George Gordon Byron

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    Información biográfica

    El Corsario
  1. Del negro abismo de la mar profunda (Trad. de Vicente W. Querol y de Teodoro Llorente)
  2. ¡Una vela!, ¡una vela! (Trad. de Vicente W. Querol y de Teodoro Llorente)
  3. No cual los héroes es de antigua raza (Trad. de Vicente W. Querol y de Teodoro Llorente)
  4. Detúvose un momento pensativo (Trad. de Vicente W. Querol y de Teodoro Llorente)
  5. ¿Ha partido? ¿Ha partido? (Trad. de Vicente W. Querol y de Teodoro Llorente)
  6. De cien galeras la soberbia escuadra (Trad. de Vicente W. Querol y de Teodoro Llorente)
  7. ¿De do vienes, dervis? (Trad. de Vicente W. Querol y de Teodoro Llorente)
  8. Antes de que los turcos renovasen (Trad. de Vicente W. Querol y de Teodoro Llorente)
  9. Ella le mira, y asombrada exclama (Trad. de Vicente W. Querol y de Teodoro Llorente)
  10. De sus rayos más fúlgidos vestido (Trad. de Vicente W. Querol y de Teodoro Llorente)
  11. Cuando el poniente sol al alto faro (Trad. de Vicente W. Querol y de Teodoro Llorente)
  12. En deleitosa cámara escondida (Trad. de Vicente W. Querol y de Teodoro Llorente)
  13. En el oscuro calabozo en tanto (Trad. de Vicente W. Querol y de Teodoro Llorente)
  14. Y antes de que Conrado le conteste (Trad. de Vicente W. Querol y de Teodoro Llorente)
  15. Llegan por fin a la isla solitaria (Trad. de Vicente W. Querol y de Teodoro Llorente)


Información biográfica
    Nombre: George Gordon Byron
    Lugar y fecha nacimiento: Londres, Inglaterra, 22 de enero de 1788
    Lugar y fecha defunción: Mesolongi, Grecia, 19 de abril de 1824 (36 años)
    Nacionalidad: Inglesa
    Ocupación: Escritor, poeta, miembro de la Royal Society of Literature
    Movimiento: Romanticismo
Mundialmente conocido como Lord Byron; fue una de las mayores personalidades del movimiento romántico. Debido a su talento poético, personalidad, atractivo físico y escándalos personales fue una celebridad de la época. Hoy es considerado uno de los mayores poetas en lengua inglesa y antecedente de la figura del poeta maldito.

Su gran obra, Don Juan, un poema de 17 cantos, fue uno de los más importantes poemas largos publicados en Inglaterra, desde El paraíso perdido de John Milton. Don Juan influyó a nivel social, político, literario e ideológico. Sirvió de inspiración para los autores victorianos. Influyó en los autores románticos del siglo XIX, sobre todo por sus héroes o antihéroes; sus personajes presentan un idealizado pero defectuoso carácter.

Fue un autor admirado por muchos de sus contemporáneos, como Goethe, Alphonse de Lamartine, Jan Potocki, y por otros de generaciones inmediatas, como Edgar Allan Poe (quien basó muchas de sus Narraciones extraordinarias en personajes de Byron), Gustavo Adolfo Bécquer, Mijaíl Lermontov, Alejandro Pushkin, José Mármol, Victor Hugo, Alejandro Dumas y Charles Nodier.

Fuente: [George Gordon Byron] en Wikipedia.org

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    Del negro abismo de la mar profunda
      (Traducción de Vicente Wenceslao Querol y de Teodoro Llorente, 1863)

      Nessun maggior dolore
      Che ricordarsi del tempo felice
      Nella miseria.
      Dante

      "Del negro abismo de la mar profunda
      Sobre las pardas ondas turbulentas,
      Son nuestros pensamientos como él, grandes;
      Es nuestro corazón libre, cual ellas.
      Do blanda brisa halagadora expire,
      Do gruesas olas espumando inquietas
      Su furor quiebren en inmóvil roca,
      Hed nuestro hogar y nuestro imperio. En esa
      No medida extensión, de playa a playa,
      Todo se humilla a nuestra roja enseña.
      Lo mismo que en la lucha en el reposo
      Agitada y feliz nuestra existencia,
      Hoy en el riesgo, en el festín mañana,
      Brinda a nuestra ansiedad delicias nuevas.
      ¿Quién describir pudiera nuestros goces?
      ¡Oh!, no eres tú, que la molicie enerva,
      Siervo de los deleites, que temblaras
      De las montañas de olas en la incierta,
      Móvil cumbre; ni tú, noble orgulloso,
      Del hastío sumido en la indolencia,
      A quien ya el sueño bienhechor no halaga,
      A quien ya los placeres no deleitan.
      Sólo el infatigable peregrino
      De esos caminos líquidos sin huellas,
      Cuyo audaz corazón, templado al riesgo,
      Al sordo rebramar de la tormenta
      Palpitando arrogante, hasta la fiebre
      Del delirio frenético en sus venas
      Sintiese hervir la sangre enardecida,
      Nuestros rudos placeres comprendiera.
      Do el cobarde ve el riesgo, él ve la gloria,
      Y sólo por luchar la lucha anhela
      El pirata feliz, rey de los mares.
      Cuando ya el débil desmayado tiembla,
      Se conmueve él, apenas... se conmueve
      Al sentir que en su pecho se despierta
      Osada la esperanza, que atrevida
      Su corazón para el peligro templa.
      ¿Qué es a nosotros la temida muerte
      Como el rival odioso también muera?
      ¡Qué es la muerte! La muerte es el reposo...
      Cobarde, eterno, aborrecible... ¡Sea!
      Serenos aguardémosla. Apuremos
      La vida de la vida, y después venga
      Fiebre traidora o descubierto acero
      Implacable a romper su débil hebra.
      Cobardes otros, de vejez avaros,
      Revuélquense en el lecho que envenena
      Dolencia inmunda, y el impuro ambiente
      Con flaco pecho aspiren y fallezcan
      Luchando con la muerte... ¡Oh, no a nosotros
      Fúnebre lecho de agonía lenta;
      ¡Césped fresco es mejor...! Y mientras su alma
      Sollozo tras sollozo tarda quiebra
      Los nudos de la vida, de un impulso
      Sus ligaduras rompe y se liberta
      Osado nuestro espíritu. Sus restos
      Del blanco mármol de su tumba estrecha,
      Grabado por el mismo que su muerte
      Hipócrita anhelaba, se envanezcan:
      Cuando sepulte el mar nuestro cadáver
      Le bastará una lágrima sincera,
      ¡Una lágrima sola! Henchido el vaso
      Del alegre festín en la ancha mesa
      Honra de nuestros bravos la memoria.
      Corto epitafio su valor celebra
      Cuando en el día augusto del peligro,
      Al repartir el vencedor la presa,
      Recuerdo de dolor su frente anubla
      Y con voz ronca que insegura tiembla:
      "¡Cuán felices, exclama, nuestra dicha
      Los valientes que han muerto compartieran!"

      Así grito salvaje en sordo acento
      Repite el eco en las cortadas peñas
      Del islote escarpado del Corsario,
      Do del vivac se apagan las hogueras;
      Y en alegre cantar sus agrias notas
      De los piratas al oído suenan.
      En pintorescos grupos esparcidos
      De fresca playa en la dorada arena,
      Aguzan unos sus puñales; otros
      Alegres ríen, bulliciosos juegan,
      O sus fieles alfanjes desnudando
      Indiferentes, sin afán, contemplan
      La sangre que los mancha. Precavidos
      Otros, con mano previsora pliegan
      Las anchas velas del bajel osado,
      O el negro flanco recomponen; mientras
      Pensativos algunos por la orilla,
      De las olas al son, lentos pasean.
      A quien aguija de inquietud oculta
      El afán incesante, allá en las quiebras
      De las ásperas rocas, lazos tiende
      A las marinas aves, o al sol seca
      La red humedecida; y en la mancha
      Que del mar en los límites blanquea,
      Con los ojos de la ávida esperanza
      Del incauto bajel mira las velas.
      De cien noches de horror y de combate
      Los lances con placer todos recuerdan.
      Y de luchar ansiosos se preguntan:
      "¿En dónde buscaremos nuevas presas?"
      ¿Dónde? ¿Qué les importa? Ya lo sabe,
      Y basta, el capitán. Fiel obediencia
      Es su único deber: saben que nunca
      Les faltará el botín, y más no anhelan.
      ¿Y quién es ese capitán? Su nombre
      Pronuncian en voz baja y lo respetan
      Cuantos habitan las hermosas playas
      Que aquellas olas complacidas besan:
      Y más no saben, ni saber más quieren
      Les basta un gesto, una mirada. Apenas
      Oyen su voz. De sus banquetes rudos
      No anima el regocijo su presencia.
      Mas ¿cómo ante la gloria de sus triunfos
      Acusar sus desdenes? Jamás llenan
      Para él la roja copa: indiferente
      La mira y a sus labios no la acerca;
      Y es su sobrio manjar, que desdeñara
      El más grosero de su banda, y fue
      A ermitaño frugal ración escasa,
      Secas raíces de silvestres yerbas,
      Rústico pan y los jugosos frutos
      Que brinda el árbol en sus ramas tiernas.
      El impuro placer de los sentidos
      Desdeñoso su espíritu desprecia,
      ¿Será que su energía no domada
      De esa abstinencia misma se alimenta?
      "Pronto a la mar."-Y el mar surcan sus naves.
      "A aquella playa el rumbo."-Y allá vuelan.
      "¡Sus!, ¡a las armas!"-¡Y el botín es suyo!
      Así a su voz, que imperativa ordena,
      Sigue la acción; y todos obedecen,
      Y su oculta intención nadie penetra.
      Si suena escrutadora una palabra,
      Una mirada de desprecio muestra
      De su temida indignación un rayo:
      No sabe dar su orgullo otra respuesta.
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    ¡Una vela!, ¡una vela!
      (Traducción de Vicente Wenceslao Querol y de Teodoro Llorente, 1863)

      "¡Una vela!, ¡una vela!"-Ese es el grito
      Que despiertan otra vez los mudos ecos,
      Cual esperanza de botín. "¿Qué buque?
      ¿Qué nación? ¿Qué bandera?" El catalejo
      Al lejano horizonte se dirige.
      "No es una presa: al hálito del viento
      Rojo estandarte en su elevada popa
      Ondula triunfador. ¡Es de los nuestros!.
      ¡Con soplo amigo, acariciadle, oh brisas!,
      Y antes de anochecer llegará al puerto."
      El cabo ya dobló, y el golfo corta
      La prora que contrasta el mar revuelto.
      ¡Con qué noble altivez su rumbo sigue!
      Sus blancas alas, que jamás huyeron
      Ante el contrario poderoso, tiende
      Como el ave marina en blando vuelo,
      Y sobre el mar deslizase atrevido
      Burlando los contrarios elementos.
      ¿Quién por reinar sobre la osada turba
      Que encierra ese bajel en su hondo seno,
      No provocara de la mar las iras,
      Y del cañón el escondido fuego?

      Vedle llegar: repléganse las velas;
      Crujen los cables; ancla, y al momento
      Los que en la playa la arribada miran
      Del buque ansiado con curioso anhelo,
      De la esculpida, acristalada popa,
      Ven al mar descender bote ligero.
      Cúbrese el puente de marinos; vira
      Veloz la nave, hasta que el duro hierro
      De la quilla la blanda arena corta,
      En la roca con agrio son crujiendo.
      ¡Gritos gozosos de sorpresa grata;
      De sincera amistad abrazos tiernos;
      Preguntas y respuestas presurosas;
      Dulces sonrisas de feliz contento!

      Cunde la nueva, y anhelante corre
      La turba hacia la mar. En el estruendo
      De bienvenidas, carcajadas, gritos,
      Más dulce suena el armonioso acento
      De la mujer, que sin cesar repite
      Con voz cortada por afán inquieto,
      Del esposo, el hermano o el amante
      El nombre preferido-"¿Qué fue de ellos?
      ¿Salváronse? Del triunfo o la derrota
      No os preguntamos, no; pero ¿de nuevo
      Verémosle correr a nuestros brazos?
      ¿A oír su voz querida volveremos?
      Haya sido sangriento el choque rudo,
      Hayan las ondas con furor violento
      Combatido al bajel, noble y constante
      No habrá cejado su animoso pecho;
      Pero, decidnos, ¿viven?, ¿viven? Vengan
      El asombro y el júbilo a traernos,
      Y el llanto que hoy anubla nuestros ojos
      Ardientes sequen sus ansiados besos".

      -"¿Dónde está el capitán? De graves nuevas
      Que el placer quizás turben del regreso
      Fieles nuncios hoy somos; mas no importa:
      Grato es al corazón el pasajero
      Júbilo del retorno. Juan, al jefe
      Condúcenos al punto. Volveremos
      A celebrar el venturoso arribo,
      Y la importante nueva sabréis luego."

      Y lentamente hacia el picacho agreste
      Trepando van por ásperos senderos
      Tallados en la roca; y al fin llegan
      Al ancha plataforma, do en el centro,
      Entre fragantes yerbas que a los aires
      Dan de silvestres flores el aliento,
      El golfo dominando, se levanta
      La torre del vigía. Bullen frescos
      En no labradas tazas de granito
      Límpidos y sonoros arroyuelos,
      Que provocan la sed con linfas claras
      Donde sus alas humedece el viento.
      ¿Quién es aquél que en la vecina loma,
      Cabe la gruta lóbrega, en silencio
      Sobre las aguas su mirada extiende?
      Sumergido en profundos pensamientos,
      Apóyase en la corva cimitarra
      Que tantas veces esgrimió soberbio.
      El es, Conrado, ¡como siempre, solo!
      "Adelante, adelante: ha descubierto
      Ya nuestro buque. Anúncianos, y dile
      Que de recientes nuevas mensajeros,
      Pretendemos hablarle. Juan, tú sabes
      Cuánto se irrita su carácter fiero
      Si pasos no esperados quizás osan
      Turbar su soledad." Se acerca lento
      Juan a Conrado, y con humilde labio
      Su mensaje le anuncia: él, altanero,
      Calla, y contesta a su pregunta sólo
      De su cabeza leve movimiento.

      Los mensajeros tímidos avanzan
      Y a su presencia inclínanse. Ligero
      Silencioso saludo les responde.
      "Letras son estas del espía griego
      Que nos revela fiel que ya cercanos
      El botín y el peligro están de nuevo.
      Mas, a pesar, señor, de sus noticias,
      Podemos anunciarte que.." -"¡Silencio!"
      Y su discurso inútil así corta.
      Absortos y humillados, sus recelos
      Entre sí murmurando, se retiran,
      Y su semblante observan desde lejos
      Y sorprender la sensación pretenden
      De las ansiadas nuevas en su aspecto.
      Conrado lo adivina; el rostro vuelve,
      Por orgullo quizás; recorre el pliego
      De una mirada, y "¡mi cartera!" exclama.
      "¿Do está Gonzalo, Juan?-Allá en el puerto,
      En el bajel anclado. -De él no salga.
      Esta orden mía llévale al momento.
      Y vosotros, ¡en marcha! Preparado
      Todo a partir esté: yo mismo debo
      Mandaros esta noche-¡Aún esta noche...!
      -Cuando cierre la sombra: el tenaz viento
      Refrescará al ocaso, más propicio.
      ¡Mi coraza, mi manto! Partiremos
      Dentro de una hora. Toma la trompeta;
      Mi carabina limpia, y que el armero
      Mi cimitarra de abordaje afile:
      En el postrer combate más mi esfuerzo
      Cansó ese alfanje que la sangre embota
      Que el duro choque del contrario acero.
      Cuando el instante designado llegue,
      Núncienlo exactos del cañón los truenos."

      Obedientes ante él se humillan todos
      Y silenciosos se retiran. -Presto,
      ¡Ay!, demasiado presto a la mar tornan!
      Mas ¿quién a resistir tiene derecho?
      Conrado lo ha querido: todos ceden.
      Hombre de soledad y de misterio,
      Nadie le ha visto sonreír; suspiros
      Nunca brotaron de su altivo pecho;
      Su nombre al más osado de su tropa
      Temor infunde, y su mirar severo
      El rostro adusto por el sol curtido
      Palidecer hiciera. ¿Qué secreto
      Lazo invisible los corsarios liga
      A su indomable voluntad de hierro?
      ¿Qué magia, con la cual en vano luchan,
      Les fascina? El poder del pensamiento:
      Fuerza oculta en el fondo de la mente;
      De afortunado triunfo hija primero,
      Y que después constante el genio osado
      Hábil conserva con tenaz empeño.
      Ella a la firme voluntad de un hombre
      Quizás sujeta humilde todo un pueblo,
      Que en sus hazañas y gloriosos triunfos
      Es sólo de su mano el instrumento.
      Así a los elegidos de la suerte
      Siempre los hombres se humillaron siervos:
      ¡Es el destino del mortal! Mas guarte,
      Guarte, esclavo feliz, que para el genio
      Con duro esfuerzo sin cesar te afanas.
      De envidiar loco a tu insensible dueño,
      ¡Ay!, si del yugo que dorado oprime
      Su sien erguida, te agobiara el peso,
      De tu humilde dolor la carga leve
      Pidieras otra vez cansado al cielo!
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    No cual los héroes es de antigua raza
      (Traducción de Vicente Wenceslao Querol y de Teodoro Llorente, 1863)

      No cual los héroes es de antigua raza,
      De alma infernal, mas de beldad divina,
      El misterioso capitán: su aspecto
      No la curiosa admiración excita;
      So las negras pestañas, solo un rayo
      De oculto fuego concentrado brilla.
      No iguala a la de un Hércules su talla;
      Mas fornido es y fuerte, y quien le mira
      Con tranquila atención, algo descubre
      De superior en él. Todos admiran
      La honda impresión que su mirada causa,
      Que todos sienten y ninguno explica.
      El sol ardiente que las playas dora
      Quemó en largas jornadas sus mejillas;
      Pálida y ancha es su serena frente,
      Y su abundante cabellera riza
      Medio la cubre; irónicos sus labios,
      Los pensamientos que ocultar ansía
      A su pesar descubren desdeñosos.
      De sus facciones las marcadas líneas
      Y de su tez cambiante los matices
      Atraen y turban a la par la vista;
      Y parece que ocultos pensamientos
      En su alma incierta confundidos lidian.
      Mas su secreto es ese: su mirada
      Los ojos que atrevidos la examinan
      Hace al punto bajar, que el de sus rayos
      Pocos audaces sostener podrían
      El encuentro fatal que el alma hiela.
      Vaga en sus labios infernal sonrisa
      Que cólera y espanto al par provoca:
      Y donde su mirada cae sombría
      Las alas tiende la Esperanza y huye,
      Y eterno adiós la Compasión suspira.

      ¡Cuán débil del culpable pensamiento
      Es el signo fugaz! Honda guarida
      Del escondido corazón los pliegues
      Son al genio del mal. Cuando palpita
      El dulce amor en nuestro pecho, el alma
      Feliz irradia el fuego que la anima
      Y alegre su pasión publica al mundo:
      El odio, la ambición y la perfidia
      Sólo en sonrisa amarga se revelan.
      Labio que arquea leve la ironía,
      Ligera palidez que mate cubre
      Faz observada, signos son que indican
      De profunda pasión oculto fuego.
      Sólo en la soledad sorprenderías,
      Invisible testigo, sus afanes.
      Entonces en la marcha interrumpida,
      En los ojos que al cielo se levantan,
      En las cerradas manos convulsivas,
      En el pálido rostro contraído,
      En las pausas que cortan su agonía
      Cuando el culpable súbito se vuelve
      Y sueña escuchar pasos, y que espían
      El vago afán de sus terrores piensa,
      En el fuego que inflama sus mejillas,
      En el frío sudor que su sien baña,
      De su alma enferma los misterios mira,
      Si hacerlo puedes sin temblar. El sueño
      Es ese que tras ásperas fatigas
      Le da el reposo. El corazón ya mustio
      En abandono y soledad se agita
      De un pasado fatal con el recuerdo.
      Contempla su alma. -¡Oh!, no; ¿quién osaría
      Siendo sólo un mortal, clavar los ojos
      Del corazón humano en la honda sima?

      Y no a ser jefe de piratas rudos
      Del negro crimen en la odiosa vía
      Nació al mundo Conrado: su alma noble
      Sufrió tenaz violentas sacudidas
      Antes que al hombre declarando guerra
      Del cielo airado renegase altiva.
      Del desencanto en la infecunda escuela
      Vio la llama apagarse de su vida:
      Para humillarse en demasía austero,
      Para ceder soberbio en demasía,
      Cual predilecta víctima, en el mundo
      Blanco juzgose de traidoras iras.
      Y cual causa fatal de sus tormentos
      Su altanera virtud maldijo un día,
      En vez de maldecir a los que infames
      Del abismo arrastráronle a la orilla.
      Si de sus beneficios el tesoro
      De los ingratos a la turba indigna
      El prodigado imprevisor no hubiera,
      Conservara tal vez su propia dicha;
      Mas no lo quiso ver: y calumniado
      Cuando feliz su juventud hervía,
      Odio insensato a los mortales lento
      Creció en su corazón; de voz divina
      Creyó escuchar la vocación sagrada
      Que de soñadas culpas vengativa,
      Sobre el linaje humano le arrojaba
      Cual rayo de su cólera encendida.
      Sintiéndose culpable, más culpables
      Juzgaba a los demás: hipocresía
      Llamando a la virtud, imaginaba
      Que en el secreto de cobarde intriga
      Ocultaban al mundo los honrados
      Lo que él osaba al resplandor del día.
      Detestábanle: nada le importaba;
      Los mismos que le odiaban, a su vista
      Temblaban de pavor. Sólo de orgullo
      Nutriendo en hondo afán su alma egoísta,
      Quiso al desprecio inaccesible hacerse
      De su altivez sobre la agreste cima.
      Espanto siembre su temido nombre;
      Despierte su valor ansiosa envidia;
      Ódienle enhorabuena; mas que nadie
      De atreva a despreciarle. -El hombre pisa
      Débil oruga, mas el pie detiene
      Si enroscada culebra ve dormida:
      El gusano levanta la cabeza
      Mas no su muerte venga; el áspid silba,
      Enlázase al contrario moribundo,
      El dardo ponzoñoso airado vibra,
      Y muere, sí; pero vengado muere,
      Y aunque aplastan su frente, no le humillan.

      Siempre el alma culpable oculto un resto
      Conserva de virtud: cándido brilla
      Entre odios acres sentimiento puro
      De Conrado en el alma. El mundo indigna
      Juzga del hombre esa pasión de niños
      Que es quizá objeto de su mofa impía;
      Conrado empero resistiera en vano
      A ese afecto que tierno le domina,
      Al que de Amor el lisonjero nombre
      Negar no puede su altivez esquiva.
      Sí; un amor es, sereno, inalterable,
      Que no enturbió jamás nube sombría,
      Jamás! En vano a sus audaces ojos
      Presentábanse hermosas cien cautivas:
      Sin despreciar adusto sus encantos,
      Sin pretender amante sus caricias,
      Pasaba por su lado indiferente.
      Cariñosas, de amor languidecían
      Las beldades en vano en sus cadenas;
      Jamás en su fatal melancolía
      La más ociosa de sus largas horas
      Quiso en sus brazos abreviar. Si digna
      Es del nombre de amor firme ternura
      En vano tenazmente combatida
      Por el dolor, la ausencia y la desgracia;
      Noble pasión que el tiempo no amortigua,
      Que lucha audaz con la contraria suerte,
      Que nunca suspiró queja furtiva
      En los tormentos del dolor; alegre
      Siempre al regreso, siempre a la partida
      La ansiedad del amante reprimiendo
      Porque a su tierna amada no le aflija;
      Afecto puro nunca desmentido,
      Que nunca el tiempo aminorar podría:
      Si eso se llamaba amor, Conrado amaba,
      Era en verdad muy criminal; inicuas
      Sus hazañas; sus odios infernales:
      No así aquella pasión. La mano fría
      Del crimen duro al apagar su alma
      Sólo de fuego le dejó una chispa:
      De todas las virtudes la más dulce
      Aún arde de su pecho en las cenizas.
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    Detúvose un momento pensativo
      (Traducción de Vicente Wenceslao Querol y de Teodoro Llorente, 1863)

      Detúvose un momento pensativo,
      Hasta que vio a lo lejos los piratas
      Lentos perderse en la torcida senda.
      Y entonces exclamó: "¡Nuevas extrañas!
      Mil riesgos afronté, y hoy este riesgo
      Paréceme el postrero. La esperanza
      Abandonó mi corazón; mas firme
      No cederá rendido en la batalla
      Mi incansable valor, ni mis soldados
      Desmayar me verán. Empresa es ardua
      Al encuentro correr del enemigo;
      Mas precavamos su feroz venganza:
      A atacarnos no venga, y este asilo
      Sangrienta escena de sus iras haga.
      ¡Oh! Si mi plan obstáculos no encuentra;
      Si la fortuna nos sonríe grata,
      Verterán sus esposas llanto acerbo
      En torno de sus piras funerarias.
      Quizás incautos duermen: ¡que los sueños
      Con los halagos de su dulce magia
      Les acaricien! Con fulgor más vivo
      Nunca los despertó risueña el alba, 
      Que el luminoso incendio que esta noche
      Entre las sombras vibrará sus llamas.
      ¡Vientos, sednos propicios! ¿Y Medora...?
      ¡Oh, débil corazón! Que al menos su alma
      No agobie el peso que la mía oprime.
      ¿Por qué mi osado espíritu desmaya?
      ¡Y valiente yo fui...! ¡Mérito escaso
      Do valientes son todos! También clava
      Su aguijón el insecto y audaz lucha
      Cuando una fuerza superior le ataca.
      Propio del hombre al par y de la fiera,
      Ese vulgar valor que el riesgo inflama
      Bien poco es para mí: más altos fines
      Ansió lograr un día mi constancia.
      Con serena firmeza y bravo arrojo
      A luchar enseñé a mi corta banda
      Contra crecida hueste; la conduje
      Con sagaz tino al triunfo que comprabas
      Escasas gotas de su sangre...Y ahora
      Más recurso no resta; ya no basta
      Mi ciencia perspicaz. ¡Victoria o muerte!
      Pues bien; venga la muerte: no me espanta.
      Mas, ¿llevar a esos fieles compañeros 
      A cierta perdición...?¡Oh! ¡Jamás nada
      Mi destino importome; mas mi orgullo
      Cuánto, cuánto sufriera, si asechanza
      A mis pies escondida me burlase!
      ¿Debo mi vida y mi poder y fama
      Así a un albur jugar? ¡Duro destino!
      Conrado, acusa a tu demencia infausta;
      Al destino no acuses: el destino
      Aún tiene tiempo de salvarte. ¡Aguarda!

      Así, consigo hablando, distraído,
      A la cumbre trepó, do coronaba
      Verde colina su soberbia torre.
      Detúvose al umbral de pronto: su alma
      El timbre melancólico y sonoro
      De la voz dulce que jamás le cansa
      Hirió fascinador. Entre los hierros
      Que protectores cierran la ventana,
      Brotaba triste su armonioso acento
      Que iba a perderse en las tranquilas auras,
      Y así del tierno pájaro cautivo
      Decía el canto que entonó en la jaula:



      Mi corazón en misteriosa calma
      Dulce secreto de placer oculta;
      Cuando me miras, te lo dice el alma;
      Y luego allá en su fondo lo sepulta."



      "Luz que no apaga las tinieblas arde
      Con tibios rayos en el alma mía.
      Si inútil es que sus destellos guarde,
      ¿Por qué así en lucha con la sombra fría?"



      "Sin consagrarme un triste pensamiento
      No pases por delante de mi tumba:
      Lo que en mi amarga soledad más siento
      Es que me olvidarás cuando sucumba."



      "Oye piadoso mi postrer gemido:
      El valor no te veda que me llores.
      Ven, y lo único dame que te pido:
      ¡Una lágrima premie mis amores!"

      Pasó el umbral; por corredor oscuro
      Entró Conrado en la escondida estancia
      Cuando de la canción la postres nota
      En la bóveda estrecha resonaba.
      -"¡Cuán triste es tu cantar, Medora mía!
      -¡Alegre piensas que en tu ausencia amarga
      Pudiera resonar! Aún cuando lejos
      No escuchas nunca mis cantares, mi alma
      En sus acentos dócil se revela;
      Eco son de mi pecho sus palabras,
      Y aunque cierre mis labios el silencio,
      Mi amante corazón no mudo calla.
      En solitario lecho, cuántas veces
      De borrascosa tempestad las alas
      Dieron mis sueños al dormido viento,
      Y el blando soplo que la costa halaga
      En mi mente zumbó como el mugido
      Que amenazante el huracán presagia,
      Y escuché al dulce son de su murmurio
      De canto funeral la voz aciaga
      Que tu muerte llorando, tu cadáver
      Flotar hacía en las inquietas aguas!
      Y saltando del lecho temerosa,
      Iba a ver si la luz ya vacilaba
      Del faro amigo en la elevada torre,
      Y temiendo que manos mercenarias
      Dejáranla morir, yo cuidadosa
      Daba alimento a su propicia llama.
      Largas horas, insomne, de los astros
      En el sereno azul la lenta marcha
      Con los ojos seguía, y esperando
      La brisa que precede a la mañana
      Con soplo fresco, a la tardía aurora
      Llamaba loca en mis mortales ansias.
      Y tristes sus destellos las tinieblas
      Rompían... ¡y a mi lado tú aún no estabas!
      Por la llanura de la mar tendía
      Humedecida en llanto la mirada,
      Y ni mi acerbo lloro, ni mis votos
      Me hacían ver en la extensión lejana
      Del horizonte límpido, de un buque
      Brillar sobre el azul la vela blanca.
      Hoy por fin a mis ojos anhelantes
      Apareció en el mar ligera mancha:
      Era un buque; acercose, pasó. Y otro
      Llega después y vira hacia la playa:
      ¡Sy! ¡Aquel era el tuyo! Que no tornen
      Esos días, Conrado: dulce calma
      En este grato albergue la paz brinda;
      Ricos tesoros escondidos guardas;
      Y el cielo puro que risueño brilla
      Y el campo fértil con sus verdes galas,
      A terminar aquí la errante vida
      En el reposo del placer te llaman.
      No los peligros temo; bien lo sabes:
      Sólo tiemblo por ti, cuando te lanzas
      Huyendo de mis brazos, a la muerte.
      ¡Oh!, profundo misterio encierra tu alma,
      Que tan dulce conmigo, su ternura
      Tenaz reprime y su pasión contrasta.
      -Sí: ¡misterio profundo! El desengaño
      Envenenó mi vida, y de heces agrias
      Llenó mi corazón: hollarle quiso
      Del hombre cruel la desdeñosa planta
      Cual inerte gusano, y rencoroso
      Víbora levantose a la venganza.
      Otro bien no le resta al alma mía,
      Medora, que tu amor: jamás de la alta
      Región serena de los cielos vino
      Rayo de compasión e iluminarla,
      Este odio al mundo que te aflige tanto,
      De mi amor forma parte: están en mi alma
      Estos dos sentimientos tan unidos,
      Que entrambos morirán si los separan;
      Y el día que a los hombres amar pueda
      Te dejaré de amar. Pero, no; nada,
      Nada temas, Medora; mi pasado
      Harto ya te asegura mi constancia.
      Tuyo es mi porvenir. Mas hoy de nuevo
      Al rigor de la suerte, resignada
      Cede, querida mía; aún es preciso...
      Oh, mi ausencia esta vez no será larga,
      Sún es preciso separarnos.-¡Cielos!
      Bien lo previó mi corazón: ¡cuán raudas
      De mis sueños de amor las ilusiones
      Vi los cielos cruzar de la esperanza!
      ¡A estas horas partir...! ¡Oh!, no es posible,
      Sujeto apenas de la inmóvil ancla
      Duerme ese buque en el tranquilo golfo;
      Y el otro aún en la mar... ¿Ves cuál descansan
      De la ruda fatiga los morinos
      Al sol tendidos en la extensa playa?
      En vano quieres que a afrontar se arrojen
      De nuevo tras de ti la mar contraria.
      Tú burlas, amor mío, mi flaqueza,
      Y en combatir mi espíritu te ensayas
      Y en templarlo al peligro; mas no irrites
      Un débil corazón que tanto te ama
      U tu sangrienta mofa mataría.
      Calla, Conrado de mi vida, calla:
      Ven y feliz dividirás conmigo
      De tu frugal festín la mesa parca
      Que complacida preparé; y bien poco
      Tu sobriedad nuestros desvelos cansa.
      Pero, mira, Conrado; complacida
      Yo la fruta escogí más sazonada,
      Aquella que con tintas más hermosas
      Brillar he visto en las fecundas ramas.
      Para buscar la fuente que más frescas
      Vierte en puro raudal sus linfas claras
      Tres veces de los próximos collados
      He recorrido la umbrosas faldas
      Verás cuan dulces tus sedientos labios
      Refresca hoy el sorbete. ¿No te agrada
      Verle brillar en el tallado vaso
      De límpido cristal? Jamás embriaga
      De la fecunda vid el jugo ardiente
      Tu pecho austero: cuando alegre pasa
      De mano en mano en el festín la copa,
      Sobrio cual musulmán, de ti la apartas.
      Ven; dispuesta la mesa, ya te espera;
      Y la encendida lámpara de plata
      No teme, llena de dorado aceite,
      Las sombras densas que la luz apagan.
      La mesa alegre, a tu servicio atentas,
      Circundarán mis jóvenes esclavas,
      Y entonaré con ellas dulces cantos,
      O enlazaremos armoniosas danzas.
      Si quieres que tu espíritu adormezca,
      Las cuerdas vibraré de mi guitarra
      Tan dulces a tu oído; y si no quieres,
      En el libro de Ariosto, las desgracias,
      De la infeliz Olimpia leeremos,
      De Olimpia, crudamente abandonada
      Por quien tanto la amó. Y ¡ay!, en perfidia
      Hora a su burlador aventajaras
      Si de mi lado huyeres. Y a aquel otro,
      Ya sabes tú quién digo: una mañana
      Vi a tus labios brotar leve sonrisa
      Cuando el isolte de la pobre Ariadna
      Dejonos ver el despejado embiente,
      Y te mostré la roca solitaria,
      Y te dije, temblando de que un día
      Mi sospecha fatal se realizara:
      "¡Así me dejará Conrado en su isla!"
      Y feliz me engañé: con fiel constancia
      Conrado ha vuelto siempre.-¡Siempre! ¡Siempre!
      Y siempre volverá, ¡Medora amada!
      Mientras de vida un resto en este mundo
      Y en el cielo le quede una esperanza,
      Volverá siempre a ti. Pero del tiempo
      En raudo vuelo los momentos pasan
      Y a la hora traen de la partida. ¿Cuáles
      Mis proyectos hoy son? ¿A do me arrastran?
      ¡Ay! ¿Para qué decírtelo, Medora;
      Si he de acabar por la fatal palabra
      Que nos desune, ¡adiós! Y bien quisiera
      Si tiempo hubiese, revelar... ¿Te alarmas?
      ¡Oh!, no; por mi no temas: mis contrarios
      Temibles hoy no son: valiente guardia
      Quiero que vele de la torre en torno,
      E impensados ataques burle cauta.
      Sola no quedarás; nuestras matronas
      Y tus jóvenes siervas te distraigan
      De la ausencia en las horas. Cuando torne
      Gozaremos por fin en dulce calma
      De asegurada paz grato reposo.
      Pero, ¿qué escucho? ¿Es la trompeta? Calla:
      ¡Oh!, sí; ya Juan dio la señal. ¡Un beso...!
      ¡Otro! ¡Otro más...! ¡Adiós!"

      Y se levanta;
      Y en los abiertos brazos de Conrado
      Ella se arroja, y con pasión le abraza;
      Y sobre el pecho de su fiel amante
      Ocultando la faz que el llanto baña,
      Siente junto a sus labios conmovido
      Latir su corazón. El clavar ansia
      En los azules ojos de Medora
      Trémula de emoción tierna mirada,
      Mas no se atreve a levantar su frente
      Que inclina débil aflicción amarga.
      La blonda, destrenzada cabellera,
      Cae en desorden por su esbelta espalda,
      Y los brazos que amante la sujetan
      Los rizos de oro cubren. Y se apagan
      Y apenas ya palpitan los latidos
      En su fiel pecho que el amor llenara.
      Y retumba el cañón: a los corsarios
      El propicio crepúsculo al mar llama;
      Se ocultó el sol, y en su dolor Conrado
      Maldice al sol con insensata rabia.
      Contra su pecho oprime enternecido
      Y la oprime otra vez, y no se cansa
      De estrechar a la mante que en sus brazos
      Implora su piedad desconsolada.
      Y la lleva arrastrando hasta su lecho;
      La contempla un instante: en corta pausa
      Piensa que para él no hay en el mundo
      Otro bien que su amor; y en duda amarga
      Vacila. -Mas de pronto un beso imprime
      En su pálida frente, y veloz marcha.
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    ¿Ha partido? ¿Ha partido?
      (Traducción de Vicente Wenceslao Querol y de Teodoro Llorente, 1863)

      "¿Ha partido? ¿Ha partido?", al fin exclama
      Medora en sí volviendo, "¡y ha un instante
      A mi lado le vi...!" Salta del lecho,
      Cruza con pie ligero los umbrales;
      Y sólo entonces un raudal copioso
      Brota el acerbo lloro: gruesas caen
      Sus lágrimas pesadas, y no siente
      Cómo surcando sus mejillas arden.
      En su pálida faz desencajada
      Honda huella grabaron los pesares
      Que no borrará el tiempo; la luz pura
      Que animó sus azules ojos de ángel,
      Al mirar el vacío en torno suyo
      Parece que ya lánguida se apague.
      De pronto ve a Conrado. ¡Oh Dios, cuán lejos!
      Resplandecen sus ojos centellantes,
      Y el fuego ardiente brota en sus pupilas
      De una pasión frenética a raudales,
      Entre el río de lágrimas que pronto
      Volverá a renacer más abundante.
      "¡Ha partido!, ¡ha partido!" Convulsiva
      Sus manos lleva al corazón; con ayes
      Después desesperados, las levanta
      Y al cielo pide que sus penas calme.
      Clava luego los ojos en la playa:
      Mira las velas en la anclada nave
      Izar al fresco viento... ¡Y no se atreve
      A ver ya más! Con paso vacilante
      Entra y, "¡no es sueño!" sollozando exclama:
      "¡Lleno de la aflicción está ya el cáliz!

      Y sin volver atrás los ojos tristes,
      De roca en roca el angustiado amante
      Baja veloz. Si de la senda estrecha
      Al seguir las revueltas espirales,
      Otra vez ve lo que sus ojos huyen,
      La torre altiva que domina el valle,
      Donde querida mano, a su regreso,
      Amiga la saluda antes que nadie;
      Y a Medora, la estrella de ventura
      Que tibios rayos en su cielo esparce,
      De ellas tenaz el pensamiento arranca:
      Si hoy su flaqueza le detiene frágil,
      Si a los bordes se duerme del abismo,
      Mañana al fondo rodará. Y ¿quién sabe?
      ¿No vale más su amor que su destino...?
      ¿Por qué no abandonar a los azares
      De la suerte su vida, y a las olas
      Sus atrevidos, misteriosos planes?
      Detiénese un momento; mas, resuelto,
      Avanza nuevamente: si un instante
      El corazón del hombre se enternece,
      Nunca traidor vacilará cobarde
      De una mujer al lloro jefe osado.
      Ve por fin su bajel; ve favorable
      Rizar la brisa las dormidas aguas,
      Y levanta su espíritu arrogante.
      Apresura su marcha, y cuando sordo
      Oye el murmullo que resuena grave,
      La cadencia armoniosa de los remos,
      Los gritos del marino, y mira hincharse
      Trémula palpitando la ancha lona,
      Y cual adiós de despedida al aire
      En la playa ondular cándidos lienzos,
      Y ve después el pabellón de sangre
      Que de su buque izado en la alta popa
      Ondea de la brisa al soplo suave,
      Apenas puede comprender que débil
      Su decidido corazón temblase.
      Los negros ojos encendidos, lleno
      El pecho altivo de embriaguez salvaje,
      Cual Conrado otra vez se reconoce,
      Y veloz corre entre las peñas ágil,
      Hasta que al pie de la colina mira
      Extendida la playa dilatarse.
      Y se detiene; no porque las auras
      De la vecina mar su sien halaguen:
      Detiene el paso, y el transporte calma
      Que afectado revela su semblante,
      Y su severo aspecto recobrando
      A sus soldados marcha a presentarse.

      Bajo máscara falsa de orgullo
      De su pecho los lúgubres afanes
      Ocultaba Conrado cuidadoso.
      La austeridad de su arrogancia grave
      Inoportuna indiscreción rechaza
      Y audaz parece que obediencia mande.
      Si acaso empero el ánimo dudoso
      Sspira a seducir, ¡oh cuán amable
      Disipando el temor, la simpatía
      Vibra en su voz que el corazón atrae!
      Mas pronto helado soplo de su pecho
      Parece que egoísta el fuego apague:
      Es que al hombre desprecia; es que a sus ojos
      Más la obediencia que el afecto vale.

      Su guardia fiel a su alredor se agrupa;
      Juan al encuentro de Conrado sale:
      -"¿Todos están a la partida prontos?
      -Todos, señor, esperan en la nave.
      La última lancha al capitán aguarda.
      -"¡Mis armas y mi manto!" El corvo alfanje 
      A su cintura ciñe, y de ancha capa
      En los pliegues envuélvese. "Que llamen
      A Pedro." Pedro viene, y cariñoso
      A su saludo contestando afable,
      Le dice el capitán: -"Esta cartera
      Tus órdenes contiene: aquí mis planes
      Hallarás desenvueltos. Con fiel celo
      Ejecuta mis órdenes: tú sabes
      Ejecutarlas bien. Doble la guardia
      Precava previsora todo ataque;
      Cuando el buque de Anselmo torne al puerto
      Que mis mandatos cumpla. Si reinasen
      Vientos propicios, antes de tres días
      Nos verás: hasta entonces. ¡Dios te guarde!"

      Y estrechando la mano del pirata,
      Salta con pie resuelto al bote frágil;
      Y los remos armónicos golpean
      Las móviles oleadas, que brillantes
      De fosfórica luz cúbrense. Llegan
      Al anclado bajel; ya sobre el mástil
      El jefe reclinado, silencioso,
      Tiende su vista por los anchos mares.
      Suena agudo un silbido, y los corsarios
      Roncos hacen crujir los tensos cables;
      Y complacido el capitán contempla
      Cómo, al timón obedeciendo, parte
      Veloz el buque del seguro puerto;
      Y en mirar de su gente se complace
      El animoso ardor, y hasta risueño
      Su esfuerzo excita y su tesón aplaude,
      Y su mirada audaz, de orgullo henchida,
      En el joven Gonzalo va a fijarse.
      Mas ¿por qué palidece y débil tiembla?
      ¿Tan súbito dolor de dónde nace?
      ¡Ay!, sus ojos la torre y la colina
      Volvieron a encontrar...! ¡Allí su amante...!
      Quizás los ojos, húmedos en llanto,
      Medora en el bajel ansiosa clave:
      Jamás con tanto amor sintió Conrado
      Latir su corazón, como ahora late.
      Empero comprimiéndose, desciende
      Al hondo camarote, y de su viaje
      Objeto y plan descúbrele a Gonzalo.
      Lámpara amortiguada ante ellos arde;
      Cubren la mesa desplegadas cartas,
      Brújulas, catalejos y compases.
      Su plática duró hasta media noche;
      Y parece que eterna se dilate
      Aún la noche después: tanto las horas
      A aquellos corazones anhelantes
      Lentas parecen. Bajo cielo puro
      Las brisas respiraban favorables,
      Y resbalaba sobre el mar el buque
      Como ligero halcón hiende los aires.

      Los altos promontorios de las islas
      Que al paso encuentran en su curso, audaces
      Con veloz rumbo los corsarios doblan,
      Para llegar al puerto antes que rasgue
      La renaciente aurora el denso velo
      De las amigas sombras. Ya distantes
      Miran trémulas luces, y el vigía
      Descubre el golfo estrecho, do las naves
      Descansan del pachá. Y una por una
      Cuentan las velas, y la empresa fácil
      Ya juzgan, viendo en los murientes fuegos
      Que duermen sin temor los musulmanes.
      Entre los buques enemigos pasa
      El buque audaz, sin descubrirlo nadie;
      Y en escondido, solitario golfo,
      Al abrigo de un cabo, que gigante
      La fantástica forma sobre el cielo
      Negra dibuja, silenciosa cae
      Al fondo oculto de la mar el ancla.
      Los corsarios se aprestan al ataque;
      Nada de arengas vanas: se hallan siempre
      En mar y en tierra prontos al combate.
      Inmóvil en la popa, acariciando
      Su luenga cimitarra de abordaje,
      Con aspecto sereno y voz muy baja
      Les habla el capitán... ¡y habla de sangre!
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    De cien galeras la soberbia escuadra
      (Traducción de Vicente Wenceslao Querol y de Teodoro Llorente, 1863)

      De cien galeras la soberbia escuadra
      En la bahía de Coron hoy flota,
      Y los blancos cristales del serrallo
      Lámparas mil con su esplendor coloran.
      En nocturno festín celebra ufano
      Selim-pachá la próxima victoria
      En que al corsario arrancará cautivo
      Del hondo nido de sus negras rocas.
      El lo ha jurado por Alá y su alfanje,
      Y ha de cumplirlo. Las vecinas costas
      Cubren las naves de doquier venidas,
      Y los marinos con canciones roncas
      Hieren los aires, celebrando alegres
      La rica presa y la cercana gloria.
      Ya se reparten fáciles cautivos,
      Y con desprecio a sus contrarios nombran;
      Los centinelas duermen descuidados
      Y al enemigo en sueños lo derrotan.
      Los otros van dispersos por la playa
      Y su valor ejercitando, acosan
      A los esclavos griegos; ¡digna hazaña
      Que la energía de los turcos honra,
      Sacar la espada y espantar a siervos!
      Hoy se contentan con quemar sus chozas,
      Y compasivos derramar desdeñan
      Sangre que inútil su valor desdora.
      Tan sólo a veces el capricho alegre
      Hace esgrimir sus cimitarras corvas;
      Para ensayar la fuerza de su brazo
      La débil hebra de la vida cortan.
      En tanto esperan en bullente orgía
      Ligeras pasen las nocturnas horas,
      Que los esclavos, si su vida estiman,
      Gozosos digan sus canciones todas,
      Y que el furor no brote de sus pechos
      Mientras les miren dominar sus costas.

      En su palacio, en medio de los jefes,
      Selim sobre un diván muelle reposa:
      Ya terminó el banquete, y él aún bebe
      El vedado licor en anchas copas.
      En torno suyo los esclavos pasan
      Las tazas llenas del café de Moka;
      Las largas pipas con las nubes de humo
      Llenan la estancia y el ambiente aroman,
      Mientras que bailan sueltas las almeas
      Al agrio son de destempladas notas.
      A la mañana ocuparán sus naves;
      Pues como el mar de noche se alborota,
      Mejor se duerme sobre blandos lechos
      Que no arrullados por movibles ondas.
      Olvidan, pues, el próximo combate
      Hasta que nazca la cercana aurora:
      Ellos entonces lucharán valientes,
      Más por su Dios que por su propia gloria;
      Su número y sus naves justifican
      La confianza del pachá orgullosa.

      De pronto vese tímido que avanza
      El negro esclavo que a la puerta ronda,
      Y antes de hablar inclina la cabeza
      Y con la mano el pavimento toca.
      -"Señor, licencia para hablaros pide
      Un dervis, que a la puerta llegó ahora,
      Y que escapó de la isla del Corsario."
      Sale el esclavo a una señal, y torna
      Con el santo dervis. Los brazos cruza
      Sobre el oscuro verde de su ropa;
      Su marcha es lenta y vacilante, humilde
      Su mirada; en su aspecto se denota
      Más que la edad la penitencia austera;
      No el temor sus mejillas descolora;
      Con el cabello que a su Dios consagra
      El ancha frente pálida corona.
      Un capuz cubre el rostro, y llena el pecho
      Sólo el amor de las celestes glorias.
      Modesto, mas no tímido, sostiene
      Tranquilo la mirada escrutadora,
      De los que antes que el Pachá le hablase
      Mudos aguardan que el silencio rompa.
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    ¿De do vienes, dervis?
      (Traducción de Vicente Wenceslao Querol y de Teodoro Llorente, 1863)

      -¿De do vienes, dervis?
      -Hoy me he escapado
      De la guarida infame del Pirata.
      -¿Dónde caíste en su poder?, ¿qué día?
      -Mi caique a Scalanova navegaba,
      Desde la isla de Skio, cuando el cielo
      Quiso su rumbo interrumpir: las armas
      Del corsario apresaron nuestras naves,
      A su tripulación llevando esclava.
      Yo no temo la muerte, y no tenía
      Riquezas que perder; sólo mi marcha
      Pudo una noche interrumpir. Mi errante
      Libertad recobré: la frágil barca
      De un pescador se me brindó a la fuga:
      Y cumpliendo por fin esa esperanza,
      Hoy vengo aquí, do tu poder me escuda:
      ¿Quién junto a ti, oh Pachá, teme al Pirata?
      -¿Y qué hace allí? ¿Sus presas y sus rocas
      A defender soberbio se prepara?
      ¿Conoce mi intención, sabe que ansío
      Su nido de escorpión dar a las llamas?
      -Pachá, los ojos tristes de un cautivo
      Al recordar la libertad pasada,
      Mal a su propio vencedor espían.
      Yo escuché sólo en la vecina playa
      El murmullo incesante de las olas
      Que en el negro peñón me aprisionaban.
      Sólo el azul de los tendidos cielos
      Dorados por el sol triste miraba,
      Sol cuya ardiente claridad no pueden
      Los ojos soportar de la desgracia;
      E intenté, mis cadenas quebrantando,
      De mi lloro secar la fuente amarga.
      Mi fácil fuga te dirá que viven
      Sin recordar lo que peligros llamas;
      ¿Pudiera yo, si sospecharan ellos
      Burlar así su activa vigilancia?
      El centinela que mi fuga ignora
      No ha de dar la señal de tu llegada...
      Pachá, mi cuerpo fatigó la lucha
      Que ha sostenido con el mar, y ansía
      Descanso y alimento... Me retiro;
      Paz a ti y a los tuyos. -Tente, aguarda:
      Dervis, yo te lo mando... ¿Lo oyes?... ¡Tente!
      Aquí alimento te traerán mis guardias:
      Participa también de mi banquete.
      Pero una vez tu cena terminada,
      Escúchame y responde. ¿Lo has oído?
      Detesto los misterios."

      ¿Quién la opaca
      Sombra ha visto que rápida la frente
      Nubló del religioso? Su mirada
      Casi feroz en el diván la fija,
      Y desdeña el banquete que le aguarda;
      Pero fue sólo pasajero rayo
      De una encendida y apagada rabia.
      Después sentose silencioso, inmóvil,
      Devuelta al rostro la perdida calma;
      Sírvenle la comida, y él desdeña
      Los manjares cual fruta emponzoñada:
      Y en verdad que su ayuno y su fatiga
      A los glotones convidados pasman.
      -Dervis, ¿qué tienes? ¿Piensas por ventura
      Que sea este festín fiesta cristiana?
      ¿Odias a mis amigos? ¿Por qué evitas
      Probar la sal, la prenda más sagrada,
      Señal de paz entre contrarias tribus,
      La que embota la aguda cimitarra,
      Y convierte en hermano al enemigo,
      A quien la tienda se abre hospitalaria?
      -Delicado manjar sólo sazona
      La sal, y mi alimento en la montaña
      Es la áspera raíz, y bebo sólo
      El agua pura de las fuentes claras.
      Mis votos y mi regla me prohíben
      Partir con nadie el pan. Si os es extraña
      Esta conducta, y sospecháis que sólo
      Sobre mi frente vuestras iras caigan;
      Pero por todo tu poder, por todo
      El poder del sultán, mi regla santa
      Yo guardaré, pues temo del profeta
      La cólera divina, y que mis plantas
      Detenga en el camino hacia la Meca.
      -Haz lo que quieras, y tu regla guarda;
      Pero contesta a una pregunta: ¿Cuántos
      Son los hombres...? ¡Qué miro...! ¿No es la clara
      Luz de la aurora? ¡No...! ¿Qué sol, qué astro
      Slumbra así las adormidas aguas?
      ¡Como un lago de fuego resplandecen!
      ¡Oh Dios! ¡Traición!, ¡traición! ¡Vengan mis guardias!
      ¿Quién incendió mis buques? ¡Y apartado
      De ellos estoy...! ¡Mi roja cimitarra!
      ¡Dervis maldito! ¿Por ventura eran
      Esas las tristes nuevas que guardabas?
      ¡Un espía tal vez...!; ¡prendedle, atadle...!,

      El Dervis atrevido se levanta
      Al repentino resplandor, y al punto
      De continente y de mirada cambia.
      No es un pobre ermitaño; es un soldado
      Que salta en su caballo de batalla.
      Arroja el alto gorro que le encubre,
      El largo manto que le envuelve rasga;
      Brilla en su mano el damasquino alfanje,
      Ciñe su pecho la acerada malla;
      Cubre su frente el casco relumbrante
      Con pluma negra; de sus ojos salta
      El fuego de sus iras, y esa oscura
      Sombra de duelo que su frente mancha,
      Hace creer al musulmán que sea
      Un genio de esos a que Afrites llaman,
      Demonios cuyos golpes dan la muerte.
      En tanto horrible el grito se levanta
      Del combate empezado; las antorchas
      Su luz uniendo a la rojiza llama
      Que arde en el mar; el clamoreo confuso,
      El choque rudo de encontradas armas,
      Truecan la costa en pavoroso infierno.
      Sangre en el mar y en tierra se derrama
      Los esclavos huyendo, desconocen
      El grito que prender al Dervis manda:
      Este recobra su sereno aspecto
      Y oculta a todos las secretas ansias
      Con que la muerte inevitable espera
      Sólo y allí; que la señal pactada
      Los suyos no aguardaron, y han prendido
      Muy pronto el fuego a la enemiga escuadra.
      Ve el terror del contrario, el cuerno coge
      Que al lado pende del tahalí de grana,
      Y a su sonido le contestan lejos.
      -"¡Bien, mis valientes! ¡Bravos camaradas!
      ¿Cómo pude dudar ni un punto de ellos,
      Y sospechar que así me abandonaran?"-
      Extiende el brazo y círculos ligeros
      Sobre su frente con su alfanje traza:
      Repara el tiempo que perdió, y un hombre
      Para espantar la muchedumbre basta.
      Armas soltadas y turbantes rotos
      La alfombra cubren por el ancha sala,
      Y apenas hay un brazo que se eleve
      A defender la frente amenazada:
      Hasta el mismo Selim retrocediendo
      Y confundido de sorpresa y rabia,
      Huye, y aun le provoca. El es valiente,
      Pero el furor que su razón embarga
      Le impide combatir, y huye del campo,
      En su dolor mesándose las barbas.

      Ya del serrallo por las rotas puertas
      Aquel palacio invaden los piratas,
      Y el musulmán, con voces plañideras,
      Rinde rotos alfanjes a sus plantas;
      En vano siempre, que su sangre corre
      De los contrarios al furor; y avanzan,
      Avanzan bravos do el sonido oyeron
      Del clarín que a su lado les llamaba.
      El ay de los heridos les anuncia
      Que el jefe sigue su obra sanguinaria,
      Y dan un grito de alegría al verle
      Solo y sombrío en la revuelta estancia,
      Corto es el parabién, pero aún más corta
      La respuesta. -"Selim se nos escapa,
      Y ha de morir. Si ya arden sus galeras,
      ¿Por qué ese fuego la ciudad no abrasa?"
      Prontas a obedecerle cien antorchas,
      Del minarete al pórtico las llamas
      Invaden el palacio. Placer fiero
      Píntase de Conrado en las miradas;
      Pero, ¿por qué se demudó su rostro?
      De una mujer la voz desesperada
      Ha resonado, y se conmueve, al punto
      El corazón que goza en las batallas.

      -"¡Oh!, derribad las puertas del serrallo,
      Y a esas mujeres con honor salvadlas:
      Pensad tenéis amantes que os esperan;
      Que tras la afrenta viene la venganza.
      El hombre es mi enemigo: las mujeres
      Débiles son; debemos respetarlas.
      Yo lo olvidé, y el cielo nunca olvida
      De cobardía y deshonor la mancha.
      Corro, vuelo; me siga quien no quiera
      Tal crimen cometer." Salta las gradas,
      La puerta incendia del harén, y raudo
      Vuela su pie sobre las rojas ascuas.
      El humo aspira y rápido lo arroja
      Al ir cruzando estancia tras estancia.
      Como él, los compañeros que le siguen
      Llegan a tiempo aún: cada pirata
      Lleva en los brazos la mujer llorosa
      A quien salvó sin contemplar sus gracias.
      De sus cautivas el terrible miedo
      Se esfuerzan en calmar; sus apagadas
      Fuerzas alientan, y el honor debido
      A las beldades indefensas guardan:
      ¡Tanto ha sabido transformar Conrado
      En dulce paz la embravecida rabia!
      Mas ¿quién es ésa que el Corsario lleva
      Y del furor de los combates salva?
      Es del pachá la hermosa favorita
      Del pachá a quien Conrado inmolar ansía,
      La que es en el harén reina temida
      Y al mismo tiempo de Selim esclava.

      Conrado apenas dirigirle pudo
      Su breve voz a la infeliz Gulnara,
      Que en esa tregua que a la guerra diera
      La compasión, al ver su retirada
      No seguida, el contrario se detiene,
      Se reúne luego y torna a la batalla.
      Selim ha visto sus inmensas fuerzas,
      Ve de Conrado la pequeña banda,
      Y se avergüenza del pasado miedo
      Que entre sus tropas difundió la alarma.
      "Alá il Alá"-con pavoroso grito
      Dice, y se apresta al punto a la venganza,
      Que aquella rabia que al pavor sucede
      Saciarse sólo en los combates ama.
      El fuego al fuego se opondrá; la sangre
      Sangre pide, y espada contra espada
      Hará que la victoria retroceda;
      Que la pelea renovó la saña
      Y los que fueron vencedores, ahora
      Serán dichosos si la vida salvan.
      Conrado del peligro se apercibe,
      En torno suyo a sus soldados llama:
      -"¡Un esfuerzo!, y el círculo rompamos
      Que nos encierra." -Se unen los piratas
      Cansados ya del último combate;
      Se agrupan, forman en columna, cargan,
      Vacilan... ¡Todo se perdió! Ahogados
      De sus contrarios en la inmensa masa,
      Sitiados por doquier, luchan y luchan
      Aún con valor, mas ya sin esperanza,
      ¡Ah!, sus filas se han roto, y desbandados
      Muerden el polvo ya. La cuchillada
      Postrera dan con el postrer gemido;
      No el contrario, el cansancio es quien los mata;
      Y heraldos, aún de sus crispadas manos
      Pueden apenas arrancar las armas.
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    Antes de que los turcos renovasen
      (Traducción de Vicente Wenceslao Querol y de Teodoro Llorente, 1863)

      Antes de que los turcos renovasen
      Con nuevas iras la marcial pelea,
      Gulnara fue con las demás cautivas
      En libertad de los peligros puesta;
      Y apenas pudo serenar la mente
      Con los temores de la muerte inquieta,
      Cuando la hermosa de los negros ojos
      En el soldado que librola piensa.
      ¿Quién fue? ¿Por qué para con ellas solas
      Endulzó el vencedor su ira soberbia?
      ¿Por qué a la hermosa en lance tan sangriento
      Él más amable que Selim se muestra
      En los momentos de mayor ternura?
      Es que el pachá su corazón le entrega
      Como un don harto rico, y a su esclava
      Orgulloso a la par ama y desdeña,
      Mientras Conrado consoló sus duelos
      Como un honor que a la mujer es deuda.
      -"¡Ay!, es tal vez culpable este deseo
      E inútil a la par; mas yo quisiera
      Ver mi libertador, darle las gracias
      (Lo que olvidé turbada por mis penas),
      Darle las gracias, pues salvó mi vida,
      Que mi dueño cruel tan poco aprecia."

      De pronto mira que le traen cautivo
      Tras recogerle respirando apenas
      De entre los muertos. Lejos de sus tropas
      Combatió de contrarios turba inmensa,
      Caro cediendo el campo, y cayó herido
      Sin obtener la muerte que desea.
      Su contrario le ve, su herida cura
      Y a muerte al mismo tiempo le condena,
      Que la venganza le excitó, y el odio
      Nuevos suplicios pavoroso inventa
      Para que ante Selim soplo por soplo
      La vida se consuma que aún le resta.
      ¿Ese es el que ella contempló triunfante?
      De su sangrienta mano entonces era
      Cada signo una ley: ahora está inerme,
      Mas no abatido, y sólo la existencia
      Que conserva le duele; sus heridas
      Son despreciables para aquél que en ellas
      La muerte ansió encontrar. ¿Sólo él debía
      Conservar una vida que desprecia?
      Él sintió lo que aquel a quien derriba
      La suerte infiel de lo alto de su rueda.
      Sintió el temor de las torturas crueles
      Do muestra el vencedor su ira funesta;
      Pero el orgullo que instigole un día
      Tanto delito a cometer, le esfuerza,
      Y más de un vencedor que de un cautivo,
      Es la arrogancia altiva que demuestra.
      Ni temor, ni fatiga se descubre
      En su mirada límpida y serena.
      La muchedumbre en vano y sin peligro
      Prorrumpe en gritos llenos de insolencia,
      Los guerreros valientes, los que han visto
      A su contrario combatir de cerca,
      Conocen ya su brazo, y no le insultan,
      Que su desgracia y su valor respetan;
      Mientras los guardias con secreto espanto
      A las prisiones de Selim lo llevan.

      Un médico le vio, no compasivo
      Para curarle y aliviar sus penas,
      Sino por ver si sufrirá el tormento,
      Y calcular la vida que le resta.
      Cuando mañana moribundo el día
      Se hunda en la mar, para Conrado empieza
      Del empalado la tortura horrible;
      Y cuando el sol disipe las tinieblas
      Verá si en los tormentos ha guardado
      La constancia del ánimo altanera.
      ¡Suplicio horrible! Se una a la agonía
      La sed devoradora: en torno vuelan
      Bandas sin fin de carniceros buitres
      Que se disputan su cercana presa.
      "¡Agua!, ¡agua!" grita el moribundo, y nadie
      A ese gemido de dolor contesta:
      Refinamiento de odio, pues si bebe
      La vida acaba y el dolor con ella.
      Médico y carceleros se retiran
      Dejándole cargado de cadenas.

      ¿Quién explicar podrá los pensamientos
      Que se agitan en su alma turbulenta?
      El mismo la ignora: lucha y caos
      Dominan nuestra enferma inteligencia
      Cuando confunde sus ideas todas
      De lo pasado la memoria eterna.
      Remordimiento, engañadoras voces
      Que se levantan sólo en la conciencia
      Después que el crimen cometiste, y gritan:
      "Ya yo te lo advertí; busca la enmienda."
      ¡Vano reproche!; el ánimo inflexible
      Esa incesante acusación subleva;
      Sólo el débil se dobla y se quebranta.
      Sí, que esta es la verdad hasta en aquellas
      Horas de calma, solitarias, tristes,
      En que el alma a sí misma se revela,
      Y un pensamiento pertinaz y fijo
      No a los demás entre las sombras deja;
      En que el salvaje aspecto del pasado
      Concurre a la memoria por mil sendas.
      Los sueños ya de la ambición que expira,
      El amor que dolido se recuerda,
      La gloria sin peligro, el soplo leve
      Que de esta vida mísera nos resta,
      Los goces ignorados, el desprecio
      Por quien sin gloria nos venció, la acerba
      Memoria de un pasado irreparable,
      El porvenir que en rápida carrera
      Ignoramos do marcha, todo, todo
      Lo que jamás tan vivo se recuerda,
      Pero que nunca se olvidó; las faltas
      Que ayer pudimos cometer ligeras
      Y hoy crímenes son ya; la certidumbre
      De un mal desconocido, que atormenta
      Más si es más ignorado; todo aquello
      Que hace temblar del hombre la conciencia,
      Eso es lo que se ve dentro el sepulcro
      Del corazón al entreabrir sus puertas,
      Hasta que al fin, tú, Orgullo, te levantas,
      Y el espejo del alma altivo quiebras.
      Todo lo oculta la altivez y todo
      Lo resiste el valor, aun en aquella
      Postrera al par que irreparable caída;
      Pero en la hora fatal todos conservan
      El amor de la vida y todos temen,
      Aún el que menos los descubre. ¿Espera
      Este tal vez mentidas alabanzas?
      ¿Es por ventura el fanfarrón que muestra
      Valor, y huye después? No; es el que mira
      A la muerte en silencio y nunca tiembla,
      Es el que armado desde largo tiempo
      Aguarda firme la final pelea,
      Es el que al ver la muerte ya vecina
      Por recibirla se adelanta a ella.
      En la más alta torre del castillo
      Conrado está cargado de cadenas:
      Como el palacio devoró el incendio,
      Corte y prisión la fortaleza encierra.
      Conrado aguarda la cercana muerte
      Sin acusar de injusta esta sentencia:
      Igual suerte a Selim él le guardaba.
      Solo está, y los recuerdos que le apenan
      No han conseguido perturbar su calma;
      Uno sólo incesante le atormenta:
      ¡Medora! ¿Soportar le será dado
      De su derrota las terribles nuevas?
      Los brazos alza con dolor al cielo
      Cuando en su mente fíjase esta idea,
      Y mirando sus hierros, los sacude
      Con rabia convulsiva: luego encuentra
      Un punto de descanso, y se sonríe
      Como burlando de sus propias penas.
      -"¡Voy a dormir: lo pide mi fatiga;
      Y que la muerte a despertarme venga!"
      Hablando así, sus ojos se cerraron,
      Y al dulce sueño sin temor se entrega.
      A media noche comenzó sus planes,
      Que ejecutó con infernal presteza,
      Porque a la destrucción le basta un soplo
      Para arruinar cuanto delante encuentra.
      Desde que el buque le aportó a las costas,
      Conrado a un mismo tiempo, él solo, fuera
      Dervis, soldado, vencedor, vencido,
      Pirata sobre el mar, caudillo en tierra,
      Destructor, salvador de las hermosas
      Y cautivo dormido entre cadenas.

      Conrado duerme en aparente calma:
      ¡Feliz si el sueño aquel la muerte fuera!
      Duerme... mas ¿quién sobre su duro lecho
      Viene a inclinar la lánguida cabeza?
      ¿Es algún ángel que a anunciarle baja
      El paraíso que al morir le espera?
      No, que es una mujer, aunque al mirarla
      Lo dudaríais por su forma esbelta.
      Una lámpara lleva, y sus fulgores
      Con una mano alabastrina vela,
      De temor que algún rayo del cautivo
      Hiera sus ojos y al dolor le vuelva.
      Una mujer de pálidas mejillas,
      De negros ojos y de trenzas negras
      Cuyos rizos adorna desprendidos
      Con una red de blanquecinas perlas.
      De hada es el talle, y con los pies desnudos
      Blancos como la nieve el piso huella.
      ¿Cómo llegar hasta el encierro pudo,
      Entre la sombra y rudos centinelas?
      ¡Ah!, preguntad más bien qué es lo que puede
      Oponerse al poder de una belleza
      A quien amor y compasión conducen!
      Gulnara insomne meditaba, y mientras
      Mira aún en sueños el pachá al pirata,
      Ella su lecho silenciosa deja,
      Toma el anillo de Selim, que a veces
      Riendo se ciñó, y confiando en esta
      Señal temida, se abren a su paso
      Del calabozo las cerradas puertas.
      Rendidos del combate, adormecidos
      Los centinelas por las duras piedras,
      Al paso y a la voz que los llamaba
      Alzaban dormitando la cabeza
      Para ver el anillo, y ni la causa
      Ni la persona indagan que lo lleva.
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    Ella le mira, y asombrada exclama
      (Traducción de Vicente Wenceslao Querol y de Teodoro Llorente, 1863)

      Ella le mira, y asombrada exclama:
      "¿Cómo descansa en paz, cuando los duelos
      Que él ha causado los que viven lloran?
      ¿Cómo yo le amo tanto? ¿Por qué el sueño
      Así huyó de mis párpados, y sola
      He venido hasta aquí? Sí, lo confieso.
      ¡Mi gratitud...! ¡Para ella es ya muy tarde!
      ¿Qué puedo yo ofrecerle...? Mas, silencio;
      Se agita, tiembla, el sueño se interrumpe,
      Respira con fatiga... está despierto."
      Conrado se incorpora y le deslumbra
      La claridad. Lo que sus ojos vieron
      Le pareció mentira; agita el brazo,
      Y el duro son de los macizos hierros
      Le recuerda su mísera existencia.
      -¿Quién eres tú? Si no eres algún genio
      Celestial, me pareces harto hermoso
      Para el oficio vil de carcelero.
      -Pirata, yo conozco el valor todo
      De la acción buena que conmigo has hecho:
      Yo soy una mujer que tú has librado
      Con tus amigos del terrible incendio.
      Yo no te quiero mal... vengo de noche...
      No sé por qué... pero a buscarte vengo.
      -Si eso es así, los únicos tus ojos
      Son que de este vencido se dolieron.
      La fortuna a los turcos favorece;
      Que la aprovechen y usen de su derecho:
      Gracias les doy, porque antes de que muera
      Me han deparado confesor tan bello."
      ¡Cosa extraña!, se mezcla una alegría
      Glacial con los extremos sufrimientos,
      Que no endulza el dolor de aquel instante,
      Que no da al corazón ningún consuelo:
      Sonrisa de amargura, mas sonrisa
      Que en muchos labios pálidos la vieron,
      Y hasta el cadalso repetir sus chistes
      A los hombres oyó; mas no el acerbo
      Dolor por eso mitigaron nunca.
      Sea cual fuere el triste sentimiento
      Que animaba a Conrado, en sus miradas
      De un oculto furor brillaba el fuego;
      Mientras que al par alegre sonreía
      Y era festivo y plácido su acento:
      Contrario a su carácter, pues su vida
      De las miserias bajo el grave peso
      Robar pocos instantes han podido
      Al combate y los tristes pensamientos.

      -"Corsario, está resuelto tu suplicio;
      Pero un instante de flaqueza puedo
      Yo aprovechar, y de Selim las iras
      Ablandaré: salvarte es mi deseo,
      Aún ahora mismo; mas tus flacas fuerzas,
      Las circunstancias, el escaso tiempo
      Que resta para el día me lo impiden.
      Una demora alcanzaré yo al menos
      Para la ejecución de la sentencia.
      No con promesas consolarte quiero,
      Ni una resolución desesperada
      Que nos pierda a los dos, ahora tomemos.
      -No te fascines, pues, ni la esperanza
      Hagas que nazca en mi angustiado pecho.
      Si no vencí, no deberé a la fuga
      Una existencia que por mí perdieron
      Tantos otros; no obstante, un ser querido
      Hay, a quien siempre mi memoria vuelvo.
      Mis ojos cual los suyos se humedecen.
      En la senda trazada, ¿cuáles fueron
      Mis apoyos? Mi espada, mi galera,
      Mi cariño y mi Dios. A éste le huyeron
      Mis pasos desde niño: no a su trono
      La oración del temor elevar quiero;
      Todavía respiro y tengo fuerzas
      Para afrontar el porvenir adverso.
      Mi alfanje lo arrancaron de esta mano
      Que no sostuvo bien tan fiel acero.
      Mi buque, o estrellado en esas costas
      Yace, o es presa de tu altivo dueño...
      ¡Pero mi amor...! Por ella, sí, por ella
      Sún mi plegaria elevaría al cielo.
      Único lazo que a la vida me une.
      ¡Cómo desgarrará su tierno pecho
      Oh Dios, mi muerte!... Forma tan divina
      Nunca, si no es en ti, mis ojos vieron!
      -¡Luego tu amor es de otra...! Y ¿qué me importa?
      Nada... ¡Tú la amas:..! ¡Oh!, ¡qué envidia tengo
      A las que pueden apoyar felices
      Su blanca frente sobre amigo seno,
      Y que jamás el hórrido vacío
      De corazones sin amor sintieron;
      Cuya mente jamás, como la mía,
      Va fantásticas sombras persiguiendo!
      -Yo creí, joven, que era tu cariño
      Del pachá que te adora.-¡Yo al soberbio
      Selim amar...! ¡Oh, nunca, nunca! En vano
      Por atender a su pasión me esfuerzo.
      Que sólo existe amor en almas libres,
      Yo de muy niña lo aprendí y aún creo;
      Mas soy esclava, esclava favorita,
      Y orgullosa y feliz mostrarme debo.
      ¡Oh!, ¡cuántas veces me pregunta!: "¿Me amas?"
      Y responderle "¡No!, ¡cuánto deseo!
      Que es penoso sufrir una ternura
      Que aversión nos inspira en vez de afecto.
      Pero aún es más penoso al ser que amamos
      Ver cual huye, y que lleno de otro objeto,
      No comprende pasión que se le oculta...!
      Selim toma una mano que no entrego,
      Que no rehuso, y que cual peso inerte
      Cuando él la suelta cae. Dentro del pecho
      No late el corazón ni más aprisa
      Ni más despacio, y como amor no tengo
      Ni le tuve jamás, no puedo odiarle.
      Fríos mis labios, de su ardiente beso
      No sienten el calor. ¡Oh!, si yo hubiese
      Viva pasión por él sentido un tiempo,
      Hoy al trocarla en odio gozaría;
      Pero huye sin pesar, y sin deseo
      Vuelve otra vez, y siempre de él ausente
      Rstá mi apasionado pensamiento.
      La reflexión aumenta mi disgusto:
      Doy su esclava, es verdad, pero prefiero
      La servidumbre a ser su esposa libre...
      ¡Si su amor sensual pudiese al menos,
      Dejándome en la fría indiferencia
      Buscar a sus caricias otro objeto...!
      Hoy, cautivo, si finjo una ternura
      Que no acostumbro, piensa que ese afecto 
      Sólo es para romper estas cadenas,
      Para pagar la vida que aún te debo,
      Para volverte a la que tierno adoras,
      A la que envidio y conocer no quiero.
      ¡Adiós!, el día llega, y es preciso
      Comprar tu salvación: ¡te la prometo!
      Las manos del cautivo encadenadas
      Cariñosa estrechó contra su pecho:
      Bajó la frente, la linterna apaga,
      Y y desparece como dulce sueño.
      ¿Está aún allí? ¿Conrado está ya solo?
      Esas líquidas perlas que está viendo
      Brillar en sus cadenas, son el llanto
      Que Compasión y Amor sobre él vertieron!
      ¡Lágrimas de mujer cuánto son fuertes!
      Arma de su flaqueza al mismo tiempo
      Son su espada y su adarga: ¡huid tal lloro!
      La virtud se doblega, el sabio es necio
      Cuando el dolor de la mujer penetra.
      De Cleopatra las lágrimas hicieron
      A un héroe huir y que perdiese un mundo.
      Excusemos su falta, que a ese precio
      ¡Cuántos a quienes rinde una hermosura,
      No han perdido la tierra, sino el cielo!
      ¡Cuántos por complacerla en sus caprichos
      Se han entregado al enemigo eterno!

      Ya brilló la mañana y con sus rayos
      Iluminó el dolor del prisionero;
      Pero sin arrancarle esa esperanza
      Que siempre guarda el porvenir incierto.
      Tal vez la noche le verá ya inerte,
      Y en torno suyo volarán los cuervos
      Ávidos de su presa: ese sol mismo
      Su agonía ha de ver, su adiós postrero,
      Y al dar vida a las plantas el rocío,
      Descenderá sobre sus fríos miembros.
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    De sus rayos más fúlgidos vestido
      (Traducción de Vicente Wenceslao Querol y de Teodoro Llorente, 1863)

      De sus rayos más fúlgidos vestido
      Al fin de su carrera el sol traspone
      Las altas cumbres que a lo lejos alzan
      De la Morea los enhiestos montes,
      No de las nubes en el manto envuelto
      Como en los cielos del sombrío Norte,
      Sino vertiendo al firmamento limpio
      Su ardiente luz en puros resplandores,
      Sobre el cerúleo mar vibra los rayos
      Para que rojos sus cristales doren.
      El dios augusto de la luz envía
      A las rocas de Egina sus adioses,
      Y retardando su celeste curso,
      Alumbra complacido las regiones
      Do a su culto se alzaron los altares
      Que hoy entre escombros el olvido esconde.
      De las montañas la extendida sombra
      Veloz avanza, y los risueños bordes
      Va a besar de tu golfo, ¡oh Salamina!
      Del astro moribundo a los fulgores
      De púrpura se tiñen las colinas,
      Y en mar de luz parece que se borren
      Sus inciertos contornos, y suspenso
      Entre los cielos y la tierra, entonces
      Tras los collados de la antigua Delfos
      Va pausado a ocultar su disco enorme.

      Quizá en una tarde tan serena,
      Reina orgullosa de la Grecia noble,
      Su última luz en los marmóreos muros
      De tus templos, oh Atenas, reflejose,
      Cuando tendía su postrer mirada
      Con majestad augusta al horizonte
      El mejor de tus hijos. ¡Con qué anhelo
      Los discípulos fieles del grande hombre
      Los últimos instantes de su vida
      Miraban con la luz morir veloces!
      ¡Tened, tened! en la lejana cima
      Helios aún brilla, dominando al orbe
      Y de la eterna despedida deja
      Que la ansiedad amarga se prolongue.
      ¡Oh, cuán sombríos sus serenos rayos
      Son a los ojos del dolor! Los montes
      Que de luz el ocaso siempre viste,
      De sombra hoy cubren sus gigantes moles.
      De negro luto fúnebre sudario
      Parece que afligido Febo arroje
      Sobre los dulces, extendidos campos
      De los que siempre sonrió a las flores.
      Y aún antes que su luz la alzada cumbre
      Del alto Citeron a Atenas robe,
      En el pecho de Sócrates la copa
      Vierte el fatal licor; los lazos rompe
      De la vida su espíritu, y al cielo
      Raudo vuela inmortal, al cielo a donde
      Por tan heroica muerte libertada,
      Jamás alma tan pura remontose.

      ¡Mirad! Desde la cima del Himeto
      La casta reina de la oscura noche
      Su silencioso imperio en paz domina.
      De su frente de plata, los vapores
      De la tormenta présagos, no manchan
      La pálida beldad. Alzan inmobles
      Su chapitel al cielo las columnas
      Reflejando los tibios resplandores;
      Y de trémulos rayos coronadas
      En las mezquitas sobre esbelta torre,
      De su celeste compañera irradian
      La luz las medias-lunas. Y los bosques
      Do entre viejos olivos el Cefiso
      Cual ágil sierpe murmurando corre,
      Y los cipreses fúnebres, y el quiosco
      Con sus doradas cúpulas de cobre,
      Y la palma del templo de Teseo
      Que dando al aire su follaje dócil
      Solitaria se eleva y entre ruinas
      Triste parece que el pasado llore,
      Con magia irresistible del viajero
      Llaman los ojos, la atención absorben.
      ¿Qué corazón al misterioso encanto
      De aquel sublime cuadro no responde?
      ¿Quién de la inspiración la voz sagrada
      Dentro del alma resonando no oye?
      Allá en el fondo brilla el mar Egeo:
      Su voz apaga la distancia; móvil
      Mece callado sus inquietas aguas
      Que de los elementos cansó el choque;
      Y allá a lo lejos sus hinchadas olas
      De azul sombrío, sin fragor se rompen
      Contra la adusta frente de las islas
      Que el mar parece que enlazadas borden.

      ¿Por qué vuela hacia ti mi pensamiento,
      Hermosa Atenas de inmortal renombre?
      ¡Ay!, sin que todo lo que el alma llena
      La sombra excelsa de tu gloria borre,
      Nadie puede tender la vista absorta,
      Sobre tus mares, ni escuchar tu nombre.
      ¿Cómo un poeta que distancia y tiempo
      No apartan de esa cuna de los dioses,
      Do de las bellas Cícladas los mares
      De su alma son el único horizonte,
      Te negaría su cantar, y cómo
      Olvidarte pudiera? El rudo islote
      Del Corsario fue tuyo un tiempo, ¡oh Grecia!,
      Y aún ahora lo es también: los aquilones
      Y las olas del mar sólo le baten,
      Y audaz la libertad reina en sus montes.
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    Cuando el poniente sol al alto faro
      (Traducción de Vicente Wenceslao Querol y de Teodoro Llorente, 1863)

      Cuando el poniente sol al alto faro
      Dio sus adioses últimos, en sombra
      Más que la noche y sus tinieblas densa,
      El pensamiento hundiose de Medora.
      Nació y ha muerto el sol del tercer día
      Y aún no Conrado a su regazo torna.
      No amenaza borrasca nube alguna;
      Débil el viento más propicio sopla;
      Y la nave de Anselmo tornó al puerto
      Y en vano surcó intrépida las olas
      En busca de su jefe. ¡Ay!, la ardua empresa,
      Aunque siempre al Pirata peligrosa,
      Si este buque aguardaran los corsarios,
      Coronárala acaso la victoria.
      Ya refresca el crepúsculo la brisa:
      Sentada inmóvil en las duras rocas
      Medora triste en su aflicción suspira.
      En la alta cumbre de la parda loma,
      Los ojos en la mar, la halló el ocaso,
      Los ojos en la mar la halló la aurora.
      La noche cierra: la inquietud la arrastra
      A las vecinas playas, y llorosa
      Por la mojada orilla al azar corre,
      Sin ver las olas que avanzando sordas
      Bañan sus pies, y lúgubres mugiendo
      Le dicen que huya la engañosa costa.
      Pero no siente nada; nada escucha:
      Sopla helada la brisa, ¿qué le importa,
      Si más fría que el hálito del viento
      La angustia heló su corazón traidora?
      Tal perturbó su mente combatida
      El hondo afán de tan amargas horas,
      Tan cierta juzga su fatal desgracia,
      Que si el amante que perdido llora
      De repente a sus brazos se arrojase,
      Muerta cayera delirando loca.
      Destrozado por fin un buque arriba:
      Los marineros con mirada torva
      Y con aspecto lúgubre, en la playa
      Silenciosos contemplan a Medora.
      Mancha la sangre sus desnudos brazos;
      Su voz cortada la aflicción sofoca;
      Pocos son, y salváronse del riesgo,
      Pero cómo salváronse aún lo ignoran.
      Y callados se miran, y cada uno
      Espera que otros el silencio rompan.
      Medora con los ojos les pregunta;
      Y cuando a hablar van ellos, hablar no osan
      Perspicaz ella adivinolo todo;
      Mas no desfalleció: sintiose sola
      Al dolor en la tierra abandonada;
      Mas aquella mujer débil y hermosa
      Al nivel del peligro elevar sabe
      En varonil esfuerzo su alma heroica.
      Mientras de la esperanza al dulce halago
      Su alma constante vaciló dudosa,
      La dormida energía evaporose
      En ternura y en lágrimas; mas hora
      Se concentra indomable, y en su mente
      Desesperado un pensamiento brota:
      "Cuando nada que amar queda en el mundo,
      Nada hay tampoco que temer." ¡Ay!, rota
      La cadena que el hombre al mundo liga,
      ¡Con qué osadía a combatir se arroja!
      Es que esas armas que el delirio esgrime
      La desesperación es quien las forja.

      -"¿Calláis...? ¿Calláis?... Tenéis razón: no quiero
      Ni un acento escuchar de vuestra boca.
      Pero, no, no; decicime... ¡ay!, no me atrevo...
      Decid, decid; en la fatal derrota,
      ¿Qué fue de mi Conrado? -Lo ignoramos.
      Apenas de la noche entre las sombras
      Pudimos escapar. Pero no ha muerto:
      Algunos, a la luz de las antorchas,
      Rotas sus armas y manchado en sangre,
      Encadenado viéronle, señora."
      No escuchó más: en su interior en vano
      Aún la lucha, esforzándose prolonga;
      Los pensamientos que evitaba, entonces
      A su mente en tropel todos se agolpan.
      Al alma fuerte que en febril firmeza
      Brava el peligro contrastó, las cortas
      Palabras del corsario han ya rendido.
      Vacila desmayada y cae Medora
      A la orilla del mar, y otro sepulcro
      Le evitarán tal vez las turbias olas,
      Si a las iras del mar no la arrancasen
      Ansiosos los piratas, que se asombran
      Al sentir que sus ojos se humedecen
      Y que a pesar de contenerse, lloran.
      En sus mejillas, antes sonrosadas,
      Como la muerte hoy pálidas, arrojan
      El agua amarga sus callosas manos,
      Y de nuevo a la vida la retornan,
      Y a sus siervas llamando, el cuerpo frío
      En sus brazos inmóvil abandonan,
      Y en solemne silencio lo contemplan
      Mientras en triste coro ellas sollozan.

      Y mudos los corsarios lentamente
      Trepando van por las agrestes rocas
      Y a la gruta de Anselmo se encaminan
      A comenzar la relación penosa;
      Que siempre a los valientes fue asaz duro
      Contar una batalla sin victoria.

      Audaces planes que el despecho dicta
      Y la venganza y el furor provocan
      En voz alta propuso la osadía
      En aquella asamblea tumultuosa.
      Quién habla de rescate y de tesoros,
      Quién un ataque repentino apoya;
      Todos de muerte y de venganza tratan,
      Nadie la fuga o el reposo abona.
      El alma de Conrado aún se cernía
      Sobre los restos de su osada tropa,
      Y arrojaba de su isla la flaqueza
      Que desmayada al infortunio postra.
      Sea cual fuere su destino incierto,
      Los que siguieron su bandera roja
      Le salvarán o aplacarán sus manes.
      Pocos, muy pocos son; pero no importa:
      Que cuando fieles son los corazones
      Los fuertes brazos su valor redoblan.
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    En deleitosa cámara escondida
      (Traducción de Vicente Wenceslao Querol y de Teodoro Llorente, 1863)

      En deleitosa cámara escondida
      Del rico harén en el feliz retiro,
      La suerte de Conrado meditando,
      Sobre cojines el pachá sombrío
      Sentado yace. Entre el amor y el odio
      Sus pensamientos vagan indecisos
      Sobre la frente hermosa de Gulnara,
      Sobre la torre estrecha del cautivo,
      Reclinada a sus pies la favorita
      Contempla inquieta con curioso ahínco
      Anublarse su frente, y los enojos
      Disipar quiere del feroz caudillo;
      Y mientras brilladores centellean
      Sus negros ojos árabes, esquivo
      Al suelo musulmán los suyos baja
      Sólo en las cuentas del rosario fijos,
      En tanto que en la víctima se ceba
      Su oculto pensamiento vengativo.
      -Pachá, te ha coronado la victoria;
      Favorable a tu suerte fue el destino:
      Tus cadenas oprimen a Conrado 
      Y han muerto los demás. De tu enemigo
      Dada está la sentencia: ¡y es la muerte...!,
      Bien mereciola; de su suerte es digno.
      Mas ¿por qué en él tus odios se encarnizan?
      Hora que yace a tu poder rendido,
      Por precio de su vida más valiera
      Sus tesoros comprar. No ya el invicto
      Corsario será luego: derrotado,
      Sin oro, sin soldados, sin prestigio,
      A tus fieles galeras fácil presa,
      En tu poder caerá. Si hoy el cuchillo
      Del verdugo segase su garganta,
      De sus rapiñas el caudal opimo
      Embarcará su banda, y a otras playas
      Huyendo tu furor, pedirá asilo.
      -¡Oh, si por cada gota de su sangre
      Mágica perla de celeste brillo
      Cual la que adorna del sultán la frente
      Me ofreciesen, Gulnara; si ancho río
      De arenas de oro virgen me ofrecieran
      Por un cabello suyo; si... ¿qué digo?,
      Aunque viera a mis pies cuantos tesoros
      Finge la fantasía en su delirio
      Para adornar serrallos encantados
      O el celestial jardín del paraíso,
      Todas esas riquezas no lograran
      Mi venganza comprar y su castigo.!
      Sólo su muerte dilató mi saña
      Dudosa en la elección de su suplicio,
      Los tormentos buscando más horribles
      Y los que más prolonguen su martirio.
      -¡Sea!, tus iras mitigar no quiero:
      Justo de tu venganza es el motivo;
      La clemencia imposible. Era mi intento
      Los tesoros comprar, hoy escondidos
      De ese pirata audaz. Libre a ese precio,
      No fuera libre ya: si perseguirlo
      Intentaras de nuevo, dispersados
      Por tus triunfantes armas sus amigos,
      Nueva derrota hiciérale tu esclavo.
      -Tal vez; mas ¿juzgas de mis iras digno
      Un instante de vida, un solo instante
      Flaco ceder a mi contrario inicuo?
      Y ¿por qué...? ¿Por qué tú, mujer, me pides,
      Sensible en demasía, el sacrificio
      De mi justa venganza? Tal vez quiera
      Premiar tu corazón, hoy compasivo,
      La piedad tierna del infiel pirata
      Que sólo a ti y a tus esclavas quiso
      Perdonar en la lucha, sin que ciego
      Viese que más que vuestra vida, estimo
      La reclusión de vuestro oculto albergue.
      Tu gratitud elogio; mas te digo,
      Te lo digo en verdad, que de ti dudo,
      Y que hoy más en mis dudas me confirmo.
      Él te salvó de las voraces llamas
      Y en sus brazos condújote atrevido
      Fuera de mi serrallo... ¡tú en sus brazos!
      ¡Y librarle ahora quieres del peligro
      Y con él huir quizás...! No me respondas:
      El sobresalto en tu semblante ha escrito
      La confesión del crimen. Pues bien: ¡guarte,
      Sirena que seduces mi cariño,
      Guarte de mi furor! No está su vida
      Amenazada sólo... Otro suspiro,
      Otra palabra compasiva, y pronto
      Tú, Gulnara, también... Pero preciso
      No será tal rigor. Pérfida sierva,
      Medita mis palabras. ¡Oh!, ¡maldito,
      Maldito para siempre el día sea
      En que el setrallo profanado ha visto
      Del incendio a la luz, mi hermosa esclava,
      En brazos de mi bárbaro enemigo!
      Más valiera, ¡oh Alá!, que entonces muerta...
      Llorado hubiese yo su amor perdido:
      Ahora es ya tu señor quien te reprende.
      Mujer ingrata, ¿sabes que el delito
      No sé dejar impune, y que las alas
      De la inconstancia corta mi cuchillo?

      Levantose, y saliendo a pasos lentos,
      Miró a Gulmara con desdén sombrío,
      Y por adiós dejole una amenaza.
      ¡Oh! cuán poco conoces, viejo inicuo,
      El corazón de la mujer, que nunca
      La amenaza domó, cedió al peligro!
      ¡Cuán poco sabe el déspota insensato,
      Oh Gulmara infeliz, cuánto cariño
      Guarda tu corazón cuando te aman,
      Cuánto cuando te insultan odio altivo!
      ¡Pobre mujer!, su amor no comprendía:
      Pensaba que su pecho compasivo
      Llenó la piedad sólo: era ella esclava
      Y debía sentir por el cautivo
      Fraternal sentimiento, cuyo nombre
      Preguntarse a sí misma no ha querido.
      A un impulso cediendo irresistible,
      Se aventuró temblando en el camino
      Do le detuvo del pachá el enojo;
      Hasta que al fin en su ánimo indeciso
      La lucha comenzó del pensamiento,
      Que fue de la mujer siempre el martirio,
      El primer eslabón de la cadena
      Que a los bordes la arrastra del abismo.
    Arriba

    En el oscuro calabozo en tanto
      (Traducción de Vicente Wenceslao Querol y de Teodoro Llorente, 1863)

      En el oscuro calabozo en tanto  
      Tras luengas horas de inquietud amarga,
      Girando sobre un mismo pensamiento,
      Logró Conrado en abatida calma
      La angustia dominar, que en lucha horrible
      Su combatido espíritu agitara,
      Cuando temió, ¡funesta incertidumbre!,
      Que cada instante, de su muerte aciaga
      El suplicio espantoso le anunciase;
      Y al escuchar en la vecina estancia
      Sonoros pasos, a su inquieta mente
      En cuadro espantador se presentaban
      El palo agudo o las cortantes hachas.
      Su horrible anhelo dominó: a la muerte
      No estaba entonces preparada su alma;
      Irritose su orgullo, pronto empero,
      De combatir se fatigó, y cansada
      Indiferente se entregó vencida
      A la horrorosa prueba que le aguarda.
      El hirviente calor de la pelea,
      El choque y el fragor de la borrasca,
      Pensar no le dejaron en el riesgo.
      Ahora, en su muda soledad, le asaltan
      Cuantas punzantes sugestiones, débil
      Del ánimo constante el fuego apagan.
      No poder apartarse de sí mismo;
      Mirar por fin de irreparables faltas
      La enlazada cadena que inflexible
      A vergonzosa perdición le arrastra;
      Amenazante contemplar la muerte,
      Y no poder frenético evitarla;
      Buscar en vano un esforzado amigo
      Que su ánimo levante, si desmaya,
      Y que al suplicio con serena frente
      Y denodado corazón ir le haga;
      De los contrarios la enemiga, turba
      Ver alrededor, que con calumnia osada
      Su último instante empañará, manchando
      De toda su existencia las hazañas;
      Aguardar los tormentos, que desprecia
      El espíritu audaz, pero que flaca
      Quizás la carne resistir no pueda;
      Pensar que si el dolor por fin le arranca
      Mal comprimida queja, aquella queja
      Su postrera corona le arrebata,
      La del valor; saber que allá en el cielo
      Le niegan unos hombres que usurparan
      De la piedad divina el monopolio
      La vida que huye a su deseo rauda;
      Y, lo que vale más que esa dudosa
      Gloria incierta, el edén que la esperanza
      Pinta en el mundo a la ilusión, y aroma
      De puro amor dulcísima fragancia,
      Ver cual se desvanece, cuando al mundo
      De los brazos le roban de su amada:
      Esos los pensamientos son que horribles
      En tenaz lucha y confusión batallan
      Del cautivo en el ánimo dudoso;
      Esas son las angustias que le alarman;
      Ese el afán que combatir él debe;
      Ese el afán que combatir alcanza
      ¡Mas, su resignación es burla impía...!
      ¿Y qué le importa? No sucumbe, y basta.

      Pausado deslizose el primer día
      Y a la oscura prisión no fue Gulnara:
      El segundo pasó, pasó el tercero;
      Mas sin duda el encanto de sus gracias
      Alcanzar pudo de su amante dueño
      Lo que a Conrado prometió la esclava.
      Pues el sol alumbró del cuarto día
      Al cautivo en la torre. Nubes pardas
      Ya de aquel sol los últimos destellos
      Robaban a la tierra, y en las alas
      Volaba la tormenta de los vientos.
      ¡Con qué ansiedad de las revueltas aguas
      Oyó el corsario el zumbador mugido
      Que su sueño feliz jamás turbara!
      Su voz amiga que con tierno acento
      Suena a su oído, su valor inflama,
      Y pensamientos brotan más audaces
      En su turbada fantasía. ¡Oh, cuántas,
      Cuántas veces del mar burló las iras
      De frágil buque en las ligeras tablas,
      Y la corriente rápida bendijo
      Que arrastró su bajel en veloz marcha!
      Cual de fiel compañero voz querida,
      Murmura de amistad dulces palabras
      Aún su sordo rugido, pero en vano
      Sus roncas olas al corsario llaman.
      El aire silba, y retumbando el trueno
      Hace temblar las sólidas murallas
      Del antiguo torreón; con luz incierta
      Relámpago fugaz la alta ventana
      Que fuertes cierran enclavados hierros,
      Rápido alumbra, y más que de la blanca
      Luz de la luna el macilento rayo,
      Es a los ojos de Conrado grata
      La roja claridad: hasta la reja
      Su pesada cadena lento arrastra,
      Y la muerte invocando, entrambas manos
      Al cielo, opresas de sus hierros, alza,
      Y un rayo que clemente de su vida
      Rompa el ya odioso lazo le demanda.
      Al par el vengador fuego celeste
      Atrae el hierro que infernal plegaria;
      La tempestad empero indiferente
      Siguió en el cielo su solemne marcha
      Y herirle desdeñó: los estampidos
      Calmando fueron su estruendosa rabia
      Y a lo lejos perdiéronse. Conrado
      Mas solo viose en su desnuda estancia:
      ¡Ay!, es que desoyendo antiguo amigo
      Sus súplicas, infiel le abandonaba.

      De pronto hacia su puerta leve paso
      Oye que precavido se adelanta
      De la dormida noche en el silencio;
      Con agrio son escucha que resbalan
      Los pesados cerrojos lentamente;
      Las llaves giran, y -"la hermosa esclava
      Viene por mí" -su corazón le dice;
      Y un rayo le ilumina de esperanza.
      Un ángel mira en la piadosa sierva
      Y a su recuerdo su razón se exalta
      Y más bella a sus ojos aparece
      Que el serafín que en sus visiones santas
      Ve entre doradas nubes el devoto.
      Es ella, sí; mas ¡cuánto la desgracia
      Marchitó su hermosura! Vacilante
      Fija en el suelo la insegura planta;
      Y palidez de muerte su faz cubre.
      Triste arroja sobre él una mirada
      Que su fatal destino le revela
      Antes que sus rosados labios abra.

      -Sí; la muerte te espera inexorable.
      Para evitar el sino que te aguarda,
      Sólo un recurso... ¡el último!, terrible,
      Muy terrible en verdad, pero la amarga
      Agonía del palo es más terrible!

      -Mujer, tu ciega compasión es vana:
      Jamás quise escapar a mi destino;
      Ya te lo dije. Mi ánimo no cambia;
      Conrado es siempre el mismo. ¿Por qué tierna
      De un vencido la vida salvar ansias
      Justa sentencia revocando? Harto
      De Selim merecí la atroz venganza.

      -¿Por qué deseo libertarte? ¿Noble
      No me libraste acaso en noche aciaga
      Del incendio voraz y la deshonra,
      Más para mí temible que las llamas?
      ¿Por qué deseo libertarte...? ¡Oh cielos!,
      A pesar de los crímenes que infaman
      Tu nombre aborrecido, el alma mía
      De tu dolor se enterneció, pirata.
      Temíate, y salvaste mi existencia:
      La que la vida te debió, se apiada
      De tus tormentos... ¿Apiadarse dije?,
      ¡Oh!, no, no; con delirio te idolatra.
      No me respondas, no; no quiero oírte:
      No me digas que es otra la que tú amas,
      Y que yo en vano te amaré. ¿Qué importa?
      Aunque por ti suspire enamorada,
      Aunque me venza en hermosura, ¿acaso
      De los peligros el horror contrasta
      Como yo, por tu amor? ¿Y tú has creído
      Que el corazón de esa mujer inflama
      De la pasión el fuego...? Fuera yo ella
      No yacieras cautivo. ¿Así se aparta
      La mujer de un proscrito de su esposo,
      Y sólo deja que los riesgos vaya
      Lejos a provocar? ¿Y que hace mientras
      Cobarde, oculta en su retiro? ¡Calla!,
      No me contestes, no; de frágil hebra
      Pendiente, nuestras vidas amenaza
      Desnudo alfanje; si en tu pecho oculto
      Hay de valor un resto, si aún es cara
      La libertad a tu ánimo abatido,
      Levántante, ¡valor...! Toma esta daga
      Y sígueme resuelto. -¿Con los hierros
      Que mis miembros oprimen...? ¿De los guardas
      Los vigilantes ojos burlar puedo
      De cadenas cargado? Tú olvidabas
      Que así no puedo huir; que no estos hierros
      El hierro necesito de las armas.
      -¡Cuán poco en mí fías! De mis joyas
      Sobornó el oro a los guardianes. Basta
      Una palabra, una mirada mía,
      Para que rotas tus cadenas caigan.
      ¿A tu encierro pudiera de otro modo
      Abrirse paso mi resuelta audacia?
      Te vi, te amé: mi astucia desde entonces
      En tu servicio sin cesar se afana.
      Criminal soy, pero por ti lo he sido,
      Si es criminal la mano que levanta
      El hierro vengador, y del tirano
      La frente hiere que el delito mancha.
      ¡Te estremeces de horror! ¡Tiemblas cobarde...!
      Débil cautivo, escúchame: Gulnara
      Ya no es la sierva temerosa. Viose
      Escarnecida, envilecida, hollada;
      Vengarse necesita. El acusome
      Cuando era su sospecha imaginaria,
      Cuando humilde en su odiosa servidumbre
      Vivía, esposa fiel, sumisa esclava.
      ¡Oh! ¿Te sonríes...? Créeme, Conrado;
      Motivo nunca di a su suspicacia:
      No le era infiel ni te quería entonces.
      Mas, pues, supuso sin razón mi falta,
      Su predicción se cumplirá: merecen
      Tal castigo los celos. Nunca mi alma
      El amor conoció: su oro comprome;
      Pero por todo el oro de sus arcas
      Comprar mi corazón quisiera en vano,
      Humilleme a su yugo resignada;
      Mas él creyó que si al harem de nuevo
      Tornado no me hubiese, huyera ingrata
      Despreciando su amor, contigo: y eso,
      Eso es mentira que celoso trama.
      Mas dejemos hablar a esos profetas
      Que la suerte merecen que presagian.
      No retardó mi súplica tu muerte.
      De este falso favor dale las gracias
      A su barbarie que el suplicio busca
      Que con más lentas agonías mata.
      Con la muerte también, que yo desprecio,
      Me amenazó su enardecida saña;
      Mas su loca pasión de mi hermosura
      Guardará los encantos, que aún no cansan
      A su sed de placer; y cuando un día
      De mi beldad se sacie, pronto se hallan
      Un esclavo y un saco, y silencioso
      Los muros el mar bate de este alcázar.
      ¿Y del capricho de insensato viejo
      Nací a ser el juguete? ¿Soy alhaja
      Que al suelo arroja desdeñoso el dueño
      Cuando el dorado con su roce gasta?
      Te amé apenas te vi; salvarte quiero,
      Quiero que sepas tú que también guarda
      Fiel gratitud el pecho de una sierva.
      Si mi vida y mi honor su injusta rabia
      No hubiera vengativo amenazado
      (Y él jamás olvidó sus amenazas)
      Entonces a su amor contigo huyera,
      Pero mi compasión le perdonara.
      Ahora soy tuya; a todo estoy dispuesta.
      Sé que tú me desprecias, que no me amas;
      Mas tú has sido el primero a quien yo quise,
      Y él el primero a quien odié. Si cuánta
      Pasión mi alma atesora comprendieses,
      No de mí huyeras; del ardor que abrasa
      De las hijas de Oriente el tierno pecho
      No temerías la insaciable llama:
      Faro de salvación es hoy su fuego
      Que de osados mainotas ágil barca
      En el puerto te muestra. Pero incauto
      Duerme Selim en la vecina estancia
      Que atravesar debemos: es preciso
      Que no despierte el déspota.-¡Gulnara!
      ¡Jamás hasta este instante he conocido
      Cuánto la suerte para mí es contraria,
      Cuánto empañose de mi honor el lustre!
      Selim es mi enemigo, mas con franca
      Lucha y abierta guerra, de los mares
      Quiso arrojar mi tropa temeraria;
      Y yo aprestando mi bajel guerrero
      Vine a buscarle con mi heroica banda.
      A la muerte con la muerte respondiendo,
      Mi alfanje contestó a su cimitarra;
      Que el alfanje es el arma de Conrado,
      No el oculto puñal. Quien noble salva
      A una mujer llorosa, no la vida
      A su contrario cuando duerme arranca.
      No te libré para que tú a mi esfuerzo
      A ofrecerle vinieras esa paga:
      Que de mi compasión digna no eras
      A juzgar no me obligues. ¡Adiós!, ¡marcha
      Y la paz puedas recobrar...! La noche
      Su largo curso silencioso acaba,
      La última noche de reposo... -¡Cielos!
      ¿De reposo...? ¡Reposo! Apenas nazca
      Sobre la mar el sol, tus miembros todos
      En el tormento crujirán. Dictada
      Está ya tu sentencia; la he leído;
      Pero más no veré; tu muerte aciaga
      Me matará. Mi amor, mi odio, mi vida,
      Todo mi ser pende de ti, ¡pirata!
      ¡Un golpe, un solo golpe, y libre somos!
      Si él no perece, nuestra fuga es vana;
      ¿Cómo burlar su cólera sangrienta?
      Siguiera a nuestra ofensa su venganza.
      Mis injurias impunes, tantos años
      De esclavitud, mi juventud gastada
      En sus placeres, vengará su muerte.
      Pero ya que el alfanje mejor cuadra
      Que el puñal a tu diestra, de mi brazo
      La fuerza probaré. Gané los guardias,
      Y en un momento terminado todo...
      ¡Adiós, adiós! En la segura calma
      De la paz nos veremos, o ya nunca
      A verme volverás. Si se acobarda
      Mi mano y yerra el golpe, a un tiempo mismo
      Mi tumba y tu suplicio verá el alba.
    Arriba

    Y antes de que Conrado le conteste
      (Traducción de Vicente Wenceslao Querol y de Teodoro Llorente, 1863)

      Y antes de que Conrado le conteste
      Desaparece cual sombra fugitiva;
      Él recoge sus hierros y en silencio
      Sigue sus pasos con inquieta prisa.
      Un pasadizo tortuoso, oscuro,
      Cruzaron sin saber do conducía:
      Ni lámparas, ni guardas a su paso
      El prisionero encuentra; al fin, vecina
      Mira una débil luz. ¿Hacia ella debe
      Avanzar? ¿Debe huir? Sus pasos guía
      A la ventura; un fresco parecido
      Al aire matutino, le acaricia
      La enardecida frente; y por fin llega
      A una espaciosa, abierta galería.
      De la noche que empieza a disiparse
      La última estrella en los espacios brilla,
      Y otra luz de una estancia allí cercana
      De repente a Conrado hirió la vista.
      Se dirige hacia allá, mas de su puerta
      Ve una mujer salir que en torno mira...
      Se adelanta... se vuelve... se detiene...
      ¡Es ella, en fin...! Su mano no acaricia
      El puñal matador, ninguna angustia
      En su semblante pálido se pinta.
      ¡Bendito sea el corazón piadoso
      Que supo sofocar la ira homicida!
      Conrado la contempla; ella rehusa
      Mirar las luces del naciente día;
      Recoge atrás rizados sus cabellos
      Que el blanco rostro y pecho le cubrían,
      Cual si su frente hubiérase inclinado
      A algún objeto de terror; altiva
      Se acerca hacia el pirata... ¡ay!, olvidada
      O sin saberlo, vése en su mejilla
      Una pequeña mancha, mancha roja,
      ¡Leve Indicio que el crimen testifica!

      Conrado ha combatido en cien batallas;
      Ha sentido las penas prometidas
      A un condenado, artoz remordimiento
      Y tentaciones su alma mortifican;
      Pero jamás el hacha, el cautiverio,
      Ni el terror del espíritu podían
      Hacer latir apresurado el pecho,
      Parar la sangre por sus venas frías,
      Ni conmover su ser, como la mancha
      Que sobre el rostro de Gulnara mira;
      Mancha de sangre que a sus ojos nubla
      La belleza sin par de su heroína.
      "Hecho está... ¡Fue preciso...! ¡Selim muere!
      ¡Caro cuestas, corsario...! ¡Aprisa, aprisa...!
      Son vanos los reproches; nuestra barca está
      Dispuesta, y se adelanta el día.
      Los hombres que he ganado, me son fieles;
      Las obras de mi brazo justifican
      Mis deseos por ti... Partamos pronto,
      Que esta horrible ribera está maldita."

      A una señal ofrécense dispuestos
      Los que Gulnara sobornó, y le libran
      En silencio a Conrado de sus hierros:
      Sus miembros sueltos con placer agita,
      Como el viento fugaz de las montañas;
      Pero no el peso de su pecho alivian,
      Mayor que el de sus hierros. No pronuncia
      Ni una palabra, y solo se contrita.
      Gulnara hace otra seña, y una puerta
      Oculta se abre, que el camino indica
      De la ribera. La ciudad dejando
      Llegan por fin a la anhelada orilla
      Donde las olas murmurando alegres
      Sobre la playa amarillenta expiran.
      Conrado, absorto en su terror confuso,
      Tras de la esclava del pachá camina:
      Si es que le salva o que le vende ignora;
      Pero inútil será que a ello resista,
      Cual fuera inútil resistir las penas
      Si es que al suplicio de Selim le guían.
      Ya está a bordo: las velas redondean
      Los blandos soplos de ligera brisa,
      Y el cielo y mar sin emoción contempla,
      Cuando de pronto ofrécese a su vista
      El negro cabo de gigantes formas
      Donde el ancla arrojó... ¡Dios! ¿Quién podría
      Describir lo que siente? ¡Aquella noche
      No tuvo igual en su azarosa vida!
      En ese corto espacio vivió un siglo
      De terror, de esperanza y de agonía.
      Del promontorio la extendida sombra
      Envuelve al buque, y en sus manos frías
      Conrado apoya la abrasada frente,
      Y mil recuerdos en su mente lidian.
      Todo lo ve: Gonzalo, sus amigos,
      El triunfo momentáneo, la fatiga,
      ¡La derrota...! ¿Y Medora? ¿Aguarda acaso
      Aún a su amante en la desierta isla?
      De pronto se estremece, el rostro vuelve
      Y ve solo... a Gulnara la homicida!

      Ella observa su pálido semblante,
      Su mirada glacial y repulsiva:
      Se estremece, y en lágrimas bañada
      Cae a sus pies, y abraza sus rodillas.
      -"Perdóname, Conrado, y aunque el cielo
      Mi acción fatal condene... ¿Qué sería
      De ti sin ese crimen...? No has oído
      Aún mi disculpa, ¡y mi presencia esquivas!
      No soy lo que parezco... Mis ideas
      Ha trastornado el miedo... ¿Vivirías
      Si no fuera por mí...? Piensa en ti mismo
      Y aborrece después a quien te libra."

      Mal juzgaba a Conrado: él en sí propio
      De crimen tal la expiación declina,
      Y ocultamente el corazón desgarran
      Penas calladas que profundo anida.
      Con viento favorable el buque avanza
      Sobre las ondas de la mar tranquilas
      Que juegan murmurando por la popa
      Y con empuje blando lo deslizan.
      Lejos, muy lejos, se descubre un punto;
      Ya un mástil, ya una vela se divisa.
      A la pequeña nave de Gulnara
      En aquel buque señaló el vigía.
      Despliega nuevas velas, y la prora
      Rápida corta el mar; veloz camina
      Con el terror en sus hinchados flancos.
      Brilla un tiro, retumba, y la encendida
      Bala atraviesa sin tocar la nave
      Y dentro el mar al sumergirse silba.
      Conrado salta, y en sus negros ojos
      El contento ignorado ardiente orilla.
      -"¡Mirad, mirad mi pabellón sangriento!
      ¡Ellos son, ellos son! ¡Su nave es mía!
      No me han abandonado." -Los corsarios
      Le han conocido y su saludo envían.
      Botan la lancha al mar y se mantienen
      A la capa. -"¡Es Conrado!"-ardientes gritan
      Desde el puente del buque, y nadie puede
      Contener de la chusma la alegría.
      Rápido, satisfecho y a sus labios
      Brotando del orgullo la sonrisa,
      Le ven saltar a bordo de su nave,
      Y rudas sus facciones ilumina
      El fuego de sus ojos. Todos quieren
      Estrecharle en sus brazos. Él olvida
      Su peligro presente y su derrota;
      Responde a la benévola acogida
      Con dignidad; abraza a Anselmo, y siente
      Que aún no su estrella pálida se eclipsa.

      Tras la efusión de su placer, sintieron
      Recobrarle sin lucha, que les liga
      Extraño afecto al capitán, y ansiaban
      Por vengarle arrostrar rudas fatigas.
      Si ellos supieran que a la esclava aquella
      Su libertad el capitán debía,
      Menos escrupulosos que Conrado
      Para lograr su fin, reina la harían.
      A Gulnara contemplan y entre sí hablan
      En voz baja, y la irónica sonrisa
      Brilla en sus labios; y la bella sierva,
      Débil y fuerte a un tiempo, el rostro, inclina
      Turbada y ruborosa, y suplicante
      Vuelve a Conrado con temor la vista;
      Baja su velo y permanece muda,
      Los brazos cruza sobre el pecho y fija
      Su mirada en el suelo; que aunque crucen
      Mil sentimientos por su mente altiva,
      El alma aquella en el amor tan pura,
      Tan llena de odio si el furor la excita,
      No del rubor de la mujer, el crimen
      Stroz que ha cometido, al rostro priva.

      Conrado lo conoce, y, sin embargo,
      Siente; ¿qué debe hacer? A la cautiva
      Perdonará, su crimen detestando.
      Sabe que el cielo con sus santas iras
      Castigará esa falta: olas de llanto
      Que de Gulnara empañan las pupilas
      No bastarán para lavar su mancha;
      Pero la mano que causó la herida,
      La misma mano quebrantó sus hierros.
      Los negros ojos de la esclava mira,
      Y ve su frente pálida inclinarse;
      La ve cambiada, débil y abatida;
      Ve la mancha de sangre, mas ve blancas
      De dolor y de espanto sus mejillas.
      Su mano toma, y tiembla aquella mano
      Tan dulce del amor en las caricias,
      Tan terrible en el odio... Al fin, Conrado
      Se estremece y exclama con voz tímida:
      -"¡Gulnara! -mas la hermosa no responde.
      -"¡Gulnara amada!"Su mirada fija
      En el corsario, y rápida en su seno
      Sollozando de amor se precipita.
      Para arrancarle de tan dulce asilo
      No basta su valor; y hasta vacila
      Esa virtud que es la única que resta
      En su alma ya... Pero Medora misma,
      El beso que desflora los encantos
      De su infeliz rival perdonaría:
      La Compasión lo roba a la Constancia;
      Beso que sin amores deposita
      Sobre unos labios que el deseo abrasa,
      Sobre unos labios que al placer incitan,
      De do el perfume plácido se exhala
      Que del amor las alas acaricia.
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    Llegan por fin a la isla solitaria
      (Traducción de Vicente Wenceslao Querol y de Teodoro Llorente, 1863)

      Llegan por fin a la isla solitaria
      Con las últimas luces de la tarde,
      Y la ensenada con alegres cantos
      Suena, que el viento murmurando trae.
      Todo sonríe; enciéndense los faros;
      La mar surcan los botes ondulantes;
      Los alegres delfines juguetean
      Sobre las olas, las marinas aves
      La vuelta de sus huéspedes saludan
      Con sus agudos gritos discordantes.
      La ansiedad del marino ya adivina
      Tras cada fuego que en las costas arde
      Los amigos que aquella luz encienden.
      ¡Oh, goces del hogar! Su santa imagen
      De la Esperanza ante los ojos brilla
      Cuando los mira de los hondos mares.

      Las luces brillan en el alto faro
      Y en la casa del jefe, que anhelante
      Busca la torre de Medora en vano.
      ¡Cosa extraña! La hermosa siempre sale
      A ver los buques que a la costa arriban,
      Y hoy su ventana entre las sombras yace.
      ¿Por qué su luz los pasos no en camina
      Del caro capitán? Deja la nave
      Conrado y salta en el pequeño bote;
      Manda al remero que con prisa avance...
      ¡Oh, si tuviera del halcón las alas
      Para, cual flecha, hacia el peñón lanzarse!
      De los remeros la tardanza acusa;
      Se arroja al mar, sus olas corta, y ágil
      Salta en la áspera playa, y el sendero
      Toma que allá conduce; parase antes,
      Escucha y no oye nada entre el silencio;
      La oscuridad domina en tal paraje.
      Llama a la puerta de la torre; llama
      Más fuertemente, pero no abre nadie.
      ¡Ni un paso, ni una voz...! Con temblorosa
      Mano golpea... Al fin la puerta se abre
      Y una figura conocida, inmóvil
      Vio en el dintel, mas no la que estrecharle
      Suele en sus brazos. De los labios mudos
      De la sirvienta ni un suspiro sale.
      Coge Conrado la linterna en vano,
      Que de sus manos temblorosas cae:
      Allá en el fondo de la estancia oscura
      Otra lámpara da luz vacilante...
      A ella corre... ¿qué vio? ¿Por qué en el muro,
      Se apoya y teme que sus pies resbalen?

      Fija la vista, sin hablar, no cesa
      De contemplar la pavorosa imagen;
      Sus miembros, antes temblorosos, ahora
      Inmóviles están. En semejante
      Lúgubre escena, el alma dolorida
      En aumentar sus penas se complace.
      ¡Fue tan hermosa en vida, que la muerte
      Aún en su rostro muéstrase agradable!
      Las blancas flores que su mano estrecha
      Frescas están, y aumenta los pesares
      Verla cual niña que dormir fingiera.
      Sus párpados de nieve flojos caen,
      Y ocultan, ¡ay!, bajo su denso velo
      El rayo aquel de su mirar brillante.
      La muerte de su trono luminoso
      Arrojó ya la vida; eclipse grande
      Sufren aquellos astros cristalinos.
      Parece que aún sobre sus labios vague
      La sonrisa feliz de los amores.
      En blondos rizos sus cabellos de ángel
      Hasta el seno descienden, y la brisa
      De primavera en torno los esparce.
      La palidez de las mejillas, todo
      Indica que llegó el temido trance.
      ¡Medora ha muerto! Aguárdale una tumba
      Conrado mudo en el dintel, ¿qué hace?

      Nada pregunta: inútil la respuesta
      Es a quien mira el mísero cadáver
      De la que tanto amó... ¡Medora ha muerto!
      ¿Qué importa cómo...? ¡Ha muerto! ¡Eso es bastante!
      Amor de la niñez, sola esperanza
      De sus mejores años, casta imagen
      De aquella a quien no odió, todo le ha sido
      Arrebatado en infeliz instante.
      El hombre virtuoso paz encuentra
      En la región do penetrar no es fácil
      Al criminal: su orgullo le extravía;
      Sólo en el mundo ve penas y afanes,
      Y perdido su amor, perdiolo todo.
      Y si esto es ilusión, ¿quién separarse
      Pudo jamás de la ilusión que amaba
      Sin sentir el dolor? ¡Cuántos semblantes
      No velan mal con la mirada estoica
      Un corazón que afligen penas graves!
      ¡Cuántas ideas lúgubres no oculta
      De rojos labios la sonrisa amable!

      Los que sienten con fuerza, la tortura
      No pueden explicar que al pecho abate.
      Convergentes a un centro y dolorosos
      Los pensamientos brotan a millares.
      Buscáis refugio y no le halláis, palabra
      Sin encontrar que vuestro mal retrate.
      La angustia cierta es muda: el desaliento
      Postra a Conrado; amortecido late
      Su corazón en lúgubre reposo,
      Las lágrimas amargas a raudales
      Brotaban a sus ojos, como un niño;
      Nadie ese llanto vio: tal vez delante
      De otro jamás llorara. El llanto enjuga
      El rostro vuelve y silencioso parte,
      El corazón desesperado y roto.
      El sol rojizo de las ondas nace
      Sin disipar las penas de Conrado;
      Llega la noche, y negros sus pesares
      Son más que de los cielos las tinieblas;
      Y es que el dolor es ciego, es que anhelante
      Se vuelve siempre al punto más oscuro,
      No sufre guía y corre hasta estrellarse.

      Para la dulce sensación nacido
      Fue de Conrado el corazón: el cauce
      Torció el destino al río de su vida
      Y hacia un abismo lo arrastró insondable
      Pero como la gota cristalina
      Que por las peñas de las grutas cae,
      Con el grosero polvo de la tierra
      Dentro del pecho la sintiera helarse.
      Roca fue que en la cima de los montes
      Resiste las violentas tempestades
      Y a cuyo abrigo y apacible sombra
      La flor tranquila y perfumada nace,
      Hasta que el rayo al fin al par quebranta
      Endurecida roca y tallo frágil,
      La débil planta sucumbió sin lucha
      Y seca, el viento la arrastró hasta el valle,
      Mientras los trozos del peñasco roto
      Ennegrecidos y dispersos yacen.

      Y brilló la mañana y los corsarios
      Hacia Conrado temen acercarse;
      Pero Anselmo dirígese a la torre,
      Que es necesario que a su jefe le hable.
      No está allí, ni en la playa le distingue;
      Lo buscan por doquier, ¡vanos afanes!
      Un sol y aun otro sol correr les vieron
      Y con su voz cansar los ecos: nadie
      Les contestó. Los montes, las llanuras,
      Las cavernas exploran; roto un cable
      Hallan por fin que sostenía un bote:
      No hay duda, el capitán surca los mares,
      Le esperan y vendrá: ¡vana esperanza
      La que en sus pechos míseros renace!
      Conrado no volvió, ni ha vuelto nunca.
      No hay un indicio ni señal que aclare
      Aquel hondo misterio: ¿ha muerto? ¿Vive?
      Nadie decirlo con certeza sabe.
      Los piratas lloraron largo tiempo
      A quien solo ellos lloran: elevarse
      Fúnebre monumento viose en la isla
      A la memoria de Medora. Nadie
      Pensó dar ni una lápida a Conrado
      Donde el recuerdo de sus hechos graben:
      Ya están grabados en sus toscos pechos.
      Él ha legado un nombre a las edades
      Que la virtud de amor tan sólo adorne
      Y que mil faltas maldecidas manchen.
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