José María Eguren

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    Información biográfica

  1. El andarín de la noche
  2. El bote viejo
  3. El caballo
  4. El cuarto cerrado
  5. El dolor de la noche
  6. El dominó
  7. El estanque
  8. La luz de Varsovia
  9. La muerta de marfil
  10. La niña de la lámpara azul
  11. La pensativa
  12. La ronda de espadas
  13. La sangre
  14. La tarda
  15. Las bodas vienesas
  16. Las torres
  17. Lied I
  18. Lied III
  19. Lied IV
  20. Lied V
  21. Los ángeles tranquilos
  22. Los delfines
  23. Los muertos
  24. Los reyes rojos
  25. Marcha fúnebre de una marionnette
  26. Nocturno
  27. Peregrín cazador de figuras
  28. Reverie


Información biográfica

    Nombre: José María Eguren
    Lugar y fecha nacimiento: Lima, Perú, 7 de julio de 1874
    Lugar y fecha defunción: Lima, Perú, 19 de abril de 1942 (67 años)
    Ocupación: Escritor, poeta

    Fuente: [José María Eguren] en Wikipedia.org

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    El andarín de la noche
      El oscuro andarín de la noche
      Detiene el paso junto a la torre,
      Y al centinela
      Le anuncia roja, cercana la guerra.
      Le dice al viejo de la cabaña
      Que hay batidores en la sabana;
      Sordas linternas
      En los juncales y oscuras sendas.
      A las ciudades capitolinas
      Va el pregonero de la desdicha;
      Y en la tiniebla
      Del extramuro, tardo se aleja.
      En la batalla cayó la torre;
      Siguieron ruinas, desolaciones;
      Canes sombríos
      Buscan los muertos en los caminos.
      Suenan los bombos y las trompetas
      Y las picotas y las cadenas;
      Y nadie ha visto, por el confín;
      Nadie recuerda
      Al andarín.
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    El bote viejo
      Bajo brillante niebla,
      De saladas actinias cubierto,
      Amaneció en la playa,
      Un bote viejo.
      Con arena, se mira
      La banda de sus bateleros,
      Y en la quilla verdosos
      Calafateos.
      Bote triste, yacente,
      Por los moluscos horadado;
      Ha venido de ignotos
      Muelles amargos.
      Apareció en la bruma
      Y en la armonía de la aurora;
      Trajo de los rompientes
      Doradas conchas.
      A sus bancos remeros,
      A sus amarillentas sogas,
      Viene los cormoranes
      Y las gaviotas.
      Los pintorescos niños,
      Cuando dormita la marea
      Lo llenan de cordajes
      Y de banderas.
      Los novios, en la tarde,
      En su alta quilla se recuestan;
      Y a los vientos marinos,
      De amor se besan.
      Mas el bote ruinoso
      De las arenas del estuario,
      Ansía los distantes
      Muelles dorados.
      Y en la profunda noche,
      En fino tumbo abrillantado,
      Partió el bote muriente
      A los botes lejanos.
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    El caballo
      Viene por las calles,
      A la luna parva,
      Un caballo muerto
      En antigua batalla.
      Sus cascos sombríos...
      Trépida, resbala;
      Da un hosco relincho,
      Con sus voces lejanas.
      En la plúmbea esquina
      De la barricada,
      Con ojos vacíos
      Y con horror, se para.
      Más tarde se escuchan
      Sus lentas pisadas,
      Por vías desiertas
      Y por ruinosas plazas.
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    El cuarto cerrado
      Mis ojos han visto
      El cuarto cerrado;
      Cual inmóviles labios su puerta
      Está silenciado,
      Su oblonga ventana, como un ojo abierto,
      Vidrioso me mira;
      Como un ojo triste,
      Con mirada que nunca retira
      Como un ojo muerto.
      Por la grieta salen
      Las emanaciones
      Frías y morbosas;
      ¡Ay, las humedades como pesarosas
      Fluyen a la acera:
      Como si de lágrimas,
      El cuarto cerrado un pozo tuviera!
      Los hechos fatales
      Nos oculta en su frío reposo...
      ¡Cuarto enmudecido!
      ¡Cuarto tenebroso
      Con sus penas habrá atardecido
      Cuántas juventudes!
      ¡Oh, cuántas bellezas habrá despedido!
      ¡Cuántas agonías!
      ¡Cuántos ataúdes!
      Su camino siguieron los años,
      Los días;
      Galantes engaños
      Y placenterías;
      En el cuarto fatal, aterido,
      Todo ha terminado;
      Hoy sus sombras el ánima oprimen:
      ¡Y está como un crimen
      El cuarto cerrado!
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    El dolor de la noche
      Cuando tiembla la noche tardía
      En los arenales y los campos negros,
      Se oyen voces dolientes, lejanas,
      Detrás de los cerros.
      ¡Es el canto del bosque perdido,
      Con la gama antigua de silvestres notas,
      O el gemir del turbón ignorado,
      Por vegas y sombras!
      ¡O el distante clamor de las fieras
      Que en las pampas brunas
      Y en las lomas y campos eriales
      Envían al hombre sus iras nocturnas!
      ¡El coro que sube remoto a los cielos
      Será de la muerte la roja palabra
      O el clamor de ciudad brilladora
      Que se hunde, se apaga!
      ¡El rondó que triste
      Las pendientes dormidas circunda:
      El grito del odio será de los montes,
      Será de las tumbas!
      Cuando se obscurecen las bromas erguidas
      En los arenales y los campos negros,
      Cómo suena el dolor de la noche
      ¡Detrás de los cerros!
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    El dominó
      Alumbraron en la mesa los candiles,
      Moviéronse solos los aguamaniles,
      Y un dominó vacío, pero animado,
      Mientras ríe por la calle la verbena,
      Se sienta iluminado,
      Y principia la cena.
      Su claro antifaz de un amarillo frío
      Da los espantos en derredor sombrío
      Esta noche de insondables maravillas,
      Y tiende vagas, lucífugas señales
      A los vasos, las sillas
      Los ausentes comensales.
      Y luego en horror que nacarado flota,
      Por la alta noche de voluntad ignota,
      En la luz olvida manjares dorados,
      Ronronea una oración culpable, llena
      De acentos desolados,
      Y abandona la cena.
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    El estanque
      ¡El verde estanque de la hacienda,
      Rey del jardín amable,
      Está en olvido
      Miserable!
      En las lejanas, bellas horas
      Eran sus linfas cantadoras,
      Eran granates y auroras,
      A campánulas y jazmínes
      Iban insectos mandarines
      Con lamparillas purpuradas,
      Insectos cantarines
      Con las músicas coloreadas;
      Mas, del jardín, en la belleza
      Mora siempre arcana tristeza:
      Como la noche impenetrable,
      Como la ruina miserable.
      Temblaba Vésper en los cielos,
      Gemían búhos paralelos
      Y, de tarde, la enramada
      Tenía vieja luz dorada;
      Era la hora entristecida
      Como planta por nieve herida;
      Como el insecto agonizante
      Sobre hojas secas navegante.
      Clara, la niña bullidora,
      Corrió a bañarse en linfa mora,
      Para ir luego a la fiesta
      De la heredad vecina;
      Ya a su oído llegaba orquesta
      De violín, piano y ocarina.
      Brilló un momento, anaranjada,
      Entre la sombra perfumada,
      Con las primeras sensaciones
      Del sarao de orquestaciones.
      ¡Oh!, en la linfa funesta y honda
      Fue a bañarse la virgen blonda;
      De los amores encendida,
      La mirada llena de vida...
      ¡El verde estanque de la hacienda,
      Rey del jardín amable,
      Hoy es derrumbe
      Miserable!
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    La luz de Varsovia
      Y en la racha que sube a los techos
      Se pierden, al punto, las mudas señales,
      Y al compás alegre de enanos deshechos
      Se elevan divinos los cantos nupciales.
      Y en la bruma de la pesadilla
      Se ahogan luceros azules y raros,
      Y, al punto, se extiende como nubecilla
      El mago misterio de los ojos claros.
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    La muerta de marfil
      Contemplé, en la mañana,
      La tumba de una niña;
      En el sauce lloroso gemía tramontana,
      Desolando la amena, brilladora campiña.
      Desde el túmulo frío, de verdes oquedades,
      Volaba el pensamiento
      Hacia la núbil áurea, bella de otras edades,
      Ceñida de contento.
      Al ver oscuras flores,
      Libélulas moradas, junto a la losa abierta,
      Pensé en el jardín claro, en el jardín de amores,
      De la beldad despierta.
      Como sombría nube, al ver la tumba rara,
      De un fluvión mortecino en la arena y el hielo,
      Pensé en la rubia aurora de juventud que amara
      La niña, flor de cielo.
      Por el lloroso sauce, lilial música de ella,
      Modula el aura sola en el panteón de olvido.
      Murió canora y bella;
      Y están sus restos blancos como el marfil pulido.
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    La niña de la lámpara azul
      En el pasadizo nebuloso
      Calcula mágico sueño de Estambul,
      Su perfil presenta destelloso
      La niña de la lámpara azul.
      Ágil y risueña se insinúa,
      Y su llama seductora brilla,
      Tiembla en su cabello la garúa
      De la playa de la maravilla.
      Con voz infantil y melodiosa
      El fresco aroma de abedul,
      Habla de una vida milagrosa
      La niña de la lámpara azul.
      Con cálidos ojos de dulzura
      Y besos de amor matutino,
      Me ofrece la bella criatura
      Un mágico y celeste camino.
      De encantación en un derroche,
      Hiende leda, vaporoso tul;
      Y me guía a través de la noche
      La niña de la lámpara azul.
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    La pensativa
      En los jardines otoñales,
      Bajo palmeras virginales,
      Miré pasar muda y esquiva
      La pensativa.
      La vi en azul de la mañana,
      Con su mirada tan lejana;
      Que en el misterio se perdía
      De la borrosa celestía.
      La vi en rosados barandales
      Donde lucía sus briales;
      Y su faz bella vespertina
      Era un pesar en la neblina.
      Luego marchaba silenciosa
      A la penumbra candorosa;
      Y un triste orgullo la encendía,
      ¿Qué pensaría?
      ¡Oh, su semblante nacarado
      Con la inocencia y el pecado!
      ¡Oh, sus miradas peregrinas
      De las llanuras mortecinas!
      Era beldad hechizadora;
      Era el dolor que nunca llora;
      ¿Sin la virtud y la ironía
      Qué sentiría?
      En la serena madrugada,
      La vi volver apesarada,
      Rumbo al poniente, muda, esquiva,
      ¡La pensativa!
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    La ronda de espadas
      Por las avenidas
      De miedo cercadas,
      Brilla en la noche de azules oscuros,
      La ronda de espadas.
      Duermen los postigos,
      Las viejas aldabas;
      Y se escuchan borrosas de canes
      Las músicas bravas.
      Ya los extramuros
      Y las arruinadas
      Callejuelas, vibrante ha pasado
      La ronda de espadas.
      Y en los cafetines
      Que el humo amortaja,
      Al sentirla el tahúr de la noche,
      Cierra la baraja.
      Por las avenidas
      Morunas, talladas,
      Viene lenta, sonora, creciente
      La ronda de espadas.
      Tras las celosías,
      Esperan las damas,
      Paladines que traigan de amores
      Las puntas de llamas.
      Bajo los balcones
      Do están encantadas,
      Se detiene con súbito ruido
      La ronda de espadas.
      Tristísima noche
      De nubes extrañas:
      ¡Ay, de acero las hojas lucientes
      Se toman guadañas!
      ¡Tristísima noche
      De las encantadas!
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    La sangre
      El mustio peregrino
      Vió en el monte una huella de sangre:
      La sigue pensativo
      En los recuerdos claros de su tarde.
      El triste, paso a paso,
      La ve en la ciudad, dormida, blanca,
      Junto a los cadalsos,
      Y al morir de ciegas atalayas.
      El curvo peregrino
      Transita por bosques adorantes
      Y los reinos malditos,
      Y siempre mira las rojas señales.
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    La tarda
      Despunta por la rambla amarillenta,
      Donde el puma se acobarda;
      Viene de lágrimas exenta
      La Tarda.
      Ella del esqueleto madre
      Al puente baja inescuchada,
      Y antes que el rondín ladre
      A la alborada
      Lanza ronca carcajada.
      Y con sus epitalamios rojos,
      Sus vacíos ojos
      Y su extraña belleza,
      Pasa sin ver por la senda bravía,
      Sin ver que hoy me he muerto de tristeza
      Y de monotonía.
      Va a la ciudad, que duerme parda,
      Por la muerta avenida,
      Sin ver el dolor, distraída,
      La Tarda.
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    Las bodas vienesas
      En la casa de las bagatelas,
      Vi un mágico verde de rostro cenceño,
      Y las cincidelas
      Vistosas le cubren la barba de sueño.
      Dos infantes oblongos deliran
      Y al cielo levantan sus rápidas manos,
      Y dos rubias gigantes suspiran,
      Y el coro preludian cretinos ancianos.
      Que es la hora de la maravilla;
      La música rompe de canes y leones
      Y bajo chinesca pantalla amarilla
      Se tuercen guineos con sus acordeones.
      Y al compás de los címbalos suaves,
      Del hijo del Rino comienzan las bodas;
      Con sus basquiñas enormes y graves
      Preséntase mustias las primeras beodas.
      Y margraves de añeja Germania,
      Y el rútilo extraño de blonda melena,
      Y llega con flores azules de insania
      La bárbara y dulce princesa de Viena.
      Y al dulzor de las virgíneas camelias
      Van pos del cortejo la banda macrobia,
      Y rígidas, fuertes, las tías Amelias;
      Y luego cojeando, cojeando la novia.
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    Las torres
      Brunas lejanías...
      Batallan las torres
      Presentando
      Siluetas enormes.
      Áureas lejanas...
      Las torres monarcas
      Se confunden
      En sus iras llamas.
      Rojas lejanías...
      Se hieren las torres;
      Purpurados
      Se oyen sus clamores.
      Negras lejanías...
      Horas cenicientas
      Se oscurecen,
      ¡Ay!, las torres muertas.
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    Lied I
      Era el alba,
      Cuando las gotas de sangre en el olmo
      Exhalaban tristísima luz.
      Los amores
      De la chinesca tarde fenecieron
      Nublados en la música azul.
      Vagas rosas
      Ocultan en ensueño blanquecino
      Señales de muriente dolor.
      Y tus ojos
      El fantasma de la noche olvidaron,
      Abiertos a la joven canción.
      Es el alba;
      Hay una sangre bermeja en el olmo
      Y un rencor doliente en el jardín.
      Gime el bosque,
      Y en la bruma hay rostros desconocidos
      Que contemplan el árbol morir.
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    Lied III
      En la costa brava
      Suena la campana,
      Llamando a los antiguos
      Bajales sumergidos.
      Y como tamiz celeste
      Y el luminar de hielo,
      Pasan tristemente
      Los bajales muertos.
      Carcomidos, flavos,
      Se acercan bajando...
      Y por las luces dejan
      Oscuras estelas.
      Con su lenguaje incierto,
      Parece que sollozan,
      A la voz de invierno,
      Preterida historia.
      En la costa brava
      Suena la campana
      Y se vuelven las naves
      Al panteón de los mares.
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    Lied IV
      La noche pasaba,
      Y al terror de las nébulas, sus ojos
      Inefables reían de tristeza.
      La muda palabra
      En la mansión culpable se veía,
      Como del Dios antiguo la sentencia.
      La funesta falta
      Descubrieron los canes, olfateando
      En el viento la sombra de la muerta.
      La bella cantaba,
      Y el florete durmióse en la armería
      Sangrando la piedad de la inocencia.
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    Lied V
      La canción del adormido cielo
      Dejó dulces pesares;
      Yo quisiera dar vida a esa canción
      Que tiene tanto de ti.
      Ha caído la tarde sobre el musgo
      Del cerco inglés,
      Con aire de otro tiempo musical.
      El murmurio de la última fiesta
      Ha dejado colores tristes y suaves
      Cual de primaveras oscuras
      Y listones perlinos.
      Y las dolidas notas
      Han traído la melancolía
      De las sombras galantes
      Al dar sus adioses sobre la playa.
      La celestía de tus ojos dulces
      Tiene un pesar de canto,
      Que el alma nunca olvidará.
      El ángel de los sueños te ha besado
      Para dejarte amor sentido y musical
      Y cuyos sones de tristeza
      Llegan al alma mía,
      Como celestes miradas
      En esta niebla de profunda soledad.
      ¡Es la canción simbólica
      Como un jazmín de sueño,
      Que tuviera tus ojos y tu corazón!
      ¡Yo quisiera dar vida a esta canción!
    Arriba

    Los ángeles tranquilos
      Pasó el vendaval; ahora,
      Con perlas y berilos,
      Cantan la soledad aurora
      Los ángeles tranquilos.
      Modulan canciones santas
      En dulces bandolines;
      Viendo caídas las hojosas plantas
      De campos y jardines.
      Mientras sol en la neblina
      Vibra sus oropeles,
      Besan la muerte blanquecina
      En los Saharas crueles.
      Se alejan de madrugada,
      Con perlas y berilos,
      Y con la luz del cielo en la mirada
      Los ángeles tranquilos.
    Arriba

    Los delfines
      Es la noche de la triste remembranza;
      En amplio salón cuadrado,
      De amarillo iluminado,
      A la hora de maitines
      Principia la angustiosa contradanza
      De los difuntos delfines.
      Tienen ricos medallones
      Terciopelos y listones;
      Por nobleza, por tersura
      Son cual de Van Dyck pintura;
      Mas, conservan un esbozo,
      Una llama de tristura
      Como el primo, como el último sollozo.
      Es profunda la agonía
      De su eterna simetría;
      Ora avanzan en las fugas y compases
      Como péndulos tenaces
      De la última alegría.
      Un saber innominado,
      Abatidor de la infancia,
      Sufrir los hace, sufrir por el pecado
      De la nativa elegancia.
      Y por misteriosos fines,
      Dentro del salón de la desdicha nocturna,
      Se enajenan los delfines
      En su danza taciturna.
    Arriba

    Los muertos
      Los nevados muertos,
      Bajo triste cielo,
      Van por la avenida
      Doliente que nunca termina.
      Van con mustias formas
      Entre las auras silenciosas:
      Y de la muerte dan el frío
      A sauces y lirios.
      Lentos brillan blancos
      Por el camino desolado;
      Y añoran las fiestas del día
      Y los amores de la vida.
      Al caminar, los muertos una
      Esperanza buscan:
      Y miran sólo la guadaña,
      La triste sombra ensimismada.
      En yerma noche de las brumas
      Y en el penar y la pavura,
      Van los lejanos caminantes
      Por la avenida interminable.
    Arriba

    Los reyes rojos
      Desde la aurora
      Combaten los reyes rojos,
      Con lanza de oro.
      Por verde bosque
      Y en los purpurinos cerros
      Vibra su ceño.
      Falcones reyes
      Batallan en lejanías
      De oro azulinas.
      Por la luz cadmio,
      Airadas se ven pequeñas
      Sus formas negras.
      Viene la noche
      Y firmes combaten foscos
      Los reyes rojos.
    Arriba

    Marcha fúnebre de una marionnette
      Suena trompa del infante con aguda melodía...
      La farándula ha llegado a la reina Fantasía;
      Y en las luces otoñales se levanta plañidera
      La carroza plañidera.
      Pasan luego, a la sordina, peregrinos y lacayos
      Y con sus caparazones los acéfalos caballos;
      Van azul melancolía
      La muñeca. ¡No hagáis ruido!;
      Se diría, se diría
      Que la pobre se ha dormido.
      Vienen túmidos y erguidos palaciegos borgoñones
      Y los siguen arlequines con estrechos pantalones.
      Ya monótona en litera
      Va la reina de madera;
      Y Paquita siente anhelo de reír y de bailar,
      Flotó breve la cadencia de la murria y la añoranza;
      Suena el pífano campestre con los aires de la danza.
      ¡Pobre, pobre marionnette que la van a sepultar!
      Con silente poesía
      Va un grotesco Rey de Hungría
      Y los siguen los alanos;
      Así toda la jauría
      Con los viejos cortesanos.
      Y en tristor a la distancia
      Vuelan goces de la infancia,
      Los amores incipientes, los que nunca han de durar.
      ¡Pobrecita la muñeca que la van a sepultar!
      Melancólico el zorcico se prolonga en la mañana,
      La penumbra se difunde por el monte y la llanura,
      Marionnette deliciosa va a llegar a la temprana sepultura.
      En la trocha aúlla el lobo
      Cuando gime el melodioso paro bobo.
      Tembló el cuerno de la infancia con aguda melodía
      Y la dicha tempranera a la tumba llega ahora
      Con funesta poesía
      Y Paquita danza y llora.
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    Nocturno
      De Occidente la luz matizada
      Se borra, se borra;
      En el fondo del valle se inclina
      La pálida sombra.
      Los insectos que pasan la bruma
      Se mecen y flotan,
      Y en su largo mareo golpean
      Las húmedas hojas.
      Por el tronco ya sube, ya sube
      La nítida tropa
      De las larvas que, en ramas desnudas,
      Se acuestan medrosas.
      En las ramas de fusca alameda
      Que ciñen las rocas,
      Bengalíes se mecen dormidos,
      Soñando sus trovas.
      Ya descansan los rubios silvanos
      Que en punas y costas,
      Con sus besos las blancas mejillas
      Abrazan y doran.
      En el lecho mullido la inquieta
      Fanciulla reposa,
      Y muy grave su dulce, risueño
      Semblante se torna.
      Que así viene la noche trayendo
      Sus causas ignotas;
      Así envuelve con mística niebla
      Las ánimas todas.
      Y las cosas, los hombres domina
      La parda señora,
      De brumosos cabellos flotantes
      Y negra corona.
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    Peregrín cazador de figuras
      En el mirador de la fantasía,
      Al brillar del perfume
      Tembloroso de armonía;
      En la noche que llamas consume;
      Cuando duerme el ánade implume,
      Los órficos insectos se abruman
      Y luciérnagas fuman;
      Cuando lucen los silfos galones, entorcho
      Y vuelan mariposas de corcho
      O los rubios vampiros cecean,
      O las firmes jorobas campean;
      Por la noche de los matices,
      De ojos muertos y largas narices;
      En el mirador distante,
      Por las llanuras;
      Peregrín cazador de figuras
      Con ojos de diamante
      Mira desde las ciegas alturas.
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    Reverie
      Y soñé, de un templete bajaban
      Dos dulces bellezas matinales;
      Y oí melancólicas hablaban
      De las nobles dichas forestales.
      Las vi en el blasón de la poterna
      Azulinas y casi borradas
      Despierto años después, la cisterna
      Las mecía medio retratadas.
      Y al fin las divisé lastimosas
      Por los caminos y por las abras;
      Y hablaban las bellas melodiosas;
      Pero no se oían sus palabras.
      Así, su memoria me traía
      Las baladas de Mendelssohn claras;
      Pero ni Beethoven poseía
      La tristísima luz de esas caras.
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