Victor Hugo

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    Información biográfica

  1. A mi hija (Trad. de Ricardo Palma)
  2. Confrontaciones (Trad. de Ricardo Palma)
  3. Desdén (Trad. de Ricardo Palma)
  4. El canto de los piratas (Trad. de José Zorrilla)
  5. El estanque (Trad. de Ricardo Palma)
  6. Esperanza en Dios (Trad. de Ricardo Palma)
  7. La conciencia (Trad. de Ricardo Palma)
  8. Necedad de la guerra (Trad. de Ricardo Palma)
  9. Nomen, numen, lumen (Trad. de Ricardo Palma)
  10. Quien no ama no vive (Trad. de Miguel Antonio Caro)
  11. Sedan (Trad. de Ricardo Palma)


Información biográfica
    Nombre: Victor Marie Hugo
    Lugar y fecha nacimiento: Besançon, Francia, 26 de febrero de 1802
    Lugar y fecha defunción: París, Francia, 22 de mayo de 1885 (83 años)
    Ocupación: Político, dibujante, escritor, dramaturgo, poeta
    Movimiento: Romanticismo

    Fuente: [Victor Hugo] en Wikipedia.org
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    A mi hija
      (Traducción de Ricardo Palma)

      Como un niño Jesús, allá en tu infancia,
      Dormías junto a mí,
      Y a perturbar tu sueño no alcanzaba
      El cántico del ave en el jardín;
      Y sobre ti sus alas a los ángeles
      Los sentía batir,
      Y yo sobre tu almohada deshojaba
      Clavel, rosa, jazmín;
      Y lágrimas mojaban mis mejillas
      En la noche, al pensar, del porvenir.
      Ya llegará mi noche, vida mía,
      Mi turno de dormir;
      Sombras me envolverán, y ese silencio
      Canción no turbará de ave gentil.
      En esa negra noche, ¡oh mi paloma!
      Noche eterna, sin fin,
      Vuelve a mi tumba lágrimas y flores,
      Lo que a tu cuna di.
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    Confrontaciones
      (Traducción de Ricardo Palma)

      ¡Hablad! ¡Hablad, cadáveres!
      Decidme, ¿quiénes son
      Los asesinos pérfidos
      Que así el puñal feroz
      En vuestro seno mísero
      Hundieron a traición?
      ¿Quién eres tú? Respóndeme,
      ¿Tu nombre? —Religión.
      —¿Y tu asesino? —El tímido
      Ministro del Señor.

      Y a ti que, en cálida sangre
      Te agitas ¿quién te hirió, quién?
      ¿Cuál es tu nombre? —Justicia
      —¿Quién es tu asesino? —El Juez.
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    Desdén
      (Traducción de Ricardo Palma)

      No es de admirar que en cólera no estalle.
      Si al trueno en vuestras manos falta vida
      ¿Qué mucho que de arriba abajo os mida
      Y os hiele mi perdón?
      Bien castigados vais, que en vez de encono
      Pena inspiráis osar contra un gigante,
      Y de él no merecer (¡es humillante!)
      ¡Siquiera un bofetón!
      Antes de que la injuria hasta mí llegue
      Y excite mi furor,
      Costumbre tengo de medir la talla
      De mi difamador.
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    El canto de los piratas
      (Traducción de José Zorrilla del tomo segundo de las Poesías, 1837)

      "Alerte! Alerte! Voici les pirates
      D'Ochali qui traversent le détroit."
      Le Captif D'Ochali

      Con cien cautivos llevamos
      Fletada nuestra galera,
      Que en una y otra ribera
      Para el harán reclutamos.
      ¡Al mar, al mar, marineros!
      En Fez entramos mañana.
      Somos ochenta romeros
      Sobre nuestra capitana.

      Cabe un convento botamos
      Al agua el ancla tenaz;
      Linda muchacha apresamos,
      Dormida en traidora paz:
      Mil fantasmas hechiceros
      Soñaba, a la mar cercana.
      Somos ochenta romeros
      Sobre nuestra capitana.

      -Forzoso es, niña, callar:
      Ea, ganemos el viento;
      Esto no es más que cambiar
      Por un harén un convento.
      Os haremos mahometana
      Y el Sultán ha de quereros.
      Somos ochenta romeros
      Sobre nuestra capitana-

      Huir desperada quiso.
      -¡Y osáis, hijos de Satán!...-
      Lloró, suplicó. -Es preciso-
      Le contestó el capitán.
      Sus clamores lastimeros,
      Su resistencia, fue vana.
      Somos ochenta romeros
      Sobre nuestra capitana.

      En su dolor, parecían
      Sus ojos un talismán;
      Mil cequíes bien valían:
      La hemos vendido al Sultán.
      Lo debe a mis compañeros:
      Ayer monja y hoy Sultana.
      Somos ochenta romeros
      Sobre nuestra capitana.
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    El estanque
      (Traducción de Ricardo Palma)

      El estanque y el hombre son semejantes:
      Sobre la superficie la calma se halla
      Con fulgores del cielo, limpios, brillantes;
      Y en el fondo, entre el cieno, se dan batalla
      Las pasiones, reptiles
      Sucias y viles.
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    Esperanza en Dios
      (Traducción de Ricardo Palma)

      ¡Joven! Espera, espera
      En el mañana, y siempre en el mañana;
      No abandones la fe del porvenir.
      Y cada vez que, fúlgida y galana,
      Luzca la aurora en la celeste esfera
      Y el monte dore y transparente el valle
      De pie, de pie nos halle
      A la plegaria prontos, cual Dios a bendecir.

      ¡Pobre joven! El amargo
      Sentimiento que en ti noto
      Es el hijo de tus faltas,
      Es tu parte de lo odioso.
      Quien sabe, permaneciendo
      Por largo tiempo de hinojos,
      Cuando haya Dios acabado
      De bendecir generoso
      A todos los inocentes,
      Los arrepentidos todos,
      Quién sabe, joven, quién sabe,
      Se acordará de nosotros.
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    La conciencia
      (Traducción de Ricardo Palma)

      Furiosa tempestad se desataba
      Cuando, de pieles rústicas vestido,
      Caín con su familia caminaba
      Huyendo a la justicia de Jehovah.
      La noche iba a caer. Lenta la marcha
      Al pie de una colina detuvieron,
      Y a aquel hombre fatídico dijeron
      Sus tristes hijos: -Descansemos ya.

      Duermen todos excepto el fratricida
      Que, alzando su mirada sobre el monte,
      Vio en el fondo del fúnebre horizonte
      Un ojo fijo en él.
      Se estremeció Caín, y despertando
      A su familia del dormir reacio,
      Cual siniestros fantasmas del espacio
      Retornaron a huir. ¡Suerte cruel!

      Corrieron treinta noches y sus días,
      Y pálido, callado, sin reposo,
      Y mirando sin ver, y pavoroso,
      Tierra de Assur pisó.
      -Reposemos aquí. Denos asilo
      Esta región espléndida del suelo-
      Y, al sentarse, la frente elevó al cielo...
      Y allí el ojo encontró.

      Entonces a Jubal, padre de aquellos
      Que en el desierto habitan -haz, le dijo,
      Que se arme aquí una tienda- y el buen hijo
      Armó tienda común.
      -¿Todavía lo veis? -pregunto Ysila,
      La niña de la blonda cabellera,
      La de faz como el alba placentera,
      Y Caín respondió: -¡Lo veo aún!

      Jubal entonces dijo: -Una barrera
      De bronce construiré: tras de su muro,
      Padre, estarás de la visión seguro;
      Ten confianza en mí.

      Una muralla se elevó altanera...
      Y el ojo estaba allí.
      Tubalcaín a edificar se puso
      Una ciudad asombro de la tierra,
      En tanto sus hermanos daban guerra
      A la tribu de Seth y a la de Enós.
      De tinieblas poblando la campiña
      La sombra de los muros se extendía,
      Y en ellos la blasfemia se leía:
      -Prohibido entrar a Dios-.

      Un castillo de piedra, formidable,
      Que a la altitud de una montaña asciende,
      De la ciudad en medio se desprende,
      Y allí Caín entró.
      Tsila llega hasta él, y cariñosa
      -Padre -le dice-, ¿aún no ha desaparecido?-
      Y el anciano, aterrado y conmovido,
      Le responde: -¡No!, ¡no!

      Desde hoy quiero habitar bajo la tierra
      Como en su tumba el muerto. -Y presurosa
      La familia cavole una ancha fosa,
      Y a ella descendió al fin.
      Mas debajo esa bóveda sombría,
      Debajo de esa tumba inhabitable,
      El ojo estaba fiero, inexorable...
      ¡Y miraba a Caín!
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    Necedad de la guerra
      (Traducción de Ricardo Palma)

      Estúpida Penélope, de sangre bebedora,
      Que arrastras a los hombres con rabia embriagadora
      A la matanza loca, terrífica, fatal,
      ¿De qué sirves, ¡oh guerra!, si tras desdicha tanta
      Destruyes un tirano y un nuevo se levanta,
      Y a lo bestial, por siempre, reemplaza lo bestial?
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    Nomen, numen, lumen
      (Traducción de Ricardo Palma)

      Cuando Él ya su obra terminado había,
      Y los astros sin cuento
      En la bóveda azul del firmamento
      Tuvieron armonía,
      Se dijo: —Creador ¿cómo te nombras?
      Alzóse entre las sombras
      Y exclamó: ¡Jehovah!

      Las siete letras luego,
      Cayendo en el espacio,
      Del cielo reverberan
      En medio a la extensión,
      Formando con su brillo
      De vívido topacio,
      Los siete astros gigantes
      Del negro septentrión.
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    Quien no ama no vive
      (Traducción de Miguel Antonio Caro incluida en el libro Traducciones poéticas, 1889)

      Quienquiera que fueres, óyeme:
      Si con ávidas miradas
      Nunca tú a la luz del Véspero
      Has seguido las pisadas,
      El andar suave y rítmico
      De una celeste visión;
      O tal vez un velo cándido,
      Cual meteoro esplendente.
      Que pasa, y en sombras fúnebres
      Ocúltase de repente,
      Dejando de luz purísima
      Un rastro en el corazón;

      Si sólo porque en imágenes
      Te la reveló el poeta,
      La dicha conoces íntima,
      La felicidad secreta,
      Del que arbitro se alza único
      De otro enamorado ser;
      Del que más nocturnas lámparas
      No ve, ni otros soles claros,
      Ni lleva en revuelto piélago
      Más luz de estrellas ni faros
      Que aquella que vierten mágica
      Los ojos de una mujer;

      Si el fin de sarao espléndido
      Nunca tú aguardaste afuera,
      Embozado, mudo, tétrico
      (Mientras en la alta vidriera
      Reflejos se cruzan pálidos
      Del voluptuoso vaivén),
      Para ver si como ráfaga
      Luminosa a la salida,
      Con un sonreír benévolo
      Te vuelve esperanza y vida
      Joven beldad de ojos lánguidos,
      Orlada en flores la sien;

      Si celoso tú y colérico
      No has visto una blanca mano
      Usurpada, en fiesta pública,
      Por la de galán profano,
      Y el seno que adoras, próximo
      A otro pecho, palpitar;
      Ni has devorado los ímpetus
      De reconcentrada ira,
      Rodar viendo el valse impúdico
      Que deshoja, mientras gira
      En vertiginoso círculo,
      Flores y niñas al par;

      Si con la luz del crepúsculo
      No has bajado las colinas,
      Henchida sintiendo el ánima
      De emociones mil divinas,
      Ni a lo largo de los álamos
      Grato el pasear te fue;
      Si en tanto que en la alta bóveda
      Un astro y otro relumbra,
      Dos corazones simpáticos
      No gozasteis la penumbra,
      Hablando palabras místicas,
      Baja la voz, tardo el pie;

      Si nunca al roce magnético
      Temblaste de ángel soñado;
      Si nunca un "te amo" dulcísimo.
      Tímidamente exhalado,
      Quedó sonando en tu espíritu
      Cual perenne vibración;

      Si no has mirado con lástima
      Al hombre sediento de oro,
      Para el que en vano munífico
      Brinda el amor su tesoro,
      Y de regio cetro y púrpura
      No tuviste compasión;

      Si en medio de noche lóbrega
      Cuando todo duerme y calla,
      Y ella goza sueño plácido,
      Contigo mismo en batalla
      No te desataste en lágrimas
      Con un despecho infantil;
      Si enloquecido o sonámbulo
      No la has llamado mil veces,
      Quizá mezclando frenético
      Las blasfemias a las preces,
      También a la muerte, mísero,
      Invocando veces mil;

      Si una mirada benéfica
      No has sentido que desciende
      A tu seno, como súbito
      Lampo que las sombras hiende
      Y ver nos hace beatífica
      Región de serena luz;
      O tal vez el ceño gélido
      Sufriendo de la que adoras,
      No desfalleciste exánime,—

      Misterios de amor ignoras;
      Ni tú has probado sus éxtasis
      Ni tú has llevado su cruz.
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    Sedan
      (Traducción de Ricardo Palma)

      Es grande Lucifer en su caída
      Algo de apoteosis hay en ella.
      En su inmensa catástrofe una huella
      De vivísima luz puso el Señor.
      Bonaparte cayó! Luces y nieblas
      Rodean su memoria soberana.
      Queda la duda, en la conciencia humana,
      Sobre el mal que hacen los que grandes son.

      Cuando asciende un gigante á las alturas
      Imitarlo pretende hasta el pigmeo:
      No alienta en un enano un Prometeo;
      Quien nació chico, chico acabará.
      Y Dios, para lección de los mortales,
      Tras la epopeya la parodia trajo,
      Y así vimos á un triste renacuajo
      Caer desde una altura colosal.

      Era el crimen ese hombre. Era preciso
      Que, al caer, ostentase su miseria,
      Histrión infame que, en infame feria,
      Revistiera la púrpura imperial.
      Y al caer entre el lodo, el mismo lodo
      Se avergonzó de recibir sus manes...
      ¡César! Asco inspiraste aún á los canes
      Y náusea al inmundísimo albañal.
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