Amado Nervo. Parte II (poemas 100-159)

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    Información biográfica

    Amado Nervo - Parte I (poemas 1-99)
    Amado Nervo - Parte II (poemas 100-159)

  1. Mater alma
  2. Me besaba mucho
  3. Metafisiqueos
  4. Mi secreto
  5. Nadie conoce el bien
  6. Nihil novum
  7. No lo sé
  8. Obsesión
  9. ¡Oh Cristo!
  10. ¡Oh muerte!
  11. Oremus
  12. Pasas por el abismo de mis tristezas
  13. Perlas negras V
  14. Perlas negras VI
  15. Perlas negras VIII
  16. Perlas negras XXII
  17. Perlas negras XXIX
  18. Perlas negras XXXIII
  19. Perlas negras XLII
  20. Pero te amo
  21. Piedad
  22. Pobrecita mía
  23. Poetas místicos
  24. Por miedo
  25. Predestinación
  26. Puella mea
  27. Qué bien están los muertos
  28. Qué importa
  29. Qué más me da
  30. Quedamente
  31. Quién sabe por qué
  32. Regnum tuum
  33. Renunciación
  34. Reparación
  35. Réquiem
  36. Restitución
  37. Ródeuse
  38. Ruptura tardía
  39. Seis meses
  40. Señuelo
  41. Si tú me dices ven
  42. Si una espina me hiere
  43. Sin rumbo
  44. Sólo tú
  45. Soneto
  46. Sosiego
  47. Su trenza
  48. Tal vez
  49. Tanatofilia
  50. Tanto amor
  51. Todo inútil
  52. Tres meses
  53. Una flor en el camino
  54. Unidad
  55. Uno con Él
  56. Via, veritas et vita
  57. Viejo estribillo
  58. Y el Buda de basalto sonreía
  59. Ya todo es imposible
  60. Yo vengo de un brumoso país lejano


Información biográfica
    Nombre: Juan Crisóstomo Ruiz de Nervo y Ordaz
    Lugar y fecha nacimiento: Jalisco -ahora Tepic-, Nayarit, México, 27 de agosto de 1870
    Lugar y fecha defunción: Montevideo, Uruguay, 24 de mayo de 1919 (48 años) Nacionalidad: Mexicana
    Ocupación: Diplomático, periodista, director de fotografía, escritor, poeta; miembro de la Academia Mexicana de la Lengua
    Movimiento: Modernismo

    Fuente: [Amado Nervo] en Wikipedia.org
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    Mater alma
      Que tus ojos radien sobre mi destino,
      Que tu veste nívea, que la luz orló,
      Ampare mis culpas del torvo Dios Trino:
      ¡Señora, te amo! ¡Ni el grande Agustino
      Ni el tierno Bernardo te amaron cual yo!

      Que la luna, octante de bruñida plata,
      Escabel de plata de tu piel real,
      Por mi noche bogue, por mi noche ingrata,
      Y en su sombra sea místico fanal.

      Que los albos lises de tu vestidura
      El erial perfumen de mi senda dura,
      Y por ti mi vida brillará tan pura
      Cual los lises albos de tu vestidura.

      Te daré mis versos: floración tardía;
      Mi piedad de niño: floración de abril;
      E irán a tu solio, dulce madre mía,
      Mis castos amores en blanca theoría,
      Con cirio en las manos y toca monjil.
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    Me besaba mucho
      Me besaba mucho; como si temiera
      Irse muy temprano... Su cariño era
      Inquieto, nervioso.

      Yo no comprendía
      Tan febril premura. Mi intención grosera
      Nunca vio muy lejos...
      ¡Ella presentía!

      Ella presentía que era corto el plazo,
      Que la vela herida por el latigazo
      Del viento, aguardaba ya... y en su ansiedad
      Quería dejarme su alma en cada abrazo,
      Poner en sus besos una eternidad.
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    Metafisiqueos
      ¡De qué sirve al triste la filosofía!
      Kant o Schopenhauer o Nietzche o Bergson...
      ¡Metafisiqueos!

      En tanto, Ana mía,
      Te me has muerto, y yo no sé todavía
      Dónde ha de buscarte mi pobre razón.
      ¡Metafisiqueos, pura teoría!
      ¡Nadie sabe nada de nada: mejor
      Que esa pobre ciencia confusa y vacía,
      Nos alumbra el alma, como luz del día,
      El secreto instinto del eterno amor!

      No ha de haber abismo que ese amor no ahonde,
      Y he de hallarte. ¿Dónde? ¡No me importa dónde!
      ¿Cuándo? No me importa... ¡pero te hallaré!
      Si pregunto a un sabio, "¡Qué sé yo!", responde.
      Si pregunto a mi alma, me dice: "¡Yo sé!"
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    Mi secreto
      ¿Mi secreto? ¡Es tan triste! ¿Estoy perdido
      De amores por un ser desaparecido,
      Por un alma liberta,
      Que diez años fue mía, y que se ha ido...
      ¿ Mi secreto? Te lo diré al oído:
      ¡Estoy enamorado de una muerta!

      ¿Comprendes —tú que buscas los visibles
      Transportes, las reales, las tangibles
      Caricias de la hembra, que se plasma
      A todos tus deseos invencibles—
      Ese imposible de los imposibles
      De adorar a un fantasma?

      ¡Pues tal mi vida es y tal ha sido
      Y será!

      Si por mí solo ha latido
      Su noble corazón, hoy mundo y yerto,
      ¿He de mostrarme desagradecido
      Y olvidarla, no más porque ha partido,
      Y dejarla, no más porque se ha muerto?
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    Nadie conoce el bien
      Había un ángel cerca de mí,
      Mas no le vi...
      Posó las plantas maravillosas
      Entre las zarzas de mi erial, y
      Yo, en tanto, estaba viendo otras cosas.

      Cuando, callado, tendió su vuelo
      Y quedó al irse torvo mi cielo,
      Mi vida huérfana, mi alma vacía,
      Comprendí todo lo que perdía.

      Alcé los ojos despavorido,
      Llamé al ausente con un gemido,
      Plegó mis labios convulso gesto...

      Mas pronto el ángel dejó traspuesto,
      Con vuelo de ímpetu soberano,
      Las lindes negras del mundo arcano,
      Y todo vano fue... ¡todo vano!

      ¡Quién del espacio devuelve un ave!
      ¡Qué imán atrae a un dios ya ido!
      Dice el proloquio que nadie sabe
      El bien que tiene... ¡sino perdido!
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    Nihil novum
      ¡Cuántos, pues, habrán amado
      Como mi alma triste amó...
      Y cuántos habrán llorado
      Como yo!

      ¡Cuántos habrán padecido
      Lo que padecí,
      Y cuántos habrán perdido
      Lo que perdí!

      Canté con el mismo canto,
      Lloro con el mismo llanto
      De los demás,
      Y esta angustia y este tedio
      Ya los tendrán sin remedio
      Los que caminan detrás.

      Mi libro sólo es, en suma,
      Gotícula entre la bruma,
      Molécula en el crisol
      Del común sufrir, renuevo
      Del Gran Dolor: ¡Nada nuevo
      Bajo el sol!

      Mas tiene cada berilo
      Su manera de brillar,
      Y cada llanto su estilo
      Peculiar.
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    No lo sé
      Crepitan ya las velas en la ría;
      Tú, ¿por qué no te embarcas, alma mía?
      —Porque Dios no lo quiere todavía.

      —Mira: piadosamente las estrellas
      Nos envían sus trémulas centellas...
      —¡Bien quisiera vestirme toda de ellas!

      —Tu amiga, la más tierna, ya se fue.
      Los que te aman se van tras ella; ¿qué
      Vas a hacer tú tan sola?

      —No lo sé.
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    Obsesión
      Hay un fantasma que siempre viste
      Luctuosos paños, y con acento
      Cruel de Hamlet a Ofelia triste,
      Me dice: ¡Mira, vete a un convento!

      Y me horroriza prestarle oídos,
      Pues al conjuro de su palabra
      Pueblan mi mente descoloridos
      Y enjutos frailes de faz macabra;

      Y dicen salmos penitenciales
      Y se flagelan con cadenillas,
      Y los repliegues de sus sayales
      Semejan antros de pesadillas...

      En vano aquella visión resiste
      El alma, loca de sufrimiento;
      Los frailes rondan, la voz persiste,
      Y como Hamlet a Ofelia triste,
      Me dice: ¡Mira, vete a un convento!
    Arriba

    ¡Oh Cristo!
      Ya no hay un dolor humano que no sea mi dolor;
      Ya ningunos ojos lloran, ya ningún alma se angustia
      Sin que yo me angustie y llore;
      Ya mi corazón es lámpara fiel de todas las vigilias,
      ¡Oh Cristo!

      En vano busco en los hondos escondrijos de mi ser
      Para encontrar algún odio: nadie puede herirme ya
      Sino de piedad y amor. Todos son yo, yo soy todos,
      ¡Oh Cristo!

      ¡Qué importan males o bienes! Para mí todos son bienes.
      El rosal no tiene espinas: para mí sólo da rosas.
      ¿Rosas de pasión? ¡Qué importa! Rosas de celeste esencia,
      Purpúreas como la sangre que vertiste por nosotros,
      ¡Oh Cristo!
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    ¡Oh muerte!
      Muerte, ¡cómo te he deseado!,
      ¡Con qué fervores te he invocado!,
      ¡Con qué anhelares he pedido
      A tu boca su beso helado!
      ¡Pero tú, ingrata, no has oído!

      ¡Vendrás, quizá, con paso quedo
      Cuando de partir tenga miedo,
      Cuando la tarde me sonría
      Y algún ángel, con rostro ledo,
      Serene mi melancolía!

      Vendrás, quizá, cuando la vida
      Me muestre una veta escondida
      Y encienda para mí una estrella.

      ¡Qué importa! Llega, ¡oh Prometida!
      ¡Siempre has de ser la bien venida,
      Pues que me juntarás con Ella!
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    Oremus
      (Para Bernardo Couto Castillo)

      Oremos por las nuevas generaciones,
      Abrumadas de tedios y decepciones;
      Con ellas en la noche nos hundiremos.
      Oremos por los seres desventurados,
      De moral impotencia contaminados...
      ¡Oremos!

      Oremos por la turba que a cruel prueba
      Sometida, se abate sobre la gleba;
      Galeote que agita siempre los remos
      En el mar de la vida revuelto y hondo,
      Danaide que sustenta tonel sin fondo...
      ¡Oremos!

      Oremos por los místicos, por los neuróticos
      Nostálgicos de sombra, de templos góticos
      Y de cristos llagados, que con supremos
      Desconsuelos recorren su ruta fiera,
      Levantando sus cruces como bandera.
      ¡Oremos!

      Oremos por los que odian los ideales,
      Por los que van cegando los manantiales
      De amor y de esperanza de que bebemos,
      Y derrocan al Cristo con saña impía,
      Y después lloran, viendo l'ara vacía.
      ¡Oremos!

      Oremos por los sabios, por el enjambre
      De artistas exquisitos que mueren de hambre.
      ¡Ay!, el pan del espíritu les debemos,
      Aprendimos por ellos a alzar las frentes,
      Y helos pobres, escuálidos, tristes, dolientes...
      ¡Oremos!

      Oremos por las células de donde brotan
      Ideas-resplandores, y que se agotan
      Prodigando su savia: no las burlemos.
      ¿Qué fuera de nosotros sin su energía?
      Oremos por el siglo, por su agonía
      Del Suicidio en las negras fauces...
      ¡Oremos!
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    Pasas por el abismo de mis tristezas
      Pasas por el abismo de mis tristezas
      Como un rayo de luna sobre los mares,
      Ungiendo lo infinito de mis pesares
      Con el nardo y la mina de tus ternezas.

      Ya tramonta mi vida; la tuya empiezas;
      Mas, salvando del tiempo los valladares,
      Como un rayo de luna sobre los mares
      Pasas por el abismo de mis tristezas.

      No más en la tersura de mis cantares
      Dejará el desencanto sus asperezas;
      Pues Dios, que dio a los cielos sus luminares,
      Quiso que atravesaras por mis tristezas
      Como un rayo de luna sobre los mares.
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    Perlas negras V
      ¿Ves el sol, apagando su luz pura
      En las ondas del piélago ambarino?
      Así hundió sus fulgores mi ventura
      Para no renacer en mi camino.

      Mira la luna: desgarrando el velo
      De las tinieblas, a brillar empieza.
      Así se levantó sobre mi cielo
      El astro funeral de la tristeza.

      ¿Ves el faro en la peña carcomida
      Que el mar inquieto con su espuma alfombra?
      Así radia la fe sobre mi vida,
      Solitaria, purísima, escondida:
      ¡Como el rostro de un ángel en la sombra!
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    Perlas negras VI
      Rindióme al fin el batallar continuo
      De la vida social; en la contienda,
      Envidiaba la dicha del beduino
      Que mora en libertad bajo su tienda.

      Huí del mundo a mi dolor extraño,
      Llevaba el corazón triste y enfermo,
      Y busqué, como Pablo el Ermitaño,
      La inalterable soledad del yermo. Allí moro, allí canto, de la vista
      Del hombre huyendo, para el goce muerto,
      Y bien puedo decir, como el Bautista:
      ¡Soy la voz del que clama en el desierto!
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    Perlas negras VIII
      Al oír tu dulce acento
      Me subyuga la emoción,
      Y en un mudo arrobamiento
      Se arrodilla el pensamiento
      Y palpita el corazón
      Al oír tu dulce acento.

      Canta, virgen, yo lo imploro;
      Que tu voz angelical
      Semeja el rumor sonoro
      De leve lluvia de oro
      Sobre campo de cristal.
      Canta, virgen, yo lo imploro:
      Es de alondra tu garganta,
      ¡Canta!

      ¡Qué vagas melancolías
      Hay en tu voz! Bien se ve
      Que son amargos tus días.
      Huyeron las alegrías,
      Tu corazón presa fue
      De vagas melancolías.

      ¡Por piedad! ¡No cantes ya,
      Que tu voz al alma hiere!
      Nuestro amor, ¿en dónde está?
      Ya se fue, todo se va
      Ya murió, todo se muere
      Por piedad, no cantes ya,
      Que la pena me avasalla
      ¡Calla!
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    Perlas negras XXII
      Sol esplendente de primavera,
      A cuyo beso, fresca y lozana,
      La flor se yergue, la mariposa
      Viola el capullo, la yema estalla;
      Sol esplendente de primavera:
      ¡Yo te aborrezco! porque desgarras
      Las brumas leves, que me circundan
      Como rizado crespón de plata.

      A mí me gustan las tardes grises,
      Las melancolías, las heladas,
      En que las rosas tiemblan de frío,
      En que los cierzos gimiendo pasan,
      En que las aves, entre las hojas,
      El pico esconden bajo del ala.

      A mí me gustan esas penumbras
      Indefinibles de la enramada,
      A cuyo amparo corren las fuentes,
      Surgen los gnomos, las hojas charlan...
      Sol esplendente de primavera,
      Cede tu gloria, declina, pasa:
      Deja las brumas que me rodean
      Como rizado crespón de plata.

      Bellas mujeres de ardientes ojos,
      De vivos labios, de tez rosada,
      ¡Os aborrezco! Vuestros encantos
      Ni me seducen ni me arrebatan.

      A mí me gustan las niñas tristes,
      A mí me gustan las niñas pálidas,
      Las de apacibles ojos obscuros
      Donde perenne misterio irradia;
      Las de miradas que me acarician
      Bajo el alero de las pestañas...

      Más que las rosas, amo los lirios
      Y las gardenias inmaculadas;
      Más que claveles de sangre y fuego,
      La sensitiva mi vista encanta...

      Bellas mujeres de ardientes ojos,
      De vivos labios, de tez rosada:
      Pasad en ronda vertiginosa;
      Vuestros encantos no me arrebatan...

      Himnos vibrantes de las victorias,
      Notas triunfales, bélicas marchas,
      ¡Os aborrezco! porque, al oíros,
      Trémulas huyen mis musas blancas.

      A mí me gustan las notas leves...
      Las notas leves... las notas lánguidas,
      Las que parecen suspiros hondos...
      Suspiros hondos de almas que pasan...

      Chopin: delirio por tus nocturnos;
      Beethoven: sueño con tus sonatas:
      Weber: adoro tu Pensamiento
      Schubert: me arroba tu Serenata.

      ¡Oh! Cuántas veces, bajo el imperio
      De vuestra música apasionada,
      Ella me dice: ¿Me quieres mucho?
      Y yo respondo: ¡Con toda el alma!

      Himnos vibrantes de las victorias,
      Notas triunfales, bélicas marchas:
      ¡Chit! porque huyen al escucharos,
      Trémulas todas, mis musas blancas...

      Sol esplendente de primavera,
      Lindas mujeres de faz rosada,
      Himnos triunfales... ¡dejadme a solas
      Con mis ensueños y mis nostalgias!

      Pálidas brumas que me rodean
      Como rizado crespón de plata,
      Vagas penumbras, niñas enfermas
      De ojos obscuros y tez de nácar,
      Notas dolientes: ¡venid, que os amo!
      ¡Venid, que os amo! ¡Tended las alas!
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    Perlas negras XXIX
      Yo amaba lo azul con ardimiento:
      Las montañas excelsas, los sutiles
      Crespones de zafir del firmamento,
      El piélago sin fin, cuyo lamento
      Arrulló mis ensueños juveniles.

      Callaba mi laúd cuando despliega
      Cada estrella purísima su broche,
      El universo en la quietud navega,
      Y la luna, hoz de plata, surge y siega
      El haz de espesas sombras de la noche.

      Cantaba, si la aurora descorría
      En el Oriente sus rosados velos,
      Si el aljófar al campo descendía,
      Y el sol, urna de oro que se abría,
      Inundaba de luz todos los cielos.

      Mas hoy amo la noche, la galana,
      De dulce majestad, horas tranquilas
      Y solemnes, la nubia soberana,
      La de espléndida pompa americana:
      ¡La noche tropical de tus pupilas!

      Hoy esquivo del alba los sonrojos,
      Su saeta de oro me maltrata,
      Y el corazón, sin pena y sin enojos,
      Tan sólo ante lo negro de tus ojos
      Como el iris del búho se dilata.

      ¿Qué encanto hubiera semejante al tuyo,
      Oh, noche mía? ¡Tu beldad me asombra!
      Yo, que esplendores matutinos huyo,
      ¡Dejo el alma que agite, cual cocuyo,
      Sus alas coruscantes en tu sombra!

      Si siempre he de sentir esa mirada
      Fija en mi rostro, poderosa y tierna,
      ¡Adiós, por siempre adiós, rubia alborada!
      Doncella de la veste sonrosada:
      ¡Que reine en mi rededor la noche eterna!

      ¡Oh, noche! Ven a mí llena de encanto;
      Mientras con vuelo misterioso avanzas,
      Nada más para ti será mi canto,
      Y en los brunos repliegues de tu manto,
      Su cáliz abrirán mis esperanzas.
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    Perlas negras XXXIII
      Amiga, mi larario esta vacío:
      Desde que el fuego del hogar no arde,
      Nuestros dioses huyeron ante el frío;
      Hoy preside en sus tronos el hastío
      Las nupcias del silencio y de la tarde.

      El tiempo destructor no en vano pasa;
      Los aleros del patio están en ruinas;
      Ya no forman allí su leve casa,
      Con paredes convexas de argamasa
      Y tapiz del plumón, las golondrinas.

      ¡Qué silencio el del piano! Su gemido
      Ya no vibra en los ámbitos desiertos;
      Los nocturnos y scherzos han huido
      ¡Pobre jaula sin aves! ¡Pobre nido!
      ¡Misterioso ataúd de trinos muertos!

      ¡Ah, si vieras tu huerto! Ya no hay rosas,
      Ni lirios, ni libélulas de seda,
      Ni cocuyos de luz, ni mariposas
      Tiemblan las ramas del rosal, medrosas;
      El viento sopla, la hojarasca rueda.

      Amiga, tu mansión está desierta;
      El musgo verdinegro que decora
      Los dinteles ruinosos de la puerta,
      Parece una inscripción que dice: ¡Muerta!
      El cierzo pasa, y suspirando, ¡llora!
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    Perlas negras XLII
      Yo también, cual los héroes medievales
      Que viven con la vida de la fama,
      Luché por tres divinos ideales:
      ¡Por mi Dios, por mi patria y por mi dama!

      Hoy que Dios ante mí su faz esconde,
      Que la patria me niega su ternura
      De madre, y que a mi acento no responde
      La voz angelical de la hermosura,

      Rendido bajo el peso del destino
      Esquivando el combate, siempre rudo,
      Heme puesto a la vera del camino,
      Resuelto a descansar sobre mi escudo.

      Quizá mañana, con afán contrario,
      Ajustándome el casco y la loriga,
      De nuevo iré tras el combate diario,
      Exclamando: ¡Quien me ame, que me siga!

      Mas hoy dejadme, aunque a la gloria pese,
      Dormir en paz sobre mi escudo roto;
      Dejad que en mi redor el ruido cese,
      Que la brisa noctívaga me bese
      Y el olvido me dé su flor de loto.
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    Pero te amo
      Yo no sé nada de la vida,
      Yo no sé nada del destino,
      Yo no sé nada de la muerte;
      ¡Pero te amo!

      Según la buena lógica, tú eres luz extinguida;
      Mi devoción es loca, mi culto, desatino,
      Y hay una insensatez infinita en quererte;
      ¡Pero te amo!
    Arriba

    Piedad
      ¡No porque está callada
      Y ya no te responde, la motejes;
      No porque yace helada,
      Severa, inmóvil, rígida, la huyas;

      No porque está tendida
      Y no puede seguirte ya, la dejes;

      No porque está perdida
      Para siempre jamás, la sustituyas!
    Arriba

    Pobrecita mía
      Bien sé que no puedes,
      Pobrecita mía,
      Venir a buscarme.
      ¡Si pudieras, vendrías!

      Acaso te causan
      Dolor mis fatigas,
      Mis ansias de verte,
      Mis quejas baldías,
      Mi tedio implacable,
      Mi horror por la vida.
      ¡No puedes traerme consuelo!

      ¡Si pudieras, vendrías!

      ¿Qué honda, qué honda
      Debe ser la sima
      Donde caen los muertos,
      Pobrecita mía!

      ¡Qué mares sin playas
      Qué noche infinita
      Qué pozos danaideos,
      Qué fieras estigias
      Deben separarnos de los que se mueren
      Desgajando en dos
      Almas una misma,
      Para que no puedas venir a buscarme!

      Si pudieras, vendrías...
    Arriba

    Poetas místicos
      Bardos de frente sombría
      Y de perfil desprendido
      De alguna vieja medalla;

      Los de la gran señoría,
      Los de mirar distraído,
      Los de la voz que avasalla.

      Teólogos graves e intensos,
      Vasos de amor desprovistos,
      Vasos henchidos de penas;

      Los de los ojos inmensos,
      Los de las caras de cristos,
      Los de las grandes melenas:

      Mi musa, la virgen fría
      Que vuela en pos del olvido,
      Tan sólo embelesos halla

      En vuestra gran señoría,
      Vuestro mirar distraído
      Y vuestra voz que avasalla.

      Mi alma que os busca entrevistos
      Tras de los leves inciensos,
      Bajo las naves serenas,

      Ama esas caras de cristos,
      Ama esos ojos inmensos
      Ama esas grandes melenas.
    Arriba

    Por miedo
      La dejé marcharse sola...
      Y, sin embargo, tenía
      Para evitar mi agonía
      La piedad de una pistola.
      "¿Por qué no morir? —pensé—.
      ¿Por qué no librarme desta
      Tortura? ¿Ya qué me resta
      Despúés que ella se me fue?"

      Pero el resabio cristiano
      Me insinuó con voces graves:
      "¡Pobre necio, tú que sabes!"
      Y paralizó mi mano.

      Tuve miedo... es la verdad;
      Miedo, sí, de ya no verla,
      Miedo inmenso de perderla
      Por toda una eternidad.

      Y preferí, no vivir,
      Que no es vida la presente,
      Sino acabar lentamente,
      Lentamente, de morir.
    Arriba

    Predestinación
      Grabó sobre mi faz descolorida
      Su Mane Thecel Phares el Dios fuerte,
      Y me agobian dos penas sin medida:
      Un disgusto infinito de la vida,
      Y un temor infinito de la muerte.

      ¿Ves cómo tiendo en rededor los ojos?
      ¡Ay, busco abrigo con esfuerzos vanos...!
      ¡En medio de mi ruta, sólo abrojos!
      ¡Al final de mi ruta, sólo arcanos!

      ¿Qué hacer cuando la vida me repela
      Si la pálida muerte me acobarda?
      Digo a la vida: ¡sé piadosa, vuela...!
      Digo a la muerte: ¡sé piadosa, tarda...!

      ¡Estaba escrito así! No más te afanes
      Por borrar de mi faz el torvo estigma;
      Impelenme furiosos huracanes,
      Y voy, entre los brazos de Abrimanes,
      A las fauces hambrientas del Enigma.
    Arriba

    Puella mea
      Muchachita mía,
      Gloria y ufanía
      De mi atardecer,
      Yo sólo tenía
      La santa alegría
      De mi poesía
      Y de tu querer.

      ¿Por qué te partiste?
      ¿Por qué te me fuiste?
      Mira que estoy triste,
      Triste, triste, triste,
      Con tristeza tal
      Que mi cara mustia
      Deja ver mi angustia
      Como si fuera de cristal.

      Muchachita mía,
      ¡Qué sola, qué fría
      Te fuiste aquel día!
      ¿En qué estrella estás?
      ¿En qué espacio vuelas?
      ¿En qué mar rielas?
      ¿Cuándo volverás?
      —¡Nunca, nunca más.
    Arriba

    Qué bien están los muertos
      ¡Qué bien están los muertos,
      Ya sin calor ni frío,
      Ya sin tedio ni hastío!

      Por la tierra cubiertos,
      En su caja extendidos,
      Blandamente dormidos...

      ¡Qué bien están los muertos
      Con las manos cruzadas,
      Con las bocas cerradas!

      ¡Con los ojos abiertos,
      Para ver el arcano
      Que yo persigo en vano!

      ¡Qué bien estás, mi amor,
      Ya por siempre exceptuada
      De la vejez odiada,

      Del verdugo dolor...
      Inmortalmente joven,
      Dejando que te troven

      Su trova cotidiana
      Los pájaros poetas
      Que moran en las quietas

      Tumbas, y en la mañana,
      Donde la Muerte anida,
      Saludan a la vida!
    Arriba

    Qué importa
      ¡Qué importa que no sepas cómo te sigo amando
      Más allá del sepulcro, si lo sé yo con creces!
      ¡Qué importa que no escuches cómo estoy sollozando
      Si escucho mi sollozo yo, que soy tú dos veces!
    Arriba

    Qué más me da
      ¡Con ella, todo; sin ella, nada!
      Para qué viajes,
      Cielos, paisajes,
      ¡Qué importan soles en la jornada!
      Qué más me da
      La ciudad loca, la mar rizada,
      El valle plácido, la cima helada,
      ¡Si ya conmigo mi amor no está!
      Que más me da...

      Venecias, Romas, Vienas, Parises:
      Bellos sin duda; pero copiados
      En sus celestes pupilas grises,
      ¡En sus divinos ojos rasgados!
      Venecias, Romas, Vienas, Parises,
      Qué más me da
      Vuestra balumba febril y vana,
      Si de mi brazo no va mi Ana,
      ¡Si ya conmigo mi amor no está!
      Qué más me da...

      Un rinconcito que en cualquier parte me
      Preste abrigo;
      Un apartado refugio amigo
      Donde pensar;
      Un libro austero que me conforte;
      Una esperanza que sea norte
      De mi penar,
      Y un apacible morir sereno,
      Mientras más pronto más dulce y bueno:
      ¡Qué mejor cosa puedo anhelar!
    Arriba

    Quedamente
      Me la trajo quedo, muy quedo, el Destino,
      Y un día, en silencio me la arrebató;
      Llegó sonriendo; se fue sonriente;
      Quedamente vino;
      Vivió quedamente;
      ¡Queda... quedamente desapareció!
    Arriba

    Quién sabe por qué
      Perdí tu presencia,
      Pero la hallaré;
      Pues oculta ciencia
      Dice a mi conciencia
      Que en otra existencia
      Te recobraré.

      Tú fuiste en mi senda
      La única prenda
      Que nunca busqué;
      Llegaste a mi tienda
      Con tu noble ofrenda,
      ¡Quién sabe por qué!

      ¡Ay!, por cuánta y cuánta
      Quimera he anhelado
      Que jamás logré...
      Y en cambio, a ti, santa,
      Dulce bien amado,
      Te encontré a mi lado,
      ¡Quién sabe por qué!

      Viniste, me amaste;
      Diez años me amaste;
      Diez años llenaste
      Mi vida de fe,
      De luz y de aroma;
      En mi alma arrullaste
      Como una paloma,
      ¡Quién sabe por qué!

      Y un día te fuiste:
      ¡Ay triste!, ¡ay triste!;
      Pero te hallaré;
      Pues oculta ciencia
      Dice a mi conciencia
      Que en otra existencia
      Te recobraré.
    Arriba

    Regnum tuum
      Fuera, sonrisas y saludos,
      Vals, esnobismo de los clubs,
      Mundanidad oropelesca.
      Pero al volver a casa, tú.

      En el balcón, en la penumbra,
      Vueltos a los ojos al azul,
      Te voy buscando en cada estrella
      Del misterioso cielo augur.
      ¿Desde qué mundo me contemplas?
      ¿De qué callada excelsitud
      Baja tu espíritu a besarme?
      ¿Cuál el astro cuya luz
      Viene a traerme tus miradas?

      ¡Oh qué divina es la virtud
      Con que la noche penetra
      Bajo su maternal capuz!

      Hasta mañana, salas frívolas,
      Trajín, ruidos, inquietud,
      Mundanidad oropelesca,
      Poligononales fracs, abur.
      Y tú, mi muerta, ¡buenas noches!
      ¿Cómo te va? ¿Me amas aún?
      Vuelvo al encanto misterioso,
      A la inefable beatitud
      De tus lejanos besos místicos.
      ¡Aquí no reinas más que tú!
    Arriba

    Renunciación
      ¡Oh, Siddharta Gautama!, tú tenías razón:
      Las angustias nos vienen del deseo; el edén
      Consiste en no anhelar, en la renunciación
      Completa, irrevocable, de toda posesión;
      Quien no desea nada, dondequiera está bien.

      El deseo es un vaso de infinita amargura,
      Un pulpo de tentáculos insaciables, que al par
      Que se cortan, renacen para nuestra tortura.
      El deseo es el padre del esplín, de la hartura,
      ¡Y hay en él más perfidias que en las olas del mar!

      Quien bebe como el Cínico el agua con la mano,
      Quien de volver la espalda al dinero es capaz,
      Quien ama sobre todas las cosas al Arcano,
      ¡Ése es el victorioso, el fuerte, el soberano...
      Y no hay paz comparable con su perenne paz!
    Arriba

    Reparación
      ¡En esta vida no la supe amar!
      Dame otra vida para reparar,
      ¡Oh Dios!, mis omisiones,
      Para amarla con tantos corazones
      Como tuve en mis cuerpos anteriores;
      Para colmar de flores,
      De risas y de gloria sus instantes;
      Para cuajar su pecho de diamantes
      Y en la red de sus labios dejar presos
      Los enjambres de besos
      Que no le di en las horas ya perdidas...

      Si es cierto que vivimos muchas vidas
      (Conforme a la creencia
      Teosófica), Señor, otra existencia
      De limosna te pido
      Para quererla más que la he querido,
      Para que en ella nuestras almas sean
      Tan una, que las gentes que nos vean
      En éxtasis perenne ir hacia Dios
      Digan: "¡Como se quieren esos dos!"

      A la vez que nosotros murmuramos
      Con un instinto lúcido y profundo
      (Mientras que nos besamos
      Como locos): "¡Quizá ya nos amamos
      Con este mismo amor en otro mundo!"
    Arriba

    Réquiem
      Oh Señor, Dios de los ejércitos,
      Eterno Padre, eterno Rey,
      Por este mundo que creaste
      Con la virtud de tu poder;
      Porque dijiste: la luz sea,
      Y a tu palabra la luz fue;
      Porque coexistes con el Verbo,
      Porque contigo el Verbo es
      Desde los siglos de los siglos
      Y sin mañana y sin ayer,
      ¡Requiem aeternam dona eis, Domine,
      El lux perpetua luceat eis!

      Oh Jesucristo, por el frío
      De tu pesebre de Belén,
      Por tus angustias en el huerto,
      Por el vinagre y por la hiel,
      Por las espinas y las varas
      Con que tus carnes desgarré,
      Y por la cruz en que borraste
      Todas las culpas de Israel;
      Hijo del hombre, desolado,
      Trágico Dios, tremendo juez:
      ¡Requiem aeternam dona eis, Domine,
      El lux perpetua luceat eis!

      Divino Espíritu, Paráclito,
      Aspiración del gran Iavéh,
      Que unes al Padre con el Hijo,
      Y siendo El Uno sois los Tres;
      Por la paloma de alas níveas,
      Por la inviolada doncellez
      De aquella Virgen que en su vientre
      Llevó al Mesías Emmanuel;
      Por las ardientes lenguas rojas
      Con que inspiraste ciencia y fe
      A los discípulos amados
      De Jesucristo, nuestro bien:
      ¡Requiem aeternam dona eis, Domine,
      El lux perpetua luceat eis!
    Arriba

    Restitución
      ¿Encontrará la ciencia las almas de los muertos
      Un día, y a la angustia y el llanto que los van
      Buscando, del Enigma por los limbos inciertos,
      Responderá la boca del abismo: "Aquí están"?

      ¿Descubriremos ondas etéreas que transmitan
      A los desaparecidos la voz de nuestro amor,
      Y habrá para lo que ellos decirnos necesitan
      Algún maravilloso y oculto receptor?

      ¡Oh milagro, tu sola perspectiva nos pasma!
      Pero, ¿qué hay imposible para la voluntad
      Del hombre, que a su antojo tenaz todo lo plasma?
      ¡Ante el imperativo del genio, mi fantasma
      Tendrás que devolverme por fuerza, Eternidad!
    Arriba

    Ródeuse
      Si te toman pensativa los desastres de las hojas
      Que revuelan crepitando por el amplio bulevar;
      Si los cierzos te insinúan no sé qué vagas congojas
      Y nostalgias imprecisas y deseos de llorar;

      Si el latido luminoso de los astros te da frío;
      Si incurablemente triste ves al Sena resbalar,
      Y el reflejo de los focos escarlatas sobre el río
      Se te antoja que es la estela de algún trágico navío
      Donde llevan los ahogados de la Morgue a sepultar;

      ¡Pobrecita! Ven conmigo: deja ya las puentes yermas.
      Hay un alma en estas noches a las tísicas hostil,
      Y un vampiro disfrazado de galón que busca enfermas,
      Que corteja a las que tosen y que, a poco que te duermas,
      Chupará con trompa inmunda tus pezones de marfil.
    Arriba

    Ruptura tardía
      Ya no más en las noches, en las noches glaciales
      Que agitaban los rizos de azabache en tu nuca,
      Soñaremos unidos en los viejos sitiales;

      Ya no más en las tardes frías, quietas y grises,
      Pediremos mercedes a la Virgen caduca,
      La de manto de plata salpicado de lises.

      ¡Ay!, es fuerza que ocultes ese rostro marmóreo:
      Vida y luz, en un claustro de penumbras austeras
      Donde pesa en las almas todo el hielo hiperbóreo.

      Nos amábamos mucho; mas tu amor me perdía;
      ¡Nos queríamos tanto...! Mas así me perdieras,
      Y rompimos el lazo que al placer nos unía.

      ¡Es preciso! Muramos a las dichas humanas;
      ¡Seguiré mi camino, muy penoso y muy tardo,
      Sin besar tus pupilas, tus pupilas arcanas!

      Plegue a Dios cuando menos que algún día, señora,
      Muerto ya, te visite, como Pedro Abelardo
      Visitó, ya cadáver, a Eloísa la Priora.
    Arriba

    Seis meses
      ¡Seis meses ya de muerta! Y en vano he pretendido
      Un beso, una palabra, un hálito, un sonido...
      Y, a pesar de mi fe, cada día evidencio
      Que detrás de la tumba ya no hay más que silencio...

      Si yo me hubiese muerto, ¡qué mar, qué cataclismos,
      Qué vórtices, qué nieblas, qué cimas ni qué abismos
      Burlaran mi deseo febril y omnipotente
      De venir por las noches a besarte en la frente,
      De bajar, con la luz de un astro zahorí,
      A decirte al oído: "¡No te olvides de mí!"

      Y tú, que me querías tal vez más que te amé,
      Callas inexorable, de suerte que no sé
      Sino dudar de todo, del alma, del destino,
      ¡Y ponerme a llorar en medio del camino!
      Pues con desolación infinita evidencio
      Que detrás de la tumba ya no hay más que silencio...
    Arriba

    Señuelo
      La muerte nada quiere con los tristes.
      Subrepticia y astuta,
      Aguarda a que riamos
      Para abrirnos la tumba
      Y, con su dedo trágico, de pronto
      Señalarnos la húmeda
      Oquedad, y empujarnos brutalmente
      Hacia su infecta hondura.

      Mas yo tengo tal gana de que venga,
      Que voy a ser feliz para que acuda,
      Para que sea mi reír señuelo,
      Y ella caiga en la trampa de venturas
      Ruidosas, que en el fondo son tristezas...

      ¿La engañaré? ¡Quizá, si tú me ayudas
      Desde la eternidad, oh inmarcesible
      Amada, oh novia única,
      Cuyos besos de sombra
      He de reconquistar, pese a la Enjuta
      Que te mató a mansalva hace once meses,
      Dejando a un infeliz por siempre a obscuras!
    Arriba

    Si tú me dices ven
      Si tú me dices ven, lo dejo todo
      No volveré siquiera la mirada
      Para mirar a la mujer amada
      Pero dímelo fuerte, de tal modo
      Que tu voz como toque de llamada,
      Vibre hasta el más íntimo recodo del ser,
      Levante el alma de su lodo
      Y hiera el corazón como una espada.

      Si tú me dices ven, todo lo dejo
      Llegaré a tu santuario casi viejo,
      Y al fulgor de la luz crepuscular,
      Mas he de compensarte mi retardo,
      Difundiéndome, ¡oh Cristo!, como un nardo
      De perfume sutil, ante tu altar.
    Arriba

    Si una espina me hiere
      Si una espina me hiere, me aparto de la espina,
      ¡Pero no la aborrezco! Cuando la mezquindad
      Envidiosa en mí clava los dardos de su inquina,
      Esquívase en silencio mi planta, y se encamina hacia más puro
      Ambiente de amor y caridad.

      ¿Rencores? ¡De qué sirven! ¿Qué logran los rencores?
      Ni restañan heridas, ni corrigen el mal.
      Mi rosal tiene apenas tiempo para dar flores,
      Y no prodiga savias en pinchos punzadores:
      Si pasa mi enemigo cerca de mi rosal,
      Se llevará las rosas de más sutil esencia;
      Y, si notare en ellas algún rojo vivaz,
      Será el de aquella sangre que su malevolencia
      De ayer vertió, al herirme con encono y violencia,
      Y que el rosal devuelve, trocado en flor de paz.
    Arriba

    Sin rumbo
      Por diez años su diáfana existencia fue mía.
      Diez años en mi mano su mano se apoyó,
      ¡Y en sólo unos instantes se me puso tan fría,
      Que por siempre mis besos congeló!

      ¡A dónde iréis ahora, pobre nidada loca
      De mis huérfanos besos, si sus labios están
      Cerrados, si hay un sello glacial sobre su boca,
      Si su frente divina se heló bajo su toca,
      Si sus ojos ya nunca se abrirán!
    Arriba

    Sólo tú
      Cuando lloro con todos los que lloran,
      Cuando ayudo a los tristes con su cruz,
      Cuando parto mi pan con los que imploran,
      Eres tú quien me inspira, sólo tú,

      Cuando marcho sin brújula ni tino,
      Perdiendo de mis alas el albor
      En tantos barrizales del camino,
      Soy yo el culpable, solamente yo.

      Cuando miro al que sufre como hermano;
      Cuando elevo mi espíritu al azul;
      Cuando me acuerdo de que soy cristiano,
      Eres tú quien me inspira, sólo tú.

      Pobres a quienes haya socorrido,
      Almas obscuras a las que di luz:
      ¡No me lo agradezcáis, que yo no he sido!
      Fuiste tú, muerta mía, fuiste tú...
    Arriba

    Soneto
      ¡Qué son diez años para la vida de una estrella!
      Mas para el triste amante que encontró la mitad
      De su alma en el camino, y se enamoró della,
      Diez años de connubio son una eternidad.

      Diez años, cuatro meses y siete días quiso
      El Arcano, que encauza las vidas paralelas,
      Juntarnos no en meloso y estulto paraíso,
      Sino en la comunión de las almas gemelas.

      Conducidos marchamos
      Por un amor experto;
      Del brazo siempre fuimos,

      Y tal nos adoramos,
      Que... ¡no sé quién ha muerto,
      O si los dos morimos!
    Arriba

    Sosiego
      Más allá de la impaciencia
      De los mares enojados la tranquila
      Indiferencia de los limbos irisados
      Y la plácida existencia
      De los monstruos no soñados...

      Más allá de la violencia
      De ciclones y tornados,
      La inmutable transparencia
      De los cielos estrellados...

      Más allá del río insano
      De la vida, del bullir
      Pasional, el Océano
      Pacífico del morir,
      Con su gris onda severa,
      Con su inmensa espalda inerte
      Que no azota volandera
      Brisa alguna...

      ¡Y mi galera
      De ébano y plata, se advierte
      Sola, en el mar sin ribera
      De la Muerte!
    Arriba

    Su trenza
      Bien venga, cuando viniere,
      La Muerte: su helada mano
      Bendeciré si hiere...
      He de morir como muere
      Un caballero cristiano.

      Humilde, sin murmurar,
      ¡Oh Muerte!, me he de inclinar
      Cuando tu golpe me venza;
      ¡Pero déjame besar,
      Mientras expiro, su trenza!

      ¡La trenza que le corté
      Y que piadoso guardé
      (Impregnada todavía
      Del sudor de su agonía)
      La tarde en que se me fue!

      Su noble trenza de oro:
      Amuleto ante quien oro,
      Ídolo de locas preces,
      Empapado por mi lloro
      Tantas veces... tantas veces...

      Deja que, muriendo, pueda
      Acariciar esa seda
      En que vive aún su olor:
      ¡Es todo lo que me queda
      De aquel infinito amor!

      Cristo me ha de perdonar
      Mi locura, al recordar
      Otra trenza, en nardo llena,
      Con que se dejó enjugar
      Los pies por la Magdalena...
    Arriba

    Tal vez
      Tal vez ya no le importa mi gemido
      En el indiferente edén callado
      En que el espíritu desencarnado
      Vive como dormido...
      Tal vez ni sabe ya cómo he llorado
      Ni cómo he padecido.

      En profundo quietismo,
      Su alma, que antes me amara de tal modo,
      Se desliza glacial por ese abismo
      Del eterno mutismo,
      Olvidada de sí, de mí, de todo...
    Arriba

    Tanatofilia
      ¡Oh muerte, en otros días, que recordar no puedo
      Sin emoción profunda, te tenía yo miedo!
      En medio de la noche, incapaz de dormir,
      Clamaba congojado: "Yo tengo que morir...
      ¡Yo tengo que morir irremisiblemente!"
      Y sudores glaciales empapaban mi frente.

      ¿A quién tender la mano ni de quién esperar?
      Estaba solo, solo de la vida en el mar...
      Tenía un formidable aislador: la pobreza,
      Y ningún seno de hembra brindaba a mi cabeza
      Febril una almohada.
      Estaba solo, solo; ¿de quién esperar nada?

      Mas pasaron los años, y un día, una chiquilla
      Bondadosa me quiso. ¡Era noble, sencilla;
      La fortuna la había tratado con rigor:
      Nos unimos... y, juntos, nos hallamos mejor!

      Entonces, si la muerte volvía , con su quedo
      Andar, yo le tenía ya mucho menos miedo.
      Buscaba, despertando, la diestra tan leal
      De mi amiga, y con ímpetu resuelto, fraternal,
      La estrechaba, pensando: "¡Con ella nada temo!
      Con tal de marchar juntos, ¿qué importan tu supremo
      Horror y tus supremos abismos, oh, callada
      Eternidad? Con ella no temo nada, nada.

      ¿El infierno? —¡El infierno será donde ella falte!
      ¿Y el cielo? —Pues donde ella se encuentre... Que me exalte
      O me deprima tanto como quiera mi estrella:
      ¿Qué importa, si desciendo y asciendo yo con ella?
      ¿Que más me dan las hondas negruras del Arcano,
      Si voy por los abismos cogido de su mano?"

      ¡Pero tanta ventura enojó no sé a quién
      En las tinieblas, y una hoz me segó mi bien!
      Una garra de sombra solapando su dolo,
      Me la mató... ¡y entonces me volví a quedar solo!
      Solo, pero con una soledad más terrible
      Que antes.

      Sollozando, buscaba a la Invisible
      Y pedía piedad a lo desconocido;
      Abriendo bien los ojos y aguzando el oído,
      En un mutismo trágico, pretendía escuchar
      Siquiera una palabra que me hiciese esperar...

      Mas no plugo a la Esfinge responder a mi grito,
      Y ante el inexorable callar del Infinito
      (Tal vez indiferente, tal vez hosco y fatal)
      Escondí en lo más hondo del corazón mi mal,
      Y apático y ayuno de deseo y de amor,
      Entré resueltamente dentro de mi Dolor
      Como dentro de una gran torre silenciosa...

      Mis pobres rimas fieles me decían: "Reposa,
      Y luego, con nosotras, canta el mal que sufriste;
      Ven, duerme en nuestro dulce regazo, no estés triste.
      ¡Aún hay muchas cosas que cantar... cobra fe!"

      Y yo les respondía: "¡Para qué! ¡Para qué!..."
      Mas ellas insistían; en mi redor volaban,
      Y como eran las únicas que no me abandonaban,
      Acabé por oírlas...

      Un libro, gota a gota,
      Se rezumó, con lágrimas y sangre, de la rota
      Entraña; un haz de rimas brotó para el Lucero
      Inaccesible, un libro de tal suerte sincero,
      Tan íntimo, tan hondo, que si desde su fría
      Quietud ella lo viese... me lo agradecería.

      Después de haber escrito, quede más resignado,
      Como si en su fiel ánfora hubiese yo vaciado
      Todo lo crespo y turbio de mi dolor presente,
      Dejando en la alma sólo la linfa transparente,
      El caudal cristalino, diáfano, de mi pena,
      Profundo cual la noche, cual la noche serena.

      Y aquel fantasma negro, que miraba temblando
      Yo antes, blandamente se fue transfigurando...
      En la pálida faz del espectro, indecisa
      Como un albor naciente, brotaba una sonrisa;
      Brotaba una sonrisa tan cordial, de tal suerte
      Hospitalaria, que me pareció la Muerte
      Más madre que las madres; su boca, ayer horrible,
      Más que todas las bocas de hembra apetecible;
      Sus brazos, más seguros que todos los regazos...
      ¡Y acabé por echarme, como un niño, en sus brazos!

      Hoy, ella es la divina barquera en quien me fío;
      Con ella, nada temo; con ella, nada ansío.
      En su gran barca de ébano, llena de majestad,
      Me embarcaré tranquilo para la Eternidad.
    Arriba

    Tanto amor
      Hay tanto amor en mi alma que no queda
      Ni el rincón más estrecho para el odio.
      ¿Dónde quieres que ponga los rencores
      Que tus vilezas engendrar podrían?

      Impasible no soy: todo lo siento,
      Lo sufro todo... Pero como el niño
      A quien hacen llorar, en cuanto mira
      Un juguete delante de sus ojos
      Se consuela, sonríe,
      Y las ávidas manos
      Tiende hacia él sin recordar la pena,
      Así yo, ante el divino panorama
      De mi idea, ante lo inenarrable
      De mi amor infinito,
      No siento ni el maligno alfilerazo
      Ni la cruel afilada
      Ironía, ni escucho la sarcástica
      Risa. Todo lo olvido,
      Porque soy sólo corazón, soy ojos
      No más, para asomarme a la ventana
      Y ver pasar el inefable Ensueño,
      Vestido de violeta,
      Y con toda la luz de la mañana,
      De sus ojos divinos en la quieta
      Limpidez de la fontana...
    Arriba

    Todo inútil
      Inútil es tu gemido:
      No la mueve tu dolor.
      La muerte cerró su oído
      A todo vano rumor.

      En balde tu boca loca,
      La suya quiere buscar:
      Dios ha sellado su boca:
      ¡Ya no te puede besar!

      Nunca volverás a ver
      Sus amorosas pupilas
      En tus veladas arder
      Como lámparas tranquilas.

      Ya sus miradas tan bellas
      En ti no se posarán:
      Dios puso la noche en ellas
      Y llenas de noche están...

      Las manos inmaculadas
      Le cruzaste en su ataúd,
      Y estarán siempre cruzadas:
      ¡Ya es eterna su actitud!

      Al noble corazón tierno
      Que sólo por ti latió,
      Como a pájaro en invierno
      La noche lo congeló.

      —¿Y su alma? ¿Por qué no viene?
      ¡Fue tan mía...! ¿Dónde está?
      —Dios la tiene, Dios la tiene:
      ¡Él te la devolverá
      Quizá!
    Arriba

    Tres meses
      Mi amada se fue a la Muerte,
      Partió al Misterio mi amada;
      Se fue una tarde de invierno;
      Iba pálida, muy pálida.

      Ella que, por su color,
      Gloriosamente rosada,
      Parecía un ser translúcido
      Iluminado por llama
      Interna...

      ¡Qué lividez
      Aquella, la de mi Ana,
      Y qué frialdad! ¡Si tenía
      Hasta las trenzas heladas!

      ¡Se fue a la Muerte, que es
      Nuestra Madre, nuestra Patria
      Y nuestra sola heredad
      Tras este valle de lágrimas!

      Hoy hace tres meses justos
      Que se la llevaron trágicamente
      Inmóvil, y recuerdo
      Con qué expresión desolada
      Se plañía entre los árboles
      El viento del Guadarrama.

      ¡Tres meses de viaje! ¡Nunca
      Fue nuestra ausencia tan larga!
      Noventa días sin verla,
      Y sin una sola carta...

      Abismo de los abismos,
      Distancias de las distancias,
      Hondura de las honduras,
      Muralla de las murallas,
      ¿Dónde tienes a mi muerta?
      ¡Dámela! ¡Dámela! ¡Dámela!

      ¡En vano en la noche lóbrega
      Suena y resuena la aldaba
      Con que llamo a la gran puerta
      Del castillo que se alza
      En la cima misteriosa
      De la fúnebre montaña!

      Cierto, detrás de esa hostil
      Fortaleza, alguien se halla...
      Se adivina no sé qué,
      Un confuso rumor de almas...

      De fijo nos oyen, pero
      Nadie nos responde nada,
      Y resuena solamente,
      Con vibraciones metálicas,
      En los ámbitos inmensos
      El golpazo de la aldaba.

      Hoy hace tres meses justos
      Que se la llevaron, trágicamente
      Inmóvil, y recuerdo
      Con qué expresión desolada
      Se plañía entre los árboles
      El viento del Guadarrama;

      Y recuerdo también que
      Al cruzar por las barriadas
      De Madrid me sollozó
      Una tétrica gitana:
      "Señorito, una limosna
      Por la difunta de su arma!"
    Arriba

    Una flor en el camino
      La muerta resucita cuando a tu amor me asomo,
      La encuentro en tus miradas inmensas y tranquilas,
      Y en toda tú... Sois ambas tan parecidas como
      Tu rostro, que dos veces se copia en mis pupilas.

      Es cierto: aquélla amaba la noche radiosa,
      Y tú siempre en las albas tu ensueño complaciste.
      (Por eso era más lirio, por eso eres más rosa).
      Es cierto, aquélla hablaba; tú vives silenciosa,
      Y aquélla era más pálida; pero tú eres más triste...
    Arriba

    Unidad
      No, madre, no te olvido;
      Mas apenas ayer ella se ha ido,
      Y es natural que mi dolor presente
      Cubra tu dulce imagen en mi mente
      Con la imagen del otro bien perdido.

      Ya juntas viviréis en mi memoria
      Como oriente y ocaso de mi historia,
      Como principio y fin de mi sendero,
      Como nido y sepulcro de mi gloria;
      ¡Pues contigo nací, con ella muero!

      Ya viviréis las dos en mis amores
      Sin jamás separaros;
      Pues, como en un matiz hay dos colores
      Y en un tallo dos flores,
      ¡En una misma pena he de juntaros!
    Arriba

    Uno con Él
      Eres uno con Dios, porque le amas,
      Tu pequeñez qué importa, y tu miseria;
      Eres uno con Dios, porque le amas.

      Le buscaste en los libros,
      Le buscaste en los templos,
      Le buscaste en los astros,
      Y un día el corazón te dijo, trémulo:
      "Aquí está", y desde entonces ya sois uno,
      Ya sois uno los dos, porque le amas.

      No podrán separaros
      Ni el placer de la vida
      Ni el dolor de la muerte.

      En el placer has de mirar su rostro,
      En el valor has de mirar su rostro
      En vida y muerte has de mirar su rostro.

      "¡Dios!" dirás en los besos,
      Dirás "Dios" en los cantos,
      Dirás "Dios" en los ayes.

      Y comprendiendo al fin que es ilusorio
      Todo pecado (como toda vida),
      Y que nada de Él puede separarte,
      Uno con Dios te sentirás por siempre:
      Uno solo con Dios porque le amas.
    Arriba

    Via, veritas et vita
      Ver en todas las cosas
      Del Espíritu incógnito las huellas;
      Contemplar
      Sin cesar,
      En las diáfanas noches misteriosas,
      La santa desnudez de las estrellas
      ¡Esperar!
      ¡Esperar!
      ¿Qué? ¡Quién sabe! Tal vez una futura
      Y no soñada paz serena y fuerte,
      Correr esa aventura
      Sublime y portentosa de la muerte.

      Mientras, amarlo todo y no amar nada,
      Sonreír cuando hay sol y cuando hay brumas;
      Cuidar de que en la áspera jornada
      No se atrofien las alas, ni oleada
      De cieno vil ensucie nuestras plumas.

      Alma: tal es la orientación mejor,
      Tal es el instintivo derrotero
      Que nos muestra un lucero
      Interior.

      Aunque nada sepamos del destino,
      La noche a no temerlo nos convida.
      Su alfabeto de luz, claro y divino,
      Nos dice: "Ven a mí: soy el Camino,
      La Verdad y la Vida".
    Arriba

    Viejo estribillo
      ¿Quién es esa sirena de la voz tan doliente,
      De las carnes tan blancas, de la trenza tan bruna?
      -Es un rayo de luna que se baña en la fuente,
      Es un rayo de luna.

      ¿Quién, gritando mi nombre, la morada recorre?
      ¿Quién me llama en las noches con tan trémulo acento?
      -Es un soplo de viento que solloza en la torre,
      Es un soplo de viento.

      Di, ¿quién eres, arcángel cuyas alas se abrasan
      En el fuego divino de la tarde y que subes
      Por la gloria del éter? -Son las nubes que pasan;
      Mira bien, son las nubes.

      ¿Quién regó sus collares en el agua, Dios mío?
      Lluvia son de diamantes en azul terciopelo
      -Es la imagen del cielo que palpita en el río,
      Es la imagen del cielo.

      ¡Oh Señor! La belleza sólo es, pues, espejismo;
      Nada más Tú eres cierto: ¡Se Tú mi último dueño!
      ¿Dónde hallarte, en el éter, en la tierra, en mí mismo?
      -Un poquito de ensueño te guiará en cada abismo,
      Un poquito de ensueño.
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    Y el Buda de basalto sonreía
      Aquella tarde, en la Alameda, loca
      De amor, la dulce idolatrada mía
      Me ofreció la eglantina de su boca.

      Y el Buda de basalto sonreía...

      Otro vino después, y sus hechizos
      Me robó; dile cita, y en la umbría
      Nos trocamos epístolas y rizos.

      Y el Buda de basalto sonreía...

      Hoy hace un año del amor perdido.
      Al sitio vuelvo y, como estoy rendido
      Tras largo caminar, trepo a lo alto
      Del zócalo en que el símbolo reposa.
      Derrotado y sangriento muere el día,
      Y en los brazos del Buda de basalto
      Me sorprende la luna misteriosa.

      Y el Buda de basalto sonreía...
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    Ya todo es imposible
      ¡Dios no ha de devolvértela porque llores!
      Mientras tú vas y vienes por la casa
      Vacía; mientras gimes,
      La pobre está pudriéndose en su agujero.
      ¡Ya todo es imposible!

      Así llenaras veinte lacrimatorias
      Con la sal de tus ojos; así suspires
      Hasta luchar en ímpetu
      Con el viento que pasa, destrozando
      Las flores de tus jardines;
      Así solloces hasta herir la entraña
      De la noche sublime,
      Nada obtendrás: la Muerte no devuelve
      Sino cenizas a los tristes...
      La pobre está pudriéndose en su agujero,
      ¡Ya todo es imposible!

      Dios lo ha querido... Inclina la cabeza,
      Humíllate, humíllate
      Y aguarda, recogido, en las tinieblas,
      ¡El beso de la Esfinge!
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    Yo vengo de un brumoso país lejano
      Yo vengo de un brumoso país lejano
      Regido por un viejo monarca triste
      Mi numen sólo busca lo que es arcano,
      Mi numen sólo adora lo que no existe;

      Tú lloras por un sueño que está lejano,
      Tú aguardas un cariño que ya no existe,
      Se pierden tus pupilas en el arcano
      Como dos alas negras, y estás muy triste.

      Eres mía: nacimos de un mismo arcano
      Y vamos, desdeñosos de cuanto existe,
      En pos de ese brumoso país lejano,
      Regido por un viejo monarca triste.
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