Amelia Denis Icaza

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    Información biográfica

  1. A la muerte de Victoriano Lorenzo
  2. A Panamá
  3. Al Cerro Ancón
  4. Amor de madre
  5. Dejad que pasen
  6. El llanto de una hija
  7. El Trabajo
  8. Patria


Información biográfica
    Nombre: Amelia Denis de Icaza
    Seudónimo: Elena
    Lugar y fecha nacimiento: Panamá, Panamá, 28 de noviembre de 1836
    Lugar y fecha defunción: Managua, Nicaragua, 16 de julio de 1911 (74 años)
    Nacionalidad: Panameña
    Ocupación: Escritora, colaboradora en periódicos, poeta
    Movimiento: Romanticismo
Fue la primera mujer en publicar sus versos en su país. Vivió en León (Nicaragua) desde 1894 hasta su muerte; en esta ciudad se hizo muy amiga de Rubén Darío.

Fuente: [Amelia Denis de Icaza] en Wikipedia.org

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    A la muerte de Victoriano Lorenzo
      ¡Atado!, y ¿para qué?, si es una víctima
      Que paso a paso a su calvario va
      Lo lleva hasta el banquillo la república
      Y con ella en el alma a morir va.

      ¡Atado!, y ¿para qué?, frente al suplicio
      Los soldados esperan la señal,
      El plomo romperá su pecho heroico
      Que ostentaba la enseña liberal.

      Marcha a su lado el sacerdote trémulo
      Hablándole del cielo y de perdón
      Lleva un Cristo en las manos, y está pálido
      Murmurando en silencio una oración.

      El sigue su camino siempre impávido
      Sin el hondo sufrir del criminal,
      Libre nació bajo sus grandes árboles
      Y en ruda lucha defendió su ideal.

      De hombres nacidos en las selvas vírgenes
      En grupos de invencibles lo siguió
      Que allá en nuestras montañas, el indígena
      Puede morir, pero rendirse no.

      Se hizo su jefe el montañés intrépido,
      El campo de batalla fue su altar
      Y el órgano divino, el ruido horrísono
      Del cañón enemigo al estallar.

      Y ni el invierno con sus noches lúgubres
      Detuvo nunca su carrera audaz.
      Como el león de los bosques en América
      Ni dio cuartel ni lo pidió jamás.

      Soñó con la victoria, fue su ídolo
      Y en su mano nervuda se rompió
      Tras el ideal la noche con lo trágico
      Que el astro rey en el ocaso hundió...

      Y después... y en las sombras del crepúsculo
      En un lago de sangre el corazón;
      Y el pueblo que se aleja del patíbulo
      Murmurando una horrible maldición.

      Su centro era el peligro, nunca el pánico
      Hizo su corazón estremecer
      Se alumbraba con luces de relámpago
      Cuando iba el enemigo a sorprender.
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    A Panamá
      ¿Hasta cuando, mi patria idolatrada,
      Por la discordia te verás manchada
      Llenándote tú misma de baldón,
      De tus hijos la sangre derramando
      Por un poder efímero luchando?
      Dice: ¿acaso te falta corazón?

      ¿Te falta inteligencia? No, mentira
      Que en tu alma brilla la celeste pira
      Que da a sus escogidos el señor
      ¿Hasta cuándo tu saña que intimida,
      Hasta cuándo esa lucha fratricida
      Que conduce a la ruina y al dolor?

      ¿Por qué no ves el desaliento impreso
      En la faz bendecida del progreso
      Que tus luchas condenan a morir?
      Levanta ya tu noble altiva frente,
      Pedazo de la América valiente
      Prepara tu grandioso porvenir.

      Levanta ya tu noble, blanca enseña
      Y a la esperanza que tranquila sueña
      Despiértela tu alegre sonreír,
      Patria de grandes hombres, patria mía
      Luzca ya de la unión el claro día
      Manda tus puertas al progreso abrir.

      Prepara tus laureles y tus flores
      El canto de tus dulces trovadores
      Para el que cumpla tu feliz misión,
      Para el que logre levantar el vuelo
      Y remontar tus alas hasta el cielo
      Y allá batir altivo tu pendón.

      Álzate Panamá, mira tu suelo,
      Mira tus campos que bendice el cielo
      Y tus montañas que tu adorno son;
      Une tus hijos con el eterno lazo
      En un estrecho, fraternal abrazo,
      Sea tu divisa, libertad y unión.

      Olvida el triste lóbrego pasado
      Y mira el presente desolado,
      Lucha y espera el porvenir con fe;
      A las armas del ocio cabizbajo
      Sustituyan tus hijos el trabajo,
      No más oculta tu riqueza esté.

      ¿Por qué vivir en inacción, Dios mío,
      Mirando en el hogar silencio y frío
      Cuando el oro se encuentra por doquier?
      Surcar la tierra con segura mano
      He aquí el enigma, el misterioso arcano
      Que afianza de los pueblos el poder.

      Luzca por fin el venturoso día;
      Que el labrador radiante de alegría
      Regrese a las delicias del hogar,
      Encontrando su alegre compañera
      Que a su consorte satisfecha espera
      Que llegue del trabajo a descansar.

      Que leyendo el pedazo de una historia
      Que de niño ha ilustrado su memoria
      Encuentre el artesano su placer,
      Y al descansar de su fatiga, vea
      Que el trabajo se hermana con la idea
      Y hace del hombre venturoso ser.

      Entonces de placer estremecida
      ¡Mi patria floreciente y escogida!
      Yo escucharé los ecos de tu voz:
      No más luchas ni lágrimas de duelo,
      Echa al pasado, del olvido un velo
      Que tus esfuerzos los secunda Dios.
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    Al Cerro Ancón
      Ya no guardas las huellas de mis pasos,
      Ya no eres mío, idolatrado Ancón.
      Que ya el destino desató los lazos
      Que en tu falda formó mi corazón.

      Cual centinela solitario y triste
      Un árbol en tu cima conocí:
      Allí grabé mi nombre, ¿qué lo hiciste?, 
      ¿Por qué no eres el mismo para mí?

      ¿Qué has hecho de tu espléndida belleza,
      De tu hermosura agreste que admiré?
      ¿Del manto que con recia gentileza
      En tus faldas de libre contemplé?

      ¿Qué se hizo tu chorrillo? ¿Su corriente
      Al pisarla un extraño se secó?
      Su cristalina, bienhechora fuente
      En el abismo del no ser se hundió.

      ¿Qué has hecho de tus árboles y flores,
      Mudo atalaya del tranquilo mar?
      ¡Mis suspiros, mis ansias, mis dolores,
      Te llevarán las brisas al pasar!

      Tras tu cima ocultábase el lucero
      Que mi frente de niña iluminó:
      La lira que he pulsado, tú el primero
      A mis vírgenes manos la entregó.

      Tus pájaros me dieron sus canciones,
      Con sus notas dulcísimas canté,
      Y mis sueños de amor, mis ilusiones,
      A tu brisa y tus árboles confié.

      Más tarde, con mi lira enlutecida,
      En mis pesares siempre te llamé;
      Buscaba en ti la fuente bendecida
      Que en mis años primeros encontré.

      ¡Cuántos años de incógnitos pesares,
      Mi espíritu buscaba más allá
      A mi hermosa sultana de dos mares,
      La reina de dos mundos, Panamá!

      Soñaba yo con mi regreso un día,
      De rodillas mi tierra saludar:
      Contarle mi nostalgia, mi agonía,
      Y a su sombra tranquila descansar.

      Sé que no eres el mismo; quiero verte
      Y de lejos tu cima contemplar;
      Me queda el corazón para quererte,
      Ya que no puedo junto a ti llorar.

      Centinela avanzado, por tu duelo
      Lleva mi lira un lazo de crespón;
      Tu ángel custodio remontose al cielo...
      ¡Ya no eres mío, idolatrado Ancón!
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    Amor de madre
      Amor inmenso, sin igual, profundo,
      Amor bendito que en el alma siento,
      A quien le rinde adoración el mundo,
      Presta a mi lira tu celeste acento.

      Presta a mi lira enlutecida y triste
      El suave aroma que de ti se exhala,
      Que a tu recuerdo el corazón se viste 
      Para cantarte de vistosa gala.

      Amor del alma, sentimiento santo,
      Blanca, entreabierta flor de la natura,
      Tú cubres la mujer de regio manto
      Y la colocas en sublime altura.

      Que no hay ternura igual a tu ternura,
      Sentimiento purísimo y bendito;
      Ni hay para la mujer mayor ventura
      Que de un hijo escuchar el primer grito.

      Compensación suprema que el Eterno
      Otorga a la mujer compadecido:
      La gloria puso al lado del infierno
      Y al lado del dolor el bien querido.

      Cuando entregada a dolorosa angustia,
      Una mujer padece sin consuelo,
      Como la flor abandonada y mustia
      Que rueda a la ventura por el suelo.

      Cuando llora tal vez desesperada
      Teniendo en el pesar los ojos fijos,
      Cuando al bajar incierta la mirada
      Ve alrededor sonriéndole sus hijos.

      Entonces ¡Oh gran Dios!, cámbiase en risa,
      Su supremo dolor, todo lo olvida,
      Con el materno amor se diviniza
      Y en su pecho los junta estremecida.

      ¡Perdón Señor!, exclama arrepentida
      Yo debo bendecirte noche y día,
      Que tú quisiste embellecer mi vida
      Con ese amor, llenando el alma mía.

      ¡Amor de madre!....el universo entero
      Se siente con tu aliento embalsamado,
      Único amor sin mancha y verdadero,
      Sin porvenir, presente ni pasado.

      Amor que nada pide, nada espera,
      Que de sí mismo satisfecho vive,
      Que la infeliz impúdica ramera
      Como sagrada redención recibe.

      Amor de madre en la modesta choza,
      En la humilde casita del obrero,
      Del rico en la mirada voluptuosa,
      Amor, amor del universo entero.

      Ama la madre el hijo cuando siente
      Que su seno de un ser está animado,
      Lo idealiza, lo sueña, lo presiente,
      Mientras llega el instante tan deseado.

      Nace, y al contemplarlo temblorosa,
      En la embriaguez de su pasión inmensa,
      Lo abraza, lo contempla, lo reboza,
      Loca lo adora y en amarlo piensa.

      Las noches pasa en inquietud constante,
      Olvidando su propio sufrimiento,
      Lo mueve, lo acaricia palpitante,
      Y se inquieta al más leve movimiento.

      Pasan los años y el hermoso niño
      Crece, arrullado por su amor de madre,
      Y le forma un edén con su cariño,
      Y más le adora si le falta padre.

      Si sola tiene que velar su suerte,
      Con que empeño tan tierno lo ha criado,
      Se juzga grande, se contempla fuerte,
      Y olvida su dolor y su pasado.

      Con frente erguida en su morada pobre
      A Dios le dice de esperanza llena,
      Señor, Señor, que tu bondad le sobre,
      Para él la dicha, para mí la pena.

      Si el niño ingrato el abnegado empeño
      De la madre infeliz olvida un día,
      Ella, intranquila, velará su sueño,
      A Dios alzando su plegaria pía.

      ¡Y siempre lo amará!... bendito sea
      El amor de una madre, sin segundo
      Sentimiento del alma, que campea
      Con todos los amores en el mundo.

      Ama la madre al ser a quien da vida,
      Como la casta Virgen a Jesús,
      Es el hijo la antorcha de su vida
      Su fe cristiana, su fulgente luz.

      ¡Hijo, dice la madre desgraciada,
      Hijo, dice también la noble esposa;
      Hijo, repite en la modesta choza
      La ignorante mujer asalariada!

      ¡El mismo grito en toda la natura!...
      Grito que a Eva pobre y maldecida,
      La hizo feliz en su morada oscura,
      Que fue con este grito embellecida.

      Amor de madre religioso y santo,
      Sol que alumbra mi espíritu abatido,
      Por ti secose mi ardoroso llanto,
      Y la tierra en Edén se ha convertido.

      ¡Con mis hijos la vida es tan hermosa!...
      Quiero vivir para gozar con ellos,
      Velar por su existencia cuidadosa,
      Y trenzar sonriendo sus cabellos.

      Besar sus ojos, que mi ser reflejan
      A mi pecho estrecharles conmovida,
      Llamarlos en la noche si se quejan,
      Y que me llamen madre: ¡esta es la vida!

      ¡Gracias!, ¡gracias! Señor Omnipotente
      ¡Gracias porque me diste ese tesoro!
      ¡También mis hijos doblarán su frente
      Para adorarte como yo te adoro!
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    Dejad que pasen
      El poeta lucha, sin luchar, ¿qué haría?
      Sin lucha y resistencia, no hay victoria
      Ni el corazón de bardo sangraría
      Para teñir los lauros de su gloria.

      Paso a la juventud, dejad que vuele
      Alzando alegre sus primeros trinos
      Si le quitáis las alas, ¿cómo puede
      Sin esa fuerza abandonar el nido?

      Dejadle sus ideales, sus ensueños
      Larga es la lucha, ruda la batalla
      Tiene la inspiración muchos bohemios
      Que serán las lumbreras de la mañana.

      No olvidéis a Rubén, el poeta niño,
      Que al preludiar sus infantiles cantos
      De zarzas le sembraron el camino
      Que atravesó con sus primeros pasos.

      Dejad la juventud, sus gallas flores
      Necesitan la sabia de la planta,
      No le quitéis sus bellas ilusiones
      Dejadla con su fe con su esperanza.

      No lancéis vuestro dardo envenenado
      Sobre la juventud que ama y espera
      Dejad que goce en el festín humano
      Mientras la sombra de los años llega.

      Yo me aparto dejándoles la senda
      Por saludarlos al pasar me inclino
      Y aquí en mi corazón tiene la ofrenda
      De aliento, de entusiasmo y de cariño.

      No penséis en la crítica del sabio
      Si hay luz y claridad en vuestra mente
      Yo también he tenido mi calvario
      Y el que puede luchar todo lo vence.

      Heroica juventud, alzad la frente
      El genio es luz, irradiación divina
      El que lleve esta luz será el más fuerte
      Para luchar en la sangrienta lidia.

      No abandonéis cobardes el palenque
      La gloria ofrece al vencedor el premio
      Dichosos los que llevan en la frente
      La corona simbólica del genio.
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    El llanto de una hija
      A mi madre.

      ¡Madre mía!, ¡mi vida! ¿qué te has hecho?
      ¿Dónde está tu maternal mirada?
      Ya está sin vida, sin calor tu pecho
      ¡Y tu hija vive aún tan desgraciada!

      ¿Donde estás, por qué me abandonaste   
      ¿Y con quién me has dejado madre mía?
      Tú en tu seno de amor me acariciaste
      Y hoy te llevas contigo mi alegría.

      Tú me amaste de niña con locura
      Y más tarde ya joven fui tu orgullo
      Y hoy mi llanto de acerba desventura
      Ya no lo enjuga ese cariño tuyo.

      Ya nunca más mi llanto con tu llanto
      Veré unirse doliente en mis dolores
      No arrullarás a Julia con tu canto
      Ni le pondrás sobre su frente flores.

      Ya no veré dormirse entre tus brazos
      Los hijos míos, que tus hijos son,
      ¿Por qué la suerte desató esos lazos
      Y dejó de latir tu corazón?

      Ya al exhalar mis lastimeras quejas
      Sólo hallarán un eco en el vacío
      ¿Por qué abandonas sola, por qué dejas  
      Un corazón tan débil como el mío?

      Ya no veré tus ojos anegados
      En lágrimas dolientes por mi suerte
      Ellos están a mi dolor cerrados
      Y hundidos por la mano de la muerte.

      Madre tan adorada, yo te lloro,
      Y me parece un sueño todavía
      En vano a Dios en mi pesar imploro
      ¡Porque Dios no me oye, madre mía!
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    El Trabajo
      Mirad ese arrogante y apuesto caballero,
      De vigorosas formas y despejada faz,
      De negra cabellera y ardiente la pupila
      De la planta majestuosa de frente escultural.

      De hermoso y suelto talle; de boca sonriente,
      Miradas que revelan el genio y el amor;
      No existe en su semblante de la duda
      Porque el pecho lleva bien puesto el corazón.

      ¡Miradlo! Satisfecho doquiera abrirse paso,
      Que nada le intimida ni alcanza a detener,
      Coronas mil conquista con invencible empeño
      Para ceñir con ellas del porvenir la sien.

      ¿Lo veis guatemaltecos? Miradlo, es el Trabajo,  
      Postraos y rendidle profunda adoración,
      Ante sus plantas caen los vicios humillados
      Y a la virtud levanta con ínclito valor.

      Seguid la noble enseña que entre sus manos lleva,
      Ejército de bravos arrastra en pos de sí,
      Su aliada es la Victoria, lo llaman invencible,
      Que el mundo en lucha abierta conquista el adalid.

      La Gloria, aquella virgen coqueta y voluptuosa,  
      Con besos y caricias corona al vencedor,
      Seguid con paso firme la senda del trabajo,
      Tras ella está la antorcha de la humana redención.

      Los más hermosos sueños que el joven acaricia,
      Las gratas ilusiones que ardiente concibió,
      El virgen entusiasmo que inspírale una hermosa,
      La fúlgida esperanza de pura y santa unión.

      Todo ese panorama de bellas creaciones,
      Dichoso lo realiza quien sigue al vencedor,
      Porque la luz fulgente con que ilumina al mundo
      La concedió al trabajo alcázar, Dios.

      Jóvenes entusiastas, seguid, nada os detenga,
      Romped los viejos títulos del siglo que pasó:
      Gloria a la inteligencia, la idea, el heroísmo
      Formemos del trabajo nuestro eternal blasón.
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    Patria
      ¡Oh Patria idolatrada!, mi pueblo generoso,
      Al fin ¡ay! te obligaron a levantar la frente
      Y en un supremo grito te alzaste valerosa,
      Llevando entre tus manos la enseña independiente.

      ¡Oh Patria!, yo he sufrido contigo en tus dolores,
      Tus luchas amargaron mis noches y mis días,
      De lejos he escuchado tus hórridos clamores
      Enviándote mi espíritu sus hondas simpatías.

      ¡Oh Virgen!, yo soñaba tu porvenir de gloria.
      Mirándote tan bella, de orgullo sonreía,
      Hoy te hacen que aparezcas ingrata ante la historia,
      A ti, tan noble víctima de odiosa tiranía.

      ¿Qué has hecho?, no te culpo, los otros te arrojaron,
      Los otros que en tres años de lucha desgraciada
      Tu rico y albo manto con saña destrozaron
      Cuando eras de Colombia la joya más preciada.

      ¿Qué has hecho de tu gloria?, mi pueblo tan querido,
      Y cuál será la suerte, pregúntome yo a solas,
      De aquellas mis montañas donde formé mi nido
      De mis doradas playas besadas por las olas.

      Escucha, Ser Supremo, la súplica ferviente
      Que mi alma de rodillas eleva ante su altar:
      Conserva al pueblo ístmico su libertad naciente
      Sin que un extraño lábaro la llague a profanar

      Dejad ¡Oh Ser Supremo! que el Istmo siempre viva
      Con el trabajo honrado y la virtud por guía,
      Que no sea su esperanza cual sombra fugitiva,
      Ni su soñada gloria como la flor de un día.
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