Julio Herrera Reissig

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    Información biográfica

  1. Amor sádico
  2. Bostezo de luz
  3. Bromuro
  4. Buen día
  5. Canícula
  6. Claroscuro
  7. Claroscuro (II)
  8. Consagración
  9. Decoración heráldica
  10. Desolación absurda
  11. Dominus vobiscum
  12. Ebriedad
  13. El abrazo pitagórico
  14. El alba
  15. El almuerzo
  16. El ama
  17. El ángelus
  18. El baño
  19. El burgo
  20. El canto de las horas
  21. El canto de los meses
  22. El consejo
  23. El cura
  24. El despertar
  25. El dintel de la vida
  26. El domingo
  27. El entierro
  28. El espejo
  29. El genio de los campos
  30. El guardabosque
  31. El labrador
  32. El monasterio
  33. El regreso
  34. El secreto
  35. El teatro de los humildes
  36. Epitalamio ancestral
  37. Exhalación suprema
  38. Éxtasis
  39. Fecundidad
  40. Fiat lux
  41. Fiesta popular de ultratumba
  42. Galantería ingenua
  43. Génesis
  44. Idealidad exótica
  45. Idilio
  46. Idilio espectral
  47. Iluminación campesina
  48. Invierno
  49. Julio
  50. La casa de Dios
  51. La casa de la montaña
  52. La cátedra
  53. La cena
  54. La dicha
  55. La escuela
  56. La estrella del destino
  57. La flauta
  58. La gran soirée de la elegancia. La danza de los meses y de las horas. Galanterías eternas
  59. La granja
  60. La huerta
  61. La iglesia
  62. La llavera
  63. La misa cándida
  64. La noche
  65. La procesión
  66. La siega
  67. La siesta
  68. La sombra dolorosa
  69. La velada
  70. La vendimia
  71. La vuelta de los campos
  72. La zampoña
  73. Las horas graves
  74. Las madres
  75. Llegada de los meses y de las horas
  76. Los carros
  77. Los perros
  78. Meridiano durmiente
  79. Naturaleza/a>
  80. Neurastenia
  81. Nirvana crepuscular
  82. Numen
  83. Otoño
  84. Panteo
  85. Recepción instrumental del gran polígloto Orfeo
  86. Su majestad el tiempo
  87. Terminación de la fiesta. Despedidas y quejas. Llueve. Desfile de la concurrencia
  88. Tertulia lunática



Información biográfica

    Nombre: Julio Herrera y Reissig
    Lugar y fecha nacimiento: Montevideo, Uruguay, 9 de enero de 1875
    Lugar y fecha defunción: Montevideo, Uruguay, 9 de marzo de 1910 (35 años)
    Ocupación: Escritor, poeta
    Movimiento: Romanticismo tardío, vanguardia modernista

Su primer poema (Miraje, 1898) tuvo muy buena recepción. Samuel Blixen, destacado crítico literario, le elogia y le motiva a seguir componiendo. Este crítico de gran prestigio diría "He aquí una valiosa primicia: es la revelación de un poeta de veinte años, que lleva sobre sus hombros juveniles el peso de un hombre y de un apellido muy sonados en la historia de este país".

Fuente: Wikipedia [Julio Herrera y Reissig]

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    Amor sádico
      Ya no te amaba, sin dejar por eso
      De amar la sombra de tu amor distante.
      Ya no te amaba, y sin embargo el beso
      De la repulsa nos unió un instante...

      Agrio placer y bárbaro embeleso
      Crispó mi faz, me demudó el semblante.
      Ya no te amaba, y me turbé, no obstante,
      Como una virgen en un bosque espeso.

      Y ya perdida para siempre, al verte
      Anochecer en el eterno luto,
      -Mudo el amor, el corazón inerte-,

      Huraño, atroz, inexorable, hirsuto...
      ¡Jamás viví como en aquella muerte,
      Nunca te amé como en aquel minuto!
    Arriba

    Bostezo de luz
      Cien fugas de agua viva rezan a la discreta
      Ventura de los campos sin lábaro y sin tronos.
      El incienso sulfúrico que arde por los abonos,
      Se hermana a los salobres yodos de la caleta...

      Con sus densos perfiles y sus abruptos conos,
      A lo lejos, la abstracta serranía concreta
      Una como dormida tormenta violeta
      Que el crepúsculo prisma de enigmáticos tonos.

      Silencio. Un gran silencio que anestesia y que embruja,
      Y una supersticiosa soledad de Cartuja.
      Ripian en la plazuela, sobre el único banco,

      El señor del Castillo con su galgo y su rifle...
      Y allá en la carretera, que abre un bostezo blanco,
      Se duerme la tartana lerda del mercachifle.
    Arriba

    Bromuro
      Burlando con frecuencia el vasallaje
      De la tutela familiar en juego,
      Nos dimos citas, a favor del ciego
      Azar, en el jardín, tras el follaje...

      Frufrutó de aventura tu aéreo traje,
      Sugestivo de aromas y de espliego...
      Y evaporada entre mis brazos, luego,
      Soñaste mundos de arrebol y encaje...

      Libres de la zozobra momentánea
      -Sin recelarnos de emergencia alguna-
      En los breves silencios, oportuna

      Te abandonabas a mi fe espontánea;
      Y sobre un muro, al trascender, la luna
      Nos denunciaba en frágil instantánea.
    Arriba

    Buen día
      "Do re mi fa" de un piano de vidrio en el follaje...
      Regálase la brisa de un sacro olor a hinojos;
      Y protegiendo el dulce descanso del villaje
      Vela el paterno cielo con un billón de ojos...

      Lumbres en la montaña vuelcan sobre el paisaje
      Claroscuros cromáticos y vagos infra-rojos;
      Pulula en monosílabos crescendos un salvaje
      Rumor de insectos; ladran perros en los rastrojos.

      De súbito, el sereno, en trasnochado canto,
      Pregona: "¡Son las cinco!" Tal como por encanto,
      De gárrulas comadres y vírgenes curiosas

      Reviven los umbrales; y noche todavía,
      Cruzan de boca en boca los ingenuos "buen día"
      Como hilos de alegre rocío entre las rosas.
    Arriba

    Canícula
      Labora la coqueta falange rusticana
      Que se prepara el sábado para lucir en misa.
      Zumba la pedrería musical siempre a prisa,
      De la colmena. Un grillo cri-cra entre la ventana...

      La tarde suda fuego. No cesa la roldana...
      La gente en los sembrados anda esta vez remisa,
      Y hasta la dócil yunta, al aguijón sumisa,
      Obedece, por cierto, que de muy mala gana.

      Holgando breves horas en la estación que enerva,
      Zagales y zagalas se unen sobre la hierba...
      Ellas descuidan blancas florescencias carnales,

      Que muestran, aguas puras, su interior sin mancilla...
      Cantan, juegan; y todos son un alma sencilla,
      Tal como en las desnudas épocas fraternales.
    Arriba

    Claroscuro (I)
      En el dintel del cielo llamó por fin la esquila.
      Tumban las carrasqueñas voces de los arrieros
      Que el eco multiplica por cien riscos y oteros,
      Donde laten bandadas de pañuelos en fila...

      El humo de las chozas sube en el aire lila;
      Las vacas maternales ganan por los senderos;
      Y al hombro sus alforjas, leñadores austeros,
      Tornan su gesto opaco a la tarde tranquila...

      Cerca del Cementerio -más allá de las granjas-,
      El crepúsculo ha puesto largos toques naranjas.
      Almizclan una abuela paz de las Escrituras

      Los vahos que trascienden a vacunos y cerdos...
      Y palomas violetas salen como recuerdos
      De las viejas paredes arrugadas y oscuras.
    Arriba

    Claroscuro (II)
      Son campos solariegos... Tal vez, ¡ay! ese muro
      Algún idilio trágico en su orfandad recuerde,
      Y la hiedra misántropa que su mármol remuerde,
      Dio sombra al gran Virgilio o a Lamartine tan puro.

      El viejo caserío, chato, de aspecto duro,
      Allá en los accidentes, sonámbulo, se pierde;
      Y la pradera huraña mira, en éxtasis verde,
      Al monte que en el cielo enfosca un gesto oscuro.

      La siembra su chillona, rústica pompa viste
      En pañuelos pictóricos, que van hasta los cerros,
      Bordados de hortalizas, de lino, mies y alpiste...

      Y en tanto, entre las roncas alarmas de los perros,
      El tren se hunde en el túnel, como un ciclón de fierros,
      El llanto de una gaita vuelve la tarde triste.
    Arriba

    Consagración
      Surgió tu blanca majestad de raso,
      Toda sueño y fulgor, en la espesura;
      Y era en vez de mi mano -atenta al caso-
      Mi alma quien oprimía tu cintura...

      De procaces sulfatos, una impura
      Fragancia conspiraba a nuestro paso,
      En tanto que propicio a tu aventura
      Llenóse de amapolas el ocaso.

      Pálida de inquietud y casto asombro,
      Tu frente declinó sobre mi hombro...
      Uniéndome a tu ser, con suave impulso,

      Al fin de mi especioso simulacro,
      De un largo beso te apuré convulso
      ¡Hasta las heces, como un vino sacro!
    Arriba

    Decoración heráldica
      Señora de mis pobres homenajes.
      Débote siempre amar aunque me ultrajes.

      Góngora.

      Soñé que te encontrabas junto al muro
      Glacial donde termina la existencia,
      Paseando tu magnífica opulencia
      De doloroso terciopelo oscuro.

      Tu pie, decoro del marfil más puro,
      Hería, con satánica inclemencia,
      Las pobres almas, llenas de paciencia,
      Que aún se brindaban a tu amor perjuro.

      Mi dulce amor que sigue sin sosiego,
      Igual que un triste corderito ciego,
      La huella perfumada de tu sombra,

      Buscó el suplicio de tu regio yugo,
      Y bajo el raso de tu pie verdugo
      Puse mi esclavo corazón de alfombra.
    Arriba

    Desolación absurda
      "Je serai ton cercuil,
      Aimable pestilence!"


      Noche de tenues suspiros
      Platónicamente ilesos:
      Vuelan bandadas de besos
      Y parejas de suspiros;
      Ebrios de amor los céfiros
      Hinchan su leve plumón,
      Y los sauces en montón
      Obseden los camalotes
      Como torvos hugonotes
      De una muda emigración.

      Es la divina hora azul
      En que cruza el meteoro,
      Como metáfora de oro
      Por un gran cerebro azul.
      Una encantada Estambul
      Surge de tu guardapelo,
      Y llevan su desconsuelo
      Hacia vagos ostracismos,
      Floridos sonambulismos
      Y adioses de terciopelo.

      En este instante de esplín,
      Mi cerebro es como un piano
      Donde un aire vagneriano
      Toca el loco del esplín.
      En el lírico festín
      De la ontológica altura,
      Muestra la luna su dura
      Calavera torva y seca,
      Y hace una rígida mueca
      Con su mandíbula oscura.

      El mar, como gran anciano,
      Lleno de arrugas y canas,
      Junto a las playas lejanas
      Tiene rezongos de anciano.
      Hay en acecho una mano
      Dentro del tembladeral;
      Y la supersustancial
      Vía láctea se me finge
      La osamenta de una Esfinge
      Dispersada en un erial.

      Cantando la tartamuda
      Frase de oro de una flauta,
      Recorre el eco su pauta
      De música tartamuda.
      El entrecejo de Buda,
      Hinca el barranco sombrío,
      Abre un bostezo de hastío
      La perezosa campaña,
      Y el molino es una araña
      Que se agita en el vacío.

      Deja que incline mi frente
      En tu frente subjetiva,
      En la enferma sensitiva
      Media luna de tu frente;
      Que en la copa decadente
      De tu pupila profunda
      Beba el alma vagabunda
      Que me da ciencias astrales,
      En las horas espectrales
      De mi vida moribunda.

      Deja que rime unos sueños
      En tu rostro de gardenia,
      Hada de la neurastenia,
      Trágica luz de mis sueños.
      Mercadera de beleños,
      Llévame al mundo que encanta:
      Soy el genio de Atalanta
      Que en sus delirios evoca
      El ecuador de tu boca
      Y el polo de tu garganta.

      Con el alma hecha pedazos,
      Tengo un Calvario en el mundo;
      Amo y soy un moribundo,
      Tengo el alma hecha pedazos:
      Cruz me deparan tus brazos,
      Hiel tus lágrimas salinas,
      Tus diestras uñas espinas,
      Y dos clavos luminosos
      Los aleonados y briosos
      Ojos con que me fascinas.

      Oh mariposa nocturna
      De mi lámpara suicida,
      Alma caduca y torcida,
      Evanescencia nocturna;
      Linfática taciturna
      De mi Nirvana opioso,
      En tu mirar sigiloso
      Me espeluzna tu erotismo
      Que es la pasión del abismo
      Por el Ángel Tenebroso.

      (Es media noche). Las ranas
      Torturan su acordeón
      Un "piano" de Mendelssohn
      Que es un gemido de ranas;
      Habla de cosas lejanas
      Un clamoreo sutil;
      Y con aire acrobatil,
      Bajo la inquieta laguna,
      Hace piruetas la luna
      Sobre una red de marfil.

      Juega el viento perfumado,
      Con los pétalos que arranca,
      Una partida muy blanca
      De un ajedrez perfumado;
      Pliega el arroyo en el prado
      Su abanico de cristal,
      Y genialmente anormal
      Finge el monte a la distancia
      Una gran protuberancia
      Del cerebro universal.

      Vengo a ti, serpiente de ojos
      Que hunden crímenes amenos,
      La de los siete venenos
      En el iris de sus ojos;
      Beberán tus llantos rojos
      Mis estertores acerbos,
      Mientras los fúnebres cuervos,
      Reyes de las sepulturas,
      Velan como almas oscuras
      De atormentados protervos.

      Tú eres póstuma y marchita
      Misteriosa flor erótica,
      Miliunanochesca, hipnótica,
      Flor de Estigia acre y marchita;
      Tú eres absurda y maldita,
      Desterrada del Placer,
      La paradoja del ser
      En el borrón de la Nada,
      Una hurí desesperada
      Del harem de Baudelaire.

      Ven... Declina tu cabeza
      De honda noche delincuente
      Sobre mi tétrica frente,
      Sobre mi aciaga cabeza;
      Deje su indócil rareza
      Tu numen desolador,
      Que en el drama inmolador
      De nuestros mudos abrazos
      Yo te abriré con mis brazos
      Un paréntesis de amor.
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    Dominus vobiscum
      Bosteza el buen Domingo, zángano de semana...
      El trapero del burgo ronda las callejuelas;
      Y enluta el Seminario, en dos sordas estelas,
      Su desfile simétrico, de una misma sotana.

      Junto a la fuente, donde chocan sus castañuelas
      Los sapos, el "elenco" debuta en la tartana;
      Y beato, sobre tantas mansedumbres abuelas,
      El cielo inclina un gesto de bendición cristiana.

      Dos turistas, muñecos rubios de rostro inmóvil,
      Maniobran la visita de un fogoso automóvil...
      Con su lente y sus frascos y su equipo de viaje,

      Investiga el zootécnico, profesor de lombrices,
      Y a su vera, dos chicos, en un gesto salvaje,
      Atisban, con los húmedos dedos en las narices.
    Arriba

    Ebriedad
      Apurando la cena de aceitunas y nueces,
      Luth y Cloe se cambian una tersa caricia;
      Beben luego en el hoyo de la mano, tres veces,
      El agua azul que el cielo dio a la estación propicia.

      Del corpiño indiscreto, con ingenua malicia,
      Ella deja que alumbren púberas redondeces.
      Y mientras Luth en éxtasis gusta sus embriagueces,
      Cloe los bucles pálidos del amante acaricia.

      Anochece. Una bruma violeta hace vagos
      El aprisco y la torre, la montaña y los lagos...
      Sofocados de dicha, de fragancias y trinos,

      Ella calla y apenas él suspírala: ¡Oh, Cloe!
      ¡Mas de pronto se abrazan al sentir que un oboe
      Interpreta fielmente sus silencios divinos!
    Arriba

    El abrazo pitagórico
      Bajo la madreselva que en la reja
      Filtró su encaje de verdor maduro,
      Me perturbaba en el claroscuro
      De la ilusión, en la glorieta añeja...

      Cristalizaba un pájaro su queja...
      Y entre el húmedo incienso de sulfuro
      La luna de ámbar destacó al bromuro
      El caserío de rosada teja...

      ¡Oh, Sumo Genio de las cosas! Todo
      Tenía un canto, una sonrisa, un modo...
      Un rapto azul de amor, o Dios, quién sabe,

      Nos sumó a modo de una doble ola,
      Y en forma de "uno", en una sombra sola,
      Los dos crecimos en la noche grave...
    Arriba

    El alba
      Humean en la vieja cocina hospitalaria
      Los rústicos candiles... Madrugadora leña
      Infunde una sabrosa fragancia lugareña;
      Y el desayuno mima la vocación agraria...

      Rebota en los collados la grita rutinaria
      Del boyero que a ratos deja la yunta y sueña...
      Filis prepara el huso. Tetis, mientras ordeña,
      Ofrece a Dios la leche blanca de su plegaria.

      Acongojando el valle con sus beatos nocturnos,
      Salen de los establos, lentos y taciturnos,
      Los ganados. La joven brisa se despereza...

      Y como una pastora, en piadoso desvelo,
      Con sus ojos de bruma, de una dulce pereza,
      El Alba mira en éxtasis las estrellas del cielo.
    Arriba

    El almuerzo
      Llovió. Trisca a lo lejos un sol convaleciente,
      Haciendo entre las piedras brotar una alimaña
      Y al son de los compactos resuellos del torrente,
      Con áspera sonrisa palpita la campaña...

      Rumia en el precipicio una cabra pendiente;
      Una ternera rubia salta entre la maraña,
      Y el cielo campesino contempla ingenuamente
      La arruga pensativa que tiene la montaña.

      Sobre el tronco enastado de un abeto de nieve,
      Ha rato que se aman Damócaris y Hebe;
      Uno con su cayado reanima las pavesas,

      Otro distrae el ocio con pláticas sencillas...
      Y de la misma hortera comen higos y fresas,
      Manjares que la Dicha sazona en sus rodillas.
    Arriba

    El ama
      Erudita en lejías, doctora en la compota
      Y loro en los esdrújulos latines de la misa,
      Tan ágil viste un santo, que zurce una camisa,
      En medio de una impávida circunstancia devota...

      Por cuanto el señor cura es más que un hombre, flota
      En el naufragio unánime su continencia lisa...
      Y un tanto regañona, es a la vez sumisa,
      Con los cincuenta inviernos largos de su derrota.

      Hada del gallinero. Genio de la despensa.
      Ella en el paraíso fía la recompensa...
      Cuando alegran sus vinos, el vicario la engríe

      Ajustándole en chanza las pomposas casullas...
      Y en sus manos canónicas, golondrinas y grullas
      Comulgan los recortes de las hostias que fríe.
    Arriba

    El ángelus
      Salpica, se abre, humea, como la carne herida,
      Bajo el fecundo tajo, la palpitante gleba;
      Al ritmo de la yunta tiembla la corva esteva,
      Y el vientre del terruño se despedaza en vida.

      Ímproba y larga ha sido como nunca la prueba...
      La mujer, que afanosa preparó la comida,
      En procura del amo viene como abstraída,
      Dando al pequeño el tibio, dulce licor que nieva.

      De pronto, a la campana, todo el valle responde:
      La madre de rodillas su casto seno esconde;
      Detiénese el labriego y se descubre, y arde

      Su mirada en la súplica de piadosos consejos...
      Tórnanse al campanario los bueyes. A lo lejos
      El estruendo del río emociona la tarde.
    Arriba

    El baño
      Entre sauces que velan una anciana casuca,
      Donde se desvistieran devorando la risa,
      Hacia el lago, Foloe, Safo y Ceres, de prisa
      Se adelantan en medio de la tarde caduca.

      Atreve un pie Foloe, bautizase la nuca,
      Y ante el espejo de ámbar arróbase indecisa;
      Meneando el talle, Safo respinga su camisa
      Y corre, mientras Ceres gatea y se acurruca...

      Después de agrias posturas y esperezos felinos,
      Gimiendo un ¡ay! glorioso se abrazan a las ondas,
      Que críspanse con lúbricos espasmos masculinos...

      Mientras, ante el misterio de sus gracias redondas,
      Loth, Febo y David, púdicos tanto como ladinos,
      Las contemplan y pálidos huyen entre las frondas.
    Arriba

    El burgo
      Junto al cielo en la cumbre de una sierra lampiña,
      Tal como descansando de la marcha, se sienta
      El burgo, con su iglesia, su molino y su venta,
      En medio a un estridente mosaico de campiña.

      Regálase de oxígeno, de nuez sana y de piña...
      Rige chillonamente gitana vestimenta:
      Chales de siembra, rosas y una carga opulenta
      De ágatas, lapislázulis y collares de viña.

      Naturaleza pródiga lo embriaga de altruismo;
      El campo es su filósofo, su ley el catecismo.
      Fieramente embutido en sus costumbres hoscas,

      Por vanidad ni gloria mundanas se encapricha;
      Tan cerca está del cielo que goza de su dicha,
      Y se duerme al narcótico zumbido de las moscas...
    Arriba

    El canto de las horas
      Aramís ordena que los doce Meses
      Formen en la rueda con las doce Horas.
      Las Horas sonríen; los doce Condeses
      Hacen reverencias para las señoras.

      (Beaumarchais se acerca. La Vallière saluda,
      La Chevreuse camina, Maintenon se sienta;
      Sévigné pasea su espalda desnuda,
      Mientras Guiche sonriendo su pasión le cuenta).

      Luis, Rey de primores, en un grupo alterna,
      Dando a sus palabras caprichosos giros;
      (Las enamoradas de su linda pierna
      Le brindan miradas, risas y suspiros).

      Comienza la danza. Sus divinos vuelos
      Emprenden las Horas: un iris de seda
      Se cierne en la nube de los terciopelos,
      Y en mágica urdimbre de flores se enreda.

      Avispas de raros metales parecen,
      Que cercan zumbando divinos panales,
      Y raudas estrellas que saltan y crecen,
      Siguiendo los ritmos de mil madrigales.

      Prosigue la danza. Su baile ligero
      Emprenden los Meses: una cabalgata
      De arqueros celestes cruza el abejero
      De tacos bordados y hebillas de plata.

      Parecen falenas de volar extraño.
      Bellos sagitarios de la diosa Iris,
      Los doce Condeses del Reino del Año
      Que rigen las riendas del potro de Osiris.

      El viejo Patriarca
      Que todo lo abarca
      Se riza la barba de príncipe asirio;
      Su nívea cabeza parece un gran lirio,
      Su nívea cabeza de viejo Patriarca

      Aramís ordena que las danzarinas
      Cuenten sus historias. La orquesta acompaña.
      (El Rey Luis escucha, tras unas cortinas,
      El rondó de espuma del vino champaña).

      La menor, la Una, canta la primera:
      "Yo he nacido en Grecia, yo he nacido en Nubia:
      Yo soy negra y blanca, triste o hechicera;
      Mi cabeza es negra, mi cabeza es rubia."

      "Los insomnios tristes son de mis imperios,
      Y mis ojos queman con mirar profundo;
      Soy la negra bruja de los cementerios,
      La querida ardiente que ilumina el Mundo."

      "Soy la Una, una nocturnal sombría
      Hija de la noche, maga de la Luna;
      Soy la Una, una lámpara del Día,
      Soy la negra Una, soy la blanca Una."

      La Dos: "Soy la hermana de la buena hermana
      Que contó su historias, y una es nuestra vida;
      El sultán del Día me nombró sultana;
      El cafre nocturno me hizo su querida."

      La Tres: "Soy el hada que sus oros labra
      En la adamantina villa de los astros,
      Y que adora al negro, raro, abracadabra
      Que por donde pasa deja negros rastros."

      La Cuatro: "Yo brillo cuando en los Estíos
      El Sol llega a Piscis y en Piscis se escuda;
      Yo beso y despierto los tiernos rocíos;
      Yo brillo en Enero cuando el Sol madruga."

      La Cinco: "Yo luzco, toda engalanada,
      Al pie del Castillo de prismas aéreos;
      Yo aclaro, yo azulo la inmensa mirada
      De los Capricornios y Acuarios etéreos."

      La Seis: "Soy el cisne del parque de Urano.
      Yo las Primaveras del azul enfloro;
      Yo pinto la mitra del Mago Verano.
      Y escribo en el cielo madrigales de oro."

      La Siete: "Yo ostento rodelas y tiaras
      De reyes del regio país Fantasía;
      Yo enseño brocados y túnicas raras,
      Yo soy la mimosa del Reino del Día."

      La Ocho: "Yo estrello con blancas avispas,
      De la bruja noche la oscura caverna;
      Yo soplo en la fragua de Dios, y mil chispas
      Bailan en el cielo la gavota eterna."

      La Nueve, la Diez y la Once. —Coro—
      "Nosotras amamos la sombra y la lumbre;
      Reinas de azabache, codiciamos oro:
      Somos alegría; somos pesadumbre."

      Canta al fin la Doce: "Mi pupila ardiente
      Mira siempre fijo: mi pupila abrasa:
      Soy la más amante, soy la más vehemente,
      Soy la que atraviesa, soy la que traspasa.

      "Soy la silenciaria, la de negras alas,
      La trasnochadora que las almas roe,
      La que tiene el brillo de las luces malas
      En que se inspiraron Baudelaire y Poe.

      "El gato que vela y el ave nocturna
      Tienen mis siniestras vagas harmonías.
      Soy la que no duerme, soy la taciturna,
      Y mis ojos brillan las alevosías.

      "Soy la que levanta las heladas losas,
      La de los puñales, la de los secretos;
      La de las macabras dentro de las fosas,
      La que cena y baila con los esqueletos.

      "Richepin y Huysmans, los ebrios divinos,
      Me eligieron diosa de sus borracheras;
      Maeterlinck y Wilde y otros peregrinos,
      Me llamaron Reina de sus calaveras.

      "Soy la Doce blanca: soy la Doce negra;
      Soy tristeza y sombra, resplandor y goce:
      La que todo abate, la que todo alegra:
      Soy la blanca Doce; soy la negra Doce".

      Un coro de aplausos atruena el espacio.
      (Richelieu sonriendo se acerca a una dama).
      Pajes con bandejas llenan el palacio.
      (Molière por un beso vende un epigrama).

      Resuenan los coros: "Amemos al Viejo Patriarca,
      Que todo lo abarca;
      Su frente de viejo ermitaño
      Parece el desierto de todo lo antaño;
      En ella han carpido la hora y el año,
      Lo siempre empezado, lo siempre concluso,
      Lo vago, lo ignoto, lo iluso, lo extraño,
      Lo extraño y lo iluso".
    Arriba

    El canto de los meses
      Aramís ordena que los danzarines
      Cuenten sus historias. (Comienza el andante;
      Gimen los oboes, lloran los violines.
      "Rabelais se ríe de un cuento picante").

      (Cien pajes anuncian: "Monsieur Sagitario,
      Madame Virgo y Taurus con un unicornio;
      Géminis y Cáncer, Piscis, Leo, Acuario,
      Escorpión y Aries, Libra y Capricornio").

      Un pueblo de estrellas sus brillos expande;
      La orquesta derrama torrentes de notas.
      (Entran Quasimodo, Federico el Grande,
      Y el rey Pulgarcillo con sus grandes botas).

      Canta el Rey Enero de circuncisiones,
      De pascuas alegres, de reyes, de heraldos.
      (Llueve blancos lirios, felicitaciones;
      Confites, muñecos, ramos y aguinaldos).

      Liliput envía castañas de nieve,
      Gulliver regala cartuchos de enanos;
      El gorro de Enero golosinas llueve,
      (Se besan las bocas, se juntan las manos).

      Febrero el alegre canta y payasea
      Canciones borrachas, ebrias cavatinas.
      (Arlequín solloza, Clown carnavalea;
      Mil pierrots se abrazan con sus colombinas).

      Entra el Rey de Kioto con frac de adúcar.
      Baco está dormido y un bufón lo roba;
      Cenicienta muerde sus botas de azúcar;
      (Napoleón es Jockey de un palo de escoba).

      Se anuncian Tom-Pouce. Montados en cebras,
      Entran saludando Narciso y Pepino.
      (Llueve cascabeles, diablos y culebras,
      Botellas, harinas y afiches de vino).

      Marzo, Rey de Ayuno, canta la plegaria
      De todas las témporas, hambres y abstinencias.
      (Se ven: una ermita triste y solitaria,
      Fray en la garita de las penitencias).

      Entra el Rey Otoño, de gris adornado,
      Muy pálido y triste. (Llueve agua bendita);
      El Otoño quiere llorar un pecado,
      Y habla con el fraile que está en la garita.

      "Cortaos el verde cabello" —le dice
      El fraile al oído fingiendo congojas.
      (Mueren Julia, Elena, Flora, Cleo y Bice)
      Los árboles llueven su lluvia de hojas.

      Los árboles lloran su calvicie blanca;
      El Otoño llora; (llueve agua bendita).
      El Coiffeur aéreo las hojas arranca.
      (Llora la campana de la triste ermita).

      Abril, el sagrado Rey de los olivos,
      Canta el Evangelio de las buenas almas,
      (Lucen en el ara los corderos vivos;
      Se agitan pañuelos, túnicas y palmas).

      Abril, el sagrado Rey de los Calvarios,
      Canta de suplicios y llagas divinas;
      (Los frailes rezongan Patres y rosarios,
      Y llueve vinagre, sudores y espinas).

      Abril, el sagrado Rey de los rituales,
      Entona maitines de notas opacas;
      (De pronto anochecen los claros vidriales,
      Se apagan los lirios, ladran las matracas).

      El Rey Abril canta de Resurrecciones,
      De la alegre danza de los incensarios;
      (Las misas cantadas gritan sus canciones,
      Y laten los pechos de los Campanarios).

      El Rey Abril canta su alegría suma,
      Llamando a los fieles para sus convites;
      (Las campanas bailan, el incienso fuma:
      Llueve cera, cohetes, flores y confites).

      Mayo, el caminante de la buena ruta,
      Canta los rastrillos, la sierra y el zoclo.
      (San José fabrica trenzas de viruta;
      San Isidro peina sus barbas de choclo).

      Junio, Rey de estufas, canta los rondeles
      Que hacen cuando bailan, los raudos patines,
      (Entra el rey Invierno, vestido de pieles,
      Con blanco paraguas y blancos botines).

      Junio, el Rey más blanco de los doce Meses,
      Canta el aleluya de los reyes místicos:
      (Llueven lenguas rojas los Pentecosteses;
      Corpus Christi llueve panes eucarísticos).

      Junio, el Rey más blanco, blanco néctar bebe;
      Bebe blanca nieve; nieva blanca harina;
      Toma blancas hostias; llueve leve nieve;
      Canta las nevadas de la fe divina.

      El monarca Julio canta las concordias
      De las caridades y visitaciones.
      (San Vicente llora sus misericordias,
      Y la Virgen llora sus revelaciones).

      Agosto, el furioso Rey de turbulencias,
      Canta la sonata de los huracanes.
      (Los ángeles juegan a las indulgencias:
      Santa Rosa llora llanto de volcanes).

      El joven Setiembre trina las canciones
      Que hablan de bohemias, flores y zagalas;
      Que hablan de los bailes de los corazones,
      Y los cuchicheos de las colegialas.

      Setiembre, el mimado de las reinas rosas,
      Echa en su casaca mágicos olores;
      (Llora el Arco Iris flores, mariposas.
      Ríe Primavera, ríen los amores).

      Ríen los amores, ríe Primavera;
      (Llueve mariposas, flores peregrinas)
      Los amores ríen en su real litera
      Llevada por hadas y por golondrinas.

      Octubre, el Rey dandi, canta de las blondas
      Que en el aire dejan dulce de fragancia.
      Del beso que ritman las formas redondas
      Que atesoran opios y magias de Francia.

      Noviembre se signa y hace funerales,
      Y responsos mudos, de mudos misterios:
      Noviembre es el mudo de los carnavales,
      De los carnavales de los cementerios.

      Noviembre, el Rey Negro del ceño fruncido,
      Canta los lamentos de una viuda alouette;
      A todos los santos les hace un cumplido,
      Cuando no lo espía Madame Squelette.

      Noviembre a quien aman las negras Gorgonas,
      Es Rey de cipreses y de golondrinas.
      (Las bellas floristas le labran coronas;
      Los sepultureros le piden propinas).

      Diciembre, el rey Fauno, canta barcarolas
      Que elogian los raptos de blancas primicias,
      Que hacen en la playa las lúbricas olas
      Babeadas de besos y suaves caricias.

      Diciembre el ardiente canta el ritornelo
      De blancas Kermesses y fiestas del río
      (Llueve brin, zaraza, sudores y hielo.
      Vestido de rojo penetra el Estío).

      Diciembre el ardiente sus pasiones narra,
      Y habla de indiscretos, suaves esperezos.
      (Pulsa su bordona la inquieta cigarra,
      Y el grillo armoniza collares de rezos).

      Diciembre, el alegre Rey de nacimientos,
      Habla de pesebres, bueyes y cayados
      (Los abuelos cuentan sus más lindos cuentos,
      Y llueve pan dulce, castañas y helados).

      Alegres saludos y aplausos corteses
      Vibran en los aires. (Una bella hazaña
      Cuenta un duque. Ríen, amables, los Meses
      Haciéndole gracias al noble Champaña).

      Resuenan los Coros:

      "Amemos al viejo Patriarca
      Que todo lo abarca;
      Su pálida frente es un mapa confuso;
      La abultan montañas de hueso
      Que forman lo raro, lo inmenso, lo espeso,
      De todos los siglos del tiempo difuso".
    Arriba

    El consejo
      El astrónomo, el vate y el mentor se han reunido...
      La montaña recoge la polémica agreste;
      Y en el aire sonoro de campana celeste,
      Las tres voces retumban como un solo latido.

      Conjeturan fiebrosos del principio escondido...
      Luego el mago predice la miseria y la peste;
      El poeta improvisa, mientras, vuelto al Oeste,
      El astrónomo anuncia que en Hispania ha llovido.

      Ebrios de la divina majestad del tramonto,
      Los discursos se agravan... Es ya noche. De pronto,
      Arde en fuga una estrella... interrogan sus rastros

      Cual mil ojos abiertos al Enigma Infinito:
      Se hace triple el silencio del consejo erudito...
      Dedos entre la sombra se alzan hacia los astros.
    Arriba

    El cura
      Es el Cura... Lo han visto las crestas silenciarías,
      Luchando de rodillas con todos los reveses,
      Salvar en pleno invierno los riesgos montañeses
      O trasponer de noche las rutas solitarias.

      De su mano propicia, que hace crecer las mieses,
      Saltan como sortijas gracias involuntarias;
      Y en su asno taumaturgo de indulgencias plenarias,
      Hasta el umbral del cielo lleva a sus feligreses...

      El pase del hisopo al zueco y la guadaña;
      Él ordeña la pródiga ubre de su montaña
      Para encender con oros el pobre altar de pino;

      De sus sermones fluyen suspiros de albahaca;
      El único pecado que tiene es un sobrino...
      Y su piedad humilde lame como una vaca.
    Arriba

    El despertar
      Alisia y Cloris abren de par en par la puerta
      Y torpes, con el dorso de la mano haragana,
      Restréganse los húmedos ojos de lumbre incierta,
      Por donde huyen los últimos sueños de la mañana...

      La inocencia del día se lava en la fontana,
      El arado en el surco vagaroso despierta
      Y en torno de la casa rectoral, la sotana
      Del cura se pasea gravemente en la huerta...

      Todo suspira y ríe. La placidez remota
      De la montaña sueña celestiales rutinas.
      El esquilón repite siempre su misma nota

      De grillo de las cándidas églogas matutinas.
      Y hacia la aurora sesgan agudas golondrinas
      Como flechas perdidas de la noche en derrota.
    Arriba

    El dintel de la vida
      ¡Oh, la brega que jacta de viruta y de pieles!...
      Las espesas comadres mascan livianas prosas;
      Y en proverbiales éxodos, promiscuan las jocosas
      Diligencias, su carga, bajo los cascabeles...

      ¡Ah, dicha analfabeta sin resabios, ni hieles!
      El rudo pan del Cielo sabe a tomillo y rosas.
      ¡Ah, bañarse en la atónita desnudez de las cosas
      Y morir en los brazos de la buena Cibeles!

      ¡Oh, mañana inefable de la Vida! ¡Oh, la franca
      Risa como de leche de la conciencia blanca!
      Ante el alba inocente -no bien la noche fuga-

      Se abre, entre la yerba viciosa de sus calles,
      La dulce aldea: blanca violeta de los valles,
      Siempre dichosa y siempre buena porque madruga.
    Arriba

    El domingo
      Te anuncia un ecuménico amasijo de hogaza,
      Que el instinto del gato incuba antes que el horno.
      La grey que se empavesa de sacrílego adorno
      Te sustancia en un módico pavo real de zaraza...

      Un rezongo de abejas beatifica y solaza
      Tu sopor, que no turban ni la rueca ni el torno...
      Tú irritas a los sapos líricos del contorno;
      Y plebeyo te insulta doble sol en la plaza...

      ¡Oh domingo! La infancia de espíritu te sueña,
      Y el pobre mendicante que es el que más te ordeña...
      Tu genio bueno a todos cura de los ayunos,

      La Misa te prestigia con insignes vocablos,
      ¡Y te bendice el beato rumiar de los vacunos
      Que sueñan en el tímido Bethlem de los establos!...
    Arriba

    El entierro
      Cuatro rudos gañanes, sobre el hombro herculoso
      Sustentan el humilde féretro descubierto.
      El cura ronca el salmo del eterno reposo,
      Y redobla la esquila desde el valle hasta el huerto.

      Las melenas volcadas de dolor, con incierto
      Ritmo tardo y solemne adelantan al foso...
      Y los torvos ancianos, con la vista en el muerto,
      Se arrodillan en medio de un silencio espantoso.

      "Adiós, alma bendita, paloma de los cielos",
      Reza el cura. Y unánimes desdoblan los pañuelos...
      Por fin, sobre la caja, con íntimo reproche,

      Cada cual un puñado de tierra vil derrumba...
      Todo duerme. A intervalos lastiman en la noche,
      Los aullidos del perro que vela ante la tumba.
    Arriba

    El espejo
      Se hunden en una sorda crisis meditabunda...
      El Ocaso suaviza los últimos enojos,
      Y Neith enjuga el oro líquido de sus ojos,
      Triste como su hermana, la tarde moribunda...

      Conspira en acres vahos la insinuación fecunda
      De la Naturaleza, por siembras y rastrojos;
      Y ellos, que ora se brindan flores en vez de abrojos,
      Suman entrelazados una unidad profunda.

      Largamente, idealmente, como un sacro beleño,
      Bión la apura de un beso hasta el fondo del sueño...
      Por no verla, en procura de un instante de calma,

      Cierra, luego, los ojos, declinando en el hombro
      La armoniosa cabeza, y ¡oh! dulcísimo asombro,
      Como en un claro espejo, la contempla en el alma.
    Arriba

    El genio de los campos
      Por donde humea el último arado en los cultivos,
      Agrias interjecciones el eco desentona.
      De tarde en tarde el ámbito trasunta en su bordona
      La égloga que sueñan los campos subjetivos.

      Álamos oxidados y sauces compasivos...
      Aldeanas con cestos de fruta. Una amazona...
      El silencio en la inerte Cartuja congestiona
      De mística Edad Media los panoramas vivos.

      Insinúase un vaho de fresales maduros,
      Con sabrosas resinas y violentos sulfuros...
      Bajo el vetusto puente, clásica linfa corre,

      Holgándose entre vegas de ópalo y de raso;
      Mientras, muecín sonámbulo, la esquila de la torre
      Traspasa de ultratumba y de Dios el ocaso.
    Arriba

    El guardabosque
      La mesnada que aúlle o la sierpe se enrosque,
      Vela impávido, y sólo que un mal sueño lo exija,
      Suspicaz corno un gato, duermese el guardabosque
      Con su brazo de almohada y el buen sol por cobija...

      Él se mira en su selva como un padre en su hija.
      Y aunque cruja la nieve y aunque el cielo se enfosque
      La primera instantánea del oriente lo fija
      Como a un genio hierático, Sacerdote del bosque.

      Los domingos visita la cocina del noble,
      Y al entrar, en la puerta deja el palo de roble.
      De jamón y pan duro y de lástimas toscas,

      Cuelga al hombro un surtido y echa a andar taciturno;
      Del cual comen, durante la semana, por turno
      Él, los gatos y el perro, la consorte y las moscas...
    Arriba

    El labrador
      Cual si pluguiese al Diablo -vaya un decir- engorda
      El granero vecino con la triple cosecha...
      Y aunque él jura y zuequea, esta arcilla maltrecha
      Sigue siendo madrastra o que realmente es sorda...

      Mas con todo: "¡Aires rubios!" -tesonero barbecha-,
      Y bien que el medro esquivo no es una vaca gorda,
      A Dios gracias la era patrimonial desborda...
      Cuanto para ir capeando la estación contrahecha.

      Y mientras el probable rendimiento calcula,
      Con un pan de la víspera entretiene su gula...
      Sabe un gusto a consorte en la masa harto linda,

      Por lo cual en domésticas bendiciones se arroba...
      Y con ojos de humilde Lázaro, el terranova
      Atisba las migajas que a intervalos le brinda.
    Arriba

    El monasterio
      A una menesterosa disciplina sujeto,
      Él no es nadie, él no luce, él no vive, él no medra.
      Descalzo en dura arcilla, con el sayal escueto,
      La cintura humillada por borlones de hiedra...

      Abatido en sus muros de rigor y respeto,
      Ni el alud, ni la peste, sólo el Diablo le arredra;
      Y como un perro huraño, él muerde su secreto
      Debajo su capucha centenaria de piedra.

      Entre sus claustros húmedos, se inmola día y noche
      Por ese mundo ingrato que le asesta un reproche...
      Inmóvil ermitaño sin gesto y sin palabras,

      En su cabeza anidan cuervos y golondrinas;
      Le arrancan el cabello de musgo algunas cabras
      Y misericordiosas le cubren las glicinas.
    Arriba

    El regreso
      La tierra ofrece el ósculo de un saludo paterno
      Pasta un mulo la hierba mísera del camino
      Y la montaña luce, al tardo sol de invierno,
      Como una vieja aldeana, su delantal de lino.

      Un cielo bondadoso y un céfiro tierno...
      La zagala descansa de codos bajo el pino,
      Y densos los ganados, con paso paulatino,
      Acuden a la música sacerdotal del cuerno.

      Trayendo sobre el hombro leña para la cena,
      El pastor, cuya ausencia no dura más de un día,
      Camina lentamente rumbo de la alquería.

      Al verlo la familia le da la enhorabuena...
      Mientras el perro, en ímpetus de lealtad amena,
      Describe coleando círculos de alegría.
    Arriba

    El secreto
      Se adoran. Timo atiende solícita al gobierno
      De su casuca blanca. Bion, a sus pocas reses.
      Y bajo la tutela de días sin reveses,
      Amor retoza y medra como un cabrito tierno.

      Con casta dicha, Timo, en el claustro materno,
      Siente latir un nuevo corazón de tres meses...
      Y sueña, en sus oscuros arrobos montañeses,
      Que la penetra un rayo del Dinamismo Eterno.

      Ante el amante, presa de ardores purpurinos,
      Se turba y el secreto tiembla en sus labios rojos:
      Huye, torna, sonríe, se oculta entre los pinos...

      Bion calla, pero apenas descifra sus sonrojos
      La estrecha, y en un beso pone el alma en sus ojos
      Donde laten los últimos ópalos vespertinos.
    Arriba

    El teatro de los humildes
      Es una ingenua página de la Biblia el paisaje...
      La tarde en la montaña, moribunda se inclina,
      Y el sol un postrer lampo, como una aguja fina,
      Pasa por los quiméricos miradores de encaje.

      Un vaho de infinita guturación salvaje,
      De abstracta disonancia, remota a la sordina...
      La noche dulcemente sonríe ante el villaje
      Como una buena muerte a una conciencia albina.

      Sobre la gran campaña verde, azul y aceituna,
      Se cuajan los apriscos en vagas nebulosas;
      Cien estrellas lozanas han abierto una a una;

      Rasca un grillo el silencio perfumado de rosas...
      El molino en el fondo, abrazando a la luna,
      Inspira de romántico viejo tiempo las cosas.
    Arriba

    Epitalamio ancestral
      Con la pompa de brahmánicas unciones,
      Abriose el lecho de sus primaveras,
      Ante un lúbrico rito de panteras,
      Y una erección de símbolos varones...

      Al trágico fulgor de los hachones,
      Ondeó la danza de las bayaderas
      Por entre una apoteosis de banderas
      Y de un siniestro trueno de leones.

      Ardió al epitalamio de tu paso,
      Un himno de trompetas fulgurantes...
      Sobre mi corazón, los hierofantes

      Ungieron tu sandalia, urna de raso,
      A tiempo que cien blancos elefantes,
      Enroscaron su trompa hacia el ocaso.
    Arriba

    Exhalación suprema
      Bajo el regio crepúsculo de oro azul y grosella,
      Títiro en la dulzaina solemniza su cuita,
      Mientras Lux, taciturna de idilio en la hora aquella,
      Bajo los abedules, sólo por él palpita...

      Lux delira. En su alma ha nacido una estrella,
      Aspirando esa música tan honda y exquisita,
      Que evapora un suspiro de la tarde infinita,
      Con todo lo que calla de más sublime en ella.

      En su seno de virgen, late Amor un impronto
      De ansiedad que le asfixia... Es ya noche. De pronto,
      La dulzaina solloza un adiós mortecino,

      Y silencia ante el éxtasis de los lagos azules.
      Ha muerto un alma blanca bajo los abedules...
      Voces intermitentes zumban en el camino.
    Arriba

    Éxtasis
      Bion y Lucina, émulos en fervoroso alarde,
      Permútanse fragantes uvas, de boca a boca;
      Y cuando Bion ladino la ebria fruta emboca
      Finge para que el juego lánguido se retarde...

      Luego, ante el oportuno carrillón de la tarde,
      Que en sus almas perdidas inocencias evoca,
      Como una corza tímida tiembla el amor cobarde,
      Y una paz de los cielos el instinto sofoca...

      Después de un tiempo inerte de silencioso arrimo,
      En que los dos ensayan la insinuación de un mimo,
      Ella lo invade todo con un suspiro blando;

      ¡Y él, que como una esencia gusta el sabroso fuego,
      Raya un beso delgado sobre su nuca, y ciego
      En divinos transportes la disfruta soñando!
    Arriba

    Fecundidad
      "¡Adán, Adán, un beso!", dijo, y era
      Que en una dolorosa sacudida,
      El absurdo nervioso de la vida
      Le hizo temblar el dorso y la cadera...

      El iris floreció como una ojera
      Exótica. Y el "¡ay!" de una caída
      Fue el más dulce dolor. Y fue una herida.
      La más roja y eterna primavera...

      "¡Adán, Adán, procúrame un veneno!",
      Dijo, y en una crispación flagrante
      La eternidad atravesole el seno...

      Entonces comenzó a latir el mundo.
      Y el sol colgaba del cenit, triunfante
      Como un ígneo testículo fecundo.
    Arriba

    Fiat lux
      Sobre el rojo diván de seda intacta,
      Con dibujos de exótica gramínea,
      Jadeaba entre mis brazos tu virgínea
      Y exangüe humanidad de curva abstracta...

      Miró el felino con sinuosa línea
      De ópalo; y en la noche estupefacta,
      Desde el jardín, la Venus curvilínea
      Manifestaba su esbeltez compacta.

      Ante el alba, que izó nimbos grosellas,
      Ajáronse las últimas estrellas...
      El Cristo de tu lecho estaba mudo.

      Y como un huevo, entre el plumón de armiño
      Que un cisne fecundara, tu desnudo
      Seno brotó del virginal corpiño...
    Arriba

    Fiesta popular de ultratumba
      Un gran salón. Un trono. Cortinas. Graderías.
      (Adonis ríe con Eros de algo que ha visto en Aspasia)
      Las lunas de los espejos muestran sus pálidos días,
      Y hay en el techo y la alfombra mil panoramas de Asia.

      Las lámparas se consumen en amarillas lujurias,
      Y las estufas se encienden en pubertades de fuego;
      (Entran Sátiros, Gorgonas, Ménades, Ninfas y Furias;
      Mientras recita unos versos el viejo patriarca griego).

      Unos pajes a la puerta visten dorado uniforme;
      Cruzan la sala doncellas ornadas con velos blancos.
      (Anuncian: están Goliat y una señora biforme
      Que tiene la mitad pez, Barba Azul y sus dos zancos).

      Un buen Término se ríe de un efebo que se baña.
      Todos tiemblan de repente. (Entra el Hércules nervudo)
      Grita Petronio: ¡Falerno! Grita Luis Once: ¡Champaña!
      (Grita un Pierrot: ¡Menelao con un cuerno y un escudo!)

      Todos ríen, sólo guardan seriedad Juno y Mahoma,
      El gran César y Pompeyo, Belisario y otros nobles
      Que no fueron muy felices en el amor. Se oyen dobles
      Funerarios: es la Parca, que se asoma...

      (Todos tiemblan) Los más viejos rezan, se esconden, murmuran.
      Safo le besa la mano. Se oye de pronto un gran ruido,
      Es Venus que llega: todos se desvisten, tiemblan, juran,
      Se arrojan al suelo y sólo se oye un inmenso rugido

      De fiera hambrienta: los hombres se abalanzan a la diosa,
      (Ya no hay nadie que esté en calma, todos perdieron el juicio)
      Todos la besan, la muerden, con una furia espantosa,
      Y Adonis llora de rabia... En medio de ese desquicio

      El Papa Borgia está orando (mientras pellizca a una niña),
      Tan solo un bardo protesta: Lamartine, con voz airada;
      Para restaurar el orden se llamó a Marat. La niña
      Duró un minuto y la escena vino a terminar en nada.

      Con el ala en un talón entra Mercurio; profundo
      Silencio halló el mensajero. El gran Voltaire guiñó un ojo
      Como queriendo decir: ¡Cuánto pedante en el mundo
      Que piensa con los talones! (Juan lo miró de reojo.
      Y un periodista que había se puso serio y muy rojo).

      Entra Aladino y su lámpara. Entran Cleopatra y Filipo.
      Entra la Reina de Saba. Entran Salomón y Creso.
      (Con las pupilas saltadas se abalanzó un burgués rico,
      Un banquero perdió el habla y otro se puso muy tieso).

      "Mademoiselle Pompadour", anuncia un paje. Mil notas
      Vibran de pronto; los hombres aparecen con peluca,
      (Un calvo aplaude, y de gozo brinca una vieja caduca)
      Comienza el baile: pavanas, rondas, minués y gavotas.

      Bailan Nemrod y Sansón, Anteo, Quirón y Eurito;
      Bailan Julieta, Eloísa, Santa Teresa y Eulalia,
      Y los centauros: Caumantes, Grineo, Medón y Clito;
      (Hércules no; le ha prohibido bailar la celosa Onfalia).

      Entra Baco, de repente; todos gritan: ¡Vino, Vino!
      (Borgoña, Italia y Oporto, Jerez, Chipre, Cognac, Caña,
      Ginebra y hasta Aguardiente), viva el pámpano divino,
      ¡Vivan Noé y Edgard Poe, Byron, Verlaine y el Champaña!

      Esto dicho, se abalanzan a un tonel. Un fraile obeso
      Cayó, debido, sin duda (más que al vino) al propio peso.
      Como sintieran calor Apuleyo y Anacreonte
      Se bañaron en un cubo. Entra de pronto Caronte.

      (Todos corren a ocultarse) No faltó algún moralista
      Español (ya se supone) que los tratara de beodos,
      El escándalo tomaba una proporción no vista,
      Hasta que llegó Saturno, y, gritando de mil modos,
      Dijo que de buenas ganas iba a comerlos a todos.

      Hubo varios incidentes; (entra Atila y se hunde el piso;
      Eolo apaga unas bujías; habla Dantón; se oye un trueno).
      En el vaso en que Galeno
      Y Esculapio se sirvieron, ninguno servirse quiso.

      Un estoico de veinte años, atacado por el asma,
      Se hallaba lejos de todos. "Denle pronto este jarabe".
      Dijo Hipócrates, muy serio. Byron murmuró, muy grave:
      "Aplicadle una mujer en forma de cataplasma".

      Una risa estrepitosa sonó en la sala. De rojo
      Vestido un dandy gallardo, diole la mano al poeta
      Que tal ocurrencia tuvo. (El gran Byron, que era cojo
      Tanto como presumido, no abandonó su banqueta,
      Y tuvo para Mefisto la inclinación más discreta).

      En esto hubo discusiones sobre cuál de los suicidas
      Era más digno de gloria. Dijo Julieta; yo he sido
      Una reina del Amor; hubiera dado mil vidas
      Por juntarme a mi Romeo. Dijo Werther: yo he cumplido

      Con un impulso sublime de personal arrogancia.
      Hablaron Safo y Petronio, y hasta Judas el ahorcado,
      Por fin habló el cocinero del famoso Rey de Francia,
      El bravo Vatel: yo, dijo, con valor me he suicidado
      Por cosas más importantes, ¡por no encontrar un pescado!

      Todos soltaron la risa. (Grita un paje: está Morfeo).
      Todos callan, de repente... todos se quedan dormidos.
      Se oyen profundos ronquidos.
      (Entra en cuclillas un loco que se llama Devaneo).
    Arriba

    Galantería ingenua
      A través de la bruma invernal y del limo,
      Tras el hato, Fonoe cabra la senda terca;
      Mas de pronto, un latido dícele que él se acerca...
      Y, en efecto, oye el silbo de Melampo su primo.

      A la llama, el coloquio busca sabroso arrimo;
      Luego inundan sus fiebres en la miel de la alberca;
      Hasta que la incitante fruta de ajena cerca
      Les brinda la luz verde dulce de su racimo.

      Después ríen... ¡de nada! ¿para qué tendrán boca?
      Y por fin -Dios lo quiso- él, de espaldas la choca
      Y la estriega y la burla, ya que Amor bien maltrata...

      Y ella en púdicas grimas, con dignidades tiernas
      De doncellez, se frunce el percal que recata
      La primicia insinuante de sus prósperas piernas...
    Arriba

    Génesis
      Los astros tienen las mejillas tiernas...
      La Luna trunca es una paradoja
      Espectro humana. Proserpina arroja
      Su sangre al mar. Las horas son eternas.

      Júpiter en la orgía desenoja
      Su ceño absurdo; y junto a las cisternas,
      Las Ménades, al sol que las sonroja,
      Arman la columnata de sus piernas.

      Juno duerme cien noches... Vorazmente,
      Hércules niño, con precoz desvelo,
      En un lúbrico rapto de serpiente,

      Le muerde el seno. Brama el Helesponto...
      Surge un lampo de leche. Y en el cielo
      La Vía Láctea escintiló de pronto.
    Arriba

    Idealidad exótica
      Tal la exangüe cabeza, trunca y viva,
      De un mandarín decapitado, en una
      Macábrica ficción, rodó la luna
      Sobre el absurdo de la perspectiva...

      Bajo del velo, tu mirada bruna
      Te dio el prestigio de una hunrí cautiva;
      Y el cocodrilo, a flor de la moruna
      Fuente, cantó su soledad esquiva.

      Susceptible quién sabe a qué difuntas
      Dichas, plegada y con las manos juntas,
      Te idealizaste en gesto sibilino...

      Y a modo de espectrales obsesiones,
      La torva cornamenta de un molino
      Amenazaba las constelaciones...
    Arriba

    Idilio
      La sombra de una nube sobre el césped recula...
      Aclara entre montañas rosas la carretera
      Por donde un coche antiguo, de tintinante mula,
      Llena de ritornelos la tarde placentera.

      Hundidos en la hierba gorda de la ribera,
      Los vacunos solemnes satisfacen su gula;
      Y en lácteas vibraciones de ópalo, gesticula
      Allá, bajo una encina, la mancha de una hoguera.

      Edipo y Diana, jóvenes libres de la campiña,
      Hacen testigo al fuego de sus amores sabios;
      Con gestos y pellizcos recélanse de agravios;

      Mientras él finge un largo mordisco, ella le guiña:
      Y así las horas pasan en su inocente riña,
      Como una suave pluma por unos bellos labios.
    Arriba

    Idilio espectral
      Pasó en un mundo saturnal; yacía
      Bajo cien noches pavorosas, y era
      Mi féretro el Olvido... Ya la cera
      De tus ojos sin lágrimas no ardía.

      Se adelantó el enterrador con fría
      Desolación. Bramaba en la ribera
      De la morosa eternidad, la austera
      Muerte hacia la infeliz Melancolía.

      Sentí en los labios el dolor de un beso.
      No pude hablar. En mi ataúd de yeso
      Se deslizó tu forma transparente...

      Y en la sorda ebriedad de nuestros mimos,
      Anocheció la tapa y nos dormimos
      Espiritualizadísimamente.
    Arriba

    Iluminación campesina
      Alternando a capricho el candor de sus prosas,
      Ruth sugiere a la cítara tan augustos momentos!
      Y Fanor en su oboe de aterciopelamientos
      Plañe bajo el ocaso de oro y de mariposas...

      Ante el genio enigmático de la hora, sedientos
      De imposible y quimera, en el aire de rosas,
      Ponen largo silencio sobre los instrumentos,
      Para soñar la eterna música de las cosas.

      Largas horas, en trance de eucarísticos miedos,
      Amortiguan los ojos y se enlazan los dedos...
      "¡Dulce amigo!" ella gime. Y Fanor: "¡Oh mi amada!"

      Y la noche inminente lame sus mansedumbres...
      De pronto, como bajo la varilla de un hado,
      Fuegos, por todas partes, brotan sobre las cumbres.
    Arriba

    Invierno
      El invierno embalsama, con sugestión de faustos
      Emolientes, las cosas... Ebria por el ventisco,
      La luna sesga en póstuma decrepitud su disco
      De azogue, que hipnotiza los predios inexhaustos.

      La casa se reposa... Se oye el balar arisco,
      Como una pesadilla de clamores infaustos,
      En duelo de quién sabe qué antiguos holocaustos
      Que lloran en el alma cristiana del aprisco.

      Riendo ante la bella Neith que su prez modula,
      El viejo una gloriosa lágrima disimula...
      Por fin, la besa y luego que solemne la escruta,

      Úngela de tabaco, y su dicha completa
      Picándola en su barba las mejillas de fruta,
      Que aterciopela un vello brumoso de violeta...
    Arriba

    Julio
      ¡Frío, frío, frío!
      Pieles, nostalgias y dolores mudos.

      Flota sobre el esplín de la campaña
      Una jaqueca sudorosa y fría,
      Y las ramas celebran en la umbría
      Una función de ventriloquia extraña.

      La Neurastenia gris de la montaña
      Piensa, por singular telepatía,
      Con la adusta y claustral monomanía
      Del convento senil de la Bretaña.

      Resolviendo una suma de ilusiones,
      Como un Jordán de cándidos vellones,
      La majada eucarística se integra;

      Y a lo lejos el cuervo pensativo
      Sueña acaso en un Cosmos abstractivo
      Como una luna pavorosa y negra.
    Arriba

    La casa de Dios
      Flamante con sus gafas sin muchos retintines,
      Ataca a sus enfermos el médico cazurro:
      Al bien forrado —es lógico— lo cura con latines,
      Y en cuanto al pobre —rápido— receta desde el burro...

      Como antes, la acequia comenta en parlanchines
      Borbollones el mismo confidencial susurro;
      La orquesta del Casino, de un arpa y tres flautines,
      Descerraja una polca contra el coro baturro.

      El pueblo ronca viejas credenciales de gloria:
      Bastiones y acueductos con sus barbas de historia,
      Una escuela sin bancos y un hospicio en la cumbre,

      Criptas y humilladeros con medrosos retablos...
      Y en los mismos dinteles, bajo un fanal sin lumbre,
      Una gran cruz de fierro para ahuyentar los diablos.
    Arriba

    La casa de la montaña
      Ríe estridentes glaucos el valle; el cielo franca
      Risa de azul; la aurora ríe su risa fresa;
      Y en la era en que ríen granos de oro y turquesa,
      Exulta con cromático relincho una potranca...

      Sangran su risa flores rojas en la barranca;
      En sol y cantos ríe hasta una oscura huesa;
      En el hogar del pobre ríe la limpia mesa,
      Y allá sobre las cumbres la eterna risa blanca...

      Mas nada ríe tanto, con risas tan dichosas.
      Como aquella casuca de corpino de rosas
      Y sombrero de teja, que ante el lago se aliña...

      ¿Quién la habita...? Se ignora. Misteriosa y huraña
      Se está lejos del mundo sentada en la montaña,
      Y ríe de tal modo que parece una niña.
    Arriba

    La cátedra
      De pie, entre sus discípulos y las torvas montañas,
      El Astrónomo enuncia todo un óleo erudito.
      Él explica el pentagrama del Arcano Infinito,
      El amor de los mundos y las fuerzas extrañas...

      Con preguntas que inspiran las nocturnas campañas,
      Lo sumerge en hipótesis el pastor favorito.
      El misterio, y de nuevo, en un gesto inaudito,
      Lo Absoluto discurre por sus barbas hurañas.

      De pronto, suda y tiembla, pálido ante el Enigma...
      El eco que traduce una burla de estigma,
      Le sugiere la estéril vanidad de su ciencia.

      Su voz, como una piedra, tumba en la inmensa hora..
      Arrodíllase, y sobre su contrita insolencia
      Guiña la eterna y muda comba interrogadora.
    Arriba

    La cena
      Un repique de lata la merienda circula...
      Aploma el artesano su crasura y secuestra
      Media mesa en canónicas dignidades de bula,
      Comiendo con la zurda, por aliviar la diestra...

      Mientras la grey famélica los manjares adula,
      En sabroso anticipo, sus colmillos adiestra;
      Y por merecimiento, casi más que por gula,
      Duplica su pitanza de col y de menestra...

      Luego, que ante el rescoldo sus digestiones hipa,
      Sumido en la enrulada neblina de su pipa,
      Arrullan, golosinas domésticas de invierno:

      La Hormiga y Blanca Nieves, Caperuza y el Lobo...
      Y la prole apoyada, bajo el manto materno,
      Choca de escalofríos, en un éxtasis bobo.
    Arriba

    La dicha
      Todas -blancas ovejas fieles a su pastora-
      Recogidas en torno del modesto santuario,
      Agrúpanse las pobres casas del vecindario,
      En medio de una dulce paz embelesadora.

      La buena grey asiste a la misa de aurora...
      Entran gentes oscuras, en la mano el rosario;
      Bendiciendo a los niños, pasa el pulcro vicario
      Y detrás la llavera, siempre murmuradora...

      Se come el santuario musgoso la borrica
      Del doctor, que indignado un sochantre aporrea.
      Transparente, en la calle principal, la botica

      Sugestiona a las moscas la última panacea.
      Y a "ras" de su cuchillo cirujano, platica
      El barbero intrigante: folletín de la aldea.
    Arriba

    La escuela
      Bajo su banderola pertinente, la escuela
      Bate con aleluyas de gorrión lugareño;
      Y chatos de modorra, endosados a un leño,
      Unos tristes jamelgos dicen de la clientela...

      Desde el pupitre, rígido el preceptor recela
      Por el decoro unánime... mas, estéril empeño,
      Amasando el "morrongo" cabecea su sueño,
      Lo que escurre conatos sordos de francachela.

      Entona su didáctica de espesas digestiones,
      A cada rato un riego enorme de oraciones...
      Aunque, a decir lo justo, su ciencia es harto exigua;

      La palmeta y la barba le hacen expeditivo...
      Y entre la grey atónita, dómine equitativo,
      Rebaña su mirada llena de luz antigua.
    Arriba

    La estrella del destino
      La tumba, que ensañase con mi suerte,
      Me vio acercar a vacilante paso,
      Como un ebrio de horrores, que al acaso
      Gustase la ilusión de sustraerte.

      En una larga extenuación inerte,
      Pude medir la infinidad del caso,
      Mientras que se pintaba en el ocaso
      La dulce primavera de tu muerte.

      La estrella que amparonos tantas veces,
      Y que arrojara, en medio de las preces,
      Un puñado de luz en tus despojos,

      Hablóme al alma, saboreando llanto:
      "¡Oh hermano, cuánta vida en esos ojos
      Que se apagaron de alumbrarnos tanto!"
    Arriba

    La flauta
      Tirita entre algodones húmedos la arboleda...
      La cumbre está en un blanco éxtasis idealista;
      Y en brutos sobresaltos, como ante una imprevista
      Emboscada, el torrente relinchando rueda.

      Todo es grave... En las cañas sopla el viento flautista.
      Mas súbito, rompiendo la invernal humareda,
      El sol, tras de los montes, abre un telón de seda,
      Y ríe la mañana de mirada amatista.

      Cien iluminaciones, en fluidos estambres,
      Perlan de rama en rama, lloran de los alambres...
      Descuidando el rebaño, junto al cauce parlero,

      Upilio se confía dulcemente a su flauta,
      Sin saber que de amores, tras un álamo, incauta,
      Contemplándole, Filida muere como un cordero.
    Arriba

    La gran soirée de la elegancia. La danza de los meses y de las horas. Galanterías eternas
      Decoración: La sala semeja una floresta
      Unos faunos sensuales persiguen a una driada,
      Cantos de aves sinfónicas hace vibrar la orquesta.
      (Pajes, Arqueros, Duendes y gente uniformada.)

      Los Dioses del Olympo todos se hallan presentes.
      (Emblemas, jeroglíficos, toisons, panoplias, cuernos)
      Inmensa muchedumbre de silenciosas gentes;
      Santos del Paraíso, reyes de los Infiernos.

      El viejo Tiempo se halla sentado en su gran solio.
      (Heraldos y sirenas, dragones, sagitarios)
      A un lado el Laberinto y al otro el Capitolio.
      La Parca está rezando sus credos funerarios.

      Alcen contempla a Diana. Pan toca su bocina;
      Un centauro y un sátiro se cuentan sus lujurias;
      Hidras, peces biformes. (Plutón y Proserpina).
      Tritones y Oceánidas y Náyades y Furias.

      Lohengrin y el Cisne. Cadmo transformando una piedra;
      (Pontífices, Mikados, Sultanes, Caballeros)
      Margarita en su rueca, Minos hiriendo a Fedra.
      (Damas de corte, brujas, nobles y mosqueteros).

      Cristo y Mahoma charlan de asuntos de la tierra;
      (Se alzan el Vaticano, la Alhambra, Meka y Roma)
      Millones de esqueletos surgen en son de guerra,
      Etcétera... Posdata: la Esfinge se desploma.

      Aramis el noble, gentil bastonero,
      Le pide su cetro magnífico a Ulises;
      (Adornan la sala lujosas cariátides,
      Regios artesones y un áureo florero
      En el que hay hortensias, anémonas, lises,
      Adelfas, orquídeas, lotos y clemátides)

      Y ordena la danza. Las Hadas del Día,
      Que son doce, se ponen en rueda.
      (Hay espejos, luces, cuadros, pedrería,
      Bibelots, Cupidos, oro, mármol, seda...)

      Un reloj semeja la alfombra bordada;
      (Ornan los tapices regias hipsipilas;
      La Venus de Ictinius se muestra enflorada:
      Lucen crisantemos, nelumbos y lilas).

      Hay aves exóticas. Exóticos frescos
      Muestran con sus barbas a los Viejos Siglos.
      (Hay fou-kousas, pieles, jaspes, arabescos,
      Biscuits, kakemonos, dioses y vestiglos).

      Aramís sonríe con una señora
      De ciertos remilgos de unas soberanas.
      (Hay cenefas, biombos, telas de Bassora,
      Consolas, estatuas, joyas, porcelanas).

      Las arañas forman chispeantes burbujas,
      Burbujas inquietas de vinos dorados.
      (Hay regios encajes de Chantilly y Brujas,
      Panneaux deslumbrantes y flordelisados).

      Las damas ostentan aigrettes elegantes,
      De plumas que fingen rizos de flambeau
      (Los regios joyeles y polvos brillantes
      Que ostentan las reinas de un bello Wateau).

      Hechiza en las faldas la seda argentada,
      Y nieva la red de las finas puntillas.
      (Las caladas medias de seda rosada
      Brillan de celosas en las pantorrillas).

      Un bouquet de estrellas sus fulgores quiebra
      En el encendido sol de los aceros;
      Valiers recamados de ojos de culebra
      Ornan la elegancia de los caballeros.

      Irisados peces, raros colorines,
      Fingen las soberbias condecoraciones;
      Y gardenias blancas son los brodequines,
      Y serpientes de oro son los cinturones.

      Un obispo cuenta las cuentas de espuma
      Que hay en una copa de fino Bohemia.
      (Hay lacas, mosaicos, jarras de Satsuma
      Divanes de Persia, sillas de Academia).

      Las Horas ostentan primorosos trajes,
      Grandes abanicos, mágicas pelucas.
      (Hay platos chinescos, cisnes y paisajes,
      Gente armada, pajes y doncellas cucas).

      (Se oyen pasos). Entran con largos turbantes,
      Emires, profetas y viejos Kalifas.
      (Los pajes alcanzan sorbetes, picantes,
      Café, arroz, tabaco, pipas y alcatifas).
    Arriba

    La granja
      Monjas blancas y lilas de su largo convento,
      Las palomas ofician vísperas en concilio,
      Y ante el Sol que, custodia regia, bruñe el idilio,
      Arrullan el milagro vivo del Sacramento...

      Una vil pesadumbre, solemne en su aspaviento
      Suntuoso, ubica el pavo: Gran Sultán en exilio.
      El disco de los cisnes sueña Renacimiento,
      Mármoles y serenos éxtasis de Virgilio.

      Con pulida elegancia de Tenorio en desplante,
      Un Aramís erótico, fanfarrón y galante,
      El gallo erige... ¡Oh, huerto de la dicha sin fiebre!

      No faltan más que el agua bendita y el hisopo,
      Para mugir las cándidas consejas del pesebre
      Y cacarear en ronda las fábulas de Esopo. 
    Arriba

    La huerta
      Por la teja inclinada de las rosas techumbres
      Descienden en silencio las horas... El bochorno
      Sahúma con bucólicas fragancias el contorno
      Ufano como nunca de vistosas legumbres.

      Hécuba diligente da en reparar las lumbres...
      Llegan por el camino cánticos de retorno.
      Iris, que no ve casi, abandona su torno,
      Y suspira a la tarde, libre de pesadumbres.

      Oscurece. Una mística Majestad unge el dedo
      Pensativo en los labios de la noche sin miedo...
      No llega un solo eco, de lo que al mundo asombra,

      A la almohada de rosas en que sueña la huerta...
      Y en la sana vivienda se adivina la sombra
      De un orgullo que gruñe como un perro a la puerta.
    Arriba

    La iglesia
      En un beato silencio el recinto vegeta.
      Las vírgenes de cera duermen en su decoro
      De terciopelo lívido y de esmalte incoloro;
      Y San Gabriel se hastía de soplar la trompeta...

      Sedienta, abre su boca de mármol la pileta.
      Una vieja estornuda desde el altar al coro...
      Y una legión de átomos sube un camino de oro
      Aéreo, que una escala de Jacob interpreta.

      Inicia sus labores el ama reverente.
      Para saber si anda de buenas San Vicente
      Con tímidos arrobos repica la alcancía...

      Acá y allá maniobra después con un plumero,
      Mientras, por una puerta que da a la sacristía,
      Irrumpe la gloriosa turba del gallinero.
    Arriba

    La llavera
      Viste el hábito rancio y habla ronco en voz densa;
      Sigue un perro la angustia de su sombra benigna;
      Mascullando sus votos, reverente, consigna
      Un espectro achacoso de rutina suspensa...

      Al repique doméstico de sus llaves, se piensa
      En las brujas de Rembrandt... sin embargo, es tan digna
      Que Luzbel la chamusca, por lo cual se persigna
      Y con aguas benditas neutraliza su ofensa...

      Ella sabe la historia de los Santos Patrones,
      De Syllabus, de ritos y de Kirieleysones...
      Ella sufre nostalgias sordas del Santo Oficio.

      En la gloria del Padre será libre de expurgo.
      Y se tiene por cierto que en la Noche del Juicio
      Dará fe de los buenos moradores del burgo...
    Arriba

    La misa cándida
      ¡Jardín de rosa angélico, la tierra guipuzcoana!
      Edén que un Fra Doménico soñara en acuarelas...
      Los hombres tienen rostros vírgenes de manzana,
      Y son las frescas mozas óleos de antiguas telas.

      Fingen en la apretura de la calleja aldeana,
      Secretearse las casas con chismosas cautelas,
      Y estimula el buen ocio un trin-trin de campana,
      Un pum-pum de timbales y un fron-fron de vihuelas.

      ¡Oh campo siempre niño! ¡Oh patria de alma proba!
      Como una virgen, mística de tramonto, se arroba...
      Aves, mar, bosques: todo ruge, solloza y trina

      Las Bienaventuranzas sin código y sin reyes...
      ¡Y en medio a ese sonámbulo coro de Palestrina,
      Oficia la apostólica dignidad de los bueyes!
    Arriba

    La noche
      La noche en la montaña mira con ojos viudos
      De cierva sin amparo que vela ante su cría;
      Y como si asumiera un don de profecía,
      En un sueño inspirado hablan los campos rudos.

      Rayan el panorama, como espectros agudos,
      Tres álamos en éxtasis... Un gallo desvaría,
      Reloj de media noche. La grave luna amplía
      Las cosas, que se llenan de encantamientos mudos.

      El lago azul de sueño, que ni una sombra empaña,
      Es como la conciencia pura de la montaña...
      A ras del agua tersa, que riza con su aliento,

      Albino, el pastor loco, quiere besar la luna.
      En la huerta sonámbula vibra un canto de cuna...
      Aúllan a los diablos los perros del convento.
    Arriba

    La procesión
      El señor Cura, impuesto de sus oros sagrados,
      Acaudilla el piadoso rebaño serraniego;
      En voz alta exorciza los demonios, y luego
      Salpica de agua santa las siembras y los prados.

      Corean cien ladridos la procesión. Por grados,
      Las músicas naufragan en el ancho sosiego...
      Todo vuelve al divino mutismo solariego:
      Gentes, rebaños, eras, parroquias y collados.

      La emoción del crepúsculo pesa solemnemente.
      Pájaros en triángulo vuelan sobre el torrente...
      De cuando en cuando gime con unción oportuna,

      La inválida miseria de un viejo carricoche...
      Todo es grave. El castillo encantado de luna,
      Llena de cuentos de hadas los campos y la noche.
    Arriba

    La siega
      La mocedad que acude, briosa, de las campañas,
      A los mutuos apremios, puja a las maravillas:
      Ellos, los mocetones torvos, con las guadañas,
      Y ellas con las tijeras fáciles, en cuclillas...

      Unos apilan mieses, otros atan gavillas,
      Muchos juegan o comen tortas en las cabañas,
      Mientras el vecindario pobre de las orillas
      Espiga en los rastrojos mustios y entre las cañas.

      Hacia la era, inválidos, bajo una gloria de oro,
      Vacilan los vehículos en su viaje sonoro...
      Cien rapazuelos llueven ágiles sus guijarros,

      En medio de estridentes júbilos de ludibrio,
      Y al fin, restableciendo todos el equilibrio,
      Fáciles sabandijas, cuélganse de los carros.
    Arriba

    La siesta
      No late más un único reloj: el campanario,
      Que cuenta los dichosos hastíos de la aldea,
      El cual, al sol de enero, agriamente chispea,
      Con su aspecto remoto de viejo refractario...

      A la puerta, sentado se duerme el boticario...
      En la plaza yacente la gallina cloquea
      Y un tronco de ojaranzo arde en la chimenea,
      Junto a la cual el cura medita su breviario.

      Todo es paz en la casa. Un cielo sin rigores,
      Bendice las faenas, reparte los sudores...
      Madres, hermanas, tías, cantan lavando en rueda

      Las ropas que el domingo sufren los campesinos...
      Y el asno vagabundo que ha entrado en la vereda
      Huye, soltando coces, de los perros vecinos.
    Arriba

    La sombra dolorosa
      Gemían los rebaños. Los caminos
      Llenábanse de lúgubres cortejos;
      Una congoja de holocaustos viejos
      Ahogaba los silencios campesinos.

      Bajo el misterio de los velos finos,
      Evocabas los símbolos perplejos,
      Hierática, perdiéndote a lo lejos
      Con tus húmedos ojos mortecinos.

      Mientras unidos por un mal hermano
      Me hablaban con suprema confidencia
      Los mudos apretones de tu mano,

      Manchó la soñadora transparencia
      De la tarde infinita el tren lejano,
      Aullando de dolor hacia la ausencia.
    Arriba

    La velada
      La cena ha terminado: legumbres, pan moreno
      Y uvas aún lujosas de virginal rocío...
      Rezaron ya. La Luna nieva un candor sereno
      Y el lago se recoge con lácteo escalofrío.

      El anciano ha concluido un episodio ameno
      Y el grupo desanúdase con un placer cabrío...
      Entre tanto, allá fuera, en un silencio bueno,
      Los campos demacrados encanecen de frío.

      Lux canta. Lide corre. Palemón anda en zancos.
      Todos ríen... La abuela demándales sosiego.
      Anfión, el perro, inclina, junto al anciano ciego,

      Ojos de lazarillo, familiares y francos...
      Y al son de las castañas que saltan en el fuego
      Palpitan al unísono sus corazones blancos.
    Arriba

    La vendimia
      Mordiscan las tijeras con apáticos mimos,
      En un brillo piadoso, por los pámpanos ciegos;
      Carbunclos y esmeraldas, gemas de extraños fuegos,
      Desmayan sobre el cesto, en engarces opimos...

      La rendición copiosa -premio de cien trasiegos-
      Licencia enhorabuena los galantes arrimos;
      Y ufanadas las mozas con lustrosos racimos
      Trenzan cucas muñeiras y fandangos manchegos.

      Es ya noche. Prismáticas transparencias de uvas
      Rutilan en las fauces borrachas de las cubas...
      Y mientras Pan despierta himnos entre los saucos

      -Ebria de lacrimosos frutos la frente eximia-
      Como al cuerno propicio de Baco, la Vendimia,
      Hacia la luna joven, abre sus ojos glaucos.
    Arriba

    La vuelta de los campos
      La tarde paga en oro divino las faenas...
      Se ven limpias mujeres vestidas de percales,
      Trenzando sus cabellos con tilos y azucenas
      O haciendo sus labores de aguja en los umbrales.

      Zapatos claveteados y báculos y chales...
      Dos mozas con sus cántaros se deslizan apenas.
      Huye el vuelo sonámbulo de las horas serenas.
      Un suspiro de Arcadia peina los matorrales...

      Cae un silencio austero... Del charco que se nimba
      Estalla una gangosa balada de marimba.
      Los lagos se amortiguan con espectrales lampos,

      Las cumbres, ya quiméricas, corónanse de rosas...
      Y humean a lo lejos las rutas polvorosas
      Por donde los labriegos regresan de los campos.
    Arriba

    La zampoña
      Lux no alisa el corpiño, ni presume en la moña;
      Duda y calla cruelmente, y en adustos hastíos
      Sus encantos se apagan con dolientes rocíos,
      Y su alma en precoces desalientos, otoña.

      Job también hace tiempo receloso emponzoña
      Sus ariscos afectos con presuntos desvíos.
      Y a la luna y durante los ocasos tardíos,
      Da en contar sus dolencias a la buena zampoña.

      En casa, las amigas de Lux le hacen el santo,
      La obsequian y la adulan... Bulle la danza, en tanto
      Lux ríe. Su hermosura esa noche destella...

      ¡Mas de pronto se vuelve con nervioso desvelo,
      La cabeza inclinada y los ojos al cielo,
      Pues ha oído que llora la zampona por ella!
    Arriba

    Las horas graves
      Sahúmase el villaje de olores a guisados;
      El párroco en su mula pasa entre reverencias;
      Laten en todas partes monótonas urgencias,
      Al par que una gran calma inunda los sembrados.

      Niñas en las veredas cantan... En los porfiados
      Cascotes de la vía gritan las diligencias,
      Mientras en los contornos zumba hacia las querencias,
      El cuerno de los viejos pastores rezagados.

      Lilas, violadas, lóbregas, mudables como ojeras,
      Las rutas, poco a poco, aparecen distintas;
      Cuaja un silencio oscuro, allá por las praderas

      Donde cantando el día se adormeció en sus tintas...
      Y adioses familiares de gritas lastimeras
      Se cambian al cerrarse las puertas de las quintas.
    Arriba

    Las madres
      Verde luz y heliotropo en los amplios confines...
      El cielo, paso a paso, deviénese incoloro;
      En la fuente decrépita iza un iris canoro
      La escultura musgosa de los cuatro delfines.

      Suena, de roca en roca, sus cándidos trintrines
      La vagabunda esquila del rebaño, y en coro,
      Ante Dios que retumba en la tarde, urna de oro,
      Los charcos panteístas entonan sus maitines.

      Y a grave paso acuden, por los senderos todos,
      Gentes que rememoran los antiguos éxodos:
      Mujeres matronales de perfiles oscuros,

      Cuyas carnes a trébol y a tomillo trascienden,
      Ostentando el pletórico seno de donde penden
      Sonrosados infantes, como frutos maduros.
    Arriba

    Llegada de los meses y de las horas
      (Terpsícore puede más que Morfeo)

      Saludando cortésmente a la buena Mamá Juno
      (Son las XII de la noche, del mes doce a 31)
      Entran: Junio, Julio, Agosto, Setiembre, Octubre y Noviembre.
      Enero, Marzo y Abril, Mayo, Febrero y Diciembre.

      Síguelos el Viejo Tiempo, con traje de soberano.
      (El Patriarca de los Siglos a quien ninguno conoce).
      Y tomadas de la mano,
      Formando rueda y bailando la vieja danza del brinco:
      La seis, la ocho, la nueve, la diez, la once, la doce,
      La una, la dos, la cuatro, la tres, la siete y la cinco.

      (Anuncian: está Terpsícore.) Todos despiertan y ríen:
      El gran salón se ilumina con mil resplandores blancos;
      Barba Azul corre en sus zancos;
      Raras macabras armónicas los instrumentos deslíen,
      Y sin que haya espiritistas saltan las mesas y bancos.
      Byron, Tirteo y Quevedo se olvidan de que son cojos,
      Rabelais y el gran Leopardi no saben ya sus defectos;
      Homero y Milton se muestran, ambos, con grandes anteojos;
      los cuerdos se vuelven locos y arlequines los proyectos.
      (Por bailar a misia Parca también se le van los ojos).
    Arriba

    Los carros
      Mucho antes que el agrio gallinero, acostumbra
      A cantar el oficio de la negra herrería,
      Husmea el boticario, abre la barbería...
      En la plaza hay tan sólo un farol (que no alumbra).

      A través de la sórdida nieve que apesadumbra,
      Los bueyes del cortijo aran la cercanía,
      Y en gesto de implacable mala estación, el guía
      Salpica de improperios rurales la penumbra.

      Mientras, duerme la villa señorial... Los amores
      De la fuente se lavan en su mármol antiguo;
      Y bajo el candoroso astro de los pastores,

      Ungiendo de añoranzas el sendero contiguo,
      Pasan silbidos lentos y aires de tiempo ambiguo,
      En tintinambulantes carros madrugadores.
    Arriba

    Los perros
      El olivo y el pozo... Dormida una aldeana
      En el brocal... A un lado la senda viajadora,
      Y un hombre paso a paso: todo lo que a la hora
      Suspira una evangélica gracia samaritana...

      El sol es, miel, la brisa pluma y el cielo pana...
      Y el monte, que una eterna candidez atesora,
      Ríe como un abuelo a la joven mañana,
      Con los mil pliegues rústicos de su cara pastora.

      Pan y frutas: ingenuos desayunos frugales.
      Mientras que los pastores huelgan de sus pradiales
      Fatigas o se lavan en los remansos tersos,

      Maniobran hacia el valle de tímpanos agudos
      Los celosos instintos de los perros lanudos,
      De voz ancha, que integran los ganados dispersos.
    Arriba

    Meridiano durmiente
      Frente a la soporífera canícula insensata,
      La vieja sus remiendos monótonos frangolla;
      Y al son del gluglutante rezongo de la olla
      Inspírase el ambiente de bucólica beata...

      En el sobrio regazo de la cocina grata,
      Su folletín la cándida maledicencia empolla,
      Hasta que la merienda de hogaza y de cebolla
      Abre un dulce paréntesis a la charla barata.

      Afuera el aire es plomo... Casiopea y Melampo,
      Turban sólo el narcótico gran silencio del campo.
      Ella, la muy maligna, finge torpes enredos,

      Como le habla al oído de divinos deslices...
      Y así el tiempo resbala por sus almas felices,
      Como un rosario fácil entre unos bellos dedos.
    Arriba

    Neurastenia
      Huraño el bosque muge su rezongo,
      Y los ecos llevando algún reproche
      Hacen rodas su carrasqueño coche
      Y hablan la lengua de un extraño Congo.

      Con la expresión estúpida de un hongo,
      Clavado en la ignorancia de la noche,
      Muere la Luna. El humo hace un fantoche
      De pies de sátiro y sombrero oblongo.

      ¡Híncate! Voy a celebrar la misa.
      Bajo la azul genuflexión de Urano
      Adoraré cual hostia tu camisa:

      "¡Oh, tus botas, los guantes, el corpiño...!"
      Tu sueño expresará sobre mi mano
      La metempsícosis de un astro niño.
    Arriba

    Nirvana crepuscular
      Con su veste en color de serpentina,
      Reía la voluble Primavera...
      Un billón de luciérnagas de fina
      Esmeralda, rayaba la pradera.

      Bajo un aire fugaz de muselina,
      Todo se idealizaba, cual si fuera
      El vago panorama, la divina
      Materialización de una quimera...

      En consustaciación con aquel bello
      Nirvana gris de la Naturaleza,
      Te inanimaste... Una ideal pereza

      Mimó tu rostro de incitante vello,
      Y al son de mis suspiros, tu cabeza
      Durmióse como un pájaro en mi cuello!...
    Arriba

    Numen
      Mefistófela divina,
      Miasma de fulguración,
      Aromática infección
      De una fístula divina...
      ¡Fedra, Molocha, Caína,
      Cómo tu filtro me supo!
      ¡A ti - ¡Santo Dios! - te cupo
      Ser astro de mi desdoro;
      Yo te abomino y te adoro
      Y de rodillas te escupo!

      Acude a mi desventura
      Con tu electrosis de té,
      En la luna de Astarté
      Que auspicia tu desventura...
      Vértigo de asambladura
      Y amapola de sadismo:
      ¡Yo sumaré a tu guarismo
      Unitario de Gusana
      La equis de mi Nirvana
      Y el cero de mi ostracismo!

      Carie sórdida y uremia,
      Felina de blando arrimo,
      Intoxícame en tu mimo
      Entre dulzuras de uremia...
      Blande tu invicta blasfemia
      Que es una garra pulida,
      Y sórbeme por la herida
      Sediciosa del pecado,
      Como un pulpo delicado,
      "¡Muerte a muerte y vida a vida!"

      Clávame en tus fulgurantes
      Y fieros ojos de elipsis
      Y bruña el Apocalipsis
      Sus músicas fulgurantes...
      ¡Nunca! ¡Jamás! ¡Siempre! ¡Y Antes!
      ¡Ven, antropófaga y diestra,
      Escorpiona y Clitemnestra!
      ¡Pasa sobre mis arrobos
      Como un huracán de lobos
      En una noche siniestra!
      ¡Yo te excomulgo, Ananké!

      Tu sombra de Melisendra
      Irrita la escolopendra
      Sinuosa de mi ananké...
      Eres hidra en Salomé,
      En Brenda panteón de bruma,
      Tempestad blanca en Satzuma,
      En Semíramis carcoma,
      Danza de vientre en Sodoma
      Y páramo en Olaluma!

      Por tu amable y circunspecta
      Perfidia y tu desparpajo,
      Hielo mi cuello en el tajo
      De tu traición circunspecta...
      ¡Y juro, por la selecta
      Ciencia de tus artimañas,
      Que irá con tus risas hurañas
      Hacia tu esplín cuando muera,
      Mi galante calavera
      A morderte las entrañas!
    Arriba

    Otoño
      La druídica pompa de la selva se cubre
      De una gótica herrumbre de silencio y estragos;
      Y Cibeles esquiva su balsámica ubre,
      Con un hilo de lágrimas en los párpados vagos...

      Sus cabellos de místico azafrán llora Octubre
      En los lívidos ojos de muaré de los lagos.
      Las cigüeñas exodan. Y los búhos aciagos
      Ululúan la mofa de un presagio insalubre...

      Tras de la cabalgata de metal, las traíllas
      Ladran a las casacas rojas y a las hebillas...
      El cuerno muge. Todo ríe de austera corte.

      El abuelo Silencio trémulo se solaza...
      Y zumba la leyenda ecuestre de la caza
      En medio de un hierático crepúsculo del Norte.
    Arriba

    Panteo
      Sobre el césped mullido que prodiga su alfombra,
      Job, el Mago de acento bronco y de ciencia grave,
      Vincula a las eternas maravillas su clave,
      Interroga a los astros y en voz alta les nombra...

      Él discurre sus signos... Él exulta y se asombra
      Al sentir en la frente como el beso de un ave,
      Pues los astros le inspiran con su aliento suave,
      Y en perplejas quietudes se hipnotiza de sombra.

      Todo lo insufla. Todo lo desvanece: el hondo
      Silencio azul, el bosque, la Inmensidad sin fondo...
      Transubstanciado él siente como que no es el mismo,

      Y se abraza a la tierra con arrobo profundo...
      Cuando un grito, de pronto, estremece el abismo:
      ¡Y es que Job ha escuchado el latido del mundo!
    Arriba

    Recepción instrumental del gran polígloto Orfeo
      Entra el viejo Orfeo. Mil notas auroran
      El aire de ruidos, mil notas confusas:
      Suspiran las Musas, las Sirenas lloran;
      Las Sirenas lloran, suspiran las Musas.

      Misteriosas flautas, que modulan gritos
      De bacantes ebrias, de hetairas locas,
      Cantan las canciones de los tristes mitos,
      de los besos muertos en las regias bocas.

      Finas violas trinan los rondeles breves
      Que en la danza regia dicen los encajes,
      Las suaves y amables carcajadas leves
      De las suaves sedas de los leves trajes.

      Sistros marfilados hablan de las lidias
      De los viejos reyes; de su real decoro;
      De Judith y Esther cuentan las perfidias,
      Los asesinatos de sus besos de oro.

      Címbalos de plata cuentan las historias
      De reinas de Saba; de sangrientas misas,
      Y cascabelean las divinas glorias
      De los viejos bardos y las pitonisas.

      Suaves mandolinas desabrochan llantos
      De Mignones ebrias y Lilis divinas,
      Y hacen las historias, de crueles encantos
      Y dulces venenos, de las Florentinas.

      Cuernos y zampoñas, cobres y trompetas,
      (Que tienen el triunfo dorado del Sol),
      Aúllan y ladran y rujen y gritan,
      (Los himnos más rojos en tono i bemol).
      ¡Hablando de guerras, de sangre, de atletas,
      De incendios, de muertes y cosas que excitan!

      Órganos tronantes murmuran canciones,
      De mística, vaga, celeste harmonía,
      Que hacen de las barbas de Jehová vellones
      Para ornar la mesa de la eucaristía.

      Discretos violines hacen historietas
      De pies diminutos, escotes y talles;
      De anillos traidores; de las Antonietas;
      De los galanteos del regio Versalles.

      Narran mil alegros, de collares ricos,
      De aleves conquistas, de alcobas doradas,
      Las conspiraciones de los abanicos
      Y las aventuras de las estocadas.

      Timbales y oboes, panderos y gaitas
      Son gitanas tristes, ebrias bayaderas
      Que dan el almíbar de las chirigaitas,
      Sangre de cicutas, celos de panteras,

      Que sugieren dramas de placer y llanto,
      Risas y suspiros de Selikas locas,
      Sollozos de Aída, ramos de amaranto,
      Orgías de vasos, puñales y bocas.

      Graves clavicordios, tristes violoncelos,
      Susurran amores de duques suicidas,
      Y hablan en la lengua de los terciopelos,
      Del vino que usaban las reinas queridas.

      Guitarras sensibles, en raudos alegros,
      Hablan de toreros, chulos y manolas;
      Fingen las tormentas de los ojos negros,
      Y hablan de los celos de las reinas Lolas.

      Ríen con la risa del castañeteo,
      Vuelan con el vuelo de la seguidilla,
      Y hablan del hechizo que en el culebreo
      Ponen las sultanas de la manzanilla.

      Sugieren de pronto caderas ariscas,
      Gestos que provocan, y ligas que atan;
      ¡Toros de lujurias, besos de odaliscas,
      Canelas, mantillas y piernas que matan!...
    Arriba

    Su majestad el tiempo
      El viejo Patriarca,
      Que todo lo abarca,
      Se riza la barba de príncipe asirio;
      Su nívea cabeza parece un gran lirio,
      Parece un gran lirio la nívea cabeza del viejo Patriarca.

      Su pálida frente es un mapa confuso;
      La abultan montañas de hueso,
      Que forman lo raro, lo inmenso, lo espeso
      De todos los siglos del tiempo difuso.

      Su frente de viejo ermitaño
      Parece el desierto de todo lo antaño;
      En ella han carpido la hora y el año,
      Lo siempre empezado, lo siempre concluso,
      Lo vago, lo ignoto, lo iluso, lo extraño,
      Lo extraño y lo iluso...

      Su pálida frente es un mapa confuso:
      La cruzan arrugas, eternas arrugas,
      Que son cual los ríos del vago país de lo abstruso
      Cuyas olas, los años, se escapan en rápidas fugas.

      ¡Oh, las viejas, eternas arrugas!
      ¡Oh, los surcos oscuros!
      ¡Pensamientos en formas de orugas
      De donde saldrán los magníficos siglos futuros!
    Arriba

    Terminación de la fiesta. Despedidas y quejas. Llueve. Desfile de la concurrencia
      Suenan galanteos y besos y adioses:
      Se marchan los Papas de ceño fruncido.
      Las Brujas, los Duendes de acento fingido,
      Se marchan los Reyes, se marchan los Dioses,
      Y todos se marchan... Ya todos se han ido...!
      Pasaron volando las cuatro Estaciones,
      Los bellos Ocasos, las bellas Auroras,
      Endriagos, Quimeras, Esfinges, Dragones,
      Hidras y Centauros y Furias traidoras
      Y Gnomos y Faunos y Meses y Horas.
      Se apagan las luces. El viejo Castillo
      Se esfuma, se borra. Cuatro campanadas
      Da el Reloj. (Sus botas perdió Pulgarcillo
      Y una bruja loca lo lleva a la grupa).
      Negras Amazonas pasan a horcajadas
      En palos de escoba; y el negro corrillo
      De sombras eternas zumbando se agrupa...!
      Zumbando se agrupa...!
      (Llueve). Los Ciclones tocan en sus flautas Su inmenso silbido.
      Los viejos Ciclones tocan en sus flautas,
      Las Sirenas lloran, las Ninfas se quejan.
      (El viejo Patriarca se queda dormido).
      Pasan Unicornios, Monstruos y Argonautas...
      Ya todos se han ido, ya todos se alejan,
      Ya todos se alejan, ya todos se han ido...
      Se quejan
      Se alejan...
      Se han ido...!
    Arriba

    Tertulia lunática
      I

      Vesperas

      Jam sol recedit igneus...
      (Ya se retira el sol de fuego)

      En túmulo de oro vago,
      Cataléptico fakir,
      Se dio el tramonto a dormir
      La unción de un nirvana vago...
      Objetivase el aciago
      Suplicio de pensamiento
      Y como un remordimiento
      Pulula el sordo rumor
      De algún pulverizador
      De músicas de tormento.

      El cielo abre un gesto verde,
      Y ríe el desequilibrio
      De un sátiro de ludibrio
      Enfermo de absintio verde...
      En hipótesis se pierde
      El horizonte errabundo,
      Y el campo meditabundo
      De informe turbión se puebla,
      Como que todo es tiniebla
      En la conciencia del Mundo.

      Ya las luciérnagas –brujas
      Del joyel de Salambó–
      Guiñan la “marche aux flambeaux”
      De un aquelarre de brujas...
      Da nostalgias de Cartujas
      El ciprés de terciopelo,
      Y vuelan de tu pañuelo,
      En fragantes confidencias,
      Interjecciones de ausencias
      Y ojeras de ritornelo.

      Todo es póstumo y abstracto
      Y se intiman de monólogos
      Los espíritus ideólogos
      Del Incognoscible Abstracto...
      Arde el bosque estupefacto
      En un éxtasis de luto,
      Y se electriza el hirsuto
      Laberinto del proscenio
      Con el fósforo del genio
      Lóbrego de lo Absoluto.

      Todo suscita el cansancio
      De algún país psicofísico
      En el polo metafísico
      De silencio y de cansancio...
      Un vaho de tiempo rancio
      Historia la unción plenaria,
      Y cunde, ante la arbitraria
      Lógica de la extensión
      La materialización
      Del ánima planetaria.

      Del insonoro interior
      De mis oscuros naufragios,
      Zumba, viva de presagios
      La Babilonia interior...
      Un pitagorizador
      Horoscopa de ultra-noche,
      Mientras, en auto-reproche
      De contricciones estáticas,
      Rondan las momias hieráticas
      Del Escorial de la Noche.

      Fuegos fatuos de exorcismo
      Ilustran mi doble vista,
      Como una malabarista
      Mutilación de exorcismo...
      Lo Subconsciente del mismo
      Gran Todo me escalofría
      Y en la multitud sombría
      De la gran tiniebla afónica
      Fermenta una cosmogónica
      Trompeta de profecía.

      Tal en un rapto de nieve
      Se aguza la ermita gótica,
      Y arriba la aguja hipnótica
      Enhebra estrellas de nieve...
      El bosque en la sombra se mueve
      Fantásticos descalabros,
      Y en los enebros macabros
      Blande su caña un pastor,
      Como un lego apagador
      De tétricos candelabros.

      Duerme, la oreja en acecho,
      Como un lobo montaraz
      El silencio suspicaz
      Del precipicio en acecho...
      Frunce el erial su despecho,
      Mientras disuelve y rehúsa
      El borbollón de la esclusa
      Monólogos de esquimal,
      En gárgaras de cristal
      Y euforias de cornamusa.

      Adarga en ristre, el sonámbulo
      Molino metaforiza
      Un Don Quijote en la liza,
      Encabalgado y sonámbulo...
      Tortura el humo un funámbulo
      Guiñol de caleidoscopio
      Y hacia la noche de opio
      Abren los pozos de Ciencia
      El ojo de una conciencia
      Profunda de espectroscopio.

      Sobre la torre, enigmático,
      El búho de ojos de azufre,
      Su canto insalubre sufre
      Como un muecín enigmático...
      Ante el augurio lunático,
      Capciosa, espectral, desnuda,
      Aterciopelada y muda,
      Desciende en su tela inerte,
      Como una araña de muerte,
      La inmensa noche de Buda...

      II

      Ad completorium

      En un bostezo de horror,
      Tuerce el estero holgazán
      Su boca de Leviatán
      Tornasolada de horror...
      Dicta el Sumo Redactor
      A la gran Sombra Profeta,
      Y obsediendo la glorieta,
      Como una insana clavija,
      Rechina su idea fija
      La turbadora veleta.

      Ríe el viento confidente
      Con el vaivén de su cola
      Tersa de gato de Angola,
      Perfumada y confidente...
      El mar inauditamente
      Se encoge de sumisión
      Y el faro vidente, en son
      De taumaturgas hombrías,
      Traduce al torvo Isaías
      Hipnotizando un león.

      Estira aplausos de ascua
      La hoguera por los establos:
      Rabiosa erección de diablos
      Con tenedores en ascua...
      Un brujo espanto de Pascua
      De Marizápalo asedia,
      Y una espectral Edad Media
      Danza epilepsias abstrusas,
      Como un horror de Medusas
      De la Divina Comedia.

      En una burla espantosa,
      El túnel del terraplén
      Bosteza como Gwynplaine
      Su carcajada espantosa...
      Hincha su giba la unciosa
      Cúpula, y con sus protervos
      Maleficios de hicocervos,
      Conjetura el santuario
      El mito de un dromedario
      Carcomido por los cuervos.

      Las cosas se hacen facsímiles
      De mis alucinaciones
      Y son como asociaciones
      Simbólicas de facsímiles...
      Entre humos inverosímiles
      Alinea el cañaveral,
      Con su apostura marcial
      Y sus penachos de gloria,
      Las armas de la victoria
      En un vivac imperial.

      Un arlequín tarambana,
      Con un toc-toc insensato,
      El tonel de Fortunato
      Bate en mi sien tarambana...
      Siento sorda la campana
      Que en mi pensamiento intuye;
      En el eco que refluye,
      Mi voz otra voz me nombra;
      ¡Y hosco persigo en mi sombra
      Mi propia entidad que huye!

      La realidad espectral
      Pasa a través de la trágica
      Y turbia linterna mágica
      De mi razón espectral...
      Saturno infunde el fatal
      Humor bizco de su influjo
      Y la luna en el reflujo
      Se rompe, fuga y se integra
      Como por la magia negra
      De un escamoteo brujo.

      En la cantera fantasma,
      Estampa Doré su mueca
      Fosca, saturniana y hueca,
      De pesadilla fantasma...
      En el Cementerio pasma
      La Muerte un zurdo can-can;
      Ladra en un perro Satán,
      Y un profesor rascahuesos
      Trabuca en hipos aviesos
      El Carnaval de Schumann.

      III

      Avernus

      Tú que has entrado en mi imperio
      Como feroz dentellada,
      Demonia tornasolada
      Con romas garras de imperio,
      ¡Infiérname en el cauterio
      Voraz de tus ojos vagos
      Y en tus senos que son lagos
      De ágata en cuyos sigilos
      Vigilan los cocodrilos
      Réprobos de tus halagos!

      Consustanciados en fiebre,
      Amo, en supremas neurosis,
      Vivir las metempsicosis
      Vesánicas de tu fiebre...
      ¡Haz que entre rayos celebre
      Su aparición Belcebú,
      Y tus besos de cauchú
      Me sirvan sus maravillas,
      Al modo que las pastillas
      Del Hada Pari-Banú!

      Lapona Esfinge: en tus grises
      Pupilas de opio, evidencio
      La Catedral del Silencio
      De mis neurastenias grises...
      Embalsamados países
      De ópalo y de ventiscos
      Bruma el esplín de sus discos,
      En cuyos glaciales bancos
      Adoran dos osos blancos
      A los Menguantes ariscos.

      En el Edén de la inquieta
      Ciencia del Bien y del Mal,
      Mordí en tu beso el fatal
      Manzano de carne inquieta...
      Tu cabellera violeta
      Denuncia su fronda inerte,
      Mi brazo es el dragón fuerte
      Y los frutos delictuosos
      Tus inauditos y briosos
      Senos que me dan la muerte!

      Carnívora paradoja,
      Funambulesca Danaida,
      Esfinge de mi Tebaida
      Maldita de paradoja...
      Tu miseria es de una roja
      Fascinación de impostura,
      ¡Y arde el cubil de tu impura
      Y artera risa de clínica,
      Como un incesto en la cínica
      Máscara de la Locura!...

      IV

      Et noctem quietam concedet Dominus...

      Canta la noche salvaje
      Sus ventriloquias de Congo,
      En un gangoso diptongo
      De guturación salvaje...
      La luna muda su viaje
      De astrólogo girasol,
      Y olímpico caracol,
      Proverbial de los oráculos,
      Hunde en el mar sus tentáculos,
      Hipnotizado de Sol.

      Sueña Rodenbach su ambigua
      Quimera azul, en la bruma;
      Y el gris surtidor empluma
      Su frivolidad ambigua...
      Allá en la mansión antigua
      La noble anciana, de leda
      Cara de esmalte, remeda
      –Bajo su crespo algodón–
      El copo de una ilusión
      Envuelto en papel de seda.

      En la abstracción de un espejo
      Introspectivo me copio
      Y me reitero en mí propio
      Como en un cóncavo espejo...
      La sierra nubla un perplejo
      Ritus de tormenta mómica,
      Y en su gran página atómica
      Finge el cielo de estupor
      El inmenso borrador
      De una música astronómica.

      Con insomnios de neuralgia
      Bosteza el reloj: la una;
      Y el parque alemán de luna
      Sufre una blanca neuralgia...
      Ronca el pino su nostalgia
      Con latines de arcipreste;
      Y es el molino una agreste
      Libélula embalsamada,
      En un alfiler picada
      A la vitrina celeste.

      Un leit-motiv de ultratumba
      Desarticula el pantano,
      Como un organillo insano
      De un carrusel de ultratumba...
      El Infinito derrumba
      Su interrogación huraña,
      Y se suicida, en la extraña
      Vía láctea, el meteoro,
      Como un carbunclo de oro
      En una tela de araña.

      V

      ¡Oh negra flor de Idealismo!
      ¡Oh hiena de diplomacia,
      Con bilis de aristocracia
      Y lepra azul de idealismo!...
      Es un cáncer tu erotismo
      De absurdidad taciturna,
      Y florece en mi saturna
      Fiebre de virus madrastros,
      Como un cultivo de astros
      En la gangrena nocturna.

      Te llevo en el corazón,
      Nimbada de mi sofisma,
      Como un siniestro aneurisma
      Que rompe mi corazón...
      ¡Oh Monstrua! ¡Mi ulceración
      En tu lirismo retoña,
      Y tu idílica zampoña
      No es más que parasitaria
      Bordona patibularia
      De mi celeste carroña!

      ¡Oh musical y suicida
      Tarántula abracadabra
      De mi fanfarria macabra
      Y de mi parche suicida!
      –¡Infame! ¡En tu desabrida
      Rapacidad de perjura,
      Tu sugestión me sulfura
      Con el horrendo apetito
      Que aboca por el Delito
      La tenebrosa locura!

      VI

      Officium tenebrarum

      Tal como en una capilla
      Ardiente de hiperestesia,
      Entre grillos de anestesia,
      Tiembla la noche en capilla...
      Un gato negro en la orilla
      Del cenador de bambú,
      Telegrafía una cu
      A Orión que le signa un guiño,
      Y al fin estrangula un niño
      Improntu hereje en miaú!

      La luna de plafón chino
      Prestidigita en su riesgo,
      La testa truncada al sesgo
      De algún Cuasimodo chino...
      Sangra un puñal asesino
      En la encrucijada obtusa;
      Y cual Tornera Reclusa,
      Abre –entre sordos cuidados–
      Las puertas, con solapados
      Llavero agrios, la Intrusa!

      Su hisopo sacramental
      Vierte en el lago amatista,
      El sauce como un Bautista
      En gesto sacramental...
      ¡Diverge un fauno invernal
      El símbolo de sus cuernos,
      Y con sulfuros internos
      Riela el charco de disturbio,
      Como un tragaluz del turbio
      Sótano de los Avernos!

      En el Coro de la Noche
      Cárdena del otro mundo,
      Retumban su “De Profundo”
      Los monjes de media noche...
      Desde el púlpito, un fantoche
      Cruje un responso malsano,
      Y se adelanta un Hermano,
      Y en cavernosas secuencias
      Le rinde tres reverencias
      Con la cabeza en la mano.

      Eriza la insidia sorda
      Del bituminoso piélago,
      Caronte, con el murciélago
      De su barca –vela sorda...
      En las riberas aborda
      El desgreñado turbión,
      ¡Y como la interjección
      De un rayo sobre la Nada,
      Se raja la carcajada
      Estridente de Plutón!...

      VII

      Numen

      Mefistófela divina,
      Miasma de fulguración,
      Aromática infección
      De una fístula divina...
      ¡Fedra, Molocha, Caína,
      Cómo tu filtro me supo!
      ¡A ti –¡Santo Dios!– te cupo
      Ser astro de mi desdoro:
      Yo te abomino y te adoro
      Y de rodillas te escupo!

      Acude a mi desventura
      Con tu electrosis de té,
      En la luna de Astarté
      Que auspicia tu desventura...
      Vértigo de ensambladura
      Y amapola de sadismo:
      ¡Yo sumaré a tu guarismo
      Unitario de Gusana
      La equis de mi Nirvana y el cero de mi ostracismo!

      Carie sórdida y uremia,
      Felina de blando arrimo,
      Intoxícame en tu mimo
      Entre dulzuras de uremia...
      Blande tu invicta blasfemia
      Que es una garra pulida,
      Y sórbeme por la herida
      Sediciosa del pecado,
      Como un pulpo delicado,
      “¡Muerte a muerte y vida a vida!”

      Clávame en tus fulgurantes
      Y fieros ojos de elipsis,
      Y bruña el Apocalipsis
      Sus músicas fulgurantes...
      ¡Nunca! ¡Jamás! ¡Siempre! ¡Y Antes!
      ¡Ven, antropófaga y diestra,
      Escorpiona y Clitemnestra!
      ¡Pasa sobre mis arrobos,
      Como un huracán de lobos
      En una noche siniestra!

      ¡Yo te excomulgo, Ananké!
      Tu sombra de Melisendra
      Irrita la escolopendra
      Sinuosa de mi ananké...
      Eres hidra en Salomé,
      En Brenda panteón de bruma,
      Tempestad blanca en Satzuma,
      En Semíramis carcoma,
      Danza de vientre en Sodoma
      Y páramo en Olaluma!

      Por tu amable y circunspecta
      Perfidia y tu desparpajo,
      Hielo mi cuello en el tajo
      De tu traición circunspecta...
      ¡Y juro, por la selecta
      Ciencia de tus artimañas,
      Que irá con risas hurañas
      Hacia tu esplín cuando muera,
      Mi galante calavera
      A morderte las entrañas!...
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