Ignacio Rodríguez Galván

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    Información biográfica

  1. A la muerte de un amigo
  2. Adiós, oh patria mía
  3. La gota de hiel
  4. La inocencia
  5. Profecía de Guatimoc
  6. Un crimen


Información biográfica
    Nombre: Ignacio Rodríguez Galván
    Lugar y fecha nacimiento: Tizayuca, Hidalgo, México, 22 de marzo de 1816
    Lugar y fecha defunción: La Habana, Cuba, 25 de julio de 1842 (26 años)
    Nacionalidad: Mexicana
    Ocupación: Político, narrador, periodista, escritor, novelista, dramaturgo, poeta
    Movimiento: Romanticismo
Es considerado el primer romántico mexicano.

Fuente: [Ignacio Rodríguez Galván] en Wikipedia.org

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    A la muerte de un amigo
      ¿Por qué, el aire surcando,
      Dilatándose del bronce los sonidos;
      Y sin cesar vibrando
      Llegan a mis oídos
      Profundos y tristísimos gemidos?

      ¿Por qué de muerte el canto
      En torno de ese féretro resuena?
      ¿Por qué el fúnebre llanto?
      ¿Por qué la amarga pena,
      Los cirios, y el clamor que el aire llena?

      Te miro ante mis ojos
      Postrado sin aliento, amigo mío;
      Y sobre tus despojos
      Su manto negro y frío
      Tiende la muerte con placer impío.

      Y en alas de querubes,
      Envuelta tu alma en esplendente velo,
      Y entre rosadas nubes
      Deja el impuro suelo,
      Y blandamente se remonta al cielo.

      ¡Oh, quién te acompañara!,
      Y ese mundo feliz que habitas ahora
      Contigo disfrutara,
      Y la paz seductora
      Que, sin turbarse, en el eterno mora.

      En mi patria no viera
      Sangre correr por la ciudad y llanos,
      Y que entre rabia fiera
      Hermanos con hermanos
      Hasta hundirse el puñal pugnan insanos.

      Ni viera la perfidia
      De nación, que risueña nos abraza,
      Y bramando de envidia
      Luego nos amenaza
      Y en su mente infernal nos despedaza.

      Ni viera hombres malvados,
      Que sin temer de Dios el alto juicio,
      De la ambición guiados
      Y el deshonroso vicio,
      Despeñan mi nación al precipicio.

      Ni con feroz despecho
      La miseria, elevándose espantosa,
      Cerrar contra su pecho
      La humanidad quejosa
      Y devorar sus lágrimas ansiosa.

      Y el luto y exterminio,
      En pos del hambre descarnada y yerta,
      Extender su dominio
      Sobre su tierra muerta,
      Y a la peste letal abrir la puerta.

      Feliz mi caro amigo,
      Feliz mil veces tú, que ya en el mundo
      El dolor enemigo
      Con brazo furibundo
      No rompe tus entrañas iracundo.

      Dichoso tú, que vives
      Entre el gozo, la paz, la bienandanza
      Y no, cual yo, recibes
      De amor sin esperanza
      Zozobras y martirios sin mudanza.

      Y no sientes el yugo
      De la suerte pesar sobre tu cuello,
      Ni el hombre es tu verdugo,
      Ni con ansia un destello
      Buscas de la verdad, sin poder vello.

      Cuando el mundo habitabas,
      Con la voz de amistad consoladora
      Las penas aliviabas
      De tu amigo, que ahora
      Hundido en el pesar tu ausencia llora.

      A1 escuchar tus cantos,
      Do la razón brillaba y la poesía,
      Celestiales encantos
      Mi corazón sentía,
      Y en su mismo dolor se adormecía.

      Si a tu alma por ventura
      Le es permitido descender al suelo,
      Cuando la noche oscura
      Me traiga el desconsuelo
      Ven a elevar mi pensamiento al cielo.

      De mi agitado sueño
      Las escenas de horror benigno ahuyenta;
      La imagen de mi dueño
      En vez de ellas presenta,
      Y haz que tu grata voz mi oído sienta.
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    Adiós, oh patria mía
      Alegre el marinero
      En voz pausada canta,
      Y el ancla ya levanta
      Con extraño rumor.
      De la cadena al ruido
      Me agita pena impía
      Adiós, oh patria mía,
      Adiós, tierra de amor.

      El barco suavemente
      Se inclina y se remece,
      Y luego se estremece
      A impulso del vapor.
      Las ruedas son cascadas
      De blanca argentería.
      Adiós, oh patria mía,
      Adiós, tierra de amor.

      Sentado yo en la popa
      Contemplo el mar inmenso,
      Y en mi desdicha pienso
      Y en mi tenaz dolor.
      A ti mi suerte entrego,
      A ti, Virgen María.
      Adiós, oh patria mía,
      Adiós, tierra de amor.

      De fuego ardiente globo
      En las aguas se oculta:
      Una onda lo sepulta
      Rodando con furor.
      Rugiendo el mar anuncia
      Que muere el rey del día.
      Adiós, oh patria mía,
      Adiós, tierra de amor.

      Las olas, que se mecen
      Como el niño en su cuna,
      Retratan de la luna
      El rostro seductor.
      Gime la brisa triste
      Cual hombre en agonía.
      Adiós, oh patria mía,
      Adiós, tierra de amor.

      Del astro de la noche
      Un rayo blandamente
      Resbala por mi frente
      Rugada de dolor.
      Así como hoy la luna
      En México lucía.
      Adiós, oh patria mía,
      Adiós, tierra de amor.

      ¡En México! ¡Oh memoria!...
      ¿Cuándo tu rico suelo
      Y a tu azulado cielo
      Veré, triste cantor?
      Sin ti, cólera y tedio
      Me causa la alegría.
      Adiós, oh patria mía,
      Adiós, tierra de amor.

      Pienso que en tu recinto
      Hay quien por mí suspire,
      Quien al oriente mire
      Buscando a su amador.
      Mi pecho hondos gemidos
      A la brisa confía.
      Adiós, oh patria mía,
      Adiós, tierra de amor.
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    La gota de hiel
      ¡Jehovah, Jehovah!, ¡tu cólera me agobia!
      ¿Por qué la copa del martirio llenas?
      Cansado está mi corazón de penas.
      Basta, basta, Señor.
      Hierve incendiada por el sol de Cuba
      Mi sangre toda y de cansancio expiro,
      Busco la noche, y en el lecho aspiro
      Fuego devorador.

      ¡Ah, la fatiga me adormece en vano!
      Hondo sopor de mi alma se apodera
      ¡Y sientanse a mi pobre cabecera
      La miseria, el dolor!
      Roncos gemidos que mi pecho lanza
      Tristes heraldos son de mis pesares,
      Ay, a mi mente descienden a millares
      Fantasmas de terror.

      ¡Es terrible tu cólera, terrible
      Jehovah, suspende tu venganza fiera
      O dame fuerzas, oh Señor, siquiera
      Para tanto sufrir!
      Incierta vaga mi extraviada mente,
      Busco y no encuentro la perdida ruta,
      Sólo descubro tenebrosa gruta
      Donde acaba el vivir.

      Yo sé, Señor, que existes, que eres justo,
      Que está a tu vista el libro del destino,
      Y que vigilas el triunfal camino
      Del hombre pecador.
      Era tu voz la que en el mar tronaba
      Al ocultarse el sol en occidente,
      Cuando una ola rodaba tristemente
      Con extraño fragor.

      Era tu voz y la escuché temblando.
      Clavose un tanto mi tenaz dolencia
      Yo adoré tu divina omnipotencia
      Como cristiano fiel.
      ¡Ay, tú me ves, Señor! Mi triste pecho
      Cual moribunda lámpara vacila,
      Y en él la suerte sin cesar destila
      Una gota de hiel.
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    La inocencia
      I

      Al principiar la noche silenciosa
      Es más grata la estrella misteriosa
      De risueño fulgor,
      Que si riela en transparente río
      La taciturna reina del vacío
      En todo su esplendor.

      Es más bella la fuente clara y pura
      Que en delicioso prado con blandura
      Deslizándose va,
      Que el torrente veloz que se abalanza
      Y en un abismo da.

      Es para mí más dulce el sol fulgente
      Cuando arroja del seno del oriente
      Rayo consolador,
      Que si mis venas ardoroso inflama
      Cuando en la tierra espléndido derrama
      Su fuego abrasador.

      Así a mis ojos eres más hermosa,
      De mi feraz nación temprana rosa,
      Niña pura y feliz,
      Que la joven que erguida se levanta,
      Y a cuya bella y delicada planta
      Rendimos la cerviz.

      II

      Modelo de belleza,
      La pureza
      Brilla en tu cándida faz;
      La inocencia es tu divisa,
      Y tu risa
      Es como un signo de paz.

      Alguna vez la hermosura
      Con ternura
      Amante me sonrió;
      Dichoso ya me creía,
      Y ella impía
      Con falacia me burló.

      Mas tu sonrisa graciosa
      Candorosa
      No es de amor, es de amistad;
      ¡Tu corazón ardiente,
      Inocente
      No conoce la maldad!

      Oh cuan venturosa fueras,
      Si vivieras
      De tu infancia sin salir:
      Entonces feliz serías;
      No sabrías
      Lo que es penar y sufrir.

      Mas la ley de la natura
      Siempre dura,
      No perdona a la virtud;
      De la humanidad es dueña,
      Y le enseña
      La vejez o el ataúd.

      Con los fatigosos años
      Desengaños
      Vienen del mortal en pos;
      Y contra el mundo un abrigo
      Y un amigo
      Halla el infeliz en Dios.

      Él no más nos da consuelo;
      En el suelo
      Sólo existe una verdad,
      Y es que la inocencia gime,
      Y la oprime
      Triunfadora la maldad.

      -Tú vives, oh niña hermosa,
      Cual la rosa
      En lo interior de un breñal;
      No de tu sueño despiertes,
      Porque adviertes
      Cuan horroroso es tu mal.

      Al sueño tornar querrías,
      No podrías;
      El cielo así lo ordenó;
      Y tan solamente el llanto
      Y el quebranto
      Por patrimonio nos dio.

      La vida es estrecha vía,
      Do nos guía
      Solo el destino fatal:
      Encantados proseguimos,
      Mas sentimos
      De súbito frío puñal.

      III

      ¿Ese celaje miras que se avanza
      Meciéndose hechicero,
      O volando ligero
      Como águila veloz?
      Aquella nube tétrica lo alcanza,
      Y aquí y allá lo vuelve,
      Y rugiendo lo envuelve
      Con ímpetu feroz.

      ¿Ves aquella avecilla revolando,
      Que rápida se eleva,
      Y su arrojo la lleva
      Hasta el cielo tocar?
      Huracán espantoso rebramando,
      Desde el espacio inmenso
      En remolino denso
      La hace al suelo bajar.

      ¿Ves en las aguas de apacible río
      Blandamente flotando
      Y graciosa vagando
      La delicada flor?
      Se acerca al fin a un vórtice bravío;
      Sus olas bramadoras
      La sumergen traidoras
      En abismo de horror.

      Imágenes son estas de la vida:
      Es dulce, placentera,
      Juguetona, ligera
      Del hombre la niñez.
      En su pecho después la pena anida:
      Los placeres fenecen,
      Y los martirios crecen
      Con furia y rapidez.

      IV
       
      Goza, goza, niña pura,
      De tus días de ventura,
      De tu inocencia feliz;
      Y de tu dicha presente
      Jamás se borre en tu mente
      El delicado matiz.

      El pesar que me fatiga
      Se cambie en delicia amiga
      Que me halague el corazón;
      Y pueda lleno de gozo,
      De alegría, de alborozo,
      Entonar grata canción.

      Corona de frescas rosas,
      Apacibles, olorosas,
      Tejerte quería yo;
      Y al tiempo que la formaba,
      Espina que me punzaba
      En mis manos se tornó.
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    Profecía de Guatimoc
      I

      Tras negros nubarrones asomaba
      Pálido rayo de luciente luna
      Tenuemente blanqueando los peñascos
      Que de Chapultepec la falda visten.
      Cenicientos a trechos, amarillos,
      O cubiertos de musgo verdinegro
      A trechos se miraban, y la vista
      De los lugares de profundas sombras
      Con terror y respeto se apartaba.
      Los corpulentos árboles ancianos,
      En cuya fuente siglos mil reposan,
      Sus canas venerables conmovían
      De viento leve al delicado soplo
      O al aleteo de nocturno cuerpo,
      Que tal vez descendiendo el vuelo rápido
      Rizaba con sus alas sacudidas
      Las cristalinas aguas de la alberca,
      En donde se mecía blandamente
      La imagen de las nubes retratadas
      En su luciente espejo. Las llanuras
      Y las lejanas lomas repetían
      El aullido siniestro de los lobos
      O el balar lastimoso del cordero,
      O del todo el bramido prolongado.
      ¡Oh soledad, mi bien, yo te saludo!

      ¡Cómo se eleva el corazón del triste
      Cuando en tu seno bienhechor su llanto
      Consigue derramar! Huyendo al mundo
      Me acojo a ti. Recíbeme y piadosa
      Divierte mi dolor, templa mi pena.
      Alza mi corazón al infinito,
      El velo rasga de futuros tiempos,
      Templa mi lira, y de los sacros vates
      Dame la inspiración.

      Nada en el mundo,
      Nada encontré que el tedio y el disgusto
      De vivir arrancara de mi pecho.
      Mi pobre madre descendió a la tumba
      Y a mi padre infeliz dejé buscando
      Un lecho y pan en la piedad ajena.
      El sudor de mi faz y el llanto ardiente
      Mi sed templaron. Amistad sincera
      Busqué en los hombres, y no hallé... Mentira,
      Perfidia y falsedad hallé tan sólo.
      Busqué el amor, y una mujer, un ángel
      A mi turbada vista se presenta
      Con su rostro ofuscando a los malvados
      Que en torno la cercaban, y entre risas
      De estúpida malicia se gozaban,
      Que en sus manos sacrílegas pensando
      La flor de su quietud marchitarían
      Y de su faz las rosas... ¡Miserables!
      ¿Cuándo la nube tempestuosa y negra
      Pudo apagar del sol la lumbre pura,
      Aunque un instante la ofuscó? ¿ Ni cuándo
      Su irresistible luz el pardo búho
      Soportar pudo?

      Yo temblé de gozo, sonrió mi labio y se aclaró mi frente,
      Y brillaron mis ojos, y mis brazos
      Vacilantes buscaban el objeto
      Que tanto me asombró... ¡Vana esperanza!
      En vez de un corazón a amar creado,
      Aridez y frialdad encontré sólo,
      Aridez y frialdad ¡indiferencia!...
      Y mis ensueños de placer volaron
      Y la fantasma de mi dicha huyóse,
      Y sin lumbre quedé perdido y ciego.

      Sin amistad y sin amor... (La ingrata
      De mí aparta la vista desdeñosa,
      Y ni la luz de sus serenos ojos
      Concede a su amador... En otro tiempo,
      En otro tiempo sonrió conmigo.)
      Sin amistad y sin amor, y huérfano.
      Es ya polvo mi padre, y ni abrazarlo
      Pude al morir. Y abandonado y solo
      En la tierra quedé. Mi pecho entonces
      Se oprimió más y más, y la poesía
      Fue mi gozo y placer, mi único amigo.
      Y misteriosa soledad de entonces
      Mi amada fue.

      ¡Qué dulce, qué sublime
      Es el silencio que me cerca en torno!
      ¡Oh cómo es grato a mi dolor el rayo
      De moribunda luna, que halagando
      Está mi yerta faz! Quizá me escuchan
      Las sombras venerandas de los reyes
      Que dominaron el Anáhuac, presa
      Hoy de las aves de rapiña y lobos
      Que ya su seno y corazón desgarran.
      -"¡Oh varón inmortal! ¡Oh rey potente!
      Guatimoc valeroso y desgraciado,
      Si quebrantar las puertas del sepulcro
      Te es dado acaso, ¡ven! Oye mi acento:
      Contemplar quiero tu guerrera frente,
      Quiero escuchar tu voz..."

      II

      Soneto la tierra

      Girar bajo mis pies, nieblas extrañas
      Mi vista ofuscan y hasta el cielo suben.
      Silencio reina por doquier; los campos,
      Los árboles, las aves, la natura,
      La natura parece agonizante.
      Mis miembros tiemblan, la rodillas doblo
      Y no me atrevo a levantar la vista.
      ¡Oh mortal miserable! Tu ardimiento,
      Tu exaltado valor es vano polvo.
      Caí por tierra sin aliento y mudo,
      Y profundo estertor del hondo pecho
      Oprimido salía.

      De repente
      Parece que una mano de cadáver
      Me aferra el brazo y me levanta... ¡Cielos!
      ¿Qué estoy mirando?...
      -Venerable sombra,
      Huye de mí: la sepultura cóncava
      Tu mansión es. ¡Aparta, aparta!
      En vano suplico y ruego; mas el alma mía
      Vuelve a su ser y el corazón ya late.
      De oro y telas cubierto y ricas piedras
      Un guerrero se ve. Cetro y penacho
      De ondeantes plumas se descubre;
      Tiene potente maza a su siniestra, y arco
      Y rica aljaba de sus hombros penden...
      ¡Qué horror! Entre las nieblas se descubren
      Llenas de sangre sus tostadas plantas
      En carbón convertidas; aún se mira
      Bajo sus pies brillar la viva lumbre.
      Grillos, esposas y cadenas duras
      Visten su cuerpo, y acerado anillo
      Oprime su cintura; y para colmo
      De dolor, un dogal su cuello aprieta.
      -Reconozco -exclamé- sí, reconozco
      La mano de Cortés bárbaro y crudo.
      ¡Conquistador! ¡Aventurero impío!
      ¿Así trata un guerrero a otro guerrero?
      ¿Así un valiente a otro valiente? -dije-,
      Y agarrar quise del monarca el manto;
      Pero él se deslizaba y aire sólo
      Con los dedos toqué. 

      -Rey del Anáhuac,
      Noble varón, Guatimoctzín valiente,
      Indigno soy de contemplar tu frente.
      Huye de mí. -No tal -él me responde-.
      Y su voz parecía
      Que del sepulcro lóbrego salía.
      -Háblame -continuó- pero en la lengua
      Del gran Netzahualcóyotl.
      Bajé la frente y respondí: -Lo ignoro.
      El rey gimió en su corazón. -¡Oh mengua
      Del gran Netzahualcóyotl.
      Bajé la frente y respondí: -Lo ignoro.
      El rey gimió en su corazón. -¡Oh mengua,
      Oh vergüenza! -gritó. Rugó las cejas
      Y en sus ojos brilló súbito lloró-.
      -Pero siempre te amé, rey infelice,
      Maldigo a tu asesino y a la Europa,
      La injusta Europa que tu nombre olvida.
      Vuelve, vuelve a la vida,
      Empuña luego la robusta lanza,
      De polo a polo sonará tu nombre,
      Temblarán a tu voz caducos reyes,
      El cuello rendirán a tu pujanza,
      Serán para ellos tus mandatos, leyes;
      Y en México, en París, centro de orgullo,
      Resonará la trompa de venganza.
      ¡Que en estos tiempos los guerreros veles
      Cabe Cortés sañudo y Alvarado
      (Varones invencibles si crueles)
      Y los venciste tú, sí, los venciste
      En nobleza y valor, rey desdichado!

      -¡Ya mi siglo pasó! Mi pueblo todo
      Jamás elevará la oscura frente
      Hundida ahora en asqueroso lodo.
      Ya mi siglo pasó. Del mar de oriente
      Nueva familia de distinto idioma
      De distintas costumbres y semblantes,
      En hora de dolor al puerto asoma;
      Y asolando mi reino, nuevo reino
      Sobre sus ruinas míseras levanta.
      Y cayó para siempre el mexicano,
      Y ahora imprime en mi ciudad la planta
      El hijo del soberbio castellano.
      Ya mi siglo pasó.

      Su voz augusta
      Sofocada quedó con los sollozos,
      Hondos gemidos arrojó del seno,
      Retemblaron sus miembros vigorosos,
      El dolor ofuscó su faz adusta
      Y la inclinó de abatimiento lleno.
      -¿Pues las pasiones que al mortal oprimen
      Acosan a los muertos en la tumba?
      ¿Hasta ella el grito del rencor retumba?
      ¿También las almas en el cielo gimen?
      -Así hablé, y respondió- Joven audace,
      El atrevido pensamiento enfrena.
      Piensa en ti, en tu nación; mas lo infinito
      No será manifiesto
      A los ojos del hombre: así está escrito.
      Si el destino funesto
      El denso velo destrozar pudiera
      Que la profunda eternidad te esconde,
      Mas, joven infeliz, más te valiera
      Ver a tu amante en brazos de tu amigo
      Y ambos a dos el solapado acero
      Clavar en tus entrañas,
      Y reír a tu grito lastimero
      Y, sin poder, morir, sediento y flaco,
      Agonizar un siglo, ¡un siglo entero!

      Sentí desvanecerse mi cabeza,
      Tembló mi corazón, y mis cabellos
      Erizados se alzaron en mi frente.

      Mirome con terneza
      Del rey la sombra y desplegando el labio
      De esta manera prosiguió doliente:

      "¡Oh joven infeliz!, ¡cuál tu destino,
      Cuál es tu estrella impía!...
      Buscará la verdad tu desatino
      Sin encontrar la vía.

      Deseo ardiente de renombre y gloria
      Abrasará tu pecho,
      Y contigo tal vez la tu memoria
      Expirará en tu lecho.

      Amigo buscarás y amante pura,
      Mas a la suerte plugo
      Que hallasen en ella bárbara tortura,
      En él feroz verdugo.

      Y ansia devoradora
      De mecerte en las olas del océano
      Aumentará tu tedio, y será en vano,
      Aunque en dolor y rabia te despeña,
      Que el destino tirano
      Para siempre en tu suelo te asegura
      Cual fijo tronco o soterrada peña.

      Y entre tanto a tus ojos
      ¡Que terrífico lienzo se despliega!
      Llanos, montes de abrojos;
      El justo, que navega
      Y de descanso al punto nunca llega

      Y en palacios fastuosos
      El infame traidor, el bandolero,
      Holgando poderosos,
      Vendiendo a un usurero
      Las lágrimas de un pueblo a vil dinero.

      La virtud a sus puertas
      Gimiendo de fatiga y desaliento,
      Tiende las manos yertas
      Pidiendo el alimento,
      Y halla tan sólo duro tratamiento

      El asesino insano
      Los derechos proclama,
      Debidos al honrado ciudadano.

      Y más allá rastrero cortesano,
      Que ha vendido su honor, honor reclama.
      Hombre procaz, que la torpeza inflama,
      Castidad y virtud audaz predica,
      Y el hipócrita ateo
      A Dios ensalza y su poder publica.

      Una no firme silla
      Mira sobre cadáveres alzada...

      Ya diviso en el puerto
      Hinchadas lonas como niebla densa,
      Ya en la playa diviso
      En el aire vibrando aguda lanza,
      De gente extraña la legión inmensa.

      Al son del grito del feroz venganza
      Las armas crujen y el bridón relincha;
      Oprimida rechina la cureña,
      Bombas ardientes zumban,
      Vaga el sordo rumor de peña en peña
      Y hasta los montes trémulos retumban.

      ¡Mirad! Mirad por los calientes aires
      Mares de viva lumbre
      Que se agitan y chocan rebramando;
      Mirad de aquella torre el alta cumbre
      Cómo tiembla y vacila y cuje y cae,
      Los soberbios palacios derrumbando.
      ¡Escuchad, escuchad! Hondos gemidos
      Arrojan los vencidos.

      ¡Mirad los infelices por el suelo,
      Moribundos, sus cuerpos arrastrando,
      Y su sed ardorosa
      En sus propias heridas apagando!
      ¡Oídlos en su duelo
      Maldecir su nación, su vida, el cielo!
      Sangrienta está la tierra,
      Sangrienta el alta sierra,
      Sangriento el ancho mar, el hondo espacio,
      Y del innoble rey del claro día
      La faz envuelve ensangrentado velo.
      Nada perdona el bárbaro europeo:

      Todo lo rompe y tala y aniquila
      Con brazo furibundo.
      Ved la doncella en torpe desaliño
      Abrazar a su padre moribundo.
      Mirad sobre el cadáver asqueroso
      Del asesino aleve
      Caer sin vida el inocente niño.

      ¡Oh vano suplicar! Es dura roca
      El hijo del Oriente:
      Brotan sangre sus ojos, y a su boca
      Lleva sangre caliente.

      Es su placer en fúnebres desiertos
      Las ciudades trocar. ¡Hazaña honrosa!
      Ve el sueño con desdén, si no reposa
      Sobre insepultos muertos.

      ¡Ay pueblo desdichado!
      Entre tantos caudillos que te cercan
      ¿Quién a triunfar conducirá tu acero?
      Todos huyen cobardes, y al soldado
      En las garras del pérfido extranjero
      Dejan abandonado
      Clamando con acento lastimero:
      ¿Dónde Cortés está?, ¿dónde Alvarado?

      Ya eres esclavo de nación extraña,
      Tus hijos son esclavos
      A tu esposa arrebatan de tu seno...
      ¡Ay si provocas la extranjera señal!

      ¿Lloras, pueblo infeliz y miserable?
      ¿A qué sirve tu llanto?
      ¿Qué vale tu lamento?
      Es tu agudo quebranto
      Para el hijo de Europa implacable
      Su más grato alimento.

      Y ni enjugar las lágrimas de un padre
      Concederá a tu duelo,
      Que de la venerable cabellera
      Entre signos de gozo
      Le verás arrastrado
      Al negro calabozo,
      Do por piedad demanda muerte fiera.
      ¡Ay pueblo desdichado!
      ¿Dónde Cortés está?, ¿dónde Alvarado?

      ¿Mas qué faja de luz pura y brillante
      En el cielo se agita?
      ¿Qué flamígero carro de diamante
      Por los aires veloz se precipita?
      ¿Cual extendido pabellón ondea?
      ¿Cual sonante clarín a la pelea
      El generoso corazón excita?

      ¡Temblad, estremeceos,
      Oh reyes europeos!
      Basta de tanto escandaloso crimen.
      Ya los cetros en ascuas se convierten,
      Los tronos en hogueras
      Y las coronas en serpientes fieras
      Que rencorosas vuestro cuello oprimen.
      ¿Qué es de París y Londres?
      ¿Qué es de tanta soberbia y poderío?
      ¿Qué es sus naves de riqueza llenas?
      ¿Qué de su rabia y su furor impío?
      Así preguntará triste viajero.
      Fúnebre voz responderá tan solo:
      ¿Qué es de Roma y Atenas?

      ¿Ves en desiertos de África espantosos,
      Al soplar de los vientos abrasados
      Qué multitud de arenas
      Se elevan por los aires agitados,
      Y ya truécanse en hórridos colosos,
      Ya en bramadores mares procelosos?
      ¡Ay de vosotros, ay, guerreros viles,
      Que de la inglesa América y de Europa,
      Con el vapor, o con el viento en popa,
      A México llegáis miles a miles
      Y convertís el amistoso techo
      En palacio de sangre y de furores,
      Y el inocente hospitalario lecho
      En morada de escándalo y de horrores!
      ¡Ay de vosotros! Si pisáis altivos
      Las humildes arenas de este suelo,
      No por siempre será, que la venganza
      Su soplo asolador furiosa lanza
      Y veloz las eleva por los aires,
      Y ya las cambia en tétricos colosos
      Que en sus fornidos brazos os oprimen,
      Ya en abrasados mares
      Que arrasan vuestros pueblos poderosos.

      Que aún del caos la tierra no salía
      Cuando a los pies del hacedor radiante
      Escrita estaba en sólido diamante
      Esta ley, que borrar nadie podría:
      El que del infeliz el llanto vierte,
      Amargo llanto verterá angustiado;
      El que huella al endeble, será hollado;
      El que la muerte da, recibe muerte;

      Y el que amasa su espléndida fortuna
      Con sangre de la víctima llorosa,
      Su sangre beberá si sed lo seca,
      Sus miembros comerá si hambre lo acosa".

      Brilló en el cielo matutino rayo,
      De súbito cruzó rápida llama,
      El aire convirtiose en humo denso
      Salpicado de brasas encendidas
      Cual rojos globos en oscuro cielo.
      La tierra retembló, giró tres veces
      En encontradas direcciones; hondo
      Cráter abrióse ante mi planta infirme
      Y despeñóse en él bramando un río
      De sangre espesa, que espumoso lago
      Formó en el fondo, y cuyas olas negras,
      Agitadas subiendo mis rodillas
      Bañaban sin cesar. Fantasma horrible
      De formas colosales y abultadas,
      Envolvió su cabeza en luego manto
      Y en el profundo lago sumergiose.
      Ya no vi más...

      ¿Dó estoy? ¡Qué lazo oprime
      Mi garganta? ¡ Piedad! Solo me encuentro...
      Mi cuerpo tembloroso húmeda yerba
      Tiene por lecho; el corazón mis manos
      Con fuerza aprietan, y mi rostro y cuero
      Tibio sudor empapa. El sol brillante,
      Tras la sierra asomando la cabeza,
      Mira a Chapultepec cual padre tierno
      Contempla al despertar a su hijo amado.
      Los rayos de su luz las peñas doran,
      Los árboles sus frentes venerables
      Inclinan blandamente, saludando
      Al astro ardiente que les da la vida.

      Azul está el espacio, y a los montes
      Baña color azul, claro y oscuro.
      Todo respira juventud risueña
      Y cantando los pájaros se mecen
      En las ligeras y volubles auras.

      Todos a gozar convida; pero a mi alma
      Manto en muerte envuelve, y gota a gota
      Sangre destila el corazón herido.
      Mi mente es negra cavidad sin fondo
      Y vaga incierto el pensamiento en ella
      Cual perdida paloma en honda grúa.

      ¡Fue sueño o realidad? Pregunta vana...
      Sueño sería, que profundo sueño
      Es la voraz pasión que me consume;
      Sueño ha sido, y no más el leve gozo
      Que acarició mi faz; sueño el sonido
      De aquella sonrisa, aquel halago,
      Aquel blando mirar... Desperté súbito
      Y el bello Edén despareció a mis ojos
      Como oleada que la mar envía
      Y se lleva después. Sólo me resta
      Atroz recuerdo que me aprieta el alma
      Y sin cesar el corazón me roe.
      Así el fugaz placer sirve tan solo
      Para abismar el corazón sensible,
      Así la juventud y la hermosura
      Sirven tan solo de romper el seno
      A la cansada senectud. El hombre
      Tiene dos cosas solamente eternas:
      A Dios y la virtud, de Él amada...

      Yo me sentí mecido de mis padres
      En los amantes cariñosos brazos,
      Y fue sueño también... Mujer que adoro,
      Ven otra vez a adormecer mi alma
      Y mátame después, mas no te alejes...
      La amistad y el amor son mi existencia,
      Y el amor y amistad vuelven el rostro
      Y huyen de mí cual de cadáver frío.

      ¡Venid, sueños, venid! Y ornad mi frente
      De beleño mortal: soñar deseo.
      Levantad a los muertos de sus tumbas:
      Quiero verlos sentir estremecerme...
      Las sensaciones mi alimento fueron,
      Sensaciones de horror y de tristeza.
      Sueño sea mi paso por el mundo,
      Hasta que nuevo sueño, dulce y grato,
      Me presente de Dios la faz sublime.
      ¡Bailad, bailad!

      Bailad mientras que llora
      El pueblo dolorido,
      Bailad hasta la aurora
      Al compás del gemido
      Que a vuestra puerta el huérfano
      Hambriento lanzará.
      ¡Bailad, bailad!

      Desnudez, ignorancia
      A nuestra prole afrenta,
      Orgullo y arrogancia
      Con altivez ostenta,
      Y embrutece su espíritu
      Torpe inmoralidad.
      ¡Bailad, bailad!

      Las escuelas inunda
      Turba ignorante y fútil,
      Que su grandeza funda
      En vedarnos lo útil
      Y nos conduce hipócrita
      Por la senda del mal.
      ¡Bailad, bailad!

      Soldados sin decoro
      Y sin saber nos celan,
      Adonde dan más oro
      Allá rápidos vuelan:
      En la batalla tórtolas,
      Buitres en la ciudad.
      ¡Bailad, bailad!

      Y por Tejas se avanza
      El invasor astuto:
      Su grito de venganza
      Anuncia triste luto
      A la infeliz república
      Que al abismo arrastráis.
      ¡Bailad, bailad!

      El bárbaro ya en masa
      Por nuestros campos entra,
      A fuego y sangre arrasa
      Cuando a su paso encuentra,
      Deshonra nuestras vírgenes,
      Nos asesina audaz.
      ¡Bailad, bailad!

      Europa se aprovecha
      De nuestra inculta vida,
      Cual tigre nos acecha
      Con la garra tendida
      Y nuestra ruina próxima
      Ya celebrando está.
      ¡Bailad, bailad!

      Bailad, oh campeones,
      Hasta la luz vecina,
      Al son de los cañones
      De Tolemaida y China,
      Y de Argel a la pérdida
      Veinte copas vaciad.
      ¡Bailad, bailad!

      Vuestro cantor en tanto
      De miedo henchido, el pecho
      Se envuelve en negro manto
      En lágrimas deshecho,
      Y prepara de México
      El himno funeral.
      ¡Bailad, bailad!
    Arriba

    Un crimen
      I

      Hubo un tiempo en que atónito miraba
      A una joven, que ardiente idolatraba,
      Modelo de beldad.

      "Te adoro, te idolatro", me decía;
      Y en su pálida frente relucía
      Pudor, virginidad.

      Y brillaban mis ojos de contento.
      Era su hálito puro mi alimento,
      Mi concierto su voz;
      Era su rostro, su mirar mi encanto;
      Era su triste y doloroso llanto
      Mi tormento feroz.

      Como la flor en el pantano inmundo
      La arrojó el cielo despiadado al mundo
      Entre angustia y dolor.

      Y yo corrí, volé de gozo lleno,
      Y delirante recogí en mi seno
      La ternísima flor.

      "Huérfanos somos, sin ningún abrigo,
      Y pobres, desgraciados, sin amigo;
      El cielo nos unió.
      Tú serás, dulce prenda, mi consuelo,
      Y para mí será la tierra el cielo..."
      Así le dije yo.

      Y ella llorando se arrojó en mis brazos,
      Y en deliciosos, en estrechos lazos,
      Anudado me vi.

      Y en su seno purísimo y constante,
      Como en la madre el delicado infante,
      Tranquilo me dormí.

      II

      Y desperté de súbito,
      Y busqué enajenado
      El ángel adorado
      De mi ternura objeto y de mi amor.
      Pero en silencio lúgubre,
      Y en soledad y calma
      Estaba todo; y mi alma
      Fue presa de inquietud y de dolor.

      Me levanto frenético,
      A mi adorada llamo;
      El eco a mi reclamo
      Retumbando tan solo respondió.
      Y triste, y melancólico,
      Mi consuelo buscando,
      Voy lento meditando
      Las penas en que el cielo me arrojó.

      III

      ¿Do te escondes,
      Mi querida?
      ¿Do mi vida,
      Te hallaré?
      Si no vienes
      Al instante,
      Dulce amante,
      Moriré.
      "Eres bella como el cielo,
      Eres mi ángel, mi consuelo,
      Y sin ti
      No hay contento, ni ventura,
      Ni hermosura
      Para mí."

      De la vida
      En el camino
      Mi destino
      Me arrojó;
      Y de duelo,
      De quebranto,
      Y de espanto
      Me inundó.

      "Eres bella como el cielo,
      Eres mi ángel, mi consuelo,
      Y sin ti
      No hay contento, ni ventura,
      Ni hermosura
      Para mí."

      Pero diome
      Para guía,
      Vida mía,
      Tu virtud;
      Y trocose mi tormento
      En contento
      Y en salud.

      "Eres bella como el cielo,
      Eres mi ángel, mi consuelo,
      Y sin ti
      No hay contento, ni ventura,
      Ni hermosura
      Para mí."

      La joya eres
      Más hermosa,
      Más preciosa
      Que se vio
      En el suelo
      Mexicano,
      Do mi mano
      Te cogió.

      "Eres bella como el cielo,
      Eres mi ángel, mi consuelo,
      Y sin ti
      No hay contento, ni ventura,
      Ni hermosura
      Para mí."

      IV

      Mi pecho agitado de rudo tormento,
      El canto elevaba mi lánguida voz;
      Y sólo en respuesta notaba que el viento
      Espigas y ramas movía veloz.

      La luna brillaba purísima y bella
      En medio al espacio de claro zafir,
      Cual cándida, joven, modesta doncella
      Que mira al amante gozoso venir.

      Tan solo escuchaba los lúgubres gritos
      De pobre aldeano que alababa al Señor;
      Y mi alma oprimían los seres malditos
      Que asaz provocaron del cielo el furor.

      En locas ideas mi mente perdida,
      Pregunto a mí mismo: -¿Por qué huye de mí?
      ¡Maldita por siempre, maldita mi vida!.."
      Y un ronco gemido feroz despedí.

      Temblaban mis miembros, sudaba mi frente,
      Espesa tiniebla mis ojos cubrió;
      Y luego del seno quejido doliente,
      Cual de honda caverna, vibrando salió.

      Mas, cielos ¡qué miro!.. ¿La vista me engaña?
      ¡Es ella! La veo... ¡Qué dulce placer!..
      Mas alguien... un hombre... ¡Gran Dios! la acompaña...
      ¡Infame, traidora, perversa mujer!

      Le mira amorosa... le lleva a su seno..
      -¡No más!- Ya la daga feroz empuñé....
      Y vuelo... de rabia frenética lleno
      En sangre mi diestra, mi brazo empapé.
    Arriba