Giacomo Leopardi

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    Información biográfica

  1. A Italia (Trad. de Calixto Oyuela)
  2. Bruto menor (Trad. de Calixto Oyuela)
  3. Lo infinito (Trad. de Calixto Oyuela)
  4. La noche del día festivo (Trad. de Calixto Oyuela)
  5. La vida solitaria (Trad. de Calixto Oyuela)
  6. A Silvia (Trad. de Calixto Oyuela)
  7. Imitación (Trad. de Calixto Oyuela)
  8. Remembranzas (Trad. de Calixto Oyuela)
  9. Amor y muerte (Trad. de Calixto Oyuela)
  10. A sí mismo (Trad. de Calixto Oyuela)
  11. Palinodia. Al marqués Gino Capponi (Trad. de Marcelino Menéndez Pelayo)


Información biográfica
    Nombre: Giacomo Taldegardo Francesco di Sales Saverio Pietro Leopardi
    Lugar y fecha nacimiento: Recanati, Macerata, Italia, 29 de junio de 1798
    Lugar y fecha defunción: Nápoles, Campania, Italia, 14 de junio de 1837 (38 años)
    Ocupación: Filósofo, filólogo, erudito, escritor, poeta
    Movimiento: Romanticismo, Clasicismo, Pesimismo
"I Canti" (Cantos, 1831) es probablemente su obra más importante.

Fuente: [Giacomo Leopardi] en Wikipedia.org

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    A Italia
      (Traducción de Calixto Oyuela, abril de 1883)

      Veo, oh patria, los muros, simulacros,
      Arcos, columnas, solitarias torres
      De nuestra clara estirpe: no la gloria,
      No el hierro y los laureles que ceñían
      Nuestros antiguos padres. Débil hora,
      Nuda enseñas la frente, nudo el seno.
      ¡Ay! cuánta, cuánta herida,
      Qué lividez, qué sangre! ¡Oh cuál te miro
      Bellísima señora!
      Yo increpo al mundo, al cielo:
      Decid, decid, ¿quién á tan triste estado
      La pudo compeler? ¡Y aun más! que oprimen
      Sus brazos las cadenas! Sí, que suelta
      La cabellera, y arrancado el velo,
      Abandonada mora
      Por tierra, sin consuelo,
      Y, oculto el rostro en las rodillas, llora.
      ¡Llora, que harto has motivo, Italia mía!
      En la suerte infeliz y en la fortuna
      Nacida á ser del mundo vencedora.
      Fuesen tus ojos dos raudales vivos,
      y aun no alcanzara el llanto
      A lamentar tu oprobio y tu quebranto;
      Que fuiste ya señora,
      y huérfana infeliz eres ahora.
      ¿Quién sobre ti discurre
      Que, recordando tu esplendor pasado,
      No diga: grande fué, mas ya no es grande?
      ¿Por qué, por qué? ¿Dó ya la fuerza antigua?
      ¿Dónde las armas, la constancia, el brío?
      ¿Quién te arranco la espada?
      ¿Quién te vendió? ¿Qué afán, que trama artera
      Bastó, qué poderío
      A arrebatarte el manto y la áurea banda?
      ¿Como caíste, cuándo,
      De tanta alteza á tan profundo abismo?
      ¿Nadie lidia por tí? ¿No te defiende
      De los tuyos ninguno? ¡Un arma, un arma!
      Yo solo en la contienda
      Combatiré, sucumbiré yo solo.
      Concede ¡oh cielo! que mi hirviente sangre
      Ítalos pechos en su fuego encienda.

      ¿Do tus hijos están? Oigo són de armas
      y de carros y voces y atambores:
      Pugna tu prole en extranjeros climas.
      Escucha, Italia, escucha. Entrever creo
      Un olear de infantes y caballos,
      y humo, y polvo, y centellear de espadas,
      Como entre niebla lampos.
      ¿No te reanimas? Los trementes ojos
      No osas tornar hacia el dudoso evento?
      ¿Por quién combaten en aquesos campos
      Los ítalos mancebos? ¡Dioses, dioses!
      Por otra tierra nuestras armas lidian.
      ¡Oh sin ventura aquel que cae postrado,
      No por sus dulces playas, por la esposa
      Casta y fiel é idolatrados hijos;
      Mas por extraños, por ageno fuego,
      Y no al morir le es dado
      Clamar: ¡Patria querida
      La vida que me diste hora te entrego!

      ¡Oh edad antigua, amada y venturosa,
      Cuando en tropel las gentes
      Por la alma patria á perecer corrían!
      Y vos; siempre elocuentes,
      Ceñidas siempre de gloriosas palmas,
      ¡Oh tésalas gargantas! donde Persia
      Ni el hado mismo doblegar pudieron
      Á algunas libres generosas almas!
      Yo pienso que las rocas
      Plantas y mares y montañas vuestras
      Dicen con vago acento al caminante
      Cómo aquella ribera
      Cubrió toda de cuerpos
      Caros á Grecia, la falanje invicta.
      Vil por el Helesponto
      Jerjes entonces y feroz fugaba,
      A ser ludibrio de la edad postrera,
      Y sobre la colina
      De Antela, en que expirando
      Venció á la muerte la legión divina,
      Simónides se alzaba
      El campo, el mar, el éter contemplando.

      Y con el rostro en lágrimas bañado,
      Con pie inseguro y fatigoso aliento,
      Embrazaba la lira:
      —¡Dichosos vos mil veces
      Que el pecho disteis á enemigas lanzas
      Por amor á esta madre, vos á quienes
      Grecia venera, el universo admira!
      Al riesgo y al combate
      ¿Qué inmenso amor las juveniles mentes,
      Qué amor os impelió al fatal destino?
      ¿Cómo tan grata ¡oh hijos! la postrera
      Hora os apareció, que sonrientes
      Al fin volasteis lamentable y duro?
      Semejaba que á espléndido convite
      Ó á danza alegre, y no á morir corriera
      Cada uno de los vuestros. El oscuro
      Tártaro, empero, y las silentes ondas
      Os aguardaban. ¡Ni aun aliado habíais
      De esposas ó hijos el cariño santo,
      Cuando en áspera márgen
      Sin ósculos moristeis y sin llanto!

      Mas no del Persa sin horrenda pena
      Y angustia interminable.
      Cual león entre toros encerrado,
      Ya al lomo de aquél salta, y sus colmillos
      En él furioso clava,
      Ya este íjar, ya aquel muslo dentellea;
      Así en las turbas persas se inflamaba
      La iracunda virtud de los helenos.
      Mira en tierra caballo y caballero;
      Mira atajar doquier carros y tiendas
      En confusión, la fuga á los vencidos;
      Pálido y desgreñado
      Aun el tirano mismo huir primero;
      Ve cuál en sangre bárbara teñidos
      Los héroes griegos, perdición del Persa,
      Ya exangües, lentamente,
      Unos sobre otros caen. ¡Viva, viva,
      Dichosos vos mil veces
      Mientras se hable en los tiempos ó se escriba!

      Antes en vuelco rápido cayendo
      Al hondo mar, extintos
      En el abismo estallarán los astros,
      Que vuestra veneranda
      Memoria ó vuestro amor mengüe ó se olvide.
      Vuestra tumba es altar; y aquí trayendo
      Sus párvulos las madres,
      Enseñaránles los hermosos rastros
      De vuestra sangre. Ved! yo de rodillas
      Me postro, ¡oh venturosos!
      Y estos terrones y estas piedras beso,
      Que preclaras serán eternamente
      En cuanto el mundo encierra.
      Ah! si con vos yaciese, y empapada
      Estuviera en mi sangre esta alma tierra!
      Mas si es otro el destino, y no consiente
      Que entorne yo los moribundos ojos
      Por Grecia extinto en áspera contienda,
      De vuestro vate la modesta fama
      La edad futura, si á los dioses place,
      Recuerde en tanto que la vuestra esplenda.
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    Bruto menor
      (Traducción de Calixto Oyuela)

      Cuando volcada en la comarca tracia
      Yació, inmensa rüina,
      La itálica virtud, y desde entonces,
      Para los valles de la verde Hesperia,
      Y playa tiberina,
      El hado el casco de salvajes potros
      Apresta ya, y de las desnudas selvas
      Que la Osa helada oprime,
      Á hundir de Roma los excelsos muros
      Las godas armas llama;
      De hermana sangre y de sudor cubierto,
      Bruto, en lóbrega noche, en sitio aislado,
      Ya resuelto á morir, contra las sordas
      Divinidades y el averno clama,
      Y con feroz acento
      En vano hiere el adormido viento.

      Necia virtud, la oscura niebla, el ámbito
      De móviles fantasmas
      Son tan sólo tus cátedras: te vuelve
      La espalda el descreimiento.
      De vos, dioses marmóreos
      (Si acaso dioses tienen
      En Flegetón ó en el empíreo asiento),
      De vos befa y ludibrio
      Es la prole infeliz, á la que altares
      Celosos reclamáis, y engañadora
      Ley al mortal ofende.
      ¿Con que así excita los celestes odios
      La terrena piedad? ¿Con que al impío
      Su mano Jove extiende?
      Y si en los aires tempestad derrama,
      Y el trueno veloz vibra,
      Envuelve al justo en la sagrada llama?

      Oprime el hado invicto y la ferrada
      Necesidad, al débil
      Reo de muerte: y si á impedir no alcanza
      Su torpe acción, de necesarios duelos
      El vulgo se consuela. ¿Es menos duro
      Si es sin reparo el mal? ¿Dolor no siente
      El muerto á la esperanza?
      Guerra eterna, mortal, oh vil destino,
      Contigo el prócer riñe,
      No avezado á ceder; y vencedora
      Al oprimirle tu tirana diestra,
      Agítase indomado,
      Y ensangrentando el doloroso hierro
      En el noble costado,
      Torva sonrisa á las tinieblas muestra.

      Hiere á los Dioses quien violento rompe
      En el Averno. Nunca audacia tanta
      Se albergara en las muelles
      Almas eternas. ¿Por ventura el cielo
      Nuestros afanes, los adversos casos
      Y afectos sin consuelo,
      Ante sus ojos por placer despliega?
      No entre desdicha y crimen,
      Mas edad pura y en los bosques libre
      Nos destinó Natura,
      Un tiempo Reina y Diosa. Y pues impía
      Costumbre derribó el feliz imperio,
      Y unió á las leyes miserable vida,
      Si sus infaustas horas
      Alma viril rehusa,
      ¿Rie Natura, y su rigor no acusa?

      De culpa ígnara y de sus propios duelos,
      A la dichosa fiera
      Serena lleva al imprevisto trance
      La edad tardía. Y si á quebrar la frente
      En rudos troncos, ó en agrestes piedras
      Sus miembros dar desatentada al viento
      La impeliese el afán, no detuviera
      Arcana ley ú oscuro pensamiento
      El deseo infeliz. Á vos tan sólo,
      Hijos de Prometeo, entre las razas
      Que el cielo alimentó, pesa la vida;
      Á vos la muerta orilla, antes que acceda
      El destino indolente,
      Sólo ¡oh tristes! á vos Júpiter veda.

      Y tu del mar que nuestra sangre riega
      Cándida luna, surges,
      Y ves la inquieta noche
      Y el campo adverso á la virtud latina.
      Hermanos pechos huella el victorioso,
      Tiemblan los cerros, de las altas cumbres
      La antigua Roma despeñada queda;
      ¿Y tú tan apacible? De Lavina
      Miraste un día la naciente prole,
      Y el tiempo alegre y memorandos lauros;
      Y sobre el Alpe el inmutado rayo
      Callada verterás, cuando en tonnento
      Del siervo ítalo nombre,
      Bajo bárbara planta
      Retumbe aquese solitario asiento.

      Ved, ya en desnuda piedra ó verde rama
      El pájaro y la fiera,
      De la indolencia usual henchido el pecho,
      La ingente ruina ignora y la trocada
      Suerte del mundo; y como siempre el techo
      Esplenderá del industrioso aldeano,
      Del canto matutino
      Al són, aquél despertará los valles,
      Aquélla agitará por los barrancos
      La enferma turba de menores fieras.
      ¡Oh casos!¡Oh luz vana! Infando lote
      Somos de lo creado, y ni en la oscura
      Gleba, ni en las cavernas dejó rastros
      Jamás nuestro infortunio,
      Ni ansia mortal descoloró los astros.

      No yo á los sordos Reyes
      Del Olimpo ó Cocito, no á la indigna
      Tierra, ó la noche moribundo invoco;
      Ni á ti, postrer destello
      De la lóbrega muerte ¡oh testimonio
      De la futura edad! ¿Fué acaso al llanto
      Dado aplacar las desdeñosas tumbas?
      ¿Ornáronlas los dones y palabras
      De multitud ruín? Peores siempre
      Despéñanse los tiempos; mal se fía
      Á nietos corrompidos
      El alto honor de las egregias mentes,
      Y de los desdichados
      La venganza suprema. En tomo mio
      Las alas bata el negro cuervo hambriento;
      Roa la fiera, ef torbellino arrastre.
      Los restos ignorados;
      Y el nombre y la memoria envuelva el viento.
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    Lo infinito
      (Traducción de Calixto Oyuela, mayo de 1883)

      Esta colina solitaria siempre
      Grata fué para mí, y este vallado,
      Que por tan varias partes
      La vista cierra al horizonte extremo-
      Mas si sentado miro interminables
      Espacios tras de aquél, y sobrehumano
      Silencio, y profundísimo sosiego
      Finjo en mi mente; de lo cual por poco
      El corazón no tiembla. Y como el viento
      Entre estas plantas silba, ese infinito
      Silencio á este rumor voy comparando:
      y recuerdo lo eterno, y las edades
      Sepultas ya, y la presente y viva,
      y su tumulto. Así mi pensamiento
      Se inmerge en esta inmensidad, y dulce
      Ésme náufrago ser de este oceano.
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    La noche del día festivo
      (Traducción de Calixto Oyuela, junio de 1883)

      Dulce y clara es la noche, el aire en calma,
      Por cima de los techos y en los huertos
      Brilla la luna, y á lo lejos muestra
      Serenas las montañas. Dueño mío;
      Callan las sendas ya, y por los balcones
      De vez en vez la lámpara nocturna
      Su sosegada claridad envía.
      En brazos duermes tú de fácil sueño
      En tu tranquila estancia; y no te labra
      Cuidado alguno; ni ya ves ni piensas
      Cuánta herida me abriste en medio al pecho.
      Tú duermes: yo este cielo que aparece
      Tan favorable, á saludar me asomo,
      Y á la antigua natura omnipotente
      Que me engendró al dolor. A tí, me dijo,
      La esperanza te niego, aun la esperanza:
      Sólo de llanto brillarán tus ojos.
      Solemne fué este día: hora reposas
      De los placeres, recordando acaso
      En sueño, a cuántos hoy gustaste, y cuántos
      Te agradaron á tí: yo más no espero
      A tu mente tornar. En tanto indago
      Lo que aun debo vivir, y aquí por tierra
      Me arrojo, y grito, y tiemblo ¡Horrendos días
      En tan lozana edad! ¡Ay! por la calle
      No lejos oigo el solitario canto
      Del artesano que, ya tarde, torna,
      Después del goce, á su modesto albergue.
      Y fieramente se me oprime el alma
      Al ver cómo en el mundo pasa todo
      Sin dejar casi huella. Ya el festivo
      Día extinguióse, y al festivo el día
      Vulgar sucede, y arrebata el tiempo
      Todo caso mortal. ¿Dó ya el tumulto
      De los antiguos pueblos? ¿Dónde el grito
      De nuestra clara celebrada estirpe,
      De aquella Roma el formidable imperio,
      Y las espadas, y el terrible estruendo
      Que por la tierra discurrió y los mares?
      Todo es paz y silencio, todo calma
      El mundo, y de ellos más no se razona.
      En mi primera edad, cuando el festivo
      Día se espera con ardor, ya luego
      Que él transcurría, yo en el lecho, en vela.
      Yacía con dolor. Y en la alta noche,
      Si por las calles se escuchaba un canto
      Que tenue en lontananza iba muriendo,
      Ya así también se me oprimía el alma.
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    La vida solitaria
      (Traducción de Calixto Oyuela, mayo de 1883)

      La lluvia matinal, cuando en la estancia
      Aún cerrada, la gallina corre
      Batiendo el ala, y al balcón se asoma
      El morador del campo, y desde oriente
      El sol sus rayos trémulos asesta
      A las gotas que caen, mi cabaña
      Levemente golpeando, me despierta;
      Y salgo, y las ligeras nubecillas,
      Y de las aves el trinar, y el aura
      Fresca bendigo, y las rientes playas.
      Luego que ¡oh infaustos ciudadanos muros!
      Os ví bastante y conocí: allá donde
      Sigue al dolor el odio; y dolorido
      Vivo, y bien pronto moriré. Alguna
      Bien que escasa piedad muéstrame, empero,
      Naturaleza en estos sitios ¡cuánto
      Más suave un día para mí! Tú tuerces
      Del mísero la vista, y desdeñando
      La desdicha, el afán, á la imperante
      Felicidad, naturaleza, sirves.
      No queda en cielo ó tierra amigo alguno
      Ni otro refugio al infeliz que el hierro.

      Tal vez me siento en solitario sitio,
      En un alto, de un lago en la ribera,
      De taciturnas plantas coronado.
      Allí. al rodar en el cenit el día,
      Refleja el sol su sosegada imagen.
      No la hoja ó la hierba el viento mueve;
      Ni la onda encresparse, ó la cigarra
      Chillar, ni el ala el pájaro en la rama
      Batir, ni revolar la mariposa,
      Ni resonancia ó movimiento alguno
      De lejos ni de cerca oyes ni miras.
      Reina en tal borde altísimo sosiego,
      y en él de mí me olvido y lo creado
      Quedando inmóvil; y que yacen creo
      Sueltos mis miembros, que no ya los mueven
      Alma ó sentido,y que su sueño antiguo
      Y el silencio del sitio se confunden.

      ¡Amor, amor, cuán de mi pecho lejos
      Volaste ya, tan ardoroso un día!
      La desventura con su helada mano
      Bien pronto le oprimió, y trocóse en hielo
      En la edad más hermosa. El tiempo evoco
      En que hasta el alma mía descendiste.
      Era ese dulce irreparable tiempo
      En el que abierta esta infeliz escena
      Del mundo, al ojo juvenil, á modo
      De paraíso ante su mente ríe.
      De anhelo y virgen esperanza salta
      Dentro del pecho el corazón del joven,
      Y de esta vida á la tremenda empresa
      Ya se apercibe, como á danza ó juego,
      El mortal infeliz. Mas no tan pronto
      Fuí tuyo amor; que ya fortuna había
      Roto mi vida, y para aquestos ojos
      Propio era sólo el perdurable llanto.
      Empero al ver por las tendidas playas,
      En la callada aurora, ó cuando esplenden
      Al sol, techos, collados y campiñas,
      De tierna virgen el semblante hermoso;
      Ó bien cuando en el plácido sosiego
      De noche estiva, el vagabundo paso,
      Enfrente de las villas deteniendo,
      Miro la tierra solitaria, y oigo
      En la desierta habitación el canto
      Agudo resonar de la doncella
      A quien la noche en su labor sorprende,
      Muévese un punto á palpitar aqueste
      Mi corazón de piedra. Mas ¡ay! pronto
      Torna al férreo sopor: que ya es extraña
      Al pecho mío la emoción suave.

      ¡Oh amada luna, á cuyo dulce rayo
      Danzan las liebres en la selva; y suele
      Dolerse al alba el cazador, que encuentra
      Falso, intrincado el rastro, y de las cuevas
      Vario error le desvía! Salve, oh reina
      Benigna de las noches. Importuno
      Entre jarales y desiertas ruinas
      Desciende tu fulgor, sobre el acero
      Del pálido ladrón, que á la distancia
      El rumor de las ruedas y caballos,
      y el golpear de los pies escucha atento
      En el mudo sendero; y de improviso
      Con el fragor del arma, el ronco acento,
      Y la fúnebre boca, el alma. hiela
      Del caminante, á quien desnudo en breve
      Y semi-vivo entre las piedras deja.
      Para el vil seductor surge importuna
      Tu blanca lumbre en las ciudades, cuando
      Va rozando los muros, y la oculta
      Sombra siguiendo, y se detiene, y tiembla
      De las vividas luces, y el abierto
      Balcón. Á los malvados importuna,
      Benigna siempre para mí tu vista
      Será por estas playas, donde sólo
      Gratas colinas y anchurosos campos
      Me abres delante. Y yo aun solía,
      Bien que inocente fuera, tu gracioso
      Rayo acusar en habitados sitios,
      Cuando á la humana vista me ofrecía,
      Y á mis ojos mostraba hurtíanos seres.
      De hoy más te ensalzare, ya te contemple
      Surcar rauda las nubes, ya serena
      Dominadora del etéreo campo,
      Mires esta infeliz morada humana.
      Verásme siempre solitario y mudo
      Vagar por bosques y por verdes playas,
      Ó sentarme en la hierba, asaz contento
      Si hallo vigor para exhalar suspiros.
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    A Silvia
      (Traducción de Calixto Oyuela, junio de 1883)

      ¿Recuerdas, Silvia, el tiempo
      De tu vida mortal, cuando en tus ojos
      Rientes, fugitivos,
      Brillaba la hermosura,
      Y tú seria y gozosa
      El linde hollabas de la edad de rosa?
      Las tranquilas estancias
      Y las vecinas calles resonaban

      Con tu perpetuo canto,
      Cuando á tarea femenil atenta,
      Te sentabas contenta
      Del grato porvenir que entreveías.
      Era el fragante Mayo, y tú mirabas
      Así correr los días.

      Yo los gratos estudios
      Tal vez dejando, y los cansados folios,
      En que mi edad primera
      Y lo mejor de mí se disipaba,
      Desde el terrado del paterno albergue
      Mi oído al són de tus acentos daba,
      Y á la rápida mano
      Que la labor penosa recorría.
      Miraba el limpio cielo,
      Las sendas olorosas y los huertos,
      Y allá el mar á lo lejos, y allí el monte.
      No cabe en lengua humana
      Lo que entonces sentía.

      ¡Qué suaves pensamientos,
      Qué esperanzas, qué coros, Silvia mía!
      ¡Cómo entonces surgía
      La existencia y el hado!
      Ante el recuerdo de ilusión tan grande,
      Un afecto me oprime
      Hondo, desconsolado,
      Y tórname á doler mi desventura.
      ¡Oh natura, oh natura!
      ¿Por qué no cumples luego
      Lo que entonces prometes. y á tus hijos
      Víctimas haces de tan grande juego?

      Tú antes que el hielo marchitara el prado,
      Por implacable enfermedad vencida
      Caíste, virgen tierna. Y de tu vida
      Las flores contemplar no te fué dado.
      No acariciaron tu alma los loores,
      Ya de los negros rizos,
      Ya del mirar modesto, enamorado,
      Ni otras contigo en los festivos días
      Razonaban de amores.

      Poco después moría
      Mi esperanza también: también negaron
      A mi existir los hados
      La juventud. ¡Ay! cómo,
      Cómo huiste por siempre, oh dulce amiga
      De mi edad nueva, mi llorado encanto!
      ¿Es este el mundo aquel? ¿Estos los goces,
      El amor, las empresas, los eventos
      Sobre que juntos discurrimos tanto?
      ¿Este el destino humano?
      Al surgir ante ti la verdad ruda
      ¡Misera! pereciste: y con la mano
      Mostraste desde allá la muerte fría
      y una tumba desnuda.
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    Imitación
      (Traducción de Calixto Oyuela, junio de 1883)

      Lejos ya de tu rama
      Infeliz hoja débil
      ¿Adónde vas? - Del haya
      Donde he nacido me arrebata el viento.
      Él, girando, en revuelos,
      Del bosque á la campaña,
      Desde el valle me lleva á la montaña.
      Con él eternamente
      Voy peregrina, y lo demás ignoro.
      Voy donde toda cosa,
      Donde la hoja va naturalmente
      Del laurel y la rosa.
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    Remembranzas
      (Traducción de Calixto Oyuela)

      ¡Astros hermosos de la Osa! Nunca
      Creí otra vez venir á contemplaros
      Sobre el jardín paterno centelleantes,
      Ni á conversar con vos de la ventana
      De esta morada que habité de niño,
      Y dó el término ví de mis venturas.
      ¡Cuánta imagen un tiempo, cuánta historia
      Creó en mi mente vuestro dulce aspecto,
      Y las que en torno veis, amigas lumbres!
      Cuando en rústico asiento, silencioso,
      Mirando el cielo y escuchando el canto
      De la rana distante en la campaña,
      Gran parte de la noche estar solía!
      La luciérnaga erraba en los vallados
      Y por los lomos, susurrando al viento
      La arboleda olorosa, y los cipreses
      Allá en la selva; y so el paterno techo
      Oía alternas voces, y el tranquilo
      Tragín de los criados. ¡Qué de sueños,
      Qué altas ideas me inspiró la vista
      Del mar lejano y los azules montes
      Que de aquí miro, y que surcar un día
      Dentro de mí pensaba, arcanos mundos,
      Arcana dicha á mi vivir fingiendo!
      Mi hado ignoraba entonces, y las veces
      Que esta mi vida dolorosa y yerma
      Por la muerte, feliz trocado habría.
      Ni aun presagiaba que mis verdes años
      Fuera forzado á consumir en esta
      Natal villa salvaje, en medio á gente
      Áspera, vil; á la que extraños nombres
      Y argumento de risa y de algazara
      Son doctrina y saber; que me odia y huye,
      No por envidia ya, que no me estima
      Á ella mayor, mas porque tal supone
      Que guardo en mí, si bien persona extraña
      Jamás columbró de ella indicio alguno.
      Aquí los años paso, oculto, aislado,
      Sin vida, sin amor, y entre la turba
      De los malvados, áspero me vuelvo.
      Aquí virtudes y piedad me arranco,
      Y desprecio á los hombres, por la recua
      Que tengo en derredor: y en tanto vuela
      El dulce tiempo juvenil; más dulce
      Que el laurel y la fama; más que el puro
      Fulgor del día, y su morir: te pierdo,
      Sin ningún goce, inútilmente, en este
      Inhumano retiro, entre inquietudes,
      ¡Oh sola flor de la infecunda vida!

      Conduce el viento el són de la campana
      De la torre del burgo. Él me infundía,
      Aun lo recuerdo, ánimo en mis noches,
      Cuando era niño, y en la oscura estancia
      De tenaz miedo víctima velaba,
      La aurora ansiando. Nada aquí contemplo
      Sin que en ello una imagen reaparezca;
      De do no surja un plácido recuerdo.
      Plácido en sí; mas con dolor sucede
      La idea del presente. un vano anhelo
      Del tiempo que pasó, aunque ligado
      Al infortunio, y el decir: ya he sido.
      Aquella galería vuelta al último
      Rayo de luz; estos pintados muros,
      La fantástica nube, el sol que asoma
      En la campiña solitaria, dieron
      Contentos mil á mis perdidos ratos,
      Cuando mi error potente hablando iba
      Aliado mío por doquier. En estas
      Salas antiguas, de la nieve al brillo,
      Silbando el viento en torno á estas ventanas,
      Retumbo mi alegría y mis festivas
      Voces, en tiempo en que el indigno, acerbo
      Misterio de las cosas, se nos muestra
      Henchido de dulzura. Entera y virgen,
      Tierno el doncel, como inexperto amante,
      Su falaz vida con amor contempla,
      y celeste beldad finge y admira.

      ¡'Oh esperanza, esperanza, engaños dulces
      De mi primera edad! hablando, siempre
      A vosotros retorno; que del tiempo
      En el andar eterno, ni en el cambio
      De pensamientos y de afectos, nunca
      Puedo olvidaros. Gloria, honor, tan sólo
      Fantasmas juzgo; bienes y venturas,
      Mero anhelar; no tiene fruto alguno
      La misera existencia, y si vacíos
      Yacen mis años, si desierto, oscuro
      Es mi estado mortal, poco, á fe mía,
      Fortuna me robo. Mas ¡ay! que cuando
      ¡Oh mis antiguas esperanzas! pienso
      En vos, y en mis imágenes primeras,
      Y en mi vida tan vil luego reparo,
      Tan dolorosa, y que la muerte es sólo
      Lo que de tantas esperanzas grandes
      Hoy se me acerca: comprimirse siento
      Mi corazón, siento que no me es dado
      Resignarme del todo á mi destino.
      y cuando al fin esta invocada muerte
      Venga á mi lado, término poniendo
      A mis desdichas: cuando ya la tierra
      Me sea extraño valle, y de mi vista
      Se borre el porvenir; aun de vosotras
      Me acordaré, aun aquella imagen
      Me arrancará suspiros, me hará triste
      Haber vivido en vano, y la dulzura
      Del fatal día enturbiará con duelo.

      Y ya en el juvenil hervor primero
      De dichas, de congojas, de ansiedades,
      Tenaz llamé á la muerte, y largas horas
      Sentado allá junto á la fuente estuve,
      Ahogar meditando entre esas aguas
      Mi anhelo y mi dolor. Luego por crudo
      Mal, impelido del sepulcro al borde,
      Lloré la juventud, y la ya mustia
      Temprana flor de mis infaustos días.
      Y sobre el lecho confidente; en altas
      Horas sentado, á la muriente lumbre
      Poetizando con dolor, mil veces
      Lamenté con la noche y el silencio
      El alma fugitiva, y á mi mismo
      Me canté al expirar fúnebre canto.

      ¿Quién sin tristeza recordaros puede
      ¡Oh alborear de juventud, oh días
      Risueños, inefables! cuando en torno
      Del ardiente mortal por vez primera
      Sonríen las doncellas; á porfía
      Todo alegre sonríe; aun no despierta,
      O bien benigna aun, la envidia cvalla
      É (¡inusitada maravilla!) el mundo
      Casi le tiende auxiliadora mano,
      Ríe sus yerros, su reciente entrada
      En la vida celebra, y complaciente
      Muestra aclamarle por señor y dueño?
      ¡Días fugaces! Como raudo lampo
      Desparecieron. ¿De desdicha libre
      Cuál mortal puede estar, si aquella hermosa
      Estación ya le huyó, si su buen tiempo,
      Si juventud ¡ah! juventud no existe?

      ¡Oh Nerina! ¿Y de tí no oigo á estos sitios
      Ya por ventura hablar? ¿Caíste acaso
      De mi memoria tú? ¿Dónde te has ido
      Que sólo ¡encanto mío¡! tu recuerdo
      Encuentro aquí? No más, no más te mira
      Esta tierra natal: esa ventana
      Donde solías conversarme, y donde
      Triste el fulgor de las estrellas luce,
      Yace desierta. ¿Dónde estás, que no oigo
      Más tu voz resonar, como en un día
      Cuando al llegar cada lejano acento
      Del labio tuyo hasta mi oído, el rostro
      Me demudaba? Ya no más. Tus días
      Fueron, mi dulce amor. Pasaste. Á otros
      El cruzar por la tierra hoy cabe en suerte,
      Y habitar estas olorosas cumbres.
      Pasaste; mas ¡cuán rápida! Tu vida
      Cual sueño fué. Cuando, danzando, el júbilo
      En tu frente brillaba, y en tus ojos
      Brillaba aquel soñar, aquella lumbre
      De juventud, fueron del hado extintos,
      Y yaciste. ¡Ah Nerina! Aun en mi alma
      Reina el antiguo amor. Si me encamino
      Alguna, vez á fiestas, á saraos,
      Digo: ¡Oh Nerina! tú á saraos, á fiestas
      No te preparas más, no te encaminas.
      Si Mayo torna, y flores y cantares
      Los amantes van dando á las doncellas,
      Nerina, digo, para tí ya nunca
      Torna la primavera, amor no torna.
      Y si un día sereno, una florida
      Ribera miro, ó siento un goce, exclamo:
      Ya no goza Nerina; el campo, el aire
      No mira ya. ¡Ay! feneciste, eterno
      Suspiro mío: feneciste, y siempre
      Compañera será de mi errabundo
      Imaginar, de mis potencias todas,
      De los tristes y férvidos latidos
      Del corazón, la remembranza acerba.
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    Amor y muerte
      (Traducción de Calixto Oyuela, mayo de 1883)

      Joven perece el que los dioses aman.
      Menandro

      El Amor y la Muerte
      A un tiempo hermanos engendró la suerte.
      Jamás cosas tan bellas
      Encerraron el mundo ó las estrellas.
      Nace del uno el bien, el mayor goce
      Que por el mar de la existencia rueda;
      Toda desdicha ingente
      Todo ingente dolor la otra aniquila.
      Hermosísima joven,
      De presencia agraciada,
      No cual la finge la cobarde gente,
      Al niño Amor acompañar le agrada:
      Y aqueste mortal suelo
      Rozan entrelazados,
      De toda sabia mente alto consuelo.
      Ni fué jamás un corazón tan sabio
      Cual herido de amor, nunca más fuerte
      Alcanzó á despreciar la infausta vida,
      Ni cual por este dueño
      El peligro arrostró por otro alguno;
      Que dondequier, Amor, tu influencia llevas,
      Allí al punto el valor nace ó revive;
      Y no, cual suele, vana
      En pensamiento, mas en obras grande,
      Se alza la estirpe humana.
      Cuando recientemente
      Nace en lo hondo del alma un tierno afecto,
      En ella, á un tiempo, lánguido
      Un vago anhelo de morir se siente.
      No sé por qué: mas ese
      Es el signo primero
      De todo amor potente y verdadero.
      Entonce este desierto
      Pone al alma pavor: la tierra ingrata
      Para el mortal se torna, sin aquella
      Nueva, sola, infinita
      Felicidad que en su soñar retrata;
      y allá en su alma al presentir por ella
      Profunda tempestad, calma apetece,
      Ansia arribar á puerto
      Ante el terrible anhelo,
      Que ya en torno, rugiendo, se oscurece.

      Luego, cuando ya todo
      Lo envuelve y ciñe el formidable numen,
      Y ansia invencible al corazón fulmina,
      ¡Cuánta vez implorada
      Con intenso deseo,
      Muerte, eres tú del angustiado amante!
      ¡Cuantas de noche, y cuántas
      Rindieudo al alba el cuerpo fatigado,
      Feliz llamóse si le fuera dado
      No alzarse ya, si nunca
      La amarga luz á contemplar volviera!
      Y al escuchar el fúnebre tañido
      De la campana, el cántico que triste
      Los muertos lleva al sempiterno olvido,
      Envidió en lo profundo
      Del pecho, ardientemente,
      Al que á morar con los extintos iba.
      Aun la olvidada plebe,
      El aldeano, ageno
      A las virtudes que el saber inspira,
      Aun la graciosa y tímida doncella,
      A quien la voz de muerte
      Crispábale en un tiempo los cabellos,
      Ya imperturbable y fuerte
      Los negros velos y la tumba mira,
      Hierro y veneno con tesón contempla,
      Y allá en su mente indocta
      El dulce encanto del morir comprende.
      Tanto á la muerte llevan
      Las leyes del amor. Y aun á menudo
      Sostener no pudiendo
      Humana fuerza el interior combate,
      Ó el frágil cuerpo abate
      La conmoci6n terrible, y de este modo
      Por fraternal poder la muerte triunfa;v Ó tanto punza y hiere
      Amor en lo profundo,
      Que por sí mismos el inculto aldeano
      Y la tierna doncella
      Los juveniles miembros
      Por tierra esparcen con violenta mano.
      Ríe el mundo su duelo,
      A quien paz, senectud otorga el cielo.

      Al férvido, al dichoso,
      Al varón animoso
      Uno ú otro de vos mande el destino,
      Dulces amigos de la estirpe humana,
      Cuyo poder no iguala en parte alguna
      Ningún otro poder, y cede sólo
      Del hado á la potencia soberana.
      Y tú á quien ya desde mi edad primera
      Honrando siempre invoco,
      Bella Muerte, en el mundo
      Propicia sola á los humanos duelos,
      Si alcé mi voz en tu loor, si quise
      A tu esencia divina
      Del vulgo ingrato compensar la afrenta,
      No tardes más, á inusitados ruegos,
      Cerrando ya á la luz mis tristes ojos.
      ¡Reina eterna del tiempo! hora te inclina.
      Cualquier sea el instante
      En que las alas á mi voz despliegues,
      Alta la frente me hallarás, armado,
      É indomeñable al hado;
      La mano que azotándome se tiñe
      En mi sangre inocente
      No alabaré, no besaré, cual luce
      Por vil costumbre la terrena gente;
      Toda vana esperanza con que el mundo
      Cual niño se consuela, toda necia
      Confortación rechazaré; ni alguna
      He de esperar jamás sino á tí sola;
      Sólo aquel día esperaré sereno
      En que recline adormecido el rostro
      En tu virgíneo seno.
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    A sí mismo
      (Traducción de Calixto Oyuela)

      Reposarás por siempre
      Cansado corazón. Murió el engaño
      Que eterno imaginé. Murió. Bien veo
      Que de los dulces sueños se ha extinguido,
      No la esperanza en mí, sino el deseo.
      Reposa ya por siempre. Harto has latido.
      Nada tus fibras conmover merece,
      Ni aun es la tierra de suspiros digna.
      La vida es un amargo
      Fastidio, nada más; el mundo, lodo.
      Descansa. Desespera
      Por la postrera vez. Deprecia ahora
      Á á ti, á natura, al torpe
      Poder que, oculto, en común daño impera,
      Y á la infinita vanidad del todo.
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    Palinodia. Al marqués Gino Capponi
      (Traducción de Marcelino Menéndez Pelayo)

      Erré, cándido Gino, largo tiempo,
      Y grandemente erré. Mísera y vana
      Juzgué la vida; insulsa más que todas
      Esta presente edad. Intolerable
      Fue y pareció mi lengua a la dichosa
      Prole mortal, si es que mortal se puede
      Llamar el hombre. Entre desdén y asombro,
      Del Edén odorífero en que habita,
      Rio la alta progenie afortunada,
      Y me llamó infeliz, y de placeres
      Incapaz o inexperto, pues mi hado
      Juzgué común, y de mi mal, consorte
      Al humano linaje. Al fin mis ojos
      Hirió la diaria luz de las gacetas,
      Entre el humo volátil del cigarro
      Y el ruido de crujientes pastelillos,
      Entre el rumor de sacudidas tazas
      Y blandidas cucharas, ante el grito
      Ordenador de helados y bebidas
      Cual voz de mando. Y confesé humillado
      La pública alegría y las dulzuras
      Del destino mortal noble y excelso;
      Y vi el valor de las terrenas cosas,
      Y toda flores la carrera humana,
      Las obras estupendas, las virtudes,
      Alto saber, estudios y prudencia
      De nuestro siglo. De la Osa al Nilo,
      Del Catay a Marruecos, y de Goa
      A Boston, vi correr reinos, ducados
      E imperios, anhelantes tras las huellas
      De la felicidad y asirla casi
      Por los flotantes rizos, o a los menos
      Por la cola del manto. Y esto viendo
      Y meditando las profundas hojas,
      Del grave antiguo error que me cegaba
      Y aun de mí mismo yo tuve vergüenza.

      Áureo siglo, Marqués, hilan ahora
      Los husos de las Parcas. Todo diario
      En varias lenguas y columnas varias,
      De todas partes lo promete al mundo.
      Universal amor, ferradas vías,
      Vapor, tipos, comercio y aún el cólera,
      Los más lejanos pueblos y naciones
      En lazo estrecharán; ni maravilla
      Será que suden leche las encinas
      Y miel los robles, o danzando giren
      A los sones de un vals. Tanto ha crecido
      El poder de retortas y alambiques
      Y máquinas del cielo emuladoras,
      Y tanto crecerá, volando siempre
      De progreso en progreso, sin medida,
      De Cam, de Sem y de Jafet la prole.

      No cual un día comerá bellotas
      Si el hambre no la obliga; el duro hierro
      No depondrá. Con pólizas de cambio
      Satisfecha tal vez, la plata y oro
      Despreciará la generosa estirpe;
      Mas no de sangre de los suyos nunca
      Su mano ha de lavar; antes cubierta
      Será de estragos, con la vieja Europa,
      Del Atlántico mar la otra ribera,
      Fresca nodriza de sin par cultura;
      Y en campo lidiarán fraternas huestes
      Por pimienta o aromas o canela
      O por el jugo de melosa caña,
      O alguna otra razón, práctica y útil.
      Y valor y virtud, y fe y modestia,
      Y amor a la justicia, escarnecidos
      Y de toda república arrojados
      Como siempre serán; que es su destino
      Estar siempre debajo. Torpe fraude
      Y audacia impune elevarán su frente,
      Nacidas a reinar. De imperio y fuerza,
      Ya unidas en un haz, ya separadas,
      Abusará quienquiera que los rija;
      No importa el nombre. Que esta ley grabaron
      Hado y Natura en tablas de diamante,
      Y no la borrarán con sus centellas
      Volta ni Davy, ni Inglaterra toda
      Con las máquinas suyas, ni en un Ganges
      De políticas hojas nuestro siglo
      Ha de anegarla. Siempre el vil en fiesta,
      Siempre el bueno en tristeza; conjurado
      El mundo todo contra excelsas almas;
      Del verdadero honor perseguidoras
      Calumnia, odio y envidia; de los fuertes
      Despojo el débil, de los ricos siervo
      El ayuno mendigo, en toda forma
      De público gobierno, cerca o lejos
      Del polo o de la eclíptica, y por siempre,
      Si al humano linaje esta morada
      O la lumbre del sol no se nos niega.

      Estas leves reliquias, estos rastros
      De la pasada edad, fuerza es que impresos
      Lleve la que ora surge edad del oro,
      Porque de mil discordes elementos
      Tejida está la condición humana,
      Y a ponerlos en paz nunca bastaron
      Fuerza ni entendimiento de los hombres,
      Desque nació su generosa raza;
      Ni bastarán, aunque potentes sean,
      En nuestra edad periódicos y pactos.

      Pero en cosas más graves será entera
      Nuestra felicidad nunca soñada.
      O de lana o de seda los vestidos
      Han de ser más galanos cada día;
      Dejará el labrador los rudos paños
      Por cubrir de algodón su piel hirsuta,
      De castor su cabeza. Y apacibles
      A la vista, mil cómodos sillones,
      Mesas y canapés, lechos, tapetes,
      Adornarán con su mensual belleza
      Todo aposento. De manjares formas
      Nuevas admirará, calderas nuevas,
      La humeante cocina. Y rapidísimo
      De París a Calais, de Calais a Londres
      Y de aquí a Liverpool, será el camino,
      Por no decir el vuelo...

      Iluminadas
      Mejor que ora lo están, mas no seguras,
      Serán de las ciudades populosas
      Las más ocultas y torcidas calles.

      Tales dulzuras, tan dichosa suerte
      A la naciente prole se aperciben.

      ¡Feliz aquel que mientras esto escribo
      Llora en los brazos de la fiel niñera!
      Él ha de ver el suspirado día
      En que aprendan los niños con la leche
      De la cara nodriza, cuánto peso
      De sal, cuánto de carne, cuánta harina
      Consume en cada mes la patria aldea,
      Y cuántos de nacidos y de muertos
      Anualmente consigna en su registro
      El anciano prior; cuando por obra
      Del potente vapor, en un segundo
      Impresas a millones, llano y monte
      Y aún de los mares la extensión inmensa,
      Cual bandada de grullas que se abate
      Sobre ancho campo, y obscurece el día,
      Cubrirán las gacetas, vida y alma
      Del universo, y de saber en esta
      Y en la futura edad única fuente.

      Como un infante, con asiduo anhelo
      Fabrica de cartones y de hojas
      Ya un templo, ya una torre, ya un palacio,
      Y apenas lo ha acabado, lo derriba,
      Porque las mismas hojas y cartones
      Para nueva labor son necesarias;
      Así Natura con las obras suyas,
      Aunque de alto artificio y admirables,
      Aún no las ve perfectas, las deshace,
      Y los diversos trozos aprovecha.

      Y en vano a preservarse de tal juego,
      Cuya eterna razón le está velada,
      Corre el mortal, y mil ingenios crea
      Con docta mano; que a despecho suyo,
      La natura cruel, muchacho invicto,
      Su capricho realiza, y sin descanso
      Destruyendo y formando se divierte.

      De aquí varía, infinita, una familia
      De males incurables y de penas,
      Al mísero mortal persigue y rinde;
      Una fuerza implacable, destructora,
      Desque nació le oprime dentro y fuera
      Y le cansa y fatiga infatigada,
      Hasta que él cae en la contienda ruda
      Por la impía madre opreso y enlazado.

      ¡Del estado mortal miseria extrema!
      ¡Vejez y muerte que comienzan cuando
      El labio infante el tierno seno oprime
      Que la vida destila! Ni enmendarlos
      Podrá, por sabio y por feliz que sea,
      El siglo nonodécimo, ni cuantas
      Vengan tras él edades sucesivas.

      Mas, si lícito me es la verdad neta
      Por su nombre decir, sólo infelice
      Será todo nacido, en cualquier tiempo,
      No en la vida civil, en toda vida,
      Por esencia insanable y ley eterna
      Que cielo y tierra abraza. Pero nuevo
      Y divino remedio imaginaron
      De nuestra edad los ínclitos talentos,
      Pues no pudiendo hacer feliz a nadie,
      Se dieron a buscar, dejando al hombre,
      Una común felicidad, e hicieron
      De muchos tristes un alegre pueblo,
      Todo paz y ventura. Y tal portento,
      En folletos, revistas y gacetas,
      No declarado aún, asombra al mundo.

      ¡Oh mente sobrehumana, oh agudeza
      Del siglo que ora corre! ¡Y qué seguro
      Filosofar, y qué sapiencia, amigo,
      En más sublime asunto y remontado
      Enseña nuestra edad a las futuras!

      ¿No ves con qué constancia hoy escarnece
      Lo que ayer adoró, y el ara abate
      Para juntar mañana sus pedazos
      Y venerarlos entre humeante incienso?

      ¡Oh cuánta fe y estimación merece
      El concorde sentir de nuestro siglo...
      O el del año corriente!... ¡Y qué trabajo
      Es comparar nuestro sentir y ciencia
      Con el del año actual y el del que viene,
      Porque ni un punto discrepemos todos!

      ¡Cuánto en filosofar adelantamos
      Si al moderno se opone el tiempo antiguo!
      Uno de tus amigos, y maestro
      No sólo en poesía, mas en todas
      Artes y ciencias, de la humana mente
      Árbitro enmendador, me aconsejaba:

      "No cantes tus afectos y dedica
      Esa viril edad a los severos
      Estudios económicos. Atiende
      Al público gobierno. ¿El propio pecho
      Qué te vale explorar? Materia al canto
      No busques en ti mismo. Las grandezas
      De nuestro siglo di; di su esperanza
      Que madurando va."

      ¡Recto consejo,
      Que yo escuchaba con solemne risa,
      Al resonar en mi profano oído
      Ese cómico nombre de esperanza!

      Mas ora vuelvo atrás y la carrera
      Contraria emprendo, persuadido al cabo
      Que quien anhele gloria y busque fama,
      Al propio siglo contrastar no debe,
      Sino adular y obedecer: ¡por corta
      Y fácil vía llegaré a los astros!

      De tan alta ventura deseoso
      Materia no darán al canto mío
      De la presente edad los intereses.

      Ya sabrán mercaderes y oficinas
      Cuidar de ellos mejor. Mas la esperanza
      He de decir, que ya visible prenda
      Nos conceden los dioses; ya de larga
      Felicidad principio, ostenta el labio
      Y el rostro del garzón enorme pelo.

      ¡Oh luz primera, saludable signo
      De la famosa edad que se levanta,
      Mira cómo se alegran tierra y cielo
      Delante a ti; cómo fulgura el rostro
      De la doncella, y en convites vuela
      La gloria ya de los barbados héroes!

      ¡Crece, crece a la patria, oh masculina
      Moderna prole! A tu velluda sombra
      Italia crecerá, crecerá Europa
      De las fauces del Tajo al Helesponto,
      Y el mundo al fin reposará seguro.

      ¡Y tú comienza a saludar con risa
      A los híspidos padres, prole infante,
      Para los áureos días elegida!

      Ni te asuste el negrear de su semblante.

      ¡Sonríe, oh tierna prole; a ti guardado
      De tanto y tanto hablar espera el fruto!

      Mira el gozo reinar, ciudades, villas,
      Vejez y juventud al par contentas
      Y las barbas ondear largas dos palmos.
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