Juan Zorrilla de San Martín

.
    Información biográfica

    Fragmentos de "Tabaré":

  1. Fragmento I
  2. Fragmento II
  3. Fragmento III
  4. Fragmento IV
  5. Fragmento IX
  6. Fragmento X
  7. Fragmento XI
  8. Fragmento XII


Información biográfica
    Nombre: Juan Zorrilla de San Martín
    Lugar y fecha nacimiento: Montevideo, Uruguay, 28 de diciembre de 1855
    Lugar y fecha defunción: Montevideo, Uruguay, 3 de noviembre de 1931 (75 años)
    Ocupación: Diputado, embajador, docente, escritor, periodista, poeta

    Fuente: [Juan Zorrilla de San Martín] en Wikipedia.org
Arriba

    Fragmento I
      Levantaré la losa de una tumba;
      E, internándome en ella,
      Encenderé en el fondo el pensamiento,
      Que alumbrará la sociedad inmensa.
      Dadme una lira y vamos: la de hierro,
      La más pesada y negra;
      Esa, la de apoyarse en las rodillas,
      Y sostenerse con la mano trémula,
      Mientras la azota el viento temeroso
      Que silba en las tormentas,
      Y, al golpe del granizo restallando,
      Sus acordes difunde en las tinieblas;
      La de cantar, sentado entre las ruinas,
      Como el ave agorera;
      La que, arrojada al fondo del abismo,
      Del fondo del abismo nos contesta.
      Al desgranarse las potentes notas
      De sus heridas cuerdas,
      Despertarán los ecos que han dormido
      Sueño de siglos en la oscura huesa;
      Y formarán la estrofa que revele
      Que la muerte, piensa:
      Resurrección de voces extinguidas,
      Extraño acorde que en mi mente suene.
    Arriba

    Fragmento II
      Vosotros, los que amáis los imposibles;
      Los que vivís la vida de la idea;
      Los que sabéis de ignotas muchedumbres,
      Que los espacios infinitos pueblan,
      Y de esos seres que entran en las almas,
      Y mensajes oscuros les revelan,
      Desabrochan las flores en el campo,
      Y encienden en el cielo las estrellas;
      Los que escucháis quejidos y palabras
      En el triste rumor de la hoja seca,
      Y algo más que la idea del invierno,
      Próximo y frío, a vuestra mente llega,
      Al mirar que los vientos otoñales
      Los árboles desnudan, y los dejan
      Ateridos, inmóviles, deformes,
      Como esqueletos de hermosuras muertas;
      Seguidme, hasta saber de esas historias
      Que el mar, y el cielo, y el dolor nos cuentan;
      Que narran el ombú de nuestras lomas,
      El verde canelón de las riberas,
      La palina centenaria, el camalote,
      El ñandubay, los talas y las ceibas:
      La historia de la sangre de un desierto,
      La triste historia de una raza muerta.
      Y vosotros aún más, bardos amigos,
      Trovadores galanos de mi tierra,
      Vírgenes de mi patria y de mi raza,
      Que templáis el laúd de los poetas;
      Seguidme juntos, a escuchar las notas
      De una elegía, que, en la patria nuestra,
      El bosque entona, cuando queda solo,
      Y todo duerme entre sus ramas quietas;
      Crecen laureles, hijos de la noche,
      Que esperan liras, para asirse a ellas,
      Allá en la oscuridad, en que aún palpita
      El grito del desierto y de la selva.
    Arriba

    Fragmento III
      ¡Extraña y negra noche! ¿Dónde vamos?
      ¿Es esto cielo o tierra?
      ¿Es lo de arriba? ¿Lo de abajo? Es lo hondo,
      Sin relación, ni espacio, ni barreras;
      Sumersión del espíritu en lo oscuro,
      Reino de las quimeras,
      En que no sabe el pensamiento humano
      Si desciende, o asciende, o se despeña;
      El caos de la mente, que, pujante,
      La inspiración ordena;
      Los elementos vagos y dispersos
      Que amasa el genio, y en la forma encierra.
      Notas, palabras, llantos, alaridos,
      Plegarias, anatemas,
      Formas que pasan, puntos luminosos,
      Gérmenes de imposibles existencias;
      Vidas absurdas, en eterna busca
      De cuerpos que no encuentran;
      Días y noches en estrecho abrazo,
      Que espacio y tiempo en que vivir esperan;
      Líneas fosforescentes y fugaces,
      Y que en los ojos quedan
      Como estrofas de un himno bosquejado,
      O gérmenes de auroras o de estrellas;
      Colores que se funden y repelen
      En inquietud eterna,
      Ansias de luz, primeras vibraciones
      Que no hallan ritmo, no dan lumbre, y cesan;
      Tipos que hubieran sido, y que no fueron,
      Y que aún el ser esperan;
      Informes creaciones, que se mueven
      Con una vida extraña o incompleta;
      Proyectos, modelados por el tiempo,
      De razas intermedias;
      Principios sutilísimos, que oscilan
      Entre la forma errante y la materia;
      Voces que llaman, que interrogan siempre,
      Sin encontrar respuesta;
      Palabras de un idioma indefinible
      Que no han hablado las humanas lenguas;
      Acordes que, al brotar, rompen el arpa,
      Y en los aires revientan
      Estridentes, sin ritmo, como notas
      De mil puntos diversos que se encuentran,
      Y se abrazan en vano sin fundirse,
      Y hasta esa misma repulsión ingénita,
      Forma armonía, pero rara, absurda;
      Música indescriptible, pero inmensa;
      Rumor de silenciosas muchedumbres;
      Tumu1tos que se alejan...
      Todo se agita, en ronda atropellada,
      En esta oscuridad que nos rodea;
      Todo asalta en tropel al pensamiento,
      Que en su seno penetra
      A hacer inteligible lo confuso,
      A refrenar lo que huye y se rebela;
      A consagrar, del ritmo y del sonido,
      La unión que viva eterna;
      La del dolor y el alma con la línea;
      De la palabra virgen con la idea;
      Todo brota en tropel, al levantarse
      La ponderosa piedra,
      Como bandada de aves que, chirriando,
      Brota del fondo de profunda cueva;
      Nube con vida que, cobrando formas
      Variables y quiméricas,
      Se contrae, se alarga, y se resuelve,
      Por sí misma empujada en las tinieblas.
      Y así cuajó en mi mente, obedeciendo
      A una atracción secreta,
      Y entre risas, y llantos, y alaridos,
      Se alzó la sombra de la raza muerta;
      De aquella raza que pasó, desnuda
      Y errante, por mi tierra,
      Como el eco de un ruego no escuchado
      Que, camino del cielo, el viento lleva.
    Arriba

    Fragmento IV
      Tipo soñado, sobre el haz surgido
      De la infinita niebla;
      Ensueño de una noche sin aurora,
      Flor que una tumba alimentó en sus grietas:
      Cuando veo tu imagen impalpable
      Encarnar nuestra América,
      Y fundirse en la estrofa transparente,
      Darle su vida, y palpitar en ella;
      Cuando creo formar el desposorio
      De tu ignorada esencia
      Con esa forma virgen, que los genios
      Para su amor o su dolor encuentran;
      Cuando creo infundirte, con mi vida,
      El ser de la epopeya,
      Y legarte a mi patria y a mi gloria,
      Grande como mi amor y mi impotencia,
      El más débil contacto de las formas
      Desvanece tu huella,
      Como al contacto de la luz, se apaga
      El brillo sin calor de las luciérnagas.
      Pero te vi. Flotabas en lo oscuro,
      Como un jirón de niebla;
      Afluían a ti, buscando vida,
      Como a su centro acuden las moléculas,
      Líneas, colores, notas de un acorde
      Disperso, que frenéticas
      Se buscaban en ti; palpitaciones
      Que en ti buscaban corazón y arterias;
      Miradas que luchaban en tus ojos
      Por imprimir su huella,
      Y lágrimas, y anhelos, y esperanzas,
      Que en tu alma reclamaban existencia;
      Todo lo de la raza: lo inaudito,
      Lo que el tiempo dispersa,
      Y no cabe en la forma limitada,
      Y hace estallar la estrofa que lo encierra.
      Ha quedado en mi espíritu tu sombra,
      Como en los ojos quedan
      Los puntos negros, de contornos ígneos,
      Que deja en ellos una lumbre intensa...
      ¡Ah! no, no pasarás, como la nube
      Que el agua inmóvil en su faz refleja;
      Como esos sueños de la media noche
      Que a la mañana ya no se recuerdan;
      Yo te ofrezco, ¡oh ensueño de mis días!
      La vida de mis cantos,
      Que en la tierra vivirán más que yo: ¡Palpita y anda,
      Forma imposible de la estirpe muerta!
    Arriba

    Fragmento IX
      Por allá, entre los árboles,
      Apareció un momento
      Tabaré, conduciendo a la española,
      Y en la espesura se internó de nuevo.
      De Blanca se escuchaban
      Los débiles lamentos;
      Aun vierte, sobre el hombro del charrúa,
      El llanto aquel que reventó en su pecho.
      El indio va callado,
      Sigue, sigue corriendo,
      Siempre empujado por la fuerza aquella
      Que sacudió sus ateridos miembros.
      Va insensible, agobiado,
      Y en dirección al pueblo;
      Siempre dejando, de su sangre fría,
      Las gotas que aún le quedan, en suelo.
      Grito de rabia y júbilo
      Lanzó Gonzalo al verlo,
      Y, como empuja el arco a la saeta,
      De su ciega pasión lo empujó el vértigo.
      Los ruidos de su arnés y de sus armas,
      Al chocar con los árboles, se oyeron
      Internarse saltando entre las breñas,
      Y despertando los dormidos ecos.
      Han seguido al hidalgo
      El monje y los soldados. Allá adentro
      Se va apagando el ruido de sus pasos;
      El aire está y los árboles suspensos.
      Un grito sofocado
      Resuena a poco tiempo;
      Tras él, clamores de dolor y angustia
      Turban del bosque el funeral silencio...
    Arriba

    Fragmento X
      ¡Cayó la flor al río!
      Los temblorosos círculos concéntricos
      Balancearon los verdes camalotes,
      Y, entre los brazos del juncal, murieron.
      Las grietas del sepulcro
      Engendraron un lirio amarillento.
      Tuvo el perfume de la flor caída,
      Su misma extrema palidez... ¡Han muerto!
      Así el himno cantaban
      Los desmayados ecos;
      Así lloraba el uruti en las ceibas,
      Y se quejaba en el sauzal el viento.
    Arriba

    Fragmento XI
      Cuando al fondo del soto
      El anciano llegó con los guerreros,
      Tabaré, con el pecho atravesado,
      Yacía inmóvil, en su sangre envuelto.
      La espada del hidalgo
      Goteaba sangre que regaba el suelo;
      Blanca lanzaba clamorosos gritos...
      Tabaré no se oía... Del aliento
      De su vida quedaba
      Un estertor apenas, que sus miembros
      Extendidos en tierra recorría,
      Y que en breve cesó... Pálido, trémulo,
      Inmóvil, don Gonzalo,
      Que aun oprimía el sanguinoso acero,
      Miraba a Blanca, que, poblando el aire
      De gritos de dolor, contra su seno
      Estrechaba al charrúa,
      Que dulce la miró, pero de nuevo
      Tristemente cerró, para no abrirlos,
      Los apagados ojos en silencio.
      El indio oyó su nombre
      Al derrumbarse en el instante eterno.
      Blanca, desde la tierra, lo llamaba;
      Lo llamaba, por fin, pero de lejos...
      Ya Tabaré, a los hombres,
      Ese postrer ensueño
      No contará jamás... Está callado,
      Callado para siempre, como el tiempo,
      Como su raza,
      Como el desierto,
      Como tumba que el muerto ha abandonado:
      ¡Boca sin lengua, eternidad sin cielo!
    Arriba

    Fragmento XII
      Ahogada por las sombras,
      La tarde va a morir. Vagos lamentos
      Vienen, de los lejanos horizontes,
      A estrecharse en el aire entre los ceibos.
      Espíritus errantes e invisibles,
      Desde los cuatro vientos,
      Desde el mar y las sierras, han venido
      Con la suprema queja del desierto:
      Con la voz de los llanos y corrientes,
      De los bosques inmensos,
      De las dulces colinas uruguayas,
      En que una raza dispersó sus huesos;
      Voz de un mundo vacío que resuena;
      Raro acorde, compuesto
      De lejanos cantares o tumultos,
      De alaridos, y lágrimas, y ruegos.
      El sol entre los árboles
      Ha dejado su adiós más lastimero,
      Triste como la última mirada
      De una virgen que fuere sonriendo.
      Cuelgan, entre los árboles del bosque,
      Largos crespones negros;
      Cuelgan, entre los árboles, las sombras,
      Que, como ayes informes, van cayendo.
      Cuelgan, entre los árboles del bosque,
      Tules amarillentos;
      Cuelgan, entre los árboles, los últimos
      Lampos de luz, como sudarios trémulos.
      La luz y las tinieblas, en los aires,
      Batallan un momento;
      Extraña y negra forma cobra el bosque...
      La noche sin aurora está en su seno.
      Y, cual se oyen gotear, tras de la lluvia,
      Después que cesa el viento,
      Las empapadas ramas de los árboles,
      O los mojados techos,
      Brotan del bosque, en que el callado grupo
      Está en la densa obscuridad envuelto,
      Ya un metálico golpe en la armadura
      Capitán o de un arcabucero;
      Ya un sollozo de Blanca, aun abrazada
      De Tabaré con el inmóvil cuerpo,
      O una palabra, trémula y solemne,
      De la oración del monje por los muertos.
    Arriba