Federico García Lorca

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    Información biográfica

  1. El cielo es de ceniza
  2. El puñal entra en el corazón
  3. El silencio redondo de la noche
  4. Esta guirnalda, pronto, que me muero
  5. Hay una raíz amarga
  6. He cerrado mi balcón
  7. La luna gira en el cielo
  8. La luna vino a la fragua
  9. La muchacha dorada
  10. La noche no quiere venir
  11. La rosa no buscaba la aurora
  12. Los caballos negros son
  13. Muerto se quedó en la calle
  14. Nadie comprendía el perfume
  15. Ni tú ni yo estamos en disposición
  16. No te lleves tu recuerdo
  17. Noche arriba los dos con luna llena
  18. Pero que todos sepan que no he muerto
  19. Por las arboledas del Tamarit
  20. ¿Qué es aquello que reluce?
  21. Quiero bajar al pozo
  22. Quiero dormir el sueño de las manzanas
  23. Sobre el monte pelado
  24. Tierra seca, tierra quieta
  25. Tú nunca entenderás lo que te quiero
  26. Unas palabras
  27. Verde, que te quiero verde
  28. Verte desnuda es recordar la tierra
  29. Vestidas con mantos negros
  30. Y yo me la llevé al río
  31. Yo no quiero más que una mano
  32. Yo quiero que el agua se quede sin cauce


Información biográfica
    Nombre: Federico García Lorca
    Lugar y fecha de nacimiento: Fuente Vaqueros, Granada, España, 5 de junio de 1898
    Lugar y fecha de defunción: Víznar, Granada, España, 18 de agosto de 1936 (38 años)
    Ocupación: Escritor, dramaturgo, prosista, poeta
    Movimiento: Generación del 27
Nació en el seno de una familia acomodada. En un primer momento, estuvo más interesado por la música que por la escritura; destacó en varias artes. La etapa de 1924 a 1927 fue el momento en el que el escritor llegó a su madurez como poeta. Adscrito a la llamada Generación del 27, fue el poeta de mayor influencia y popularidad de la literatura española del siglo XX. Como dramaturgo se le considera una de las cimas del teatro español del siglo XX, junto con Valle-Inclán y Buero Vallejo. Murió fusilado tras el golpe de Estado que dio origen a la Guerra Civil Española un mes después de iniciada esta.

Fuente: [Federico García Lorca] en Wikipedia.org
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      El cielo es de ceniza
        El cielo es de ceniza.
        Los árboles son blancos,
        Y son negros carbones
        Los rastrojos quemados.
        Tiene sangre reseca
        La herida del ocaso,
        Y el papel incoloro
        Del monte está arrugado.
        El polvo del camino
        Se esconde en los barrancos,
        Están las fuentes turbias
        Y quietos los remansos.
        Suena en un gris rojizo
        La esquila del rebaño,
        Y la noria materna
        Acabó su rosario.
        El cielo es de ceniza,
        Los árboles son blancos.
      Arriba

      El puñal entra en el corazón
        El puñal
        Entra en el corazón,
        Como la reja del arado
        En el yermo.
        No.
        No me lo claves.
        No.
        El puñal,
        Como un rayo de sol,
        Incendia las terribles
        Hondonadas.
        No.
        No me lo claves.
        No.
      Arriba

      El silencio redondo de la noche
        El silencio redondo de la noche
        Sobre el pentagrama
        Del infinito.
        Yo me salgo desnudo a la calle,
        Maduro de versos
        Perdidos.
        Lo negro, acribillado
        Por el canto del grillo,
        Tiene ese fuego fatuo,
        Muerto,
        Del sonido.
        Esa luz musical
        Que percibe
        El espíritu.
        Los esqueletos de mil mariposas
        Duermen en mi recinto.
        Hay una juventud de brisas locas
        Sobre el río.
      Arriba

      ¡Esta guirnalda! ¡Pronto! ¡Que me muero!
        ¡Esta guirnalda! ¡Pronto! ¡Que me muero!
        ¡Teje deprisa! ¡Canta! ¡Gime! ¡Canta!
        Que la sombra me enturbia la garganta
        Y otra vez viene y mil la luz de enero.
        Entre lo que me quieres y te quiero,
        Aire de estrellas y temblor de planta,
        Espesura de anémonas levanta
        Con oscuro gemir un año entero.
        Goza el fresco paisaje de mi herida,
        Quiebra juncos y arroyos delicados.
        Bebe en muslo de miel sangre vertida.
        Pero, ¡pronto!, que unidos, enlazados,
        Boca rota de amor y alma mordida,
        El tiempo nos encuentre destrozados.
      Arriba

      Hay una raíz amarga
        Hay una raíz amarga
        Y un mundo de mil terrazas.
        Ni la mano más pequeña
        Quiebra la puerta del agua.
        ¿Dónde vas, a dónde, dónde?
        Hay un cielo de mil ventanas
        -Batalla de abejas lívidas-
        Y hay una raíz amarga.
        Amarga.
        Duele en la planta del pie
        El interior de la cara,
        Y duele en el tronco fresco
        De noche recién cortada.
        ¡Amor, enemigo mío,
        Muerde tu raíz amarga!
      Arriba

      He cerrado mi balcón
        He cerrado mi balcón
        Porque no quiero oír el llanto
        Pero por detrás de los grises muros
        No se oye otra cosa que el llanto.
        Hay muy pocos ángeles que canten,
        Hay muy pocos perros que ladren,
        Mis violines caben en la palma de mi mano.
        Pero el llanto es un perro inmenso,
        El llanto es un ángel inmenso,
        El llanto es un violín inmenso,
        Las lágrimas amordazan al viento,
        No se oye otra cosa que el llanto.
      Arriba

      La luna gira en el cielo
        La luna gira en el cielo
        Sobre las sierras sin agua
        Mientras el verano siembra
        Rumores de tigre y llama.
        Por encima de los techos
        Nervios de metal sonaban.
        Aire rizado venía
        Con los balidos de lana.
        La sierra se ofrece llena
        De heridas cicatrizadas,
        O estremecida de agudos
        Cauterios de luces blancas.
        Thamar estaba soñando
        Pájaros en su garganta
        Al son de panderos fríos
        Y cítaras enlunadas.
        Su desnudo en el alero,
        Agudo norte de palma,
        Pide copos a su vientre
        Y granizo a sus espaldas.
        Thamar estaba cantando
        Desnuda por la terraza.
        Alrededor de sus pies,
        Cinco palomas heladas.
        Amnón, delgado y concreto,
        En la torre la miraba,
        Llenas las ingles de espuma
        Y oscilaciones la barba.
        Su desnudo iluminado
        Se tendía en la terraza,
        Con un rumor entre dientes
        De flecha recién clavada.
        Amnón estaba mirando
        La luna redonda y baja,
        Y vio en la luna los pechos
        Durísimos de su hermana.
        Amnón a las tres y media
        Se tendió sobre la cama.
        Toda la alcoba sufría
        Con sus ojos llenos de alas.
        La luz, maciza, sepulta
        Pueblos en la arena parda,
        O descubre transitorio
        Coral de rosas y dalias.
        Linfa de pozo oprimida
        Brota silencio en las jarras.
        En el musgo de los troncos
        La cobra tendida canta.
        Amnón gime por la tela
        Fresquísima de la cama.
        Yedra del escalofrío
        Cubre su carne quemada.
        Thamar entró silenciosa
        En la alcoba silenciada,
        Color de vena y Danubio,
        Turbia de huellas lejanas.
        Thamar, bórrame los ojos
        Con tu fija madrugada.
        Mis hilos de sangre tejen
        Volantes sobre tu falda.
        Déjame tranquila, hermano.
        Son tus besos en mi espalda
        Avispas y vientecillos
        En doble enjambre de flautas.
        Thamar, en tus pechos altos
        Hay dos peces que me llaman,
        Y en las yemas de tus dedos
        Rumor de rosa encerrada.
        Los cien caballos del rey
        En el patio relinchaban.
        Sol en cubos resistía
        La delgadez de la parra.
        Ya la coge del cabello,
        Ya la camisa le rasga.
        Corales tibios dibujan
        Arroyos en rubio mapa.
        ¡Oh, qué gritos se sentían
        Por encima de las casas!
        Qué espesura de puñales
        Y túnicas desgarradas.
        Por las escaleras tristes
        Esclavos suben y bajan.
        Émbolos y muslos juegan
        Bajo las nubes paradas.
        Alrededor de Thamar
        Gritan vírgenes gitanas
        Y otras recogen las gotas
        De su flor martirizada.
        Paños blancos enrojecen
        En las alcobas cerradas.
        Rumores de tibia aurora
        Pámpanos y peces cambian.
        Violador enfurecido,
        Amnón huye con su jaca.
        Negros le dirigen flechas
        En los muros y atalayas.
        Y cuando los cuatro cascos
        Eran cuatro resonancias,
        David con unas tijeras cortó
        Las cuerdas del arpa.
      Arriba

      La luna vino a la fragua
        La luna vino a la fragua
        Con su polisón de nardos.
        El niño la mira, mira.
        El niño la está mirando.
        En el aire conmovido
        Mueve la luna sus brazos
        Y enseña, lúbrica y pura,
        Sus senos de duro estaño.
        -Huye luna, luna, luna.
        Si vinieran los gitanos,
        Harían con tu corazón
        Collares y anillos blancos.
        -Niño, déjame que baile.
        Cuando vengan los gitanos,
        Te encontrarán sobre el yunque
        Con los ojillos cerrados.
        -Huye luna, luna, luna,
        Que ya siento sus caballos.
        -Niño, déjame, no pises
        Mi blancor almidonado.
        El jinete se acercaba
        Tocando el tambor del llano.
        Dentro de la fragua el niño
        Tiene los ojos cerrados.
        Por el olivar venían,
        Bronce y sueño, los gitanos.
        Las cabezas levantadas
        Y los ojos entornados.
        Cómo canta la zumaya,
        ¡Ay, cómo canta en el árbol!
        Por el cielo va la luna
        Con un niño de la mano.
        Dentro de la fragua lloran
        Dando gritos, los gitanos.
        El aire la vela, vela.
        El aire la está velando.
      Arriba

      La muchacha dorada
        La muchacha dorada
        Se bañaba en el agua
        Y el agua se doraba.
        Las algas y las ramas
        En sombra la asombraban,
        Y el ruiseñor cantaba
        Por la muchacha blanca.
        Vino la noche clara,
        Turbia de plata mala,
        Con peladas montañas
        Bajo la brisa parda.
        La muchacha mojada
        Era blanca en el agua
        Y el agua, llamara.
        Vino el alba sin mancha,
        Con mil caras de vacas,
        Yerta y amortajada
        Con heladas guirnaldas.
        La muchacha de lágrimas
        Se bañaba entre llamas,
        Y el ruiseñor lloraba
        Con las alas quemadas.
        La muchacha dorada
        Era una blanca garra
        Y el agua la doraba.
      Arriba

      La noche no quiere venir
        La noche no quiere venir
        Para que tú no vengas
        Ni yo pueda ir.
        Pero yo iré,
        Aunque un sol de alacranes me coma la sien.
        Pero tú no vendrás
        Con la lengua quemada por la lluvia de sal.
        El día no quiere venir
        Para que tú no vengas,
        Ni yo pueda ir.
        Pero yo iré
        Entregando a los sapos mi mordido clavel.
        Pero tú vendrás
        Por las turbias cloacas de la oscuridad.
        Ni la noche ni el día quieren venir
        Para que por ti muera
        Y tú mueras por mí.
      Arriba

      La rosa no buscaba la aurora
        La rosa
        No buscaba la aurora:
        Casi eterna en su ramo,
        Buscaba otra cosa.
        La rosa
        No buscaba ni ciencia ni sombra:
        Confín de carne y sueño,
        Buscaba otra cosa.
        La rosa
        No buscaba la rosa.
        Inmóvil por el cielo
        Buscaba otra cosa.
      Arriba

      Los caballos negros son
        Los caballos negros son.
        Las herraduras son negras.
        Sobre las capas relucen
        Manchas de tinta y de cera.
        Tienen, por eso no lloran,
        De plomo las calaveras.
        Con el alma de charol
        Vienen por la carretera.
        Jorobados y nocturnos,
        Por donde animan ordenan
        Silencios de goma oscura
        Y miedos de fina arena.
        Pasan, si quieren pasar,
        Y ocultan en la cabeza
        Una vaga astronomía
        De pistolas inconcretas.
        ¡Oh, ciudad de los gitanos!
        En las esquinas, banderas.
        La luna y la calabaza
        Con las guindas en conserva.
        ¡Oh, ciudad de los gitanos!
        Ciudad de dolor y almizcle,
        Con las torres de canela.
        Cuando llegaba la noche,
        Noche que noche nochera,
        Los gitanos en sus fraguas
        Forjaban soles y flechas.
        Un caballo mal herido
        Llamaba a todas las puertas.
        Gallos de vidrios cantaban
        Por Jerez de la Frontera.
        El viento vuelve desnudo
        La esquina de la sorpresa,
        En la noche platinoche,
        Noche que noche nochera.
        La Virgen y San José
        Perdieron sus castañuelas,
        Y buscan a los gitanos
        Para ver si las encuentran.
        La Virgen viene vestida
        Con un traje de alcaldesa,
        De papel de chocolate
        Con los collares de almendras.
        San José mueve los brazos
        Bajo una capa de seda.
        Detrás va Pedro Domecq
        Con tres sultanes de Persia.
        La media luna soñaba
        Un éxtasis de cigüeña.
        Estandartes y faroles
        Invaden las azoteas.
        Por los espejos sollozan
        Bailarinas sin caderas.
        Agua sombra, sombra y agua
        Por Jerez de la Frontera.
        ¡Oh, ciudad de los gitanos!
        En las esquinas, banderas.
        Apaga tus verdes luces
        Que viene la benemérita.
        ¡Oh, ciudad de los gitanos!
        ¿Quién te vio y no te recuerda?
        Dejadla lejos del mar,
        Sin peines para sus crenchas.
        Avanzan de dos en fondo
        A la ciudad de la fiesta.
        Un rumor de siemprevivas
        Invade las cartucheras.
        Avanzan de dos en fondo.
        Doble nocturno de tela.
        El cielo se les antoja
        Una vitrina de espuelas.
        La ciudad, libre de miedo,
        Multiplicaba sus puertas.
        Cuarenta guardias civiles
        Entraron a saco por ellas.
        Los relojes se pararon,
        Y el coñac de las botellas
        Se disfrazó de noviembre
        Para no infundir sospechas.
        Un vuelo de gritos largos
        Se levantó en las veletas.
        Los sables cortaron las brisas
        Que los cascos atropellan.
        Por las calles de penumbra
        Huyen las gitanas viejas
        Con caballos dormidos
        Y las orzas de moneda.
        Por las calles empinadas
        Suben las capas siniestras,
        Dejando detrás fugaces
        Remolinos de tijeras.
        En el portal de Belén
        Los gitanos se congregan.
        San José, lleno de heridas,
        Amortaja a una doncella.
        Tercos fusiles agudos
        Por toda la noche suenan.
        La Virgen cura a los niños
        Con salivilla de estrella.
        Pero la Guardia Civil
        Avanza sembrando hogueras,
        Donde joven y desnuda
        La imagen se quema.
        Rosa la de los Camborios
        Gime sentada en su puerta
        Con sus dos pechos cortados
        Puestos en una bandeja.
        Y otras muchachas corrían
        Perseguidas por sus trenzas,
        En un aire donde estallan
        Rosas de pólvora negra.
        Cuando todos los tejados
        Eran surcos en la tierra,
        El alba meció sus hombros
        En largo perfil de piedra.
        ¡Oh, ciudad de los gitanos!
        La Guardia Civil se aleja
        Por un túnel de silencio
        Mientras las llamas te cercan.
        ¡Oh, ciudad de los gitanos!
        ¿Quién te vio y no te recuerda?
        Que te busquen en mi frente.
        Juego de luna y arena.
      Arriba

      Muerto se quedó en la calle
        Muerto se quedó en la calle
        Con un puñal en el pecho.
        No lo conocía nadie.
        ¡Cómo temblaba el farol,
        Madre!
        ¡Cómo temblaba el farolito
        De la calle!
        Era madrugada. Nadie
        Pudo asomarse a sus ojos
        Abiertos al duro aire.
        Qué muerto se quedó en la calle
        Qué con un puñal en el pecho
        Y que no lo conocía nadie.
      Arriba

      Nadie comprendía el perfume
        Nadie comprendía el perfume
        De la oscura magnolia de tu vientre.
        Nadie sabía que martirizabas
        Un colibrí de amor entre los dientes.
        Mil caballitos persas se dormían
        En la plaza con luna de tu frente,
        Mientras que yo enlazaba cuatro noches
        Tu cintura, enemiga de la nieve.
        Entre yeso y jazmínes, tu mirada
        Era un pálido ramo de simientes.
        Yo busqué, para darte, por mi pecho
        Las letras de marfil que dicen siempre,
        Siempre, siempre: jardín de mi agonía,
        Tu cuerpo fugitivo para siempre,
        La sangre de tus venas en mi boca,
        Tu boca ya sin luz para mi muerte.
      Arriba

      Ni tú ni yo estamos en disposición
        Ni tú ni yo estamos
        En disposición
        De encontrarnos.
        Tú por lo que ya sabes.
        ¡Yo la he querido tanto!
        Sigue esa veredita.
        En las manos
        Tengo los agujeros
        De los clavos.
        ¿No ves cómo me estoy
        Desangrando?
        No mires nunca atrás,
        Vete despacio
        Y reza como yo
        A San Cayetano,
        Que ni tú ni yo estamos
        En disposición
        De encontrarnos.
      Arriba

      No te lleves tu recuerdo
        No te lleves tu recuerdo.
        Déjalo solo en mi pecho.
        Temblor de blanco cerezo
        En el martirio de enero.
        Me separa de los muertos
        Un muro de malos sueños.
        Doy pena de lirio fresco
        Para un corazón de yeso.
        Toda la noche en el huerto
        Mis ojos, como dos perros.
        Toda la noche, corriendo
        Los membrillos de veneno.
        Algunas veces el viento
        Es un tulipán de miedo.
        Es un tulipán enfermo,
        La madrugada de invierno.
        Un muro de malos sueños
        Me separa de los muertos.
        La niebla cubre en silencio
        El valle gris de tu cuerpo.
        Por el arco del encuentro
        La cicuta está creciendo.
        Pero deja tu recuerdo
        Déjalo solo en mi pecho.
      Arriba

      Noche arriba los dos con luna llena
        Noche arriba los dos con luna llena,
        Yo me puse a llorar y tú reías.
        Tu desdén era un dios, las quejas mías
        Momentos y palomas en cadena.
        Noche abajo los dos. Cristal de pena,
        Llorabas tú por hondas lejanías.
        Mi dolor era un grupo de agonías
        Sobre tu débil corazón de arena.
        La aurora nos unió sobre la cama,
        Las bocas puestas sobre el chorro helado
        De una sangre sin fin que se derrama.
        Y el sol entró por el balcón cerrado
        Y el coral de la vida abrió su rama
        Sobre mi corazón amortajado.
      Arriba

      Pero que todos sepan que no he muerto
        Pero que todos sepan que no he muerto;
        Que hay un establo de oro en mis labios;
        Que soy el pequeño amigo del viento oeste;
        Que soy la sombra inmensa de mis lágrimas.
      Arriba

      Por las arboledas del Tamarit
        Por las arboledas del Tamarit
        Han venido los perros de plomo
        A esperar que se caigan los ramos,
        A esperar que se quiebren ellos solos.
        El Tamarit tiene un manzano
        Con una manzana de sollozos.
        Un ruiseñor apaga los suspiros
        Y un faisán los ahuyenta por el polvo.
        Pero los ramos son alegres,
        Los ramos son como nosotros.
        No piensan en la lluvia y se han dormido,
        Como si fueran árboles, de pronto.
        Sentados con el agua en las rodillas
        Dos valles esperaban al otoño.
        La penumbra con paso de elefante
        Empujaba las ramas y los troncos.
        Por las arboledas de Tamarit
        Hay muchos niños de velado rostro
        A esperar que se caigan mis ramos,
        A esperar que se quiebren ellos solos.
      Arriba

      ¿Qué es aquello que reluce?
        -¿Qué es aquello que reluce
        Por los altos corredores?
        -Cierra la puerta, hijo mío;
        Acaban de dar las once.
        -En mis ojos, sin querer,
        Relumbran cuatro faroles.
        -Será que la gente aquella
        Estará fregando el cobre.
        Ajo de agónica plata
        La luna menguante pone
        Cabelleras amarillas
        A las amarillas torres.
        La noche llama temblando
        Al cristal de los balcones,
        Perseguida por los mil
        Perros que no la conocen,
        Y un olor de vino y ámbar
        Viene de los corredores.
        Brisas de caña mojada
        Y rumor de viejas voces
        Resonaban por el arco
        Roto de la medianoche
        Bueyes y rosas dormían.
        Sólo por los corredores
        Las cuatro luces clamaban
        Con el furor de San Jorge.
        Tristes mujeres del valle
        Bajaban su sangre de hombre,
        Tranquila de flor cortada
        Y amarga de muslo joven.
        Viejas mujeres del río
        Lloraban al pie del monte
        Un minuto intransitable
        De cabelleras y nombres.
        Fachadas de cal ponían
        Cuadrada y blanca la noche.
        Serafines y gitanos
        Tocaban acordeones.
        -Madre, cuando yo me muera,
        Que se enteren los señores.
        Pon telegramas azules
        Que vayan del sur al norte.
        Siete gritos, siete sangres,
        Siete adormideras dobles
        Quedaron opacas lunas
        En los oscuros salones.
        Lleno de manos cortadas
        Y coronitas de flores,
        El mar de los juramentos
        Resonaba no sé dónde.
        Y el cielo daba portazos
        Al brusco rumor del bosque,
        Mientras clamaban las luces
        En los altos corredores.
      Arriba

      Quiero bajar al pozo
        Quiero bajar al pozo,
        Quiero subir los muros de Granada,
        Para mirar el corazón pasado
        Por el punzón oscuro de las aguas.
        El niño herido gemía
        Con una corona de escarcha.
        Estanques, aljibes y fuentes
        Levantaban al aire sus espadas.
        ¡Ay, qué furia de amor, qué hiriente filo,
        Qué nocturno rumor, qué muerte blanca!
        ¡Qué desiertos de luz iban hundiendo
        Los arenales de la madrugada!
        El niño estaba solo
        Con la ciudad dormida en la garganta.
        Un surtidor que viene de los sueños
        Lo defiende del hambre de las algas.
        El niño y su agonía, frente a frente,
        Eran dos verdes lluvias enlazadas.
        El niño se tendía por la tierra
        Y su agonía se curvaba.
        Quiero bajar al pozo,
        Quiero morir mi muerte a bocanadas,
        Quiero llenar mi corazón de musgo,
        Para ver al herido por el agua.
      Arriba

      Quiero dormir el sueño de las manzanas
        Quiero dormir el sueño de las manzanas
        Alejarme del tumulto de los cementerios.
        Quiero dormir el sueño de aquel niño
        Que quería cortarse el corazón en alta mar.
        No quiero que me repitan que los muertos no pierden la sangre;
        Que la boca podrida sigue pidiendo agua.
        No quiero enterarme de los martirios que da la hierba,
        Ni de la luna con boca de serpiente
        Que trabaja antes del amanecer.
        Quiero dormir un rato,
        Un rato, un minuto, un siglo;
        Pero que todos sepan que no he muerto;
        Que haya un establo de oro en mis labios;
        Que soy un pequeño amigo del viento oeste;
        Que soy la sombra inmensa de mis lágrimas.
        Cúbreme por la aurora con un velo,
        Porque me arrojará puñados de hormigas,
        Y moja con agua dura mis zapatos
        Para que resbale la pinza de su alacrán.
        Porque quiero dormir el sueño de las manzanas
        Para aprender un llanto que me limpie de tierra;
        Porque quiero vivir con aquel niño oscuro
        Que quería cortarse el corazón en alta mar.
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      Sobre el monte pelado
        Sobre el monte pelado,
        Un calvario.
        Agua clara
        Y olivos centenarios.
        Por las callejas
        Hombres embozados,
        Y en las torres
        Veletas girando.
        Eternamente
        Girando.
        ¡Oh, pueblo perdido,
        En la Andalucía del llanto!
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      Tierra seca, tierra quieta
        Tierra seca,
        Tierra quieta
        De noches
        Inmensas.
        (Viento en el olivar,
        Viento en la sierra.)
        Tierra
        Vieja
        Del candil
        Y la pena.
        Tierra
        De las hondas cisternas.
        Tierra
        De la muerte sin ojos
        Y las flechas.
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      Tú nunca entenderás lo que te quiero
        Tú nunca entenderás lo que te quiero
        Porque duermes en mí y estás dormido.
        Yo te oculto llorando perseguido
        Por una voz de penetrante acero.
        Norma que agita igual carne y lucero
        Traspasa ya mi pecho dolorido
        Y las turbias palabras han mordido
        Las alas de tu espíritu severo.
        Grupo de gente salta en los jardines
        Esperando tu cuerpo y mi agonía
        En caballos de luz y verdes crines.
        Pero sigue durmiendo, vida mía.
        ¡Oye, mi sangre rota en los violines!
        ¡Mira que nos acechan todavía!
      Arriba

      Unas palabras
        Ofrezco en este libro, todo ardor juvenil y tortura,
        Y ambición sin medida, la imagen exacta de mis días
        De adolescencia y juventud, esos días que enlazan el instante
        De hoy con mi misma infancia reciente.
        En estas páginas desordenadas va el reflejo fiel de
        Mi corazón y de mi espíritu, teñido del matiz que les prestara,
        Al poseerlo, la vida palpitante en torno recién nacida para mi mirada.
        Sé hermana el nacimiento de cada una de estas poesías que tienes
        En tus manos, lector, al propio nacer de un brote nuevo del
        Árbol músico de mi vida en flor. Ruindad fuera el menospreciar
        De esta obra que tan enlazada está a mi propia vida.
        Sobre su incorrección, sobre su limitación segura, tendrá este libro la
        Virtud, entre otras muchas que yo advertido, de recordarme en todo
        Instante mi infancia apasionada correteando desnuda por las
        Praderas de una vega sobre un fondo de serranías.
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      Verde, que te quiero verde
        Verde, que te quiero verde.
        Verde viento. Verdes ramas.
        El barco sobre la mar
        Y el caballo en la montaña.
        Con la sombra en la cintura
        Ella sueña en su baranda,
        Verde carne, pelo verde,
        Con ojos de fría plata.
        Verde que te quiero verde.
        Bajo la luna gitana,
        Las cosas la están mirando
        Y ella no puede mirarlas.
        Verde, que te quiero verde.
        Grandes estrellas de escarcha
        Vienen con el pez de sombra
        Que abre el camino del alba.
        La higuera frota su viento
        Con la lija de sus ramas,
        Y el monte, gato garduño,
        Eriza sus pitas agrias.
        Pero, ¿quién vendrá? ¿Y por dónde?
        Ella sigue en su baranda,
        Verde carne, pelo verde,
        Sonando en la mar amarga.
        -Compadre, quiero cambiar
        Mi caballo por su casa,
        Mi montaña por su espejo,
        Mi cuchillo por su manta.
        Compadre, vengo sangrando,
        Desde los puertos de Cabra.
        -Si yo pudiera, mocito,
        Este trato se cerraba.
        Pero yo ya no soy yo
        Ni mi casa es ya mi casa.
        -Compadre, quiero morir
        Decentemente en mi cama.
        De acero, si puede ser,
        Con las sábanas de Holanda.
        ¿No ves la herida que tengo
        Desde el pecho a la garganta?
        -Trescientas rosas morenas
        Lleva tu pechera blanca.
        Tu sangre rezuma y huele
        Alrededor de tu faja.
        Pero yo ya no soy yo,
        Ni mi casa es ya mi casa.
        -Dejadme subir al menos
        Hasta las altas barandas,
        ¡Dejadme subir!, dejadme,
        Hasta las verdes barandas.
        Barandales de la luna
        Por donde retumba el agua.
        Ya suben los dos compadres
        Hacia las altas barandas.
        Dejando un rastro de sangre.
        Dejando un rastro de lágrimas.
        Temblaban en los tejados
        Farolillos de hojalata.
        Mil panderos de cristal
        Herían la madrugada.
        Verde, que te quiero verde,
        Verde viento, verdes ramas.
        Los dos compadres subieron.
        El largo viento dejaba
        En la boca un raro gusto
        De hiel, de menta y de albahaca.
        -¡Compadre! ¿Dónde está, dime,
        Dónde está tu niña amarga?
        ¡Cuántas veces te esperó!
        ¡Cuántas veces te esperara,
        Cara fresca, negro pelo,
        En esta verde baranda!
        Sobre el rostro del aljibe
        Se mecía la gitana.
        Verde carne, pelo verde,
        Con ojos de fría plata.
        Un carámbano de luna
        La sostiene sobre el agua.
        La noche se puso íntima
        Como una pequeña plaza.
        Guardias civiles borrachos
        En la puerta golpeaban.
        Verde, que te quiero verde.
        Verde viento. Verdes ramas.
        El barco sobre la mar.
        Y el caballo en la montaña.
      Arriba

      Verte desnuda es recordar la tierra
        Verte desnuda es recordar la tierra.
        La tierra lisa, limpia de caballos.
        La tierra sin un junco, forma pura
        Cerrada al porvenir: confín de plata.
        Verte desnuda es comprender el ansia
        De la lluvia que busca el débil talle,
        O la fiebre del mar de inmenso rostro
        Sin encontrar la luz de su mejilla.
        La sangre sonará por las alcobas
        Y vendrá con espadas fulgurantes,
        Pero tú no sabrás dónde se ocultan
        El corazón de sapo o la violeta.
        Tu vientre es una lucha de raíces,
        Tus labios son un alba sin contorno.
        Bajo las rosas tibias de la cama
        Los muertos gimen esperando turno.
      Arriba

      Vestida con mantos negros
        Vestida con mantos negros
        Piensa que el mundo es chiquito
        Y el corazón es inmenso.
        Vestida con mantos negros.
        Piensa que el suspiro tierno
        Y el grito, desaparecen
        En la corriente del viento.
        Vestida con mantos negros.
        Se dejó el balcón abierto
        Y el alba por el balcón
        Desembocó todo el cielo.
        ¡Ay ay ay ay ay ay,
        Qué vestida con mantos negros!
      Arriba

      Y que yo me la llevé al río
        Y que yo me la llevé al río
        Creyendo que era mozuela,
        Pero tenía marido.
        Fue la noche de Santiago
        Y casi por compromiso.
        Fue la noche de Santiago
        Y casi por compromiso.
        Se apagaron los faroles
        Y se encendieron los grillos.
        En las últimas esquinas
        Toqué sus pechos dormidos,
        Y se me abrieron de pronto
        Como ramos de jacintos.
        El almidón de su enagua
        Me sonaba en el oído
        Como una pieza de seda
        Rasgada por diez cuchillos.
        Sin luz de plata en sus copas
        Los árboles han crecido,
        Y un horizonte de perros
        Ladra muy lejos del río.
        Pasadas las zarzamoras,
        Los juncos y los espinos,
        Bajo su mata de pelo
        Hice un hoyo sobre el limo.
        Yo me quité la corbata.
        Ella se quitó el vestido.
        Yo, el cinturón con revólver.
        Ella, sus cuatro corpiños.
        Ni nardos ni caracolas
        Tienen el cutis tan fino,
        Ni los cristales con luna
        Relumbran con ese brillo.
        Sus muslos se me escapaban
        Como peces sorprendidos,
        La mitad llenos de lumbre,
        La mitad llenos de frío.
        Aquella noche corrí
        El mejor de los caminos,
        Montado en potra de nácar
        Sin bridas y sin estribos.
        No quiero decir, por hombre,
        Las cosas que ella me dijo.
        La luz del entendimiento
        Me hace ser muy comedido.
        Sucia de besos y arena,
        Yo me la llevé del río.
        Con el aire se batían
        Las espadas de los lirios.
        Me porté como quien soy.
        Como un gitano legítimo.
        La regalé un costurero
        Grande, de raso pajizo,
        Y no quise enamorarme
        Porque teniendo marido
        Me dijo que era mozuela
        Cuando la llevaba al río.
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      Yo no quiero más que una mano
        Yo no quiero más que una mano,
        Una mano herida, si es posible.
        Yo no quiero más que una mano,
        Aunque pase mil noches sin lecho.
        Sería un pálido lirio de cal,
        Sería una paloma amarrada a mi corazón,
        Sería el guardián que en la noche de mi tránsito
        Prohibiera en absoluto la entrada a la luna.
        Yo no quiero más que una mano
        Para los diarios aceites y la sábana blanca de mi agonía.
        Yo no quiero más que esa mano
        Para tener un ala de mi muerte.
        Lo demás todo pasa.
        Rubor sin nombre ya, astro perpetuo.
        Lo demás es lo otro; viento triste,
        Mientras las hojas huyen en bandadas.
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      Yo quiero que el agua se quede sin cauce
        Yo quiero que el agua se quede sin cauce,
        Yo quiero que el viento se quede sin valles.
        Quiero que la noche se quede sin ojos
        Y mi corazón sin flor del oro;
        Que los bueyes hablen con las grandes hojas
        Y que la lombriz se muera de sombra;
        Que brillen los dientes de la calavera
        Y los amarillos inunden la seda.
        Puedo ver el duelo de la noche herida
        Luchando enroscada con el mediodía.
        Resiste un ocaso de verde veneno
        Y los arcos rotos donde sufre el tiempo.
        Pero no ilumines tu limpio desnudo
        Como un negro cactus abierto en los juncos.
        Déjame en un ansia de oscuros planetas,
        Pero no me enseñes tu cintura fresca.
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