro un epitafio.

      No extrañes, no, que mi razón sucumba
      A esta ilusión que envuelve algo de cierto
      Porque, ay, tu corazón es una tumba
      Desde el instante en que tu amor fue un muerto.

      ¡Tu amor! Ve el mío que cual ámbar de oro
      Paréceme que nunca se consume,
      Que ni siquiera sufre deterioro
      Aunque despida sin cesar perfume.

      Mas, ¿a dónde me lleva mi extravío?
      Perdona a mi amargura ese reproche.
      Por ti puedo decir como el judío:
      ¡Un ángel ha pasado por mi noche!

      Por ti en el molde general no cupe;
      Quise ovaciones, codicié oropeles
      Y en la tribuna y con la lira supe
      Ganar aplausos y obtener laureles.

      Después... ¡mi gloria huyó con mi ventura
      Y, como nube tenebrosa, el duelo
      Ha cerrado en mi alma la abertura
      Que daba grande y esplendente al cielo!

      Adiós. Dejo a tus plantas un gemido
      Y retorno a la sombra más espesa
      Pues vuelvo a la que reina en el olvido,
      Y no hay otra tan negra como ésa.
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    Confidencias
      Una flor por el suelo,
      Un cielo de hojas empapado en lloro
      Y encima de ese cielo, el otro cielo
      Lleno de luna y de brillantes y oro...
      Un arroyo que el aura acariciaba;
      Un banco... sobre el banco
      Así, como quien flota, se sentaba;
      Y vestida de blanco,
      Bella como un arcángel, me esperaba.
      Aún flotan en mis noches de desvelo
      Con la luz de una luna como aquélla,
      El verde y el azul de cielo y cielo,
      Y aura y arroyo y flor y banco y ella.

      ¿No te acuerdas, mujer, cuántos delirios
      Yo me forjaba, junto a ti de hinojos,
      Al resplandor de los celestes cirios,
      Al resplandor de tus celestes ojos?
      ¿Te acuerdas, alma mía?
      ¡Entonces inocente
      Me jurabas amor y yo podía
      Besar tu corazón sobre tu frente!

      ¡Ayer, unos tras otros,
      Mil delirios así pude fingirme;
      Hoy no puede haber nada entre nosotros,
      Hoy tú vas a casarte... y yo a morirme!
      ¡Y tanto sol y porvenir dorado,
      Tanto cielo soñado,
      En una inmensa noche se derrumba!
      ¡Hoy me dijiste tú: no hay esperanza;
      Hoy te digo: en paz goza; y, en mi tumba,
      Mañana me dirás: en paz descansa!
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    Consonancias
      A Matilde Saulnier.

      Tu traición justifica mi falsía
      Aunque lo niegues con tu voz de arrullo;
      Mi amor era muy grande, pero había
      Algo más grande que mi amor, mi orgullo.

      Calla, pues. Ocultemos nuestro duelo,
      La queja es infecunda y nada alcanza;
      Agonicemos contemplando el cielo
      Ya que el cielo es nuestra única esperanza.

      No creas que este mal decrezca y huya:
      Cada vez menos parco y más despierto
      Imperará en mi vida y en la tuya
      "como reina el león en el desierto".

      Los años rodarán en el abismo
      Sin que recobres la perdida calma.
      ¡Tú siempre llevarás, como yo mismo,
      Un cadáver en lo íntimo del alma!

      El tiempo no es el médico discreto
      Que, por medio del fórceps del olvido,
      Saca del fondo de la entraña el feto
      Muerto allí como el pájaro en su nido.
    Arriba

    Copo de nieve
      Para endulzar un poco tus desvíos
      Fijas en mí tu angelical mirada
      Y hundes tus dedos pálidos y fríos
      En mi oscura melena alborotada.

      ¡Pero en vano, mujer! No me consuelas.
      Estamos separados por un mundo.
      ¿Por qué, si eres la nieve, no me hielas?
      ¿Por qué, si soy el fuego, no te fundo?

      Tu mano espiritual y transparente,
      Cuando acaricia mi cabeza esclava,
      Es el copo glacial sobre el ardiente
      Volcán cubierto de ceniza y lava.
    Arriba

    Date Lilia
      ¡Clava en mí tu pupila centellante
      En donde el toque de la luz impresa
      Brilla como una chispa de diamante
      Engastada en una húmeda turquesa!

      ¡Tal fulgura una perla de rocío
      En el esmalte azul de una corola!
      ¡Tal radia en el crepúsculo sombrío
      La estrella del amor, pálida y sola!

      Deja que ruede libre tu cabello
      Como la linfa que desborda el cauce,
      Para que caiga en torno de tu cuello
      Como el follaje alrededor del sauce;

      Para que flote, resplandor de aurora
      Sobre tu rostro que el sonrojo empaña
      Como esas tintas con que el sol colora
      La nieve que circunda la montaña;

      Para que al soplo de mi aliento vuele
      Y tu ígneo labio, cuya esencia adoro,
      Ría a través cual la amapola suele,
      Roja y vivaz, en el trigal de oro.

      ¡Habla! ¡Mas sólo de placer! ¡Exhala
      El arrullo nupcial de la paloma!
      ¡Fuera el temor! ¡La rosa de Bengala
      No tiene espinas, mas tampoco aroma!

      Tu acento de sirena me embelesa...
      Tu palabra es miel hiblea derramada...
      Tu boca, que cerrada es una fresa,
      Se abre como se parte una granada.

      Pero guardas silencio y te estremeces.
      ¿Por qué te aflige la mundana insidia?
      ¡Consuélate pensando que los jueces
      Que nos condenen, nos tendrán envidia!

      ¿No me oyes? ¿Cuál ha sido nuestra falta?
      ¿Es culpable la sed que apura el vaso?
      ¿Comete un crimen el raudal que salta
      Cuando halla un dique que le corta el paso?

      ¿Por qué triste y glacial como la muda
      Estatua del dolor bajas la vista,
      Mientras tu mano anuda y desanuda
      Las puntas del pañuelo de batista?

      ¿Por que esa gota en que expiró un reproche
      Corre por tu mejilla ruborosa
      Corno un hilo de aljófar de la noche
      Por un tímido pétalo de rosa?

      ¿Por qué tu pecho en que el candor anida
      Tiembla con ansia cual batiendo el vuelo
      Palpita el ala de la garza herida
      Que pugna en vano por alzarse al cielo?

      ¡Ya está, vamos! ¡Que cese tu quebranto!
      ¡Alza tu bella cabecita rubia,
      Quiero ver tu sonrisa entre tu llanto
      Como un rayo de sol entre la lluvia!

      La palma vuelve su cogollo espeso
      A aspirar aire con gentil donaire
      Y ebria de amor en el festín del beso,
      Estalla en flores, perfumando el aire.

      ¡Imita al árbol del desierto! ¡Sacia
      Tu afán de dicha y que tu canto vibre!
      ¡Ave María, en plenitud de gracia:
      Joven, hermosa, idolatrada y libre!
    Arriba

    Dedicatoria
      Cuanto en mí vierte luz y armonía
      Ha nacido a tus besos de miel;
      Yo soy bardo y tribuno, alma mía,
      Porque tú eres aliento y laurel.

      Si he lanzado una piedra a los cielos,
      Si fui cruel, no me guardes rencor;
      Confesando que ha sido por celos,
      Harto digo que fue por amor.

      No te aflijas si el nauta suspira
      Tanto nombre en las noches del mar;
      Si son muchos los astros que mira,
      Uno solo es la Estrella Polar.

      La esperanza, luchando y venciendo,
      Me promete sin par galardón;
      ¡A ti vaya, sangrando y gimiendo,
      Este libro, que es un corazón!

      Cuanto en mí vierte luz y armonía
      Ha nacido a tus besos de miel;
      Yo soy bardo y tribuno, alma mía,
      Porque tú eres aliento y laurel.
    Arriba

    Dentro de una esmeralda
      Junto al plátano sueltas, en congoja
      De doncella insegura, el broche al sayo.
      La fuente ríe, y en el borde gayo
      Atisbo el tumbo de la veste floja.

      Y allá, por cima de tus crenchas, hoja
      Que de vidrio parece al sol de mayo,
      Toma verde la luz del vivo rayo,
      Y en una gema colosal te aloja.

      Recatos en la virgen son escudos;
      Y echas en tus encantos, por desnudos,
      Cauto y rico llover de resplandores.

      Despeñas rizos desatando nudos;
      Y melena sin par cubre primores
      Y acaricia con puntas pies cual flores.
    Arriba

    Deseos
      Yo quisiera salvar esa distancia
      Ese abismo fatal que nos divide,
      Y embriagarme de amor con la fragancia
      Mística y pura que tu ser despide.

      Yo quisiera ser uno de los lazos
      Con que decoras tus radiantes sienes;
      Yo quisiera en el cielo de tus brazos
      Beber la gloria que en los labios tienes.

      Yo quisiera ser agua y que en mis olas,
      Que en mis olas vinieras a bañarte,
      Para poder, como lo sueño a solas,
      ¡A un mismo tiempo por doquier besarte!

      Yo quisiera ser lino y en tu lecho,
      Allá en la sombra, con ardor cubrirte,
      Temblar con los temblores de tu pecho
      ¡Y morir de placer al comprimirte!

      ¡Oh, yo quisiera mucho más! ¡Quisiera
      Llevarte en mí como la nube al fuego,
      Mas no como la nube en su carrera
      Para estallar y separarse luego!

      Yo quisiera en mí mismo confundirte,
      Confundirte en mí mismo y entrañarte;
      Yo quisiera en perfume convertirte,
      ¡Convertirte en perfume y aspirarte!

      ¡Aspirarte en un soplo como esencia,
      Y unir a mis latidos tus latidos,
      Y unir a mi existencia tu existencia,
      Y unir a mis sentidos tus sentidos!

      ¡Aspirarte en un soplo del ambiente,
      Y así verte sobre mi vida en calma,
      Toda la llama de tu pecho ardiente
      Y todo el éter del azul de tu alma!

      Aspirarte, mujer... De ti llamarme,
      Y en ciego y sordo y mudo constituirme,
      Y en ciego y sordo y mudo consagrarme
      Al deleite supremo de sentirte
      ¡Y a la dicha suprema de adorarte!
    Arriba

    Despedida al piano
      Tristes los ojos, pálido el semblante,
      De opaca luz al resplandor incierto,
      Una joven con paso vacilante
      Su sombra traza en el salón incierto.

      Se sienta al piano: su mirada grave
      Fija en el lago de marfil que un día
      Aguardó el beso de su mano suave
      Para rizarse en olas de armonía.

      Agitada, febril, con insistencia
      Evoca al borde del teclado mismo,
      A las hadas que en rítmica cadencia
      Se alzaron otra vez desde el abismo.

      Ya de Mozart divino ensaya el estro,
      De Palestrina el numen religioso,
      De Weber triste el suspirar siniestro
      Y de Schubert el canto melodioso.

      -¡Es vano! -exclamó la joven bella,
      Y apagó en el teclado repentino
      Su último son, porque sabía ella
      Que era inútil luchar contra el destino.

      -Adiós -le dice-, eterno confidente
      De mis sueños de amor que el tiempo agota,
      Tú que guardabas en mi edad riente
      Para cada ilusión alguna nota;

      Hoy mudo estás cuando tu amiga llega,
      Y al ver mi triste corazón herido,
      No puedes darme lo que Dios me niega:
      ¡La nota del amor o del olvido!
    Arriba

    El arroyo
      No descansas jamás... y alegre y puro,
      Murmurador y manso,
      Corriendo vas sobre tu cauce duro...
      ¡Yo también como tú corro y murmuro,
      Yo también como tú jamás descanso!
      ¡Yo camino al vaivén de mis dolores,
      Tú con ala de céfiro caminas,
      Tú feliz más que yo, por entre flores,
      Yo helado más que tú, por entre espinas!
      Tú pasas como sombra por el suelo,
      Siempre en eterno viaje;
      Vas a la mar con incesante anhelo,
      Vienes del cielo en volador celaje
      Y en un rayo de sol vuelves al cielo.
      ¡Yo voy... -¿dónde?-, no sé... voy arrastrando
      Mi fe perdida y mi esperanza trunca,
      Sombra de un alma entre la luz temblando
      Y sin poder iluminarse nunca!
      Tú cumples con pasar... Yo, si te imito,
      No cumplo con vivir... por eso lloro,
      Y en el infierno de mi afán me agito
      Cuando ilumina con visiones de oro
      Las sombras de mi lecho, el infinito.
      ¡En mi delirio ardiente
      Sueño a mis pies el pedestal: la gloria
      Me envuelve con su luz, y mi alma siente
      El fuego del aplauso en la memoria
      Y la frialdad del túmulo en la frente!
      ¡Y luego, al despertar de mi locura,
      Al volver de mi ardiente desvarío,
      Desesperado en realidad oscura
      Y agonizante de dolor, me río!

      Mas, ¿qué importa? Sigamos, arroyuelo;
      El aura guarda para ti su anhelo
      Si la borrasca en mi cerebro zumba.
      ¡Tú eres surco de cielo
      Y yo surco de tumba!
      ¡A veces me imagino que en tu arrullo
      La voz de un ángel invisible canta;
      A veces me imagino que en mi orgullo
      La eternidad del genio se levanta!
      Delirios, ilusión de mis querellas,
      El último eco morirá en mi lira.
      ¡Yo paso como tú, fingiendo estrellas,
      Átomo pensador que a todo aspira!
      Nacer, pensar, morir. ¡Oh suerte! ¡Oh suerte!
      ¡Para qué tanto afán, si en ese abismo
      De tinieblas polares, en la muerte,
      Se ha de abismar el pensamiento mismo!
      ¡Nacer, pensar, morir! ¡Y en la existencia
      Divinizada la impotente duda,
      Y en el labio entreabierto de la ciencia
      Una palabra muda!

      ¡Oh gentil arroyuelo cristalino!
      Quisiera, en tu camino,
      Ser una flor abandonada y sola;
      Rambla de arena en tu brillante cauce,
      Sombra de un cisne, atravesar en tu ola,
      O en tu orilla temblar, sombra de un sauce;
      Yo quisiera ser tu brisa lisonjera,
      Ser no más una gota de tu lodo,
      Un eco de tu voz... porque quisiera,
      Menos alma que piensa, serlo todo!
    Arriba

    En el álbum de la señorita Ana Markoe
      Espléndida rosa de mágico prado
      Que entreabre sus hojas al sol del amor,
      Eso eres, Anita. Yo soy, a tu lado,
      La espina en la rosa, la nube en el sol.

      Dejé mis riberas, mi nido de palma,
      Colgado de un árbol dejé mi rabel;
      Tendí en el espacio las alas de mi alma
      Y llego y murmuro mi nombre a tus pies.

      Es flor de los cielos la pálida estrella,
      Es flor de las ondas la espuma del mar,
      Es flor del recuerdo mi dulce querella,
      Es flor que se muere si en tu alma no está.
    Arriba

    En el álbum de la señorita Luz Landero
      ¡Tus trovas dejan profundos rastros...
      Son arroyuelos y ruiseñores:
      Aves que trinan entre los astros
      Y ondas que cantan entre las flores!

      ¡Nada conozco que inspire tanto
      Como tus versos blondos y suaves,
      En que producen divino encanto
      Flores y astros, ondas y aves!

      Pero la perla yace en las simas
      Y la violeta bajo las frondas...
      ¡Cuán pocos saben que hay en tus rimas
      Astros y flores, aves y ondas!

      ¡Rompe las nieblas que te circundan
      Y sé la envidia de tus cantores,
      Y en tierra y cielo vibren y cundan
      Aves y astros, ondas y flores!

      ¡Muestre tu numen, cual luz disuelta,
      Todos sus tonos: ya no lo escondas!
      ¡Canse los ecos tu voz, que suelta
      Astros y aves, flores y ondas!

      ¡Llena estas hojas como alabastros,
      Con tus arpegios arrolladores:
      Aves que trinan entre los astros
      Y ondas que cantan entre las flores!
    Arriba

    En el álbum de Matilde
      ¡Si yo tuviera aliento como el águila
      Que se remonta a la región azul,
      Me elevaría a la mansión espléndida
      Donde se sienta el Padre de la luz!

      Y postrado a sus pies como los ángeles
      Que bendicen su altísima bondad,
      Le pidiera la música del céfiro
      Y el murmullo pacífico del mar;

      Le pidiera la voz dulce y monótona
      Del viento en la desierta soledad,
      Y el gemido del aura melancólica
      Cuando calma la ronca tempestad.

      Y le pidiera más: la voz magnífica
      Y el arpa melodiosa de David;
      Y mucho más: la inspiración profética,
      ¡Y todo, todo, por cantarte a ti!

      Sí, por cantarte a ti, beldad seráfica,
      Por cantarte, dulcísima mujer,
      Aunque dejaras mi plegaria trémula
      En alas de la brisa perecer.

      Cuando tus ojos de paloma tímida
      Se humedecen al tacto del dolor,
      Y se desprende de ellos una lágrima
      Que pasa y moja tu mejilla cándida,
      ¡Me pareces un ángel del Señor!

      Y cuando miro tu cabello undívago
      De tus blancas espaldas en redor,
      Cayendo como leve manto de ébano
      Y sombreando tu semblante lánguido,
      ¡Me pareces un ángel del Señor!

      Cuando te veo que la frente humillas
      Balbuceando una mística oración,
      Y empapadas en llanto tus mejillas,
      ¡Me pareces un ángel de rodillas
      Demandando con lágrimas perdón!

      ¿Lloras? ¿Acaso entre tu pecho gime
      Tu leal e inocente corazón,
      O algún recuerdo de dolor le oprime?
      ¡Llora, sí, que llorando eres sublime,
      Y aún eres más sublime en la oración!
    Arriba

    En un álbum
      Dicen que el nauta que frecuenta el hielo
      Del yermo boreal, venciendo el frío,
      Recibe a veces de ignorado cielo
      Una olorosa ráfaga de estío.

      ¡Qué beso el de tal hálito de paso!
      ¡Qué fruición! ¡Qué delicia! ¡Qué embeleso!
      ¡Sólo un beso de amor produce acaso
      Mayor placer que semejante beso!

      Pues bien, yo experimento a tus miradas
      Lo que en el polo el peregrino siente,
      Cuando una de esas brisas perfumadas
      Va de otro clima a acariciar su frente.

      En mi noche invernal, Dios ha querido
      Que el resplandor de tus pupilas fuera
      Un efluvio de rosas difundido
      En un rayo de sol de primavera.
    Arriba

    Engarce
      El misterio nocturno era divino.
      Eudora estaba como nunca bella,
      Y tenía en los ojos la centella,
      La luz de un gozo conquistado al vino.

      De alto balcón apostrofóme a tino;
      Y rostro al cielo departí con ella
      Tierno y audaz, como con una estrella...
      ¡Oh, qué timbre de voz trémulo y fino!

      ¡Y aquel fruto vedado e indiscreto
      Se puso el manto, se quitó el decoro,
      Y fue conmigo a responder a un reto!

      ¡Aventura feliz! La rememoro
      Con inútil afán; y en un soneto
      Monto un suspiro como perla en oro.
    Arriba

    Epístola a Déltima
      Me hallo solo y estoy triste.
      Tu viaje -que no maldigo
      Porque tú lo decidiste-,
      Me hundió en la sombra. ¡Partiste,
      Y la luz se fue contigo!

      ¡Somos, en este momento
      En que el afán nos consume,
      Dos flores de sentimiento
      Separadas por el viento
      Y unidas por el perfume!

      ¡Ay de los enamorados
      Que están en diversos puntos
      Y viven -¡infortunados!-
      Con los cuerpos apartados
      Y los espíritus juntos!

      Pero el mal de que adolece
      Nuestra pasión, que Dios veda,
      En ti mengua y en mí crece.
      ¡Aquel que se va padece
      Menos que aquel que se queda!

      Sufres, pero no ha de ser
      Cual tu ternura me avisa.
      Tu dolor ha de tener
      A menudo una sonrisa:
      ¡Lo nuevo causa placer!

      Mas yo, pobre abandonado,
      No encuentro paz ni consuelo.
      Desde que te has alejado
      Estoy ausente del cielo.
      ¡Sin duda te lo has llevado!

      Extrañarás que hable así,
      Pero, ¡qué quieres!, te juro
      Que no miento. Para mí,
      Cuanto es halagüeño y puro
      Empieza y termina en ti.

      Y fuera de ti, bien mío,
      La infinita creación
      No es más que un inmenso hastío:
      ¡El espantoso vacío
      Del alma y del corazón!

      Tú resucitaste a un muerto.
      Yo era -¡recuerdo importuno!-
      Algo monótono y yerto,
      Tal como un campo desierto
      Y sin accidente alguno.

      ¡Era un ente sin historia,
      Una conciencia en asomo,
      Cuando -¡esplendente memoria!-
      Tu presencia hizo en mí como
      Un cataclismo de gloria!

      Derramaste en mi existencia
      -En una mística esencia-,
      La desgracia y la ventura,
      El deleite y la tortura,
      La razón y la demencia.

      El ideal canta y gime:
      Es un abrazo que oprime.
      Lo dichoso y lo funesto
      Constituyen lo sublime.
      El amor está compuesto

      De todas las agonías,
      De todas las inquietudes,
      De todas las armonías,
      De todas las poesías
      Y de todas las virtudes.

      Es el fanal y es la tea;
      Es el hálito que orea
      Y es el soplo que alborota;
      Es la calma que recrea
      Y es la tormenta que azota.

      Es un galvánico efecto;
      Es lo rudo y es lo suave;
      Es lo noble y es lo abyecto;
      Es la flor y es el insecto;
      Es el reptil y es el ave.

      Semejante al aluvión
      Resulta de la fusión
      De la rastra y de la pluma,
      De la hez y de la espuma,
      Del pétalo y del peñón.

      Tu belleza seductora
      Dio un destello a mi ansia negra,
      Como el rayo que colora
      Pone en la nube que llora
      El arco-iris que alegra.

      Tu imagen grata y radiante
      Fue un rápido meteoro:
      Una hermosa estrella errante
      Que abrió en mi noche incesante
      Un ardiente surco de oro.

      ¡Lúgubre suerte me cabe,
      Contemplar un ígneo rastro!
      ¡Infeliz de mí! ¡Quién sabe,
      Si cuando el eclipse acabe,
      Veré como antes el astro!
    Arriba

    Estrofas varias
      A ti, la de radiante y angélica hermosura,
      La rubia de ojos negros que lleva el traje azul,
      La del lunar lascivo junto a la boca pura,
      Mujer hecha de aroma, música y de luz.

      A la Sra. Sofía de González Llorca.

      Voz que adoras me ruega que escriba
      Aquí en esta hoja mi nombre manchado:
      ¡Él atraiga y reciba
      De tus ojos el lustre dorado!

      Hurgo el arte que admiro y reverencio,
      Y así doy con exégesis gloriosas
      Que unir a la hermosura y el silencio
      De las calladas y divinas cosas.

      El odio que alimentas no me extraña,
      Sólo pagas rindiendo cual valiente
      El sentimiento indómito y ardiente
      Que se retuerce en mi convulsa entraña.

      Por eso...
      En medio de mis odios te venero,
      Por firme, por valiente,
      Por sincero.

      San Antonio y Cantoche son dos puntas
      Que se presentan en la mente mía
      Como dos manos que estuvieron juntas
      Y se siguen buscando todavía.

      Bendita tú, la del cantar que admiro,
      La que muestra una fe libre de peste,
      Y en la pública fuente echa el zafiro,
      La gota azul, el talismán celeste.

      En tu recado encontré
      Ortográficos excesos;
      Y no me explico por qué,
      Al pedirme veinte besos,
      Pusiste besos con pe.
    Arriba

    Infeliz el cónyuge, ¡ay del que se fíe!
      Infeliz el cónyuge, ¡ay del que se fíe
      De joven hermosa, dulce y hechicera
      En brazos de un mozo que apriete y porfíe!
      Ella dulcemente mueve la cadera,
      Y él no mira cosa que la contraríe,
      Y en los pardos bucles de la cabellera
      Una flor de fuego bruscamente ríe.
      Y la esposa baila con los senos fuera
      Y él no mira cosa que la contraríe,
      Y en los pardos bucles de la cabellera
      Una flor de fuego bruscamente ríe.
    Arriba

    La canción del paje
      Tan abierta de brazos como de piernas,
      Tocas el arpa y ludes madera y oro.
      Dejo al mueble la plaza por el decoro
      Y contemplo caricias a hurgarme tiernas.

      A tu ardor me figuras y subalternas
      En la intención del alma que bien exploro,
      Y en el roce del cuerpo con el sonoro
      Y opulento artefacto que mal gobiernas.

      Y tanto me convidas que ya me infiernas;
      Y refrenado y mudo finjo que ignoro,
      Para que si hay ultraje no lo disciernas.

      Por fiel a un noble amigo pierdo un tesoro...
      Tan abierta de brazos como de piernas,
      Tocas el arpa y ludes madera y oro.
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    La cita
      ¡Adiós, amigo, adiós! ¡El sol se esconde,
      La luna sale de la nube rota,
      Y Eva me aguarda en el estanque, donde
      El cisne nada y el nelombo flota!

      Voy a estrechar a la mujer que adoro.
      ¡Cuál me fascina mi delirio extraño!
      ¡Es el minuto del ensueño de oro
      De la cita del ósculo en el baño!

      ¡Es la hora en que los juncos oscilantes
      De la verde ribera perfumada
      Se inclinan a besar los palpitantes
      Pechos desnudos de mi dulce amada!

      ¡Es el momento azul en que la linfa
      Tornasolada, transparente y pura,
      Sube hasta el blanco seno de la ninfa
      Como una luminosa vestidura!

      ¡Es el instante en que la hermosa estrella
      Crepuscular se asoma con anhelo
      Para ver a otra venus que descuella
      Sobre el húmedo esmalte de otro cielo!

      ¡Es ya cuando las tórtolas se paran
      Y se acarician en los mirtos rojos,
      Y los ángeles castos se preparan
      A ponerse las manos en los ojos!
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    La estrella mensajera
      Al fin te asomas entre las nubes,
      Al fin te asomas y a verte voy
      Estrella mía que a oriente subes
      ¿Qué tal te ha ido de ayer a hoy?

      Toda la tarde lloviendo estuvo,
      Toda la tarde, para mi mal,
      Por las regiones del aire anduvo
      Rodando nieblas el vendaval.

      ¡Ah, no es posible que yo te diga
      Cuánto he sufrido, cuánto temí
      Que no pudieras, mi dulce amiga,
      Con este tiempo brillar aquí!

      Tú eres el solo consuelo mío,
      Tú me recuerdas mi grato ayer,
      Tú eres mi sueño, mi desvarío...
      Cuando me faltas no sé qué hacer.

      A tu destello se alzan dos frentes
      Y se coronan de resplandor,
      Tú eres la cita de los ausentes...
      ¡Yo te bendigo, cita de amor!

      Cuando no vienes, estrella, gimo;
      Tú eres mi solo, mi solo bien,
      Tú eres el beso que yo le imprimo
      Todas las noches sobre la sien.

      Tu luz, calmando mi amargo duelo,
      Dentro de mi alma se hace canción;
      Tu luz, efluvio de flor de cielo,
      Trasciende a esencia de corazón.

      Dime, Lucero, tú que la viste,
      Si la encontraste pensando en mí,
      Si estaba alegre o estaba triste...
      Habla, Lucero... contesta, di.

      Habla, Lucero; tu voz escucho.
      ¿Acaso estaba durmiendo ya?
      ¿Acaso estaba soñando mucho?
      ¿Leyendo un libro de amor quizá?

      ¿Quizá en un claro del bosque umbrío
      Cogiendo rosas para el placer
      O en la ventana mirando el río,
      Mirando el río correr, correr?

      ¿Siguiendo la ola que en las riberas,
      Que en las riberas parece hablar,
      Y en las neblinas de las quimeras
      Dejando su alma volar, volar?

      Cuando distantes los dos estemos
      Y eche la sombra su gran capuz,
      Allá en el éter nos juntaremos
      Al par mirando la misma luz.

      Eso juramos cuando partiste,
      Cuando el destino nos separó.
      Y hoy he sabido que no cumpliste...
      La misma estrella me lo contó.
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    La giganta (fragmento)
      II

      ¡Cuáles piernas! Dos columnas de capricho, bien labradas,
      Que de púas amarillas resplandecen espinosas,
      En un pórfido que finge la vergüenza de las rosas,
      Por estar desnudo a trechos ante lúbricas miradas.

      Albos pies, que con eximias apariencias azuladas
      Tienen corte fino y puro. ¡Merecieran dignas cosas!
      ¡En la Hélade soberbia las envidias de las diosas,
      O a los templos de Afrodita engreír mesas y gradas!

      ¡Qué primores! Me seducen; y al encéfalo prendidos,
      Me los llevo en una imagen, con la luz que los proyecta
      Y el designio de guardarlos de accidentes y de olvidos.

      Y con métrica hipertrofia, no al azar del gusto electa,
      Marco y fijo en un apunte la impresión de mis sentidos,
      A presencia de la torre mujeril que los afecta.
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    La nube
      ¿Qué te acongoja mientras que sube
      Del horizonte del mar la nube,
      Negro capuz?
      Tendrán por ella frescura el cielo,
      Pureza el aire, verdor el suelo,
      Matiz la luna.
      No tiembles. Deja que el viento amague
      Y el trueno asorde y el rayo estrague
      Campo y ciudad;
      Tales rigores no han de ser vanos...
      ¡Los pueblos hacen con rojas manos
      La Libertad!
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    Los parias
      ¿Queréis que entre el arrullo de mis brazos
      Tiemble el dormido corazón de Helena
      Como entre sus asiáticas murallas
      Y el vulnerable hijo de Peleo
      Otra vez en su lecho halle al amigo
      Por el que rugió hermoso? ¡Ay, quién pudiera
      Con su soplo alentar tales prodigios
      Y devolver la vida con su canto
      A quienes se mostraron por la tierra
      Con tal deseo espléndido! Una aurora
      Puedo mecer en vuestros corazones
      Despertando la rosa en las mejillas
      De aquellos hechos, dando a sus miradas
      Glaucos ojos y finas como liebres
      Piernas aventureras que recorran
      Con pasmo el verde mundo y, al regreso
      De sus trabajos, bellos cual conquistas
      De extraños soles, darles el acanto
      Como fresco cojín de sus placeres.
      ¿Mas debe el hombre transmitir el culto
      De sus demencias? ¿Debe en sus delirios
      Arrancar de la nada los secretos
      Del caudaloso manantial antiguo
      Sobre el cual las voraces primaveras
      Desfilaron cual mármoles de sueño
      Su gentil pubertad? Aquellos seres,
      Aquellas enigmáticas hazañas,
      Aquel juego de dioses sometidos
      Allá en el claro, cerca del monte
      Bajo una higuera como un dosel,
      Hubo una choza donde habitaba
      Una familia que ya no es.
      El padre, muerto; la madre, muerta;
      Los cuatro niños muertos también:
      Él, de fatiga; ella de angustia;
      ¡Ellos de frío, de hambre y de sed!

      Ha mucho tiempo que fui al bohío
      Y me parece que ha sido ayer.
      ¡Desventurados! Allí sufrían
      Ansia sin tregua, tortura cruel.
      Y en vano alzando los turbios ojos,
      Te preguntaban "Señor, ¿por qué?"
      ¡Y recurrían a tu alta gracia
      Dispensadora de todo bien!

      ¡Oh Dios! Las gentes sencillas rinden
      Culto a tu nombre y a tu poder:
      A ti demandan favores lo pobres,
      A ti los tristes piden merced;
      Mas como el ruego resulta inútil
      Pienso que un día, pronto tal vez
      No habrá miserias que se arrodillen,
      ¡No habrá dolores que tengan fe!

      Rota la brida, tenaz la fusta,
      Libre el espacio, ¿qué hará el corcel?
      La inopia vive sin un halago,
      Sin un consuelo, sin un placer.
      ¡Sobre los fangos y los abrojos
      En que revuelca su desnudez,
      Cría querubes para el presidio
      Y serafines para el burdel!

      El proletario levanta el muro,
      Practica el túnel, mueve el taller;
      Cultiva el campo, calienta el horno,
      Paga el tributo, carga el broquel;
      Y en la batalla sangrienta y grande,
      Blandiendo el hierro por patria o rey,
      Enseña al prócer con noble orgullo
      Cómo se cumple con el deber.

      Mas, ¡ay!, ¿qué logra con su heroísmo?
      ¿Cuál es el premio, cuál su laurel?
      El desdichado recoge ortigas
      Y apura el cáliz hasta la hez.
      Leproso, mustio, deforme, airado
      Soporta apenas la dura ley,
      Y cuando pasa sin ver al cielo
      ¡La tierra tiembla bajo sus pies!
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    Mística
      Si en tus jardines, cuando yo muera,
      Cuando yo muera, brota una flor;
      Si en un celaje ves un lucero,
      Ves un lucero que nadie vio;
      Y llega una ave que te murmura,
      Que te murmura con dulce voz,
      Abriendo el pico sobre tus labios,
      Lo que en un tiempo te dije yo:
      Aquel celaje y el ave aquella,
      Y aquel lucero y aquella flor
      Serán mi vida, que ha transformado,
      Que ha transformado la ley de Dios.

      Serán mis fibras con otro aspecto,
      Ala y corola y ascua y vapor;
      Mis pensamientos transfigurados,
      Perfume y éter y arrullo y sol.
      Soy un cadáver, ¿cuándo me entierran?
      Soy un viajero, ¿cuándo me voy?
      Soy una larva que se transforma
      ¿Cuándo se cumple la ley de Dios
      Y soy entonces, mi blanca niña,
      Celaje y ave, lucero y flor?
    Arriba

    Mudanza
      Ayer, el cielo azul, la mar en calma
      Y el sol ignipotente y cremesino,
      Y muchas ilusiones en mi alma
      Y flores por doquier en mi camino.

      Mi vida toda júbilos y encantos,
      Mi pecho rebosando de pureza,
      Mi carmen pleno de perfume y cantos
      Y muy lejos, muy lejos, la tristeza.

      Ayer, la inspiración rica y galana
      Llenando mi cerebro de fulgores;
      Y tú, sonriente y dulce en tu ventana,
      Hablándome de dichas y de amores.

      Ayer, cuanto era luz y poesía,
      Las albas puras y las tardes bellas
      Henchidas de sutil melancolía,
      Y las noches pletóricas de estrellas.

      Y hoy... la sombra y el ansia y el desierto,
      Perdida la esperanza, y la creencia,
      Y el amor en tu espíritu ya muerto,
      Y sembrada de espinas la existencia.
    Arriba

    Música de Schubert
      Crin que al aire te vuela, rizada y bruna,
      Parece a mis ahogos humo en fogata;
      Y del arpa desprendes la serenata
      Divinamente triste, como la luna.

      Y del celo ardoroso despides una
      Fragancia de resina; y él te dilata
      Ojo que resplandece con luz de plata,
      Como en la sombra el vidrio de la laguna.

      Mas tu marido llega, con su fortuna,
      Nos dice dos lisonjas, va por su bata,
      Y al dormido chicuelo besa en la cuna.

      Y mientras que te tiñes en escarlata,
      Crin que al aire te vuela, rizada y bruna,
      Parece a mis ahogos humo en fogata.
    Arriba

    Música fúnebre
      Mi corazón percibe, sueña y presume.
      Y como envuelta en oro tejido en gasa,
      La tristeza de Verdi suspira y pasa
      En la cadencia fina como un perfume.

      Y frío de alta zona hiela y entume;
      Y luz de sol poniente colora y rasa:
      Y fe de gloria empírea pugna y fracasa,
      ¡Como en ensayos torpes un ala implume!

      El sublime concierto llena la casa;
      Y en medio de la sorda y estulta masa,
      Mi corazón percibe, suena y presume.

      Y como envuelta en oro tejido en gasa,
      La tristeza de Verdi suspira y pasa
      En la cadencia fina como un perfume.
    Arriba

    Nox
      No hay almíbar ni aroma
      Como tu charla...
      ¿Qué pastilla olorosa
      Y azucarada
      Disolverá en tu boca
      Su miel y su ámbar,
      Cuando conmigo a solas
      ¡Oh virgen!, hablas?

      La fiesta de tu boda
      Será mañana.

      A la nocturna gloria
      Vuelves la cara,
      Linda más que las rosas
      De la ventana;
      Y tu guedeja blonda
      Vuela en el aura
      Y por azar me toca
      La faz turbada.

      La fiesta de tu boda
      Será mañana.

      Un cometa en la sombra
      Prende una cábala.
      Es emblema que llora,
      Signo que canta.
      El astro tiene forma
      De punto y raya:
      Representa una nota,
      Pinta una lágrima.

      La fiesta de tu boda
      Será mañana.

      En invisible tropa
      Las grullas pasan,
      Batiendo en alta zona
      Potentes alas;
      Y lúgubres y roncas
      Gritan y espantan...
      ¡Parece que deploran
      Una desgracia!

      La fiesta de tu boda
      Será mañana.

      Nubecilla que flota,
      Que asciende o baja,
      Languidecida y floja,
      Solemne y blanca,
      Muestra señal simbólica
      De doble traza:
      ¡Finge un velo de novia
      Y una mortaja!

      La fiesta de tu boda
      Será mañana.

      Junto al cendal que toma
      Figura mágica,
      Escorpión interroga,
      Mientras que su alfa
      Es carmesí que brota,
      Nuncio que sangra...
      ¡Y Amor y Duelo aprontan
      Distintas armas!

      La fiesta de tu boda
      Será mañana.

      ¡Ah! Si la tierra sórdida
      Que por las vastas
      Oquedades enrolla
      Su curva esclava,
      Diese fin a sus rondas
      Y resultara
      Desvanecida en borlas
      De tenue gasa...

      La fiesta de tu boda
      Será mañana.

      El mar con débil ola
      Tiembla en la playa,
      Y no inunda ni ahoga
      Pueblos, ni nada.
      Del fuego de Sodoma
      No miro brasa,
      Y la centella es rota
      Flecha en aljaba.

      La fiesta de tu boda
      será mañana.

      ¡Oh, Tirsa! Ya es la hora.
      Valor me falta;
      Y en un trino de alondra
      Me dejo el alma.
      Un comienzo de aurora
      Tiende su nácar,
      Y Lucifer asoma
      Su perla pálida.
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    Ojos verdes
      Ojos que nunca me veis,
      Por recelo o por decoro,
      Ojos de esmeralda y oro,
      Fuerza es que me contempléis;
      Quiero que me consoléis
      Hermosos ojos que adoro;
      ¡Estoy triste y os imploro
      Puesta en tierra la rodilla!
      ¡Piedad para el que se humilla,
      Ojos de esmeralda y oro!

      Ojos en que reverbera
      La estrella crepuscular,
      Ojos verdes como el mar,
      Como el mar por la ribera,
      Ojos de lumbre hechicera
      Que ignoráis lo que es llorar,
      ¡Glorificad mi penar!
      ¡No me desoléis así!
      ¡Tened compasión de mí!
      ¡Ojos verdes como el mar!

      Ojos cuyo amor anhelo
      Porque alegra cuanto alcanza,
      Ojos color de esperanza,
      Con lejanías de cielo:
      Ojos que a través del velo
      Radian bienaventuranza,
      Mi alma a vosotros se lanza
      En alas de la embriaguez,
      Miradme una sola vez,
      Ojos color de esperanza.

      Cese ya vuestro desvío,
      Ojos que me dais congojas;
      Ojos con aspecto de hojas
      Empapadas de rocío.
      Húmedo esplendor de río
      Que por esquivo me enojas.
      Luz que la del sol sonrojas
      Y cuyos toques son besos,
      Derrámate en mí por esos
      Ojos con aspecto de hojas.
    Arriba

    Paquito
      Cubierto de jiras,
      Al ábrego hirsutas
      Al par que las mechas
      Crecidas y rubias,
      El pobre chiquillo
      Se postra en la tumba,
      Y en voz de sollozos
      Revienta y murmura:
      "Mamá, soy Paquito;
      No haré travesuras".

      Y un cielo impasible
      Despliega su curva.

      "¡Qué bien me acuerdo!
      La tarde de lluvia;
      Las velas grandotas
      Que olían a curas;
      Y tú en aquel catre
      Tan tiesa, tan muda,
      Tan fría, tan seria,
      Y así tan rechula!
      Mamá, soy Paquito;
      no haré travesuras".

      Y un cielo impasible
      Despliega su curva.

      "Buscando comida,
      Revuelvo basura.
      Si pido limosna,
      La gente me insulta,
      Me agarra la oreja,
      Me dice granuja,
      Y escapo con miedo
      De que haya denuncia.
      Mamá, soy Paquito;
      No haré travesuras".

      Y un cielo impasible
      Despliega su curva.

      "Los otros muchachos
      Se ríen, se burlan,
      Se meten conmigo,
      Y a poco me acusan
      De pleito al gendarme
      Que viene a la bulla;
      Y todo porque ando
      Con tiras y sucias.
      Mamá, soy Paquito;
      No haré travesuras".

      Y un cielo impasible
      Despliega su curva.

      "Me acuesto en rincones
      Solito y a obscuras.
      De noche, ya sabes,
      Los ruidos me asustan.
      Los perros divisan
      Espantos y aúllan.
      Las ratas me muerden,
      Las piedras me punzan...
      Mamá, soy Paquito;
      No haré travesuras".

      Y un cielo impasible
      Despliega su curva.

      "Papá no me quiere.
      Está donde juzga
      Y riñe a los hombres
      Que tienen la culpa.
      Si voy a buscarlo,
      Él bota la pluma,
      Se pone muy bravo,
      Me ofrece una tunda.
      Mamá, soy Paquito;
      No haré travesuras".

      Y un cielo impasible
      Despliega su curva.
    Arriba

    Pepilla
      Como viste ropaje tan leve
      Me da pesadumbres,
      Pues él filtra y enseña vislumbres
      De la carne de rosa y de nieve.
      ¡Y qué andar! La mocita se mueve
      Con garbo de chula.
      Viene y va, y en la marcha modula
      Un canto de líneas,
      Y en las formas, apenas virgíneas,
      Una gracia de sierpe le undula.

      Como el sándalo emite una esencia,
      La chica reboza
      Acre aroma de opima y jugosa
      Pubertad en febril abstinencia.
      Se revuelve con mucha violencia
      Y a veces me humilla.
      Bien aprecia su gran pantorrilla
      Y así no le importa
      Que propulse la falda ya corta
      Y eche a vuelo por alto la orilla.

      Con sus ojos de ardiente demonio
      Que ven al soslayo,
      Quebrantara de un golpe de rayo
      La virtud de cualquier San Antonio.
      En la espuma del mar sacro al jonio
      Deidad menos bella
      Sacudió, remedando una estrella,
      El suelto y profuso
      Y dorado borlón cuando impuso
      Con el iris al nácar la huella.

      Si en celoso y colérico ensayo
      Increpo y rezongo
      Por traer al misterio del hongo
      Flor triunfal en su pompa de mayo,
      La doncella me tira del sayo
      Y a besos me aguisa;
      Pero no sin mostrarse insumisa
      Y osada y segura;
      Y con timbre de plata murmura
      Entre granas y perlas de risa:

      "Hembra linda no pierde la gloria
      Por macho importuno:
      Debe ser a los más y no a uno,
      Esplendor y delicia y memoria.
      La hermosura inhonesta y notoria
      Contenta el Destino,
      Que quien hace con mágico tino
      Labor esmerada,
      No la tiene para una mirada
      Y un placer en el breve camino".
    Arriba

    ¿Por qué?
      Cuando a mis ojos tristes la alegre mariposa,
      Como una flor errante discurre en el vergel,
      ¿Por qué se me figura que es tu alma caprichosa
      Que flota en la mañana y va de rosa en rosa
      Bebiendo hasta saciarse rocío, esencia y miel?

      Cuando la tarde cae, cendal de color lila,
      Y Véspero aparece en el etéreo tul,
      ¿Por qué pienso en el nácar que irradia tu pupila
      Y que es como una perla preciosa que cintila,
      Expuesta en un destello sobre una concha azul?

      Cuando la noche llega y en sus tinieblas lloro,
      Llamando a mí una dicha que para siempre huyó,
      ¿Por qué miro en la sombra, blanca ilusión que adoro,
      Tu cabecita alada, tu cabecita de oro,
      Como uno de esos ángeles que Rafael soñó?

      Cuando entre la penumbra de las acacias veo
      Cómo los fuegos fatuos saltan aquí y allí,
      ¿Por qué, presa insensata de mi tenaz deseo,
      Los sigo ansiosamente de tumba en tumba y creo
      Que son tus pies de sílfide que danzan ante mí?

      Si la pasión que abrigo, doliente y sin consuelo,
      No ha de salvar la sima que media entre los dos,
      ¿Por qué a ti se dirige mi inextinguible anhelo
      Como la aguja al norte, como la llama al cielo,
      Como la espira de humo del incensario a Dios?
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    Rimas
      Al ver mi honda aflicción por tus desvíos,
      Fijas en mi tu angelical mirada
      Y hundes tus dedos pálidos y fríos
      En mi oscura melena alborotada.

      ¡Pero en vano, mujer! No me consuelas.
      Estamos separados por un mundo.
      ¿Por qué, si eres la nieve, no me hielas?
      ¿Por qué, si soy el fuego, no te fundo?

      Me aproximo... y te tiñes de escarlata
      Y huyes... ¡oh niña pudorosa y bella!
      ¡Sensitiva que tiembla y se recata
      Hasta de sospechar que pienso en ella!

      Te llamo, abro los brazos... y no vienes...
      Inútilmente solicito y lloro.
      ¡Tú no alientas pasión! Por eso tienes
      Ojos de cielo y cabellera de oro.

      Tu mano espiritual y transparente,
      Cuando acaricia mi cabeza esclava,
      Es el copo glacial sobre el ardiente
      Volcán cubierto de ceniza y lava.
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