José Asunción Silva

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    Información biográfica

  1. A ti
  2. A un pesimista
  3. Al oído del lector
  4. Crepúsculo
  5. Crisálidas
  6. Edenia
  7. Enfermedades de la niñez
  8. Estrellas fijas
  9. Estrellas que entre lo sombrío
  10. Gutiérrez Nájera
  11. Humo
  12. Idilio
  13. Juntos los dos
  14. La calavera
  15. Las noches del hogar
  16. Las voces silenciosas
  17. Muertos
  18. Nocturno
  19. Notas perdidas
  20. Sinfonía color de fresa con leche
  21. Sonetos negros
  22. Triste
  23. Vejeces


Información biográfica
    Nombre: José Asunción Salustiano Facundo Silva Gómez
    Lugar y fecha nacimiento: Bogotá, Colombia, 27 de noviembre de 1865
    Lugar y fecha defunción: Bogotá, Colombia, 23 de mayo de 1896 (30 años)
    Ocupación: Escritor, poeta
    Movimiento: Modernismo

    Fuente: [José Asunción Silva] en Wikipedia.org
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    A ti
      Tú no lo sabes... mas yo he soñado
      Entre mis sueños color de armiño,
      Horas de dicha con tus amores,
      Besos ardientes, quedos suspiros
      Cuando la tarde tiñe de oro
      Esos espacios que juntos vimos,
      Cuando mi alma su vuelo emprende
      A las regiones de lo infinito
      Aunque me olvides, aunque no me ames
      Aunque me odies, ¡sueño contigo!
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    A un pesimista
      Hay demasiada sombra en tus visiones,
      Algo tiene de plácido la vida,
      No todo en la existencia es una herida
      Donde brote la sangre a borbotones.
      La lucha tiene sombra, y las pasiones
      Agonizantes, la ternura huida,
      Todo lo amado que al pasar se olvida
      Es fuente de angustiosas decepciones.
      Pero, ¿por qué dudar, si aún ofrecen
      En el remoto porvenir oscuro
      Calmas hondas y vívidos cariños
      La ternura profunda, el beso puro
      Y manos de mujer, que amantes mecen
      Las cunas sonrosadas de los niños?
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    Al oído del lector
      No fue pasión aquello,
      Fue una ternura vaga
      Lo que inspiran los niños enfermizos,
      Los tiempos idos y las noches pálidas.
      El espíritu sólo
      Al conmoverse canta:
      Cuando el amor lo agita poderoso
      Tiembla, medita, se recoge y calla.
      Pasión hubiera sido
      En verdad; estas páginas
      En otro tiempo más feliz escritas
      No tuvieran estrofas sino lágrimas.
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    Crepúsculo
      Junto a la cuna aún no está encendida
      La lámpara tibia, que alegra y reposa,
      Y se filtra opaca, por entre cortinas
      De la tarde triste la luz azulosa.
      Los niños cansados suspenden los juegos,
      De la calle vienen extraños ruidos,
      En estos momentos, en todos los cuartos,
      Se van despertando los duendes dormidos.
      La sombra que sube por los cortinajes,
      Para los hermosos oyentes pueriles,
      Se puebla y se llena con los personajes
      De los tenebrosos cuentos infantiles.
      Flota en ella el pobre Rin Rin Renacuajo,
      Corre y huye el triste Ratoncito Pérez,
      Y la entenebrece la forma del trágico
      Barba Azul, que mata sus siete mujeres.
      En unas distancias enormes e ignotas,
      Que por los rincones oscuros suscita,
      Andan por los prados el Gato con Botas,
      Y el Lobo que marcha con Caperucita.
      Y, ágil caballero, cruzando la selva,
      Do vibra el ladrido fúnebre de un gozque,
      A escape tendido va el Príncipe Rubio
      A ver a la Hermosa Durmiente del Bosque.
      Del infantil grupo se levanta leve
      Argentada y pura, una vocecilla,
      Que comienza: "Entonces se fueron al baile
      Y dejaron sola a la Cenicentilla,
      Se quedó la pobre triste en la cocina,
      De llanto de pena nublados los ojos,
      Mirando los juegos extraños que hacían
      En las sombras negras los carbones rojos.
      Pero vino el Hada que era su madrina,
      Le trajo un vestido de encaje y crespones,
      Le hizo un coche de oro de una calabaza,
      Convirtió en caballos unos seis ratones,
      Le dio un ramo enorme de magnolias húmedas,
      Unos zapaticos de vidrio, brillantes,
      Y de un solo golpe de la vara mágica
      Las cenizas grises convirtió en diamantes".
      Con atento oído las niñas la escuchan,
      Las muñecas duermen, en la blanda alfombra
      Medio abandonadas, y en el aposento
      La luz disminuye, se aumenta la sombra.
      ¡Fantásticos cuentos de duendes y hadas,
      Llenos de paisajes y de sugestiones,
      Que abrís a lo lejos amplias perspectivas
      A las infantiles imaginaciones!
      Cuentos que nacisteis en ignotos tiempos
      Y que vais, volando, por entre lo oscuro,
      Desde los potentes Aryos primitivos,
      Hasta las enclenques razas del futuro.
      Cuentos que repiten sencillas nodrizas
      Muy paso, a los niños, cuando no se duermen,
      Y que en sí atesoran del sueño poético
      El íntimo encanto, la esencia y el germen.
      Cuentos más durables que las convicciones
      De graves filósofos y sabias escuelas,
      Y que rodeasteis con vuestras ficciones,
      Las cunas doradas de las bisabuelas.
      ¡Fantásticos cuentos de duendes y hadas
      Que pobláis los sueños confusos del niño,
      El tiempo os sepulta por siempre en el alma
      Y el hombre os evoca, con hondo cariño!
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    Crisálidas
      Cuando enferma la niña todavía
      Salió cierta mañana
      Y recorrió, con inseguro paso
      La vecina montaña,
      Trajo, entre un ramo de silvestres flores
      Oculta una crisálida,
      Que en su aposento colocó, muy cerca
      De la camita blanca.
      Unos días después, en el momento
      En que ella expiraba,
      Y todos la veían, con los ojos
      Nublados por las lágrimas,
      En el instante en que murió, sentimos
      Leve rumor de alas
      Y vimos escapar, tender al vuelo
      Por la antigua ventana
      Que da sobre el jardín, una pequeña
      Mariposa dorada.
      La prisión, ya vacía, del insecto
      Busqué con vista rápida;
      Al verla vi de la difunta niña
      La frente mustia y pálida,
      Y pensé, si al dejar su cárcel triste
      La mariposa alada,
      La luz encuentra y el espacio inmenso,
      Y las campestres auras,
      Al dejar la prisión que las encierra,
      ¿Qué encontrarán las almas?
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    Edenia
      Melancólica y dulce cual la huella
      Que un sol poniente deja en el azul
      Cuando baña a lo lejos los espacios
      Con los últimos rayos de su luz
      Mientras tiende la noche por los cielos
      De la penumbra el misterioso tul.
      Suave como el canto que el poeta
      En un suspiro involuntario da,
      Pura como las flores entreabiertas
      De la selva en la agreste oscuridad
      Do detenido en las musgosas ramas
      No filtra un rayo de la luz solar.
      Mujer, toda mujer ardiente, casta
      Alumbrada con luz de lo ideal...
      Radiante de virtud y de belleza
      Como mi alma la llegó a soñar,
      En sus sueños de cándida ternura,
      ¿Así la encontrará?
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    Enfermedades de la niñez
      A una boca vendida,
      A una infame boca,
      Cuando sintió el impulso que en la vida
      A locuras supremas nos provoca,
      Dio el primer beso, hambriento de ternura
      En los labios sin fuerza, sin frescura.
      No fue como Romeo
      Al besar a Julieta;
      El cuerpo que estrechó cuando el deseo
      Ardiente aguijoneó su carne inquieta,
      Fue el cuerpo vil de vieja cortesana,
      Juana incansable de la tropa humana.
      Y el éxtasis divino
      Que soñó con delicia
      Lo dejó melancólico y mohíno
      Al terminar la lúbrica caricia.
      Del amor no sintió la intensa magia
      Y consiguió... una buena blenorragia.
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    Estrellas fijas
      Cuando ya de la vida
      El alma tenga, con el cuerpo, rota,
      Y duerma en el sepulcro
      Esa noche, más larga que las otras,
      Mis ojos, que en recuerdo
      Del infinito eterno de las cosas,
      Guardaron sólo, como de un ensueño,
      La tibia luz de tus miradas hondas,
      Al ir descomponiéndose
      Entre la oscura fosa,
      Verán, en lo ignorado de la muerte,
      Tus ojos... destacándose en las sombras.
    Arriba

    Estrellas que entre lo sombrío
      Estrellas que entre lo sombrío,
      De lo ignorado y de lo inmenso,
      Asemejáis en el vacío,
      Jirones pálidos de incienso,
      Nebulosas que ardéis tan lejos
      En el infinito que aterra
      Que sólo alcanzan los reflejos
      De vuestra luz hasta la tierra,
      Astros que en abismos ignotos
      Derramáis resplandores vagos,
      Constelaciones que en remotos
      Tiempos adoraron los Magos,
      Millones de mundos lejanos,
      Flores de fantástico broche,
      Islas claras en los océanos,
      Sin fin, ni fondo de la noche,
      Estrellas, luces pensativas
      Estrellas, pupilas inciertas
      ¿Por qué os calláis si estáis vivas
      Y por que alumbráis si estáis muertas?
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    Gutiérrez Nájera
      Regresar fatigado del trabajo
      De la diaria faena
      E ir a mirarse en lo hondo retratado
      De sus pupilas negras
      Cerca del rico piano; mientras vaga
      Sobre las blancas teclas
      Su mano de marfil -soñar despierto
      Felicidad eterna.
      A la luz de la lámpara brillante
      Ver las rubias cabezas
      De los risueños niños -de infantiles
      Ilusiones llenos.
      La mirada tender sobre la cuna
      Que cual flor entreabierta
      Entre sus hojas perfumadas guarda
      Una existencia nueva
      ¡Oh cuadro del hogar! Oh perspectiva
      Cariñosa y risueña,
      Cuando en el paso por el falso mundo
      Ancha herida sangrienta,
      El desengaño abrió, cuando sentimos
      Caer mustias y secas
      De la primera juventud las rosas,
      Qué mortal no desea
      Dejar en tu silencio venturoso
      Deslizar la existencia
      Y guardar lo divino y delicado
      Que el alma herida encierra
      En tu seno feliz; como la concha
      Lejos de las tormentas
      Guarda en el fondo del movible océano
      Las nacaradas perlas.
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    Humo
      De Th. Gautier.
      Bajo los árboles viejos
      Cuya sombra el suelo baña
      Miro perdida a lo lejos
      Una pequeña cabaña.
      Todo en quietud allí vese,
      La ventana no está abierta
      Y el musgo grisoso crece
      Sobre el umbral de la puerta.
      Cual tibio aliento aromado
      Que el frío condensa en nube
      Humo tenue y azulado
      En espiral de ella sube.
      Del alma que allí reposa
      Noticias a Dios le lleva
      El humo que de la choza
      En espirales se eleva.
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    Idilio
      -Ella lo idolatró y él la adoraba...
      -¿Se casaron al fin?
      -No, señor, ella se casó con otro.
      -¿Y murió de sufrir?
      -No, señor, de un aborto.
      -¿Y él, el pobre, puso a su vida fin?
      -No, señor, se casó seis meses antes del matrimonio de ella, y es feliz.
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    Juntos los dos
      Juntos los dos reímos cierto día...
      ¡Ay, y reímos tanto
      Que toda aquella risa bulliciosa
      Se tornó pronto en llanto!
      Después, juntos los dos, alguna noche,
      Reímos mucho, tanto,
      Que quedó como huella de las lágrimas
      Un misterioso encanto.
      Nacen hondos suspiros, de la orgía
      Entre las copas cálidas
      Y en el agua salobre de los mares,
      Se forjan perlas pálidas.
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    La calavera
      En el derruido muro
      De la huerta del convento,
      En un agujero oscuro
      Donde, al pasar, silba el viento,
      Y, como una dolorida
      Queja a las piedras arranca,
      Hay, en el fondo, escondida
      Una calavera blanca.
      De algún fraile soñador
      De vida ejemplar y bella
      Y dedicada al Señor,
      En el mundo única huella.
      Abre los ojos, sin fondo,
      Como a visiones extrañas,
      Y del vacío en lo hondo
      Forjan telas las arañas.
      Húmedo musgo grisoso
      Recubre la antigua grieta,
      Donde, en supremo reposo,
      Descansa ignorada y quieta.
      Pero hasta aquella escondida
      Mansión la brisa ligera
      Lleva murmullos de vida
      Y olores de primavera.
      Golondrinas, que en sus marchas
      Dejaron el patrio río,
      Huyendo de las escarchas,
      De las brumas y del frío,
      Cuando la luz del Poniente
      Filtra por el hondo hueco
      Y hace parecer viviente
      El cráneo rígido y seco,
      Desde las negras ruinas,
      Alzan sosegado vuelo,
      En sus vueltas peregrinas
      Tocan las ramas y el suelo,
      Como buscando en el prado,
      Ya por la tarde, sombrío,
      El espíritu elevado
      Que habitó el cráneo vacío.
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    Las noches del hogar
      Amo las dichas del hogar sencillo
      Apetezco su plácido cariño
      Yo quiero que descanse en mis rodillas
      La rubia cabecita de algún niño.
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    Las voces silenciosas
      ¡Oh voces silenciosas de los muertos!
      Cuando la hora muda
      Y vestida de fúnebres crespones,
      Desfilar haga ante mis turbios ojos
      Sus fantasmas inciertos,
      Sus pálidas visiones...
      ¡Oh voces silenciosas de los muertos!
      En la hora que aterra
      No me llaméis hacia el pasado oscuro,
      Donde el camino de la vida cruza
      Los valles de la tierra.
      ¡Oh voces silenciosas de los muertos!
      Llamadme hacia la altura
      Donde el camino de los astros corta
      La gélida negrura;
      Hacia la playa donde el alma arriba,
      Llamadme entonces, voces silenciosas,
      ¡Hacia arriba!, ¡hacia arriba!
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    Muertos
      En los húmedos bosques, en otoño,
      Al llegar de los fríos, cuando rojas,
      Vuelan sobre los musgos y las ramas
      En torbellinos, las marchitas hojas,
      La niebla al extenderse en el vacío
      Le da al paisaje mustio un tono incierto
      Y el follaje do huyó la savia ardiente
      Tiene un adiós para el verano muerto
      Y un color opaco y triste
      Como el recuerdo borroso
      De lo que fue y ya no existe.
      En los antiguos cuartos hay armarios
      Que en el rincón más íntimo y discreto,
      De pasadas locuras y pasiones
      Guardan, con un aroma de secreto,
      Viejas cartas de amor, ya desteñidas
      Que obligan a evocar tiempos mejores,
      Y ramilletes negros y marchitos,
      Que son como cadáveres de flores
      Y tienen un olor triste
      Como el recuerdo borroso
      De lo que fue y ya no existe.
      Y en las almas amantes cuando piensan
      En perdidos afectos y ternuras
      Que de la soledad de ignotos días
      No vendrán a endulzar horas futuras,
      Hay el hondo cansancio que en la lucha,
      Acaba de matar a los heridos,
      Vago como el color del bosque mustio
      Como el olor de los perfumes idos,
      Y el cansancio aquel es triste
      Como el recuerdo borroso
      De lo que fue y ya no existe.
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    Nocturno
      Una noche,
      Una noche toda llena de perfumes, de murmullos y de música de alas,
      Una noche,
      En que ardían, en la sombra nupcial y húmeda, las luciérnagas fantásticas,
      A mi lado, lentamente, contra mí ceñida, toda, muda y pálida
      Como si un presentimiento de amarguras infinitas
      Hasta el fondo más secreto de tus fibras te agitara,
      Por la senda que atraviesa la llanura florecida
      Caminabas,
      Y la Luna llena
      Por los cielos azulosos, infinitos y profundos esparcía su luz blanca,
      Y tu sombra,
      Fina y lánguida,
      Y mi sombra
      Por los rayos de la Luna proyectadas,
      Sobre las arenas tristes
      De la senda se juntaban
      Y eran una
      Y eran una
      ¡Y eran una sola sombra larga!
      ¡Y eran una sola sombra larga!
      ¡Y eran una sola sombra larga!
      Esta noche
      Solo el alma
      Llena de las infinitas amarguras y agonías de tu muerte,
      Separado de ti misma, por la sombra, por el tiempo y la distancia,
      Por el infinito negro
      Donde nuestra voz no alcanza,
      Solo y mudo
      Por la senda caminaba,
      Y se oían los ladridos de los perros a la Luna,
      A la Luna pálida,
      Y el chillido
      De las ranas.
      Sentí frío; ¡era el frío que tenían en tu alcoba
      Tus mejillas y tus sienes y tus manos adoradas,
      Entre las blancuras níveas
      De las mortuorias sábanas.
      Era el frío del sepulcro, era el frío de la muerte,
      Era el frío de la nada...
      Y mi sombra
      Por los rayos de la Luna proyectada,
      Iba sola
      Iba sola
      ¡Iba sola por la estepa solitaria!
      Y tu sombra esbelta y ágil,
      Fina y lánguida,
      Como en esa noche tibia de la muerta primavera,
      Como en esa noche llena de perfumes, de murmullos y de músicas de alas,
      Se acercó y marchó con ella,
      Se acercó y marchó con ella,
      Se acercó y marchó con ella... ¡Oh las sombras enlazadas!
      ¡Oh las sombras de los cuerpos que se juntan con las sombras de las almas!
      ¡Oh las sombras que se buscan y se juntan en las noches de negruras y de lágrimas!
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    Notas perdidas
      I

      Es media noche. Duerme el mundo ahora
      Bajo el ala de niebla del silencio
      Vagos rayos de luna
      Y el fulgor incierto
      De lámpara velada
      Alumbran su aposento.
      En las teclas del piano
      Vagan aún sus marfilinos dedos,
      Errante la mirada
      Dice algo que no alcanza el pensamiento.
      ¡Cómo perfuma el aire el blanco ramo
      Marchito en el florero,
      Cuán suave es el suspiro
      Que vaga entre sus labios entreabiertos!
      ¡Adriana! ¡Adriana! De tan dulces horas
      Guardarán el secreto
      Tu estancia, el rayo de la luna, el vago
      Ruido de tus besos,
      La noche silenciosa,
      Y en mi alma el recuerdo!

      II

      Si en vosotras algún día
      Se fijan sus ojos bellos,
      ¡Pobres estrofas! Habladle
      Con rumor suave y ledo
      Como notas de una música
      Que oímos ha mucho tiempo,
      Y que impregnada de aromas
      Torna en las alas del viento.
      Alzada cual leve brisa
      Besad sus blondos cabellos
      Y penetrad en su alma
      Y en los espacios perdeos
      Como en la santa capilla
      Las espirales de incienso!

      III

      Como recuerdo de su amor sincero,
      Recuerdo dulce y único
      De aquel amor suave y melancólico
      Cual la luz del crepúsculo,
      Guardo en un cofrecito plateado
      Unas rosas de musgo
      Las contemplo en mis horas de alegría,
      Las beso cuando sufro,
      ¡Aún guardan el perfume penetrante
      De los cabellos suyos!
      Cuando bajo la tierra muda y fría
      Duerma, lejos del mundo,
      Cuando el ramaje de movible sauce
      Cobije mi sepulcro,
      Sobre la piedra que mis restos vele
      Poned el ramo mustio!

      IV

      La noche en que al dulce beso
      Del amor, se abrió su alma
      Caminando lentamente
      Iba, en mi brazo apoyada.
      No había Luna. Las estrellas
      Vertían su luz escasa,
      Y sobre el cielo profundo
      Nuestros ojos contemplaban
      Como una bruma ligera,
      La brillante vía láctea,
      Suspiró. Con voz muy queda
      Dime -le dije-, ¡te cansas!
      Alzó la hermosa cabeza,
      Se iluminó su mirada
      Y murmuró. Mira, dicen
      Que es grande, inmensa la vaga
      Bruma que brilla a lo lejos
      Como una niebla de plata,
      Que la forman otros mundos
      Que están a inmensa distancia,
      Que la luz solar invierte
      Siglos en atravesarla,
      Y si Dios quisiera un día
      A ti y a mí darnos alas,
      ¡Esa distancia infinita
      Feliz contigo cruzara!
      Bajo la noble cabeza
      Desvió la viva mirada
      Y dijo paso; de nuevo
      Me preguntabas "te cansas".

      V

      ¡Pobre! Junto del hombre aquel, su vida
      Fue como un rayo del estivo sol,
      Que se pierde en un caos de neblinas
      Sin forma ni color.
      Las veces en que, en horas de tristeza,
      Las sombras de otros tiempos evocó
      Y el recuerdo feliz y sonriente
      De su primer amor,
      Las veces en que al beso de la pena
      Quizá lanzó un ¡ay!, y murmuró
      Cabe la cuna del dormido niño
      Una dulce canción,
      Las veces en que en luchas interiores
      Del sentimiento el grito sofocó
      Como el humilde aroma de las rosas
      Lo sabe sólo Dios.

      VI

      Encontrarás poesía
      Dijo entonces, sonriendo
      En el recinto sagrado
      De los cristianos templos,
      En los lugares que nunca
      Humanos pies recorrieron,
      En los bosques seculares
      Donde se oculta el silencio,
      En los murmullos sonoros
      De las ondas y del viento,
      En la voz de los follajes
      Del amor en los recuerdos,
      De las niñas de quince años
      En los blancos aposentos,
      En las tristezas profundas
      Como el Cristo
      En las noches estrelladas,
      ¡Jamás en los malos versos!

      VII

      Como tú sobre la dura
      Roca nativa, parásita
      También he visto en la vida
      Sobre las rocas más áridas
      Criaturas tristes y buenas
      Embellecer...

      VIII

      ¡La visteis! Dulce y serena
      Su faz retrata su calma
      Y aunque de visiones llena
      Aún está virgen su alma.
      Tiene la piel suave y pura
      Cual las hojas de las lilas,
      Ensueños de honda ternura
      Rebosan en sus pupilas.
      Pequeño y la forma arqueada
      El pie nervioso y breve
      Y pálida y hoyuelada
      La blanca mano de nieve.
      La mirada traviesa
      Con lumbre vívida brilla
      Bajo de la blonda espesa
      De la española mantilla.
      Y al meditar en sus besos
      Perdiéndose en sus miradas
      Se sueñan locos excesos
      De frescas carnes rosadas.
      Su alegre estancia risueña
      Medio-templo, medio-nido,
      Conversa al alma que sueña
      Con un lenguaje escondido.
      Hacia sus grandes ventanas
      Que velan leves cortinas
      Tienden las oscuras ramas
      Las madreselvas vecinas.
      De noche mis pensamientos
      Allí van -ruido importuno
      En las alas de los vientos
      Con los rayos de la Luna.
      Y al penetrar, a la mesa
      Vuelan -do lee o delira-
      O hacia el Cristo al cual le reza,
      O al espejo do se mira.
      Y cual una visión vana
      Que evaporándose crece
      Se salen por la ventana
      Cuando la aurora amanece.

      IX

      ¡Bajad a la pobre niña,
      Bajadla con mano trémula,
      Y con cuidadoso esmero
      Entre la fosa ponedla
      Y arrojad sobre su tumba
      Frías puñadas de tierra!
      Aún sobre sus labios rojos
      La sonrisa postrimera,
      Tan joven y tan hermosa
      Y descansa helada, yerta,
      Y está marchito el tesoro
      De su dulce adolescencia.
      Bajad a la pobre niña,
      ¡Bajadla con mano trémula
      Y con cuidadoso esmero
      Entre la fosa ponedla
      Y arrojad sobre su tumba
      Frías puñadas de tierra!
      Cavad ahora otra fosa,
      Cavadla con mano trémula,
      De la sonriente niña
      Del triste sepulcro cerca,
      Para que lejos del mundo
      Su sueño postrero duerman
      Mis recuerdos de cariño
      Y mis memorias más tiernas.
      Bajadlos desde mi alma.
    Arriba

    Sinfonía color de fresa con leche
      A los colibríes decadentes
      ¡Rítmica reina lírica! Con venusinos
      Cantos de sol y rosa, de mirra y laca
      Y polícromos cromos de tonos mil
      Oye los constelados versos mirrinos,
      Escúchame esta historia rubendaríaca,
      De la Princesa verde y el paje Abril,
      Rubio y sutil.
      El bizantino esmalte do irisa el rayo
      Las purpuradas gemas; que enflora Junio
      Si Helios recorre el cielo de azul edén,
      Es lilial albura que esboza Mayo
      En una noche diáfana de plenilunio
      Cuando las crisodinas nieblas se ven
      ¡A tutiplén!
      En las vívidas márgenes que espuma el Cauca
      Áureo pico, ala ebúrnea, currucuquea
      De sedeñas verduras bajo el dosel
      Do las perladas ondas se esfuma glauca
      ¿Es paloma, es estrella o azul idea?
      Labra el emblema heráldico de áureo broquel,
      Róseo rondel.
      Vibran sagradas liras que ensueña Psiquis
      Son argentados cisnes hadas y gnomos
      Y edenales olores, lirio y jazmín
      Y vuelan entelechias y tiquismiquis
      De corales, tritones, memos y momos
      Del horizonte lírico nieve y carmín
      Hasta el confín.
      Liliales manos vírgenes al son aplauden
      Y se englaucan los líquidos y cabrillean
      Con medievales himnos al abedul,
      Desde arriba Orión, Venus, que Secchis lauden
      Miran como pupilas que centellean
      Por los abismos húmedos del negro tul
      Del cielo azul.
      Tras de las cordilleras sombras, la blanca
      Selene, entre las nubes ópalo y tetras
      Surge como argentífero tulipán
      Y por entre lo negro que se espernanca
      Huyen los bizantinos de nuestras letras
      Hasta el Babel Bizancio, do llegarán
      Con grande afán.
      ¡Rítmica Reina lírica! Con venusinos
      Cantos de Sol y rosa, de mirra y laca
      Y polícromos cromos de tonos mil,
      Estos son los caóticos versos mirrinos
      Esta es la descendencia rubendaríaca,
      De la Princesa verde y el paje Abril,
      Rubio y sutil.
    Arriba

    Sonetos negros
      I

      Tiene instantes de intensas amarguras
      La sed de idolatrar que el hombre agita,
      Del supremo Señor la faz bendita
      Ya no ríe del cielo en las alturas.
      Qué poco logras, Fe, cuando aseguras
      Término a su ansiedad, que es infinita
      Y otra vida después do resucita
      Y halla, en un mundo mejor, horas más puras.
      Sin columna de luz, que en el desierto
      Guíe su paso a punto conocido,
      Continúa el cruel peregrinaje,
      Para encontrar en el futuro incierto
      Las soledades hondas del olvido
      Tras las fatigas del penoso viaje.

      II

      ¿El pensamiento humano? No sonrías
      Si al llegar, las nociones verdaderas
      A polvo imperceptible de Quimeras
      Reducen tu ilusión, con manos frías.
      Deja las peligrosas fantasías
      Y busca en perfumadas primaveras
      Todo el supremo bienestar, que esperas
      Del Cielo que prometes o que ansías.
    Arriba

    Triste
      Cuando al quererlo la suerte
      Se mezclan a nuestras vidas,
      De la ausencia o de la muerte,
      Las penas desconocidas,
      Y, envueltos en el misterio
      Van, con rapidez que asombra,
      Amigos al cementerio,
      Ilusiones a la sombra,
      La intensa voz de ternura
      Que vibra en el alma amante
      Como entre la noche oscura
      Una campana distante,
      Saca recuerdo perdidos
      De angustias y desengaños
      Que tienen ocultos nidos
      En las ruinas de los años,
      Y que al cruzar aleteando
      Por el espacio sombrío
      Van en el ser derramando
      Sueños de angustia y de frío
      Hasta que alguna lejana,
      Idea consoladora,
      Que irradia en el alma humana
      Como con lumbre de aurora,
      En su lenguaje difuso
      Entabla con nuestros duelos
      El gran diálogo confuso
      De las tumbas y los cielos.
    Arriba

    Vejeces
      Las cosas viejas, tristes, desteñidas,
      Sin voz y sin color, saben secretos
      De las épocas muertas, de las vidas
      Que ya nadie conserva en la memoria,
      Y a veces a los hombres, cuando inquietos
      Las miran y las palpan, con extrañas
      Voces de agonizante dicen, paso,
      Casi al oído, alguna rara historia
      Que tiene oscuridad de telarañas,
      Son de laúd, y suavidad de raso.
      ¡Colores de anticuada miniatura,
      Hoy, de algún mueble en el cajón, dormida;
      Cincelado puñal; carta borrosa,
      Tabla en que se deshace la pintura
      Por el tiempo y el polvo ennegrecida;
      Histórico blasón, donde se pierde
      La divisa latina, presuntuosa,
      Medio borrada por el liquen verde;
      Misales de las viejas sacristías;
      De otros siglos fantásticos espejos
      Que en el azogue de las lunas frías
      Guardáis de lo pasado los reflejos;
      Arca, en un tiempo de ducados llena,
      Crucifijo que tanto moribundo,
      Humedeció con lágrimas de pena
      Y besó con amor grave y profundo;
      Negro sillón de Córdoba; alacena
      Que guardaba un tesoro peregrino
      Y donde anida la polilla sola;
      Sortija que adornaste el dedo fino
      De algún hidalgo de espadín y gola;
      Mayúsculas del viejo pergamino;
      Batista tenue que a vainilla hueles;
      Seda que te deshaces en la trama
      Confusa de los ricos brocateles;
      Arpa olvidada que al sonar te quejas;
      Barrotes que formáis un monograma
      Incomprensible en las antiguas rejas,
      El vulgo os huye, el soñador os ama
      Y en vuestra muda sociedad reclama
      Las confidencias de las cosas viejas.
      El pasado perfuma los ensueños
      Con esencias fantásticas y añejas
      Y nos lleva a lugares halagüeños
      En épocas distantes y mejores,
      Por eso a los poetas soñadores,
      Les son dulces, gratísimas y caras,
      Las crónicas, historias y consejas,
      Las formas, los estilos, los colores
      Las sugestiones místicas y raras
      Y los perfumes de las cosas viejas.
    Arriba