José Rosas Moreno

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    Información biográfica

  1. El ratoncillo ignorante
  2. El valle de mi infancia
  3. La flor y la nube
  4. La vuelta a la aldea
  5. ¡Quién pudiera vivir siempre soñando!


Información biográfica
    Nombre: José Rosas Moreno
    Lugar y fecha nacimiento: Lagos de Moreno, Jalisco, México, 14 de agosto de 1838
    Lugar y fecha defunción: León, Guanajuato, México, 13 de julio de 1883 (44 años)
    Ocupación: Escritor, periodista, fabulista, poeta
Comúnmente es considerado como el mejor fabulista mexicano; sus apólogos son de los más notables que se han escrito en México.

Fuente: [José Rosas Moreno] en Wikipedia.org

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    El ratoncillo ignorante
      Un ratoncito pequeño,
      Sin malicia todavía,
      Al despertar de su sueño,
      Se sentó en su cuarto un día.

      Delante del agujero
      Sentado un gatito estaba
      Y con tono zalamero
      Así al ratoncito hablaba:

      —Sal, querido ratoncillo,
      Que te quiero acariciar,
      Te traigo un dulce exquisito
      Que te voy a regalar.

      —Tengo un azúcar muy buena,
      Miel y nueces deliciosas...
      Si sales, a boca llena
      Podrás comer de mil cosas.

      El ratoncillo ignorante
      Del agujero salió;
      Y don gato en el instante
      A mi ratón devoró.
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    El valle de mi infancia
      Salud, ¡oh valle hermoso!
      Albergue de placer, donde dichoso
      Entre sueños espléndidos de amores,
      Vi deslizarse un día,
      Cual se desliza el agua entre las flores,
      Los dulces años de la infancia mía.

      Valle umbroso, salud: hoy el viajero
      Tu abrigo lisonjero
      Busca ansioso con ávida mirada,
      Bendice la quietud de tus vergeles,
      Y reclina su frente ensangrentada
      A la sombra feliz de tus laureles.

      Aquí esta la montaña, allí está el río;
      Allá del bosque umbrío
      La silenciosa majestad se admira;
      Allí el lago retrata el firmamento;
      La fuente, más allá, lenta suspira,
      Y agitando los sauces gime el viento.

      Allí la cruz está donde, inspirado,
      El bien del desgraciado
      Imploraba con místico cariño,
      Elevando a los cielos mis plegarias,
      Y estas agrestes rocas solitarias
      Las mismas son que amé cuando era niño.

      Pero es otro el rocío, otra la brisa
      Que hoy el abril te da con su sonrisa;
      Otras las rosas son de encanto llenas
      Que brillan entre el césped de tu alfombra,
      Y otras, y otras también las azucenas
      Que crecen a tu sombra.

      Cual las olas que pasan suspirando
      Los años van pasando;
      Un instante con flores se embellecen,
      Un punto brilla su fulgor mentido,
      Y al fin se desvanecen
      En las oscuras sombras del olvido.

      ¿En dónde están ahora aquellas rosas
      Tan puras, tan hermosas...?
      Están, ¡oh valle!, donde está la calma
      De aquellos bellos días tan risueños;
      En donde está mi amor, gloria del alma,
      Y en donde están también mis dulces sueños.

      Yo era feliz aquí; yo me adormía
      En plácida alegría,
      Por la dulce inocencia acariciado,
      Sin más amor que tú, sin otro anhelo
      Que amar tus flores y cruzar tu prado,
      Cantar tus fuentes y mirar tu cielo.

      Una tarde las aves se alejaban,
      Y al ver cómo volaban,
      Sentí el alma agitarse en ansias locas
      Y quise, como el águila atrevida,
      Cruzar las selvas, dominar las rocas,
      Y aspirar otro ambiente y otra vida:

      Y al huracán seguí; y al ver el mundo
      Sentí en el corazón horror profundo;
      Anhelé las tranquilas soledades
      Donde feliz reía,
      Y sentí que mi espíritu oprimía
      La atmósfera letal de las ciudades.

      Gozo y placer busqué, gloria y ventura;
      Y sólo hallé amargura,
      Inquietudes y afán, tedio y congojas;
      Del viento del dolor al soplo ardiente,
      Cual de tus bellos árboles las hojas,
      Se secó la guirnalda de mi frente.

      En vano allí busqué la dulce calma
      Y el casto amor del alma:
      Sólo en la multitud con mis pesares
      Me confundí gimiendo,
      Y apagose perdido entre el estruendo
      El tímido rumor de mis cantares.

      Esquivando el furor de la tormenta,
      Cual ave voy que el huracán ahuyenta,
      Y ansioso busco ahora
      En tu silencio plácido y tranquilo,
      El apacible asilo
      Donde al menos en paz el alma llora.

      También, ¡oh valle!, a marchitar tus galas
      La airada tempestad tiende sus alas;
      Tus flores huella y con furor se agita
      Marchitando sus vívidos colores...
      ¡Dichosas esas flores
      Que el huracán marchita!

      Lejos contemplo ya la infancia mía,
      Y muy lejos la tumba todavía;
      Oculto afán me mata,
      Mi destino en la tierra es muy incierto,
      Y lúgubre a mi vista se dilata
      Inmenso el porvenir como un desierto.

      Sin oír una voz dulce y querida,
      Solo estoy en el valle de la vida,
      Cual el ciprés doliente
      Que en eterno abandono se consume,
      Sin guirnaldas de hiedras en su frente,
      Sin que le dé una flor grato perfume.

      Nadie piensa en mi amor, nadie me mira,
      Nadie por mí suspira;
      Tan sólo la tristeza con mis dolores gime,
      Y entre sus brazos trémula me oprime
      Y reclina en su seno mi cabeza.

      E1 alma ardiente que en mi afán seguía
      Dulce hermana inmortal del alma mía,
      Me niega su ternura,
      Y sin oír mi queja,
      Insensible a mi amarga desventura,
      Sin enjugar mis lágrimas se aleja.
      Ya que en vano la llamo cariñoso
      Para cruzar con ella el bosque umbroso,
      Para contarle amante mi querella
      Y dividir con ella mi alegría,
      Para soñar con ella
      Esta sombra de amor que dura un día.

      A lo mejor gozar el alma quiere
      En el sueño ideal que nunca muere,
      Del infinito anhelo
      En que Dios le revela su destino,
      La esperanza feliz del bien divino
      Con que existen las almas en el cielo.

      Aquí morir quisiera
      Al rumor de tu brisa lisonjera;
      Pero ¡ay, delirio!, mi ansiedad es vana
      Y el soplo sigo del destino airado...
      ¡Quién sabe en dónde me hallaré mañana!
      ¡Quién sabe en dónde moriré ignorado!

      Queda en paz, dulce valle, umbroso asilo,
      Donde existe tranquilo,
      Plácido albergue de mi amor primero.
      Ya va el sol ocultando sus fulgores,
      Y adiós te dice el infeliz viajero
      Empapando en sus lágrimas tus flores.
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    La flor y la nube
      Sobre una estéril pradera,
      El diáfano azul del cielo
      Cruzaba en rápido vuelo
      Una nube pasajera.

      Viola pasar una flor
      Que abrasada se moría,
      Y en su penosa agonía
      Le dijo así con amor:

      "Yo te bendigo: la suerte
      Es conmigo generosa,
      Dios te manda, nube hermosa,
      A librarme de la muerte."

      "Joven soy, morir no quiero;
      En tus bondades confío;
      Una gota de rocío
      Por piedad, porque me muero."

      Pero la nube orgullosa,
      Insensible caminando,
      "No puedo, dijo pasando,
      Servir a tan noble rosa."

      "Que si todos los pesares
      De las flores mitigara,
      Pienso que no me bastara
      Con el agua de los mares."

      La flor exhaló un suspiro
      Y la nube en el momento,
      Agitada por el viento
      Siguió su rápido giro.

      Cruzó la selva sombría,
      Cruzó también la ribera;
      Pero siempre en donde quiera
      La tristeza la seguía.

      Sintió al pronto una profunda,
      Indefinible ansiedad,
      Y por fin tuvo piedad
      De la rosa moribunda;

      Y del punto en que se hallaba,
      Con rapidez se volvió,
      Y a la pradera llegó
      Cuando la tarde expiraba.

      De la flor sobre la frente
      Tendió su ligero manto,
      Y regándola con llanto,
      Exclamaba dulcemente:

      "Despierta, yo soy; despierta,
      Yo te traigo la alegría."
      Mas la flor no respondía:
      La infeliz estaba muerta.

      Guardad tan triste lección
      En el alma desde ahora:
      Niños, mostradle al que llora
      Una santa compasión.

      Si el pobre a rogaros va,
      No le miréis con desdén,
      Que es muy triste hacer el bien
      Cuando es inútil quizá.
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    La vuelta a la aldea
      Ya el sol oculta su radiosa frente;
      Melancólico brilla en occidente
      Su tímido esplendor;
      Ya en las selvas la noche inquieta vaga
      Y entre las brisas lánguido se apaga
      El último cantar del ruiseñor.

      ¡Cuánto gozo escuchando embelesado
      Ese tímido acento apasionado
      Que en mi niñez oí!
      Al ver de lejos la arboleda umbrosa
      ¡Cuál recuerdo, en la tarde silenciosa,
      La dicha que perdí!

      Aquí al son de las aguas bullidoras,
      De mi dulce niñez las dulces horas
      Dichoso vi pasar,
      Y aquí mil veces, al morir el día
      Vine amante después de mi alegría
      Dulces sueños de amor a recordar.

      Ese sauce, esa fuente, esa enramada,
      De una efímera gloria ya eclipsada
      Mudos testigos son:
      Cada árbol, cada flor, guarda una historia
      De amor y de placer, cuya memoria
      Entristece y halaga el corazón.

      Aquí está la montaña, allí está el río;
      A mi vista se extiende el bosque umbrío
      Donde mi dicha fue.
      ¡Cuántas veces aquí con mis pesares
      Vine a exhalar de amor tristes cantares!
      ¡Cuánto de amor lloré!

      Acá la calle solitaria; en ella
      De mi paso en los céspedes la huella
      El tiempo ya borró.
      Allá la casa donde entrar solía
      De mi padre en la dulce compañía.
      ¡Y hoy entro en su recinto sólo yo!

      Desde esa fuente, por la vez primera,
      Una hermosa mañana la ribera
      A Laura vi cruzar,
      Y de aquella arboleda en la espesura,
      Una tarde de mayo, con ternura
      Una pálida flor me dio al pasar.

      Todo era entonces para mí risueño;
      Mas la dicha en la vida es sólo un sueño,
      Y un sueño fue mi amor.
      Cual eclipsa una nube al rey del día,
      La desgracia eclipsó la dicha mía
      En su primer fulgor.

      Desatose estruendoso el torbellino,
      Al fin airado me arrojó el destino
      De mi natal ciudad.
      Así, cuando es feliz entre sus flores,
      ¡Ay!, del nido en que canta sus amores
      Arroja al ruiseñor la tempestad.

      Errante y sin amor siempre he vivido;
      Siempre errante en las sombras del olvido...
      ¡Cuán desgraciado soy!
      Mas la suerte conmigo es hoy piadosa;
      Ha escuchado mi queja cariñosa,
      Y aquí otra vez estoy.

      No sé, ni espero, ni ambiciono nada;
      Triste suspira el alma destrozada
      Sus ilusiones ya:
      Mañana alumbrará la selva umbría
      La luz del nuevo sol, y la alegría
      ¡Jamás al corazón alumbrará!

      Cual hoy, la tarde en que partí doliente,
      Triste el sol derramaba en occidente
      Su moribunda luz:
      Suspiraba la brisa en la laguna
      Y alumbraban los rayos de la luna
      La solitaria cruz.

      Tranquilo el río reflejaba al cielo,
      Y una nube pasaba en blando vuelo
      Cual pasa la ilusión;
      Cantaba el labrador en su cabaña,
      Y el eco repetía en la montaña
      La misteriosa voz de la oración.

      Aquí está la montaña, allí está el río...
      Mas, ¿dónde está mi fe? ¿Dónde, Dios mío,
      Dónde mi amor está?
      Volvieron al vergel brisas y flores,
      Volvieron otra vez los ruiseñores...
      Mi amor no volverá.

      ¿De qué me sirven, en mi amargo duelo,
      De los bosques los lirios, y del cielo
      El mágico arrebol;
      El rumor de los céfiros suaves
      Y el armonioso canto de las aves,
      Si ha muerto ya de mi esperanza el sol?

      Del arroyo en las márgenes umbrías
      No miro ahora, como en otros días,
      A Laura sonreír.
      ¡Ay! En vano la busco, en vano lloro;
      Ardiente en vano su piedad imploro:
      ¡Jamás ha de venir!
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    ¡Quién pudiera vivir siempre soñando!
      Es la existencia un cielo,
      Cuando el alma soñando embelesada,
      Con amoroso anhelo,
      En los ángeles fija su mirada.
      ¡Feliz el alma que a la tierra olvida
      Para vivir gozando!
      ¡Quién pudiera olvidarse de la vida!
      ¡Quién pudiera vivir siempre soñando!

      En esa estrecha y mísera morada
      Es un sueño engañoso la alegría;
      La gloria es humo y nada
      Y el más ardiente amor gloria de un día.
      Afán eterno al corazón destroza
      Cuando los sueños ¡ay!, nos van dejando.
      Sólo el que sueña goza.
      ¡Quién pudiera vivir siempre soñando!

      De su misión se olvidan las mujeres,
      Los hombres viven en perpetua guerra;
      No hay amistad, ni dicha, ni placeres;
      Todo es mentira ya sobre la tierra.
      Suspira el corazón inútilmente...
      La existencia que voy atravesando
      Es hermosa entre sueños solamente.
      ¡Quién pudiera vivir siempre soñando!

      Sin mirar el semblante a la tristeza,
      Pasé de la niñez a la dulce aurora,
      Contemplando entre sueños la belleza
      De ardiente juventud fascinadora.
      Pero ¡ay!, se disipó mi sueño hermoso,
      Y desde entonces siempre estoy llorando
      Porque sólo el que sueña es venturoso.
      ¡Quién pudiera vivir siempre soñando!
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