María Rosa Gálvez

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    Información biográfica

  1. La vanidad de los placeres
  2. Oda
  3. Safo


Información biográfica
    Nombre: María Rosa Gálvez
    Lugar y fecha nacimiento: Málaga, España, 14 de agosto de 1768
    Lugar y fecha defunción: Madrid, España, 2 de octubre de 1806 (38 años)
    Ocupación: Escritora, dramaturga, poeta
    Movimiento: Neoclasicismo

    Fuente: [María Rosa Gálvez] en Wikipedia.org

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      La vanidad de los placeres
        Oigo del mundo el eco lisonjero
        Sonar gozoso en torno de mi mente,
        Y la insensata gente
        Veo correr en vano
        Sin poder halagar ningún sentido:
        ¿Será, que la fortuna a los mortales
        Jamás otorgue algún placer cumplido;
        O que el fastidio siga a las pasiones,
        Que no pueden saciar sus corazones?

        Genio, que inspiras sin cesar mi canto,
        Yo me abandono a ti; guía mi acento;
        Vuela en pos del contento
        Que el hombre te presenta en su grandeza,
        Cuando engañado su vivir fatiga,
        Y sus tesoros por gozar prodiga.

        Jamás el espectáculo pomposo
        Vio del sol al nacer, ni sus oídos
        El canto de las aves melodioso
        Gozaron, cuando el orbe se ilumina;
        Sumido en ocio, de velar cansado,
        La noche se avecina
        Cuando el lecho dejando lentamente,
        Torna de los placeres al bullicio,
        Con que el mundo le encubre el precipicio.

        Piensa que puede amar, y ser amado;
        Y los deleites del amor siguiendo,
        Un instante engañado
        Vivió de su ilusión encantadora;
        Pero nunca gozó: desconfianzas,
        Ingratitud, traiciones le atormentan;
        Celos devoradores
        Le acosan sin cesar con sus furores;
        Y si en la variedad busca delicias,
        El interés le vende sus caricias.

        El lujo le previene los banquetes
        Que la gula inventó; soberbio en ellos
        Adula su deseo caprichoso
        Con viandas exquisitas:
        Naturaleza de su seno hermoso,
        Los dones le presenta, que cultiva
        Bañado de sudor el desvalido,
        Allí desvanecido,
        De falaces amigos rodeado,
        Con extraños licores lisonjea
        Su apetito estragado,
        Hasta que en el desorden ya beodo
        Pierde con la razón el placer todo.

        Envilecido entonces, degradado
        Del nombre racional corre aturdido
        Del circo al espectáculo sangriento,
        En él, igual a las sañudas fieras,
        Del hombre perseguidas,
        Tranquilo goza el bárbaro contento
        De ver los inocentes animales
        Rabiando de perecer; y si la suerte
        No protege los diestros lidiadores
        También sin susto ve llegar su muerte.

        Si asiste del teatro a las delicias,
        Sólo es por vanidad; su entendimiento
        Desconoce del arte los encantos:
        El vano lucimiento
        Ocupa su atención; no las pasiones
        Que ve representar; no las desgracias,
        Ni el castigo, que alcanza el vicio impío,
        Su corazón movieron,
        De sentimientos y virtud vacío.

        Alguna vez de estruendo venatorio
        Seguido al campo sale;
        Y en el placer de muerte embebecido
        Las libres aves su rigor destruye;
        Que el privilegio de volar no vale
        Contra el ronco estallido
        De la pólvora atroz; ni el manso ciervo,
        Ni la tímida liebre,
        Ni el veloz gamo su vivir libraron;
        Todos perecen: ¡ay!, cuando se aleja,
        Rastros de sangre por el valle deja.

        Corre luego al festín; el atractivo
        De la danza le ofrece sus deleites;
        Allí en tropel festivo
        Los mortales alegres se abandonan:
        Quien, en vueltas acá y allá girando,
        En sus brazos conduce la doncella;
        Quien, rápido saltando,
        Del bello sexo la pasión excita;
        Quien, por danzar se agita,
        Y a los espectadores atropella:
        Los ojos se deleitan, los oídos;
        Y el tacto encanta los demás sentidos.

        En vano este delirio pasajero
        Su languidez desvela,
        Mas poderoso objeto necesita,
        Para gozar placer; al juego vuela,
        Al juego destructor; en él consume
        Su tiempo y su riqueza:
        En sus falaces suertes pierde el oro,
        Que socorrer pudiera cien familias,
        Y deja entre las manos de un malvado,
        Lo que aliviar debiera al desdichado.

        Si honoríficos puestos solicita,
        ¡Cuánto a su orgullo que sufrir le espera!
        La brillante carrera
        De los premios emprende,
        Sin merecer ninguno; en ella ansioso
        Teme desaires, humillado ruega,
        Lisonjea, importuna,
        Y si acaso concede la fortuna
        A su anhelar la injusta recompensa,
        Llega la senectud, y en pos la muerte
        Se presenta, seguida
        Del atormentador remordimiento,
        De dolencia y terror; en vano entonces
        Remedios busca, por alivio clama;
        El sepulcro lo llama;
        Baja a su seno, y su memoria en tanto
        De nadie logra compasión ni llanto.

        ¿Y qué placer gozó? Todos huyeron
        Fugaces, del destino a la inconstancia;
        Todos en aflicción se convirtieron
        Cuando llegó su fin. ¿Acaso existe
        Algún placer durable cual la vida?
        ¿Acaso el mundo los consuelos niega
        De recordar la dicha, aunque perdida?
        No, débiles mortales;
        La sagrada virtud en nuestros males
        Brilla, como la luz en las tinieblas;
        Ella conforta el corazón humano
        Contra la adversidad; y el poderoso,
        Que al triste socorrió con larga mano,
        Consigue venturoso
        El supremo placer de hacer felices:
        Este es sólo el deleite duradero
        Hasta el instante de vivir postrero.
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      Oda
        ¡Portentosa natura! Yo en mi mente
        Saludo tus augustas maravillas,
        Obra de un Dios de eterna omnipotencia;
        Permíteme que pueda reverente
        Al tiempo que me humillas
        Con tu magnificencia,
        Del Teyde abrasador cantar la cumbre,
        Su altura prodigiosa,
        Su hondo abismo y su mole cavernosa.
        El astro de la luz, padre del día
        Del globo de la tierra
        Sus rayos escondía
        Cuando yo penetraba
        De Laguna la selva deliciosa.
        Si entre el horror sangriento de la guerra
        Sublime Tasso en su cantar mudaba
        La horrible trompa en cítara de amores
        Que en la selva de Armida resonaba,
        Del bosque de laguna Apolo en tanto
        La imagen inspiró a su dulce canto.
        Por él mil arroyuelos se deslizan
        Que en tortuoso giro
        Cortan del valle el plácido retiro.
        Allí en largas praderas fertilizan
        El plátano sabroso;
        Aquí verdes colinas esquivando
        Su falda van lamiendo
        Y del tronco pomposo
        Del drago la altivez desenvolviendo,
        Que de su seno abriendo las vertientes,
        De púrpura matiza las corrientes.
        Las frutas y las flores
        Lisonjean y halagan los sentidos
        Con su sabor y olores;
        Encantan los oídos
        Las quejas de los dulces ruiseñores,
        Y del canario y colorín hermosos
        A par resuenan ecos armoniosos.
        La bóveda perpetua de verdura
        De esta selva sombría
        Pasó entre sus antiguos moradores
        Por el elíseo campo
        Do en eterna ventura
        Habitaban las sombras inmortales
        De los varones y héroes virtuosos;
        Al tiempo que en Teyde los malvados,
        Testigos desgraciados
        De su gloria, lloraban envidiosos
        Y con hondos clamores
        Del volcán agotaban los ardores.
        Envuelta en estas lúgubres ideas
        Mi mente se agitaba
        Cuando veloz la noche desplegaba
        Su manto por el mundo;
        Las sombras por el viento descendían,
        En los copados arboles caían,
        Y el silencio profundo
        De las aves mostraba al caminante
        Del forzoso descanso el dulce instante.
        La senda dejo y encontrar procuro
        Un asilo propicio a mi reposo;
        Busco y elijo como el más seguro
        De una alta roca el hueco pavoroso,
        Por donde entre el horror que le acompaña
        Su cóncavo presenta la montaña.
        Dejo el temor, y al resplandor sombrío
        De las humosas teas
        Me adelanto con planta vacilante;
        Mis ojos vagan por el centro frío,
        Y en el ¡Gran Dios! encuentro la morada
        De la implacable muerte;
        Ella su trono obstenta
        De esta horrible mansión en el silencio...
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      Safo
        Noche desoladora, fiel imagen
        De mis continuos bárbaros tormentos,
        No cese tu rigor, no tus furores;
        El hórrido silbido de los vientos,
        El rayo desprendido de la esfera,
        El ronco son del pavoroso trueno
        Halaga un corazón desesperado.
        ¡Ah!, perezca en tu horror el universo,
        Perezca la morada que mantiene
        Al hombre entre los hombres más perverso;
        Anégale en tus aguas, mar undoso,
        Y entre tus ondas su cadáver yerto
        Suba al Olimpo y del Olimpo baje
        A sepultarse en el profundo averno;
        Mas tú te calmas; ¿eres insensible
        A mi fatal plegaria, a mis lamentos?
        ¿Eres como Faon? ¡Ay!, ni su nombre
        Piadoso vuelve a repetir el eco.
        ¡Espantosa quietud! Todo enmudece,
        Y al tormentoso horror sigue el silencio.
        Las negras furias que mi amor persiguen
        Me privan hasta el bárbaro consuelo
        De ver el orbe vacilar al choque
        De los embravecidos elementos.
        Vecina el alba, volverá a la tierra
        El marchito verdor; placido el cielo
        Ofrece al fin serenidad y vida.
        Hoy, por la última vez, el firmamento
        Verán mis ojos de llorar cansados.
        Sol, apresura tu brillante vuelo;
        Verás a Safo en su postrera angustia
        Perecer, u olvidar su ingrato dueño.
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