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Información biográfica
Arriba
- Información biográfica
- El andarín de la noche
- El bote viejo
- El caballo
- El cuarto cerrado
- El dolor de la noche
- El dominó
- El estanque
- La luz de Varsovia
- La muerta de marfil
- La niña de la lámpara azul
- La pensativa
- La ronda de espadas
- La sangre
- La tarda
- Las bodas vienesas
- Las torres
- Lied I
- Lied III
- Lied IV
- Lied V
- Los ángeles tranquilos
- Los delfines
- Los muertos
- Los reyes rojos
- Marcha fúnebre de una marionnette
- Nocturno
- Peregrín cazador de figuras
- Reverie
Información biográfica
- Nombre: José María Eguren
Lugar y fecha nacimiento: Lima, Perú, 7 de julio de 1874
Lugar y fecha defunción: Lima, Perú, 19 de abril de 1942 (67 años)
Ocupación: Escritor, poeta
Fuente: [José María Eguren] en Wikipedia.org
Arriba
- El andarín de la noche
- El oscuro andarín de la noche
Detiene el paso junto a la torre,
Y al centinela
Le anuncia roja, cercana la guerra.
Le dice al viejo de la cabaña
Que hay batidores en la sabana;
Sordas linternas
En los juncales y oscuras sendas.
A las ciudades capitolinas
Va el pregonero de la desdicha;
Y en la tiniebla
Del extramuro, tardo se aleja.
En la batalla cayó la torre;
Siguieron ruinas, desolaciones;
Canes sombríos
Buscan los muertos en los caminos.
Suenan los bombos y las trompetas
Y las picotas y las cadenas;
Y nadie ha visto, por el confín;
Nadie recuerda
Al andarín.
El bote viejo
- Bajo brillante niebla,
De saladas actinias cubierto,
Amaneció en la playa,
Un bote viejo.
Con arena, se mira
La banda de sus bateleros,
Y en la quilla verdosos
Calafateos.
Bote triste, yacente,
Por los moluscos horadado;
Ha venido de ignotos
Muelles amargos.
Apareció en la bruma
Y en la armonía de la aurora;
Trajo de los rompientes
Doradas conchas.
A sus bancos remeros,
A sus amarillentas sogas,
Viene los cormoranes
Y las gaviotas.
Los pintorescos niños,
Cuando dormita la marea
Lo llenan de cordajes
Y de banderas.
Los novios, en la tarde,
En su alta quilla se recuestan;
Y a los vientos marinos,
De amor se besan.
Mas el bote ruinoso
De las arenas del estuario,
Ansía los distantes
Muelles dorados.
Y en la profunda noche,
En fino tumbo abrillantado,
Partió el bote muriente
A los botes lejanos.
El caballo
- Viene por las calles,
A la luna parva,
Un caballo muerto
En antigua batalla.
Sus cascos sombríos...
Trépida, resbala;
Da un hosco relincho,
Con sus voces lejanas.
En la plúmbea esquina
De la barricada,
Con ojos vacíos
Y con horror, se para.
Más tarde se escuchan
Sus lentas pisadas,
Por vías desiertas
Y por ruinosas plazas.
El cuarto cerrado
- Mis ojos han visto
El cuarto cerrado;
Cual inmóviles labios su puerta
Está silenciado,
Su oblonga ventana, como un ojo abierto,
Vidrioso me mira;
Como un ojo triste,
Con mirada que nunca retira
Como un ojo muerto.
Por la grieta salen
Las emanaciones
Frías y morbosas;
¡Ay, las humedades como pesarosas
Fluyen a la acera:
Como si de lágrimas,
El cuarto cerrado un pozo tuviera!
Los hechos fatales
Nos oculta en su frío reposo...
¡Cuarto enmudecido!
¡Cuarto tenebroso
Con sus penas habrá atardecido
Cuántas juventudes!
¡Oh, cuántas bellezas habrá despedido!
¡Cuántas agonías!
¡Cuántos ataúdes!
Su camino siguieron los años,
Los días;
Galantes engaños
Y placenterías;
En el cuarto fatal, aterido,
Todo ha terminado;
Hoy sus sombras el ánima oprimen:
¡Y está como un crimen
El cuarto cerrado!
El dolor de la noche
- Cuando tiembla la noche tardía
En los arenales y los campos negros,
Se oyen voces dolientes, lejanas,
Detrás de los cerros.
¡Es el canto del bosque perdido,
Con la gama antigua de silvestres notas,
O el gemir del turbón ignorado,
Por vegas y sombras!
¡O el distante clamor de las fieras
Que en las pampas brunas
Y en las lomas y campos eriales
Envían al hombre sus iras nocturnas!
¡El coro que sube remoto a los cielos
Será de la muerte la roja palabra
O el clamor de ciudad brilladora
Que se hunde, se apaga!
¡El rondó que triste
Las pendientes dormidas circunda:
El grito del odio será de los montes,
Será de las tumbas!
Cuando se obscurecen las bromas erguidas
En los arenales y los campos negros,
Cómo suena el dolor de la noche
¡Detrás de los cerros!
El dominó
- Alumbraron en la mesa los candiles,
Moviéronse solos los aguamaniles,
Y un dominó vacío, pero animado,
Mientras ríe por la calle la verbena,
Se sienta iluminado,
Y principia la cena.
Su claro antifaz de un amarillo frío
Da los espantos en derredor sombrío
Esta noche de insondables maravillas,
Y tiende vagas, lucífugas señales
A los vasos, las sillas
Los ausentes comensales.
Y luego en horror que nacarado flota,
Por la alta noche de voluntad ignota,
En la luz olvida manjares dorados,
Ronronea una oración culpable, llena
De acentos desolados,
Y abandona la cena.
El estanque
- ¡El verde estanque de la hacienda,
Rey del jardín amable,
Está en olvido
Miserable!
En las lejanas, bellas horas
Eran sus linfas cantadoras,
Eran granates y auroras,
A campánulas y jazmínes
Iban insectos mandarines
Con lamparillas purpuradas,
Insectos cantarines
Con las músicas coloreadas;
Mas, del jardín, en la belleza
Mora siempre arcana tristeza:
Como la noche impenetrable,
Como la ruina miserable.
Temblaba Vésper en los cielos,
Gemían búhos paralelos
Y, de tarde, la enramada
Tenía vieja luz dorada;
Era la hora entristecida
Como planta por nieve herida;
Como el insecto agonizante
Sobre hojas secas navegante.
Clara, la niña bullidora,
Corrió a bañarse en linfa mora,
Para ir luego a la fiesta
De la heredad vecina;
Ya a su oído llegaba orquesta
De violín, piano y ocarina.
Brilló un momento, anaranjada,
Entre la sombra perfumada,
Con las primeras sensaciones
Del sarao de orquestaciones.
¡Oh!, en la linfa funesta y honda
Fue a bañarse la virgen blonda;
De los amores encendida,
La mirada llena de vida...
¡El verde estanque de la hacienda,
Rey del jardín amable,
Hoy es derrumbe
Miserable!
La luz de Varsovia
- Y en la racha que sube a los techos
Se pierden, al punto, las mudas señales,
Y al compás alegre de enanos deshechos
Se elevan divinos los cantos nupciales.
Y en la bruma de la pesadilla
Se ahogan luceros azules y raros,
Y, al punto, se extiende como nubecilla
El mago misterio de los ojos claros.
La muerta de marfil
- Contemplé, en la mañana,
La tumba de una niña;
En el sauce lloroso gemía tramontana,
Desolando la amena, brilladora campiña.
Desde el túmulo frío, de verdes oquedades,
Volaba el pensamiento
Hacia la núbil áurea, bella de otras edades,
Ceñida de contento.
Al ver oscuras flores,
Libélulas moradas, junto a la losa abierta,
Pensé en el jardín claro, en el jardín de amores,
De la beldad despierta.
Como sombría nube, al ver la tumba rara,
De un fluvión mortecino en la arena y el hielo,
Pensé en la rubia aurora de juventud que amara
La niña, flor de cielo.
Por el lloroso sauce, lilial música de ella,
Modula el aura sola en el panteón de olvido.
Murió canora y bella;
Y están sus restos blancos como el marfil pulido.
La niña de la lámpara azul
- En el pasadizo nebuloso
Calcula mágico sueño de Estambul,
Su perfil presenta destelloso
La niña de la lámpara azul.
Ágil y risueña se insinúa,
Y su llama seductora brilla,
Tiembla en su cabello la garúa
De la playa de la maravilla.
Con voz infantil y melodiosa
El fresco aroma de abedul,
Habla de una vida milagrosa
La niña de la lámpara azul.
Con cálidos ojos de dulzura
Y besos de amor matutino,
Me ofrece la bella criatura
Un mágico y celeste camino.
De encantación en un derroche,
Hiende leda, vaporoso tul;
Y me guía a través de la noche
La niña de la lámpara azul.
La pensativa
- En los jardines otoñales,
Bajo palmeras virginales,
Miré pasar muda y esquiva
La pensativa.
La vi en azul de la mañana,
Con su mirada tan lejana;
Que en el misterio se perdía
De la borrosa celestía.
La vi en rosados barandales
Donde lucía sus briales;
Y su faz bella vespertina
Era un pesar en la neblina.
Luego marchaba silenciosa
A la penumbra candorosa;
Y un triste orgullo la encendía,
¿Qué pensaría?
¡Oh, su semblante nacarado
Con la inocencia y el pecado!
¡Oh, sus miradas peregrinas
De las llanuras mortecinas!
Era beldad hechizadora;
Era el dolor que nunca llora;
¿Sin la virtud y la ironía
Qué sentiría?
En la serena madrugada,
La vi volver apesarada,
Rumbo al poniente, muda, esquiva,
¡La pensativa!
La ronda de espadas
- Por las avenidas
De miedo cercadas,
Brilla en la noche de azules oscuros,
La ronda de espadas.
Duermen los postigos,
Las viejas aldabas;
Y se escuchan borrosas de canes
Las músicas bravas.
Ya los extramuros
Y las arruinadas
Callejuelas, vibrante ha pasado
La ronda de espadas.
Y en los cafetines
Que el humo amortaja,
Al sentirla el tahúr de la noche,
Cierra la baraja.
Por las avenidas
Morunas, talladas,
Viene lenta, sonora, creciente
La ronda de espadas.
Tras las celosías,
Esperan las damas,
Paladines que traigan de amores
Las puntas de llamas.
Bajo los balcones
Do están encantadas,
Se detiene con súbito ruido
La ronda de espadas.
Tristísima noche
De nubes extrañas:
¡Ay, de acero las hojas lucientes
Se toman guadañas!
¡Tristísima noche
De las encantadas!
La sangre
- El mustio peregrino
Vió en el monte una huella de sangre:
La sigue pensativo
En los recuerdos claros de su tarde.
El triste, paso a paso,
La ve en la ciudad, dormida, blanca,
Junto a los cadalsos,
Y al morir de ciegas atalayas.
El curvo peregrino
Transita por bosques adorantes
Y los reinos malditos,
Y siempre mira las rojas señales.
La tarda
- Despunta por la rambla amarillenta,
Donde el puma se acobarda;
Viene de lágrimas exenta
La Tarda.
Ella del esqueleto madre
Al puente baja inescuchada,
Y antes que el rondín ladre
A la alborada
Lanza ronca carcajada.
Y con sus epitalamios rojos,
Sus vacíos ojos
Y su extraña belleza,
Pasa sin ver por la senda bravía,
Sin ver que hoy me he muerto de tristeza
Y de monotonía.
Va a la ciudad, que duerme parda,
Por la muerta avenida,
Sin ver el dolor, distraída,
La Tarda.
Las bodas vienesas
- En la casa de las bagatelas,
Vi un mágico verde de rostro cenceño,
Y las cincidelas
Vistosas le cubren la barba de sueño.
Dos infantes oblongos deliran
Y al cielo levantan sus rápidas manos,
Y dos rubias gigantes suspiran,
Y el coro preludian cretinos ancianos.
Que es la hora de la maravilla;
La música rompe de canes y leones
Y bajo chinesca pantalla amarilla
Se tuercen guineos con sus acordeones.
Y al compás de los címbalos suaves,
Del hijo del Rino comienzan las bodas;
Con sus basquiñas enormes y graves
Preséntase mustias las primeras beodas.
Y margraves de añeja Germania,
Y el rútilo extraño de blonda melena,
Y llega con flores azules de insania
La bárbara y dulce princesa de Viena.
Y al dulzor de las virgíneas camelias
Van pos del cortejo la banda macrobia,
Y rígidas, fuertes, las tías Amelias;
Y luego cojeando, cojeando la novia.
Las torres
- Brunas lejanías...
Batallan las torres
Presentando
Siluetas enormes.
Áureas lejanas...
Las torres monarcas
Se confunden
En sus iras llamas.
Rojas lejanías...
Se hieren las torres;
Purpurados
Se oyen sus clamores.
Negras lejanías...
Horas cenicientas
Se oscurecen,
¡Ay!, las torres muertas.
Lied I
- Era el alba,
Cuando las gotas de sangre en el olmo
Exhalaban tristísima luz.
Los amores
De la chinesca tarde fenecieron
Nublados en la música azul.
Vagas rosas
Ocultan en ensueño blanquecino
Señales de muriente dolor.
Y tus ojos
El fantasma de la noche olvidaron,
Abiertos a la joven canción.
Es el alba;
Hay una sangre bermeja en el olmo
Y un rencor doliente en el jardín.
Gime el bosque,
Y en la bruma hay rostros desconocidos
Que contemplan el árbol morir.
Lied III
- En la costa brava
Suena la campana,
Llamando a los antiguos
Bajales sumergidos.
Y como tamiz celeste
Y el luminar de hielo,
Pasan tristemente
Los bajales muertos.
Carcomidos, flavos,
Se acercan bajando...
Y por las luces dejan
Oscuras estelas.
Con su lenguaje incierto,
Parece que sollozan,
A la voz de invierno,
Preterida historia.
En la costa brava
Suena la campana
Y se vuelven las naves
Al panteón de los mares.
Lied IV
- La noche pasaba,
Y al terror de las nébulas, sus ojos
Inefables reían de tristeza.
La muda palabra
En la mansión culpable se veía,
Como del Dios antiguo la sentencia.
La funesta falta
Descubrieron los canes, olfateando
En el viento la sombra de la muerta.
La bella cantaba,
Y el florete durmióse en la armería
Sangrando la piedad de la inocencia.
Lied V
- La canción del adormido cielo
Dejó dulces pesares;
Yo quisiera dar vida a esa canción
Que tiene tanto de ti.
Ha caído la tarde sobre el musgo
Del cerco inglés,
Con aire de otro tiempo musical.
El murmurio de la última fiesta
Ha dejado colores tristes y suaves
Cual de primaveras oscuras
Y listones perlinos.
Y las dolidas notas
Han traído la melancolía
De las sombras galantes
Al dar sus adioses sobre la playa.
La celestía de tus ojos dulces
Tiene un pesar de canto,
Que el alma nunca olvidará.
El ángel de los sueños te ha besado
Para dejarte amor sentido y musical
Y cuyos sones de tristeza
Llegan al alma mía,
Como celestes miradas
En esta niebla de profunda soledad.
¡Es la canción simbólica
Como un jazmín de sueño,
Que tuviera tus ojos y tu corazón!
¡Yo quisiera dar vida a esta canción!
Los ángeles tranquilos
- Pasó el vendaval; ahora,
Con perlas y berilos,
Cantan la soledad aurora
Los ángeles tranquilos.
Modulan canciones santas
En dulces bandolines;
Viendo caídas las hojosas plantas
De campos y jardines.
Mientras sol en la neblina
Vibra sus oropeles,
Besan la muerte blanquecina
En los Saharas crueles.
Se alejan de madrugada,
Con perlas y berilos,
Y con la luz del cielo en la mirada
Los ángeles tranquilos.
Los delfines
- Es la noche de la triste remembranza;
En amplio salón cuadrado,
De amarillo iluminado,
A la hora de maitines
Principia la angustiosa contradanza
De los difuntos delfines.
Tienen ricos medallones
Terciopelos y listones;
Por nobleza, por tersura
Son cual de Van Dyck pintura;
Mas, conservan un esbozo,
Una llama de tristura
Como el primo, como el último sollozo.
Es profunda la agonía
De su eterna simetría;
Ora avanzan en las fugas y compases
Como péndulos tenaces
De la última alegría.
Un saber innominado,
Abatidor de la infancia,
Sufrir los hace, sufrir por el pecado
De la nativa elegancia.
Y por misteriosos fines,
Dentro del salón de la desdicha nocturna,
Se enajenan los delfines
En su danza taciturna.
Los muertos
- Los nevados muertos,
Bajo triste cielo,
Van por la avenida
Doliente que nunca termina.
Van con mustias formas
Entre las auras silenciosas:
Y de la muerte dan el frío
A sauces y lirios.
Lentos brillan blancos
Por el camino desolado;
Y añoran las fiestas del día
Y los amores de la vida.
Al caminar, los muertos una
Esperanza buscan:
Y miran sólo la guadaña,
La triste sombra ensimismada.
En yerma noche de las brumas
Y en el penar y la pavura,
Van los lejanos caminantes
Por la avenida interminable.
Los reyes rojos
- Desde la aurora
Combaten los reyes rojos,
Con lanza de oro.
Por verde bosque
Y en los purpurinos cerros
Vibra su ceño.
Falcones reyes
Batallan en lejanías
De oro azulinas.
Por la luz cadmio,
Airadas se ven pequeñas
Sus formas negras.
Viene la noche
Y firmes combaten foscos
Los reyes rojos.
Marcha fúnebre de una marionnette
- Suena trompa del infante con aguda melodía...
La farándula ha llegado a la reina Fantasía;
Y en las luces otoñales se levanta plañidera
La carroza plañidera.
Pasan luego, a la sordina, peregrinos y lacayos
Y con sus caparazones los acéfalos caballos;
Van azul melancolía
La muñeca. ¡No hagáis ruido!;
Se diría, se diría
Que la pobre se ha dormido.
Vienen túmidos y erguidos palaciegos borgoñones
Y los siguen arlequines con estrechos pantalones.
Ya monótona en litera
Va la reina de madera;
Y Paquita siente anhelo de reír y de bailar,
Flotó breve la cadencia de la murria y la añoranza;
Suena el pífano campestre con los aires de la danza.
¡Pobre, pobre marionnette que la van a sepultar!
Con silente poesía
Va un grotesco Rey de Hungría
Y los siguen los alanos;
Así toda la jauría
Con los viejos cortesanos.
Y en tristor a la distancia
Vuelan goces de la infancia,
Los amores incipientes, los que nunca han de durar.
¡Pobrecita la muñeca que la van a sepultar!
Melancólico el zorcico se prolonga en la mañana,
La penumbra se difunde por el monte y la llanura,
Marionnette deliciosa va a llegar a la temprana sepultura.
En la trocha aúlla el lobo
Cuando gime el melodioso paro bobo.
Tembló el cuerno de la infancia con aguda melodía
Y la dicha tempranera a la tumba llega ahora
Con funesta poesía
Y Paquita danza y llora.
Nocturno
- De Occidente la luz matizada
Se borra, se borra;
En el fondo del valle se inclina
La pálida sombra.
Los insectos que pasan la bruma
Se mecen y flotan,
Y en su largo mareo golpean
Las húmedas hojas.
Por el tronco ya sube, ya sube
La nítida tropa
De las larvas que, en ramas desnudas,
Se acuestan medrosas.
En las ramas de fusca alameda
Que ciñen las rocas,
Bengalíes se mecen dormidos,
Soñando sus trovas.
Ya descansan los rubios silvanos
Que en punas y costas,
Con sus besos las blancas mejillas
Abrazan y doran.
En el lecho mullido la inquieta
Fanciulla reposa,
Y muy grave su dulce, risueño
Semblante se torna.
Que así viene la noche trayendo
Sus causas ignotas;
Así envuelve con mística niebla
Las ánimas todas.
Y las cosas, los hombres domina
La parda señora,
De brumosos cabellos flotantes
Y negra corona.
Peregrín cazador de figuras
- En el mirador de la fantasía,
Al brillar del perfume
Tembloroso de armonía;
En la noche que llamas consume;
Cuando duerme el ánade implume,
Los órficos insectos se abruman
Y luciérnagas fuman;
Cuando lucen los silfos galones, entorcho
Y vuelan mariposas de corcho
O los rubios vampiros cecean,
O las firmes jorobas campean;
Por la noche de los matices,
De ojos muertos y largas narices;
En el mirador distante,
Por las llanuras;
Peregrín cazador de figuras
Con ojos de diamante
Mira desde las ciegas alturas.
Reverie
- Y soñé, de un templete bajaban
Dos dulces bellezas matinales;
Y oí melancólicas hablaban
De las nobles dichas forestales.
Las vi en el blasón de la poterna
Azulinas y casi borradas
Despierto años después, la cisterna
Las mecía medio retratadas.
Y al fin las divisé lastimosas
Por los caminos y por las abras;
Y hablaban las bellas melodiosas;
Pero no se oían sus palabras.
Así, su memoria me traía
Las baladas de Mendelssohn claras;
Pero ni Beethoven poseía
La tristísima luz de esas caras.